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El ojo de la aguja
1
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
3
El OJO de la AGUJA
¿Clonar a Cristo?
Omar G. Barsotti
Ediciones Pueblos del Sur
Omar Barsotti
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Barsotti, Omar G.
El ojo de la aguja - 1a ed. - Rosario: Pueblos del Sur, 2007. 400 p.
21x15 cm.
ISBN 978-987-21422-3-0
1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título
CDD A863
Fecha de catalogación: 25/10/2007
Ediciones Pueblos del Sur, 2007
Entre Ríos 590 2° A - Rosario - Santa Fe - R. Argentina
Tel. (0341) 424-0229/Cel. (0341) 156 500946
E-mail: luismain@yahoo.com.ar
Ninguna parte de esta publicación puede reproducirse, almacenarse, transmitirse
en forma alguna, ni por medio alguno, sea éste eléctrico, químico, mecánico,
óptico de grabación o de fotocopia, sin previa autorización escrita por parte de la
Editorial.
Diseño de tapa: Ana Carolina Barsotti
Diseño Interior: Laura Ruiz, Tecnograf
Esta 1° Edición de 200 ejemplares se terminó de imprimir en... el
El ojo de la aguja
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EL OJO DE LA AGUJA
e Informe sobre Adversos
“Un hombre que no haya comprendido que espíritu y materia, alma y
cuerpo, pensamiento y extensión... son necesarios ingredientes del universo... y
que ambos... pueden ser condierados... en la unidad, como las representaciones
de Dios... podría muy bien dedicar sus días a la charla ociosa”
“El hombre está emparentado con la creación... Todo ser es un tono,
una modificación en una poderosa armonía...”
Joham Wolfgang Goethe
...a la paciencia de los amigos...
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
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INDICE
PARTE I. Una cita no deseada
Génesis ............................................................................................Pag. 13
Cap 1 ............................................................................................... Pag. 15
Cap. 2 ............................................................................................... Pag. 25
Cap. 3 ............................................................................................... Pag. 33
Cap. 4 ............................................................................................... Pag. 47
PARTE II. Inquietantes opciones
Cap. 5..............................................................................................Pag. 59
Cap. 6..............................................................................................Pag. 75
PARTE III. Temporada de caza
Cap. 7.............................................................................................Pag. 83
Cap. 8.............................................................................................Pag. 97
Cap. 9............................................................................................Pag. 105
Cap. l0 .............................................................................................Pag.109
Cap.11 .............................................................................................Pag.117
Cap.12 .............................................................................................Pag.135
PARTE IV. Revelando misterios
Cap. 13............................................................................................Pag.14 3
Cap. 14...........................................................................................Pag. 157
Omar Barsotti
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Cap. 15...........................................................................................Pag. 161
Cap. 16...........................................................................................Pag. 169
Cap. 17...........................................................................................Pag. 173
Cap. 18...........................................................................................Pag. 179
Cap. 19...........................................................................................Pag. 185
PARTE V – Epifanía de Juan el Mensajero
Cap. 20...........................................................................................Pag. 199
Cap. 21...........................................................................................Pag. 203
Cap. 22...........................................................................................Pag. 217
Cap.23 ............................................................................................Pag. 229
Cap.24 ............................................................................................Pag. 235
Cap.25 ............................................................................................Pag. 249
Cap.26 ............................................................................................Pag. 259
Cap. 27...........................................................................................Pag. 271
PARTE VI. El Ojo de la Aguja
Cap. 28...........................................................................................Pag. 287
Cap.29 ............................................................................................Pag. 301
Cap.30 ............................................................................................Pag. 309
PARTE VII. César y Cristo
Cap.31 ............................................................................................Pag. 319
Cap.32 ............................................................................................Pag. 329
Cap.33 ............................................................................................Pag. 339
PARTE VIII. Epílogo con el Demonio
Cap.34 ............................................................................................Pag. 355
Cap.35 ............................................................................................Pag. 359
El ojo de la aguja
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Cap.36 ............................................................................................Pag. 371
Cap.37 ............................................................................................Pag. 377
APENDICE. Informe Sobre Adversos
Cap.38 ............................................................................................Pag. 387
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PARTE I
UNA CITA NO DESEADA
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GENESIS
Caminaban el laberinto de la tierra sin el conocimiento de donde venían
ni adonde iban. Caminaban tras el alimento, caminaban siguiendo el sol o
huyendo de él, en busca del agua o eludiendo su furia, huyendo de sus
semejantes o tras su pista, hermanados con el resto de los seres vivos en un
mismo impulso de vivir, sujetos a las fuerzas oscuras del instinto y el
incomprensible funcionamiento de la carne, sin noción del mañana ni del
acá y del allá, en una geografía que era tan sólo la del instante en que la
pisaban a la vista del horizonte huidizo y un cielo mudo cuyos cambios
esperaban pero no cuestionaban.
Poblaron las selvas generosas y feroces, los ríos dulces y amistosos, las
cálidas playas asomadas a mares infinitos, las oscuras cavernas uterinas donde
el sueño se acuesta seguro, las duras faldas de las montañas enhiestas de
aristas y misteriosas grietas que recorren los picos sin dirección ni concierto.
Caminaron y poblaron sin proponérselo, despreocupados del transcurrir
de las cosas. Entonces, interiormente, algo les ocurrió. En un pliegue recóndito
de la carne se movió una partícula, se desplazó una fina fibra del tejido de
que estaban compuestos. La rueda de la existencia los golpeó con las duras
aristas del deseo, las contrariedades, las decepciones y la ira de lo imposible.
El movimiento ya no vagaba libre y despreocupadamente a su alrededor,
sino que los envolvía y los comprometía dificultando la sencilla satisfacción
de estar vivo.
Sin darse cuenta y aunque se dieran cuenta sin saber porqué, en esa curva
del tiempo cambiaron. Dejaron atrás el feliz sopor de la ignorancia y ya no
encontraron la fácil felicidad en el alimento y el agua, ni el dulce éxtasis del
acoplamiento. Conocieron el yo y los otros y con esto, el miedo y el odio. Se
atormentaron con las flamantes dudas, quisieron entender y forzar a los demás
a que entendieran y obtuvieron más dudas y violencia.
El horizonte los inquietó con promesas, fantasías y temibles amenazas.
Ansiosos comenzaron a mirarse mutuamente consultando el motivo de sus
angustias y un áspero sentimiento de soledad les embargó. Aprendieron a
cantar. Aprendieron a llorar.
Estaban solos, sin saber qué eran, ni para qué eran, ni de dónde. Se
descubrieron en la mitad de un camino por el que transitaban sin destino.
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Constataron la realidad de la muerte y no la entendieron ni aceptaron. Se
asomaron al vértigo de la nada y la negaron.
Indagaron y no encontraron respuestas con lo que la soledad se profundizó,
se tornó dolorosa, insoportable, injusta, gratuita. Violentados por un castigo
sin causa consultaron a la naturaleza y a los cielos y, sin otro consuelo, tuvieron
que inventarse un comienzo y un fin. Crearon inconscientemente una historia
que justificara su presencia. Generaron su propio génesis. Inventaron seres
superiores y los simularon de madera, de barro y de piedra, y la divinidad les
escupió al rostro el terrorífico conocimiento de sus demonios. Y, entonces,
tuvieron el bien y el mal y la maldición de la opción. Se les extinguieron los
últimos restos de la inocencia y se miraron con desconfianza.
Inquietos, en la búsqueda de algo distinto, comenzaron a andar hacia los
horizontes y las aguas desconocidas. Cruzaron montañas, desiertos y mares,
indagando sobre las razones de sus orígenes. Al fin, instalaron el infinito, la
verdad y la mentira, el ser y el no ser y miraron hacia el cielo sobre el que
descansaron sus últimas esperanzas, pero el cielo, mudo, incierto y cruel sólo
les respondió reflejando sus propias imágenes desfiguradas por la mueca de
la incertidumbre... Ahora sí, estaban en el laberinto de la vida.
El ojo de la aguja
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Capítulo 1
Una intrusión, una enigmática irrupción en su mundo excluyente.
Rezongando, empujó con saña la puerta del automóvil, haciéndola sonar con
un estampido en el casi vacío estacionamiento. Una bandada de palomas se
alzó desde las azoteas en un remolino que rodando sobre sí mismo, se perdió
en la oscuridad.
El Dr. Daniel Stupk elevó una mirada malhumorada al cielo aún estrellado
con apenas un destello rojizo. Una huella avanzada del próximo día, hermosa
pero condenada a opacarse devorada por la creciente nube de smog. El
pronóstico de un cielo sucio y enfermizo le brindó nuevos motivos para
renegar.
Avanzó a buen paso hacia el acceso más cercano. Antes de transponerlo
se detuvo bruscamente, girando como si fuera a rehacer el camino andado.
Dándose un respiro paseó la mirada por el entorno para disimular su
vergonzosa indecisión.
Desde el este la brisa, barre copos de niebla que navegan, suavemente,
sobre un improbable paisaje de verde arboleda y gris cemento, abandonando
en los pinos rastros de iridiscente gotas de rocío como adornos navideños.
Difícil que descubriera alguna belleza en el espectáculo. Más bien era
proclive a prestar su fastidiada atención sobre la autopista, en la que las luces
de autos de juguete serpentean y centellean histéricamente, incorporándose
al hormiguero de la ciudad. O, también, para mayor desasosiego, oír, en una
ráfaga de viento, aquel sordo ronquido, como de olas, estirándose para
hundirse abruptamente en un transitorio lago de calma. Quedó pendiente de
la repetición de la monstruosa diástole y sístole de la gran ciudad, brotando y
agostándose en el estertor de una fallida agonía.
Vaciló. No estaba actuando con juicio. Entraría, pese a que no lo deseaba.
Entonces, ¿a qué seguir con esta protesta carente de testigos y, totalmente
fútil? Por cierto, una niñería tan solo válida para ese incómodo interlocutor
interno que le abrasa la mente con preguntas sin respuestas y respuestas
indeseadas; inconexas y carentes de todo propósito, como no sea mantener
en ascuas el remanente de furia que renace cuando, forzado por circunstancias
ajenas a su voluntad, se interrumpe el penoso devenir de sus cavilaciones.
Una constante e inútil indagación del pasado que convive aún durante sus
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estudios, sus investigaciones o en la cátedra. Un bonito cuadro esquizoide, se
autodiagnóstico con disgusto.
Y hoy no era diferente, aunque sí, como desde hacía tiempo acompañadas
por el ingrato sentimiento de andar obsesivamente una senda que parece a
una condena a la que no sabe, no quiere o no puede abandonar temiendo
que solo reste un angustioso vacío sin sentido. Suspiró resignado. Seguía sin
dominarse. Aquellos embates del pasado se instalan completos, terminados,
no como recuerdos, sino como sustitución completa del presente en cuyo
final sobreviene una enorme pena en el centro de la cual está su padre.
Se movió hacia la entrada. El Dr. Daniel Stupck carece de conciencia de
su incongruente apariencia con la imagen de un científico o un académico, ni
del sobresalto que produce en quienes, desprevenidos, lo enfrentan. En efecto,
su figura alta y algo robusta se presenta al observador como la de un luchador
a punto de embestir. Junto al ceño severo y casi feroz, es parte de las murallas,
escollos y argucias deliberadamente practicadas, pulidas y perfeccionadas,
durante toda una vida, para evitar que la gente llegara a él. ¡Ah! y así ignorarlos
y demostrar que los ignoraba, satisfecho de que lo supieran. Y aún más: para
comprobar que el andamiaje elaborado desde su adolescencia para no
necesitar, no depender, no pedir tregua, no transar y mantener ardiente su
permanente lidia con el mundo, aún funciona.
Avanzó rezongando, cicateado por la adicional sensación de haber dejado
una tarea inconclusa u olvidado un compromiso, con lo que su furor se
multiplicaba ante la certeza de que perdía su tiempo.
Con ese aspecto enfrentó la todavía desierta galería de ingreso al hall
central. El Aeropuerto estaba aún dormido, entre el sueño y la vigilia, como
un hombre que se niega a enfrentar el nuevo día. A sus pies se perfiló una
larga caverna con brillos escasos que pendían de los techos y reflejaban en
los pisos galaxias inmóviles, surcadas por sombras que huían a su atención.
Se sentía al borde de la sima de un profundo tubo acuático, levemente verdoso,
que, viéndolo desde su perspectiva atrabiliaria podría llegar a infundir pánico.
Dos inocentes maestranzas, abocados a las tareas de limpieza,
interrumpieron su ocupación para librarle el camino de sus trastos ante el
temor de que aquella aparición se los llevara por delante. Daniel los sobrepasó
sin prestarles atención.
Era un horario improbable para la actividad del aeropuerto. Un intermedio
breve, en que las sorprendentes máquinas aéreas revelan su naturaleza timorata.
Los aviones son aves diurnas; únicamente obligados vuelan de noche.
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Engarzados en el cielo estrellado, se llaman unos a otros inquiriendo ansiosos
por el nido. Esta es una hora antinatural, dedujo, para viajar, para venir o para
ir o para esperar o para cualquier mierda de cosa que quieran conmigo.
El silencio se acentuaba por un rumor ominoso insertado en el espacio
carente de presencia humana, salvo ocasionales sombras furtivas deslizándose
con el trote de ratones aterrados, en busca de los ángulos más oscuros.
Por un ingreso lateral compareció una pareja dubitativa, consultándose
con palabras murmuradas. No había temor en ellos, solo desorientación
confortada por una absoluta confianza de uno en el otro; ella apretando la
mano de él contra su pecho como si quisiera reprimir los latidos sobresaltados
de su corazón, él prestándole el hombro para refugiarla. Una pareja que se
ama, pensó, y en un relámpago su mente proyectó una escena similar, en una
remota ciudad de su Polonia natal: Un hombre y una mujer, los dos jóvenes,
atisbados desde el interior de una panadería por un niño muy pequeño. Se
abrazaban felices de encontrarse, diciéndose cosas íntimas con los ojos. De
pronto, las figuras son cubiertas por un camión del ejército de ocupación que
unos segundos después arranca con un crujir de engranajes. Los jóvenes ya
no están ahí y él, el niño, se aferra a la tibia mano de su padre ante aquella
extinción sin sentido. Por unos latidos temió demencialmente que aquello se
repitiera. Se sacudió el pánico del pasado y apuró el paso hacia el dudoso
amparo del sector de espera, dispuesto a abandonar la cita si se producía
cualquier demora. Sí, así haría, se prometió, poniendo sus esperanzas en un
retraso. Se sentó.
Algo le tapó la visión. No algo, sino alguien. Corporizado de la nada sus
ojos se estancaban sobre él. Portaba un traje, no lo vestía, y denotaba no
estar acostumbrado, como así tampoco a los zapatos negros, finos, rígidos,
que amenazaban pisarle. A su pesar sobresaltado levantó la vista.
El intruso, presumiendo lo sucedido reaccionó con simpatía:
- El Dr. Stupck, supongo -sonrío dubitativo, pero con desenfado.
- El Sr. Stanley, supongo -chanceó Stupck empleando esa ironía carente
de humor que manifiesta cuando lo fastidian.
La figura perdió rigidez y una sonrisa de disculpa corrió desde la boca
hasta los ojos. Levantó ambos hombros a modo de disculpa, arrastrando en
el movimiento las manos cargadas.
- Lo lamento -explicó desolado-. No quise incomodarlo, es que por un
momento dudé si usted era usted.
- Pues lo soy todavía -le costaba controlarse. Indicó bruscamente el asiento
a su lado.
- Mi nombre es Damico, Angelo Damico –ahora parecía muy desvalido e
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intimidado aunque respondió a la chanza agregando:
- ...y no soy un periodista inglés en busca de un explorador perdido, sino
un simple enviado de Monseñor Iván.
Stupcks intentó contemporizar con una frase de circunstancia. Luego,
observándole, pensó: Es muy joven. Exhibía la vitalidad que a los cuarenta
se disimula. Aún podía verse que no temía lucir fuera de lugar al estirar las
piernas y esbozar un corto elongamiento. No estaba dominado por la reserva
que invade a los hombres cuando se piensan maduros. Luego, percibió el
maletín metálico blandido por la mano derecha y un bolso de cuero deforme
y vaqueteado en la otra.
- Me tranquiliza que haya podido venir, Dr. - No sé.-dudó un instante y
señalando hacia un lugar incierto propuso con deferencia: ¿quizá prefiera ir a
tomar un café?
Pero a Stupcks aún le resultaba ofensiva la forma en que el joven lo estudiara
antes de hablarle y, mucho más, las breves interrupciones en que su mirada se
enfriaba para atisbar los alrededores con suspicacia.
Se deprimió. La empatía de Damico era fuerte, pero en alguna forma
forzada, ensayada... quizá hecha a su medida. El no se merecía ser estudiado
como un espécimen a punto de ser sometido a una vivisección. Había acudido
a un llamado que no podía desoír. Debía satisfacer, en lo posible, lo que se le
pidiera, pero nada lo obligaba a dejarse tratar como la víctima ingenua de un
estafador.
- No. Vamos al asunto -ordenó cortante, decidido a retomar la iniciativa.
Damico consintió con seriedad. El bolso yacía abandonado a su lado y el
maletín descansaba junto a sus pies y si bien éstos no lo tocaban Stupcks
pensó que lo guardaban, marcando límites y posesión.
- Le hago llegar el afecto de Monseñor. El permanecerá en Europa unos
días más, yo me he adelantado. Recién desembarco - señaló vagamente hacia
el amplio territorio de las pistas - Afirma que usted puede prestar determinados
servicios técnicos -sonriendo continuó: Monseñor Iván le pide disculpas por
las molestias y la forma de convocarlo. Le ruega que no me pida explicaciones,
las tendrá a la brevedad de él mismo.
Los recuerdos le invadieron nuevamente en esa forma involuntaria y
relampagueante que lo abstraía del presente...
Monseñor no era todavía Monseñor, sino un cura muy joven pero
decididamente avezado en lo que era en ese momento su principal misión:
conducir a sus protegidos a Italia a través de la Europa ocupada antes de que
el demente mundo se desplomara sobre sus cabezas. Su padre había asumido
el papel de un sirviente silencioso y leal, y él, un niño de cinco años, era,
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supuestamente, un huérfano recogido por el cura.
Marchaba de la mano de éste, mientras su padre, detrás, lidiaba con valijas
y bultos tratando de poner buena cara a los empellones y gritos de los guardias
nazis, empecinados con poco éxito, en poner orden en el caos. Recordaba
innumerables estaciones de tren plagadas de iguales grupos familiares que
no sabían bien hacia donde iban o adonde las arrastraban encontrando
consuelo en moverse. Él vivía la aventura y en su inocencia le divertía el
curioso papel asumido por su padre.
Todavía el terror era una entelequia, una anécdota poco creíble que se
transmitía de refugiado en refugiado pero no tomaba cuerpo más allá de los
empujones, los improperios y cierto aire de emergencia de película muda.
Aún no había escombros en las calles ni sirenas en el aire, la mayoría de los
comercios estaban abiertos aunque escaseaba la mercadería, y los campesinos
se allegaban a las ciudades para establecer espontáneos mercados al aire libre
ofertando alimentos arrancados apresuradamente a la tierra.
Su madre había quedado atrás, quebrantada y luego muerta, y
obligadamente olvidada, porque recordarla era verla morir una y otra vez.
Ahora el eminente científico Goldman cuyo apellido había sido sustituido
por el de Stupck, esperaba un nuevo comienzo, para él y para su hijo y también
para sus conocimientos atesorados, y rescatados del apetito de la delirante
invasión bárbara.
Se sacudió mentalmente, empujándose a la realidad entre las oleadas
mareantes de fragmentos del pasado para encontrarse con la mirada curiosa
de su interlocutor.
- Dr... no sé si me escuchó –inquirió Damico algo azorado.
- Damico –respondió Stupck, masticando las palabras-. Estoy aquí porque
me llegó una señal que mi padre y Monseñor convinieron hace tantos años
que, confieso, sólo por milagro pude recordar. Hace un tiempo que no veo a
ese cura loco, pero nos hemos escrito muy a menudo. Francamente, una
llamada telefónica era más práctico que este encuentro funambulesco.
Damico asintió con paciencia. Apretó sus manos e inclinó la cabeza sobre
ellas:
- Monseñor me advirtió de que quizá Ud. no comprendiera, dadas las
circunstancias. Pero, repito, le pide que tan sólo siga las instrucciones que le
transmite y que se encuentran en este maletín que debía ser entregado sin
demora, en mano y sin otros intermediarios -señaló la valija metálica con un
gesto de la cabeza, no sin antes constatar que nadie les observaba.
Stupcks le escuchaba como entre sueños. Los gestos, la cadencia, la forma
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de inclinar la cabeza, no el léxico pero si el tono. ¡Dios mío!, se dijo, es un
cura. Es un cura disfrazado. Su interlocutor, ajeno al escrutinio, proseguía en
tono persuasivo:
- Es sólo un servicio, Dr. Stupck. Algo relacionado con su profesión y sus
investigaciones y las facilidades que dispone en sus propios laboratorios, en
la Universidad y en las Empresas a las que asesora. Ud. tiene todos los
elementos, tiene la información y, sobre todo, tiene la capacidad. Única... por
cierto... según dicen los que conocen la disciplina.
Stupcks se sintió halagado y mal predispuesto. Captaba que el halago no
era intencionado, pero se avergonzó porque le gustaba.
- Bien, hombre -interrumpió agriamente- ¡lárguelo de una vez!
Damico asintió, sosegado: - Ahí -dijo señalando el maletín metálico–
acondicionados en recipientes especiales hallará trozos de tela con muy
antiguas manchas de sangre y probablemente restos de tejido humano. Es
preciso determinar el código genético de los restos y comunicárnoslo con la
máxima discreción en la forma que más adelante le indicaremos.
- Vaya por... -se interrumpió con una mirada feroz: ¿Quién les dijo a Uds.,
que eso, de ser posible, es tan fácil? Monseñor debe haber estado leyendo
demasiada literatura de divulgación científica, o ciencia ficción. ¡Demonios!
Sin conmoverse Damico adujo con súbita gravedad:
- Se hace. Es posible, usted lo sabe, yo también.
Se expresó seguro y con la silente determinación de discutir el asunto a
fondo si el Dr. lo hiciere necesario.
Stupck lo observó amoscado.
- ¿Es que acaso eso -dijo señalando el portafolios con aire displicentetiene
algo que ver con un delito?
Damico se le quedó mirando por unos segundos con ese gesto enigmático
que parecía un tic.
- Fue un delito, un antiguo crimen que la policía nunca investigó ni
investigará. No se verá usted comprometido en nada. Es todo lo que puedo
decir. Comprenda, estamos intentado pasar desapercibidos.
El tono final se oyó gélido y terminante.
- ¿Desapercibidos a quién? -inquirió Stupck con un punto de ira.
- Se le explicará a su tiempo.
- ¿Quién es Ud. Damico?
- Un mensajero de Monseñor.
- Lo dice como si dijera que es un mensajero de Dios.
- Quizá lo sea Dr.
Sonrió, restando solemnidad a sus palabras. Le miró a los ojos y en un
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solo movimiento le puso el maletín en la mano.
Se alejó velozmente. Parecía deslizarse en la helada superficie de un lago.
El Dr. Stupck levantó la mano lentamente y miró el maletín como si fuera a
estallar. Tuvo intenciones de abrirlo, pero ya había movimientos a su alrededor
y aunque no sabía por qué, optó por esperar. Unos metros, a su derecha, un
hombre se detuvo a encender un cigarrillo y, le pareció, para observarle.
Otro, poco más allá, desplegó un diario hasta taparse el rostro.
Por Dios, -murmuró– Ahora, el paranoico soy yo.
Inevitable, la idea volvía a su mente: Si en Europa Goldman era buscado
para explotar su talento y convertirlo en fuente de poder, más tarde en Chile
sería excluido para evitar que esos mismos conocimientos fueran un estorbo
para el poder de la casta dominante: Fue una ejecución. Daniel no sabría
explicarla. Sólo esa insidiosa negación de la existencia del Dr.Goldman.
Ninguna consulta, ni una pregunta, ni tan siquiera una oposición. Nadie que
señalara que hacer o no. Nadie jamás expresó disidencias con sus teorías, ni
tampoco se molestó en escucharlas. Y ese nadie, esa abstracta inexistencia,
era total, sin excepciones e inapelable. No era tan siquiera una conspiración
para combatirlo, negarlo o excluirlo. No la necesitaban... Nada, simplemente
nada, así de exacto, perfecto e inalterable. Una negación nunca expresada,
jamás explicitada, solamente calma y monótona.
Daniel creció viendo a su padre marchitarse lentamente, como una planta
carente de agua, consumiendo sus últimas reservas e intentando, a toda costa
adherirse a un motivo que le hiciera posible la existencia. Al fin se rindió.
Aquel Goldman que había sido distinguido con la amistad de los Huxley y
era parte fundamental del grupo de audaces celebridades que motorizaron el
nuevo ciclo de la ciencia biológica experimental cuyo epígono, en Europa,
fue el Instituto de Biología Experimental de Viena, se transformó en un
provinciano profesor de biología que predicaba los comienzos de la vida en
los preceptos bíblicos convencido que la vida animal se reducía a los
especimenes del Arca de Noe.
El establishment académico local se dio por satisfecho. Goldman no era
más que ellos, apenas restaba un profesor que se atenía a los libros de texto.
Si Monseñor, al conseguirle una modesta colocación de profesor
universitario, confió en que las excelencias de Goldman serían inevitablemente
apreciadas, se equivocó fatalmente. Por el contrario, toda la lucidez y genialidad
del sabio obraron como un detonante del temor y la envidia. No había contado
con la intolerancia de los mediocres. El sosiego de la ignorancia es peor que
la crueldad de los fanáticos.
Omar Barsotti
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Al fin su cátedra fue limitada a impartir trivialidades a un alumnado sin
pretensiones cuyo destino estaba predeterminado por la influencia de sus
padres o su ubicación social, o si eran lo suficientemente atrayentes y listos,
vendiendo la bragueta. Debían solo cumplir con el protocolo. Si un alma
despierta y curiosa intentaba obtener algo más, de inmediato era conminado
a evitarlo.
Pero Stupcks sabía que era injusto con su padre. Goldman concentró sus
despreciadas energías didácticas en su hijo. A los doce años Stupcks sabía
más de biología que cualquier médico local y a los quince podía, si se lo
hubiera permitido su padre y existiera interés por escucharle, disertar sobre
la nueva teoría de la herencia con la misma solvencia de su progenitor, y aún
mejor, porque él conservaba la pasión que aquel había extraviado Y mientras
él crecía de la savia de su padre no podía dejar de inculparlo por su derrota,
hasta comprender que ese era el sistema: masas de burócratas del
conocimiento, aferrados a las viejas formas y modelos porque de eso
dependían sus salarios y porque no querían ofender a la autoridad, ni sentirse
atribulados por la silente amenaza de quienes se escudaban en el orden
establecido para retardar cualquier progreso de la ciencia que pusiera en
evidencia su ignorancia y les restara predominio. Gente que vivía de lo hecho,
pequeños parásitos, que se alimentaban de grandes montículos de carroña,
aterrados por que se les terminara. Familias enteras, generaciones, clase sociales
completas fagocitando los cadáveres descompuestos de monstruos de fantasía
que apenas se diferenciaban desde la Edad Media. Primero los odió, luego
entendió sin perdonarlos y por último resolvió ignorarlos.
Su salida fue un compromiso a medias. Se daba en la enseñanza y en la
investigación, pero, sistemáticamente, evitaba compromisos sociales,
reservándose el control de sus afectos. Podía hacerlo. El mundo era otro La
opción de su padre era claudicar o ser un exiliado que arrastra a su hijo a una
vida de penurias y desesperanza. Él no tuvo esa responsabilidad. Todo su
conocimiento estaba en su mente y en los cientos de publicaciones que por
todo el mundo probaban universalmente su capacidad.
Una sola persona, además de su padre, previó sus potencialidades. Alguien
que lo había seguido como un ángel guardián y ahora le pedía algo que él no
podía negarle. Monseñor no deliraba, el trabajo podía hacerse. Lo admitió.
Al menos así sabría que pretendía hacer.
Como siempre, se sorprendió al darse cuenta donde estaba. Le fascinaba
como su cuerpo funcionaba automáticamente mientras su mente navegaba
en el cieno de los recuerdos. Tenía en la mano derecha el maletín que recibiera
El ojo de la aguja
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de Damico y, parado frente a una de las mesas de acero inoxidable de su
laboratorio en la Universidad, no recordaba haber contestado el saludo de
los guardias de turno.
Se sintió un poco ridículo imaginándose con su andar de coyote cruzando
los pasillos entre alumnos y profesores, con su mente hundida en el recuerdo.
Revivió una oportunidad en que enfrentó un espejo en el hall principal y
sorprendió la imagen de un rostro crispado de ira que le observaba fijamente;
su propia cara, la cara con que todos le habían visto pasar sin saludar y sin
ver. Hoy debió haber sido igual... No tenía interés en evitarlo y eso siempre
que pudiera. Esa era su expresión, pues ese era su espíritu. Ridículo, sí, sin
duda, y hasta cómico, pero útil para no ser molestado ni ser arrastrado al
terreno equívoco de la gentileza.
Había logrado la antipatía pero no el desdén, imponiendo las distancias
físicas e intelectuales para tan solo comunicarse. Nunca entrar en comunión.
Abrió el maletín. Sus gestos bruscos cambiaron a lo armonioso de una
máquina finamente regulada. En un instante el contenido se encontraba
depositado en orden y seguro: un tubo de vidrio templado, muy grueso y dos
tapas de acero inoxidable ajustadas a los extremos. Las aflojó con destreza y
comprobó que desenroscaban sin esfuerzo gracias al oportuno sello de teflón.
Se calzó los guantes de goma y cayó en la cuenta de que se había puesto el
guardapolvo y la cofia. Ahora el barbijo. Las puertas estaban debidamente
cerradas. El acondicionador encendido y, aparte del leve silbido del aire en
los forzadores de los purificadores, un silencio sepulcral. Su silencio preferido.
Eligió un paño esterilizado en la autoclave, lo alisó y fijó a los lados de la
mesada. Recién, lentamente, extrajo cuatro trozos de tela de lino de trama
elaborada en tres por uno lo que registró con curiosidad. Un tejido antiguo
hecho en telar manual, con defectos, pero muy finamente terminado. Manchas
sepia y marrón se extendían en todas las muestras. Alargó el brazo de la
cámara e iluminó el conjunto y lo fotografió. Eran recortes muy prolijos,
partes distintas de una tela mayor, un muestreo. Un trabajo profesional, menos
mal, no le agradaba trabajar sobre una chapucería. El cura sabía lo que hacía.
Omar Barsotti
24
El ojo de la aguja
25
Capítulo 2
Avanzó por los pasillos mirando al frente y sin responder a los saludos.
Hasta que el Dr. Daniel Stupk se situaba en su oficina, en su laboratorio o
en la clase, generaba un deliberado rechazo. En los patios, o en el comedor
su aislamiento total y absoluto se apoyaba en el temor que todo ocasional
interlocutor tenía de quedar en ridículo, con la palabra en la boca y desdeñado
como un objeto molesto e inútil.
Si lo hacía a propósito para no perder tiempo o era el efecto de su natural
y antipático ego, o de una ilimitada soberbia, no había sido desentrañado. Lo
seguro era que en la enseñanza y la investigación era otra persona. De ahí
que nadie, gastara su tiempo en gentilezas o trivialidades. Las conversaciones
de conveniencia rebotaban inexorablemente y era probable que el causante
encontrara una dura mirada de reprobación. Los pelmazos no tenían lugar
en la vida del Dr. Pero esto era lo normal. Había días peores.
Y hoy era un día de esos. Furias repentinas, impaciencias ante consultas
necias, vano vagar por las dependencias del Instituto sin hacer caso de nadie
girando de un pasillo a otro sin destino, las clases abandonadas y las llamadas
telefónicas sin atender. Rodriguez Villar le veía pasar frente a su despacho,
una y otra vez, con el ritmo de una fiera enjaulada, y se preparaba para un día
pesado de profesores presentando quejas, ayudantes escaldados, citas
suspendidas y múltiples lamentos.
El Dr. levanta su muro, pensó con desasosiego, debo sacar la ambulancia
para juntar los heridos y contusos; con un suspiro y armado de paciencia se
puso una sonrisa en la cara y abandonó su cómodo bunker para dar lo mejor
de sí mismo, introducir cambios que contuviera a los más consternados y dar
un aspecto de orden al caos que el buen profesor provocaba sin piedad.
Pocas personas penetraban ese muro, uno era el rector. Stupck apreciaba
en él su sincera adhesión a los modos exigidos a su función. Aquel hombre
hacia lo que había que hacer sin ningún tipo de recato o vergüenza y pasaba
la vaselina, cada vez que era preciso, para beneficio de la institución. Era su
contraparte, había aceptado que la mayoría requería de aquel tratamiento y lo
empleaba ad libitum, satisfaciendo las apetencias de cualquier necio. Era,
según Stupck, un hipócrita sincero y profesional que manipula a las personas
que se ganaran ese trato porque era el único que les cabía. Irreprochable
Omar Barsotti
26
como administrador, difícil de sorprender y notablemente eficiente, aquella
habilidad la empleaba sin escrúpulos, aunque Stupck no ignoraba que,
secretamente, despreciaba a quienes eran sus víctimas. Rodriguez Villar, así
se llamaba el rector, había unido los comunes apellidos de sus padres para
disponer de un sello más linajudo y, bien conocía Stupck, que Edgardo
Rodriguez disfrutaba de la impostura y la usaba como un estilete en toda
ocasión que requería expresar prestigio. Edgard Rodriguez Villar era un actor
consumado, viviendo cotidianamente en el escenario de las vanidades,
disfrutando, con su carácter fumista, de los resultados de su actuación ante
un público de mequetrefes.
Combinaban bien, especialmente cuando se trataba de obtener fondos
para la Universidad y Edgar Rodriguez Villar lo exponía en el papel estelar de
científico loco, rol que Stupck representaba a la perfección.
Otro, que sintonizaba con su modo de ser era su ayudante de laboratorio.
En realidad Mansilla era un auxiliar cuyos orígenes pertenecían al pasado
remoto de la Universidad. Los más viejos lo reconocían y apreciaban, los
más nuevos, tarde o temprano, dependían de él para esa multitud de
pequeñeces que se transforman en grandes escollos en el momento menos
pensado. Era difícil organizar una clase sin que Don José Mansilla estuviera
en las menudencias y los prolegómenos. Con su aparente estolidez Mansilla
era completamente eficiente . A veces, causaba gracia ver a un profesor
impaciente que encontraba todo hecho justo cuando comenzaba su reclamos.
Entonces, Don José, deslizaba una mirada conmiserativa dejando en ridículo
al quejoso. Daniel estaba seguro que lo hacía a propósito y que, a su manera
calma y condescendiente, se divertía.
Con el tiempo Mansilla quedó adscrito a la persona de Stupck a quien
servía como ayudante en términos indefinidos y generales, pasando desde la
limpieza a la preparación de los equipos o los reactivos. Tenía ese sentido del
orden que desarrolla el buen personal doméstico y lo aplicaba para solventar
las dificultades que creaba el aparente errático funcionar del profesor. Los
alumnos aprendían pronto a apreciar su colaboración, y, sobre todo, su calma
manera de enfrentar las catástrofes y reinstalar el orden entre los escombros
generados por su jefe.
Había una sospecha y un mito alrededor de Mansilla. Muchos creían que
era un científico desertor, venido a menos por propia elección para encontrar
la paz en un papel secundario. Otros lo elevaban al rango de genio
desilusionado. Quizá simplemente el tiempo y la cotidianeidad imprimieran
en su personalidad la de todos los profesionales a quienes sirviera durante
innumerables años permitiéndole captar sus necesidades y sus tics y entender
El ojo de la aguja
27
la jerga y los códigos de sus disciplinas científicas. En opinión de Rodriguez
Villar, Mansilla podía dar una conferencia, sobre cualquier especialidad, con
la misma solvencia que el mejor de los profesores titulares, con la ventaja de
que se le entendería.
El Dr. Stupck no era precisamente un solitario pero su reconocida
genialidad le permitía darse el lujo de prescindir de la penosa carga de la
simulación y las formalidades. Su capacidad le había liberado tempranamente
de tener que defender su posición profesional a base de relaciones públicas,
sometimiento social y la franela que la vida académica impone a los
componentes de su corporación.
Sin embargo, tenía buenas y fundadas razones para respetar a muchos
colegas con los que mantenía una fluida relación epistolar y, en muchas
ocasiones, estables sociedades en estudios e investigaciones. Viajaba por el
mundo como quien pasea por su ciudad natal y brindaba sólidas y amenas
conferencias, cuando se le garantizaba un auditorio serio y atento. Publicaba
abundantemente sin retaceos ni egoísmo y eso le había atraído el sincero
agradecimiento de gran parte de la comunidad científica. Reconocía con
integridad cualidades y capacidades de sus colegas y, cuando polemizaba lo
hacía con altura y por algo que valiera la pena.
Su vida personal era un misterio no deliberado. Su ausencia del cotorreo
en la comunidad lo indemnizaba de pagar el tributo de ser un hombre público.
Pero había una vida personal, viejas amistades, viejos amores, antiguas
relaciones basadas en el respeto mutuo y el interés en cuestiones científicas
concretas.No se había casado porque no estaba seguro de que hubiera mujer
que aceptara su ritmo de vida y su profunda dedicación a la profesión. Más
atrás, había otro temor: el de generar un hijo. Totalmente pesimista con
respecto a la especie humana era reluctante a la idea de tener descendientes
para engrosar las filas de víctimas o victimarios. Se sentía cobarde por esto,
pero aunque, en algún momento, pensara en formar familia, terminaba
primando esa visión de una humanidad cruel, caótica y catastrófica que había
signado toda su niñez y su adolescencia, y confirmara en los comienzos de su
vida profesional. Para él, vivir era un constante riesgo, una aventura
descabellada sin final feliz, una ruleta rusa que el espíritu humano jugaba con
total inconsciencia, arrastrado por el impulso biológico de perpetuarse sin
otra razón que esperanzas totalmente injustificadas. No quería arrastrar a
nadie tras de sí a ese juego donde los dados destrozaban todo plan y hacían el
resultado aleatorio. De todas formas, ya era tarde. Además, pensaba a veces
de sí mismo que era un egoísta.
Sin embargo, a través de los años, los ajetreados amoríos del profesor
Omar Barsotti
28
habían dejado una relación fija y madura en la persona de una mujer
excepcional que fue capaz de comprender todo aquello y aceptar las
consecuencias sin quejarse por ello ni exigir absolutamente nada. Stupcks
había terminado por serle totalmente fiel y retribuir su compañía con un
amor sereno y sin destino. Ana no intentaba poseerlo ni acotarlo. Parecía
más una madre que una amante. Habían construido su relación a partir de un
mismo sentimiento de incomprensión sobre la existencia y su finalidad. Una
base férrea por su misma endeblez que, no obstante, incorporaba a la vida
doméstica de Daniel, paulatinamente, elementos cuya falta nunca notara, y
que, aunque jamás lo admitiría, estaban confiriéndole un perfil más civilizado.
También su relación con Rodriguez Villar y Mansilla era profunda. Aquellos
dos hombres respetaban su incómoda introspección y soportaban sus
tormentosas iras sin amilanarse, brindándole una paciencia que rayaba en la
amistad, sin imponer tributos, ni claudicación, ni intromisión en la vida personal
de cada uno. Ambos hombres habían ganado el respeto del genio porque,
como él, estaban incontaminados por el sistema del que, sin importarles, se
sentían excluidos por esa distinción que la corporación de los mediocres
impone sobre aquellos cuya libertad no entienden. Mansilla les ignoraba,
Rodriguez Villar los burlaba y Stupck los espantaba.
Daniel Stupck se había enclaustrado nuevamente en su laboratorio. El
rector había satisfecho el objetivo de sacarle del paso todo lo que pudiera
estorbarle. Una paz reconstruida y más o menos aceitada progresaba,
precariamente, en los claustros y laboratorios.
Rodriguez Villar sentía curiosidad, pero no era lo suficiente tonto o valiente
para preguntar. Algo se gestaba, y se sentía feliz a pesar del trabajo extra. Una
tormenta de tal magnitud solía traer buenas lluvias y cosechas de
descubrimientos y éxitos que incrementaban el marketing de la Universidad,
atraían donativos, nuevos alumnos y buenos dividendos. El Dr., era una
máquina que chispeaba, trepidaba y humeaba con un ruido infernal y algunos
lesionados, pero que producía bien y abundante. ¡Qué manera de vivir!: todo
el año en la camilla de parto. Se restregó las manos, ya vería la forma de
enterarse. Por ahora, que él trabaje que yo haré como que mando.
-Eh, eh. . Uds. ¿donde van?
Los tres estudiantes se detuvieron sorprendidos enfrentados por Rodriguez
Villar.
- Queremos hacerle una consulta al Dr. Stucpk – alegó uno presentando
como prueba unas carpetas.
-¿Y morir en el intento? Vamos, vamos, vuelvan el siglo que viene. El
horno no está para bollos, rajen ante que él los pesque y los viviseccione.
El ojo de la aguja
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¡Chauchones!
Veteranos, los estudiantes se hacen perdiz en un santiamén seguidos por
el rector arreándolos por el pasillo como si fueran gallinas entrometidas.
Cuando Damico se presentó en el Instituto no estaba muy seguro de lo
que le esperaba. El tono del Dr. en el teléfono sonaba al de un capo mafia
modelo Hollywood: Así que tendré que esperar. Linda idea,!eh¡ –un silencio
ponderablemente largo –¿Con quién se cree que esta tratando, muñeco?-
otro silencio ominoso- ¿Qué espera ganar con eso, Damico? ¿Por quién me
ha tomado? -culminó gruñendo- Póngase los pantalones, carajo, y véngase
volando para el Instituto. Ya me oirá. Hoy es el día de la verdad. –colgó.
