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El hombre invisible




Todos los días, desde muy temprano en la mañana y hasta que se va el sol, vemos un acto sublime, una representación mítica, excelsamente teatral de un personaje de leyenda y del que todos hemos escuchado más de alguna vez su nombre. Aquel es el hombre invisible.
Sus intérpretes son varios actores repartidos y distribuidos alrededor del centro de la ciudad y todos dan lo mejor de si, preparando sus trajes, sus artilugios y lo más importante de todo, sus expresiones, sus gestos, que son el motor principal para llevar a cabo su rutina.
De ellos, claro esta, sólo tengo buenos comentarios, y sólo puedo decir que son actores excelentes, de categoría, y además, curtidos lo suficiente en la indiferencia del público como para no esperar más que unas cuantas monedas regaladas con desgano, como única gratificación para su esplendido arte. En realidad, ya no se si llamarles actores, confieso que ya me parece hasta pequeño el adjetivo, quizás ya merezcan otro, uno más grande, artistas, o ¿Que se yo? Artífices de un milagro, autores de una creación pura y fabulosa, digna de aparecer en cualquier libro que se precie de decir algo valorable. Bueno, algo por el estilo, ustedes me entienden.

Dentro de esta gama de prolíficos virtuosos sin embargo, hay uno que se destaca con luces propias. Su nombre es Ernesto (O si amigos, aunque ustedes no lo crean, al igual que nosotros, simples mortales, el también tiene un nombre) y todos los días prepara su acto con gran profesionalismo y esmero.
El, pese a sus setenta años y a la falta de una de sus piernas, tiene una gran pasión por el teatro y se deja llevar por su personaje, al punto de sernos casi completamente invisible, transparente, apenas una sombra, un hálito espectral que nos fulmina con su talento. Claro, he dicho a propósito la palabra casi, por que, la verdad, la mayoría de nosotros en realidad puede verlo, pero, siendo tan cultos conocedores del teatro, pretendemos no verlo, seguimos el juego y nos dejamos engatusar por su representación, hasta el punto de sernos invisible.
Mas de una vez en todo caso, aparece uno que otro (nunca faltan) que deshacen el hechizo y cándidamente le profesan su afecto, su atención, sin darse cuenta que con ello interrumpen su esplendida performance. ¡Que incultura ¡ ¡Que falta de conocimientos artísticos! Pero saben, no los culpo, no puedo hacerlo, simplemente me es imposible responsabilizarlos de tamaña vulgaridad. Y es que, la verdad, hay que considerar que no todos hemos sido educados de la misma manera, ni todos tampoco hemos sido bendecidos por esta apreciación artística brillante, que nos hace valorar como un tesoro aquella pieza, aquel acto teatral que vemos todos los días. Solo puedo compadecerlos, y también a aquellos que, durante la noche, no diré quienes, intentan llevarlo a un mal llamado refugio, con la idea de que evite el frío, o vaya a saber que otra estupidez parecida, sin darse cuenta que para Ernesto el frío no es mas que otro ambiente para su obra. Aghhh, todo eso me sulfura, se me hace demasiado aberrante. En realidad, lo único que puedo hacer cuando me topo con ese tipo de situaciones, es dar vuelta la cabeza y cambiar de calle, estúpidamente avergonzado por algo ajeno a mi persona.
Pero eso, claro esta, no sucede muchas veces. Vivimos en una ciudad plenamente desarrollada, madura al máximo, que sabe como reaccionar frente a espectáculos artísticos como este, y cuyos ciudadanos, si bien aun no tan sensibles como para apreciar o agradecer este tipo de interpretaciones, tienen al menos la capacidad intelectual para diferenciar la realidad de la ficción, el real sufrimiento de un acto teatral, el cual, pese a ser perfectamente ejecutado, es solamente eso, una simple representación.
La verdad, me es difícil siquiera imaginar como una persona, en su sano juicio, pueda confundirse de tal forma, como si sólo aquellas ropas ajadas, aquel vestuario humilde, rotoso que ocupan estos actores o aquellos rostros famélicos, desfallecientes, o esos gestos sin expresión que nos miran suplicantes fueran los únicos signos inequívocos de la miseria ¿Qué inocentes mentes podrían llegar a esa conclusión? No saben acaso que el maquillaje hace milagros hoy en día, que esos gestos, que esas posturas, fueron aprendidas después de días y días de ensayos. Bah, pero que saco con decirlo, seria como explicar un chiste.
En realidad, creo que sólo la gente de esa calaña puede ser así de superficial, solo gente con esa ignorancia puede creer que la miseria, que la pobreza puede ser reconocida de inmediato y de manera tan somera, frívola y trivial. No, aquello no es más que una representación teatral, una muy buena en todo caso, por que, en realidad, la verdadera pobreza, la verdadera miseria, está oculta debajo de cofres de acero, de cajas fuertes inexpugnables que muchos de nuestros ciudadanos poseen con el fin de resguardar sus corazones, y que son los mismos que no tienen la sensibilidad para apreciar el arte, para no dar más que unas cuantas monedas a estos genios del escenario, o que ni siquiera tienen la capacidad para regalarles un aplauso, para reconocer su estoicismo y su voluntad, o al menos para hacer algo siquiera que los redima de su culpa.

Texto agregado el 06-10-2008, y leído por 495 visitantes. (0 votos)


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