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LA MUERTE DEL VIEJO HOPI

Se encontraba el viejo apostado en medio de un inexorable descanso. Ya las faenas del día le habían rendido. Su mente repicaba contra un silencio apremiante. Ahora viajaba hasta las profundidades del Kasskara1. El lugar era lo imaginado. El territorio tribal, nodriza de sus padres. El hopi observó el ataque contundente de los enemigos que procedían del este. Sus hordas de vasta furia invadieron el "Kasskara" y diseminaron la apacibilidad del asentamiento. Las armas eran impensables. Su razón no contemplaba siquiera la descripción de las mismas. Un destello encegueció el aire, el aroma de la madre tierra. Un “escudo” de salvación protegió a los elegidos (nativos). Ahora, las inclementes armas y sus hijos que no escupían sino proyectiles de muerte, eran inútiles ante la fuerza de la vida. Tiempo después, los enemigos fueron consumidos por el océano y desaparecieron para siempre. Se realizaron anktis2 día tras día en honor de la salvación… Mas tarde, "Kasskara" se vio consumida también. Todos empezaron la migración. Los elegidos para la salvación esperaron, mientras los “venerables sabios “acudían en su ayuda. Los Katchinas llegaron con sus escudos voladores que se asemejaban a los granos de las lentejas y que atravesaban los suntuosos cielos como un sik yat’tsi3. La nueva tierra fue preparada, pero muchos tomaron rumbos distintos. Los primeros viajaron con los Katchinas4 en sus artefactos, otros emigraron en barcas y, otros mas, saltaron isla tras isla y desaparecieron entre territorios desconocidos.

El viejo, ahora solo percibía niebla. La niebla se hizo grisácea y se transformó en oscuridad. La oscuridad era más negra que la austeridad de la noche. De pronto, todo se iluminó y se vio él mismo cubriéndose con un kasa5 en medio del bosque. Había allí en aquel recinto de la madre tierra muchos hijos. El anciano los nombró uno por uno: kah’ya zhe6, ho'no vi7, gritó con mas fuerza ko tsa'si8 y agitando las aguas de un riachuelo exclamó: pavati9. Ahora en su sueño era feliz.

La niebla volvió con repentinas ventiscas. El anciano sintió que se le helaban las manos. Ni siquiera aquellas pieles que se había colocado podrían proporcionarle calor. Pensó de inmediato en la venida del soyala, el tiempo de invierno. Empezó a tiritar y vio su aliento salir de su ser como un rio cálido de vida. El aliento se dispersó y dibujó un paisaje vertido de colinas y bañado por ríos. Ahora estaba uno de los grandes hijos del cielo iluminando todo. El viejo hopi, padre de mil generaciones, apareció desnudo y sintió la hierba en las plantas de los pies y la brisa limpia de la tierra en el rostro. Estiró su brazo y con la mano acarició el cielo. Exclamo: ¡LOMAHONGVA! , que significa el hermoso pasar de las nubes y después dormitó al lado del cañón, hijo del agua y de la tierra. Se levantó y moldeo las colinas con su mano. Hizo unas más grandes que otras. Las nubes eran un rio blanco y su cauce estaba entre el cielo y las montañas. El gran hijo del cielo atravesó las nubes con sus cálidos rayos e hizo florecer todo ser plantado. El viejo arcano ahora volaba como una mariposa en medio de valles y senderos. Escuchaba la melodía que producía el sonido del mar golpeando los acantilados. El sonido de las aves encaminándose al vuelo y las voces de los bailarines sagrados (KACHINA) entonando los canticos de la tierra y ejecutando las danzas de los hermanos animales. Observó las tierras cultivadas, sagradas, respetadas, que ofrecieron a sus hijos los alimentos para su bienestar. Al ser mariposa, se pudo posar sobre los maizales, jugueteó entre las calabazas y revoloteó entre los adobes de las altas casas. Sintió el equilibrio natural y por segunda vez en el sueño, fue feliz.

Pero los campos cultivados empezaron a expandirse demasiado. Diezmaron la tierra y los terrenos naturales. Pluma blanca, el legendario hopi, ahora sentía angustia. Los temores del viejo se agudizaron cuando una explosión le sobresaltó. Un monstruo motorizado se movía mientras arrancaba los frutos de la tierra y arrojaba al viento humos malignos. Los hombres blancos hicieron su aparición. Hijos de la civilización, hermanos de la técnica y padres de la tecnología, Necesitaron energía para sostener sus propias vidas. Entraron en luchas a muerte. Utilizaron truenos creados por ellos mismos para abatir a sus enemigos. Desarraigaron a la tierra de sus primogénitos. Ahora pluma blanca sentía un gran desconsuelo.