Stupck se encontraba en su personal y exclusivo banquillo alto; inmóvil,
apenas parpadeando, acodado sobre el acero inoxidable y con las manos
sosteniendo una cara iracunda de mandíbulas apretadas y ojos clavados sobre
la pantalla del monitor.
El Rector guió a Damico indicándole silencio con el índice sobre los labios
y las cejas arqueadas en advertencia. Ambos llegaron junto a Stupck que
permaneció concentrado, ajeno a su presencia. Rodríguez Villar, con pasos
de gacela se alejó, y salió sin abandonar su actitud. Luego, rápidamente pegó
el oído a la puerta. Esta se abrió de golpe y el Dr. lo miró severamente.
Rodríguez Villar tomó la posición Nº 1 de dignidad ofendida y se alejó con
paso de rector.
- Así están las cosas –rezongó Stupck– hasta los amigos me espían.
Damico optó por un silencio respetuoso. El rostro de Stupck no daba
para inocentes comentarios formales.
- Bien, cura, por que sé que es un cura a pesar de ese traje de petimetre
que se ha comprado en Italia. -le espetó de rajatabla- Ya han pasado varios
largos y penosos días. Vea - señaló el monitor.
Damico observó un rato. Se mostró sorprendido.
- Bárbaro!, Dr. ha avanzado un montón.
Stupck resopló.
- ¡Montón! ¡Vaya vocablo para describir un trabajo de cien horas netas!
Damico, desconcertado, se le quedó mirando, sin saber que decir. ¿Aquel
loco había trabajado sin parar desde que le dieran el material?
- Lo siento. Ya veo. No creíamos que iría tan rápido.
- No se disculpe. ¿Entiende lo que ve ahí? –señaló el monitor
- Por supuesto, es extraordinario.
-¿Pero, en serio entiende o se piensa que es Cartoon Nextwork?
Dámico recorría las series, operando con solvencia la computadora.
Omar Barsotti
30
- Entiendo –respondió sin mirarlo y sin apartar la mirada del monitor.
Silbó por lo bajo.
- Me comentaron cómo trabajaba Ud. pero... estoy sorprendido. Lo felicito.
- No me felicite. Dígale a Monseñor que o hablamos o aquí mismo planto
el trabajo y tiro todo el material al excusado.
- Dr. No se excite.
- No me excito, ¡carajo! – respondió Daniel excitándose.- Ud. me prometió
que Monseñor hablaría conmigo y aclararía este asunto. Esas muestras son
más antiguas que Matusalén. Hay polen y otros restos de vegetales cientos de
años extinguidos. Salvo unos hilos que parecen más modernos y que se
encuentran en las zonas quemadas, el resto es un hilado hecho por alguien
que hoy debe ser una momia bastante anciana. ¿Qué es lo que me trajeron?
¿Tiene idea de lo que me está costando separar y discriminar todo lo que se
le pegó a esa tela en estos últimos siglos?
- No se lo puedo decir –se empacó Damico– Ya le expliqué que eso
depende de Monseñor.
- Vea Damico –comenzó Daniel peligrosamente paciente– No me jodan.
Monseñor merece mi mayor confianza, pero espero que yo merezca la de él.
Este trabajo está recién comenzado y, por suerte, muy bien encarado. Pero
no puedo seguir sino sé lo que estoy buscando y de qué se trata.
Se interrumpió por unos segundos, mirando a Damico quien no sabía
para donde tomar.
- Bien –agregó contemporizador el Dr.– Vamos con calma. Primero: Ud.
entiende algo de estas cosas?
- Sí, mucho.
- Modestamente, no?
- Sin ninguna modestia. Sé. De hecho, soy un colega. No tengo su genio
ni su imaginación -advirtió rápidamente. Pero sé lo que ha hecho, e imagino
como proseguirá.
Stupck le observó largamente. Un colega. Si, siempre le había parecido.
Al menos las muestras estaban bien tomadas y bien conservadas. Pero, ¿porqué
no hizo él el trabajo?
- ¿Porqué no hizo Ud. el trabajo, entonces? –preguntó, materializando su
pensamiento.
- Soy bueno, pero no soy lo que es Ud. Este es un trabajo que supera mi
nivel.
- Está mintiendo.
- Y lo voy a seguir haciendo si me sigue interrogando -estalló
inesperadamente Damico- ¿Es qué no entiende? Esto es muy importante
El ojo de la aguja
31
para Monseñor. Él quiere que lo haga Ud. Debe ser así para que funcione.
- Para que funcione qué?
- Pregúnteselo a Monseñor –culminó Damico, dirigiéndose hacia la puerta
con aire indignado.
- Bah! Y después me hablan de la caridad cristiana. Espero su mensaje
hasta mañana, colega.
Después hizo el universal ademán de tirar la cadena. Damico cerró con
un portazo que hizo tintinear la cristalería del laboratorio.
Stupck se quedó con una sonrisa feroz estampada en el rostro.
Omar Barsotti
32
El ojo de la aguja
33
Capítulo 3
Monseñor estaba viejo, pero en una forma singular. Un rostro cincelado
por el tiempo y el cuerpo ágil y gentil hacían una extraña combinación que la
fuerte simpatía del hombre evitaba que fuera incongruente. Congelada en el
día que le viera por primera vez, hacía ya casi 60 años, la imagen que tenía
Stupck del prelado no difería hoy de la del joven de apenas veinticinco que
les salvara, a él y a su padre, de la persecución nazi en su huida desde Polonia:
El mismo porte de dignidad y natural autoridad, la misma forma de avanzar
con una expresión en el cuerpo que parecía conducir a un abrazo, la mano
tendida con la absoluta certeza de que el saludo le sería aceptado, la manera
de honrar a su interlocutor poniéndolo en un pié de igualdad o, por el contrario,
la determinación para enfrentar la prepotencia de cualquier nivel con fría
calma y reprobación irrefutable. Era capaz, sin embargo, de enfurecerse frente
a la necedad, único vicio que le sacaba de las casillas y extraía de él una veta
de intolerancia y el más inflexible y cortante sarcasmo.
Desde que Daniel se convirtiera en un profesional se encontraban
frecuentemente, en el país o en el extranjero, disfrutando de la mutua
compañía. Anteriormente, cuando Stupck quedó huérfano, Monseñor se las
había arreglado para tenerlo lo más cerca posible, pese a sus múltiples
ocupaciones y viajes. Ahora hacia unos meses que no se veían, pero
continuaban una fluida correspondencia.
Para Daniel la imagen inicial de su protector se mantenía sin que el tiempo
la deteriorase. Era consciente del envejecimiento, por supuesto, pero
Monseñor era de esos hombres cuyos cuerpos no determinan su personalidad
sino a la inversa. Si hubiera sido pequeño y enjuto lo mismo reflejaría
imponencia, determinación y, muy por debajo de su gentileza, cierta ferocidad
moral. Estas características sorprendían, invariablemente, a los esbirros nazis
que se aproximaban a interrogarles. Monseñor nunca demostraba ni duda ni
temor y eso, frecuentemente, les salvó la vida.
Stupck era muy pequeño entonces pero captaba el instante en que, sin
pronunciar palabra, su mirada les recriminaba: ¿Cómo? ¿Es qué acaso
pretenden hacerme perder tiempo con sus sandeces?¿Es qué no saben quién
soy?Y ahí se detenía, recta la espalda, las cejas levantadas y las manos tomadas
atrás, sosteniendo sus miradas inquisitivas con la propia, no menos filosa.
Omar Barsotti
34
Jamás olvidaría cuando un sargento nazi, con desmaña, intentó dar
explicaciones exhibiendo su propia documentación en lugar de requerir las
de ellos. Y Monseñor no había abierto la boca.
Si Stupck tuviera que describir a Monseñor, el relato de esta anécdota
bastaría.
Y ahí estaba, tal cual, pero invitando a un abrazo inevitable, con los ojos
cercados por las arrugas de la sonrisa y la boca dulcemente plegada con la
satisfacción del reconocimiento; agradecido de tener a la vista a alguien muy
querido. No había interlocutor que no rindiera cualquier prevención ante ese
gesto.
El cura lo abrazó con firmeza. Luego, lo apartó sin soltarlo y lo miró
largamente a los ojos, asintiendo suavemente con la cabeza, satisfecho de lo
que veía. El genetista se sonrojó como un niño. Sentía bajo sus dedos los
fuertes músculos de Monseñor, siempre sorprendido de tanta vitalidad bajo
el manto y la invisible capa de autoridad.
Se separaron. Monseñor juntó las manos e inclinó la cabeza en una
reverencia casi oriental. Luego, tomándole de los hombros, lo guió hacia
unos sillones que rodeaban una mesilla con un servicio de té recién preparado.
Con un gesto lo invitó a sentarse, luego lo hizo él. Siempre sin dejar de
mirarle, escrutándolo, preguntando cosas con los ojos, sin pronunciar palabra.
Stupck se acomodó en el sillón y le devolvió la mirada con afecto pero sin
sometimiento. Tenía cosas que aclarar con aquel hombre y no planeaba dejarse
dominar por los sentimientos. Quería verdades, aún en el marco de las
emociones. Necesitaba respuestas, no seducción.
Monseñor en silencio acusó recibo del mensaje. Durante unos segundos
perdió su mirada en el piso, meditando sobre el propósito de aquel contacto
tan deseado y que, ahora, le parecía difícil. Estaba como a punto de tomar
una grave decisión, luchando entre su necesidad y urgencia y el respeto que
debía a su invitado. Veía a Stupck como a un hijo de quien requeriría un
sacrificio extremo. Batalló con alguna forma de introducción y luego ya estaba
hablando sobre el asunto sin espacio alguno entre la meditación y la palabra.
Lo hacía espontáneamente birlando a su oficio diplomático las artimañas
y los tapujos. Stupck se relajó. Apreciaba la renuncia de Monseñor a los
artificios de convicción.
Monseñor entró en tema brindando un dato insospechado. La Iglesia,
desde hacia más de seiscientos años acumulaba y procesaba, información
sobre la sociedad trascendiendo lo histórico y religioso, para incursionar en
lo sociológico y psicológico. Esta actividad se originó en observaciones de
un tal Lucas de York, monje franciscano, profesor del collegio de Oxford,
El ojo de la aguja
35
devenido investigador bajo la inspiración de Roberto Grosseteste, uno de los
primeros senior fellow del colegio. A su vez, Roger Bacon sorprendido ante
los notables estudios, cuyos resultados estaban fundados en datos
sistematizados en forma estadística en una época en que esa disciplina no
tenía antecedentes, lo apoyó con ideas y recursos.
Lucas estaba obsesionado por los fenómenos de posesión demoníaca y
brujería sobre los que existía literatura y documentación abundante y cuyas
manifestaciones eran generalmente ira y violencia injustificadas, intentos de
dominación por la fuerza y actos de desobediencia a toda autoridad, incluida
la familiar. Siguiendo los árboles genealógicos de los poseídos trazó
inquietantes curvas de crecimiento en familias enteras y, luego, en poblaciones
pequeñas y aisladas donde la endogamia era frecuente. Grosseteste, intrigado,
le autorizó a conformar un grupo estable para profundizar las investigaciones.
Sus seguidores, confirmando las hipótesis de Lucas, establecieron, sin lugar
a dudas, la herencia y el progreso del fenómeno.
Las autoridades eclesiásticas se alarmaron. Ya no enfrentaban los clásicos
y cíclicos procesos apocalípticos inducidos por profetas y falsos mesías, los
fenómenos de histeria colectiva muy comunes en los ámbitos religiosos o las
súbitas e inexplicables migraciones de campesinos ni los levantamientos del
proletariado explotado en las grandes ciudades, sino algo más parecido a una
silente e insidiosa epidemia, atribuida, acorde con sus creencias, a la acción
del Demonio.
Secretamente se conformaron equipos de investigación que abarcaban
todas las disciplinas que consideraron relacionadas. Funcionaban en base a
un acuerdo de no ingerencia de la autoridad eclesiástica porque, obviamente,
esta autoridad, sus parientes y allegados podían ser objeto de la investigación.
Para entonces los continuadores del franciscano estaban convencidos de
que vía el demonio se producía un peligroso gradiente en estas afecciones a
las que pusieron una etiqueta: “Desdoblamiento del alma por influjo de Satán”.
Con el tiempo y el temor de los poderosos a una creciente anarquía, la
organización fue beneficiada. Se consolidó, ganó en independencia, se liberó
financieramente gracias al explosivo crecimiento del valor de las propiedades
con que fuera dotada y, a partir de una fuerte disciplina interna, la información
obtenida y sus acertadas predicciones, se consolidó. Hubo resistencia,
lógicamente. La burocracia eclesiástica ganó algunas batallas, pero la sanción
del tiempo consagró la iniciativa, transformándola en un emprendimiento
estable.
Por último, sustentada por sus virtudes y habilidades, fue aceptada como
un ente autárquico que respondía tan solo y directamente al poder Papal.
Omar Barsotti
36
-Y en ocasiones, ni eso –confesó con soltura y gracia Monseñor– No
siempre el poder está en las manos adecuadas por más que así se lo promulgue.
El material que procesamos, y sus resultados, no son fáciles de digerir. Quiero
advertirte sobre esto Daniel, pues no quiero que te engañes y pienses que
toda la Iglesia nos conoce y, si nos conoce, nos apoya. Somos muchos, estamos
organizados, pero estamos solos. Mientras tanto, el tiempo está dando la
razón a las sospechas de Lucas de York.
Se concedió unos instantes de sosiego para entrar en materia.
Hay un proceso de entropía generalizada en la especie humana, afirmó
sin alterarse; aceleradamente se registra un incremento del índice de
enfermedades mentales. La esquizofrenia es la de desarrollo más notable, sin
descartar afecciones menos graves, difíciles de detectar por sus síntomas y
no tan evidentes, pero que están muy difundidas. Las alteraciones no podían
atribuirse al simple efecto de una determinada cultura, aunque, sin duda, la
imposición de modalidades económicas de competencia extrema son
catalizadores.
- Lo que estamos detectando, Daniel, es algo distinto. Podría compararse
con una plaga por la forma en que se extiende. Investigamos durante varios
años la posibilidad de algún desorden orgánico o infección que atacara al
cerebro, lo que hubiera hecho las cosas más fáciles. No hay pruebas de ello.
Ni tampoco factores químicos o radiactivos u otros contaminantes o tóxicos.
No se dejó resquicio hasta aceptar la triste conclusión de que lo que está
ocurriendo al alma humana, o si tu agnosticismo lo prefiere, la mente, obedece
a algo profundo e intrínseco.
- Bueno, Monseñor – interpuso Stupck intentando quitar dramatismo al
asunto – es un mundo de locos, ya lo sabemos...
- Celebro la ocurrencia - admitió con tranquilo humor el cura -, es que yo
me estoy expresando mal. No es culpa tuya. Eres un científico, trátalo
desapasionadamente: seiscientos años de registro y casi cien de estadística
técnicamente irreprochable, fría y comprobable. Cada vez con mayor agudeza
hemos revisado el pasado y el presente para encontrar un error de
interpretación, pero las pruebas se presentan irrefutables.
-También – añadió Monseñor – registramos un crecimiento en la tasa de
nacimientos de malformados. No sabemos si es mera coincidencia u obedece
a causas asociadas. -miró fijamente a su interlocutor- Lo que nos preocupa es
la creciente declinación de la capacidad asociativa del ser humano. Ya sé –
detuvo con un gesto a Stupck– puede ser que contribuyan los cambios
culturales. El ser humano, como sociedad, ha tenido muchos motivos para
desilusionarse. Han claudicado las creencias, las religiones, las ideologías, los
El ojo de la aguja
37
nacionalismos... y la familia ya no es la célula fundamental que supo ser. Los
fracasos de todos los ensayos sociales han marchitado el espíritu social de las
nuevas generaciones y acrecentado el individualismo. Pero tales hechos no
son causa, sino efecto. Este es el mal es su más genuina manifestación
elevándose desde lo individual, hasta devenir en un fenómeno masivo y social.
Stupck se revolvió inquieto. No llegaba a entender donde iba a parar todo
aquello. El mal, para él, era básico en la naturaleza humana y el bien solo su
correctivo o el objetivo deseado. Y no quería discutir su relatividad pues sería
de nunca acabar. Hay predisposiciones, deformaciones y todo eso, pero la
conducta humana es resultante de factores concurrentes y una misma persona
pudo ser distinta a lo que es si las circunstancias lo hubieran permitido.
Era un genetista, sabía que el hombre estaba marcado por su herencia, pero
que toda predisposición no pasaba de eso si el ámbito cultural lo contenía,
salvo los casos definitivamente patológicos. Por supuesto, podía teorizarse
largamente sobre la ocurrencia de un cambio generalizado en la estructura
genética en el que se perdiera algo que hacía que el hombre manifestara
inclinaciones a la organización social, pero, si así fuere, sería tan monstruoso
como incontenible, entonces, toda teoría sería inútil. Se sintió obligado a
aclarar su posición:
- Padre. Soy un científico. Si Ud. me presenta las pruebas tendré que creerlo.
Admito que la Iglesia es una organización muy antigua cuyas raíces están en
constante contacto con el barro de la realidad, pero, desde ya pienso que
nada ha cambiado, nada cualitativamente lo ha hecho. Tan solo es que la
curva se eleva un momento y luego vuelve a bajar según las condiciones
históricas. Hoy somos un poco más malos que ayer, mañana, ¡vaya a saber!
quizás seamos todos santos.
- ¡Ojalá fuera así! Pero los registros nos dicen que hay un cambio y que se
acelera. No es la crueldad de los bárbaros ni la recalcitrancia viciosa de los
corruptos. Olvídate de la mafia o cualquier corporación que vive del delito.
El nazismo, en su peor momento, fue apenas un pálido preámbulo comparado
con lo que venimos observando y previendo. Ni Vietman y sus horrores
tiene lugar en esta calificación. Todos esos casos, según suponemos, son apenas
la punta del témpano. La resultante, apenas esbozada, de la presencia de este
mal en algunos de los dirigentes y en parte de la sociedad. Repito: Hay una
creciente entropía en la capacidad de asociación en el ser humano manifestada
por una actitud paranoica hacia sus semejantes. Por eso la familia es tan
inestable. La convivencia se hace a cada momento más intolerable para mayor
cantidad de individuos La vida, en estas condiciones, se transforma en un
Omar Barsotti
38
infierno. Un infierno superpoblado para colmo y el infierno no es un lugar
de pesares, sino de furor. Creemos que esta situación es la que induce al
crecimiento de las enfermedades mentales, éstas son efecto y no causa. La
causa es otra.
Se hizo una pausa como si fuera una tregua. Monseñor no quitaba los
ojos de Stupck escrutando sus reacciones y éste hizo un ademán como
desestimando todo. ¿Cuál era el punto?¿De qué estaban hablando?
Monseñor no se agitó, pero bajo la superficie había exasperación a la que
Stupck, de pronto, presintió como desesperación y esta conclusión le alertó.
Monseñor podía estar loco, pero no desesperado. No el hombre que él conocía,
capaz de construir una esperanza o por lo menos una alternativa con una
brizna de hierba en el viento.
- Explíquemelo de otra manera, Padre – instó contemporizando.
- Daniel, ¿sería posible que la capacidad asociativa, la atracción hacia el
semejante, el amor, el afecto, como prefieras llamarle fueran determinadas
genéticamente?
- Es parte de la estructura animal, sin duda - asintió el genetista pensativo
-. Al menos de la mayoría de los animales en mayor o menor grado, tanto
como el instinto de supervivencia. Sin esa capacidad simplemente la vida no
hubiera sobrepasado la etapa unicelular, quizá la vegetal, – se interrumpió
mirando al prelado – Es una idea sorprendente, sin duda. Nunca me hice esa
pregunta. Están las enfermedades mentales que crean síntomas de rechazo,
como la paranoia, pero, obviando eso, es novedoso pensarlo desde ese punto
de vista.
Stupck meditó unos instantes y luego aclaró: Estaba pensando en la
controversia generada por los experimentos de Kammerer sobre la posibilidad
de la transmisión de los caracteres adquiridos. Ese debate terminó con la
vida del pobre Kammerer pero también dejó muchos heridos entre los más
ortodoxos neodarwinistas y, en definitiva puso en evidencia que aún las leyes
de la genética son provisorias. ¡Oh! Bueno. Me estoy abriendo bastante de la
ortodoxia –se detuvo con la mirada perdida.
– No sé padre -aclaró- aún soy proclive a creer que se trata de atavismos,
un retorno de una característica reprimida...
- ¿Y si la respuesta es sí? -insistió Monseñor sin dejarse arrastrar por una
digresión que no veía fructífera- ¿podría algo afectar esa capacidad?
Stupck pareció despertar:
- Bien. No cabe duda que... por Dios!, Padre. Ya lo pensé hace un momento,
pero sería tan terrible que no veo forma de evitarlo.- se sacudió en su asiento
negando enérgicamente con la cabeza.
El ojo de la aguja
39
- Si lo que suponemos es cierto, no hay forma de detenerlo. Una pérdida
o cambio en el equipo genético, deliberado o accidental, no es fácil de superar.
Ocurren y son transmisibles, sujeto a las leyes de la herencia. Caso contrario
la evolución no se hubiera viabilizado. Ese es un área de la vida humana
sobre la que no tenemos control. No podemos evitar que la gente se
reproduzca aunque una lógica estricta me incita a pensar que una intolerancia
como la que suponemos haría menos frecuente la relación sexual de los
afectados, lo que, a largo plazo, sería un limitante para su diseminación. ¿No
es cierto? - dijo agarrándose de un hierro candente para debilitar las
argumentaciones del prelado.
- Ese es el punto. Lo que se está perdiendo es la capacidad asociativa. El
impulso reproductor no está en cuestión. Por el contrario, se intensifica en
los afectados por este mal. Procrean pero no forman familia. En eso son
como los osos. -aclaró fríamente Monseñor sin hacerle lugar.
- Eso afirman sus investigaciones, supongo.
- Si. Pero no tan solo las nuestras. En los ochenta dimos acceso a los
resultados a un grupo muy selecto de investigadores de todas las disciplinas
relacionadas. Admitieron el dato estadístico sin excepción. Algunos se
refugiaron en la patología, pero un importante grupo llegó a las mismas
conclusiones de nuestros investigadores. Hay un cambio o mutación que se
ha hecho transmisible. ¿Sirve?
- Si... Bueno, entonces es como yo digo. El factor etiológico, si existe,
sería imposible de detectar hasta que sus manifestaciones se hagan masivas.
El SIDA sería un poroto comparado con eso.
- Lo es, sin duda –afirmó con cansancio Monseñor echándose hacia atrás
en su sillón.
- Es demasiado presuponer y teorizar. Hay pruebas, por cierto, de que el
cromosoma 22 puede sufrir alteraciones que tienen que ver entre otras
afecciones con la esquizofrenia. Pero se supone un fenómeno accidental. De
ser regularmente heredable... bueno... una mutación de esa naturaleza... -
Stupck quedó en un suspenso pensativo.
- Bien, supón la mutación y su transmisión. ¿Estamos? –el viejo registró el
asentimiento del otro– Bien. ¿Sería reversible?
- Sí. Podría dar un salto hacia atrás y luego... la herencia haría el resto...
- No la herencia, sino en forma inmediata.
- ¿Instantánea? ¿Sobre lo hecho? ¿Una persona, transformada en origen
por un cambio genético, retornar a la normalidad?
- Sí.
Omar Barsotti
40
- Imposible.
- Recuerdo una propuesta. No una teoría, una simple pero muy bien
argumentada propuesta de un joven, pero prominente genetista, al final de
los setenta. Decía, más o menos, que no había que desechar la posibilidad de
que lo que suponemos una mutación podría ser en realidad una alternativa
que ofrecía la estructura. Me estoy explicando, ¿no es cierto? Habría
posibilidades entonces de que un caso Dow pudiera revertirse durante su
propia existencia.
- Eso no es honesto, padre. Esa proposición fue mía. Me trajo muchas
críticas. Debo admitir que era más para la ciencia ficción que para la ciencia
oficial. Suponía que la mutación era tan solo la apertura de una de tantas
ventanas disponibles. O, que podía cerrarse una y ser sustituida por otra,
digamos –dudó– diablos!. –Se interrumpió sacudiendo la cabeza.
– Casi creo en ello todavía –dijo luego de un silencio- Teoricé sobre
modificaciones mediante algo así como una cirugía química. Una intervención
en el contenido genético que resultara en una reprogramación o reparación
de los tejidos, siempre que éstos mantuvieran la capacidad generadora que
tienen en la gestación. Oh! Por Dios, padre. Parecía una de esas películas de
terror donde el hombre se transforma en lobo y viceversa.
- No seas injusto contigo mismo, Daniel. Ha pasado mucha agua bajo el
puente después de que la doctrina Weissman fuera elevada a la categoría de
Dogma Central de la genética por Crik. Hay demasiadas pruebas de que ese
límite, aunque sea selectivamente, es franqueable y que la irreversibilidad del
mensaje genético es apenas una cómoda norma plagada de excepciones.
Daniel estaba silencioso. Monseñor lo dejó estar un momento y luego
insistió:
- ¿Si en vez de una cirugía química se pudiera influenciar al afectado para
que su mente fuera la encargada de producir la transformación genética.-
intervino el cura.
– La mente actuando sobre el soma -prosiguió- sobre la química del
organismo, cambiando el mensaje y reconstruyendo la mente de acuerdo a
éste. El espíritu sobre la carne, en definitiva?
Stupk dio un suspiro de abandono. La conversación era interesante para
una noche desvelada, pero inconducente.
- Tómalo, provisoriamente hijo, es importante para que comprendas.
Daniel se aflojó en el sillón con aire resignado. Intentaba saber qué esperaba
Monseñor de él, pero no obtenía respuesta. Ahora restaba soportar hasta el
final para hacer mutis por el foro, pero íntimamente lo cicateaba la sensación
de está en los umbrales de una puerta que no se abría. La siguiente pregunta
El ojo de la aguja
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de Monseñor le hizo reaccionar.
- ¿Haces diagnóstico del síndrome de Dow?, por ejemplo.
- Varios, todos los días.
- ¿Cómo lo encuentras?
- ¡Monseñor! ¡Porque lo busco! Hay más de 6.000 enfermedades de origen
genético, solamente unas pocas son diagnosticables. Los antecedentes
familiares y personales nos orientan y eso nos lleva al diagnóstico prenatal.
Los antecedentes de la familia, del padre, de la madre, la edad, los vicios,
todo cuenta. Hay trisomías como la de Dow, de Patau o de Edwards y otras
que son clásicas, y las mutaciones en el material hereditario producen múltiples
enfermedades: fibroquística de páncreas, hemofilia A, distrofia muscular de
Duchenne Para ser diagnósticadas es necesario conocer la ubicación del gen
en un cromosoma para luego compararlo con un gen normal...
Monseñor sonreía complacido. Stupk se interrumpió cauteloso y un poco
abochornado.
- Te lleva tu entusiasmo -se burló afectuosamente Monseñor-. Pero, en
definitiva, tu respuesta es: no lo buscas. Luego, si buscaras la mutación lo
encontrarías.
- Si, caramba!, es cierto, pero no sería nada fácil. Quién me confesaría: mi
abuelo era un tipo hosco que prefería comer solo y mi abuela era una
cascarrabias que nos arrojaba los sartenes por la cabeza.
Ambos rieron, dándose paz por un momento. Observaron el ritual del te,
mirándose pensativamente por encima del borde de las tazas y haciendo
comentarios banales sobre las propiedades de la infusión, en una plática más
apropiado para los jardines soleados de un club.
Stupk aprovechó para echar una mirada a su alrededor, pero las luces
estaban ubicadas en tal forma que a pocos metros apenas podía adivinar
pesados muebles y extensas bibliotecas atiborradas de volúmenes muy
antiguos. El piso, de madera, era sólido, venerablemente viejo, antiguo y
lustroso, aunque algunas alfombras estratégicamente desplegadas le hicieron
pensar que ya comenzaba a claudicar. Estaba en un edificio muy antiguo
perdido en alguna calle solitaria de Bs.As. donde nadie podía adivinar lo que
sus muros exteriores contenían. Monseñor interrumpió sus observaciones.
Dejando la taza en la bandeja dijo:
- Quiero que aceptes lo siguiente, provisoriamente: Existe una
predisposición del ser humano a asociarse sacrificando parte de su
individualidad. Hoy parece que cada vez menos seres humanos nacen con
ella.
Omar Barsotti
42
- Esa me parece una afirmación aventurada y, diría infundada, sea por la
positiva como por la negativa. No encuentro probado la existencia de genes
que hagan lugar a esa predisposición (aunque lo deduzcamos) por lo tanto
no puedo pensar que se haya perdido.
- Por eso te pido que lo supongas.
- Aceptado. Pero no quiero que estemos como dos viejos barruntando
sobre la maldad actual frente a un pasado ideal. Por mi parte opino que si eso
está ocurriendo, significa que el ser humano ha vuelto a su matriz básica.
Todos los seres vivos son paranoicos y los seres humanos (no sé si así los
creo Dios) son paranoicos por definición. Los paranoicos tienen razón:
estamos a punto de ser devorados, atacados, eliminados y utilizados, porque
esa es la naturaleza de las cosas. Lo innatural es el hombre bajo la tutela de un
dios y obligado a ser moral, ético, solidario y todas esas cargas. El equilibrio
entre el instinto y las inhibiciones del código moral viabiliza una organización
social. La naturaleza pugnaz, la voracidad y el descontrolado y frecuente
impulso sexual garantizaron la vida durante la etapa nómada y cazadora del
ser humano, y estos vicios, que entonces eran virtudes naturales, fueron
sublimados para que la sociedad fuere posible. Palabra de biólogo, padre, y si
mal no recuerdo, y si no alcanza con lo mío, casi letra por letra,las de un
historiador famoso, Will Durant.
- Excelente observación en la que coincidimos, pero el biólogo debe aceptar
el supuesto de que la predisposición social debe tener un soporte genético.
En cuanto a tu preocupación coincido: el pasado no fue ni peor ni mejor que
el presente. Lo que me preocupa es el futuro. El inmediato para ser más
preciso. No barruntaremos nada. Simplemente pensemos con ese modelo
en mente. Acepta, por el momento, nuestros estudios y sus resultados y, por
último, quiero que sepas que pensamos que esto no es casual, no es accidental.
Stupck se quedó unos segundos estupefacto por las implicancias, pero
optó por seguir la corriente:
- No es casual... entonces es un plan.
-¿Un plan? – el viejo se detuvo mirándole con una profundidad que asustaba
– Sí - asintió con firmeza - un plan, pero un plan requiere de un planificador
y, para el caso, alguien que esté por encima de todo y pueda utilizar tanto a
los individuos como a las organizaciones y a las instituciones, delictivas o
legales, le da igual.
- ¿Le da igual? Es un buen bocado -Stupk le miró con condescendencia
divertida. Quizá el viejo le jugaba una broma
-. ¿Quién podría ser el Gran Planificador? – preguntó sonriendo.
El ojo de la aguja
43
- Satán – reveló con soltura y una sonrisa, Monseñor.
En el silencio que siguió Stupk podía oír con claridad el crujir de las viejas
maderas como si algo o alguien caminara sobre ellas. Se sobrecogió y pasó
un largo rato hasta que pudo articular palabra.
- Satán? – preguntó inclinándose hacia delante y mirando de soslayo al
cura con la esperanza de haber oído mal.
- Si, Satán.- respondió casi alegremente Monseñor.- el mismísimo Diablo,
si prefieres.
- Monseñor – dijo Stupck poniéndose repentinamente serio – He sido
como su hijo durante todos estos años. Ud. protegió a mi padre y cuando él
faltó lo reemplazó ocupándose de mí. Ahora los dos ya somos viejos, somos
amigos. Estoy dispuesto a cualquier cosa que me pida... pero Ud. sabe... yo
no creo. Ni en Satán ni en el infierno. Apenas si pienso en Dios y lo veo
como un ente extraño a nuestra existencia, alguien lo definió como un casero
ausente y estoy predispuesto a concordar. Conozco al ser humano bajo todos
sus aspectos y facetas, especialmente las malas. Yo también he perdido la
capacidad de asociarme, no creo que nadie se ocupe seriamente de la
humanidad que sufre. No creo en los que sueñan salvarla, aún más: cuando
más quieren salvarla mas la hunden – se interrumpió abochornado.
No podía decirle eso a un hombre que había arriesgado mil veces su vida
para salvar las de otros. Se explicó atolondradamente hasta que Monseñor lo
interrumpió:.
- Daniel, no importa. Entiendo, porque conozco tus pesares. Vamos a lo
principal, antes de que ésta se convierta en una conversación de monaguillos.
Hijo, para nosotros el Demonio tiene existencia real, para la religión de tu
infancia también, si nosotros hemos aceptado el misterio de tu ciencia, acepta
el de la nuestra, ¿vale?
- Vale. Tiene razón, pero lo principal, Monseñor, es que si el diablo ha
metido la cola lo que necesitan Uds. es un milagro.- cedió Stupck.
Monseñor dejó que el silencio se expandiera por la enorme sala. Desde
afuera, un afuera difuso apenas limitado por el círculo de luz, llegaba el
zumbido monocorde de la ciudad, que hacia pensar en un panal de abejas
amenazadoramente inquietas.
- El milagro está en tus propias manos, Daniel.- dijo el prelado cortando
el silencio sin preámbulos.
Se miraron, Stupck con estupor, Monseñor anhelante. La fuerza del
segundo se había materializado a todo su rededor como si fuera un aura, la
Omar Barsotti
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sorpresa del primero había congelado su cuerpo.
- ¡Por Dios!, Monseñor, ¿de qué me está hablando?
- De tu habilidad, las habilidades que Dios te dio y tu padre te legó.
- ¿La genética?
- Si, la genética. Esos retazos de tela que te entregamos han sido extraídos
del sudario de Cristo. Eso es lo que estuviste analizando en busca de un
código genético: el código genético de Cristo.
- El código genético de Jesús, de eso hablamos? Del crucificado, el del
nuevo testamento? ¿El Mesías?
- Sí. Para poder reproducir al Salvador con todo su poder.
Más tarde, el genetista rememoró aquellos momentos con todos sus gestos
y palabras. Vio la pasión del religioso con sus manos tendidas haciéndolo
depositario de algo que él temía tocar. Sintió el frío que le corría por la frente
mientras pensaba que el pobre se había vuelto completamente demente. Luego
la discusión un tanto áspera. Su negativa a dejarse engatusar. Los argumentos
técnicos, las dificultades, la probabilidad de errores monstruosos, la necesidad
de trabajar sobre material vivo para rearmar el plan genético original y, sobre
todo la futilidad.
- Es sólo ingeniería genética, Monseñor. Fascinante desafío... por cierto -
agregó condescendiente -. Es como armar un mecano y la mayoría de los
genetistas, aunque ninguno se atrevería a proclamarlo, sabe que las dificultades
con el ser humano no son superiores a las que fueron con la oveja Dolly.
Dará un resultado, pero nada garantiza que sea un nuevo Cristo... Por Dios!
Es casi una blasfemia.
- Ese es el punto, hijo. No debe serlo. Dios no lo permitiría.
- Dios no debiera permitir que Satán siga con su plan... Es un argumento
lábil, padre. Yo estoy hablando de técnica, no de metafísica.
- Dios cuenta con nosotros. No nos propone la salvación automática y
gratuita: nos impone la batalla. Somos sus instrumentos.
- Monseñor – argumentó Stupk con cuidadosa lentitud – Los instrumentos
de Dios han convertido a este mundo en una cloaca y, perdóneme, no lo
involucro a Ud. y a tantos como Ud., pero cada vez que alguien se cree un
enviado de Dios o su mensajero o su mano, se impone el deber de hacer de
los demás lo que su personal creencia le indica y, en caso de oposición,
eliminarlos, previa tortura de haber tiempo disponible...
- Solo seremos un instrumento de Dios para poner nuevamente en el
mundo a Cristo. Solo eso y, lo demás, quedará en sus manos – insistió el cura.
Stupck se revolvió desesperado. Nuevamente Monseñor lo atrapaba con
El ojo de la aguja
45
su fe imperturbable. ¿Cómo habían llegado a esta conversación absurda?
Hasta hacia pocas horas él era un honorable profesor de una prestigiosa
Universidad y un genetista de bien ganada reputación mundial. Ahora, casi
sin darse cuenta, estaba a punto de ser involucrado en una aventura
descabellada.
- Monseñor - insistió una vez más con hastío - La estructura genética no
garantiza el espíritu.
- Mira, muchacho – le reconvino Monseñor severamente - La estructura
genética es obra de Dios. Es un equipamiento biológico con el que determina
las características de cualquier forma de vida, incluida la nuestra. No es ajena
al espíritu. Nada lo es. Todo es parte del milagro del ser, del milagro de
existir, del incomprensible transcurrir del tiempo, del pensamiento... todo es
el mismo milagro. No hay tabiques entre una y otra parte de la creación, sea
esta tan pequeña como un átomo o tan enorme como una galaxia. ¡Mira!:
Dios pudo prescindir de los genes y de una madre y generar a Cristo de la
nada. Pero lo hizo hombre, hijo de mujer, de carne humana. Cristo es un
hombre cuya estructura genética está ordenada para que su poseedor sea
capaz de transmitir la voluntad de Dios. Si Cristo, tal como lo diseñó Dios,
vuelve a la tierra (si Dios lo permite), no será esencialmente distinto al que
fue.
- ¿Se da cuenta cómo suena eso?
- Calla! Muchacho.- se exasperó el cura - Soy conciente de lo que digo.
Cristo, impulsado por la naturaleza que le dio Dios, fue el único profeta
exitoso de la historia humana. Su mensaje tan sencillo y escueto despertó en
el ser humano elementos preexistentes pero adormecidos. Y en uno de los
peores períodos de la humanidad. Otros lo habían intentado, pero no pasaron
de precursores. Ensayos fallidos porque algo faltaba. Pero Él sí pudo, porque
el poder estaba en su estructura más íntima, puesto, dispuesto, construido,
ideado... como lo prefieras... por Dios mismo. Es el único capaz de resistir al
Demonio y torcer sus designios. Y no pretendamos saber porqué –rezongó
aún enojado- En nuestra infantil simplificación a veces especulamos cómo
debiera hacer Dios las cosas y hasta imaginamos que las haríamos mejor, o
más rápido, o más sencillo, o prescindiendo del drama, como si escribiéramos
el guión de una comedia musical americana... ¿Cappicce?
Recién en ese momento Stupck cayó en la cuenta que hacía un rato estaban
hablando en italiano. Sonrió, ese era el idioma de todas sus discusiones.
- ¡Mi Dios, padre! Esto es como una discusión de borrachos – proclamó
Stupck levantando los brazos como quien se rinde.
Omar Barsotti
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Monseñor, jovialmente, se levantó e hizo un gesto al rincón más oscuro
del inmenso salón del que surgió un joven cura que había pasado desapercibido
hasta el momento. Traía una bandeja con copas. Sirvió un vino fresco y
brillante. Hicieron un brindis silencioso y los dos pensaron en los viejos
tiempos. Y Stupk sintió una inesperada alegría: ¡por Dios! El mundo es una
cloaca donde se mezclan los sueños, los ideales y las obsesiones y él, el
científico loco, era solo un parásito más en el sumidero rebuscando la forma
de vivir comiendo excrementos. ¿Por qué no entonces? ¿Quieren a Cristo
con código genético genuino y todos los chiches?, pues lo tendrán. ¡Salud!
El ojo de la aguja
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Capítulo 4
Era un día cristalino con un cielo brillante hasta la invisibilidad. Entrando
por las ventanas del laboratorio de la universidad, la luz natural se estrellaba
contra las paredes distribuyéndose en brillantes gotas coloreadas. Cuando el
local caía bajo esas condiciones era como en las fotografías en color, cuya
virtud es la de desaparecer todas las manchas, las deformaciones y las marcas
del uso y el abuso. Las paredes parecían nuevas y los instrumentos bruñidos.
Los equipos reflejaban las estrellas de sus aristas y todo lo de vidrio lucía tan
transparente que desaparecía de la vista y, en ocasiones su contenido
aparentaba suspendido en el aire. Deprimido, Stupck recordó que los días
nublados y bajo la luz desanimada de los fluorescentes el laboratorio parecía
un antro decadente y ajado, lo que al fin y por cierto era y él no percibía,
cegado por la costumbre.
Estaba solo. Desplegaba ante sí el plan de trabajo. Las múltiples planillas
que llenaría lentamente a medida que avanzara en su propósito. Encendió la
computadora y dejó que corriera hasta entrar en los programas que le hacían
falta. Se levantó y comenzó a distribuir los instrumentos de trabajo. Los
purificadores estaban funcionando y el aire acondicionado ronroneaba
suavemente. Probó las lámparas de ultravioleta y luego constató el estado de
los cerramientos de los tres compartimientos estancos en los que, en definitiva,
debería accionar. Tenía una forma veloz y desordenada de ponerse a trabajar
que ponía histérico a sus colegas. Era difícil seguir la secuencia de sus acciones
y de su ir y venir a través del laboratorio. Con frecuencia sus ayudantes perdían
el ritmo y se sentían frustrados e inútiles. Los más hábiles se limitaban a
seguirle, ajustando olvidos y errores sin hacer comentarios. Nadie sabía si
aquellos se cometían adrede o eran efectos de la velocidad, pero sí estaba
comprobado que Stupck medía a sus colaboradores en aquellas circunstancias
y nunca se preocupaba por las heridas que infería al orgullo ajeno. Solía decir:
se sanan, mejoran o empeoran y los echo.
Para colmo el genetista modificaba sistemas de trabajo a mitad de la jornada:
Los que aprendieran a leer en su mente entendían que simplemente había
encontrado un atajo y lo tomaba sin poner luz de giro. Los más ceñidos a las
normas se espantaban y paralizaban. Stupck los ignoraba y seguía con quienes
mantenían su paso. Era exasperante, pero también fascinante y, además una
Omar Barsotti
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buena forma de deshacerse de burócratas y mediocres. Que se dediquen a
hacer análisis de orina, sancionaba cuando alguien intercedía por los caídos.
