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EL TORRENTE.

Los ojos de Aquiles iban siguiendo el río, era éste intranquilo; sobre algunos pozones de aguas cansadas vivían en bandadas pequeños patos silvestres, que huían en sus rápidas alas con locura.

No importa la contextura ni el color de las cosas, por el solo hecho de estar en la vida del hombre, se hermanan y se confunden.

El río que Aquiles observaba, comenzó a desenvolver el tiempo. El recuerdo venció al pasar y voló hacia atrás: le pareció que ese río era el Genimeni, tan lejano, tan ausente: doloroso en el recuerdo.

Los hechos pasados no perdonan jamás, forman la esencia del presente y el sobresalto del mañana, nunca se llega demasiado lejos para olvidar, basta un gesto, un débil ademán una palabra o un río, para ser débil espectador pasivo, de la actividad de ayer.

El Genimeni arrancó suspiros de ausencia, se subió de golpe a la grupa del caballo, trepó por la espalda de Aquiles y se clavó como espina en su cabeza. Él el baqueano del río, el hombre que conocía su cauce, el que guiaba los vehículos por las partes asequibles: huyó y se perdió en la pampa, la cual lo traga todo. El viento ahí se perdió para siempre y gira enfurecido, como buscando un bosque para saltar de rama en rama.

Lejos, donde el lago y el Genimeni se unían, en donde el coirón era más blando y más húmedo, donde los avestruces retozaban en los rojos atardeceres, ahí donde el lodo todo lo cubría, Aquiles había vivido y soñado, soñado más que vivido, su espíritu como un flamenco patagónico, se alzaba con ansias hacia los cielos.

El río, desde pequeño lo atrajo como un húmedo imán, nunca antes existió hermandad alguna entre un cauce y un hombre.

El Genimeni, era imposible a los puentes, los caminos nacían y morían en sus orillas. Los piños, las carretas, todo el afán del transporte, estaban consignados a la diestra intuición de Aquiles: el baqueano del río, que desde el amanecer recorría los vados, como queriendo amasarlos, para hacerlos más suaves y blandos a los animales y los hombres.

Aquiles y el río, el río y Aquiles como si fueran un solo círculo. Siempre ha de buscarse la circunferencia para alargar la huella, para que el paso sea alegre y distraído; aquel que no trace círculos en su camino, llegará más lejos sin haber vivido.

Aquiles y el río, se hermanan se juntan, se conocen y se respetan; quien mejor que el baqueano, en ese gran temporal para velar en la noche el cauce de las aguas, los hombres del poblado dormían tranquilos, sin temor de una fatal crecida; Aquiles les avisaría y ellos huirían a las partes altas.

Los ojos de Aquiles permanecieron atentos, nunca su río había sido tan sonoro, tan rápido, le miraba extasiado, como si fuese creación suya, su mente se desarticuló, ahora las aguas le parecían un piño de blancas ovejas, su rebaño, el que nunca tendría.

Las aguas crecieron rápidas, Aquiles sentía que cada minuto su rebaño se multiplicaba. ¡Pobre Aquiles!, el duende de las aguas le tenía atrapado, le confundía, embelezándole. Por muchos años el duende fue su esclavo, él conocía sus secretos y desplazaba las tragedias, de las que el duende se nutría.

Al amanecer, su hermoso rebaño comenzó a esfumarse, dolorosamente se hizo la luz, la fantasía le tuvo sujeto toda la noche, contando imaginarias ovejas. Corrió enloquecido, incluso gritó: ¡El río!, ¡El río!, y después calló, lloró y huyó para siempre llevando todo el dolor del mundo, de su patagónico mundo enlodado y silencioso, ya sin vida. El río se cansó de morir solo, y arrasó con el poblado del lago.

Aquiles se desvió de ese río semejante, penetró ciego en la pampa, sin rumbo. Su figura se fue desdibujando, sus contornos fueron haciéndose borrosos. El viento siguió girando, lejanos atardeceres vibraron en el aire. El viento parecía llamarle: ¡Aquiles!, ¡Aquiles!, su figura desapareció totalmente, y el viento seguía llamándole, buscando un bosque para saltar de rama en rama.

Algunos hombres, como barcos viejos, desaparecen, arrastrando otoños. Los amaneceres se hacen cada vez más lejanos e inciertos. El coirón, el río y el viento fueron juntándose hasta cubrir al hombre: al baqueano del río.


Texto agregado el 02-10-2008, y leído por 139 visitantes. (0 votos)


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