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Relato de un hombre muerto…

Sonaban las campanadas del gran reloj que heredé de algún antepasado, anunciaban las doce, hora supuse adecuada para dirigirme a mi lecho. Por los espaciosos ambientes de la abadía una brisa de frío invernal soplaba suavemente cada rincón. En la exacerbada soledad no podía entablar diálogo más que con mis propios pensamientos ya exhaustos a esas altas horas.
Subí las escaleras tomándome del pasamano de roble, tallado con inscripciones creo en latín indescifrables para mi escasa cultura. Mi nuevo hogar… bueno que puedo decir de él, desde que llegué me fascinó. Su arquitectura finamente gótica, grandes salas de estar, a lo largo del hall de entrada una exhibición de pinturas mayormente religiosas del período barroco, y candelabros por doquier, que garantizan claro una amena iluminación. En todo mueble de la casa veíanse libros, cantidad de ellos, muchísimos libros, de historia, medicina, clásicos universales, filosofía, de todo género y origen. Hermosos tapices cubrían las paredes de la sala central. Las columnas estaban talladas también, al igual que los bordes superiores de las grandes arcadas que dividían un ambiente de otro. En algunos sectores de la casa que aún no conozco es necesaria una minuciosa limpieza, las telarañas y el polvo provocan cierta incomodidad a quien no esta acostumbrado, y en muchas ocasiones activan mi alergia causándome días de resfríos y ardor en los ojos. No será necesario para el desarrollo de este relato seguir con una exhaustiva descripción del inmueble, basta con señalar que era una abadía magnífica, sumida en el tiempo, dormida en el esplendor del oscurantismo, con muy fríos ambientes y a la vez misteriosamente acogedores.
Pero… no es en verdad una abadía, no. Aunque algunos dicen que si, no creo que haya funcionado como tal o si lo hizo fue hace mucho tiempo; sin embargo me gusta definirla así, provoca cierta… distinción.
Volviendo al relato, y dejando de lado todo comentario sin interés real, la medianoche del treinta de octubre me encontró, como decía hace un instante, subiendo a mi habitación, pues me disponía a descansar largo rato. Preparé la cama, ajuste bien sus frazadas al colchón, y cambié mi ordinaria ropa de vestir para ponerme el pijama que me es ya de uso habitual, regalo de alguna tía lejana hace muchos años. Procuré cerrar bien la puerta para evitar que el frío se colase, no recuerdo en mi vida una noche tan helada. Me asomé por la ventana como siempre, y solo sentí el silbido del viento, ese aire en tan solo un segundo tajaba mi rostro como si buscara afilar dagas en mis mejillas. La larga noche me encontraba agotado, supuse por ello que me seria fácil dormir esta vez, llevaba ya varios meses de insomnio, casi al borde de la desesperación en algunos casos. Sin embargo, exhausto física y mentalmente no pude evitar quedarme pensando un tiempo considerable en mi lamentable vida cotidiana y lo que habría de hacer el día de mañana. Según lo que recuerdo, dado el sonido de campanas del reloj, aproximadamente media hora o cuarenta y cinco minutos pasaron hasta que en mi cabeza empezó ese trance entre lo conciente y lo inconciente, que precede al sueño.
Bueno, a partir de ahora el relato se ha de convertir en una sucesión de hechos tan reales como mi existencia, intentaré ser fiel a mi memoria, pero recuerde querido lector que lo indescriptible no se puede ilustrar.
Cuando hube conciliado el sueño, comencé a percibir cierto aroma extraño ese semejante al de la humedad encerrada en un recinto durante siglos, al abandono. Y pude notar que en mi ventana, que da a la calle, el viento invernal golpeaba más de lo habitual, me asegure que este bien cerrada y sin dar mayor importancia al hecho voltee la cabeza en mi almohada nuevamente.