Pero hoy estaba solo. Monseñor lo había comprometido a no confiar en
nadie. Había llamado a Damico confrontándolo con Stupk hasta que éste
comprobó, con satisfacción, que el cura disfrazado era un excelente y
experimentado científico y conocía la genética no tan solo como teoría sino
como práctica tediosa en donde el menor descuido y la más ínfima
contaminación compromete días de trabajo.
Damico llegó pocos minutos después de que Stupck terminara con la
etapa preparatoria. Sugirió unos ajustes que fueron aceptados sin hesitar.
Pero Stupck tenía otra cosa en la cabeza
Suspendió el trabajo y llevó a Damico hasta donde, junto a una pileta
descansaban varios termos y tazas.
- Haremos un café y charlaremos, estimado Angelo. Hay cosas para aclarar.
El otro aceptó observando interesado como Stupck abría los termos
sucesivamente y olía su contenido hasta decidir por uno.
- Un día le serví un caldo de nutrientes con cultivos de células placentarias
a un visitante – aclaró Stupk parsimoniosamente.
-¿Y? – inquirió Damico espantado.
- Distraído, se lo tomó. Ni le cuento – aclaró Stupck imperturbable.
El cura reprimió una carcajada.
Pero Stupck tenía otra preocupación que se centraba en la antigüedad del
sudario y, sobre todo su autenticidad. ¿Realmente aquel trozo de tela que se
guardaba en la catedral de Turín desde el siglo 14 era el sudario bíblico? No
quería trabajar en vano, arguyó, ni entrar en más discusiones escolásticas con
Monseñor. Necesitaba saber si el paño era aquel con que se envolvió a un
condenado al martirio de la cruz, aproximadamente en el año 1 de nuestra
era.
- Ha habido mucha controversia al respecto – insistió – Se ha puesto en
duda de que el sudario disponible sea el de los relatos evangélicos. ¿Se da
cuenta, Damico?, no me importa si el condenado era Cristo y si Cristo era el
Mesías. Hubo pruebas del carbono 14 que no probaron la antigüedad, aunque
reconozco que esos estudios son erráticos para ese lapso de tiempo
Siguió de ese talante, haciendo de abogado del diablo, oponiendo reparos
y revelando un gran conocimiento de la historia oficial del sudario. Damico
resistió, argumentando con solvencia, resumiendo los estudios que se habían
hecho de la tela en tanto y cuanto estaba claro que era común en la época que
se suponía que se usó, hasta las experiencias de anatomistas y médicos
probando que la posición del cuerpo y las heridas se correspondían con certeza
El ojo de la aguja
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a la de alguien que había muerto crucificado. De todas formas, en definitiva,
estaban los que creían y los que no creían y la cuestión estaba resignada a una
cuestión de fe.
- Pero, es preciso que Ud. sepa algo: el sudario es auténtico en los términos
que Ud. pide La controversia no lo es. La Iglesia mantuvo silencio sobre lo
que sabía hasta que los negativos de las fotografías de Secondo Pía en 1890
pusieron al sudario en el escenario mundial. Entonces, se hizo más importante
aún enmascarar la realidad para preservarlo de cualquier intento de
depredación.
-Ya se había hecho antes - prosiguió -. Simón Pedro se quedó con la reliquia
pero era consciente de los riesgos. Cautelosamente lo ocultó y no divulgó su
existencia más allá de un pequeño círculo de allegados. Desde ese momento
la estrategia consistió en mantener, simultáneamente, el mito y los argumentos
que lo desacreditaban.
- ¿Y eso, a qué venía? – inquirió intrigado Stupck.
- No eran épocas para utilizarlo como una herramienta de marketing
religioso - respondió Damico - Tan poderoso símbolo habría colaborado,
obviamente, para acrecentar la atracción hacia el cristianismo, pero, por el
mismo motivo, debía ser obligadamente destruido por sus enemigos. Las
condiciones del oriente cristiano no permitían fomentar discordias y
especulaciones. Y diría que hoy tampoco. Así pasó de mano en mano,
apareciendo cada tanto, sin aclarar si era una pintura o una proyección inexplicable
del cuerpo martirizado de Cristo.
- En Edessa – se extendió - en el 544, fue accidentalmente hallado oculto
detrás de un muro de ladrillos. La imagen era más clara que ahora. Alguien
hizo una reproducción. A partir de ésta, tomando como modelo sólo el rostro
de Cristo, se han hecho la mayoría de las pinturas. Resultó tautológico: al ver
el verdadero sudario todo el mundo reconoce el rostro del Cristo y puede
pensarse que el mismo sudario es una obra artística aunque quienes conocen
de pintura saben que el arte, especialmente en lo anatómico, en la época en
que erróneamente se supuso confeccionada, no permitía tal perfección.
- Eso es muy cierto - acotó Daniel.
- Pero era preciso mantener la duda (aunque cuando el ejército bizantino
fue a apropiarse del sudario en el 944 sus jefes sabían qué buscar, pues no se
dejaron engañar con las muchas copias que las autoridades de Edessa le
quisieron entregar). Preservar el sudario le costó la vida a Geoffroy de Charny
en Lirey en el 1356. Luego de muchos cambios quedó a cargo de la Casa de
Saboya. A partir de esa fecha puede decirse que el sudario tuvo estado público,
pero siempre manteniendo la controversia. Por eso, las exhibiciones del sudario
Omar Barsotti
50
se hacían con un permiso para exponer “una semblanza o representación del
sudario de nuestro Señor”- hizo un corto silencio - ¿Me explico?: Se logró
que la pieza genuina pasara por una obra artística.
-¿A ver si entiendo? – insistió Daniel, clavando sus ojos en los del cura –
¿La iglesia tiene, desde el origen, la certeza plena de que el sudario es auténtico?
- Sí. Absoluta certeza.- respondió Angelo manteniendo la mirada - Durante
siglos la Iglesia no sólo estuvo al tanto de lo que se trataba, sino que lo
protegió y lo trasladó cuantas veces consideró necesario para su seguridad.
Se creó, inclusive, una orden secreta para esa misión, la que reclutó a sus
componentes, durante siglos, en forma muy exigente y vigilada. Esa
organización nunca lo perdió de vista. Ni las guerras, ni los cambios de
gobierno, les impidieron tenerla a mano.
- Interesante – comentó Stupck – Eso hace de la pieza una verdadera
reliquia.
- Así es, Dr. El sudario es una reliquia extraordinaria ya que estuvo en
contacto directo con el Señor. La imagen impresa en el tejido es sin duda la
de Él y, ya que nadie ha podido explicarla científicamente, debemos
considerarla milagrosa. Es una señal. Así lo vieron las autoridades eclesiásticas.
Dedujeron, también, que de revelarla y exponerla como genuina, generaría
reacciones que no estaban, y aún no estamos, en condiciones de controlar. El
sudario pudo terminar dividido en infinitos pedazos o totalmente destruido
Hubo que alimentar la duda como cobertura.
- Están los que creen y los que no, y todo el mundo contento - continuó
persuasivo - Pero nadie lo sabe a ciencia cierta. El desinterés es la mejor
protección.
A continuación Angelo se extendió aclarando como en 1988 no se discutió
la afirmación de laboratorios de G. Bretaña, EEUU y Suiza en cuya opinión
la tela data de entre los años 1260 a 1390. De igual manera no se hizo esfuerzo
alguno por difundir el hallazgo de dos profesores de Turin, Ballosino y Ballone,
que identificaran en la imagen una de las monedas que cubría los párpados
del occiso, como era costumbre de la época datándola dentro del período en
que vivió Cristo. Aún así, en 1997 sufrió el tercer atentado registrado en su
historia y faltó poco para que desapareciera.
Daniel asentía en silencio. Animó al cura a proseguir. Angelo no se hizo
rogar y completó el relato describiendo el incendio en el templo donde se
guardaba la reliquia.
- Fue en el 1532, en Saint Chapelle de Chambery.- agregó -. Dos legos y
dos sacerdotes que no fueron identificados, obviamente miembros de la
organización encargada de protegerlo lo rescataron de las llamas.
El ojo de la aguja
51
- Se han esforzado, ciertamente – comentó Daniel.
- Quizá Ud. no lo entienda, Doctor, pero para Monseñor la preservación
de esos restos de Cristo es un designio de Dios que coincide,
significativamente, con el desarrollo de la genética que hoy puede ser
instrumento para su clonación.
- Es una opinión que respeto pero que está muy marcada por la fe. Debe
admitirlo, Angelo.
- Sí, fe que comparto. Pero, hay pruebas que van más allá de la fe. Y Ud.
mismo puede comprobarlo.
Daniel miró extrañado a Damico.
- La vanillina, Daniel. El Ing. Raymond Rogers, un químico que formó
parte del equipo que en 1976 realizó los análisis sobre unas muestras
excesivamente pequeñas del Santo Sudario, admitió, reservadamente, que las
pruebas no eran acertadas. El tomó otro camino: la vanillina está presente en
las telas de lino y desaparece a un promedio constante con el transcurso del
tiempo. En las muestras no quedaban rastros de vanillina, por lo tanto el
sudario era mucho más antiguo de lo que se había calculado. Calculó que
había sido confeccionado hace unos dos mil años.
Daniel Stupck miró al cura y con una sonrisa burlona en los labios aclaró:
- Ya repetí la prueba de la vanilina de Raymond Rogers, Angelo, y es
cierto.
Angelo permaneció unos segundos con la boca abierta hasta que el Dr. le
dio un golpecito en el brazo agregando:
- Está bien, cura. Ud. es un escolástico un poco reiterativo con explicaciones
para todo. Olvidemos los inescrutables designios divinos. Doy por cierto el
origen del sudario y se cierra el debate.
Damico lo tomó a risa. Le encantaba la pugnacidad del Dr. Hacía tiempo
que había aprendido que hay hombres que tienen una forma extraña de
mostrar su simpatía por otro y él sabía que contaba con la de Stupck.
- Al fin y al cabo – agregó el profesor encogiéndose de hombros – Da
igual: prometí un Cristo a Monseñor y va a tener uno. Lastima que será útil
recién dentro de treinta años y yo ya no estaré para verlo.
- Nunca se sabe, Dr. Quizá Dios le dé larga vida.
- Espero que no. La vida ya ha sido suficientemente larga para mí. No
quisiera asistir a la lucha final entre el bien y el mal. No sabría hacia que lado
inclinarme.
La chanza complació a Damico. El Dr. Estaba de buen humor y eso haría
más fácil el trabajo.
Omar Barsotti
52
El Dr. Angelo Damico se reveló sorprendentemente capacitado y, lo que
más le satisfizo al Dr. Stupck fue que el cura era una fuente inagotable de
ideas que estimulaba su propio intelecto, dándole oportunidad de desarrollar
el trabajo a buen ritmo. Al fin, comprendió que necesitaría otra colaboración
si pretendía utilizar aquel caudal en todo su potencial.
Stupck abandonó su trabajo. Damico, a su lado levantó la mirada del suyo
y le observó con curiosidad.
-Voy a traer a Mansilla, Angelo – dijo de pronto Stupck.
- No sé Daniel. Monseñor quiere que hagamos el trabajo solos. No me
malentienda pero puede haber trascendidos.
- No con Mansilla. De ninguna manera. No se inquiete – desestimó Stupk
– Es un hombre acostumbrado a investigaciones secretas. Más aún, es él
quien me ha ayudado en todo momento a evitar filtraciones. Es muy bueno
para eso.
Damico se mostró dubitativo.
- Damico, perdemos un tiempo precioso en minucias que Mansilla resolverá
antes de que nos demos cuenta. Hay que enfrentar también la cuestión de las
preparaciones, la conservación de las muestras y la limpieza y esas cosas. No
le quepa duda. Será útil y no habrá riesgos con él.
- En fin – admitió por fin Damico – tiene razón, pero me va a tener que
ayudar con Monseñor.
- Viejo, aprecio su confianza pero eso es cosa suya – respondió jocosamente
Stupk – No tengo ningún deseo de que me laven la cabeza. Ud. es más
pendejo, le va a doler menos.
Mansilla se integró al trabajo con la naturalidad de quien hubiera estado
desde el principio y Damico pudo comprobar al poco tiempo que Stupck
tenía razón.
De todas formas Stupck consideró necesario darle a Mansilla algunas
explicaciones. Le puso al tanto del secreto de la investigación aunque no de
sus objetivos. Por el momento Mansilla sabía que el Dr. estaba metido en una
de tantos estudios que, como en el pasado, daría, con seguridad, resultados
sensacionales. Mansilla no tan solo lo comprendió sino que se alegró. Pese a
su apariencia, Mansilla era poseedor de un silente entusiasmo y disfrutaba
cuando el Dr. entraba en la etapa que Edgar motejaba como de leuda y que
implicaba un estado de fervor, iras, alegrías, depresiones y bruscos cambios
de humor, corridas a cualquier horario para retomar un trabajo abandonado,
dar por perdidas oportunidades engañosamente promisorias y, en definitiva,
la participación en el continuo aquelarre que el Dr. Stupck armaba a su
El ojo de la aguja
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alrededor cuando acumulaba la presión óptima y estaba intentando extraer,
del fondo de su cerebro, esos productos geniales que le habían convertido en
una celebridad.
Sin embargo, Stupck se sintió obligado a hacerle entender que en el curso
de los próximos acontecimientos podría haber dificultades lo que Mansilla
tomó como las causadas a menudo por algunos investigadores que,
viciosamente, probaban suerte a la pesca de indicios que les sirvieran para
mejorar su propia perfomance; lo que en definitiva era aún más satisfactorio
pues, pese a su aspecto estólido y discreto, Mansilla se divertía cuando se
desarrollaban esas intrigas.
Por último Stupck aprovechó una ausencia de Damico para hacer una
advertencia:
- No quiero a Edgar metido en esto. Ya tiene bastantes problemas.
Stupck había interrumpido abruptamente lo que estaba haciendo y girado
hacia Mansilla que a su lado se concentraba en la temperatura de un preparado.
- Demasiados problemas - repitió Stupk volviendo a lo suyo.
Mansilla asintió con la cabeza sin desviar la vista de su tarea.
- En serio Mansilla. Lo de Edgardo es grave – insistió Stupk que parecía
no poder sacarse la idea de la cabeza.
- Lo sé – dijo de pronto Mansilla como saliendo de su abstracción.
- ¿Lo sabe?
Mansilla asintió y entonces se volvió a Stupck. Mirándole seriamente
preguntó:
- ¿Cómo lo sabe Ud.?
- ¡Carajo!, Mansilla..No se le vaya a escapar que lo sé. Nunca me lo dijo el
hijo de puta. Hace poco me enteré. Cuando ese paro de transporte. Estaba
sin su auto y me ofrecí a llevarlo hasta la casa. No quería aceptar pero le
insistí y al fin accedió. Una casita muy modesta en un barrio de mierda.
Mansilla estaba otra vez concentrado en lo suyo, pero asintió sin mirarlo.
- Se bajó apenas llegamos. No me invitó a pasar, parecía un poco
abochornado. Entró muy apurado y yo partí bastante molesto. A las pocas
cuadras me di cuenta que había olvidado su portafolios en el auto. Di la
vuelta para devolvérselo, quizá lo necesitara.- agregó justificándose.
Stupck se movió hacia un costado y encendió una computadora. Quedó
un rato en silencio. Luego recomenzó:
- Me bajé. El timbre no andaba y me corrí hacia una ventana iluminada
para llamarlo desde ahí. Pero me quedé observando. Espiando, ¿entiende? -
agregó algo avergonzado -. Estaba preparando la comida. Su madre, supongo,
estaba a su lado, en una silla de ruedas, un caso de parálisis.
Omar Barsotti
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Hizo correr algo por la pantalla, pero Mansilla advirtió que no miraba.
- Me quedé ahí, atisbando como un idiota. El pobre Edgar se había puesto
un delantal y hablaba animadamente. La inválida no podía contestarle pero
se la veía contenta. Le sirvió la comida y se la dio con mucho cariño sin dejar
de contarle cosas, acariciándole el cabello con mucha ternura.. Luego apareció
otra mujer poniéndose un tapado. Quizá la mujer que la cuida de día, Edgar
le pagó y yo salí de escape antes que ella abriera la puerta. Le di el portafolios
al otro día y no le dije nada. No se cómo preguntarle.
- No se lo cuenta a nadie. Hace años que su madre está así – aclaró Mansilla
desplazándose hacia la pileta más cercana – Edgar se gastó lo que no tenía
para tratarla, pero solo logró detener el avance de la enfermedad.
- ¿Como nunca me dijiste nada? – le reprochó Stupk.
Mansilla terminó de lavar un matraz y retornó secándolo.
- Me lo tiene especialmente prohibido. Hace treinta años que nos
conocemos. Tuvo épocas muy buenas y no quiere que trascienda su actual
situación. Para colmo su esposa no lo soportó y se fue. Edgar encajó el golpe
y siguió para adelante, arreglándoselas como pudo.
- ¡Gran puta! Yo puedo ayudarle, ¿qué carajo le pasa? Si él me lo dice, yo
lo ayudo. ¿No lo sabe acaso?
- Si, pero Edgardo es así.
Stupk se sumergió en un amargo cavilar. Cómo podía ser, se preguntaba,
que él pudiera ignorar hasta ese punto los problemas de un amigo. ¿A qué
había llegado en su monumental aislamiento? El mismo Mansilla. ¿Quién era
este hombre? Nunca se había preocupado por saber de su vida. Bueno, sabía
de su esposa y de un hijo, pero poco más. Tampoco Mansilla se había
preocupado por confiarle ninguna intimidad. Quizá supuso que a él no le
interesaría. Se maldijo en voz baja reprochándose íntimamente su egoísmo y
falta de interés por los demás. Estaba mascullando, lo que llamó la atención
de Mansilla:
- ¿Decía Dr?- preguntó al fin.
- Digo que le voy a ayudar aunque no quiera. El es así y yo soy así. ¿Qué
carajo se cree que soy?¿Un animal?
Mansilla le miró perplejo.
- Es la vida Dr., nadie le acusa de nada. Cada cuál se arregla como puede.
Stupck dejó de trabajar. Se sacó los guantes y los arrojó al recipiente de los
residuos con un golpe. Se paró frente a Mansilla.
- Mansilla, Ud. no entiende. Ud. y Edgar son casi los únicos amigos que
tengo. ¿Qué me cuesta? Tengo tanta guita que no se donde ponerla y siempre
hay alguien que la mete a chorros en la alcancía. Ya ni sé de donde sale.
El ojo de la aguja
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Venga. Deje eso – ordenó firmemente.
Mansilla siguió al Dr. hasta la zona de descanso. Stupck le hizo sentar,
sirvió un par de cafés y señalándolo con el pocillo le dijo:
- Voy a ayudar a ese charlatán de feria.
- Dr. Ni se le ocurra ofrecerle dinero a Edgar – advirtió Mansilla alarmado.
- Pues empiece a pensar la manera.
- Excelente, pero deme una punta.
- ¡Ah! No... yo pongo la pasta, las ideas póngalas Ud. ¡que joder!
Más tarde Mansilla entró al laboratorio a un paso desacostumbradamente
rápido. Stupck le miró con reprobación. Estaba en uno de esos momentos
en que hasta el alegre vuelo de una mariposa en el jardín le sacaba de las
casillas.
Don José no se amilanó.
- Ya lo tengo – anunció. Estaba tan desacostumbradamente ansioso que
despertó la curiosidad del profesor.
- ¿Que es lo que tiene?
- El tema de Edgar. Lo tengo apestillado. Le dije que Ud. está ante graves
problemas en su empresa. Qué hubiera requerido la ayuda de él, pero que no
quiere molestarle.
- ¿Y que contestó?
- Que Ud... .Si me permite y no se ofende - advirtió antes de proseguir - es
un pelotudo.
- Ah! ¡Qué bien!
- Le agregué que Ud. tiene serios problemas de relaciones públicas y de
administración en su empresa.
- ¿Y como lo tomó?
- Dice que estando Ud. de por medio no le asombra...
- Pero que hijo de...
- Déjeme terminar, Dr. – le interrumpió Mansilla.
Stupck rezongando con aspavientos le indicó que prosiguiera.
- Agregué que la cosa es tan grave que Ud. piensa seriamente en vender la
empresa. Picó. Dijo que jamás le dejaría hacer eso. Me dijo que va hablar con
Ud. y se va a ofrecer para ayudarle. ..Ahí le recordé que Ud. es soberbio, que
no acepta favores de nadie y que prefiere pagar así puede criticar y enojarse.
- Hermosos y gratificantes conceptos de mis mejores amigos, ¿qué puedo
esperar de los demás?
- Bueno, Dr. ¡No se me enoje! El asunto es que Edgar asegura que está
dispuesto a discutir las sucias cuestiones monetarias y a firmar un contrato, si
Omar Barsotti
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eso le tranquiliza, pero que no lo dejará en la estacada. Ya ve, objetivo logrado.
Una amplia sonrisa se dibujó en la cara de Stupk.
- Sabe una cosa Mansilla. No estuvo lejos al describir la situación de mi
empresa. Y sabe qué, este muchacho Edgar me va a salvar. Ya ve el ojete que
tengo, mi amigo. Aún cuando quiero ayudar a alguien, saco ventaja. Traiga el
matraz, hay que festejar.
El ojo de la aguja
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PARTE II
INQUIETANTES OPCIONES
“Cuando la virtud deja de existir, la ambición entra en los corazones
capaces de recibirla y la codicia se apodera de todo los demás deseos”
Montesquieu
“Ninguno puede servir a dos señores…No puedes servir a Dios y las
riquezas”
Mateo 6-2
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
59
Capítulo 5
No eran raras las visitas a la Universidad, por el contrario, eran más de la
que el genetista deseaba. Hay muchos políticos ansiosos de inscribirse en el
prestigioso marketing de la modernidad científica con un sencillo, pero no
menos solemne paseo por los misteriosos antros de la investigación. Ahí, en
contacto directo con los demiurgos de la tecnología y sus misterios, abrevando
en las genuinas, insondables e inagotables fuentes de la ciencia, se asumen
como hombres preocupados por el progreso de la patria. Aconsejados por
sus asesores, que son los custodios del instinto político y en ocasiones sus
sepultureros, se interesan en incorporar la terminología más actualizada,
popularizada por la literatura de difusión científica, a su laborioso discurso
cotidiano en pos del bienestar general. Así, inyectar esos genes, ADN y clones
en medio de una disertación en una villa miseria, les resultaba como brindar
a su auditorio información sobre un remoto mundo maravilloso, al que
accederían a través de su personal gestión gubernamental. Décadas atrás la
moda enfocaba a la estrellas y, hacía poco, a la globalización. Los pobres no
fueron a las estrellas, y la globalización los empobreció más, pero la promesa
fue marketinera mientras duró. La genética era ahora la vedette con más
garbo para exhibir en las rutilantes marquesinas del teatro de la política.
Están también los empresarios que prevén los jugosos negocios que
podrían hacerse a través de la nueva magia: medicamentos, vacunas, animales
quiméricos, vegetales travestidos, apetecibles sustitutos de alimentos escasos,
animales proveedores de órganos compatibles y genéticamente listos para
refaccionar gastadas maquinarias humanas, “alicamentos” y, quién sabe,
nuevos seres humanos completos y terminados, o lo más fascinante y menos
confesado: la eternidad.
Pese a su reluctancia, el Dr. Stupks los atendía. De ahí provenían buena
parte de los fondos para la universidad y, quizá, algo de ciencia. No podía
con su genio y, en ocasiones, los profesores palidecían cuando lo escuchaban
prometer a su auditorio creaciones un tanto estrambóticas y generalmente
frívolas: “estamos experimentando con gallinas que generen huevos de ñándú”
“pero – agregaba con aire ingenuo - aún no hemos solucionado el problema
de la expulsión del producto terminado”,con lo que sus interlocutores asentían
un tanto perplejos imaginando las dificultades del animal para acometer tal
Omar Barsotti
60
hazaña; o cuando, cargoseado por un grupo de ejecutivos pedantes disfrutaba
de sus angustias disertándoles largamente sobre la posibilidad de clonar a sus
sucesores partiendo de modelos exitosos, afirmando: “Un futuro de ejecutivos
a medida, expuestos en un catálogo a disposición de las empresas que desean
determinados comportamientos y tipos, no será nada infrecuente y, tampoco
tan lejano”.Y a continuación ensayaba una mirada a lo Boris Karloff.
Había empezado a numerar los días a partir de su primera entrevista con
Damico lo que era su costumbre para cada proyecto; su ácida ironía lo llevaba
además a titularlos y hacerles algún comentario: Día 1: extraña entrevista con
un cura disfrazado. Dïa 2: lectura concienzuda de lo solicitado por Monseñor.
Día 3: un asco de día lleno de dudas e iras repentinas seguidas por momentos
depresivos. Día 4: Si no hablo con Monseñor personalmente no sigo adelante,
esto es totalmente imbécil- Día 5 entro y salgo sin tomar decisiones. 6, 7, 8 y
9 en blanco. Día 10 concienzudo apriete a Damico quien se hace el ofendido.
Día 11: Extraña conversación con un cura viejo y maniático al cual amo
como a mi padre. Tomo el compromiso no sé si convencido por la verba del
cura, por su locura, por la mía o por la calidad de sus vinos. Día 12 comienzo
a trabajar en serio y me siento muy tonto. Ahora sé lo que busco y pareciera
que me han hecho el mismo cuento que le hago yo a los políticos. Día 13:
Aparece Damico y le transmito mi odio y mi simpatía en dósis similares. Es
un muchacho sectario que empuja alegremente un carro en medio del barro.
Lo aprecio, pero, en ocasiones, si no fuera yo judío, lo recomendaría para la
hoguera. Es un brujo o un Savonarola. Día 14: el trabajo progresa, he avanzado
en la limpieza de las muestras. Muchos restos clasificables como vegetales
que he enviado a identificar. Días 15 y 16: todo está en orden de marcha. El
material es extraordinariamente útil. Comienzo a sentir miedo.
Día l7. Stupcks dando clases cuando vio al rector haciéndole señas. Echó
una mirada hacia sus víctimas a quienes pusiera deliberadamente en aprietos
y sabiendo que tendrían un buen rato para darse cuenta que los había
embrollado, salió.
El rector estaba ejercitando su retorcida capacidad para las relaciones
públicas. Se lo veía un poco agitado, como lobo atisbando una presa escasa
en medio de la nieve: Una entrevista solicitada por un importante representante
de un laboratorio alemán “ha llegado a mi escritorio esta misma mañana y
sabes lo importante que son estas cosas y, sobre todo lo conveniente”.
- Quizá sea conveniente que lo recibas a la brevedad, Daniel. Este
laboratorio, según sé, hace impresionantes donaciones a las universidades y,
sobre todo, dispone de carradas de buen equipamiento. Sabes lo conveniente
que es, no te negarás - previno con una mirada alterada.
El ojo de la aguja
61
- No sería conveniente ser inconveniente con los convenientes aportes de
un glorioso laboratorio nazi¿Sabes que quieren de conveniente ahora?
- Sin gastarme, Stupcks. El presupuesto es escaso y confío en vos Quieren
simplemente hablar contigo. Una conversación informal: Opinión sobre el
estado de la genética a nivel nacional y, dada tu injustificada reputación
globalizada, internacional. Expectativas, planes, en suma esas porquerías que
hacen Uds. los genetistas – dijo con una risita ronca.
- Dile al conveniente alemán que he encontrado la forma de clonar
6.000.000 de judíos a partir de los restos de los hornos.- respondió con alegre
ferocidad.
- Nada de ironías, profesor. Esto es serio.- lo amonestó el rector temeroso
de enfrentar una discusión ideológica.
- ¡Oh! Lo mío también. Diles a los alemanes que el judío los recibirá
mañana a las 9 hs. Ah!- se detuvo en su ademán de retornar al aula - Qué
dejen el gas antisemita en portería, antes de entrar.
El rector jadeó, era difícil, sino imposible, determinar si Stupcks bromeaba
o simplemente expresaba su odio. Pero tenía su palabra y esperaba que la
reunión fuera satisfactoria
- Seis millones de judíos clonados – comentó huyendo - ¡carajo!, eso haría
absolutamente fútil el trabajo de Hitler.
Carcajeó solo en los pasillos y, avergonzado, se tapó la boca. ¡Qué forma
de ganarse la vida! Agregó, dando una palmada y mirando al cielo.
A las 9 y 30 del día 18, Stupks ya había mostrado lo más importante a un
alemán de tamaño monumental que se movía entre las estanterías y los equipos
con inesperada habilidad y agilidad. Podría ser un clásico canciller alemán del
modelo robusto, sudando autosatisfacción y bonhomía por todos los poros.
A pesar de su pasado el genetista no tenía ningún tipo de prevención hacia
los alemanes. De hecho, muchos de sus mejores colegas lo eran compartiendo
con ellos teorías y trabajos desde hacia años. Pero no podía evitar aceptarlos
con cierto resquemor. No parecían ni mejores ni peores a los de su niñez.
Tan solo predispuestos y ello bastaba. Se sentía muy discriminatorio cuando
pensaba así y, si vamos al caso, se argumentaba, los alemanes llevaron a cabo
los inconfesables anhelos de medio mundo. Y esa era su virtud y su pecado.
Los demás tan solo no se animaron. Esa podía ser la leve diferencia entre el
mal y el bien.
El empresario no era un neófito. Sabía de qué se trataba y no se le podía
vender el marketing que usaba con otros. Solicitaba información precisa y
era difícil eludirlo cuando estaba determinado a obtenerla. A esas alturas
Omar Barsotti
62
Stupcks se sentía atraído por el gigante que paseaba por las dependencias del
laboratorio, cómodo con las instalaciones y el equipamiento parloteando en
buen castellano a pesar de las “rr” rodando como piedras entre sus dientes y
algunos acentos completamente desorientados.
-Quizá un poco “antícuado” –manifestaba intrigado señalando un equipo.
Luego manoteaba, sonriendo y, sin esperar respuesta, agregaba su
complacencia porque que el Herr Profesor no caía en la manía de renovarse
sin necesidad
- Util actitud, sin duda y... quizá, más práctico. Eso me gusta, sinceramente,
Herr Profesor, he visto demasiado científicos” pérdiendo” precioso tiempo
intentando ponerse al día con equipamiento sofisticado.
Stupck lo estudiaba. Otro alemán amarrete, se decía, se adelanta a que le
pidamos algo, pero no se va a escapar sin pagar el tiempo que le estoy
dedicando.
- Dr. Me gratificaría acompañándome a almorzar. No, por” favorr” -otra
profusión de manos -. No se niegue – rogó - Ya me dijeron que Ud. come
entre sus probetas y mecheros y que a veces es difícil saber si está calentando
un preparado o haciéndose “un sopa”.
Se mostraron los dientes con afable urbanidad. Stupck aceptó. Estaba
claro que aún aquel hombre no había dicho todo lo que tenía que decir y que
había estado dos horas midiéndolo, aunque no sabría definir si para ponerlo
en un pedestal o en una cómoda fosa.
El alemán eligió el lugar. Un restaurante con arquitectura de pub, perdido
entre calles bordeadas de tilos con casas adustas y obviamente ricas en uno
de esos oasis que aún atesora Bs.As. entre el ruido y el smog céntrico. Ambiente
recatado. Mesas pequeñas, aisladas, para importantes pero selectos encuentros
donde entre un platillo y otro, se manejan millones de dólares con la misma
facilidad con que se trinca un panqueque. El recato era tan aplicado que uno
podía creer que no había mozos y que la bebida y la comida surgían
mágicamente sobre el mantel de lino. El ruido del tránsito remoto se filtraba
por las cortinas con apenas un murmullo, y la luz, sobre la fresca vereda,
estaba teñida del color de la fronda.
El alemán se había atrevido a hacer el pedido e, inéditamente, Stupck le
dejó ganar ese espacio que raramente cedía.
Esperaron haciendo honor a los platillos de entretenimientos con
comentarios banales sobre las virtudes del lugar. Degustaron un vino helado
y ambos abundaron en las bondades del mismo y compitieron razonablemente
haciendo alarde de sus conocimientos enológicos, como es de rigor hoy entre
la gente con clase que se esmera por distinguirse de los meros borrachos.
El ojo de la aguja
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La hora transitaba serena y ambos hombres estaban relajados, disfrutando
de la mutua compañía.
Pero, por más que pareciera, y en este aspecto era capaz de engañar al más
hábil, el Dr. Stupcks no había bajado la guardia. Solo se permitía un descanso
en la permanente lidia de su espíritu contra el mundo. Era un ejército en
medio de una tregua que no dejaba de afilar sus espadas ni levantaba los
retenes, simplemente dejaba que sus heridas cicatrizaran. Esa actitud del
genetista engañaba a quienes querían conquistarlo y era, sin duda, lo que más
le atraía antipatías No hay nada más feroz que un manipulador frustrado, y
en ponérselos en contra, el Dr. Daniel Stupck se ganaba todas las medallas.
El empresario estaba meditando en voz alta,(como él mismo aseguraba);
observaba que el Herr Profesor estaba desperdiciando en alguna medida su
talento. Hay cierta edad, argumentaba, en que es preciso comenzar a pensar
en uno mismo, en su desarrollo, en su posición de frente al futuro y sus
cambios. Muchos hombres, según aseguraba, dejaban pasar su mejor momento
por falsas lealtades, por emociones y amores no correspondidos:
- Dígame con sinceridad. ¿.No ha sentido a veces que su potencial no es
aprovechado? ¿No ha sentido en ocasiones que Ud. podría dar más de sí
mismo si estuviera dirigiendo sus propuestas a un público más capacitado?
- Sin duda - reponía Stupk sin convicción pero para darle el gusto.
- Ahí está la “cuéstion”. La básica cuestión del éxito – rectificó - ¿.Le
interesa el éxito?
- No tanto como debiera – contestó distraídamente observando con
detenimiento un camarón trincado en su tenedor..
- Ud. debe querer. Estoy seguro que Ud. debe querer ver sus más fantásticas
ideas llevadas a la realidad.
- Por el momento quisiera saber que haremos con estos platos que nos
han servido.
- Caramba, o carajo, como bien dicen Uds., lo estoy aburriendo con la
filosofía mientras la gastronomía ha quedado relegada. Hagamos honor a los
manjares y luego hablaremos
Volvieron a la gastronomía, pero ello no tranquilizó al herr profesor. Por
el contrario, su resistencia a ser manipulado se aceraba y tan solo las esperanzas
del rector de obtener algun subsidio impedían que lo dejara transparentar. Le
divertía comprobar tales intentos, pero temía, en este caso, enfurecerse.
¿Realmente una buena comida ablandaba la determinación de la gente? Y los
halagos, con lo sensual que era escucharlos, ¿inducían a cambiar los objetivos
que uno se ha señalado? Dios! Nunca había aprendido a manejar a nadie.
Simplemente atropellaba y seguía para adelante. Alguien que necesita una
Omar Barsotti
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dosis de franeleo previo para tomar una determinación, le parecía despreciable
y que lo supusieran a él en ese papel de pendejo le hacia subir la presión.
Esperaría la próxima carga del empresario alemán con buena predisposición
y ánimo alegre, pero si seguía dorándole la píldora en el café lo mandaría de
traste con subsidio y todo.
El hombre debía leer el pensamiento. A llegar el café encendió un cigarrillo
(Stupk hubiera apostado que fumaría un habano), apartó los enseres de mesa
de su alrededor y, rectamente, fue al grano:
- Lo que traigo es un buen contrato para Ud. La mejor Universidad de
Alemania, la que Ud. elija y sin dar explicaciones. Es tan solo para darle
marco académico a su relación con el mayor grupo de intereses que jamás
haya imaginado: disposición de recursos ad libitum. Equipamiento del mejor
y a renovar cada vez que lo crea necesario para su trabajo o para su vanidad..
En sus manos la posibilidad de elegir sus colaboradores, sean del lugar del
planeta que sean y sin mirar costos. Ud. queda asociado al grupo. Puede
nombrar también los asesores y apoderados para que vigilen sus intereses.
Concretamente una buena tajada de las acciones en un grupo que tiene un
capital neto de más de 150 mil millones de dólares y no debe un peso. Gastos
personales y toda esa parafernalia a satisfacción y sin límites. ¿Le va
interesando?
- Sí, especialmente teniendo en cuenta que no estoy tan seguro de valer
tanto. Siempre reconforta poder estafar a alguien.
- Ud. vale lo que el mercado decide y el mercado está decidiendo y
ofreciendo pagar por ello. No es su riesgo, es el nuestro y nosotros no corremos
riesgos sin haberlos evaluado. Por lo tanto, y perdóneme, no está en
condiciones de discutir lo que nosotros estamos dispuestos a pagar por Ud.
Ud. dice si o no.
- Mierda.
- Salud!
- Tiene razón, ¿quién soy yo para saber cuanto valgo? Pero, además recuerde
que yo no puse el cartel de venta.
- Lo tengo presente – el alemán mostró los dientes con una sonrisa un
poco feroz.
- Noto que falta algo – inquirió Stupcks.
- Muy perspicaz, Dr. Si... es de acción inmediata. Estamos ansiosos por
empezar. No queremos que la competencia haga algo que tengamos que
lamentar por habernos demorado preocupados por el semáforo de la próxima
esquina.
-¿Y el riesgo?
El ojo de la aguja
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-¿Qué riesgo?
- El de que yo tome todo el dulce y luego me dedique a las putas en el
Mediterráneo.
- ¡Para eso lo acompaño yo! No veo por qué le ha de impedir entregarnos
ideas, proyectos y productos terminados. Al contrario, he encontrado siempre
una reconfortante sinergia entre el sexo y el genio.
- ¿Puedo considerarlo un tiempo o espera la respuesta junto con el cognac?
El alemán lo miró intensamente. Era la primera vez en que su mirada
cambiaba a ese rango. Había un mensaje en ella y el genetista no llegaba a
saber si lo entendía. ¿Un advertencia? ¿Una amenaza? ¿Simple táctica de un
negociador acostumbrado a intimidar? Se desentendió y a su vez lo miró con
un gesto burlón. El empresario hizo una mueca indescifrable que se tornó en
sonrisa.
- Creo en Ud. y en su inteligencia. Soy yo quien propuso a mi empresa
esta idea y nunca consideré la posibilidad de que Ud. se negara. Me habían
dicho que era un hueso duro de roer, pero confié en convencerlo.
- Inténtelo de nuevo. Haga como con las putas del Mediterráneo.
- Dr. Stupcks, no me joda. Ud. conoce el ambiente. Sabe que no es la
única opción. Hay un centenar de científicos de su nivel que se conformarían
con la mitad.
- Bueno, hombre, ¿para qué gastar el doble entonces? Dígame, con claridad,
¿qué espera de mi?. Espere... sé que es una buena propuesta pero no espera
que me mee encima, ¿no es cierto?. ¿Qué hay detrás para que estén dispuesto
a pagar el doble? ¿Qué tengo yo que no tenga el otro centenar? Vamos,
hombre, ¿no confiará en que salga corriendo a hacer las valijas porque alguien,
a quien apenas conozco, en representación de una empresa, que no sé ni
donde tiene su central, me trae a un opíparo almuerzo en el mejor restaurante
de Bs.As.?
El empresario se echó hacia atrás en la silla y contempló por unos segundos
sus manos entrecruzadas sobre el mantel. Luego Stupck recordaría que pensó
que el hombre estaba contando hasta diez para no mandarlo a paseo.
- Tiene razón. Quizá estoy un poco ansioso y di por supuestas muchas
cosas. Avancemos: en caso de que la empresa y el emprendimiento le sean
informados a satisfacción y en caso de que las condiciones de contratación
sean justas ¿cuándo estaría dispuesto a empezar?
- Aquí está el cognac, justo a tiempo.
El alemán levantó la mirada hacia el mozo que les traía la bebida y apreció
el humor de Stupcks con una suave risa de asentimiento.
Omar Barsotti
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- Herr profesor. No tomemos una gota más hasta que me dé su respuesta.
No quisiera luego que me recrimine de emborracharle para convencerlo.
- Tengo muchos trabajos pendientes y una variedad bastante grande de
compromisos. Si todo fuere tan satisfactorio como Ud. me lo pinta, y en el
caso de que me decidiera, no podría hacerme cargo antes de nueve meses.
- Es mucho.
- Es la realidad. Tengo contratos con otras empresas que deberé cumplir
o al menos llevar a un estadío en que pueda ser continuado por otros. Están
varias clínicas de diagnóstico que quizá deban buscar otro laboratorio...
- No hay problemas. Sostenga sus intereses en su propio laboratorio. Solo
tiene que buscar una persona que lo conduzca.
- Aún así llevará tiempo ponerlo a punto. Por todo lo demás debo serle
franco, me cae mal la urgencia. ¿Qué está ocurriendo en el mundillo de la
genética que yo me lo haya perdido?
El alemán comprendió que no era una pregunta retórica y se sintió obligado
a contestar
- Estamos en un mundo de competencia feroz. El tiempo es más que oro,
es supervivencia. La genética, no se lo voy a explicar yo, está dando saltos
que aterran. La velocidad de reacción es más importante que nada. Lo que
está en riesgo son fortunas incalculables y, sobre todo, inversiones, que no es
lo mismo. El inversor es un animal dominado por el pánico que pasa del
estreñimiento a la diarrea en un segundo, esa es la urgencia, Dr. Su contrato
no tan solo significaría un avance en lo científico sino en lo financiero.
Stupk asintió levantando la copa. A través del cristal el rostro de su
acompañante era aún más rubicundo y rollizo. Sí, pensó, ¡que vida de mierda
llevan los pobres!
- ¿Le han entrevistado?
- Si.Ayer. Estuvo almorzando con Von Vrieker
- ¿Te lo contó él mismo?
- Lo hizo como una consulta. Le ha hecho una fuerte oferta para hacerse
cargo de la investigación del Grupo Panzer.
- ¿Te contó todo?
- ¿Cree Ud., Monseñor, que haría menos?
- No. Fue una pregunta tonta... ¿Cuál es su actitud?
- Se reservó la respuesta para más adelante. Puso un mínimo de nueve
meses para empezar. Von Vrieker no lo acepta. Argumenta que lo necesita
con toda urgencia.
- Natural. Necesita acción inmediata, sino carece de sentido.