El caos se intensifico cuando observó alrededor. Había grandes edificios que expelían humos nauseabundos, brazos gigantes que escavaban y absorbían las riquezas de la tierra. Mangueras enormes que desnutrían los campos. Y un hongo gigante vestido de muerte que asemejaba la silueta de lo humano. Observó entonces el horizonte y distinguió varios recipientes colosales. Semejantes a vasijas hechas por alfareros malditos. Prendidos de la costa azul, vertían sus virulentos y viscosos productos. Todo pasó y el anciano hopi se encontraba de nuevo inundado en la oscuridad. Esperó, y de la misma manera, se iluminó todo su mundo. Parado en el suelo, notó que estaba tan duro como las rocas y que era gris como el coyote. Levanto su cabeza al cielo y observó miles de hilos tensados que parecían de una longitud infinita. Los comparó con telas de arañas que suspendían de los extremos de la tierra. Presto atención al nuevo horizonte y se espantó al ver un pájaro gigante que devoraba la neblina calurosa de la tierra y que gruñía como la tempestad en su avance. El humano blanco creó sus propias bestias a imagen y semejanza de las criaturas reales propias de la tierra. Escribió pluma blanca en el diario de su mente. Llegó hasta un sitio en el que se creaban otro tipo de bestias. Estás tenían la apariencia de cajas, sus pieles eran duras, tan duras como el caparazón de la tortuga y corrían tan rápido como el bisonte. El anciano empezó entonces a dibujar en las rocas lo que veía. Las bestias eran capaces de arrojar truenos, de destruir, de matar. Peor aun le resultaron las bestias voladoras, que alcanzaban el cielo sin mover sus alas y que tenían el poder de crear fuego de la nada para arrasar la tierra. Lanzaban artefactos similares a la forma de una bellota y convertían la tierra en vastos desiertos. El viejo hopi también dibujó con sabia lentitud una hoja sobre las aguas: artefactos que como las verdes hojas flotan en la superficie, son capaces de acabar con todas las criaturas del mar. Volteó su cabeza y divisó edificios gigantes alrededor. Tenían el aspecto de construcciones colosales que reflejaban el cielo en sus costados, similares estos a un estanque de aguas mansas. Sus cumbres eran tan elevadas que tocaban el gran cielo. En un momento se desmoronaron, convirtiéndose en polvo. Pluma blanca ya no era una mariposa. Ahora era un humano en medio de un bosque de hormigón. Se vio obligado a hacerse a un lado, los enjambres humanos que se desplazaban por aquel territorio le atropellaron varias veces. Llegó de nuevo la oscuridad, y con ella, la noche. El reflejo del gran hijo del cielo en el cristal del edificio se extravió al ocultarse este en el horizonte. Y los cristales de los edificios ya no reflejaron más, ahora emitían miles de luces semejantes a la luz de la luciérnaga en la noche. Pluma blanca entonces concluyó: y esa gran urbe desequilibrada tenía vida propia, vivía por si misma, no necesitaba la energía del viento ni la luz del cielo, concebía su propia luz. Mas aun, opacaba al mismo cielo, ejemplo de esto era la noche. El viejo hopi miró al cielo y no encontró estrella alguna. Ya no habría lomahongva. Se posó en una nube y se fijó en lo que estaba abajo. Describió miles de hilos en movimiento de variados colores. Eran como venas por donde circulaban miles de objetos. Cada objeto emitía su propia luz y corrían a gran velocidad. El amanecer llegó en segundos, el viejo notó que hasta el padre tiempo se hallaba en desorden. Con cada tic, tac, tic, tac, los humanos paraban, los objetos corrían; los objetos paraban y los humanos andaban. Era un inminente orden en un completo caos. Pluma blanca entonces sintió nauseas. Los aromas de aquel amargado paisaje, crearon nubes grisáceas que formaron a su vez un cielo artificial. Ese cielo, que opacaba el sol de día, la luna y las estrellas en la noche y maltrataba al mismo aire, era un nuevo hermano del humano blanco.

El viejo hopi en su estado de transmigración realizó un viaje más. En el último lugar observó un objeto inverosímil pero descriptible. Tal objeto era tan alto como un árbol y tenía la apariencia de un ciprés10. Estaba montado sobre una estructura gigante y se encaminaba hacia el cielo gris. Hubo una gran explosión y la base del objeto estalló. Parecía que se quemaba, pero empezó a ascender rápidamente. Pluma blanca esperó el desenlace y poco después el objeto era tan solo un punto en medio del sombrío cielo. El objeto que parecía un ciprés, se levantó aunque se estuviera incendiando. Como una lanza se abalanzó hacia el cielo. Pronto desapareció en medio de las nubes. La luz del sol se reflejó en el objeto antes de su desaparición. De pronto, un sonido similar al de un relámpago estremeció la tierra y del cielo fue arrojado un objeto incandescente que parecía ser hijo del fuego. Al caer quemó todos los valles y dominios del hombre blanco y al mismo tiempo evaporó los océanos. En ese momento pluma blanca, el oráculo milenario de los hopi, no dibujó más, no pudo, era el final. El fin de la tierra que describió su sueño, lo arrastró consigo y terminó llevándole hasta el mundo donde descansan sus antepasados, no sin antes mostrarle el indiscutible final de los tiempos.

1. Inmenso continente situado en el actual emplazamiento del océano Pacífico. Se creé que los antiguos hopis provinieron de aquel territorio
2. En la lengua Hopi, danzas repetidas
3. En la lengua Hopi, ave amarilla
4. Venerables sabios. Seres de otro mundo con altas tecnologías que ayudaron en la migración Hopi.
5. En la lengua Hopi, Vestido de pieles
6. En la lengua Hopi, Pequeño conejo
7. En la lengua Hopi, Ciervo fuerte
8. En la lengua Hopi, Flor blanca
9. En la lengua Hopi, Ave clara
10. Árbol conífero del norte de México y procedente de Arizona, del suroeste de los Estados Unidos

Texto agregado el 02-10-2008, y leído por 194 visitantes. (0 votos)


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