Cuando todo alrededor, incluso mi cabeza, yacía en la más profunda quietud, un aleteo del otro lado del vidrio rompió ese bendito y sepulcral silencio, obligándome claro a levantar los parpados nuevamente. No deseaba levantarme otra vez, someter mi cuerpo a un nuevo cambio de clima y alterar ese estado de reposo logrado luego de tanto esfuerzo. Pero era incesante el golpeteo en la ventana, por lo que, maldiciendo a todos los dioses que conozco, decidí asomarme. Un tanto alarmado vi del otro lado del vidrio, un ave tan negra como el mismísimo cielo, graznaba furiosa y aleteaba desesperada. No pude comprender bien que sucedía, con un horroroso presentimiento, de esos que con imágenes crueles ataca la mente… voltee la vista, para sumir mi pensamiento otra vez en lo cotidiano. Revisé nuevamente que la ventana se encontrase bien cerrada, y disimulé el suceso cual si solo fuera producto de mi imaginación…
Al rato, luego de arduo esfuerzo conseguí conciliar el sueño otra vez. Pero este acto, inexplicablemente placentero, no duraría mucho. Al voltearme en la cama, buscando quizá una posición mas cómoda a mi descanso, sentí un cuerpo material (o no) pasar a gran velocidad de la puerta hacia la ventana, donde aún se encontraba el ave. No se si estaba yo despierto, si mis ojos encendidos o dormía profundo, a esa altura de la noche ciertas cosas no son mesurables. De todos modos, no necesitaba ver la escena para vivirla realmente. Pero para sorpresa mía, cuando giré el torso para ver hacia donde se dirigió la sombra, ésta ya no estaba, se había ido tan velozmente como se presentó, entonces resolví acusar a mi insomnio culpable de crear alucinaciones. Pero algo casi inesperado sucedió cuando las campanadas señalaban que la noche se encontraba en su apogeo, serían las tres de la madrugada, y esta vez no dudo del estado de mi conciencia, me encontraba bien despierto, y lo que relataré a continuación es textualmente lo que mis ojos vieron, no pudiendo tal vez hacerle justicia a las emociones que sufrió mi cuerpo.
La gran puerta de madera se abrió lentamente con un leve y eterno chirrido que aún resuena en mis oídos. Tras ella apareció el ser más escalofriante que mis ojos han podido ver alguna vez, llevaba unas telas raídas sobre su cuerpo delgado y esbelto de gran presencia, y una capucha larga que cubría su rostro, sus pies desnudos se mostraban putrefactos, su aliento caliente asesino se colaba por mis poros como maniatándome a la cama. Se deslizó directo hacia mi cama, arrastrando los pies, sin levantar su cabeza, la habitación que sabia ser serena y alegre se habría convertido en el recinto más sombrío y lúgubre que puedas imaginar. Una bruma espesa lo cubría todo alrededor. Definitivamente aterrado no atine a mascullar una sola palabra, ni a mover un centímetro de mi cuerpo, en mi pecho se ahogaba un grito de desesperación que subía a mi garganta pero se quedaba allí para martirizarme más. Se acercaba, la sentía cada vez más cerca, el aroma sofocante de la muerte envolvió mis sentidos, se acercaba cada vez más y más graznaba el cuervo del otro lado de la ventana extasiado. Una vez llegada a mi lado, de pie junto a mi cama levantó su capucha…
Alejada de toda ilustración de la parca que un hombre puede llevar consigo en su imaginación ésta se presentaba superiormente terrorífica. Un rostro consumido hasta sus huesos, carcomido en toda su extensión, con las cuencas de los ojos profundas hacia el abismo, ese corte de cara anguloso, sus pómulos tajados, la nariz casi se confundía con la superficie del rostro, sus labios en extremo finos estaban cortados y vertían algún líquido que quizás fuera sangre, y esa expresión a venganza eterna dibujada en sus facciones condenaba mi suerte, quien pudiera olvidarle, ¿quien?
Entregado a mi destino, aun entre sueño y verdad, me dispuse a elevar mi coraje cuan alto pudiera un hombre, para mascullar aterrado entre sollozos aniñados:
- Aún no, por favor, aun no…esta noche no…
Sin pensar el efecto que esas palabras pudieran ocasionar en la voluntad de mi visitante, las repetí incansablemente, una y otra vez…
- Aún no, por favor, aun no…esta noche no…
Se acercó, me quede helado; con sus largos y fríos dedos oprimió mi pecho que se hundió hasta mi espalda, esto me causó la misma nausea de la muerte. Así se hundían con sus manos mi pecho, y así lo hacían todas las angustias de una vida en un segundo eterno. Más fuerte era el olor a desesperación, el grito que se consumía en mi boca, el ave que graznaba contra la ventana victoreando mi derrota, la pálida y cruel sonrisa de la muerte que se apoderaba de mi existencia.