El ojo de la aguja
67
Monseñor estaba en la penumbra de la gran sala de su residencia. Damico,
parado bajo la luz cenital de la lámpara central, no se movía, pero sentía la
inquietud del otro, caminando, sentándose y dejando grandes espacios entre
pregunta y pregunta. Era un síntoma de angustia a la que Monseñor estaba
cada vez más proclive. El anciano llevaba su carga con creciente pesar, pero
no lo demostraba, salvo frente a Damico.
-¿Crees que lo ha embaucado?
- El cree que es una buena oferta, pero ha solicitado seguridades e
información. No va a dar un paso tan largo sin medir la distancia y las
consecuencias. Ha sido astuto, Monseñor. Tiene sus recelos: Es una oferta
profesional y económicamente sustanciosa pero la considera con precaución.
- No me preocupa lo económico. El Stupck que yo conozco toma el dinero
con papel higiénico.
- Pero sí lo profesional, ¿entonces?
- Si. Todo hombre se merece la oportunidad de ser reconocido como el
mejor en algo alguna vez y más cuando ha hecho de su trabajo y su estudio el
motivo exclusivo de su vida.
Damico asintió pensativo.
Monseñor salió a la luz junto a su subalterno. Le puso una mano en el
hombro
-¿Cómo va el proyecto? –le interrogó con cierta intensidad.
- Avanza rápidamente. Es muy meticuloso y desconfiado. No quiere
equivocarse. Lo veo profundamente preocupado. No deja nada librado a la
suerte. Trabaja solo, es decir solo con mi ayuda y la de Mansilla.
- Y Mansilla, ¿es confiable?
- No sabe de que se trata, sin embargo si por alguna razón lo supone no lo
ha demostrado y, además si lo supiera creo que jamás traicionaría al Dr. – Se
detuvo unos instantes sopesando las próximas palabras.
- Creo conveniente enterarlo, Monseñor.
- Puede haber filtraciones.
- No la habrá por parte de Mansilla. Pero, además, (y trataré de confirmarlo),
Mansilla de saberlo aceptaría los objetivos y resultaría un buen aliado.
- No sé. Velo, sonsácalo e infórmame ante de dar un paso en ese sentido...
¿Es tan bueno como dicen?
- Mansilla terminará dándose cuenta tarde o temprano. Es un hombre de
gran cultura. Forzosamente reconocerá el trozo del Sudario. Lo demás lo
deducirá, estoy seguro. Las fuentes de sus conocimientos de biología son un
misterio para todos, pero se manifiesta en cada ocasión en que es preciso.
Noto que sabe mucho de genética. Como ordenanza es algo inédito, es más
Omar Barsotti
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útil que un ayudante profesional.
Monseñor apretó las manos en ese gesto suyo que hacia que el interlocutor
esperara que fuera a rezar.
- Velo, velo... evalúalo. Quizá tengas razón. Necesitamos aliados. Y más
aún los necesita el pobre Daniel.
- ¿Cuanto tiempo, Monseñor? ¿Cuánto más?
- Tres o quizá cuatro meses. Nada se manifiesta aún. Tampoco sabemos
cuales serán las señales. Oh! Dios! A veces pienso que nos equivocamos, me
paso aquí las horas repasando todas las razones que justificaron el plan y, no
se si mi fe se debilita pero temo, en ocasiones, que estemos en un camino
equivocado.
Damico bajó la cabeza unos instantes. Pensaba que él apenas tenía ocho
años cuando Monseñor fue elegido para llevar adelante aquel programa y
veintidós cuando fue enterado de qué se trataba. Revivió fugazmente el horror
que le produjo la idea y la lucha interior que sostuvo para aceptarla. A la par
que Stupck, fue más influido por la lealtad hacia Monseñor que por
convicción. Monseñor se interpuso en sus meditaciones:
- Van Vriekers ignora que es un servidor de Satán, pero es el más hábil
para encarnar sus deseos. Es un gran seductor y un espíritu endemoniadamente
persistente. En cuanto Panzer Group no sé que papel juega. No sé si es el
destinatario de nuestro gambito - hizo un espacio meditativo y luego con
firmeza: Cuida a Stupck y comunícame su proceso. A partir de ahora debemos
protegerlo, parte del objetivo ha sido alcanzado pero no quiero exponer su
vida. Ya he cubierto la cuota para merecer el infierno, no soportaría esa carga
sobre mi conciencia.
Monseñor volvió a confundirse con las sombras. Damico fue hacia la
puerta, se detuvo con el pomo en la mano unos segundos, dudando, luego
pareció reconsiderar sus intenciones y terminó de salir cerrando suavemente.
Von Viekers revisó sus apuntes. Luego escucho la grabación de su entrevista
con Stupcks.
- Hueso duro, sin duda – comentó su acompañante. Su roja pelambre lo
haría conspicuo en medio de una tribuna del mundial de fútbol. Su rostro, de
rasgos delicados, se afeaba por un gesto de perpetua altanería. Estaba parado,
muy a la inglesa, con cierta elegancia displicente, una mano sostenida por el
pulgar en el chaleco y la otra en el bolsillo del pantalón. Se movió por el salón
escuchando atentamente el diálogo de la grabadora, asintiendo a veces,
elevando la cara al techo cada tanto, como evaluando, o bajando la cabeza en
un estudiado gesto de meditación.
El ojo de la aguja
69
Vriekers lo mirab de reojo. Sentía por “el Inglés” una repugnancia total.
Lo consideraba algo peor que un yuppie. No encontraba en el hombre ni una
sombra de inteligencia, aunque le reconocía una total inescrupulosidad que
le había permitido escalar rápidamente por el duro gradiente de la política.
Lo conservaba a su lado porque había traído el contrato del Panzer a la
organización que, más tarde, le había contratado a él. Además, debía admitirlo
a su pesar, era un intermediario útil para cualquier maniobra que implicara
corrupción gubernamental. Había desarrollado en su labor un olfato especial
para detectar los resquicios éticos de sus congéneres en la Legislatura y,
formado una red casi perfecta de operación de lobbys y favores.
El Inglés era inconsciente de la maldad. Para él ese era el mundo y cualquier
perfeccionamiento o intento de mejora era una pendejada destinada al fracaso.
Sus amigos eran amigos de conveniencia, a sus amantes las compraba con la
misma pasión con que adquiría un automóvil y con igual sentimiento las
mantenía, las alquilaba, las vendía o las transfería, el sexo era para él como un
adicional de su seguro de vida, estaba tan preocupado de que lo consideraran
homosexual que terminaba siendo promiscuo, aunque para sus adentros debía
aceptar que mucho no lo disfrutaba y que era parte de la fachada. Sin embargo,
sospechaba que la violación le daría, de tener valor para practicarla,
una mayor satisfacción. Para culminar, sus parientes estaban diseminados en
distintos puestos públicos y funcionaban al unísono, férreamente unidos por
el amor al poder y al dinero más que por los lazos de sangre.
-Qué espécimen – musitó Von Vriekers al evaluarlo.
El Inglés, suponiendo que se refería a Stupcks comentó: no es para tanto,
debe tener su lado flaco. Todos lo tienen, agregó con máscara de sabio.
Vriekers sonrío cazurramente pensando que, quizá, por una vez, tenían
entre manos un no clasificado. Una especie que se extingue, el último
dinosaurio. El Inglés seguía presumiendo, espiándose en un espejo del salón.
Von Vriekers suspiró y apagó la grabadora.
- El próximo paso es hacerle llegar un brocheur de nuestra empresa y sus
asociados. Agreguemos un modelo de contrato. Que el Dr, Inchauspe se
ponga en ello, ya sabe como hacerlo. Mientras tanto, es preciso que algunos
de nuestros científicos asociados lo atosiguen con información y pedidos de
opinión. Se sentirá obligado a contestar y eso le restará tiempo... Ah! que
algunos de esos técnicos que vaguean por ahí editen una tanda de publicaciones
referidas a trabajos de Spucks. En revistas especializadas pero también en los
diarios. Eso también lo moverá. Alguien que lo critique, alguien que lo halague.
- ¿Y si no se detiene. Y si avanza?- inquirió el Inglés.
- No te intereses por esos detalles. Ocúpate de lo tuyo. Eso es de acción
Omar Barsotti
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inmediata. Y ahora ahueca el ala que debo trabajar.
El Inglés dudó un momento. No le gustaba ser despedido de esa forma y
en ocasiones mostraba algún grado de rebeldía, pero como siempre, cuando
Vriekers levantó la cabeza y lo miró perplejo de que permaneciera en el
despacho, salió rápidamente esbozando un saludo enredado.
Vriekers, impávido, volvió a sus papeles. Luego hizo un llamado por el
intercomunicador y su ayudante dio paso a un hombre de edad mediana, de
cuerpo sólido y aún atlético y largo cabello canoso, pronunciadamente
ondulado, que le daba un aire de opereta. Vigliengo era su fórmula uno en las
tareas de seguimiento y le tenía extrema confianza. No era un empleado, sino
un independiente que defendía su autonomía a fuerza de eficiencia y resultados
exitosos. Pasaba por ser director de una empresa de encuestas y estudios de
mercado, pero, en realidad comandaba uno de los grupos más avezados en
investigaciones personales, seguimientos y obtención de información
extorsiva. Provenía de una de las muchas y silentes ramas de los Servicios de
Informaciones del Estado y eso representaba un tesoro de informantes en
todos los niveles del gobierno y una red de relaciones influyentes con la que
tenía un constante y fluido intercambio de favores. Le encantaba trabajar
con Vriekers porque era organizado, expeditivo y completamente retorcido y
cada trabajo con él lo enriquecía, no particularmente en dinero, sino en la
materia prima de su industria: relaciones e información.
Vigliengo transitó por la oficina de Vrieker observando todo con
detenimiento y haciendo gestos ponderativos.
- ¡Qué nivel!-. Exclamó por fin frunciendo los labios.
- De primera –asintió con satisfacción Vriekers lanzando a su alrededor
una mirada de beneplácito– Es la oficina más perfecta que me ha sido prestada
en mi vida. Ni aún cuando hicimos ese trabajo para la Petroleum me trataron
tan bien. ¿Recuerdas?
- No lo olvidaré jamás, casi terminamos con los pies en un tambor de
cemento.
- Todo bajo control. Hoy no existe ese riesgo... al menos eso espero. El
objetivo es un genio de la genética con alma de profesor a quien quieren
meter en un brete y exprimirle los sesos. Es un hueso duro de roer desde el
punto de vista comercial -y afirmó no muy convencido- pero no da para más.
- Ponte al día - añadió arrojando a Vigliengo una carpeta que este abarajó
ágilmente.
Vigliengo se dejó caer en un sofá, encendió trabajosamente una pipa y se
concentró en la lectura con absorta seriedad. Cuando terminó asintió: se
El ojo de la aguja
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puede hacer –dijo-. ¿Cuánto durará? En realidad la pregunta era: cuánto ganaré.
Vriekers esbozó una sonrisa y abriendo los brazos lo tranquilizó:
- Mucho, aunque dure un día. Hazlo de la mejor manera. Con tus mejores
medios y hombres.
- Eso puede significar mucho dinero.
- Lo que valga tu trabajo Sin retaceos. Debe detenerse a cualquier costo.
Inicien una fase de seguimiento estrecho, pero discreto. Quiero saber, a cada
momento, en donde está y qué hace. Si la determinación es extrema deberá
seguramente ser también urgente y quiero tener tiempo para reconsiderarlo,
nadie me ha marcado los límites pero yo los tengo.
Dijo esto último como para si mismo, meditabundo, luego levantó la mirada
y continuó: Lo mejor para este trabajo. No quiero ni chapuceros ni vedettes.
Gente seria, sin prontuario, que no deban ni la patente del auto. Con el
pasaporte al día y una buena tarjeta de crédito limpia y propia.
Van Vriekers estaba en su salsa. En pocas frases más, diseño el plan principal
y los contingentes. Pero, en el fondo no quería llegar a los extremos.
Todo lo que sabía era que Stupcks debía ser sacado de su actual trabajo, fuere
cual fuere, pero, además, lo evaluaba como una buena inversión para las
empresas a las que servía. Sus pensamientos dejaron de rodar. Debía saber
los motivos por los que el buen Dr. debía ser obligado a interrumpir sus
actuales tareas. Ese era un dato que no podía faltarle, aunque no fuera parte
del encargo. Nunca se sabe donde está la ventaja, pero siempre es bueno
saber todo lo referente a una operación de tal envergadura.
Como el Inglés, pero con dignidad Vigliengo partió a cumplir lo suyo,
Vriekers tomó el teléfono y habló durante unos minutos. Cuando colgó tenía
montada una operación de control. Aquel era su mayor placer, atar todos los
cabos y sostener el conjunto por el nudo, aún sabiendo que eso le podía traer
contrariedades.
Stupcks había hablado con Damico de la visita de Vriekers y sus
proposiciones. Su interés era simplemente poner al tanto a Monseñor de la
situación. Aún no había relacionado el encargo de éste con la conversación
con el alemán, salvo por el hecho de que ambas cosas se superponían en el
tiempo.
Estaba convencido de la sinceridad de Van Vriekers pero incrédulo en
cuanto a la veracidad de lo que éste manejaba. Quizá no era más que otro
intermediario, un “chanta” de oficio que trataba de mediar en una compra de
cerebros y, en su entusiasmo, terminaba engañándose a si mismo. Esperaba
tener en sus manos la información prometida, pero, por su cuenta estaba
Omar Barsotti
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encargando a amigos de Europa que le facilitaran datos sobre el Panzer Group.
Con esos datos sus abogados y contadores podrían, en días, completar el
cuadro hasta el último detalle y, si los plazos coincidían y los informes eran
buenos, tomaría una resolución positiva. Sus días y trabajos en Argentina
estaban en el techo, necesitaba una pecera más grande.
Otro día. Stupck escribió: He sido tentado, me siento inclinado a perder
mi virginidad tan celosamente custodiada por mi orgullo.
Debía admitirlo, la oferta lo había distendido. No dejaría de trabajar a
conciencia en el encargo de Monseñor pero su convicción era poca en cuanto
a los resultados finales. Estaba en aquel punto en que la técnica comenzaba a
ser reemplazada por el instinto, un área en que se movía con facilidad pero
no cuando lo que se espera es un ser humano. No importaba cuando se
experimentaba con animales con los que una quimera era un simple tropiezo
y hasta una estimulante novedad. Cargar con la fama de un Frankestein era el
final del camino. El solo pensarlo le hacía sudar.
A su lado, Mansilla se movía silencioso y diligente. El laboratorio relucía y
el tumulto de la Universidad llegaba amortiguado y grave.
Cuatro horas después, cualquiera que hubiere estado ahí y volviera, pensaría
que el tiempo se había detenido. Tanto Stupck como Mansilla seguían frescos
y absortos. En ese tiempo no habían intercambiado palabra. A Mansilla
era inútil llamarlo pues cuando uno se daba vuelta ya estaba haciendo lo que
se le iba a ordenar. Algunos investigadores lo consideran seriamente un
psíquico y proponían ponerlo a prueba. Stupck pensaba que era una bendición
de Dios. Mansilla se divertía mansamente, que era su estilo.
En la calle, sobre el anochecer, dos hombres detuvieron un automóvil
modesto y comenzaron a cambiar una cubierta. Más adelante se estacionó
un BMW conducido por una mujer que lucía joven y lujosamente hermosa.
Los jóvenes que salían de la Universidad la miraban interesados y algunos la
piropearon, pero ella no prestó atención, estaba atenta al sonido de un radio
comunicador instalado en el tablero y del que cada tanto escapaba un
chasquido. El cielo estaba limpio. Sería una noche sin luna y la falta de nubes
eliminaría el resplandor de la ciudad. Era aquella una calle muy arbolada en
medio de un parque y las luces públicas apenas si transponían el follaje.
Una hora después, Stupck se dirigía al estacionamiento portando un maletín
y caminando como de paseo. Media hora después salió Mansilla despidiéndose
de un par de guardias que disfrutaban afuera de una noche serena.
Los integrantes de la pareja del automóvil más viejo guardaban las
El ojo de la aguja
73
herramientas y se limpiaban las manos manteniendo una conversación
intrascendente en voz alta y jovial .
La joven del auto lujoso lo movió cruzando lentamente hacia el bordillo
frente a la entrada de la Universidad, ahí el motor se detuvo y por más que
insistió no lo pudo poner nuevamente en funcionamiento. Intentó tanto con
el arranque que al fin llamó la atención de los guardias que, parados en la
escalinata, con los puños en las caderas se deleitaron observando a gusto a la
mujer cuando ésta, al fin, descendió y levantó el capot quedando perpleja
mirando sin atinar a otra cosa. El automóvil más viejo reiniciaba la marcha
desapareciendo en una callejuela lateral.
Por fin, los guardas mirándose con una sonrisa bajaron con la intención
de ayudar lo que les daría mejor oportunidad de observar las curvas de la
rubia que, inclinada y ofreciéndole una vista de sus largas piernas, toca cables
y aparatos sin mucha convicción.
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
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Capítulo 6
- Sí, linda. Tengo novedades.
- Te espero .Un beso.
- Un beso.
Ana colgó con gesto reflexivo. Daniel le contaba y comentaba sobre todo
sin anuncio previo. Quedó intrigada.
Revoloteó por la casa poniendo orden. Daniel no era un maniático con
eso, pero a veces lo parecía. Ella, por su parte, no se preocupaba mucho por
el orden aunque sí por la limpieza, así que aproximándose la hora de llegada
de su compañero, procedía a normalizar el caos que generaba durante su
ausencia. El orden, decía cuando adivinaba la crítica en el rostro de Daniel,
es una señal de neurosis, ¿qué más da donde estén las cosas sin están a mano
cada vez que se necesitan.?Y al fin y al cabo, ¿no me las arreglo, ( a pesar de
trabajar), con un personal doméstico mínimo? Eso, porque tenés un criterio
amarrete de la eficiencia y, además, porque querés purgar la culpa de haber
sido adinerada y paliar el dolor de ya no serlo, respondía Daniel.
Su casa era un inmenso palacete heredado de un abuelo que había hecho
fortuna con los cueros vacunos y luego, displicentemente, la había dilapidado
en Europa en la dudosa compañía de ese presidente absentista que fuera
Alvear. Tenía esa belleza tenebrosa y poco convincente que los arquitectos
de fin de siglo 19, utilizaron para dar lustre patricio a la tosca tropilla de
medio pelo que invadía progresivamente los barrios de categoría de Bs.As.
Mezclando los restos degenerados de los estilos ya de por si discutiblemente
clásicos y poniendo a todo un toque afrancesado y, si quedaba espacio, algo
itálico alcanzaron, fácilmente, niveles inimaginables de mal gusto e
incomodidad. Con lo que al fin y al cabo obtuvieron un estilo, afirmaba Ana
justificando el licuado. Sí, respondía Daniel en sus mejores momentos, un
estilo de mierda.
Pese a todo, cuando resolvieron convivir, Daniel limitó el uso de su casa
en San Isidro como fin de semana, o para cuando sentía ese impulso
irrefrenable de aislarse, y se mudó ahí tan solo para complacer a Ana. Remendó
y refaccionó todo lo que pudo, arrancó las viejas venas de plomo
ateroescleróticas de los sanitarios, reemplazó las calderas bloqueadas por el
hollín de la leña y, en el proceso, solo en honor de la nieta, respetó los detalles
Omar Barsotti
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afrancesados, o itálicos, (daba igual), las líneas académicistas (fuere lo que
fuere eso), las verjas forjadas con puntas de flechas pobladas de hojas y flores
congeladas en acero y ajustadas por improbables moños metálicos, y gran
parte del artesonado el cual ganó su derecho a sobrevivir gracias a la nobleza
de sus maderas. Finalmente, harto de perderse en los laberintos donde se
escondían pudorosamente los pocos y oscuros baños existentes, los destruyó
todos, volteó paredes innecesarias (con lo que, argumentaba, se ahorra en
cuadros y litografías de repugnante antigüedad) y puso nuevos sanitarios en
lugares luminosos y aireados. Cuando atacó más arriba se encontró con áticos
espaciosos abarrotados de chirimbolos y los detritus de innumerables
mudanzas, antiguas vestimentas que volvieron loca a Ana y una población de
murciélagos con los que se libraron denodadas batallas; pese a las objeciones
ecológicas de la propietaria de aquel ignoto burdel oscuro que por las noches
celebraba sus aquelarres alados en las vecindades, aterrando a vecinas
impresionables que, todos los atardeceres, chillaban espantadas por los vuelos
al ras en los jardines circundantes. Cuando por fin llevaron sus divertidas
tropas de albañiles y plomeros al sótano, encontraron un lago artificial de
dos metros de profundidad al que solo le faltaba su Caronte y que costó dos
semanas de incesante bombeo para vaciarlo hasta temer que estuviera
directamente conectado con el río de La Plata.
Ambos extremos verticales del palacete fueron convertidos en lugares
habitables. Mientras en el ático Ana instaló un estudio, en el sótano Daniel se
dio al fin el gusto de tener una mesa de billar, con bolas de auténtico marfil y
tacos de madera fina, de la que pudiera presumir ante las visitas, aunque no
supiera ni como alinear las bolas y mucho menos obtener una carambola.
Ana disfrutó enseñándole y ganándole siempre, mientras Stupck espiaba sus
piernas al estirarse ella sobre el verde tapete cerrando un ojo y posando el
taco delicadamente sobre el arco perfecto de su mano izquierda. No me
mires, no seas obsceno, no me importa que en tu juventud te negaste ese
placer, no tengo la culpa que hayas sido toda la vida un mentecato y un
chupatintas. ¡Oh! Por Dios, qué pagada de sí misma que sos, ¿quién puede
desear ver esas patas de catre que escondes bajo las polleras?A lo que Ana
respondía sin arredrarse ni bajar la pierna. Pues, si es así, esta noche dormís
en el cuarto de huéspedes. Bien, acepto el castigo, pero será antes, durante o
después y por favor, déjame hacer una carambola al menos o venderé la
reventada mesa por lo que me den.
El resultado los sorprendió, tenían ahora una casa que podía competir
con los más modernos armatostes que los arquitectos inventaban para
satisfacer la vanidad de los nuevos ricos, con la imponderable ventaja de la
El ojo de la aguja
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falsa venerabilidad que aquellas nunca alcanzarían y que llenaba de envidia a
espíritus acuciados por la vergüenza de no tener una vetusta prosapia sobre
sus espaldas a pesar de llenar sus cajas de cemento y cristal con antigüedades
escamoteadas de las demoliciones y negociadas por avisados restauradores
en connivencia con enigmáticos chatarreros, elegantes revendedores y felices
falsificadores.
Les quedaba un lúgubre jardín al frente imposible de mejorar y, por suerte,
un inmenso patio interior con entrada para coches y un pintoresco brocal
donde, argüía Daniel, estaba seguro, se hallaban los restos de las múltiples
amantes y esposas que el abuelo y sus hermanos acumularon durante años y
olvidaron en el caserón hasta que la última fue enterrada con los honores de
una descendiente de la guerra del Paraguay. Aunque ni el abuelo, ni ninguno
de sus parientes, estuvo nunca en el país guaraní para otra cosa que no fuera
para putanear, juerguear y hacer negocios de contrabando.
Para la fantasía de Ana este era un lugar de magia y encantamientos.
Aseguraba a sus amistades que de noche podían oírse cánticos y risas y aún,
si uno ponía mucha atención a la hora adecuada y con un estado emocional
propicio, podían verse las figuras fantasmagóricas de sus antepasados
ascendiendo por la señorial escalera de la sala principal o, como se burlaba
Daniel, meando en los rincones del comedor con estrepitoso pedorreo,
haciendo gala de la alegre grosería con que habían matizado su vida terrenal.
Pero Stupck estaba contento. Disponía de una amplia biblioteca y un
estudio, ambos orientados al patio donde los viejos árboles convivían con un
jardín feraz y casi selvático que Ana expandía constantemente hasta hacer
temer que no fuera posible encontrar los automóviles y mucho menos sacarlos
de las cocheras. Estaba más cerca de la Universidad y, aunque no lo admitiría
ni bajo tortura, tenía a Ana y en tu ambiente natural, que es como mejor
luces, mi amor.
Entre los juegos y los mutuos descubrimientos, Stupk estaba consciente
de que, además del amor de Ana, debía estar agradecido a su lenta pero
progresiva salida del laberinto donde transcurriera su vida, sintiéndose como
un convaleciente, que luego de una larga internación, puede salir al sol y al
aire puro para encontrar espacios nuevos, flamantes, para estrenar, como los
juguetes que nunca tuviera.
Sí, Ana era su Ariadna que lo guiaba con un hilo tenue de vida a través de
las oscuras cavernas de sus obsesiones y sus pesadillas, conduciéndole
lentamente hacia la luz, dándole sentido a la esperanza y haciéndole atisbar la
extinción de ese sentimiento por el cual todo le parecía frágil y como a punto
del colapso. Ignoraba que su presencia era también un motivo de resurrección
Omar Barsotti
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para ella. En ese sentido prevalecía en él la íntima convicción de que no era
muy importante para nadie y que su extinción apenas si dejaría una leve
marca en el mundo abstracto, remoto y lábil de la ciencia, sin que ningún
corazón sufriera una excesiva congoja por su ausencia.
Ana poseía un negocio de modas que Daniel nunca supo calificar y que
era un éxito completo. Un negocio de modas, ¿qué cosa es eso? Preguntaba
perplejo. Una distinguida forma de ganarse la vida a costa de los pelmazos,
respondía Ana riendo. Les doy moda. ¿Qué más podrían desear? Les doy
ropa de moda, culos de moda, muebles de moda, cocinas de moda, arte de
moda, inodoros de moda y si me apuran les doy maridos e hijos de moda. No
te das cuenta, necio, tienen que comprarme algo constantemente, la moda
fenece todos los días y renace en mis talleres. La moda muda y cuando muda
hay que reemplazarla si no quiere uno quedar atrapado en la intrascendencia
y en el olvido sujeto a la cruel mofa de sus iguales. Este negocio es un negocio
de prestigio, de status, de valoración social; por siglos, milenios, mis
descendientes podrán vivir de él y venderlo aburridos de hacer dinero, mientras
la vanidad sustituya al amor y gobierne este planeta de giles.
Pero no había descendientes. Se habían conocido ya grandes para la
aventura de la progenie. Ahora Ana lo lamentaba. En su fantasía de hembra
adivinaba que deseaba tener un hijo de Stupck. Había, durante años, temido
la maternidad en un mundo cruel. Tenía tomada la decisión de no sumar
hijos a una humanidad que perdía día a día su interés por la descendencia y su
futuro y generaba multitudes de niños sin destino o peor que eso, con un
destino incierto.
Pero, no era tan fácil. La mujer, el impulso biológico, se imponía a veces
ante tanta racionalidad y cada vez, más a menudo, entendía que si bien cada
hijo es una aventura, el no tenerlo era como negarse a sí misma y hacer la
propia vida totalmente fútil. Sí, había otras cosas trascendentes por hacer,
pero ¿para qué?, ¿quién podría heredar los frutos de su talento o de su esfuerzo?
Si ella fuera un genio, como lo era Stupck, la humanidad recibiría los beneficios
Más, qué era la humanidad, sino una abstracción, una estadística y en última
instancia los balances de empresas que cotizaban en bolsa con los frutos
logrados por hombres como él y enriquecían aún más, si cabe, a especuladores
sin otra motivación que el poder y el dinero.
Un hijo, en alguna forma, licuaba tanto infortunio. Daría razón a sus
existencias. Tendrían donde volcar el amor y justificaría el estar juntos. Por
otra parte, Daniel renegaba arguyendo que no era justo tener hijos tan solo
para sentirse un poco mejor o completos, como argumentaban las amigas
más psicoanalizadas de Ana: vayan a vivir a una villa miseria con seis hijos si
El ojo de la aguja
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quieren sentirte completas, pavotas, refunfuñaba Stupck en los rincones
mientras maniobraba para mantener el mínimo contacto posible con las visitas,
al tiempo que Ana lo llamaba burlonamente y lo hacia compadecer
presentándolo como a un niño rebelde para escarmentarlo; y dominarte, mi
amor, porque, si no te domino con las artes de Eva, ¿cómo podría ser tu
esposa?
Por fin la solución obvia fue admitida por ambos: adoptar un niño. O una
niña, sostuvo Ana. Oh, bueno, un niño y una niña, cedió Stupck, y la solución
de las dificultades de tal decisión ocupaba buena parte de su tiempo actual.
Ya no podremos ser un par de felices concubinos, se lamentó él, debemos
casarnos, con libreta y todo, un engorro. Y demostrar nuestra idoneidad,
tendrás que cambiar de carácter, agregó ella mientras pensaba que nunca
querría a otro Daniel que no fuere éste de sus solitarias furias, su filosa e
imprudente lengua, su audacia genial y esa peligrosa intransigencia con la
necedad que lo hacia a veces injusto pero íntegro.
Recién cuando terminaron de cenar Ana miró interrogativamente a Daniel.
- Ah!, cierto - aceptó Daniel quitando importancia a lo que prometiera
contar, repentinamente culpable por pasarlo por alto en su momento. Ya
Ana estaba al tanto del enigmático encargo de Monseñor y cuando él, el
mismo día se lo comunicó, ella, con despreocupación argumentó, quintándole
importancia al misterio..
-Raro, ¿no?, pero qué te preocupa.?
- El misterio, la paranoia. Este Damico se sentía realmente perseguido.
Un encuentro en Ezeiza, a las cinco de la mañana. Una valija con un contenido
que me pudieron enviar por correo, o bien, alcanzado a la Universidad.
- Monseñor tendrá sus razones.
- Pero me gustaría que de una vez por todas me las dé. Me lo merezco.
- Confías en él, ¿no es cierto?
- ¡Por supuesto!
- ¿Y entonces?
- Andá a bañarte, ¿te parece?
- Pero es cierto, si confías, y él lo sabe muy bien, hazle el gusto sin mayores
explicaciones.
Pero cuando después llegaron las aclaraciones esperadas Daniel no
encontró la forma de poner a Ana al tanto de las verdaderas demandas de
Monseñor. Necesitaba una buena dosis de aquel precioso vino para tomar
ánimo. Lo dejó pendiente, conciente de que cuanto más tiempo pasara más
difícil se le haría. Por ahora, para Ana, su compañero estaba haciendo un
Omar Barsotti
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servicio, sin mayor trascendencia, para su protector quien, le parecía, recurría
a quien tenía más confianza, no ya como un profesional sino como a un hijo.
Ahora se sumaba la propuesta de Von Vriekers.
- Parece que mi vida tiende otra vez a enredarse. Me refiero a que de
pronto se superponen las propuestas y me colocan en posición de decidir.
- Nuestras vidas, y en posición de que decidamos – rectificó Ana
defendiendo sus espacios.
- Las nuestras. ¿Qué otra cosa puedo estar diciendo?Pero no nos hagamos
mucha ilusiones, en una de esas es otro pelmazo vendiendo boletos a la luna.
Ana quedó pensativa.
-¿Qué pasa? – Stupck pronosticaba nublado con tormentas eléctricas.
- Tendrás que viajar - afirmó y luego: ¿qué pasará con la adopción.?
Ahora le tocó a él quedar meditabundo.
- Tendremos que considerarlo – dijo preocupado.
De pronto Ana pensó que quizá estaba transformándose en un estorbo
para la vida profesional del Dr. Stupck .Se sintió abruptamente triste como si
todo aquel tiempo pasado juntos hubiera sido un sueño y ahora las alegrías,
los planes y la misma casa donde pusieran un pedazo de cada uno, entrelazando
sus sueños y experiencias, se derrumbara hasta los cimientos y se poblara de
los fantasmas de ellos mismos. Volvió al doloroso sentimiento de que todo
era efímero, intrascendente y que ella, retornaba a la angustiosa soledad que
la embargara hasta que lo conoció.
Él levantó la vista y comprendió lo que pasaba por el alma de Ana. Dio
una suave palmada de atención frente al rostro pálido de su compañera y
exclamó:
-¡Vaya! ¡Mujer de poca fé! ¿Qué es lo que te crees?, si no calza a satisfacción
con nuestros planes nos quedaremos con éstos. ¿Vale?
Ana asintió al borde de las lágrimas. Daniel impotente para evitarlas, solo
atinó a abrazarla.
El ojo de la aguja
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PARTE III
TEMPORADA DE CAZA
“Y a causa del Angel de las Tinieblas se pervierten los hijos de la
Justicia (...) Y todos los golpes que reciben, todas... las angustias son
efecto del Imperio de las Tinieblas”
Rollos del Mar Muerto III, 18-25 - Qumram
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
83
Capítulo 7
Ese día no era de los buenos. No era tampoco justo considerarlo malo. A
lo sumo era molesto. En la mayoría de las revistas especializadas había una
racha de apreciativos artículos sobre Daniel Stupck y su trabajo. Eso no lo
alegró. Implicaba ocuparse en contestar y agradecer o, en última instancia,
debatir. Lo tituló: “Temporada de caza y franeleo en Nature”. A continuación
agregó el siguiente comentario: “Salvo Friedman, que es un despistado y por
eso me quiere con mierda y todo,el resto de los colegas que comentan mis
trabajos parecen adolecer de travestismo científico. Habrá que contestarles
o, mucho más divertido, advertirles que he desechado todas las teorías a las
que ellos, adhieren ahora”. El pensar tal salida le devolvió el buen humor.
Había escrito esto en la mañana temprano, antes de ir al Instituto de la
Universidad al que él llamaba la Botica. Llovía, desechó su automóvil y optó
por un taxi conducido por un vejete tranquilo y formal, con ligero aroma a
ginebra y a tabaco negro, que se las ingenió para iniciar una conversación
comentando las últimas novedades políticas: el Diputado Corello ha
descubierto que el Pami es un antro de corrupción. ¿Puede creerlo?, hace 10
años que es diputado y recién se da por enterado. En cualquier esquina le
podrían haber dado esa novedad. ¿O quizá se hayan quedado con su pedazo
del queso?
Stupcks pensó que el Pami le debía cerca de 600.000.- dólares y el recuerdo
le amargaría la mañana. El taxista siguió un rato con chismes políticos y algo
de fútbol, sin hacer gran diferencia entre un tema y otro, lo que resultaba
congruente. Luego suspiró: me quieren jubilar. 200 pesos por mes y salud del
Pami. Mejor me pegan un tiro. Aún estoy capacitado para trabajar y prefiero
hacerlo hasta morir antes de caer en eso. ¿Qué me dice?
- Siga trabajando. Nunca será peor que esa jubilación - respondió Stupk
distraídamente..
- Eso digo yo - reclamó el chofer repentinamente animado - Tengo 69 y
estoy entero.
“Y bien conservado en alcohol” pensó Stupcks. Pero no lo hizo con ánimo
peyorativo. El hombre no le resultaba chocante. Era cordial y campechano
sin abuso de confianza ni respeto forzado o simulado. Supuso que debía ser
un buen amigo de sus amigos y que estaba en paz consigo mismo. Conducía
Omar Barsotti
84
con idoneidad y evidente satisfacción profesional. Aunque avanzaba
velozmente era prudente. Stupck apreciaba este tipo de personas. Se agachó
y miró el tarjetón de identificación del conductor.
- ¿Garrido?
- Ese soy yo.- el chofer, intrigado lo espió por el espejo retrovisor.
-¿Siempre trabaja este taxi. ?
- Si, es mío. Lo cuido, lo mantengo y pienso convertirlo en mi féretro.
- Espero que no sea en este viaje.
El rostro del chofer se cubrió de finas arrugas sonrientes. Era un hombre
acostumbrado a reír y a bromear pero que se “daba su lugar” y sabía mantener
la distancia, también era un hombre decepcionado que no esperaba mucho
de la gente, pero ya no se preocupaba por ello.
- No hoy. No se preocupe - Maniobró certera y alegremente como para
demostrarlo.-¿Qué piensa de los políticos?
- Lo mismo que todo el mundo – desganado, para conformar al chofer
agregó: en realidad no pienso en ellos.
Garrido, interesado, le observó atentamente por el espejito retrovisor.
- Algunos son buenas personas, la mayoría van pasando y no se toman la
cosa a la trágica. ¿Sabe qué pienso? Son argentinos. No se les puede pedir
más. Mientras, la pasan bien y hacen la suya. A costa nuestra por supuesto -
comentó entre fastidiado y resignado.
Stupck evalúo el comentario y luego pensó que en todas partes del mundo
pasa lo mismo. La política es una ficción. En bambalinas otros manejan los
hilos y, cada tanto alguien se descuida y entonces se maquinan diversos y
alegres mamarrachos inconducentes para tapar el chanchullo. El público veía
tan solo el escenario, pero, en general, sabía que la representación teatral
tenía tramoyistas ocultos lo que hacia que toda teoría conspirativa tuviera
siempre buen andarivel, con una alta y lamentable probabilidad de que fuera
cierta.
- Garrido..., hágame el favor: déjeme después una tarjeta de su radio
llamado.
El hombre esperó un semáforo en rojo, y le alcanzó la tarjeta aclarando
con solemnidad:
- Se la doy porque Ud. también me gusta. No le paso bolilla a cualquiera -
advirtió severamente -. Cuando le ví la cara pensé: este es un tipo para tener
de cliente.
Ambos asintieron mutuamente complacidos, mientras el tránsito giraba a
su alrededor en un enloquecido remolino de acero que amenazaba moler las
masas apelotonadas de peatones.
El ojo de la aguja
85
El conductor se explayó luego con entusiasmo sobre sus hijos. Dos varones
y una mujercita. Uno es mecánico – de los mejores, por supuesto - el otro
estudia música,- comentó no muy conforme-, y la “nena”y al decirlo
prácticamente se le caía la baba – recientemente graduada en medicina trabaja
en el Garraham.
Stupck abandona sus defensas cuando trata con la gente común. Sobrevive,
luchan, se quejan y filosofan con la misma paciencia en todas partes del
planeta, y en todos los tiempos. Sus iras eran repentinas pero pasajeras, y su
pesimismo, cargado de sarcasmo, está plenamente justificado. En todos había
observado el mismo escepticismo y similar manera de aceptar la realidad
como una carga que trae algo de esperanzas cada tanto, aunque sean
defraudados. Eluden las infinitas trampas tendidas por la nomenclatura política
y los pillos del establishment y así llegan a viejos con algunos logros, entre los
que principalmente estan sus hijos. Monseñor se despreocuparía si viviera
más cerca de tales personas. Se inclinó sobre el asiento delantero y le alcanzó
a Garrido su propia tarjeta.
- Dígale a la Doctora, que me venga a ver cuando quiera. Si la admitieron
en el Garraham debe ser buen profesional. Quizá yo le pueda ser útil.
Garrido parecía haberse hinchado, tomó el rectángulo de cartulina y le
dio una rápida leída: gracias, Dr. Ella necesita demostrar lo que vale,
seguramente lo llamará.- hizo una pausa – Yo lo recomendaré. Veo que es
buena persona.
- Se lo agradezco – respondió Daniel sin ironía.
Garrido se había puesto un cigarrillo en la boca, pero no lo encendía.
Stupck, sonrío condescendiente.
- Fume si quiere. Esa contaminación no me va a matar.
Pero Garrido parecía tener otra cosa en la cabeza.
-¿En qué se ocupa, Dr.?
- Soy... digamos... biólogo... mi especialidad es la genética - dudó si le
entendería.
- Bien, Dr. Eso está de moda – sentenció con acierto el chofer
- Le preguntaba – prosiguió - porque no quiero meterme en sus cosas,
pero hace un rato largo que nos sigue una rubia espectacular en un BMW
que parece un trasbordador espacial. No se dé vuelta – advirtió
repentinamente.
-¿Qué ocurre? – preguntó Stupk con el cuerpo detenido en el mitad del
giro.
Garrido había hecho la primera maniobra brusca de todo el recorrido y
penetrado limpiamente en una cortada angosta.
Omar Barsotti
86
- No le voy a cobrar demás, pero quiero saber qué hace la rubia - Aclaró
Garrido conduciendo lentamente y observando por el retrovisor: Sí que la
tiene loca, realmente lo persigue - afirmó sonriendo.
Supck espió por la luneta trasera. El BMW estaba en el callejón Se había
detenido. Garrido esperó un momento y ambos automóviles quedaron
inmóviles, separados por una cuadra.
- Yo que Ud., averiguaría quien es. Esto no es casual – comentó con tono
experimentado - y sin decir más entró en la avenida retomando su camino.
Stupck se encogió de hombros. Justo había venido a dar con un fanático
de las novelas policiales.
Garrido pareció adivinarle el pensamiento y dijo como colofón: las
persecuciones no suceden tan solo en la TV, Dr. Me pasan a menudo, en los
años del Proceso eran frecuentes y quedé escaldado con la experiencia. Bueno,
también están las esposas y esposos celosos, atracadores y toda clase de
maniáticos, pero la rubia no parece nada de eso.
Stupck se ensimismó .A pocas cuadras de su destino tuvo una inspiración,
sacó unos pesos de su cartera y se los pasó al chofer. Garrido miró el dinero
con curiosidad, pero sin dejarle hablar Stupck le explicó:
- Hágame un favor, si es que puede. Voy a bajar en mi destino. ¿Será
posible que Ud. de perseguido se convierta en perseguidor?
Garrido tenía el rostro más radiante que si se hubiera encontrado un motor
0 km en el árbol de navidad.
- A ver si entiendo, ¿Ud. se baja y yo me las arreglo para seguir a la rubia?
Stupck asintió.
- Delo por hecho Dr. Le llamaré para darle los resultados. ¡Por Dios! Así
vale la pena ser tachero.
- Mansilla, me ha pasado algo bastante extraño - Stupck se detuvo en la
puerta del laboratorio. Mansilla parado junto al mostrador que le servía al
profesor de centro de comando observaba, concentrado, todo el entorno.
- ¿Pasa algo?- Stupck pasó lentamente en dirección al pequeño vestidor.
- Perdón Dr. Buenos días. No sé. Algo me molesta. No hay desorden
pero las cosas no están del todo como las dejamos.
- No veo nada extraño - dijo Stupck ahora un poco impaciente – vamos a
trabajar.
- Un segundo, Dr., por favor. Solo un momento - solicitó pensativo
Mansilla..
Daniel esperó. Respetaba en extremo el sentido del orden y la memoria
de Mansilla como para ignorarlo.
El ojo de la aguja
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Al fin pareció que el ayudante había llegado a una conclusión.
- Dr. Alguien ha estado aquí. Y solo tenemos llave Ud. y yo. Aunque la
cerradura, francamente, no es cosa del otro mundo.
- No puede ser – ahora Stupck sonaba preocupado. Se movió hasta una
pequeña caja de seguridad y la abrió.- Acá está todo bien. De todas formas
las notas las llevé conmigo. En la computadora no hay nada, lo pasé a disquet
y el material se encuentra en el área estéril. Veamos “ la trampa”.
La “trampa” era en realidad un placard practicado en la pared del fondo.
Cuando Stupck hizo remodelar el local una de las puertas se clausuró
recubriéndola. Mansilla aprovechó el espacio haciendo uno de los paneles
móvil disimulándolo hábilmente. Era un lugar muy difícil o imposible de
detectar si uno no sabía de qué se trataba. Su origen se remontaba a los
tiempos en que los estudiantes se complacían en hacer bromas pesadas con
el material de los profesores, pero después cobró mayor importancia cuando
los estudios de Stupck se hicieron susceptibles de espionaje profesional o
industrial. El sistema era sencillo, pero difícil de desmontar si uno no conocía
sus secretos.
Ambos se apresuraron hasta el lugar,después de cerrar la puerta de entrada.
Stupck maniobró hasta abrirlo. Nada había sido tocado. El ayudante
inspeccionó los soportes y aseveró satisfecho que no había señales de
violencia..
El laboratorio es un enorme salón de origen y uso indescifrables erizado
de columnas y plagado de ventanas, que a fuerza de luchar contra la burocracia
y sobre todo la tesorería, lograran transformar en algo funcional y lo
suficientemente moderno como para no pasar vergüenza. Ocupa gran parte
del primer piso, con ventanas en dos de sus lados. Una de las paredes es una
medianera sin aberturas y en la opuesta se abren los accesos a los espacios
comunes. El cincuenta por ciento lo ocupa un área no estéril con mostradores
de acero inoxidable y la mayoría de los equipos con que los estudiantes
practicaban. El resto estä al fondo y consiste en tres salas asépticas, aisladas y
equipadas sino con lo último de la tecnología al menos con los que
funcionalmente viabiliza un trabajo serio. En esta área se han bajado los
techos. Las ventanas fijas, de vidrio doble, prestan iluminación pero no
aireación la que es suministrada por un equipo de aire acondicionado y filtrado.
Las tres salas se comunican entre sí pero se aíslan si es preciso y poseen
ingreso propio hacia el salón no estéril mediante accesos de doble puerta y
una pequeña sala de esterilización personal. Aquí sí, las puertas son de
seguridad y no pueden flanquearse con facilidad. Fue el último lugar que
Omar Barsotti
88
inspeccionaron. Mansilla quedó tranquilo, el lugar estaba seguro, la entrada
se veía firme y sin marcas extrañas.
- Todo en orden - apreció Daniel.
- Pero alguien estuvo aquí, Dr. Puedo jurarlo.
- Y yo creerlo.
Se miraron. Mansilla intrigado. Spuck pensando que todo no era paranoia,
realmente tenía un cocodrilo debajo de la cama. Se dirigió al teléfono
con cierta pesadumbre. No le había hecho mucho caso a Monseñor, pero
ahora era el momento de considerar sus advertencias. Llamó por teléfono a
Damico y le pidió que viniera urgente.
- Mansilla, esperaremos al cura loco y vamos a sostener una conversación
en la que quiero que esté presente. Ud. es un viejo amigo, no quiero arrastrarlo
a algo peligroso debe decidir si sigue trabajando conmigo. Si opta por dejarme
lo comprenderé, más aún lo felicitaré.
-Dr. Llevo años aquí, me extraña esa observación.
- No lo tome a broma, por favor.
Mansilla se quedó esperando más explicaciones hasta que el profesor,
denegando como ambas manos agregó: Damico le dará los detalles.
- Francamente espero que sea más emocionante que seguir haciendo
análisis de orina.
Damico tardó tan poco que parecía haber sido conjurado por un pase
mágico. Estaba un poco pálido y algo nervioso. A Stupck le causó gracia:
- Cura...me temo que Ud. tenía razón.- le dijo burlón
- Alguien estuvo aquí en nuestra ausencia – hizo notar Mansilla.
-¿Cómo lo sabe ? – la agresividad sorprendió e intrigó a Stupk .
- Porque lo sé.- respondió firmemente el ayudante - Sé donde queda cada
cosa cuando me retiro. Tengo ese tipo de memoria. Si alguien mueve un solo
tubo de ensayo, me doy cuenta inmediatamente. Además, antes de irme,
siempre limpio a fondo hasta los mostradores de acero inoxidable.
- Eso es algo muy débil - insistió Damico sin abandonar su postura.
- Yo limpio, Damico, y muy bien, y si eso no es una mano humana marcada
en el acero inoxidable estoy dispuesto a olvidarme de todo.
Stupck y Damico, sorprendidos, miraron sobre uno de los mostradores
laterales. Por indicación de Mansilla se forzaron a mirar la superficie casi al
ras. Así, bien marcada, surgía el rastro levemente graso de la palma de una
mano.
- Pudo haber sido Ud. O el Dr, mientras revisaban.
- Sé que no es mi mano ni la del Dr. No nos hemos arrimado a este
mostrador. Déme un poco de crédito, por favor
El ojo de la aguja
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- No puedo creer que un intruso, que haya tenido la profesionalidad de
colarse hasta aquí desde la calle, cometa esos descuidos.
- Oh! Sí, puede ocurrir. Por eso limpio tanto al retirarme. Cuando alguien
se apoya con las manos en los mostradores de acero no se ve nada de
inmediato, pero esta parte del laboratorio tiene puertas y ventanas mal
ajustadas y durante la noche el polvo del exterior y de los viejos techos
originales se posa sobre todo .Ya he observado el mismo fenómeno. Se necesita
una noche para que ello ocurra.- afirmó con conocimiento de causa. Además
– prosiguió - venga, observe esta ventana.
Ambos se aproximaron a la ventana señalada por Mansilla. Era de guillotina
construida en madera. Un cierre central de presión la aseguraba pero,
claramente, se notaban las muescas en la pintura practicadas por algún
instrumento lo suficiente elástico para ser introducido y operado desde el
exterior. El desgaste de la vieja hoja de madera y el juego con el marco había
facilitado la tarea.
- Eso es otra cosa. - Damico cedió con renuencia y observó nuevamente
la impresión: una mano completa y era cierto, era el polvo lo que la destacaba
sobre el acero.
- ¿Y el material y las notas? – inquirió preocupado el cura.
- El material en la zona estéril en la caja de seguridad, que no ha sido
invadida – explicó Stupck – las notas están siempre en mi poder y la
información del ordenador también.
Damico respiró hondo.
- Hay más –interpuso Stupck, sin darle tregua- y a continuación relató la
persecución.
Damico no contestó, limitándose a mirar a Mansilla con inquietud.
- No se intranquilice - dijo Stupck al darse cuenta - .Mansilla pertenece a
la misma clase de tontos que nosotros. Más aún, será preciso que le interiorice
del proyecto. No quiero prescindir de él, pero tampoco que corra riesgos.
Que lo decida con conocimiento de causa.
Damico siguió en silencio. Ahora él y Mansilla se miraban a los ojos. Por
fin, Damico asintió, comprobó que la puerta del laboratorio estaba con llave
y tomando un escabel alto se sentó semi apoyado en uno de los mostradores
con todo el aspecto de un parroquiano de barra..
-¿Espera un whisky, cura ?– dijo Daniel.
- Si lo hubiera.- comentó el cura suspirando.
Mansilla se movió silenciosamente a un anaquel y retiró un matraz con un
tapón de madera. Una etiqueta desvaída lo titulaba como orina esterilizada.
Luego, colocó en el mostrador tres vasos.
Omar Barsotti
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El cura se animó.
- Esto no lo esperaba – comentó complacido.
- Son años – dijo Mansilla sirviendo el whisky con la misma solvencia que
trasvasaba un preparado.- Espero que el Sr, Cura no lo tenga prohibido tan
temprano.
- El Sr.Cura – respondió Damico con su humor recuperado– hace años
que espera la ocasión de emborracharse a las 8 y 30 de la mañana.
- Y bueno, Don José, ahora lo sabe, es un cura disfrazado de ser humano.
- Ya lo había pensado, Dr. – comentó Mansilla – Alguien debiera aconsejarle
como usar un traje civil.
Damico asintió lamentando ser tan transparente. Levantó el vaso en un
brindis.
Bebieron, repentinamente serenos, con la resignación de condenados a
muerte que prueban la última copa. Angelo hizo una síntesis rápida sin dejar
de observar las reacciones de Mansilla. Este, abandonada su circunspección
se mostraba interesado, pero para nada asombrado. Hizo algunas preguntas.
- No sabemos – respondió Angelo Damico – Sabemos que existen y que
tratan de evitar la culminación de este proyecto.
Con precaución y muchos rodeos se explayó sobre la cuestión de Satán y
el fin de los tiempos. Daniel le observó mientras hablaba, comprendiendo
que el Sr. Cura, como le llamaba, estaba convencido a pesar de su racionalismo.
Pensó que debía ser un hombre torturado por la duda y oprimido entre la fe
y el escepticismo, una nueva faceta en aquel compañero impuesto por
Monseñor y al que progresivamente aceptaba por sus propios valores.
Mansilla escuchó con paciencia, sorbió de su vaso y automáticamente
retomó su aspecto circunspecto. Daniel lo estudió. Había escuchado todo
sin demostrar incredulidad. Pasó un largo e incómodo tiempo meditando,
por fin, sin dudar se tomó la libertad de apoyar una mano en el brazo de
Angelo al tiempo que decía:
- Jóven, no le quepa duda de que si el Demonio no existe el hombre lo
terminará por inventar A todos los fines será lo mismo. Dr. –continuó
dirigiéndose a Daniel - Cuente conmigo. Solo quiero decirle algo que es
necesario que Ud. sepa: Ud. no me eligió a mí, yo lo elegí a Ud.
Stupck lo miró pestañando. Esa podía ser una frase de circunstancias,
pero sonaba como una revelación.
- Le diré Dr.- he sido paciente, yo sabía que Ud. tarde o temprano se iba a
meter en algo escandalosamente emocionante. Brindemos por tiempos
agitados e inspiradores.
Stupck se ahogó con el último trago de whisky. Estaba reencontrándose
El ojo de la aguja
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con el mundo en circunstancias extrañas y de la mano de personajes de ficción.
En una ráfaga se recordó como un niño guiado por la mano de un cura por
el laberinto impiadoso de la guerra. No podía evitar pensar que había una
continuidad entre aquellos tiempos y éstos.
Mantuvieron una conferencia plagada de conjeturas, intentando enhebrar
un plan de acción inmediato. Quedaba en claro que a Stupck le seguían los
pasos. Pero saber quién, no era fácil.
Para Damico que se reservaba algo, era aún menos sencillo .Su mente
trabajaba febrilmente a la par que sostenía la conversación con sus
compañeros. El punto de partida era el supuesto de Monseñor de que la
oposición estaba al tanto del proyecto Cristo. ¿El acto que hoy les preocupaba
estaba inducido por el Demonio o tenía un origen puramente humano y
otros intereses.?¿La clonación humana tan sólo, o también sabían lo de Cristo?
De pronto, Damico se sintió exasperado porque no sabía qué pensar y cómo
actuar, sobre todo porque necesitando que algo trascendiera era preciso que
llegara al destino adecuado y no a otro. Esto último podía significar un desastre.
No reveló sus pensamientos y maniobró para darse tiempo a una consulta
con Monseñor.
- No sé, Angelo – interpuso Daniel meditabundo – Puede ser cosa de
Vriekers. Estuvo muy interesado en saber en que trabajaba yo.
Damico se encogió de hombros sin saber bien qué convenía contestar.
Sin quererlo Mansilla acudió en su ayuda:
- Sea Vriekers y su empresa u otros, busquen lo que busquen, la cuestión
principal es desviar su atención.
Si la oposición sabía de los trabajos del Dr. Stupk, la información que
pudieran recabar en el laboratorio era irrelevante. Quizá sólo se evaluaba en
qué etapa se encontraba pero el esfuerzo y el riesgo era exagerado. Quizá, la
inspección era para determinar en qué anda y no cómo anda, entonces, es
alguien que sospecha un buen negocio. En el pasado, cuando los trabajos del
Dr.Stupk comenzaron a hacerlo famoso hubo intentos de espionaje. Nunca
faltaban profesores o ayudantes que revolvían archivos o curioseaban,
pretendiendo pescar alguna idea de valor para desarrollar como propia o
vender.
- Si así fuere, entonces esta incursión y el seguimiento es de Vriekers para
alejarlo de sus trabajos, pero no sabe de qué se trata. Sería propio de él tratar
de informarse para mejorar su posición y sacar unos dólares extras. Hay que
cambiar todo y echar humo a sus ojos. ¿Qué podemos dejar aquí que resulte
inquietante para un grupo poderoso y que Vriekers lo encuentre? - argumentó
Omar Barsotti
92
Damico.
- Hay una investigación en curso sobre la transmisión hereditaria de los
caracteres adquiridos. Una curiosidad.- aclaró tranquilizadoramente Daniel.
Damico dudó: Transmisión de caracteres adquiridos ¿sería creíble?
- Angelo, no sea anticuado queda mucho que decir a pesar de lo ocurrido
con Kammerer y el lamarkismo. Aparentemente lo hacen los microorganismos
todo el tiempo adaptándose a condiciones cambiantes y nada hay, salvo la
complejidad, que indique que no ocurra en los multicelulares. Berrenstein
está publicando experiencias con insectos coloniales y los resultados suenan
revolucionarios. Los Darwinistas no están nada contentos. En mis laboratorios
particulares estamos analizando la probabilidad de cambios genéticos viables
inducidos por el medio ambiente. Es complejo comprobarlo, siempre cabe la
posibilidad de capacidades reprimidas, potencialidades ocultas, atavismos o
como quiera llamárseles, pero existen indicios y las pruebas son serias.
- Eso sirve. Ahora recuerdo un experimento de Holger Hydén de la
Universidad de Ghotemburg relacionada con esa vieja controversia. Quizá
origine un debate. Sería una buena distracción.
- Una buena distracción será aguantarse a Berrentein.- Se lamentó Daniel.
Trasladaron desde el laboratorio de la empresa privada de Stupck, los
materiales y los apuntes sobre aquel tema cuestionable. Damico y Mansilla lo
organizaron a velocidad pasmosa y, para cuando terminaron, los intrusos
podrían considerar, en una segunda visita, que habían obviado lo obvio y
tendrían su premio. Dos investigadores abocados a ese proyecto se instalarían
junto al Dr. Spuck en la creencia que tan solo se trataba de un control, cosa
bastante común con Stupk que era excesivamente puntilloso, especialmente
con los temas polémicos. Para cerrar la tramoya preparó apuntes para una
tesis sobre los cambios genéticos que surgirían en astronautas sometidos a
cambios de modo de vida y exigencias extremas. En la” trampa” quedaron
notas y material suficiente. Mnsilla se las arregló para como, por descuido,
dejarla entreabierta. Suspiró, era un secreto que hubiera preferido no perder.
Hacer otro sería un trabajo tedioso.
Terminada la puesta en escena observaron satisfechos. Era de esperar
otra visita? Se atreverían ?Ya para entonces sabían que los dos guardias
nocturnos habían estado una hora tratando de hacer arrancar el BMW y de
ver todo lo que podía verse de las piernas de la rubia. Luego ésta recordó que
su seguro la proveía de un servicio de emergencia y disculpándose, entre
risas y miradas incitantes, llamó por su celular. En diez minutos una camioneta
guiada por dos hombres vestidos de mecánicos se presentaron, hicieron los
pases mágicos necesarios y el coche alemán se dignó marcar el paso. Los
El ojo de la aguja
93
guardias quedaron en la vereda saludando hasta que se perdió de vista en la
curva de la Avda. Fue tiempo suficiente para que los merodeadores terminaran
su requisitoria y salieran por la ventana lateral donde las callejuelas arboladas
y oscuras les dieron protección..
Los guardias, interrogados por Mansilla, no veían razón para contar sus
andanzas y hubo que inventarles una complicada historia para justificar el
interés por el episodio. El creativo fue Angelo. Daniel le escuchó arrobado,
sin poder concebir que el cura loco tuviera una imaginación tan desenfrenada
que incluyera rubias en minifaldas. Damico se disculpó con una mirada al
cielo.
De todas formas, quedaban muchas cosas pendientes. Podría ocurrir que
en otra oportunidad los intrusos se animaran a penetrar en el otro sector del
laboratorio.
- Si lo hicieran – argumentó Stupck – queda la caja fuerte. No creo que
puedan violarla, de ser así debiera meterle una demanda al fabricante. Me
juró que eso nunca podría pasar pero haré colocar una alarma.
- ¿Podemos llevar ese material a otro parte?
Stupck resopló renegando. Poder se podría, pero implicaba un engorro.
Sería riesgoso para el trabajo y tan solo cambiarían de lugar el problema.
El cura meditó unos momentos y luego se dirigió al teléfono donde tuvo
una conversación de diez minutos.
- Esperemos – sentenció al terminar.
Quince minutos después se hicieron presente tres jóvenes. Vestían con
uniformes de una empresa de transporte y arrastraban una carreta de mano.
Uno de ellos depositó un maletín sobre uno de los mostradores y de ahí
extrajo ciertos aparatos. Uno de estos lucía una antena corta. Damico hizo
señas de silencio.. El joven expuso la antena por todo el local. .Mansilla y
Stupck, intrigados, sentados en un rincón observaban tratando de adivinar
de qué se trataba. El joven terminó. Guardó su equipo hizo una seña de
negación con la cabeza a Damico quien sonrió satisfecho.
-No hay micrófonos. No lo había pensado inmediatamente pero luego lo
temí.
Los jóvenes armaron una cajas de cartón y las cargaron en la carreta..Luego
cubrieron el conjunto con una lona.
-¿Se puede saber de qué se trata? – preguntó Daniel que estaba llegando al
borde de su paciencia.
- Haremos al revés. Seguro que nos están vigilando. No sacaremos nada
pero les haremos creer que si, y además, que somos un poco torpes.
-Mierda – exclamó Stupck abriendo los brazos – Viejo, Ud. parece sacado
Omar Barsotti
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de una novela de Ian Flemming.
- Bueno Dr., prefiero a John Le Carré, pero mejor dejémoslo así, no quiero
espantarlo.
Hizo señas y los jóvenes salieron empujando la carreta.. En los pasillos
los alumnos observaban un poco perplejos. Aunque, saliendo del laboratorio
del Dr. Stupck, podía esperarse cualquier cosa.
En la calle, los observadores de Vriekers se codearon, musitaron claves y
contraseñas en las radios y se dispusieron a hacer el seguimiento del camioncito
mudancero.
Así terminó el día y Stupck., más tarde, pensaría que lo incitante había
ocultado, de momento, el pánico. Pese a su vida aparentemente extravagante
era un hombre metódico que no podía verse a si mismo participando de una
aventura. No estaba en la imagen de sí mismo y, a medida que pasaba el
tiempo, se sentía más perturbado. En cierta forma era conciente de que estaba
en una posición incómoda, a contramano de su forma y concepto de la vida.
Hallaba en todo lo ocurrido un aire rocambolesco y, en los personajes, algo
infantil. Aún no podía concebir un plan diabólico, ni tan siquiera un acto
delictivo. La oposición, de haberla, se le ocurría torpe y desmadejada. Bueno,
él no tenía experiencia. Al fin y al cabo, Hitler y su acólitos le parecieron a
todo el mundo una pandilla de desahuciados buscando un lugar bajo el sol
de la política con sus disfraces y rituales absurdos y, a pesar de su conspicua
ridiculez, dominaron a una nación integrada por ciudadanos inteligentes
empujando al mundo a un enfrentamiento sanguinario y catastrófico. Creemos,
pensó, que las cosas son como deben ser, pero, en realidad, son como serán.
Por todo lo demás ¿a quién se dejaría avanzar más sino a quienes consideramos
unos tontos?
Pero, también, se movían bajo su piel otros sentimientos inquietantes.
¿Había llevado la vida que había elegido o la que le habían diseñado?¿El era
como creía ser o en realidad bajo la máscara del profesor loco se escondía un
Stupck dispuesto a exponerse al riesgo por una cosa en la que no tan solo no
creía, sino que consideraba una banalidad.
También comenzaba a cuestionarse como científico. Desde un punto de
vista serio jamás debió dejarse conducir hacia donde Monseñor le empujaba.
A veces lamentaba no haber hecho más resistencia empleándose a fondo
para disuadirlo. Monseñor tenía derechos sobre su vida, lo reconocía, pero
no justificaba que le hiciera poner en riesgo todo lo que el creía ser. Y como
si fuera poco, estaba lo de Mansilla: ¿cómo aquel hombre, que parecía la
imagen misma de la seriedad, podía haberse involucrado con tanta liviandad?
¿Tan solo por lealtad a él? Era demasiado. Mansilla no le debía nada. Estaba
El ojo de la aguja
95
ahí por propios méritos y su vida se desarrollaba en la justa medida que
siempre supuso que planeó.
Allia acta est. Ciertamente, todo plan culmina en una decisión donde los
más perfectos cálculos son sustituidos por cábalas y presentimientos.
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
97
Capítulo 8
No era, tampoco, aquel un día bueno para Vriekers. Vigliengo, se presentó
portando un rostro que merecía una escena del Dante. Sentado frente a
Vriekers, se negó a decir palabra hasta que un subalterno terminó una
concienzuda inspección de la oficina. Al Alemán le divertían esas actitudes
de Vigliengo aunque sabía que debía tomarlo en serio. Recién cuando el
técnico se retiró, dejándolo satisfecho, Vigliengo habló:
- ¿Qué nos está pasando, Vriekers? – el tono, un poco lacrimógeno, venía
sazonado de ademanes grandilocuentes -¿Qué nos está pasando? – repitió
inclinando su pasmosa cabeza hasta que la cabellera le tapó un ojo.
- Vigliengo, no sé de que hablás.
.- Si lo sabe, Vriekers. Ud . ya no confía en mi. Le digo sinceramente, es
amargante. Soy un hombre orgulloso. Tengo trabajo de sobra, si acepto sus
propuestas es porque lo considero un hombre íntegro, pero, lo de ahora me
decepciona.
Vriekers se impacientó. En ocasiones el alma de opereta de Vigliengo le
entretenía, pero ahora lo fastidiaba.
- Vigliengo, presente quejas y vamos al grano. No sé qué le molesta.
- Me molesta, que haya iniciado una operación paralela con otra
organización. Yo creí que había confianza mutua. Si necesitaba otra cosa,
por qué no me lo dijo, ¡hombre!
Vriekers se echó atrás en la butaca y entrecruzó sus manos bajo el mentón,
ahora francamente preocupado.
- ¿Qué otra operación, Vigliengo? Ud. está a cargo de todo lo que sea
seguimiento e investigación. No hay nadie más en esa área.
Ahora Vigliengo parecía más preocupado que lastimado.
- ¿Eso es cierto?
- Como la santísima trinidad.
- No blasfeme – condenó el otro con énfasis – Estamos en un lío, entonces.
Y un lío grande.
En pocas palabras Vigliengo relató el fiasco de la rubia detectada por el
taxista. Era imperdonable. Sus operadores no podían creer lo que registraban.
Antes de recibir la información, se produjo la invasión en el laboratorio de la
Universidad, con lo que expusieron a la rubia por segunda vez, haciendo la
Omar Barsotti
98
relación de un hecho con el otro, inevitable. Ahí, la cosa se puso funambulesca,
según expresión de Vigliengo. Sus hombres, se retiraron por precaución y
estaban en conserva esperando el resultado de la presente conversación.
- No es una operación mía – aclaró Vriekers – pero estoy pensando que sé
de donde proviene. Aparte de Ud. el único que conoce lo que estoy haciendo
es ese “sorrete” del Inglés – ofuscado el Alemán tornaba a arrastrar las rr,
con lo que su expresión hubiera hecho reír a Vigliengo, en una situación
menos grave.
- Ese “percha” ¡Madre mía! perdone Vrikers pero...
- No me diga nada. Tiene razón, pero no pude evitar que conociera este
contrato.
Vriekers tomó el teléfono y habló por unos instantes, secamente. Cortó.
Se puso de pié
- Acompáñeme -ordenó.
Ambos, se trasladaron al piso inferior y entraron a una oficina similar a la
de Vrikers, pero más pequeña.
El Inglés, sentado con las piernas cruzadas y el cuerpo levemente ladeado
hacia los ventanales, sostenía una fina taza de té en su mano izquierda y
revolvía con una cucharita, probablemente de plata; mientras, dejaba que su
lánguida mirada se fuera por la ventana hacia un paisaje de rascacielos
chorreados y terrazas plagadas de cables y contaminadas por los detritus que
la civilización aloja donde no ofende el buen gusto. Suspiró, el espectáculo
era una prueba de su rango pero esperaba cambiarlo, en cualquier momento,
si las cosas salían como esperaba.
Vriekers, ingresó sin anunciarse y al llegar a mitad del salón, le miró con el
mismo ánimo que a una araña que anduviera merodeando por un tapiz persa.
- Ah! Estás aquí – El tono de Vriekers no presagiaba nada bueno.
El Inglés sorbió su té, mirándole por encima del borde de la taza. Sus ojos
eran condescendientes y tan tiernos como los de un cocodrilo almorzándose
a un explorador europeo. Terminó, displicentemente, de beber, sin hacer
caso de la mirada furibunda del otro y luego depositó la taza con delicadeza
extrema y lento ademán sobre la mesita de teca de junto a su sillón.
- ¿Y bien? –gruñó Vriekers.
- Las cosas están caldeadas, estimado Von Vriekers y la culpa, según me
alertan, es suya.
Si el Alemán hubiera tenido sangre, habría caído víctima de una apoplejía.
Pero Vriekers ya había cambiado de frente. Fríamente se dedicó a inspeccionar
los papeles sobre el escritorio, prescindiendo de todo permiso o disculpa. El
Ingles, se levantó e introdujo una mano en el bolsillo derecho del pantalón,
El ojo de la aguja
99
quebrando la cadera al estilo que, a su entender, era propio de un gentleman
que soporta las groserías con altanera condescendencia..
- Creo que no le ha entendido – dijo por último.
- Inglés, te noto levemente más soberbio que de costumbre y totalmente
idiota, como siempre. A mi no me corres con la fachada. Si tenés algo que
decir, adelante. Yo tengo trabajo y uno de ellos puede ser devolverte al agujero
de donde saliste, por no decir la concha de tu madre.
- No es necesario ser grosero, Von Vriekers. Todo el operativo planteó
riesgos adicionales debidos a su inercia, y no terminó en desastre porque el
objetivo está aún verde. He informado al Jefe Operativo, para cubrirme, Ud.
comprenda. Debo advertirle a Ud. que quiere verlo de inmediato para las
explicaciones del caso o... para el final feliz, según corresponda.- lanzó una
sonrisa ingenua.
Vriekers no respondió. Fue hasta la puerta y llamó a alguien. Cerró y fue
caminando hacia el Inglés. El primer cachetazo se oyó como un látigo. El
segundo enderezó al Inglés que retrocedió espantado. El Alemán se le arrimó
lentamente, hasta arrinconarlo contra la pared. La puerta se abrió y se cerró
suavemente. En el vano, un hombre de mediana estatura y duro rostro cetrino,
se recostó levemente sobre la puerta con las manos tomadas a las espaldas.
- Así que me endilgaste esa chapetonada. Le has dicho al Jefe Operativo
que fue mi culpa. Por mi falta de acción te viste obligado a actuar. Ya
comprendo – comentó Vriekers en tono amenazante.
El Inglés intentó alguna aclaración, pero la mirada de Von Vriekers
convirtió sus palabras en un farfullo. Vigliengo disfrutaba de la escena
sonriendo beatíficamente.
Pasaron veinte minutos en perfecto silencio. El hombre del rostro cetrino
murmuró algo a Vriekers, y salió. Vigliengo tomó su puesto de vigilancia y
miró al Inglés con curiosidad, hasta que éste sintió como si lo estuvieran
midiendo y pesando, sin querer se le escapó un gemido.
El hombre del rostro cetrino, reapareció anunciando:
-Ya están aquí.
Vriekers tomó al pelirrojo por las solapas y de un solo movimiento lo
arrojó a un sofá. El rostro del Inglés varió del rojo al rosado, para terminar en
un blanquecino de muerte. Borbotó algo, pero ante un movimiento de
Vriekers, se tapó el rostro con ambos brazos.
-Que pasen – ordenó el Alemán sin alejar la mirada del Inglés.
El aire de la habitación, estaba pesado del humo de los habanos. Vrieker,
había tomado lugar en el escritorio y, los demás, incluso el Inglés, sentados
Omar Barsotti
100
en los sofás. Los visitantes eran hombres elegantemente vestidos con ropas
obviamente caras, pero no llamativas. El más viejo se inclinaba hacia delante,
sosteniendo una copa de cognac con desgano. Los otros dos eran jóvenes y
lucían relajados. No bebían ni fumaban. Uno de ellos se limitaba a mirarse las
uñas y el otro, extrajo una libreta del bolsillo interior del saco y, luego de
consultarla, comenzó a hablar en el tono pausado de un profesor:
- Vriekers, hasta ahora todo lo hecho por Ud. nos satisface y creemos que
va por buen camino. Por supuesto, ha cometido un error en el seguimiento.
Aún no sabemos las consecuencias de ello, pero tememos que la operación
puede estar seriamente comprometida. ¿Eran necesarios esos seguimientos?
- Trabajos de rutina, Sr. Bonadio. Ante cualquier contingencia es preciso
saber en que lugar, con quién y cómo encontrar al Dr. Daniel Stupck. Para
éstos trabajos, necesito establecer la agenda probable del objetivo. Es de
práctica. Yo espero que la contingencia no se presente, pero, en el caso es
útil. Ud. entiende que no puedo prescindir de la información ni salir a buscarla
a las corridas.
Bonadio lo miró un momento y luego asintiendo tachó algo en la libreta.
El hombre mayor se repantigó ahora evidentemente menos tenso. Su voz,
ronca, se oyó, por primera vez, desde que saludara, pero Vriekers la conocía
bien y siempre le producía escalofrío.
- Bien – prosiguió el hombre mayor – lo de la rubia fue un tropiezo. Quizá
no haya daños, pero debe ser sacada del medio definitivamente. ¿Qué salió
de esa visita al laboratorio?
- Don Comicio. Lo he molestado para aclarar justamente eso. Solo aclarar,
Ud. sabe que soy incapaz de molestarle con minucias que yo puedo resolver
por mis medios. El profesor, por información precisa que dispongo, está
trabajando en algo oculto, pero yo no he sido informado de qué debo buscar.
Tan sólo sé que debo sustraerle de ese proyecto, sea cual fuere.
- Bien... y es todo lo que sabrá Vriekers, y no intente saber más. No sería
conveniente para nosotros, pero, sobre todo para Ud. Tan sólo nos convertiría
en enemigos, o competidores. Ud. no quiere competir con nosotros, ¿no es
cierto Von Vriekers? – las palabras estaban teñidas de una ácida amenaza
burlona con una pizca de crueldad como diciendo: atrévete.
- ¡Por Dios! Don Comicio. Yo tengo en claro cuales son mis tareas. Solo
señalo las dificultades. Y, a propósito, estoy un poco confundido. Es preciso
que Ud. sepa, que nada tuve que ver con la operación de la rubia y sus
tropiezos. Vigliengo se encarga de esas cosas. Ud. me conoce, jamás cometería
esos desatinos.
Los invitados se miraron intrigados.
El ojo de la aguja
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- Le explico. La operación fallida fue ordenada por el Inglés, de cuerpo
presente, y por el momento, entero, pero aún no sé porqué tomó esa
determinación a mis espaldas – levantó la mano para evitar interrupciones –
Obviamente, si existe alguna duda sobre mis capacidades lo entiendo, pero
prefiero que me lo digan y me retiro. Quedamos de acuerdo en que no habría
operaciones paralelas. El Jefe de Operaciones sabe muy bien eso.
El aludido pegó un respingo. Aún no había dicho palabra y evidentemente
se reservaba.
-¿Qué pasa con el Inglés? – inquirió con algo de alarma en la voz.
- El Jefe Operativo aceptó hablar con él, ahora no es cosa mía - respondió
fríamente Vriekers como si hablara de un ausente.
- Eso es justo - asintió Don Comicio – no es nuestra forma de trabajar.
Cada responsable, debe reportar a su jefe superior inmediato y no saltarse las
vallas como si fuera una cabra en celo.
Don Comicio suspiró con hastío. Miró al Inglés quien había perdido toda
dignidad y se arrugaba ostensiblemente en su sofá.
- Joven. - dijo Don Comicio dirigiéndole la palabra paternalmente – Nunca
nos menosprecie, ni menosprecie a Vriekers, quien es su jefe inmediato. El
Jefe Operativo es simplemente un coordinador – dudó un momento – aunque
ahora no sé si lo seguirá siendo. Quédese con Von Vriekers y hágale caso.
Este hombre nos ha hecho en el pasado, muy buenos trabajos y confiamos
en él. Con mucha más razón deberá hacerlo Ud. ¿Comprendió?
El Inglés, aterrado, asintió con un gesto, no atreviéndose a abrir la boca.
Vriekers tuvo una inspiración.
-No ha habido daño Don Comicio – Seguramente el Sr. Mc Donald quiso
hacer méritos y se extralimitó. Es un poco culpa mía, no le he dado mucha
participación. Quizá supuso que yo no estaba lo suficientemente activo -
agregó contemporizador.
El Inglés se tomó del fierro caliente asintiendo. El Don lo miró largamente.
- Bien... siendo así – Sonrió socarronamente y se encogió de hombros y
dirigiéndose al Inglés agregó – Esto es asunto de profesionales, ¿entiende?,
Ud. es bueno en lo suyo, concéntrese en eso. No se entrometa. Ahora se
retirará de este cuarto y esperará donde Vicente le indique y no se moverá de
ahí hasta que se lo llame.
El Inglés no esperó otra orden, rápidamente salió de la estancia con un
paso que había extraviado toda la dignidad británica.
- Qué información tenemos Vriekers?
- El genetista sigue trabajando en los laboratorios de la Universidad.
Tenemos ahí a un hombre entrenado y conocedor de la materia que nos
Omar Barsotti
102
debe un gran favor. No vio nada extraordinario; trabajos de rutina, encargos
de laboratorios de diagnóstico. Algunas pruebas solicitadas por particulares,
lo que es muy común. Sin embargo, permanece largas horas en el área de
genética, en compañía de un desconocido y su ayudante Mansilla. Nadie
puede entrar. No hemos tenido necesidad de invadir el laboratorio para tener
esta información.
- Entonces hay algo.
- Ciertamente. Y debe tenerlo ahí mismo. No son cosas fáciles de trasladar.
Sí, probablemente, las notas y diskets que los puede portar en un simple
portafolios.
El Don asintió pensativo. Su silencio fue respetado por todos. Se demoró
unos instantes mirando fijamente al frente. Más tarde, Vriekers pensaría que
la mirada del Don era siempre sobrecogedora. En los años que mantenía
contacto con él jamás le había visto mirar a alguien de otra forma que si
mirara una pared.
- Tiene que estar ahí – observó a sus acompañantes con los mismos ojos
de vidrio y ambos se pusieron de pié como si les llegara un mensaje telepático.
Esperaron.
- Estaba ahí – dijo ahora el Don con su voz un poco más ronca – Lo
trasladarán. ¿Sabemos adonde?
- Se lo sigue constantemente – dijo Vriekeres con satisfacción – Sabemos
lo que hace a cada momento. Voy a reforzar el seguimiento quizá sea posible
hacerse con la cosa en el camino.
- Eso está bien – el Don estaba de pié – ¿Qué hará con el Inglés?¿Se da
cuenta Ud. que le salvó la vida?
-Sí.
- No se lo agradecerá.
- Es estúpido, pero útil. Ya está castigado. Insista en que se reporte tan
sólo ante mi. No quiero perder tiempo vigilándole.
- Eso está bien, ya no hay Jefe Operativo. Ud. repórtese a mi directamente,
a través de Bonadío. En cuanto al inglés, si comete otra indiscreción, nos
avisa inmediatamente y lo deja a nuestro cargo. No hay nada peor que un
burro con iniciativa. Concéntrese en el profesor. Si nuestros datos son ciertos
sus estudios están muy avanzados y no deben, bajo ningún concepto, llegar a
su término. Esa es la base del encargo. Ud. prosigue con la fachada del Panzer
Group, insista con el contrato, mejore las condiciones si es necesario. En eso
tenga manos libres. No ahorre.
Vriekers asintió con seriedad y sumisión, pero Vigliengo, que le conocía,
adivinó un brillo de rebeldía en sus ojos azules.
El ojo de la aguja
103
El Don se retiraba a paso lento. Se detuvo frente a Vigliengo diciéndole:
-Nos alegra que esté con nosotros. Sabemos de su capacidad. No se pierda,
llámeme un día de éstos, conversaremos.
Apenas retirados los visitantes, Vriekers ingresó en una etapa de actividad
pasmosa. Primero requirió la presencia del Inglés. Lo palmeó, le pidió disculpas
por las bofetadas y le encargó una serie de operaciones con los medios
periodísticos. Además un subsidio para la universidad, específicamente para
la cátedra del célebre Dr. Stupck. Se necesitaría un buen lobby en diputados
y Economía y buena publicidad. El Inglés tomó concienzuda nota. Ninguno
volvió a mencionar el incidente. Mac Donald se retiró con el amor propio
hecho un trapo, pero un poco más tranquilo con respecto al futuro de su
físico.
- Vriekers... ¿qué le pasa a ese viejo capomafia conmigo? -inquirió Vigliengo.
- Demagogia. Captación de lealtades. No perder el centro de la escena ni
el manejo de los hilos.
- ¡Carajo! No me gustó ni mierda.
- Amigo, le he permitido asistir a esta reunión porque quiero abrir el juego.
Este es el momento de las decisiones vitales. ¿Está conmigo?
- Cien por ciento. Vriekers – comentó riendo – esos tortazos fueron
portentosos.. ¡por Dios! Me convencen más que la demagogia de su amigo.
Pero, cuidado con el Inglés. El capo tiene razón, no se lo va a agradecer. Por
el contrario.
- Maldito Inglès. Ni por putas me hizo pensar en un error. Acá pasa algo.
Vamos a Averiguarlo. Hágase hacer un buen adelanto de caja y agregue al
Inglés a la lista. Sabe Vigliengo, siento que esto es muy distinto a lo
acostumbrado. Creo que se están rompiendo algunos moldes y reglas y debe
ser porque hay de por medio algo desusadamente importante.
Omar Barsotti
104
El ojo de la aguja
105
Capítulo 9
El Rector, personalmente, hizo pasar a un circunspecto Garrido enfundado
en un traje pasado de moda pero prolijo y recién planchado. Desde su pecera
el Dr. Stupcks lo atisbó con satisfacción. Mas tarde escribiría en sus notas
una muy lacónica observación: “Garrido, misión lealmente cumplida”.
El taxista no lo defraudaba y ahí estaba, muy envarado mirando los tubos
y los equipos con la concentración de un inspector de la DGI. En ningún
momento demostró asombro y, mientras aguardaba, dio unos cortos paseos
entre los mostradores, manteniendo las manos tomadas a su frente y haciendo
crujir unos zapatos antiguos pero finos, de punta aguda y tacos altos. Si hubiera
reemplazado su corbata por un pañuelo al cuello podría esperarse que cantara
un tango.
El Dr. se apresuró a recibirlo. Lo tomó de un brazo y cordialmente lo
llevó hacia un rincón del laboratorio donde se sentaron frente a frente.
- He venido a rendir el informe - dijo el taxista muy serio y misterioso.
Daniel asintió con igual seriedad.
- El seguimiento ha sido exitoso - anunció Garrido, manteniendo un aire
estirado
A continuación, hizo un relato sucinto de algunas de las vicisitudes de su
misión. Culminó haciendo una aparatosa entrega de una hoja donde figuraba
la dirección y el nombre de la rubia del BM y otros datos prolijamente
detallados.
Stupck recibió el papel con solemnidad y lo leyó detenidamente.
- Gracias, Garrido. ¿Hay otros detalles? Pero espere, amigo. ¿Quiere un
café? – y agregó rápidamente haciendo el tradicional gesto con el índice y el
pulgar - ¿Una copita quizá?
- No, gracias Dr. estoy bien así.
- Oiga, Garrido, somos amigos ¿no? ¡Relájese hombre! Me ha hecho un
gran favor y quiero atenderle.
Garrido se distendió y su rostro se apergaminó en una sonrisa, señaló el
laboratorio y dijo:
- Es este ambiente – dijo señalando el salón- Dr. La verdad que impresiona
- .agregó con un susurro.
- No se impresione. La mitad es puro marketing el resto es un laburo
Omar Barsotti
106
como cualquiera- y agregó – si Ud. toma algo yo me justifico y lo acompaño.
Stupck le miró con simpatía. Fuera de su taxi Garrido se sentía incómodo
y él no quería ser la causa de esa sensación. No le podía explicar que a un
profesor o a un funcionario de la Universidad lo hubiera tenido de pie y
sometido a tal presión que no vería las horas de irse.
- Bueno, eh... Métale. Lo acompaño.- aceptó Garrido complacido.
Stupck hizo una seña a Mansilla que observaba desde lejos y, al momento,
el matraz del análisis de orina estaba disponible sobre el mostrador. Stupck
retuvo a Mansilla.
-Este es Mansilla, mi ayudante. Es de confianza – se dirigió a Mansilla:
este hombre es Garrido el taxista que descubrió la persecución. Y este envase
– agregó al observar la mirada preocupada del taxista – no es orina, es un
muy buen whisky que espera impaciente que lo aireemos.