Una vorágine de pensamientos revoloteaba en mi cabeza: “mi fugaz e inútil existencia, quien sabe de la vida me comprende, aquí estoy solo ante la muerte. Sin sentido entregado, perdido, aterrado, que hecho yo, que hecho…”. Intenté no pensar en nada y pensaba en todo, no entendía el porque, no comprendía si era el destino, o si era esa maldita suerte que nunca jugo a mi favor y venía a coronar su trabajo.
Como una fugaz película muda mi historia se presentó ante mis ojos mostrándome cuan triste había sido. Estaba entregado a mi destino.
Acercó sus labios sangrantes a los míos para consumir mi último suspiro. Vacilé en exhalar ese último suspiro, dejar a esas aves desdeñar mi cuerpo, entregar mi vida al sueño eterno. “Cuando estuve maniatado no vi las luces de la vida, ahora sé que las cadenas de la muerte me esperan irrevocables al fin” y entre lágrimas de terror descubrí que mi voluntad era ajena a mi destino, y que mis pasos por más habilidosos nunca podrían escapar a la fatalidad. Había perdido al fin todo vestigio de esperanza, y así más se ahogaba el grito mudo en mi boca.
Algo en mi interior me obligó a abrir los ojos, ver a la muerte a los ojos, insospechado ese se convirtió en mi último deseo, decirle, con todo el terror que mi mirada pudiera plasmar que no me llevaría consigo solo por su voluntad, que sería en todo caso por flaqueza de la mía. El saber que no había nada que pueda salvarme elevó más mi coraje, “no hay mucho que perder”, pensaba; si en fin siempre estuve solo, “no hay más pérdida que mi despreciable existencia”…, el mundo no lo notaria, nadie lo notaria, tal vez ni yo. En fin, abrí los ojos, intenté concentrarme en mirar el interior de la monstruosa cavidad de sus ojos, fija e incisivamente…, de pronto ese aire helado que todo lo cubría transformó la habitación en su totalidad, los cuadros se desplegaron de las paredes para formar juntos con los candelabros y con mi visitante, un torbellino incontrolable. Las ventanas se abrieron, así también como la puerta de par en par, la sombra salió fugaz por la ventana y se llevó consigo toda esa espantosa bruma antes descrita, el aroma mortal, la oscuridad eterna, el grito ahogado que no podía contener más salió de mi cuerpo, oído sin duda en las casas contiguas. En la abadía volvió a reinar la calma. Aquellas cosas que enmarañadas con la muerte se fueron por la ventana, y me refiero a las materiales, volvieron una a una a ubicarse en su sitio. La puerta se cerró con un golpe seco y solo la ventana que da a la calle quedó abierta. Todo era sosiego, todo había vuelto a la normalidad.
Sin comprender el porque, el sol pareció asomarse mas pronto de lo habitual. La sangre aún alienada danzaba por mi cuerpo en busca de mi alma.
Completamente sudado y temblando de horror permanecí inmóvil, todo era confusión, temblaba en la cama con las frazadas hasta el cuello. La habitación se encontraba sin un solo indicio de lo sucedido, sin embargo sí sentía un leve y peculiar dolor en mi pecho.
Cuando las campanas del gran reloj de péndulo anunciaron un nuevo día, mi mente logró dispersarse al menos por un momento y comencé con el rutinario proceder matinal.
Si es que fue un sueño o pesadilla o la más cruel realidad, a decir verdad no lo se. ¿Quien supiera?
Bajé a la sala principal luego de calzarme los zapatos nuevos, peldaño por peldaño por la crujiente escalera, que como siempre hacia escuchar sus quejas por toda la casa.
Afuera hubo un día nuevo, decidí salir a caminar bajo el sol.
Las calles estaban casi vacías, unos pocos se paseaban. Una mujer hermosa volvía de la feria con su canasto repleto frutas, unos niños correteaban alejados quizá demasiado de las manos de su madre. Desde una esquina cerca del cruce de caminos, miré hacia arriba para contemplar el estupendo paisaje de mi tranquilo pueblo que a veces olvidaba. Entre las nubes vi sobrevolar cerca de las torres de la catedral, un cuervo. Ja así es, paradójica ave del augurio, negra como el mismo cielo que fue, así es… “nunca el sueño fue solo sueño” pensé..., y caminé.
Caminé bajo el sol largo rato, caminé solo como siempre lo he hecho, caminé hasta hundirme nuevamente en el abismo que es ese dialogo con mis propios pensamientos…


Franco A. Carbone Costa 13/08/08


Texto agregado el 06-10-2008, y leído por 91 visitantes. (0 votos)


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