Ambos hombres se estrecharon las manos con naturalidad. Stupck aprobó
satisfecho. Se acomodaron y sorbieron sus tragos con calma. Stupk animó a
Garrido a darle más detalles.
- Bien – el taxista restregó las manos como en busca de inspiración - la
rubia – dijo por fin - entró en ese domicilio como si fuera su casa. Una
mansión ultramoderna . Ud. sabe, cemento y cristal. A los cinco minutos
apareció en el jardín con una malla con menos tela que un guante de comunión
y se apoltronó en una plegadiza al borde de una pileta de natación. Enseguida
salió un muñeco delgado con aspecto de tuberculoso y totalmente colorado.
Nunca vi alguien tan pelirrojo. Hablaron. El parecía algo furioso. Al final le
encajó un tortazo y ella se fue para adentro, llorando. Luego el entró y la
alcanzó en el living. Bueno, ahí empezó una escena íntima que no creo que
importe para este informe, pero, si me permite, fue aleccionador. Estoy viejo,
pero veo que me he perdido algo en la vida Dr.
Stupck lo miró, divertido.
- ¿Cómo pudo observar todo eso?
- Esa casa parece hecha de puro cristal. Hay que ubicarse bien para ver
entre la arboleda, pero se ve.
-¿De donde sacó los datos? – dijo leyendo el papel – ¡Hombre! ¡Pero esto
es un country!, ¿cómo entró?
-Taxi – respondió lacónicamente Garrido como si lo explicara todo, y
continuó como si nada: los datos fueron extraídos de una amable vecina
Estaba incordiando a un pobre jardinero en su jardín delantero y yo le dije
que intentaba cobrar una cuenta..La vecina es muy gorda y la flaca del colorado
la mata de envidia, así que cuando supo que se trataba de una cuenta vencida
se llevó la satisfacción más grande de su vida.
El ojo de la aguja
107
- ¡Qué bueno!- festejó Stupck alborozado.
- Es oficio. Le digo, me dio no solamente los datos sino que me contó
toda la vida del colorado. Ríase... es diputado nacional. Muy amigo de los de
arriba – agregó señalando el techo – Podrido en guita, por lo que aparenta.
Con mucho fuste. Autos: varios y caros. Viajes constantes al exterior. A laburar
a la Cámara poco y nada, y eso cuando hay renovación de concesiones o
nuevas licitaciones. ¿Capta? – preguntó con ambas cejas levantadas.
- Capto.
- Correcto. A este pájaro loco no se le conoce esposa ni hijos. Apareció en
el 83, compró el terreno y en seis meses le metió encima un palacio digno de
un emperador. Tiene frecuentes visitas: autos oficiales generalmente y también
algunos importantes empresarios que se dejan caer para la época fatídica de
las elecciones y /o licitaciones, que para esos tipos es casi lo mismo. Me
quedé un buen rato.
Garrido se rascó la nuca dudando. Luego de unos instantes de mirar al
Dr. agregó:
- Yo no era el único que espiaba. Había una combi grande, creo que les
llaman motorhouse. Antenas en el techo. Vidrios polarizados, pero se veía
algo de luz en el interior. Alguien se movía adentro, los elásticos lo delataban.
Estaba estacionada en el ingreso del jardín de la casa de enfrente. Me pareció
que yo me estaba haciendo evidente, pero tuve suerte. La gorda reapareció y
me preguntó si estaba libre para hacer un viaje, así que nos fuimos y creo que
pudieron pensar que ella me había llamado.
-Justo – acotó Mansilla – ¿La gorda le contó algo más?
- Solamente que cree que el colorado está mal de la azotea. Lo ha visto
algunas noches hablando solo en el jardín junto a la pileta. En cuanto a la
rubia es la que más le ha durado pues ya desfilaron varias por ahí en estos
años. ¡Ah! el fin de semana vio entrar un automóvil con placas diplomáticas.
Dice que es de la embajada estadounidense.
- ¿Como lo sabía?
- Porque no era un Mercedes.
Stupck y Mansilla festejaron la perspicacia de la vecina.
- Fenómeno, Garrido. Le reitero mi agradecimiento, ¿cuanto le debo?
- No! Dr, ¿qué dice?Yo le debo a Ud. Me dejó un montón de plata y
encima me hice un viaje desde el Country al centro. Olvídelo, ha sido un
placer. Sin embargo...
Dudó un momento frunciendo la boca y el ceño. Por fin se decidió;
- Dr. Stupck. No sé, Ud. no parece un tipo para andar en estos enjuagues.
Cualquier cosa estoy a su disposición. Un taxista tiene siempre contactos y
Omar Barsotti
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en fin, siempre pasa desapercibido – dudó - no me quiero meter, pero...
- No, no... ya ha hecho bastante – denegó Stupck con firmeza – Y recuerde
que su hija debe venir a verme. Estoy interesado en profesionales como ella.
- Ella lo llamará - tendió la mano para despedirse
Mansilla que estudiaba todo el tiempo a Garrido lo interrumpió.
- Un momento Sr.Garrido.
- Alfredo, Alfredo Garrido Sr.Mansilla.
- Está bien, yo soy José, entonces –aceptó Mansilla cordialmente.- Dr.,
creo que Alfredo nos puede ser muy útil en el futuro. Puede haber
circunstancias...
- Oiga, Dr. Como dice José. Yo no tengo problemas.- confirmó Garrido
evidenciando interés.
Stupck cabeceó dudando. ¿Qué les ocurría a todos? ¿No tenían suficientes
problemas? Pero vio el rostro expectante de Garrido y cedió un poco. No
creía que lo necesitara pero quizá ese otro demente de Mansilla tuviera algo
de razón.
- Veamos, Don Garrido. Lo tendré en cuenta si realmente preciso un
amigo.
El rostro de Garrido se iluminó. Tendió la mano a ambos hombres y
luego de un saludo que hubiera requerido el ala de un portentoso chambergo
salió a paso firme.
- Oiga, Mansilla – dijo después de un rato Stupck – ¿no le parece que está
exagerando un poco?
- Mírelo con lógica Dr. Si lo necesitamos lo evaluaremos en ese momento,
si no, enhorabuena. No sé como se la piensa Ud. a esta situación, pero me
parece que necesitaremos todos los amigos que podamos acopiar. Además,
¿se imagina a Satán tratando de tentar a un personaje como Garrido?
- Tentar! Ud. ya está como Damico. Vaya a trabajar Mansilla y rellene el
matraz de la muestra de orina. Encima se toman hasta la humedad de las
paredes. Por Dios!.
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Capítulo 10
El patricio rostro del profesor Rodriguez Villar luce pálido como una
luna de invierno. Parado en el centro del laboratorio, estrujándose las manos
transpiradas, demora un buen rato en separarlas atreviéndose a agitar la derecha
para llamar la atención del Dr.Daniel Stupck, que tras el cristal de su pecera
le observa divertido. Se toma su tiempo para salir.
- Sr. Rector – inquiere Stupck ceremoniosamente, al tiempo que arroja los
guantes de goma en un contenedor de desperdicios.
- Daniel – responde Rodriguez Villar perdiendo su acento académico – lo
buscan ciertas personas de parte del Ministerio del Interior.
Daniel inclina la cabeza con condescendencia.
- Este mes ya pagué la cuota, Edgardo. ¿No hay otro genio en
disponibilidad.?
- No se trata, esta vez, de una práctica de buceo en las sabias profundidades
de nuestras augustas aulas. Es una visita oficial.
- Todas son oficiales. ¿Cuál es la diferencia, entonces.?
- ¿Qué pasa, Daniel.?Primero te ponés raro, como cuando estás en trabajo
de parto científico. Luego te encerrás con ese buho de Mansilla, más tarde
sumas a ese tipo raro en quien descubrí una inexplicable tonsura de cura y
ahora estos tipos, que ni tan siquiera son locales.
- No locales.- repite Stupk intrigado.
- No. Terminantemente importados. Si Hollywood no ha abusado de mi
buena fe estos tipos son americanos. Y con credenciales, acompañados por
un tipejo de la embajada portador del portafolios real – aún en su nerviosismo
Rodriguez Villar no ahorra el sarcasmo.
- ¡Nos están por privatizar! – Stupk bromea mientras se saca el guardapolvos
y va en busca de su saco. – Enhorabuena.
- Ya somos privados. No jodamos, Daniel. Tengo un olfato muy fino para
los quilombos – dice el Rector siguiéndole por el recinto, esperanzado en
una repuesta
- Dejemos de jugar al escondite y a las adivinanzas y hacelos pasar a ese
sucucho que pasa por ser mi oficina.
Omar Barsotti
110
Cuando Stupck llega a su oficina cinco hombres le esperan en perfecta
formación de ataque. Al centro, comandándolos, el tipejo del Ministerio del
Interior, formal y encantadoramente baboso. Hace tiempo Stupck aprendió
a no menospreciar a los burócratas de alto nivel, no por casualidad trepan a
la estratosfera del poder. Poseen habilidades. Este espécimen está altamente
especializado y, luego de varias zalamerías, hace las presentaciones dejándolas
caer, con deleite, como plomo hirviendo sobre la carne:
- Mr. Ross, Mr. Stanley y Mr.Wat funcionarios de la CIA y Mr.Trenton del
FBI - identifica a sus adláteres en forma sucesiva y agrega una ininteligible
serie de títulos. Respira hondamente satisfecho y espera con un rictus de
cruel beneplácito.
Todos se dan la mano ceremoniosamente, emitiendo sonidos placenteros
y mascullando frases que ninguno entiende. Stupck señala unos sillones
venidos a menos y observa como sus visitantes se sientan, levantando una
leve nube de polvo del tercer mundo.
- Bien – alienta Stupck mientras ocupa su butaca tras el escritorio – Estoy
a su entera disposición – “si se cagan”,-acota para su coleto ya un tanto
belicoso.
Mr. Ross tiene el tamaño de un elefante algo macilento y apenas si encaja
en su asiento, pero no se amilana a pesar de que se está hundiendo
irremisiblemente en el tapizado desvencijado. Toma la palabra en un castellano
lamentable, que es el que hablan todos los americanos con injustificado orgullo.
Va al grano, preanuncia y, fielmente, sin preámbulo alguno, dice lo suyo, o
cree hacerlo.
El Dr. se le queda mirando sin entender. Perplejo, encogiendo los hombros,
mira al burócrata quien se apura en aclarar lo que resulta obvio:
- Mister Ross no domina muy bien su idioma, Dr. Quizá convenga que yo
oficie de traductor.
-Ni falta hace – aclara Stupck – hablemos en inglés, ¿está bien.?
Se oye un suspiro de alivio que Stupck no alcanza a localizar. Ahora la
tensión cede y Mr. Ross abandona su castellano maltratado y recomienza su
interrumpido discurso:
- Dr. Le decía que iremos al grano. La cuestión es que algunos de los
estudios que está Ud. llevando a cabo, en este momento, no son bien visto
por nuestro gobierno.
- ¡Ah! ¡Caramba, cuanto lo lamento! – responde con enfático tono de
burla el Dr. en tanto inclina su cabeza en un gesto de conmiseración.
El burócrata da un respingo y envarándose todo lo que es posible en su
asiento, donde naufraga a profundidades sin límites, aclara:
El ojo de la aguja
111
- Es preciso que Ud. sepa que los términos de la presente conversación
han sido revisados y aprobados por vuestro Ministerio del Interior.
- ¿El mío? Se refiere Ud. al Ministerio del Interior de éste gobierno y de
éste país, supongo.
- Asimismo.
- Bien. Quiero que sepa que es más de Uds. que mío y no me va ni me
viene. Tengo mi matrícula y si Ud. quiere comprobarlo se la muestro, eso me
da derecho a realizar los estudios que se me venga en ganas dentro de mi
especialidad y tan solo el Colegio al que estoy adscrito, quizá, y tan solo
quizá, puede poner reparos. Siempre que entiendan de que se trata,
obviamente..
Mr. Ross que es capaz de poner cara de escandalizado y lo hace, mirando
a su compañero en un “ podés creer lo que dice”, contesta con voz enérgica
mientras Mr.Stanley comienza a preocuparse y Trenton asiente vigorosamente
aunque sus ojos delatan un creciente temor a haber metido la pata, Wat enarca
las cejas y se sienta muy derecho cruzando los brazos sobre el pecho al tiempo
que clava su mirada acerada en los ojos de Stupck.
-No es una cuestión profesional. Es alta política.- sentencia
contundentemente – y queda esperando los resultados de esta expresión como
si hubiere arrojado una granada de mano.
- Es una cuestión de libertad científica y para mi esa es alta política –
estalla de pronto Stupck pegando un puñetazo en el escritorio – Pero, ¡carajo!
¿me pueden explicar qué mierda es ésta? – en inglés la frase suena irrefutable
y nada retórica por lo que los visitantes se obligan a responder al unísono
provocando la hilaridad del genetista.
Mr. Ross ha lidiado con cubanos y rusos, con chinos y japoneses, todos
ellos capaces de desatar una guerra atómica o financiera con la misma facilidad
con que se pedorrean a la mañana en la intimidad de sus retretes. La rebeldía
de un mero investigador de un modesto y remoto país de tercera, lo introduce
extemporáneamente en la reservada etapa de apriete, así que,
abandonando toda diplomacia se pone de pié, en varias etapas tambaleantes,
hasta zafar del abrazo polvoriento del sofá universitario, y a su vez vocifera:
-Esto no es un pedido, es una orden. Existen motivos que un chupatintas
como Ud. no entendería, la seguridad está en juego y no solamente la
internacional sino también la nacional y por eso la presencia de mi colega del
FBI.
El hombre del FBI todavía luchando con la maniobra de levantarse asiente
a los cabezazos. El burócrata, al advertir que pierde las riendas de la situación
busca infructuosamente algo en una carpeta. Wat no está muy seguro ahora
Omar Barsotti
112
de mantener la mirada acerada pero no encuentra donde poner los ojos.
- Sres. Por favor – atina a decir por fin alzando en la mano derecha un par
de hojas mecanografiadas el hombrecillo de la embajada – escuchen todos.
Por algún milagro le hacen caso. El burócrata se calza unas gafas y
rápidamente, temiendo que la tregua se termine, lee:
- “La detección de una importante cantidad de científicos, que en el mundo
entero investigan las posibilidades de la clonación de seres humanos, excede
el marco de las necesidades de la ciencia y de la ética, pero, fundamentalmente,
el de la política, introduciendo expectativas distorsivas en la relación entre las
clases y las naciones. Es nuestro deseo que este Congreso recomiende a todos
los países que pongan límites a tales exploraciones en lo desconocido hasta
tanto se puedan evaluar las consecuencias de las mismas.” – se detuvo mirando
a Stupck con aires de triunfo – Y sigue. ¿Se da cuenta Dr.? Estamos temiendo
que los resultados de esos experimentos no sean propicios para el bienestar
del mundo. En este momento al menos.
- Por Dios, amigo. Esa monserga no tiene valor alguno – responde Stupck
– Si lo mismo le hubieran exigido a Edison, Ford o Einstein y ellos les hubieran
hecho caso, el progreso se habría estancado en el farol a querosén, poco más
o menos... No sean ridículos, ¡por favor!
- ¿Quiere decir que no nos va ha hacer caso? – interviene Ross con aire
amenazante mientras su colega de la CIA comienza a darse cuenta que sus
temores se corporizan.
- Ni por putas y eso sin considerar el simple hecho de que Uds. no saben
si yo estoy o no haciendo tales experimentos y que si los hiciera no tengo
porque informarles ni pasarles bolilla – replica Stupck con tranquila
determinación al levantarse, y agrega con sorna – al salir limpien, sean cultos
y no me dejen esas hojas de porquería desparramadas y, por favor, dejen la
puerta abierta para que entre aire.
Y antes de que ninguno de los otros atine a devolver el golpe, sale al
pasillo dando un portazo que hace pegar un respingo al pobre Rodriguez
Villar, que ha estado escuchando junto a la puerta al borde del infarto.
- Y esto sucintamente es lo ocurrido con los “quía” del FBI y la CIA.
Tuvimos suerte que nuestro hombre en la Universidad estuviera a tiro y lo
grabara desde la habitación vecina. Rodriguez Villar casi lo atrapa - Vigliengo
cierra el grabador y su agenda y mira a Vrieker esperando un comentario.
- Clonación humana, ¡carajo! El Dr. se las trae. Ahora sabemos de qué se
trata.
Vriekers quedó unos instantes meditando y luego lanzó una sonora
El ojo de la aguja
113
carcajada:
- Este Stupck es una joya, los corrió por izquierda, se hizo el ofendido y
los dejó patinando en el barro.
- No es tan fácil. El Dr. jugó de local - aclaró Vigliengo – Tengo más
información. Un burócrata de la embajada, que me debe unos favores, me ha
hecho saber que no se quedaran con la sangre en el ojo. Volverán a actuar.
Por otra parte, y esto es grave, si bien alguien en el Capitolio forzó esa ridícula
declaración que hizo estallar al buen Dr., no cuenta con el aval del Ejecutivo
que, en este asunto está perfectamente en bolas.
-Quiere decir que es una maniobra no gubernamental.
-Más o menos. Menos que más. Es una maniobra de gente en el gobierno
de los EEUU pero no del gobierno. Alguien compró un poco de presión en
el Capitolio y en la CIA y el FBI. Conozco a Ross, es un pelafustán de las
ligas mayores. Lugar donde cae produce problemas, y de los gordos: secuestros,
golpizas, intimidación y, si está de humor, asesinato. Está íntimamente
convencido de que tiene directa línea con el teléfono de Dios Padre y que
éste usa de calzones la bandera americana. De paso no es en absoluto insensible
a la cotización del dólar y ha conseguido incrementar sustancialmente
sus entradas con vista a una autojubilación de privilegio.
- ¿Pero?
- Pero se van a jugar a fondo, temo por el Dr. Es un pez en un barril. Está
muy expuesto a accidentes, secuestros y otras menudencias propias de estas
épocas de soluciones tajantes y globalizadas.
Vriekers asintió preocupado. Se tomó unos minutos para pensar.
-¿Qué podemos hacer, Vigliengo?
- Por mí, y perdóneme la expresión, instalarnos una chapa de acero en el
culo y huir raudamente. Pero, no me rajo, si Ud. quiere otra cosa, sigo aquí.
Vriekers siguió meditando con manifiesta preocupación.
- ¿Estamos aún en seguimiento?
- Por supuesto, veinticuatro horas en todo el planeta como reza el slogan
– alardeó Vigliengo estudiando el rostro de su interlocutor.
- ¿Hasta donde podemos darle protección?
- Hasta que empiecen los tiros. Si se da el caso, se puede recurrir a una
paliza, pero no hay forma de justificar un miembro de esa cofradía muerto o
herido. Desembarcarían con la infantería de marina y la banda de Glen Miller
y al son de Barras y Estrellas nos fusilarían en Plaza de Mayo mientras el
Ministro del Interior da una conferencia de prensa para hacer saber que las
balas son de utilería y nosotros de cartón, sin importarle un rábano que alguien
se lo crea..
Omar Barsotti
114
- ¡Es cierto! - meditó unos instantes - Bien. Tomemos ese límite. Vigilancia
a ultranza y cualquier defensa que no incluya cadáveres y esas cosas
desagradables y difíciles de ocultar..
Vigliengo tomó nota y quedó mirando a Vriekers con aire enigmático y
luego preguntó:
- ¿El Inglés está mal de la azotea?
- En cierto sentido si. En realidad la tiene vacía y eso lo azora un poco.
¿Qué hizo ahora?
- No sé, yo se lo cuento, Ud., si puede, me lo explica.
- Meta – lo insita el alemán alardeando de los modismos sudamericanos.
- Tiene vigilancia completa. Ayer me llama uno del equipo que vigila la
casa. Le metieron una cuantas microcámaras de TV adentro, en lugares
estratégicos. Bueno, entre paréntesis, los muchachos están entusiasmados.
Me han pedido, si es posible, que algunas tomas, cuando todo termine, les
permita editarlas para algún canal codificado. Pero esa no es la cuestión -
desestima ante la mirada crítica de Vriekers -. Ayer me llaman, como le dije,
y me voy de vuelo. Tienen los equipos de recepción en una motorhouse
instalada al frente de una casa que alquilamos transitoriamente .Miro en las
pantallas y ¿que veo?: el Inglés pálidamente desnudo, arrodillado en la sala de
su casa como si rezara a la Meca con su rosado culito al aire. Pensé que
rezaba, pero en realidad sostenía una conversación con alguien…que no se
veía ni se escuchaba. ¿Quiere ver la grabación?
Vriekers se acomodó con interés y asintió con la cabeza.
Vigliengo puso el casete en la video y corrió a sentarse junto a Vriekers.
En el mejor technicolor que podía financiar el Panzer Group se ve la gran
sala de la casa del Ingles. Plantas tropicales en los rincones, al fondo, después
de enormes puertas vidrieras abiertas, una pileta de aguas azules bordeada
por reposeras de playa entre palmeras y toldos multicolores. En el centro de
la sala el trasero del Inglés se eleva desnudo y obsceno mientras su dueño
inclinado con los brazos tendidos al frente se hamaca rítmicamente. Cambio
de ángulo: el Ingles de cuarto perfil hablando:
- Señor – dice con tono untuoso – Mi único fin en la vida es servirle.
Vrieker miró pasmado a Vigliengo y éste se encogió de hombros señalando
la imagen del televisor.
- Fue un error sin mayores consecuencias. Mi inexperiencia... no se enoje
conmigo, por favor – agrega el Inglés en tono plañidero.
Espera un momento como escuchando y así prosigue sosteniendo un
diálogo con el vacío mirando al otro lado de la piscina.
- Si, pero estuvo comprensivo. Cree que fue tan solo un exceso de celo de
El ojo de la aguja
115
mi parte y no me ha castigado ni apartado de su lado.
Un silencio expectante.
De pronto el Inglés salta como si le hubieran golpeado los testículos, los
que se cubre mientras salta en una pierna. Vriekers no puede reprimir la risa.
Vigliengo disfruta.
- Si, señor. Cumpliré estrictamente sus órdenes. Localizaré ese material y
lo destruiré.
-...
- Sí, si, si es preciso quemaré el laboratorio hasta los cimientos y con el Dr,
Stupck adentro. No quedarán rastros, lo garantizo.- el Inglés está sollozando.
De pronto Vriekers se paraliza y tomando el control remoto detiene la
imagen.
-¿Qué es eso? – pregunta perplejo.
Vigliengo se mueve hasta la pantalla y observa detenidamente.
- No veo nada.
- En la superficie de la pileta.
Vigliengo mira con detenimiento, arrima una silla y se pone cómodo. El
agua de la piscina ya no riza. Parece un espejo y sobre ese espejo se refleja la
imagen clara de una persona sentada en una de las poltronas, pero la poltrona
al borde del agua está vacía.
- Mierda – musita Vigliengo. Vriekers se ha corrido a su lado y agachado
recorre la imagen con el dedo sobre la pantalla.
- Esto es magia.
- ¿Un truco?
- ¿Para quién? ¿quizá para nosotros?
- No... no – aclara Vigliengo – estamos seguros de que no sabe que lo
estamos filmando. ¿Alguien que le juega una broma? ¿Pero qué clase de broma
es ésta?
- ¿Pueden rescatar esta imagen y editarla ?
- Lo hacemos. Lo hacemos – afirma reiterativo Vigliengo entre pasmado
y entusiasmado – Vrieker, si yo no fuera pobre no le cobraría por el trabajo,
es muy divertido. Vea a ese boludo aún arrodillado, parece una tacuarita con
el culito para arriba.
Vriekers le pone el casete en la mano y lo echa a empujones de la oficina.
-Tacuarita! Por Dios y todos los santos –cierra con un portazo tapiando la
imagen de Vigliengo doblado de risa
Casi en el mismo momento, Damico, terminaba de relatarle a Monseñor
la entrevista soportada por Stupck con los agentes de la CIA.
Omar Barsotti
116
Monseñor sonrió.
- Este Stupck! – dijo por fin.
- Hay que vérselo contar – comentó Damico con un aire festivo.
- Me imagino! Estoy seguro que Daniel se ha divertido. No hay nada
que le complazca más que pegarle un buen revolcón a cualquiera que
detente autoridad.
Ambos rieron. Monseñor interrogó a Damico con la mirada.
- No sé, Monseñor. Pero sin duda que un movimiento de tal naturaleza
tiene que provenir del demonio. Y ya sería mucha casualidad que lo de Vriekers
no lo fuera.
- Si, se está moviendo. Debemos tener más cuidado que nunca con la
seguridad de Daniel.
- Lo tenemos cubierto padre. Los mejores de los nuestros le están cuidando.
– hizo un lapso de silencio mirándolo, luego agregó: Juan está a cargo.
Monseñor levantó la cabeza interrogándole con la mirada.
- Es una decisión que ha tomado él, padre.
- Está bien. Es lo mejor. Pero ciñan más la cobertura. Estamos poniendo
todo en el asador.
Damico asintió y partió preocupado. En el salón Monseñor quedó solo,
cabizbajo, sintiéndose como si caminara al borde de un abismo. Los tiempos
se aceleraban, los hechos se sucedían y los actores confluían hacia un mismo
escenario. Un escenario imprevisible que habiéndose preparado durante años,
nadie de quienes fatalmente lo recorrerán lo prevé. Una batalla entre ciegos
en la oscuridad. Algo inédito, sin guía y sin norte, sin antecedentes. Monseñor
suspiró:
- Dios – dijo por fin – ilumíname... ilumíname porque no veo y tengo
miedo.
El ojo de la aguja
117
Capítulo 11
-¿La clonación humana? – El gordo, se sumerge en su risa apagada y un
poco ronca. En el rostro, se trazan las arrugas divertidas de un hombre afable
que emite intensas ondas de seducción instantánea. El cuerpo robusto, se
sacude a través de todos sus pliegues mientras sus brazos extendidos y sus
manos abiertas invitan a participar del festejo.
- La clonación la inventé yo, amigo mío. Un trámite sencillo, una maniobra
con células indiferenciadas, pluripotentes, donde 100.000 genes, ordenados
linealmente a los largo del ADN, regularán la embriogénesis. He roto, dos
veces, un dogma biológico tan sólido e indestructible como la muerte de
todo ser vivo. Primero, un nuevo ser surge a la vida sin recombinación genética,
es decir, obviando la participación de los gametos y tornando innecesaria la
interacción de los sexos. Es la ruptura del malentendido principio de la
necesidad de la atracción o, si Ud. lo prefiere, del amor.- El gordo, hace una
gracia que involucra a todo su cuerpo, en un movimiento similar al de arrojar
algo a la basura – Segundo dogma biológico burlado, el proceso de
diferenciación de las células de la cigota, que inducirán la formación de los
distintos órganos, que todos los científicos consideraban irreversible. ¡Bah!
Nada es irreversible, y en genética mucho menos, aunque se trate de un
huevo fecundado, aunque haya empezado el proceso de represión selectiva
de los genes, yo puedo volver a cero ese proceso y desreprimir el genoma.
Así - chasqueó los dedos – y, en un periquete, transplantar este ADN a un
óvulo sin núcleo. Hoy esto lo saben todos los genetistas y hasta los autores
de ciencia ficción. Pero yo lo vengo haciendo desde hace cientos de milenios,
en forma instantánea, sin probetas ni retortas, digamos, (¿le gusta el término?),
naturalmente. Como si yo fuera la mismísima Madre Naturaleza.- meditó
por unos instantes – Bien, a veces pienso que lo soy. Me he entrometido
tanto en ella que ya no sabemos quién es quién - y agrega con un destello de
animación - Difúndalo por ahí, si tiene oportunidad, yo soy la Madre
Naturaleza y muchos de los animaluncos que se multiplican, reptan, caminan,
nadan, vuelan y, sobre todo, se comen unos a otros, incluidos algunos aún
desconocidos, son de mi Creación (así, con mayúscula). Saltos evolutivos,
atajos hacia el progreso, proliferación de la variedad sin límites para dar
mayores oportunidades a la selección natural. Sin debates de científicos
Omar Barsotti
118
trasnochados, sin análisis, sin estudios, sin dilemas éticos, y sin arca de Noé.
Solo ofreciendo vida fehaciente, fértil, eterna.
¡Eternidad!: El ansia inalcanzable del hombre que el hombre ya disfruta
sin darse cuenta!
Carcajea jovialmente, echándose hacia atrás en su poltrona. Luego, fija la
mirada en su interlocutor, agrega: También el hombre ha pasado y pasa por
mis manos. Yo los amaso a mi imagen y semejanza. Les insuflo vida y les
ordeno crecer y multiplicarse. Obviamente a costa de los demás.
Se hizo un silencio acuoso, en el que los rumores amortiguados se
distorsionan con reminiscencias de campanas y cascadas remotas. El aire,
electrizado, se disuelve como la niebla en los muelles, trasladando su densidad
de un punto a otro de un ámbito que parece un escenario, haciendo aparecer,
aquí y allá, sombras difusas que se mueven lentamente en una danza que, sin
duda, contiene una melodía que el oído humano no percibe y que a veces
acompaña un drama y, por momentos, a una farsa.
- Oigo sus pensamientos, aquí – dijo, señalándose la frente bulbosa y
fruncida - Ud. piensa en Dios.- dijo condescendiente - Lo hace con temores
y dudas. Lo hace queriendo inventarlo. ¿Cree acaso que puede hacerlo en sus
laboratorios de alquimistas y frustrados hermeneutas? ¿Cree que puede
convocarlo mágicamente? Dios existe, pero existe porque existo yo. Sin mí,
¿quién quiere un dios? ¡Dios! ¡el que acabó con el caos! – abrió los brazos
abarcando el mundo – ¿Le parece a Ud. que el caos terminó? - Le señaló con
un dedo de niño travieso: Ud. piensa en Cristo. Cristo, el hijo de Dios -
movió sus manos en un “quizá quizá” - Puede ser. Por que no: un transplante
de ADN en un óvulo sin núcleo, “desrepresión” del genóma y el implante en
un vientre receptivo, digamos... ¿de una virgen? Viable, siempre que encuentre
el ADN de un dios, y a una virgen. A veces pienso que, cuando las religiones
terminen por reconciliarse con la ciencia, esa será la explicación que
conformará el marketing principal de las nuevas creencias. Pero, de todas
formas, ¿qué importa Cristo? Un pobre judío, centrifugado desde Qumran
porque tenía sus propias ideas y no podía ceñirse a la incierta espera del
retorno del Maestro de Justicia. Él no creía en el confiado abandono en la
mano de su dios, quien seleccionaría a los elegidos para librar la guerra contra
los Hijos de las Tinieblas; él quería adelantar las fechas, juntar tropa propia
y lanzarse ya a la batalla: ¡Un renegado!, quiso levantar a la humanidad para
luchar por lo que no conocía o no reconocía. Una guerra contra lo único
real, en nombre de una fantasía.- Se solazó con la idea restregando sus manos
regordetas - Un judío apóstata, negando la esencia misma del mandato de
sus ancestros: sobrevivir a cualquier costo, multiplicarse y dominar al mundo.
El ojo de la aguja
119
Cristo y sus judíos cristianos. ¡Qué torpes!, casi le dejan la iniciativa a los
jodidos nazis.
- ¡Vea a dónde hemos llegado!: Amor al prójimo, solidaridad, caridad,
tolerancia, antidiscriminación, Convención de Ginebra, Pacto de San José de
Costa Rica, Justicia Social, Nüremberg, Derechos Humanos, Leyes Sociales,
¿todo para qué?, para culminar en los yuppies, la teoría de la seguridad, la
CIA, la bomba neutrónica, Hiroshima, la guerra bacteriológica, Vietman,
Kosovo y todo lo demás. Para qué tomarse el trabajo de bombardear Sodoma
y Gomorra? ¡No lo hubiera hecho yo mejor!
Hizo otra pausa, aparentemente deleitado en las formas y los rumores, el
rostro profundamente calmo, sin asomo de malicia, adornado por una suave
sonrisa rememorativa. Señaló hacia un lado, frunciendo el ceño:
- ¡Vea lo que han hecho! -exclamó repentinamente desolado- Han retrasado
la evolución. Sobre toda la humana, impidiendo la natural eliminación de los
más débiles.
-Ellos – prosiguió alterado - los idealistas, los utópicos y los revolucionarios,
han puesto a la especie al borde de la extinción, negando el camino de la
selección natural, imponiendo reglas absurdas y sentando a la naturaleza en
el banquillo de los acusados; rea de ser como debe ser, como jamás dejará de
ser - señaló su pecho, compungido-... y a mí... yo, que sólo quiero que todo
siga su curso, soy el motivo principal de sus ataques y, por supuesto, el supremo
causante de todo mal. Jefe del Imperio de las Tinieblas. ¡Acusarme de
Imperialista a mi! - lo sondeó con la mirada - ¿Se da cuenta? Es bochornoso
-agregó malhumorado- ¿Pero que es el mal? Ninguna religión se ha puesto
de acuerdo en ello y, aún más, todas, indefectiblemente, consideran la
encarnación del mal a las otras. Con escuchar a una de ellas ya debiera
procederse a destruir a las demás. Y no hablemos de la política; a la hora de
liquidar burgueses los comunistas, en nombre de la igualdad y la fraternidad,
no ahorran iniquidades. A la hora de liquidar comunistas los liberales no
hesitan en pactar con los fascistas, y al turno de las naciones, se montan
guerras atroces para combatir el mal que los contendientes se atribuyen
mutuamente.
Hizo una pausa mirando intencionadamente con aire pícaro - Y no
hablemos de la economía. Las finanzas no tienen ni bandera, ni ideología, ni
patria, ni religión y todo les viene bien, hasta la sangre fresca, siempre que le
puedan aplicar el tanto por ciento. Y resulta que el conductor del Imperio de
las Tinieblas soy yo!¡Una calumnia!
Vuelve a reír con esa risa silenciosa y ronca que agita todo su cuerpo con
regocijo: el hombre es mi propio demonio – alega -... yo... si lo vemos con
Omar Barsotti
120
claridad... soy solo un reflejo, una imagen en su espejo, una nube móvil cuyas
formas no terminan de definirse, hasta que un hombre las concierta. ¡Vaya!
Podría decir que sólo soy un discípulo, o, si prefiere, un mero ejecutor de los
más íntimos y genuinos deseos de los hombres. ¿Me comprende ahora, colega.?
El Dr. Daniel Stupck se revuelve entre vahídos, tratando de recobrar el
dominio de su conciencia. Asustado, oye los latidos de su corazón lejos de su
cuerpo. Su cuerpo herido. Sabe que esta herido, pero no puede localizar el
lugar ni diagnosticar su gravedad. Las nubes siguen moviéndose a su alrededor,
envolviéndolo y abandonándolo, mientras el rumor se hace cada vez más
intenso y crepitante. Ahora hay fuego reptando hacia él y lamiéndole los
pies. Se encoge con un gruñido de rabia por su impotencia, haciendo
desmayados tanteos para comprender lo que ocurre..El mundo está al revés,
sobre su cabeza pende una butaca y luego diferenció un volante y una palanca
de cambios. Una granizada lo salpica con su explosión sorda y queda cubierto
de cristales quebradizos y crepitantes que le escuecen las manos y en la cara.
Detrás del granizo, llegan dos manos y dos brazos, y se siente atrapado y
arrastrado fuera del alcance del fuego. Ahora podía recordar: una calle ancha
y húmeda y un enorme camión surgiendo de la neblina y estrellándose contra
su coche hasta volcarlo y arrastrarlo sobre la acera. El dolor de los metales
con su sonido agónico y chirridos lacerantes, y aquel camión que no se detiene
y que, ahora tenía presente, nadie conducía.
Siguen tirando de él. Trata de volver la cabeza, pero sólo ve dos sólidos
hombros en tensión. Por fin, pasó el marco de la ventanilla y se encontró en
la oscuridad rota por las llamas, acostado sobre el pavimento. Con pánico
huele la nafta, pero su auxilio lo pone de pie y, en el mismo movimiento, se lo
carga sobre los hombros.
Corre junto a la pared, buscando los bordes oscuros, con un trote fácil y
sostenido. Stupck piensa, con agradecimiento, que el hombre es sumamente
fuerte, y en buen estado físico, pues se han alejado casi setenta metros del
auto ardiendo cuando éste se volatiliza sordamente, elevando una densa columna
de humo que expande su oscura mole por la profunda garganta entre
los edificios. Se desmaya mientras siente que otras dos manos anónimas lo
toman de los pies..
El gordo, le observa con curiosidad. Con cierta complacencia, pero también
con desdén como si hubiera dejado a su víctima sufrir la tortura hasta el
límite, para llevarlo a un nuevo umbral de incertidumbre y de miedos. Dice
algo sobre la vida y sobre la muerte. Dibuja en el aire signos que hacen danzar
a los fantasmas de la niebla; con la mirada perdida en ensoñaciones enigmáticas
El ojo de la aguja
121
se aleja lentamente, flotando, muy solo, acariciando con sus manos, casi
femeninas, su propio cuerpo. Se esfuma con un chispazo silencioso.
Stupck abrió los ojos. Lo primero que vio fueron sus pies. Los zapatos
humeaban chamuscados y calientes. Alguien se los arrancó, dejando al
descubierto las medias ridículamente llenas de agujeros por donde asomaban
unos dedos enrojecidos luciendo fuera de lugar y una pizca cómicos. Manos
rápidas, pero leves, le recorrieron el cuerpo, le sacaron los harapos con olor a
nafta y a chamusquina y le palparon las costillas, las extremidades, la cabeza.
Sintió un dolor en el costado derecho y el pulso de la sangre al correr sobre
la piel. Las manos escudriñaron, apretaron y se detuvieron pensativas para
luego tomarle el pulso.
Estaba en una habitación. Una sola lámpara de pie creaba un aro de luz
que apenas llegaba hasta la cama y dejaba a oscuras el techo. Se estremeció
cuando le lavaban el torso con agua fría, luego le sacaban del cabello los
pequeños cristales nevados y enjuagaban la cara. Eran manos expertas que
carecían de rostro, pues la luz de la lámpara no lo alcanzaba. Rodó la vista
por el resto de la estancia. Estaba acostado en una cama de una plaza, tallada
en madera de grano fino, de aspecto sólido, que se encontraba con el espaldar
apoyado en el centro de la pared más angosta. La lámpara se ubicaba a su
izquierda, centrada en una de las paredes largas, su ángulo de iluminación
alcanzaba hasta un poco más de sus pies. Junto a la lámpara una mesita y,
contigua, una butaca de carpintería similar a la de la cama, provista con
almohadones. La luz de la lámpara caía sobre el asiento orientada como para
quien, sentado, leyera sin que el resplandor molestara a su vista. Más a su
izquierda, paralela a la cama, una biblioteca con tomos cuyos lomos no podía
leer pero que Stupck reconocía, en su mayoría, como libros de medicina. En
la pared de la derecha, un placard embutido y una cómoda sencilla con un
espejo pequeño, donde se reflejaba la figura de la lámpara. A su frente, divisaba
lo que debía ser la puerta de entrada al cuarto y otra, entreabierta, que daba a
un baño azulejado. Otra puerta, junto al placard estaba cerrada, pero, por
debajo se filtraba una línea de luz. A la izquierda, una puerta ventana cegada
por cortinas espesas. En los espacios libres de las paredes se adivinaban tapices,
cuyo tema no podía percibir. El techo, era un foso interminable apenas
dibujado por los reflejos del piso. La pantalla de la lámpara, cegada en su
parte superior por un material opaco, apenas dejaba traspasar un resplandor
verdoso que teñía las paredes en un color vegetal con efectos sedantes. Las
manos habían terminado su limpieza y, por primera vez, escuchó la voz del
hombre:
Omar Barsotti
122
- Descanse un momento, luego continuaré con las curaciones - sonaba
tranquilo con un tono bajo de dicción clara, cultivada y sin estridencias.
Stupck quiso protestar, pero su voz se diluyó en un murmullo y cayó en
un sueño que era casi otro desmayo.
Se despertó en un tiempo que no pudo precisar. Le costó un momento
reconocer el lugar. Sentado en la butaca, un hombre leía. La luz no llegaba a
su rostro. Podía notar que era un cuerpo fuerte, como lo había supuesto. La
puerta de la cocina estaba semiabierta y alguien trasteaba en su interior. La
habitación se hallaba caliente. No sabía si era de noche o de día. Trató de
incorporarse pero la puntada en el costado lo hizo gemir. Movió las piernas
y comprobó que funcionaban como así también sus brazos y sus manos.
Giraba la cabeza, movía las extremidades, lo más temible no había ocurrido.
Se preguntó porqué no estaba en un hospital. El lector abandonó el libro
sobre la mesita y ajustó la pantalla de la lámpara, de forma tal que la cama
quedó iluminada y también su cara.
Stupck levantó la mirada hasta dar con el rostro del dueño de las manos.
Tuvo un sobresalto. Aún, en la semipenumbra, era inconfundible. El hombre
le preguntaba algo, pero él no podía responder. Nada se lo impedía, salvo la
sorpresa y la incredulidad devenida de restos de sentido común. La sombra
se materializaba y ahora le miraba directamente a los ojos. Stupck devolvió la
mirada. No pudo evitar una sorprendente comprobación: aquel rostro no
podía ser de otro.
- ¿Es grave? – inquirió sin importarle la respuesta.
- No mucho.
- No me diga que ya ha hecho un milagro – lo expresó sarcásticamente,
arrepintiéndose inmediatamente de su vana agresividad.
- No Dr. No hay necesidad de milagros. Esto se arregla con unas puntadas
y unos días de descanso.
Fue una respuesta sosegada, conteniendo una pizca de humor.
Stupk trató de acomodarse. No había nieblas danzantes ni otros adornos
que los tapices colgados en las paredes. Uno de estos lo sobrecogió: era una
reproducción de la figura en el sudario de Cristo, igual a aquel que alguna vez
viera y era el resultado del trabajo experimental de dos físicos espaciales
norteamericanos, procesado por realce de relieve por computadora, con lo
que resultaba impresionante la similitud con el rostro de su salvador. Miró a
uno y a otro y cerró los ojos manifestando:
- Entonces es Ud. nomás.- lo afirmó aunque quería preguntarlo, quizá en
la esperanza de que la respuesta fuera negativa.
El ojo de la aguja
123
- Eso dicen. Quédese quieto un momento, mientras le hago una curación.
El desinfectante le arderá.
- ¿Para qué desinfectante? se supone que el poder de sus manos serán
suficientemente sanadores.
- Digamos que el desinfectante es para ayudar- y le regó la herida con un
chorro abundante. Daniel dio un respingo con el costado ardiendo.
- ¡Carajo! – gruñó - No debiera usted ser tan susceptible. Eso estuvo algo
cruel.
- Stupck, es Ud. incorregible.
Stupck se incorporó sobre sus codos.
- ¿Como debo llamarlo?
- Por ahora tan solo Juan.
- Tiene sentido. Digamos que es economía de recursos. Dos en uno. Se
encarna en el Bautista y luego, oportunamente, pasa a la versión definitiva:
Rambo I y Rambo II con un único actor.
- Es buena idea aunque no la idea. Tan solo un nombre cómodo, fácil de
recordar y que no debiera alterar a nadie.
- ¿Pero, es Ud. realmente quien supongo que es?- insistió.
- Así me lo han dicho, pero yo aún no lo sé.- lo declaró con sencillez.
- ¿Qué hizo Monseñor? ¿Para qué me convocó ha hacer algo que ya estaba
hecho?- sin querer, se transparentó el tono de reproche.
- Puedo ensayar una respuesta, pero prefiero que las explicaciones se las
de Angelo Damico.- le miró preocupado y preguntó: ¿vio al gordo simpático?
- Adivina el pensamiento también. Me deja perplejo.
- Nada de eso, Daniel, por el momento olvide las maravillas que se me
puedan atribuir. Estuvo delirando, y no pude evitar enterarme de sus visiones.
Stupck se revolvió inquieto y dubitativo: no sé si fueron visiones. Parecía
la realidad -agregó preocupado.
- Llamémoslas así, aunque sí, son la realidad. Otra realidad, pero realidad
al fin. Yo también las he tenido. Sé de lo que Ud. hablaba. Monseñor también
las ha sufrido. Todos nosotros hemos visto y algunos dialogado con esa
presencia.
- ¿El es lo que yo creo?
- Suponemos que sí – se levantó, caminó hasta un gabinete y retornó
portando un vaso con licor.
Stupck escanció de un solo trago. Miró el vaso vacío e hizo un gesto para
que se lo volviera a llenar.
- Uds. me tienen sorprendido. He visto a Damico beber whisky como un
jugador de póquer y ahora a Ud. bien aprovisionado. ¿Es algo litúrgico, o el
Omar Barsotti
124
modesto y saludable vicio laico?
- Lamento confesarle que el responsable sigue siendo Angelo.
Compartimos esta habitación, que ahora acomodamos para Ud., pero el licor
es cosa de él, aunque a mi no me disgusta, no soy un cuáquero.
Stupck hizo un silencio apreciativo.
-¿Y, entonces, el gordo? - exigió
- Es Satán al natural. Nada de cuernos, ni cola, ni ojos llameantes. Solamente
un gordinflón contento de la vida, a quien cualquiera invitaría a comer con
su familia, convencido de que le puede confiar a sus hijos para una tarde de
paseo por el parque. Me turbó durante toda mi niñez y, debo confesarlo, le
tomé una especie de incalificable afecto.
Stupck se atragantó.
- Es raro que yo diga eso, pero sí. Así es él. Alguien con quien no conviene
entablar un debate, ni darle mucha confianza. En sus delirios Ud. estaba
tratando de rebatirle. A un demagogo no hay que darle pie para la discusión.
- Puro espíritu de contradicción. Ese demonio tiene mucha razón en lo
que dice, pero jamás se lo hubiese admitido.
- Ud. tiene pasta de santo.- anunció Damico ingresando por la puerta de
la cocina, portando una bandeja de acero inoxidable con una amenazante
panoplia de elementos de curación.
- ¡Damico!, ¡por su madre que va a tener que dar muchas explicaciones!-
estalló Stupck tratando de incorporarse al tiempo que ahogaba un grito de
dolor.
- Tranquilo. Luego de la costura tendrá su oportunidad.
Daniel se revolvió alarmado, mirando las agujas y las jeringas: oiga ¿Ud.
tiene licencia para usar esas cosas?
- Soy médico y cura – le recordó Angelo, preparando el instrumental –
Una clara ventaja sobre Ud. y sus colegas, lo puedo matar con la conciencia
tranquila, darle mi perdón y remitirlo directamente al cielo sin pasar por otra
ventanilla. Recuéstese sobre su lado izquierdo y respire hondo, aún no sé si
deseo evitarle el dolor.
Fue un buen trabajo. Le dejaron un rato en paz, pero aunque su cuerpo
así estaba su espíritu se revolcaba en un fango pringoso de dudas y de furias.
Cayó en un entresueño punzado por visiones que se confundían con la
realidad:
Satán caminaba lentamente, de un lado a otro de la habitación. Llevaba
las manos tomadas a las espaldas y, cabizbajo, rumiaba sus ideas, dejando
escapar cada tanto una frase. Stupck, desde la cama intentaba llamar su
El ojo de la aguja
125
atención. Le parecía estúpido, pero aún más estúpido era pretender que el
otro ignoraba su presencia. El gordo se detuvo y le miró directo a los ojos.
Esbozó una sonrisa apenada y se aproximó a los pies de la cama. Mírese.
Dr.,- y lanzó sus brazos hacia delante ampulosamente: ¿Por qué debimos
llegar a este estado? Yo lo aprecio. Aprecio su malhumor y su sarcasmo. Me
gustan sus iras, y comparto sus razones. Es Ud. un hombre íntegro, ¿por qué
entrar en una conjura contra mi? ¿De qué se me hace responsable? Soy un
adepto a la vida y todos me asocian con la muerte. Es cierto, no pretendo
que todos sean felices, pero esa es una propuesta demagógica que crea más
infelicidad. Yo abogo por una felicidad restringida, viable, real, no por un
sueño irrealizable de gloria eterna y generalizada. Ah! - se lamentó - ¡cómo
seduce el absurdo a sus congéneres!
Daniel Stupck observó, asombrado, que los ojos del gordo lagrimeaban y,
espantado, comprobó que le crecía un sentimiento de piedad. Parado ahí,
Satán imploraba por su comprensión, inclinando la cabeza hacia un lado y el
otro, como un niño perdido. Hablaba de su soledad e injusto ostracismo,
peroraba interminablemente sobre sus buenas intenciones malinterpretadas,
el largo camino que la humanidad desagradecida, había transitado gracias a
sus obras y, por último, la conjura que un grupito de curas dementes estaban
armando en su contra. ¿Por qué se prestaría un profesional exitoso como él,
a ayudar a la promoción de la dominación de los mediocres, los débiles de
espíritu, los enfermos y los incautos. ¿Qué servicio sería ese para la humanidad?
- Dr — dijo por último con un suspiro decepcionado - abandone ese plan
estrafalario, que solo agregará más dolor al mundo.
- ¿Abandonar? – preguntó Daniel casi con un aullido. Rompió en una
carcajada.
El gordo se esfumó con un largo suspiro doloroso.
Damico irrumpió alarmado, seguido de Juan.
-¿Que ocurre? – preguntó, sobre la risa histérica del herido.
-¿Estuvo el gordo? – aseguró más que preguntó Juan.
-¡Por Dios, sí! Estaba ahí mismo tratando de convencerme que no
materializara el clon de Cristo - rió tomándose el costado – No lo sabe... No
lo sabe. Está creído que yo voy ha hacerlo. ¿Cómo es posible que ese enemigo
impotente, exija tanto esfuerzo. Es un liberal trasnochado, un mero darwinista
fracasado. ¡Todos Uds. están eminentemente locos.!
- Quizá es la fiebre. Aún el antibiótico no ha hecho efecto - comentó
Angelo tomándole el pulso..
Juan rodó la cabeza, observando el cuarto: puede ser verdad..- dijo
quedamente - lo siento aún aquí. No daría un centavo por su supuesta
Omar Barsotti
126
ignorancia. Tan solo juega con nosotros.
Daniel se estremeció, repentinamente serio.
- Debemos hablar – murmuró a su pesar, paseando una mirada inquieta
por los rincones de la habitación - me deben una explicación - afirmó ya
exigente.
Damico trajo una silla de alguna parte y se sentó al lado de la cama. Juan
aproximó la butaca y se ubicó alejado, una vez más su rostro oscurecido en la
penumbra de la luz a sus espaldas.
Angelo suspiró y restregó sus manos con lentitud. Tenía el rostro
repentinamente dolorido y los ojos bajos. Por unos instantes pareció que no
seguiría adelante, pero la duda duró un instante, fijó la mirada en los ojos de
Stupck . Decidido, comenzó:
- Lo lamento, Dr. Estoy avergonzado. Pero necesitábamos hacerlo. Ha
sido Ud. parte de una maniobra de diversión y desinformación. No teníamos
alternativa, otro no servía. Ud. era el adecuado: su importancia científica, su
proximidad a Monseñor lo señalaban. Aprovechamos el hecho de que,
contrariamente a lo que vulgarmente se supone, el demonio no es
omnisapiente, puede ser engañado. Aunque no todo el tiempo.
- Pudieron advertírmelo - interrumpió Stupck-. Casi dejo el cuero y aún
no sé cual será mi futuro.
- Si.. Es cierto, pero Monseñor prefirió que fuera así. Eso lo haría más
genuino - Ud. representaría mejor su papel ignorando la verdad. Ud. es un
mal actor, Profesor.
- Actor! ¡Era mi vida, ¡carajo! Merecía otro trato - insistió furioso.
- Por cierto, pero no hubo alternativas.
-¿Alternativas? ¿Con esa moral piensan salvar al mundo?, ¿haciendo
trampas y engañando a los amigos?
La mirada de Damico se enfrío al tiempo que respondía inesperadamente
exaltado:
-¿Y qué cree Ud,. Dr? ¿Que monseñor salvó a Ud. y a su padre sin hacer
trampas y sin engaños? Cada hora de su vida, cada minuto paga su cuota de
arrepentimiento y de dudas. Cada día se retuerce y se mata de a poco por lo
que hace. ¿Qué sabe Ud.?
Daniel Stupck apretó los dientes. ¿Qué derecho tenía él? Su vida le había
sido regalada, ¿qué importaba lo demás? Pero no dejaba de sentirse herido y
usado. Se encogió de hombros e hizo un ademán restando importancia al
asunto. Señaló a Juan.
- ¿Cuántos años tiene? – se interesó.
- En navidad veinticuatro.
El ojo de la aguja
127
Stupck resopló: eso lo pone naciendo en una fecha muy temprana para
disponer de la tecnología adecuada - adujo escépticamente
- No sea soberbio, Dr. El trabajo podría haber sido hecho en 1970 por los
científicos de nuestra agrupación. En los 80 fue aún más fácil. Es un plan
viejo, nacido casi con los comienzos de la genética. Por supuesto, eran otros
métodos y otra concepción, pero el objetivo era el mismo y fue resuelto no
bien la genética nació como tal.
- Tiene el fenotipo – dijo Daniel mirando a Juan como a un espécimen-
¿pero y el espíritu?
Damico se revolvió, como si le hubieran clavado una daga. No pudo dejar,
a su vez, de mirar a Juan, quien devolvió la mirada sin pestañar.
- Dudas, cura loco – afirmó gruñendo Stupck – Dudas y lo sabes. ¿Qué
pasa si no es más que una bolsa vacía?
- Lo intentaremos de nuevo.
- ¿De nuevo?
- Hubo tres Juanes – murmuró el cura con lentitud.
Stupck pensó que debía mostrarse escandalizado, pero se descubrió
pensando que le parecía lógico. Uno o mil. ¿Qué más daba? El mismo lo
habría llevado a cabo de esa forma.
-¿Qué pasó con ellos?
- Uno nació irremediablemente deforme y falleció al poco tiempo. El
otro… - dudó hasta enmudecer mientras apretaba sus manos, atribulado.
- Estuvo por ahí, creyéndose Cristo – prosiguió Juan por él, con voz átona
- Se escapó a Jerusalén a predicar. Fue objeto de burlas y de persecución,
pero él persistió. Logró reunir una pequeña multitud de adeptos, se hizo
famoso. Profetizó con acierto sobre sucesos inmediatos, dicen que hubo
milagros, preocupó a las autoridades y escandalizó a los religiosos. Fue acusado
de espía. Una mañana, apareció crucificado contra un portón en la ciudad
vieja. Esto sucedió cuando tenía mi edad actual. Era tres años mayor que yo.
Lo conocí como hermano, lo lloré como tal. Más tarde me enteré quienes
éramos realmente - hizo un largo silencio y luego respiró hondo y agregó: y
a veces pienso si él no era el verdadero Cristo. No se qué están esperando de
mi...
- ¡Juan!- le interrumpió Damico – no sigas con eso...
Stupck se sintió estallar.
- Por Dios! Muchacho! ¿Qué esperas para salir pitando de al lado de estos
chiflados? - tronó exasperado.
Ese día el Dr. Daniel Stupck lo tituló: Un día de los mil demonios!
Omar Barsotti
128
Algo cálido se proyectó sobre su cama. Acarició sus pies y, luego, le llegó
a la cara. Se removió entre las sábanas, sin querer abrir los ojos. Algo había
pasado que no recordaba. Hubiera querido continuar durmiendo, sumergido
en el acuoso universo del sueño y el olvido. Pero, la luz tibia traspasaba los
párpados cerrados y se pegaba al rostro con la persistencia de una telaraña.
Se quejó inútilmente y rezongó contra aquel padre madrugador que lo sacaba
del calor de la cama cuando esta era más agradable. Padre, déjame dormir un
poco más, es muy temprano aún. Padre, duerme tú también, ¿qué apuro hay
por empezar un nuevo día que no nos deparará nada agradable? Padre, no te
duermas, si te duermes, te vas y qué será de mi. Le invadió una irrefrenable
congoja que le oprimía la garganta ahogándolo. Sobresaltado, se obligó a
abrir los ojos, esforzándose para evitar la furia y el miedo.
- Lo lamento, Dr. Creí que ya estaba despierto.
Junto a la ventana, Juan aún sostenía las espesas cortinas que estaba
corriendo. A través de los cristales, se precipitaba un cielo brillantemente
astillado por el sol de la mañana avanzada. Daniel se sentó con un impulso.
No sabía bien donde estaba y no veía a su interlocutor.. Se tomó la cabeza.
- Me temo que ha tenido una pesadilla.
Stupck presionó el costado en que la herida punzaba suave pero
persistentemente.
- Uds. son mi pesadilla – farfulló fastidiado.
Juan no respondió. Tomó una bandeja con el desayuno y se dirigió hacia
la cama.
-No. No. – dijo Daniel – Si no hay oposición divina, prefiero desayunar
sentado a la mesa.
- Ninguna. Por el contrario. Será mejor que se vaya moviendo.
Daniel renegaba contra su cuerpo mientras se bajaba de la cama.
- No se preocupe, me moveré tan rápidamente que ni me verán cuando
me vaya.
- No me refería a irse, Daniel. Puede hacerlo cuando lo desee, por supuesto,
pero para nuestro gusto y si lo permite lo vamos a alojar por unos días.
- Ni lo sueñen. En cuanto desayune me dan mis ropas y me voy pitando
de este manicomio.- protestó dejando escapar a su pesar una queja –maldita
la hora.
- Le daremos nueva ropa, luego de que se asee. Y no maldiga antes de
desayunar, produce acidez.
Juan dejó el desayuno en la mesa y desapareció del cono de luz, enseguida
se oyó cerrar la puerta. Daniel se quedó con la respuesta en la boca. Con
dificultad se puso de pie, reprimiendo un vahído y, después de un instante,
El ojo de la aguja
129
encontró un par de pantuflas y una robe .En ese momento descubrió que
tenía hambre y que podía relegar sus protestas para cuando alguien pudiera
sufrirlas.
Terminaba el desayuno con un suspiro, cuando la puerta volvió a abrirse
y apareció Juan llevando algo de ropa y zapatos. Miró la mesa y asintió
complacido. Daniel aprovechó para estudiarlo más detenidamente. Era un
hombre bien plantado, pero, sin duda, aún un muchacho. En su imaginación
le puso barbas y cabellos largos, y sí, realmente era muy parecido a la imagen
del sudario, pero ésta era el retrato espectral de un muerto, mientras que Juan
centellaba de vida y dinamismo. Si todo lo que le contaran era verdad, y si
este era la reproducción de aquel los redactores del nuevo testamento no
habían sabido reflejar la vitalidad y ánimo de ese cuerpo elástico, en plena
juventud y posesión de todas sus fuerzas. El Cristo testamentario se le presentó
siempre excesivamente solemne y acartonado. Seguramente sería semejante
a su clon, ahí presente. Juan, ajeno al escrutinio, terminó de acomodar la
muda de ropa sobre la cama y agregó un toallón que traía colgando del hombro
izquierdo.
- Ahí está. Estoy seguro que le irá como de medida. Si es preciso algún
ajuste, el Padre Anselmo, que es un excelente sastre, le hará las modificaciones
necesarias; en cuanto a los zapatos - dijo mirando los cómicos restos de los
de Daniel - disponemos de una amplia variedad en gustos y tamaños.
Juan señaló hacia la puerta del fondo
– Ese es el baño. Hay agua caliente. Sobre el torso ajústese esta tela impermeable.
No conviene que se moje.
- Gracias.
- ¡Ah! - recordó. En el baño hay jabón, máquina de afeitar, peine, pasta y
cepillo dental. El shampoo se lo debemos.
- Gracias, pasa hasta en el Hilton.
- Antes del almuerzo el padre Angelo le hará una curación.
- Yo me puedo curar solo, no necesito a ese cura sádico – gruñó Stupk,
revisando la ropa.
- Trate de no sacarlo de las casillas, ahora es el portador oficial de la
botella de desinfectante.
- ¡Bah! – respondió Stuck de camino al baño. De pronto se detuvo.
- ¿Hay forma de avisarle a mi ayudante?, se llama José Mansilla.
- Angelo ya lo trajo. Están desayunando en el refectorio.
- Si está con Damico, desayunan con un Jack Daniel – refutó Stupk,
desapareciendo por la puerta del baño.
Omar Barsotti
130
Cuando Daniel, rengueando, llegó a la puerta del refectorio encontró a
Mansilla y Damico literalmente enfrascados en una discusión sobre distintas
variedades de vino. Se detuvo, escuchándoles con aire crítico.
- Mansilla, ese cura es un corruptor, tenga ojo.
- Dr.- Mansilla se puso de pié, mirándolo con preocupación –¿Cómo se
siente?
- Como si me hubiera pasado un camión por encima.
Damico sirvió café en total silencio. Daniel se sentó fatigado y sin dejar
de renegar contra el mundo y su suerte.
- Está en los diarios – informó Mansilla – Hay bastante alarma en el instituto
y en el laboratorio.
- ¿Y Ana?
- Me llamó anoche tarde, muy alarmada. No sabía del accidente pero le
extrañaba su demora. Damico ya me había avisado, así que atiné a darle una
explicación lógica, pero me costó bastante disuadirla de que saliera a buscarle
por los hospitales. Me temo haberla confundido más de lo que ya estaba.
Daniel se mesó los cabellos con preocupación. Damico le arrimó la taza
de café y entonces recién habló:
- Ana está aquí. Le aclaramos un poco las cosas.
Stupck suspiró.
- Jamás va a entender en lo que ando metido.
- Pruebe, quizá sea más inteligente de lo que Ud. cree.
- Justamente. Por eso, si se entera, me partirá un jarrón en la cabeza.
- Quizá le venga bien – arengó Damico, saliendo del refectorio.
- Mierda de curas – comentó Daniel – están totalmente chiflados.- hizo
señas a Mansilla para que se aproximara.
- Veamos, Mansilla. Antes de ver a Ana, tome nota de lo siguiente.
Rápidamente instruyó a su ayudante sobre las cuestiones prácticas. Aviso
a su laboratorio de que estaría varios días fuera de carrera. Instrucciones para
que dos de sus hombres de confianza se pusieran al frente y arreglaran su
agenda con una semana de retardo. Sobre el funcionamiento de su empresa
Stupk no tenía preocupaciones. Hacia tiempo que había delegado toda la
cuestión comercial, y salvo cuando se requería algún trato especial que
necesitara su presencia, en general, los directores llevaban adelante todas las
operaciones. Confiaba en que la presencia de Rodriguez Villar introdujera
mejoras. Igualmente, en la Universidad, el mismo Edgar sabría a quien poner
en su reemplazo en las clases. Los alumnos estarían agradecidos por una
semana de descanso. Nadie se preocuparía por su súbita desaparición.
- ¿Qué con respecto a las noticias? – inquirió Mansilla.
El ojo de la aguja
131
- Un accidente, estoy internado en una clínica privada en buen estado, lo
que es cierto para decepción de algunos, y en una semana me reincorporo a
mis actividades habituales. ¿Suena bien? – Mansilla asintió. Stupck agregó:
no estoy en condiciones para declaraciones y esas cosas. Que Edgar abuse de
sus repugnantes relaciones políticas para que me dejen tranquilo por un tiempo
en cuanto a los requerimientos policiales y esas molestias. Puede alegar que
estoy loco, le creerán. El sabe como hacerlo. ¿Lo vio Ud.? -preguntó.
- Esta mañana. Estaba muy preocupado. Sinceramente preocupado –
agregó como un reproche.
- Oh! Bue... Edgar es un gran tipo. Esa parte déjela en sus manos, pero no
le dé mayor información. Quiero que Villar quede fuera de este embrollo.
- No sé si será tan fácil. Ya se iba para el Ministerio del Interior, lo trae de
cabeza ese asunto de la visita de los americanos.
- ¡Tonto! Se meterá en la boca del lobo. Adviértale. Ahora, lo de Ana –
terminó temeroso.
Ana llegó acompañada por Damico. Su rostro revelaba una noche de
insomnio. En cuanto vio a Daniel, corrió a abrazarlo. Damico y Mansilla
desaparecieron juntos, probablemente a seguir su plática sobre vinos, dedujo
Stupck mientras contenía a su compañera.
-¿Estás realmente bien? – preguntó Ana levantando su rostro hacia el de
Daniel.
- Excelente – respondió él.
- ¡Ay! Daniel, ¡qué miedo pasé!
- Ya está todo bien. Un simple accidente. Afortunado si se quiere.
- ¡Simple accidente?- regañó ella sacudiéndolo - ¡Casi te matan Daniel
Stupk!
- Casi, pero terminarás el trabajo si no dejas de apretarme, ven, vamos a
sentarnos.
La guió suavemente de los hombros hacia una de las mesas. Ana le miraba
con angustia y lágrimas en los ojos.
- No sabía que pensar. Cuando no llegaste a cenar no me preocupé, pensé
que te habías entretenido en alguna reunión. Pero, a medianoche me empecé
a alarmar. Nunca has dejado de avisarme cuando vas ha llegar tarde - rompió
a llorar desconsoladamente.
- Nunca. Soy un muchacho muy obediente – bromeó Stupck secándole el
rostro con el dorso de la mano.
Ana le pegó en la mano y lo apartó de un empujón.
-¡Sos un desgraciado!¿Cómo no me hiciste avisar antes?- le gritó furiosa -
Omar Barsotti
132
¡cómo no me advertiste que andabas en algo peligroso!
- Iba a decírtelo, “muñeca”, pero... ya ves, no me dieron tiempo.
- ¿Quién no te dio tiempo?
- Es largo de contar, sentémonos, no olvides que estoy herido, es una
herida pequeñita pero muy dolorosa.
Ana suspiró e hipó durante un rato estrujando un pañuelo y echando
miradas de reproche.
- Voy a contarte todo, pero, prométeme no interrumpirme hasta llegar al
final - la miró un rato de soslayo y cuando la vio calmada la puso al tanto de
la conversación con Monseñor. A medida que avanzaba y se aproximaba al
momento de explicar cuál era su participación, comenzó a sentir, con más
intensidad, aquella sensación de irrealidad con la que había vivido esos días.
Se preguntaba si Ana podía creer lo que él había aceptado con tanta facilidad.
Hasta que al fin se detuvo sintiéndose completamente estúpido. ¡Ya está!, se
lo había dicho. Ana le observaba fascinada. ¿Era una sonrisa lo que se dibujaba
en su boca.?
-¿Te das cuenta? – inquirió un poco perplejo.
- No entiendo bien. ¿En serio Daniel? ¿Hablás de Cristo?
- Por todos los demonios! Ah! ¡Qué dije! Sí, hablamos de Cristo. De
reproducir a Cristo mediante la genética. ¿Te das cuenta que sublime pavada?
Ana apretó ambas manos de Daniel sobre su pecho
- ¿Pavada?, - Dr.Stupck. - ¡Es una maravilla!
Daniel quedó alelado. Ana rebosaba de felicidad y no dejaba de acariciarle
el rostro y, cuando lo alcanzaba, de darle besos.
- Es lo más maravilloso que he escuchado jamás y que jamás escucharé.
Dios mío, si fuera cierto.
- Es más que cierto – murmuró Stupck, más para si mismo que para su
mujer - y luego tomó a Ana por los hombros y le espetó – No has oído bien,
- He oído muy bien y me sigue pareciendo maravilloso. ¿Qué más necesario
que Cristo en nuestro loco planeta? Lo necesitamos, Daniel Stupck, cabeza
de alcornoque. Todo el mundo lo necesita.
Stupck bajó los brazos, resignado, mientras Ana se precipitó en toda clase
de apreciaciones sobre la revelación.
- Ana, esto es una barbaridad, te lo aseguro, y aún hay otros detalles que
no te he explicado.- intentó interrumpir Daniel.
- Deja los detalles. ¿Dime, cuanto tiempo llevará?¿Podremos nosotros ver
al Cristo renacer.?
Esta mujer está loca, pensó Daniel consternado. Contaba con el sentido
común de Ana para reforzar su decisión de abandonar ese loco plan.
El ojo de la aguja
133
-¿Podré verlo? – insistió Ana, con renovado apasionamiento.
Daniel la tomó por los hombros y la hizo girar hacia la puerta. En el vano
Juan, parado, observaba la escena con una sonrisa afable. Ana se paralizó con
una pregunta no expresada pintada en los ojos.
- Este es detalle que no te conté. Ya ves, un pequeño detalle de un metro
ochenta y cinco.
- ¿Pero él es...? – Ana tuvo un vahído.
Diez minutos después Stupck pudo terminar su relato. Ana, sentada a su
lado, con la cabeza gacha, no se atrevía a mirar a Juan, quien, divertido, se
sentó a su frente.
- Ana, lamento haberla impresionado – dijo Juan gentilmente.
- No te sientas avergonzada – dijo Daniel levantándole el rostro – Yo
también me sentí igual cuando le vi por primera vez.
- Daniel, tengo miedo – murmuró Ana.
- Si te consuela, te confieso que yo también.
- ¡Por Dios! – clamó Juan – Me hacen sentir como un fantasma.
- Pues casi lo eres, muchacho – intervino Damico, entrando con una
bandeja y un servicio de café acompañado por una copa de coñac que alcanzó
a Ana.
- Damico es el espíritu del vino, sospecho que alguien ha hecho un clon
de Baco - ironizó Daniel.
- No le haga caso, Ana. Tome un sorbo y se sentirá bien.
- ¡Ja!, Ud. y Mansilla deben estar más que muy bien, entonces.
- Estoy avergonzada.- musitó Ana aún temblando.
- Y en un rato, un poco borracha – agregó Stupck retirándole la copa.
- Ana – dijo Juan tomándole una mano – Quiero decirle que escuché algo
de la conversación y me ha hecho sentir muy bien. Ahora les dejaremos un
rato, solos y tranquilos. Dr. Stupck, tiene Ud. la suerte de tener a su lado una
gran mujer.
- Encima, demagogo - lo despidió Stucpk señalando la puerta..
-¡Bah!, Dr., Ud. ya no asusta a nadie – le retrucó Damico alejándose con
Juan.
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
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Capítulo 12
Vrieker se enteró del accidente por los diarios. Su rostro se petrificó.
¿Accidente o atentado? Lo último, confirmaría sus peores temores, avalando
los resulados de sus averiguaciones: no estaba metido en una mera operación
de espionaje científico o en un robo de cerebros. Durante los últimos días,
sus informantes le habían dibujado un cuadro que no entendía con claridad.
Panzer Group era una empresa real, pero su estructura era tan compleja que
cualquier intento de conocer más que su balance y actividades centrales,
chocaba con una red intrincada y esponjosa que absorbía cualquier maniobra
de penetración. Un directorio formado por renombrados aristócratas,
testaferros de profesión. Un staff gerencial, en permanente renovación. Un
capital disperso y móvil, pese a sus dimensiones, y, sobre todo un crecimiento
explosivo a partir de un oscuro comienzo.
El grupo nació de la fusión de cuatro laboratorios europeos de
especialidades medicinales de poca monta, con el argumento de crear un
laboratorio de investigación y desarrollo. Mas tarde las filiales latinoamericanas
absorbieron poco a poco a pequeños grupos financieros formando compañías
de servicios médicos prepagos que, a la vez, desarrollaron operatorias de
captación de inversiones, principalmente entre sus propia clientela,
presentando magníficos balances y rendimientos simplemente seductores,
pero que para un investigador económico ligado a Vriekers eran demasiado
buenos para ser ciertos, salvo que el dinero viniera de otro lugar.
Luego, vino la compra de una fábrica de equipamiento que de la noche a
la mañana alcanzó una performance sin igual. Poco después, el Grupo tuvo
entidad para cotizar en bolsa y sus acciones entraron en una espiral de
inmediata y explosiva demanda. Al principio, por parte de financieras y fondos
de inversión y luego, por arrastre, del público en general. Así el Panzer Group
se ubicó entre las primeras 1000 empresas del mundo según la clasificación
de Fortune. El espaldarazo final fue la calificación de A+, concedida por
Standard & Pool. Pero los analistas de Vrieker, duchos en detectar burbujas y
otros entuertos financieros, estaban intrigados: las ventas del grupo crecían
vertiginosamente, pero¿qué vendían? No es que no lo supieran, es que los
productos no justificaban el volumen. Los compradores se distribuían por
todo el mundo y hacían enormes pedidos de medicamentos y equipamientos,
Omar Barsotti
136
que pagaban prácticamente al contado, pero cuyo destino final no tan solo
no se conocía, sino que no se condescendía con el tipo y el volumen.
Uno de los compradores mayores era una ONG de asistencia médico
social, que operaba en Africa y en Medio Oriente, la que a la vez recibía
ingentes donaciones del Grupo. Es decir, que una parte del negocio consistía
en dar dinero al comprador para que pudiera pagar sus compras. Por supuesto,
los donativos provenían de una Fundación en Alemania, pero los expertos
descubrieron la triangulación con relativa facilidad.
Políticos de todos los partidos y todos los países eran invitados permanentes
del Panzer Group a innumerables reuniones, fiestas, congresos, simposios,
consejos, viajes y recorridas gratis a las sucursales y toda clase de relamidas y
ungüentos: ¿No conoces las Bahamas, Leopold? Mira, justamente tenemos
unos tiempos compartidos desocupados en Nasau. Puedes ir con tu esposa
o, bueno, eso decídelo tú y nosotros te cubrimos. ¿No te parece Albert que
ese BMW ya está un poco demodé? Hazme el favor, quieres, ve a la
concesionaria y diles que vas de parte del Panzer y que te hagan un buen
precio y financiación por algo más cachondo, y si no tienes para la diferencia,
diles que nos llamen.
No era extraño que alrededor se hubiere formado un verdadero enjambre
donde el gobierno y la oposición olvidaban sus diferencias y libaban de la
misma miel. No había un lobby explícito, pero cada vez que las cuestiones
económicas eran motivos de preocupación para el gobierno, algún
representante de la empresa era llamado a consulta por el Ministerio afectado.
Automáticamente, otras empresas se sumaron a la comparsa, con lo que el
Panzer parecía adquirir, a cada momento, un enorme peso específico en la
toma de decisiones del gobierno, liderando a un fuerte conglomerado
empresarial que lucía muy bien a nivel internacional.
Pero, de fuentes más profundas, le informaban que el Panzer Group no
se limitaba a lobbear a base de generosidad combinada con corrupción. Se
rumoreaba que en sus compras de otras empresas y en el trato con gobiernos
no había escatimado ningún recurso, ni aún la violencia.
Vrieker no necesito más para empezar a preocuparse. Tenía un simple
contrato para captar cerebros en países emergentes. Contraído a través de un
intermediario para el que había realizado muchos trabajos al filo de la ley. El
intermediario, según el bien sabía, no era trigo limpio, pero pagaba bien, a
tiempo y cash y para su coleto Vrieker sabía que el dinero tenía un fuerte
aroma a lavado clandestino, lo que generalmente no le preocupaba; por todo
lo demás, sus propios métodos no habrían sido aprobados ni por la madame
de un prostíbulo. Pero la mezcla de seducción y extorsión que componía su
El ojo de la aguja
137
arsenal no incluía la violencia. Había determinados códigos a los que se ceñía
severamente, el principal de todos: saber en que se metía. Este, ahora, estaba
en déficit. ¿Necesitaba realmente una empresa de tal magnitud los servicios
de un personaje como él? ¿Necesitaban al Daniel Stupck profesional? El
encargo era claro: evitar que siguiera con sus investigaciones actuales. Ahora
caía en la cuenta que había creído lo que quería creer. El Panzer Group,
ofrecía tan tentador contrato para lograr exclusivamente ese objetivo, no para
reclutar un profesional de primera línea con el objeto de lanzarse a un mercado
nuevo y prometedor. Mirándolo con perspectiva el cartel decía: Se Busca
Vivo o Muerto.
Preocupado pensó que estaba envejeciendo. ¿Qué lo indujo a perderse en
su propia maraña? Debía admitirlo, el contrato no estaba en su línea de trabajo
y si el accidente no era tal, alguien se estaba impacientando. O, quizá
utilizándole a él como una pantalla supletoria, una maniobra de diversión, un
elemento fácilmente inculpable a la hora de investigar la muerte de Stupck si
esta ocurriera.
En el caso del Profesor Daniel Stupck, antes Goldman, adicionalmente,
se sentía un poco culpable. El hombre le caía bien. Lo había estudiado
concienzudamente antes de abordarlo y su historial revelaba a un genio
verídico y no a un simple producto del marketing científico. Y pese a todas
las oportunidades que le brindaban sus virtudes científicas, dispuesto a
arriesgarlas por cumplir con sus convicciones.
En verdad, el mismo había comprado con sinceridad aquel cuento del
desarrollo en el área de la genética y la necesidad de atraer al genetista antes
de que el genio diera a luz lo que fuere que se estaba incubando en su sesera.
Un poco ingenuamente, ahora comprendía, había fantaseado con un triunfo
personal que le elevara por encima de las meras tareas por encargo de terceros,
a alguna posición de relieve en una organización como el Panzer Group,
coronando tantos años de actividad exitosa pero de bajo perfil y, como si
fuera poco, una manera de legalizarse y salir a la luz, limpio de un pasado
tenebroso.
A través de los años, Vriekers había desarrollado una importante red de
información que le era tan fiel como costosa, pero que la ocasión le estaba
rindiendo dividendos multiplicados. Nunca, como ahora, se felicitó de haber
sido tan leal y generoso con sus informantes y las consultoras que, en el
pasado, había contratado y aún financiado. En este caso, la información le
llovía con respuestas, pero también con preguntas. Había removido el avispero,
y todo el mundo olía algún negocio. Aquello tampoco lo tenía muy contento.
Su experiencia le enseñaba que siempre había que dar alguna satisfacción a
Omar Barsotti
138
tal demanda. Por el momento, lanzó un alerta: compren acciones del Panzer
Group, pero, sean precavidos, vendan en cuanto hagan una diferencia
sustancial.- El olfato de Vriekers adivinaba una implosión que dejaría a Méjico
y a Rusia a la altura de un poroto. No deseaba malquistarse con su extensa
pandilla de aventureros timoratos. Aventureros con el dinero ajeno y timoratos
con el propio.
Tampoco deseaba arruinar a Stupck. Por alguna razón aquel judío renegado
le parecía un bien público que merecía conservarse. Pero esta parte de sus
actuales preocupaciones no sabía cómo resolverla. Accidente o atentado, se
tornó a preguntar con inquietud creciente. Esto haría toda la diferencia.
Justamente en ese instante le anunciaron la presencia de Vigliengo. Lo
hizo pasar de inmediato.
Domingo Vigliengo hizo su clásica entrada con algo de teatral. Transpuesta
la puerta del escritorio, se quedó parado con las piernas abiertas y los brazos
en jarra, como si fuera a lanzar un aria de opera italiana. Vrieker lo observó
divertido al tiempo que le saludaba. El hombre estaba exaltado:
- ¿Estamos seguros? – dijo, husmeando por la habitación. Vriekers lo
tranquilizó con un gesto y le indicó un sillón, pero Vigliengo seguía ahí con
la apariencia de un gladiador, aunque un poco obeso. El Alemán escamado
lo interpeló:
- Vamos, hombre, siéntate, ¿qué es lo que te está pasando?
- Dijimos nada de violencia y, mucho menos, intento de asesinato.
Vriekers lo miró alarmado
- Ese choque de anoche fue intencional. El profesor se salvó por un pelo.
Veníamos detrás de él cuando el camión apareció por la esquina como si se
hubiera materializado del aire, y se lo llevó puesto hasta subirlo a la vereda.
¿Qué carajo quiere, se puede saber?
Vriekers quedó unos instantes mudo y solo recuperó el habla cuando
consiguió sentar a su interlocutor.
- ¿Estamos hablando del accidente? – dijo por fin, ansioso.
Vigliengo abrió los brazos como impacientado por un opa.
- ¡Accidente un carajo! Seguíamos al profesor. Venía de la Universidad
manejando muy despacio. Muy fácil de seguir. Yo me había hecho cargo de
este paquete en forma personal, como me lo pidió – Vriekers aprobó –De
pronto el choque y el comienzo de incendio. Mi acompañante dudó unos
segundos en bajar. No sabíamos que hacer. En ese momento aparece un
tipo, lo saca del auto y se lo lleva aupado, justo antes de que el coche explote.
Lo mete en otro automóvil y salen fierro a fondo. Estaban del otro lado del
camión atravesado y no pudimos seguirlos. Fue un intento de asesinato: el
El ojo de la aguja
139
camión no se detuvo después del impacto sino que siguió acelerando,
arrastrando al auto hasta que lo puso techo abajo y lo subió sobre la vereda
casi aplastado. Si no se para el motor, lo estrella contra la pared. Así de sencillo.
- ¿El conductor del camión?
- No había.
- Se escapó.
- No, no había ningún chofer a la vista. Ud. y yo conocemos de estas
cosas, un camión de esos necesita un conductor, no se pueden hacer efectos
especiales con semejante monstruo. Estamos alarmados. Queremos saber
que pasa.
- No fui yo. Te lo aseguro. No tengo interés en un profesor muerto. Ese
hombre vale su peso en diamantes tallados. No es mercadería para desperdiciar.
Vigliengo lo estudio cavilando.
- ¿Bien .Le creo, pero que pasa con la CIA?
Vrieker se quedó mirando a Vigliengo con algo de azoramiento.
- ¿Siguen en carrera? – pudo al fin farbullar.
- La puta CIA sigue en Bs.As. Un informante en la embajada nos pasó el
dato. Son funcionarios de los pesados, como para nivel del Golfo. Estan en la
embajada. Tienen luz verde de los chupamedias de Interior.
- Si, mierda. Los había olvidado. Es probable que sean ellos. ¿Cómo
sacárselos de encima?
- Pregúntele a los Kennedy.
- No joda, Vigliengo, más bien piense quién los impulsa. No veo al gobierno
americano metido en esta chambonada.- hizo una larga pausa y después como
si hablara para si mismo agregó: y están los del Panzer Group.
- Qué pasa con los del Panzer... creí que estaban de nuestro lado? –inquirió
en tono un poco alarmado.
- Aquí cada uno está de su propio lado Vigliengo... o quizá me está faltando
un escalón en la pirámide.
Vigliengo sacudió la cabeza con la resignación de quien no espera aprender
chino en este siglo. Vriekers seguía abstraído.
Vriekers se tomó unos minutos para calmarse y acompañó la espera con
otra bebida. Vigliengo no lo apuró. Conocía los quilates del alemán y sabía
que algo sacaría de la manga. Por fin, Vriekers lo miró y empezó a darle
instrucciones detalladas.
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
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PARTE IV
REVELANDO MISTERIOS
“En comparación con lo que el hombre sabe, las cosas que ignora son
infinitas... y más grandes y bellas . No está en sus cabales aquel que
se jacta de sus conocimientos.
Jorge Bacón
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
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Capítulo 13
Monseñor descendió con paso firme antes de que el automóvil detuviera
la marcha. El chofer, rezongó por lo bajo, maldiciendo a aquel viejazo que
no se daba por enterado de la fragilidad de sus huesos. Puso a Dios por
testigo, que no se hacia cargo de cualquier accidente que lo hiciera víctima
por ese tupé de creerse un jovenzuelo. Estaban detenidos en el amplio patio
empedrado, junto a la fuente central.
Monseñor desdeñó la entrada principal y penetró por una de las puertas a
su izquierda, encontrándose en un salón inmenso, de paredes encaladas y
que, inopinadamente, era un bien instalado taller de carpintería. En un
extremo, un entrepiso contenía pilas de tablones de maderas nobles
acondicionados para secarse lentamente, como se hacia antiguamente, al aire
de las lucernas. Se habían hecho muchas concesiones a la tecnología, y algunas
de las máquinas eran modernas, pero también subsistían bancos de carpintero,
calas de distintos tamaños, y tableros y aparadores donde se ordenaba una
completa variedad de antiguas herramientas de mano. Frente a un torno,
Damico, de mameluco y con una gorra con visera, estaba tomando medidas
sobre varias piezas de madera. No oyó la presencia de Monseñor hasta que
éste, abruptamente, habló.
- Y bien. ¿En que estado se encuentra? .
Un leve movimiento de los ojos fue lo único que delató el sobresalto de
Damico. No dejó de hacer su trabajo Respondió sin volverse:
- Bien. Ya se levanta. Sanará en poco tiempo.
- Esperaba un informe detallado.
Damico se volvió y le miró directamente a los ojos.
- Estábamos ocupados cubriéndonos - respondió volviendo a su trabajo.
- Ha pasado suficiente tiempo, según me parece - el reproche era evidente
y severo.
Damico giró y lo enfrentó:
- Queríamos pensar un poco sobre la cosa.
-¡Por todos los diablos! – se detuvo – Mira lo que me haces decir. ¿Que
había que pensar?
- Si seguíamos adelante.
- Ni dudarlo por un instante. Hemos llegado hasta aquí, ¿como volver
Omar Barsotti
144
atrás? ¿Qué les pasa a Uds.? - la voz baja de Monseñor ocultaba una fuerza a
punto de estallar.
- No queremos arriesgar más al Dr. Nos parece injusto. Queremos
discutirlo.
- Eso es otra cosa.
Monseñor, dio media vuelta y fue hacia la luz del atrio. Giró, antes de
salir, y señalando hacia arriba dijo: En diez minutos vos, Juan y Daniel en mi
escritorio.
Monseñor los observó, uno por uno, con los brazos en jarra y el gesto
adusto. Daniel no le bajó la mirada. Si había recriminaciones serían mutuas,
el cura se adelantó:
- Muy bien. Te engañé, Daniel Stupck y no lo lamento – le espetó inclinando
el torso hacia delante, desafiante – Eso es lo que estás pensando, y si quieres
salirte no me opongo.
- Salirme, Padre? ¡Ahora si que debiera reír! ¿Cómo? Yo soy el que estoy
creando un Cristo en mi laboratorio, ¿recuerda? Por lo tanto, soy el pichón
de una empresa multimillonaria que mueve a una pandilla de asesinos y de
ese personaje de ópera barata que Uds. llaman el demonio. ¿Qué hacer, salir
a aclarar que Cristo fue creado hace más de veinte años y que yo solo soy una
maniobra de distracción?
- Ya no tiene remedio. Lo lamento. No vale la pena que te explique que no
tenía alternativas. Te usé, y no necesito decir que me pesó hacerlo. Te necesité
y te usé. Y no te dije la verdad pues, entonces, nadie te hubiera creído.
-Cierto. Soy un mal actor -adicionó Daniel con amarga sorna.
- No solo eso. Debías seguir con tu trabajo.
- ¿Qué?
- Seguir hasta el final, hasta que clones otro Cristo.
-!Es una broma!- bramó indignado- No basta con un hijo de Dios, necesita
toda una familia, una dinastía...
- Necesitamos asegurarnos, por si Juan fracasa.
Juan levantó la cabeza, mirando a Daniel. Este le devolvió una mirada
interrogativa.
- Si – dijo Juan – está planeado de esa forma
- Oh! por Dios! No lo puedo creer! ¿No era que no podía fracasar? ¿Qué
discutimos la primera vez? No le dije, Padre,. que podíamos llegar a producir
una bolsa vacía.- estaba gritando asombrado de escuchar su voz cargada de
histeria, espantado de si mismo, de la situación y del absurdo. Estaba gritando
y no podía detenerse.
El ojo de la aguja
145
Monseñor se revolvió con rabia contenida y el rostro como una piedra.
- Pues que así sea, es una cuestión de probabilidades. Debemos seguir
tentando. Entiéndelo de una vez – respondió porfiando - No es broma, es el
destino de la humanidad. ¿Qué?, ¿no entiendes? Si te dijera que debes crear
un antibiótico para salvar a la humanidad, ¿también pondrías reparos?
Stupck se sentó sacudiendo la cabeza. No podía creerlo. Ahora comprendía
la desesperación de Monseñor. Si Juan no era Cristo sus planes fallaban por
la base. Si la calidad de hijo de Dios no estaba en el patrón genético, todo
había sido inútil. Pero, Monseñor, permanecía tercamente dispuesto a seguir
adelante, aunque el no vería los resultados de otra clonación y, para ese
entonces, ellos y sus acciones serían una curiosidad histórica, si es que la
historia lo registraba.
- No seguiré – dijo con determinación – me salgo aunque siga siendo la
carnada - no podía dominar el temblor de su voz.- Todo carece de sentido.
Monseñor respiró hondo, y con resignación aceptó.
- No lo voy a discutir. Te seguiremos protegiendo, de todas formas. Ya
has hecho bastante. Bastante, sin duda. - se alejó hacia un escritorio y quedó
de espaldas en muda despedida.
Angelo Damico sentía como si fuera a llorar. Hacía un rato que no
respiraba. Su congoja era tanta, que lo enmudecía. Hubiera querido intervenir,
pero solo atinó a salir de la habitación.
Juan, testigo silencioso se paró al lado de Daniel que aún se agitaba furioso.
Le puso una mano en el hombro. Ambos se miraron largamente, en silencio,
hasta que Monseñor, intrigado, se movió para observarlos. Vio la paz en el
rostro de Daniel y aquel gesto de Juan, que estaba como ausente de si mismo,
presente en la escena como un espectador, cuyos sentimientos, con ser suyos,
le son extraños y le sumen en perplejidad.
Monseñor, descubrió el fenómeno embargado por una profunda emoción.
Se enderezó, apretándose el pecho con la mano derecha, sostenido con la
izquierda en el escritorio. Aquella era una señal, estaba seguro.
Por primera vez en su vida, la vejez corría tibia y bienhechora por sus
castigados huesos, sin que él lo lamentara, como si, por fin, estuviera en paz
consigo mismo en la cima de una montaña, mirando la tierra prometida.
Serenamente, el limo endurecido que, durante años de lucha y sinsabores,
cubriera las esperanzas, los sueños y las ilusiones, dejando tan solo la
determinación y el orgullo feroz de no dejarse vencer por su propia
desesperación, se disipaba, librando el fondo olvidado de las que él consideraba
genuinas razones del impulso que le había puesto en camino. Se sintió viejo
y desmañado, y un poco lacrimógeno, pero inundado por una felicidad que
Omar Barsotti
146
nunca probara, ni como consuelo.
Daniel, calmado, se levantó y palmeó la mano de Juan. Respiró hondo y
luego se dirigió hacia la puerta. Se detuvo, enfrentó a Monseñor. La herida,
olvidada, volvió a latirle, la apretó, suavemente, con una imperceptible mueca
de dolor.
- Padre - dijo sosegado - Luego, más calmos, hablaremos
Desapareció en la luz inflamada del patio.
El recuerdo de la escena con Monseñor torturaba su mente obsesivamente.
Repasaba cada palabra y lo asaltaba una mezcla de vergüenza y rabia. Pensó
que era un idiota, juicio que implicaba una grave concesión a su amor propio.
Estaba en su derecho al enfurecerse, pues, sin duda, Monseñor abusó de
su confianza y afecto. Pero, no podía creer que la maldad o la insidia guiaran
al prelado. A su vez, él había reaccionado mezquinamente, por que supo,
desde el principio, que la desesperación marcaba las acciones de Monseñor.
Aquella desesperación que, en su primera conversación, afloraba del alma
de un hombre que, llegado al final de un largo camino sin retorno, dudaba
de la dirección elegida. Toda una vida, armada alrededor de una hipótesis
sobre la que, según su leal saber y entender y creer, no le faltaban pruebas,
corría el riesgo de ser totalmente fútil. Y no era tan solo su vida, era la de
todos los que se encontraban involucrados en alma y cuerpo en ese plan tan
finamente elaborado y que, cada tanto, aparentaba ser grotescamente errado.
Salvando las distancias, el podía comprender lo que era un fiasco. Pero la
extinción de una teoría promisoria en el trabajo científico era no más que un
desvío, en el caso de Monseñor se trataba de una catástrofe, cuya dimensión
se media en vidas completas y en ilusiones irrecuperables e imposibles de
compensar con otros éxitos.
Daba vueltas en la habitación sin tener noción del tiempo, con aquel
martilleo en la cabeza, sin encontrar modo de deshacer lo dicho y hecho.
Salió a la galería, y al mirar hacia el jardín, vio a Monseñor sentado en un
banco lateral, bajo la sombra de un gomero, cuyas ramas se extendían casi
hasta la fuente, en un alarde de asombrosa ingeniera botánica.
Monseñor estaba cabizbajo y parecía más pequeño y frágil. Sus manos,
cruzadas sobre el regazo, movían, lentamente, un rosario de cuentas de
madera. No rezaba. Cavilaba. Era un hombre velando a un muerto querido,
repasando el pasado, haciendo balance con un rostro calmamente resignado.
El rostro de un hombre que, súbitamente, comprende, que la carga sobre
sus hombros, es más de la que puede soportar y tan decidido a no doblarse,
que, indefectiblemente, habrá de quebrarse. Daniel lo observó largamente.
El ojo de la aguja
147
Veía las vetas canosas de su aún abundante cabellera y la casi oculta tonsura.
Por esta vez, el hombre tenía 83 años sobre las espaldas encorvadas y sí, sus
manos temblaban sobre el rosario y los ojos estaban bajos.
Monseñor, profundamente abstraído, sintió la presencia de Daniel a su
lado. Sus ojos, velados, tardaron unos instantes en reconocerlo.
-Ah! Daniel, eres tú.- bajó nuevamente la cabeza – has tenido gran razón
en enojarte.
- No toda - respondió el genetista sentándose a su lado – Pero debe
acreditarme un buen saldo a mi favor, Padre.
- Un buen saldo, ciertamente – asintió tristemente – No sé si servirá decirte
que me costó mucho involucrarte en mis planes. Mucho tiempo y mucho
pensar. Debo ser viejo, sin duda, porque no pensé bien.
Daniel apoyó su mano, cubriendo las de Monseñor. Respiró hondo,
convencido que, una vez más, tomaba una decisión cuyas consecuencias no
medía, pero, que se le imponía como absolutamente necesaria. Luego aclaró:
- Vale. Padre. Mi furia es parte de mi personalidad, pero algo de lo que
Ud. se esforzó por enseñarme me ha quedado. Quizá, si me hubiera dicho
todo, lo habría entendido, pero eso ya no importa. Son caminos alternativos.
Ud. eligió uno y, al fin y a todos los efectos, el resultado es el mismo.
Monseñor le miró intrigado.
- Eso quiere decir, Padre, que está olvidado. No hay ofensa. Sigo con Ud.,
no se me desanime.
El prelado le ocultó el rostro, desviando su mirada hacia los arriates de
flores.
- En serio, Padre. No es para conformarlo. Sigamos adelante. Haga como
hizo en Europa, guíeme por el laberinto.
- No sabes cuanto te lo agradezco. Daniel. No lo sabes.
La voz un poco quebrada, puso al genetista sobre aviso. No quería a
Monseñor doblado por sus emociones. No quería otro padre rendido.
Dejó transcurrir un corto tiempo y luego hizo unos comentarios
intrascendentes sobre las características del atrio, dando oportunidad al prelado
ha sobreponerse. Habló de la maravilla arquitectónica del gomero. Del lapacho
y el jacarandá cuyas ramas, encendidas en flores, se entremezclaban sin que
se supiera a que árbol pertenecían.
Monseñor suspiró, asintiendo melancólicamente, recorriendo con los ojos
entristecidos el entorno.
- Este edificio y su atrio es obra de mis muchachos – comentó con sencillo
orgullo - Algunos, ya son hombres viejos, otros, han sido llamados por el
Señor y los nuevos, los que tú conoces, han heredado la mano para las plantas
Omar Barsotti
148
y las artes manuales. Es un don, sabes. Yo no lo tengo. Vivo asombrado de lo
que logran.
- Me llamó mucho la atención la carpintería.
Monseñor esbozó una sonrisa triste y explicó: es el resto de nuestra etapa
mística. Ya sabes, hacer todo por sí mismo. Autoabastecerse. Quizá no te han
dicho que tenemos quintas en Rosario y una explotación rural en Córdoba.
Buena parte de nuestro consumo procede de ahí.
- La carpintería – prosiguió - tiene un valor adicional, el Señor era
carpintero, ¡cómo no serlo nosotros! De todas formas, ¿cómo es que dice la
canción.?
- “Carpintero, lindo oficio”.- entonó Daniel.
- Si, ciertamente. Resultó una buena disciplina para los muchachos. Ya no
tienen obligación de asistir a trabajos manuales, pero lo hacen, y, cada obra,
cada refacción, les hace sentir el valor de terminar algo en medio de lo interminable
de su misión. Siempre envidié esa suerte de los artesanos.
Se hizo un paréntesis. Monseñor meditaba y, sin darse cuenta, asentía con
la cabeza, como hablando consigo mismo. Se volvió hacia Daniel.
- ¿Sabes algo sobre esos muchachos?¿te hizo algún comentario Angelo?
- No, pero ahora estoy curioso.
- Los curas, como Damico, han cumplido misiones terriblemente
peligrosas. Han salvado muchas vidas en medio del horror de la guerra. La
guerra, lo digo en singular, porque la guerra nunca termina. Es como aceite
sobre el agua, corre de un lado a otro, a veces en pequeñas gotas, a veces en
inmensos lagos. Pero es omnipresente, con su secuela de dolor y miserias
para los pueblos, y es siempre la misma. Ellos son rescates de esa guerra.
Como lo eres tú. Y también lo son los novicios. No creas en su aspecto de
estudiantes, joviales y felices. Desde que salieron de su horror particular, han
entrado y salido del horror de los demás, hasta agotar sus probabilidades de
salir indemnes. Han estado guerreando con las enfermedades más terribles.
Asistiendo, en todo el mundo, a enfermos que el solo verlos produce pánico.
No los dejo. No les permito que se expongan tanto. Temo perderlos. Pero
insisten en jugar con la muerte, para dar vida. – se interrumpió moviendo la
cabeza en una negación silenciosa – No sé. No sé si vale la pena tanto sacrificio.
Tú debieras saberlo, también hiciste lo tuyo.
- Puro orgullo.
- Hum! Vaya a saber Daniel, quizá todos nosotros pequemos de soberbia,
pero es una bella soberbia, estoy seguro.- lo reconvino señalándolo: no
minimices tu valor, muchacho, lo del Zaire no fue una modesta epidemia. Lo
recuerdo bien, pensé que solo el Demonio podía crear una enfermedad tan
El ojo de la aguja
149
cruel y terminante. Convirtió el nombre de un triste afluente del Congo, en
sinónimo mundial de muerte. Ebola, cada vez que lo pronuncio... Bueno.
Dejémoslo, fuiste valiente y muy útil. Lo sé.
El genetista sonrió un poco abochornado.
Se alargó el silencio entre ambos, mientras, cada uno, interiormente,
ponderaba la obra de tres generaciones, unidas alrededor del viejo atrio que,
no tan solo contenía vegetación sino, también, un elaborado proyecto de
salvación humana, articulando un supuesto designio divino. Las plantas habían
crecido y dado sus frutos, el proyecto también pero su logro se demoraba,
puesto en riesgo por la entropía que toda organización sufre indefectiblemente.
Monseñor enfrentó al genetista, sacándolo de su abstracción:
- Creo, de todas formas, que no me quieres hablar de plantas, Daniel. Hay
preguntas pendientes.
- Más que preguntas, es preocupación por la cantidad de personas que se
están involucrando. No sé si es justo para ellos..
Monseñor sonrío con humor melancólico.
- Es como yo suponía, nunca te diste cuenta.
- No sé de que me está hablando.
- Del Dr. Daniel Stupck, ¿de quién más? Nunca te diste cuenta, es
extraordinario. Otro se hubiere sentido halagado pero tu no, simplemente no
lo ves, o no lo quieres ver. Te quieren. Pero tu no quieres ser querido. Eres
distinto a como tu te representas. ¿En serio pensaste que engañaste a alguien
con tu aversión, con tu iracundia repentina, con tu antipatía?
Stupck seguía las palabras del cura sin entenderlas, sondeándole con la
mirada, buscando un destello del rostro que revelara sorna o una broma muy
elaborada, pero Monseñor se mostraba afectuoso y condescendiente. Levantó
una mano y la apoyó en el hombro de Stupk y sentenció:
-Hijo, te quieren. Tus alumnos te idolatran. Han aprendido a encajar tus
golpes y aceptarlos, como la reprimenda de un padre. ¿No lo ves? Se han
criado contigo, más que con sus padres, aprendieron a luchar, a no rendirse,
a no especular con la simpatía o la lástima, a no autocompadecerse, a ser
modestos y orgullosos a la vez. Todos han ido a hablar con Rodriguez Villar
para saber de tu estado y ofrecerse para lo que necesites. ¿Crees que es casual
que hasta Juan esté pendiente de tus palabras? Crees que Mansilla, que eligió
la paz sin responsabilidades, se convirtió del día a la noche en un bucanero
en busca de aventuras?, ¿crees, acaso, que el viejo Garrido no te adivinó
apenas te conoció? Ya ves, sé de todos ellos. Y Damico, ah! Angelo, ¡que
entusiasmo cuando se enteró que iba a trabajar contigo!. Y preveo el colmo,
ese alemán nefasto nos dará una sorpresa si lo que dicen de él, tú y Angelo, es
Omar Barsotti
150
cierto.
- No se nada de Vriekers en ese sentido.
- Sospecho que lo sabrás.
- Son todos unos chiflados. Yo también los aprecio, pero eso no los hace
menos tarados.
- Y Rodriguez Villar con sus linajudos apellidos?
- Un hipócrita franco que aprovecha las vanidades humanas con singular
habilidad y eficiencia.
- Y que más?
- Un buen tipo, sin duda. Por eso no lo quería metido en esto Pero, según
me cuenta Mansilla, ya fue a rondar la cueva de la bestia.
- A él no le importa, solo desea ayudarte. Hoy lo vi en el laboratorio, en
cuanto me enteré del atentado. Es muy perspicaz. Sospecha que no fue un
accidente. La visita de los americanos no le pareció muy clara.
-Si, es demasiada casualidad – tocó el brazo del cura y agregó con alarma:
No le deje comprometerse, Padre, ese hombre tiene una enorme carga familiar.
El no sabe que yo lo sé, pero su madre está muy enferma desde hace
muchos años y a su cargo y él no tiene otra vida que la de la Universidad
- Lo mantendré alejado, pero no me comprometo.
- Demasiada ayuda de todos y demasiados compromisos con todos. No
quiero eso. Soy muy bueno para complicarme la vida solo.
Monseñor suspiró y le miró largamente, hasta que Daniel se sintió molesto.
- Qué pretende que haga con ellos, ahora Monseñor?
- Nada. Toma mi ejemplo. Tengo un plan y he convencido a mucha gente
de que me ayude. Yo sí acepto la ayuda. Pretendo que aceptes esa ayuda sin
remordimientos. Trátalos como adultos. Sé que no voy a poder compensarlos.
Cada cual sentirá su propia compensación o, por el contrario, se arrepentirá
por haberse complicado. Da lo mismo. Supongo, porque soy creyente, que
Dios dará su premio a cada uno. Eso, confieso, apenas me sostiene. Pero me
digo: es cosa de Dios, yo solo llevo adelante una batalla y consigo mis
guerreros. No fuerzo a nadie. Me he propuesto no seducirlos. Sin embargo,
debo admitirlo, has tenido más éxito que yo en cuanto al reclutamiento. Y
ese es tu talento oculto. Tu padre también lo tenía aunque no le sirvió para
nada en Chile. Sí en Europa. Ahí obtuvo, sin pedirla, ayuda de toda clase.
Eso facilitó nuestro escape. No tienes idea de cuantos colegas y discípulos
fueron formando una larga y efectiva cadena, para que él saliera de la red que
había tendido el gobierno alemán a su alrededor. ¿Tienes ideas de quienes
eran los que les buscaban y para qué?
- Algo sé, Monseñor, pero nunca tuve oportunidad de conocer los detalles.
El ojo de la aguja
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Mi padre fue muy parco con ese tema.
- Los detalles se llamaban Himmler y Ribentropp, por un lado y por el
otro Stalin impulsado por ese inimputable de Lisenko. Casi nada, ¿no te parece?
- Si. Los pesos completos.
- Luego, todo se complicó. Litvinov, de origen judío, fue reemplazado en
el Ministerio del Exterior soviético por Molotov. Los rusos se instalaron en
el río Bung, como parte del pacto ruso-alemán. Beria, entonces, vio facilitada
la introducción de sus agentes en Polonia. Créeme, aquello era como esos
combates electrónicos que entusiasman a los niños. Cada paso te saltaba
alguien encima.
Lo dijo todo jovialmente, como si contara una anécdota en un bar.
- Para colmo – agregó -, estábamos en los fines de la dröle de guerre y con
Italia a punto de abandonar la no beligerancia. Ese caldero hervía y nosotros
nadábamos en él.
-Yo era niño, no sabía qué pasaba, pero me imagino los sentimientos de
mi padre.
-Tu padre fue un científico de extraordinaria valía pero, sobre todo, de
gran instinto y percepción. Era como uno de los sonámbulos que describe
Arthur Koestler. El previó casi todo lo que hoy sabemos de genética. Carecía
de los instrumentos y aparatos para experimentar y llevar a cabo la mayoría
de las maravillas que hoy se producen. Pero las predijo con inusitada exactitud
y colaboró al montaje de las teorías que hoy son el soporte de la genética. Su
integridad, lo metió en el debate originado por las experiencias de Kammerer,
no porque coincidiera con ellas, sino por no admitir el trato dado a quien fue
uno de los biólogos experimentales más brillantes de su época. Su participación
fue tan sensata y fundada que atrajo la atención de los nazis y los comunistas.
Ambos por razones distintas: los nazis querían la pureza de la raza, fabricar
hombres nuevos basados en su absurdo modelo ario. Batallones, ejércitos,
multitudes de seres todos iguales, previsibles, manejables. Los rusos lo
requerían porque creían que él era capaz de demostrar que los caracteres
adquiridos se heredan. Una viruta ideológica en la ciencia que para ellos era
importante. Pero, sobre todo, necesitaban enderezar la investigación genética
aplicada a la producción en agricultura y ganadería que Lisenko convirtiera
en un caos. Ambos, seguramente, más allá de lo ideológico, veían el poder
previsible del dominio de la genética, utilizando una mente como la de tu
padre...
Daniel tuvo un ramalazo de recuerdos. Desde niño cada vez que pensaba
en su padre se producía un tumulto, un torrente estrepitoso que le torturaba
empujando sus pensamientos hundiéndolo en una ciénaga de congoja y furia
Omar Barsotti
152
en cuyo oscuro centro sentía la presencia de su padre sin poder localizarlo,
como si ambos se buscaran para reparar lo irreparable o tan siquiera encontrar
un consuelo de una explicación tardía que pusiera un bálsamo a la pérdida
sin sentido. Pero siempre quedaba aquel padre que era mitad sueño y mitad
realidad y en su conjunto una pesadilla a la que amaba y rechazaba, a la que
justificaba y reprobaba. Estaba huérfano de la ilusión de la imagen heroica
que había desafiado con temor frío y calculado, las amenazantes ofertas del
poder en la Europa de los nazis y los comunistas.
- ¿Qué ocurre, Daniel? - Monseñor le tocaba suavemente el brazo como
despertándolo..
- ¿Por qué Chile?- preguntó intempestivamente.
Monseñor suspiró comprendiendo.
- Un error de mi parte. Era un paso intermedio. Queríamos que él se
sustrajera, en la medida de lo posible, de los fundamentalistas de cada lado.
No podía ser los EEUU, ahí hubiera sido acusado de comunista o cosa por el
estilo. Le hubiera pasado lo que a otros científicos que no eran simples técnicos
sino hombres comprometidos. A Bertrand Russell le ocurrió. Entre el FBI,
la CIA, el Servicio de Inmigración y Naturalización, los Servicios de Espionaje
Militar y el Departamento de Estado, los intelectuales fugados del nazismo
vivieron su particular infierno. Lo lógico era Inglaterra, pero la invasión
germana era una probabilidad más que cierta, y los bombardeos una peligrosa
realidad. Chile era un remoto oasis al otro lado del planeta. Teníamos un
importante soporte ahí, pero lamentablemente lo perdimos. Creí que tu padre
sería aceptado o al menos tolerado, pero yo tenía un total desconocimiento
de la situación académica. Otros, como George Nicolai sufrieron el mismo
ostracismo. Chile perdió muchas oportunidades de engrandecer su acerbo
cultural y científico. Argentina se estaba plagando de nazis nativos e
importados. De todas formas, tanto en EEUU como en Argentina no había
interés aún en las ciencias biológicas, los muchachos estaban jugando con los
cohetes y la bomba atómica y apenas si había presupuesto para otra cosa.
Hoy, ya ves, es totalmente distinto. En cualquier lugar del mundo lo recibirían
con los brazos abiertos.
Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos y prosiguió:
- Cuando Alemania invadió Polonia accedimos a un listado de científicos
que se planeaba secuestrar. Ribentropp en connivencia con Himmler montó
un vasto y prolijo operativo, pero, por suerte, la competencia dentro del
gabinete del Fuhrer era tan feroz que Goering, aunque te parezca mentira,
nos informó de lo que pasaba y puso a nuestra disposición documentación
para poder huir. Te voy a contar dos cosas igualmente increíbles: Goering
El ojo de la aguja
153
apreciaba a tu padre, ambos fueron fanáticos de la aviación cuando ésta era
apenas una forma gloriosa de quebrarse una pierna. Y la otra, algo cómico,
Ribbentropp soñaba con reproducirse con métodos genéticos. Quería
centenares de Ribbentroppitos ocupando cargos en el gobierno planetario
alemán. Creo que a Goering, que no soportaba el original, le volvía loco tan
solo pensar en esa posibilidad.
El genetista reprimió una carcajada. Monseñor lo acompañó con el rostro
arrugado de humor.
Monseñor se animaba en el recuerdo:
- Encontré a tu padre escondido en la localidad de Stupck. Bueno, no se
escribe exactamente como tu actual apellido, ahora no lo recuerdo bien pero
tuvimos que sacarle un par de consonantes para que no resultara confuso y
ese fue el nuevo apellido de Goldman. Ahí iniciamos esa larga Odisea que
aún puebla tus sueños o pesadillas. No era la primera vez que hacía ese trabajo,
pero tenía por tu padre un especial afecto. Fuimos compañeros en la
Universidad de Varsovia y luego hicimos algunos trabajos juntos en la de
Viena. Tu padre, te repito, tenía tu talento. No tu malhumor, por cierto,
Atraía a la gente sin proponérselo. Era íntegro y se brindaba generosamente
a sus colegas y discípulos. Estaba siempre disponible y no le importaba ser el
factor oculto del éxito de otros. Perfeccionaba las teorías de sus colegas, las
corregía les daba el marco experimental, del cual muchas carecían, y jamás
reclamaba el reconocimiento que le hubiera correspondido.
- A mi también me atrapó.
- Y te decepcionó – era una afirmación dentro de un una pregunta.
Daniel suspiró y todos sus fantasmas atravesaron velozmente su mente.
Quedó en silencio. Monseñor asintió con la cabeza y continuó:
- No tenía alternativa. Me lo consultó minuciosamente. Yo no estaba en
condiciones de ayudarle. Estábamos en una situación totalmente crítica. No
sabíamos si el tercer Reich respetaría el Estado del Vaticano o si se animaría
a invadirlo o, bueno, realizar algunas de esas maniobras a que nos tenía
acostumbrado la cancillería nazi. Si eso pasaba, una infinita cantidad de personas
quedaría indefensa. Muchas de ellas en tránsito, otras eran parte de la
red de rescate. No pude ayudarle y acepté que se rindiera, que no insistiera.
Pero, además temí que llamara la atención, Chile también desarrollaba una
clara adhesión al nazismo y tu padre, para colmo era judío. El bajo perfil se
imponía. Me equivoqué, medí mal los tiempos, creí que lo podría rescatar a
tiempo, pero no pude. No.
Ahora era Monseñor el que estaba en silencio metido profundamente en
sus recuerdos. De pronto sonrió tristemente:
Omar Barsotti
154
- Era excepcional. Nadie lo sabía, ni tú, pero siguió escribiendo y creando
y estudiando y, de incógnito, publicando o ayudando a sus amigos en todo el
mundo. Yo fui su corresponsal y entiendo el esfuerzo que debió hacer para
parecer todo el tiempo un botánico mediocre o un zoólogo del Arca de Noe.
Un gran tipo, tu padre! – exclamó por fin.
- Fue deliberado, entonces.
- Sin duda.
- No fue divertido para él. Por unas migajas tuvo que soportar tantos
desplantes y humillaciones que llegué a odiarlo por eso.
- Fue valiente, Daniel. Hay que ser valiente para ser humilde ante la
adversidad.
- Si. Debe Ud. tener razón. Ya me olvidé de ese odio, pero no me olvide
de quienes lo persiguieron.
- Ya están probablemente muertos.
- No me refiero a los individuos, sino a la clase.
- Son pobres gente sin espíritu y muy cobardes. Debes perdonarlos.
- Bueno, Monseñor, pero, lo mismo no les voy a pasar pelotas.
Monseñor rompió a reír tomándole de los hombros
- Te voy a premiar con una última revelación: tu padre aportó lo principal
de la teoría para la clonación de Cristo.
Daniel inspiró hondo y, una vez más, sintió que no estaba equivocado
cuando pensaba que todo estaba dentro de un plan que lo involucraba desde
pequeño. Ahora entendía porqué su padre le convirtió en un biólogo y lo
inclinó a la genética. Sí, su padre lo interesó en las posibilidades de la ingeniería
genética y la clonación cuando eran esbozos en el amplio, pero nebuloso,
mundo de la ciencia ficción.
-Quiero que comprendas – pidió Monseñor interrumpiendo sus
lucubraciones – Tu padre estuvo siempre en la batalla y lógicamente, utilizaba
las armas que conocía. El proyecto le atrajo por eso. El era como los grandes
filósofos de los tiempos heroicos en Grecia o los del Renacimiento. Era capaz
de aventurar cuestiones, de interrogar sobre la naturaleza sin hesitar, sin temor
al ridículo. Con una firmeza incuestionable que hacía que, aún equivocándose
extraía nuevas verdades de sus errores. Siendo un hombre formado en el
rigor científico no se deleitó cuestionando las propuestas religiosas. No temió
ser tildado de irracional ante su aparente insensatez e intentó, siempre,
interpretarlas como signos de una realidad que necesitaba ser explicada o al
menos abarcada con los símbolos del enfoque científico y eso fue lo que le
llevó a esa pasmosa proposición sobre la clonación de Cristo.
- El decía de sí mismo– continuó Monseñor – que era un agnóstico
El ojo de la aguja
155
desesperado y, para colmo, judío. No podía sustraerse al mesianismo.
- El nos dio la idea principal. Nosotros estábamos paralizados, inermes.
Sabíamos con que nos enfrentábamos, al principio lo tomó como una
curiosidad. De pronto, un día me llamó. En una sola ráfaga había armado un
cuadro completo: el demonio, los adversos, la genética y la solución. El
fenómeno de los adversos no era nuevo, explicaba, El Demonio insistía una
y otra vez. Dios se oponía a la entropía inspirando a hombres que obligaban
a la humanidad a retomar su camino. Por último Dios encarnado
misteriosamente en Cristo, para este caso su hijo, asume directamente la tarea
y tiene éxito. ¡Si este Cristo pudiera resucitar!, nos entusiasmaba.
- Conocía muy bien lo del Sudario, y entonces hizo un plan previendo los
avances de la ciencia: si aquellas manchas era parte del cuerpo de Cristo,
entonces, el código genético estaba ahí. La clonación era la conclusión lógica.
Llegó a consultarlo con Julian Huxley. Este no creía pero, al fin y al cabo, no
era solo un científico, sino también un hombre imaginativo y abierto. En
cierta medida él había registrado lo de los Adversos y estaba alarmado. Lo
ayudó utilizando sus mejores recursos y al fin llegamos al plan que dio como
resultado a Juan.
Stupck se quedó mirándole.
- Hubiera querido saberlo antes.
- Tu padre, Daniel, prefirió que fuera así, pensó que lo importante era que
siguieras con tus estudios. Eras un muchacho apasionado y obsesivo, tuvo
miedo a que te concentraras demasiado en eso. Quizá tuvo la ilusión de que
fueras su continuador y, al fin, así es.
- Comprendo, Padre.
No comprendía, pero no importaba, las decisiones de los hombres son la
mayoría de las veces desacertadas pero, en alguna forma, en ocasiones el
barco se endereza hacia el lado bueno.
Desde su puesto de observación el padre Angelo Damico se retiró con un
suspiro de alivio que se parecía mucho a la felicidad.
Omar Barsotti
156
El ojo de la aguja
157
Capítulo 14
Ahora, Daniel estaba seriamente impedido de moverse de su forzado
refugio. La inactividad trabajaba sobre sus nervios. Sumergido en un obsesivo
cavilar, extrañaba el fragor de su trabajo y se sentía exiliado de sí mismo.
Ordenaba la nueva información surgida de la conversación con Monseñor.No
era fácil. En cierta medida en algún momento había culminado el duelo por
su padre, pero, ahora estaba enfrentado a una nueva versión de éste. Una
versión deseada, quizá íntimamente sospechada, pero que, hasta ese día, se
negara a tomar forma.
Las diarias visitas de Mansilla apaciguaban su ansiedad. Le servían de nexo
con el exterior y para acompañar a Ana, instalada en un departamento cercano
y cuya seguridad había pasado a ser parte de sus angustias.
Esta vez, portaba los deseos de pronta recuperación de Edgar, quien
concentraba sus energías en encontrar responsables utilizando toda la
influencia de sus múltiples conexiones. Mientras las cosas siguieran así, adujo
y dada la enfermiza propensión del Dr. a las excentricidades era recomendable
que alguien con sentido común, categoría que no incluía a Mansilla, se
mantuviera cerca hasta que las cosas se aclararan.
La situación del Rector era una preocupación adicional. Si en el Ministerio
del Interior había quien supiera atar cabos, tendría dificultades. Stupck resolvió
encargar a Mansilla que le pusiera al tanto de todo. Ya no tenía sentido
mantenerlo en la ignorancia. Que se tomara unas vacaciones de la Universidad
y que se hiciera una gira por el exterior para darle una mirada a los intereses
de la Empresa del Dr. Todo pago, y que lleve a su madre a la mejor institución.
- Lo que haga falta. Que la lleve al Dr.Marino. El le guiará. Y que no se me
haga el pelotudo, esto es serio. ¿Estamos?
- Totalmente de acuerdo, Dr., especialmente por lo de pelotudo.
- Eso – enfatizó Daniel -. ¿Qué otra novedad tenemos?
- Vrieker llamó varias veces, Dr. Parecía sinceramente preocupado.
- ¿Porque estoy vivo o porque no tenía pago el seguro del camión?
Mansilla sentado a su lado hamacó la cabeza dudando: no sé – dijo – me
pareció realmente sorprendido y sincero.
- El teutón es capaz de simular cualquier cosa.
- Le aclaré, que Ud. no estaría disponible por algunos días, y aprovechaba
Omar Barsotti
158
la oportunidad de ordenar sus asuntos.
- Eso suena un poco siniestro. ¿no te parece?
- Es un decir Dr. Aunque ahora que lo dijo quizá convenga que lo haga...
dada las circunstancias – Mansilla se permitió una sonrisa socarrona.
- Me lo merezco, prosiga, Mansilla.
- Entonces, me hizo llegar esta nota – le alcanzó un sobre.
Stupck le dio unas vueltas y hasta lo olfateo: debe ser una carta bomba -
comentó con sorna.
La abrió, era un texto breve: “ Profesor, lo que ha acaecido me apena
sobremanera, es urgente que nos veamos, si es que su estado lo permite. Es
preciso aclarar las cosas. Le ruego rompa esta carta apenas la lea y, por la
misma vía, me haga llegar su decisión. Cordialmente”, y seguía un garabato.
- ¿Te lo dio personalmente? – preguntó con aire preocupado.
- Si. Vino a la Universidad a visitar al Rector. Pasó por el laboratorio y me
lo entregó. Le dijo a Edgar que me quería hacer un obsequio. De hecho, me
lo hizo. Es una lapicera muy fina y costosa, que ya revisé concienzudamente:
es lapicera nomás.
Stupck meditó sobre el asunto. El alemán quería comunicarle algo
importante o usado el subterfugio para seguir a Mansilla y localizarlo. Estaba
tranquilo por ese lado, pues habían comprobado que el ayudante era de esas
personas que pasan desapercibidas hasta en un grupo de tres y, por si fuera
poco, Damico había destacado algunos hombres para cubrirlo
Trabajosamente, se levantó, denegando la ayuda de Mansilla y se trasladó
hasta la puerta ventana. Dejó vagar la mirada a través de los visillos.
Meditó sobre Vriekers. Por alguna razón el alemán le agradaba. Sabía lo
que era, pero estaba seguro de que se regía por un código. Nada que lo
justificara, por supuesto, pero que lo hacía confiable dentro de sus parámetros.
La cuestión era: ¿cuáles parámetros? Al fin y al cabo, conocía académicos y
serios hombres de empresa incapaces de poner medida a sus ambiciones, y
dispuestos a rematar a la madre por una migaja de prestigio o una pequeña
fortuna
Mansilla esperó pacientemente. La vida de Daniel se estaba haciendo un
poco más excitante y eso hacia más excitante la suya propia. La rutina anterior
los estaba matando a ambos. Ya habían pasado los días de apasionante
investigación, donde cada instante el doctor producía algún hecho nuevo y
relevante, cargado de expectativas sin límites, con efectos visibles en todo el
mundillo académico y que desataba una estimulante catarata de consultas,
discusiones y debates. Últimamente, todo estaba dicho. Al Sr. Profesor se le
El ojo de la aguja
159
agriaba el carácter y él comenzaba a sentirse un trasto viejo, condenado a
mantener limpio el laboratorio y a colaborar en la aburrida rutina de los
análisis de ADN, que, como toda moda, era un buen negocio pero, por todo
lo demás, un verdadero plomo.
Daniel, volvió de la ventana con la cabeza gacha, pensativo, un poco raro,
o más raro de lo común.
- ¿Trajiste a Ana? – preguntó.
- Está esperando abajo. Angelo y Juan están con ella.
- Bueno – asintió Stupk suspirando – es hora de poner al tanto a Ana.
Bajaron. Mansilla, sin abandonar su circunspección y Daniel aún como
ausente. Al pié de las escaleras, escucharon voces. Damico explicaba algo y
Ana lo interrogaba. Daniel apuró el paso. Conocía demasiado a su mujer: esa
voz tranquila y pausada, se la gastaba cuando estaba preparando un ataque
en todo el frente, a fondo con caballería y artillería inclusive. Damico y Juan
sonaban preocupados. Y asustados, dedujo Daniel, apurando el paso.
- Qué es esto de que me tengo que desaparecer – preguntó Ana al pie de
la escalera, mostrándose agresiva.
- Ana, estás hermosa
- Sr. Stupck, yo soy hermosa pero no vine para que me camelees –
respondió Ana mostrándose agresiva.
Damico y Juan, más atrás, se veían francamente inquietos.
- Ana querida - comenzó Daniel – es preciso ponerte a buen resguardo.
- Puedo quedarme a aquí, contigo.
- Ana, esto es un decente criadero de curas. No se verá nada bien que una
mujer, con tus atributos, introduzca inquietantes pensamientos en sus almas
puras.
- Daniel – reprochó Angelo con tono de amonestación y, dirigiéndose a
Ana aclaró: Como te explicábamos antes, no resulta conveniente que estés
yendo y viniendo. No podremos cubrirte todo el tiempo.
Ana quedó refunfuñando.
-¿Qué tal si nos casamos?, curas no faltan – inquirió Ana súbitamente,
sobresaltando a Daniel.
- Ana – musitó Daniel, mirando a los presentes con bochornoso apuro
intentando silenciarla.
- Eso - prosiguió Ana, sin hacerle caso - solucionaría en parte el problema
de las fantasías... - iba a decir sexuales pero mirando a Juan se frenó – las
fantasías, y punto.
Angelo estalló en una carcajada burlona.
- Esto le está bien aplicado, amigo - dijo a Stupck.
Omar Barsotti
160
- Estoy hablando en serio – agregó Ana.
Damico calló acoquinado.
- Vamos Ana, no es el momento. Tenemos que hablar de cómo protegerte
- insistió Daniel, tratando de cortar la conversación..
Juan se aproximó y dirigiéndose a Ana dijo;
- Ana, si toman esa decisión, quisiera tener el honor.
- Oh! – exclamó la mujer, encantada – ¿es eso posible?
- Pero Juan, yo creí que Ud. vino a salvar al mundo.- interpuso Daniel.
- Si, pero empezaré por Ud. que está más a mano – respondió Juan
alegremente y agregó, para beneficio de Ana: Estoy consagrado, Ana, tengo
el poder para unirlos en matrimonio.
- Debo aclarar que no estoy bautizado y soy judío.- se apresuró a aclarar
Daniel en defensa propia.
- Para eso se han hecho las ceremonias mixtas, Daniel – aclaró Ana
buscando, con la mirada, confirmación en Juan.
Juan asintió con serenidad y acotó: Yo también soy judío, Daniel, y un
poco más antiguo que Ud.
De pronto Daniel tomó a Ana de los hombros, la hizo girar y le miró el
rostro: ¿En serio lo deseas? – preguntó con un susurro.
- Así fuere lo último que hagamos – respondió ella con los ojos brillantes.
- Creo que estamos dispuestos – culminó Daniel dirigiéndose a Juan.
El rostro de Juan se iluminó.
- Será una boda alegre, como deben serlos todas, y Uds. serán felices
como deben ser todos. Hoy, Uds. me han hecho un gran regalo.
Damico, exultante, partió a hacer los preparativos. No tenía explicación
para lo que estaba ocurriendo pero, por primera vez, en mucho tiempo, sintió
una exaltación del alma que barría con todos sus temores y angustias.
El ojo de la aguja
161
Capítulo 15
Decidieron aceptar la propuesta de Vriekers y eso representó un problema
táctico. Vriekers quería ocultar el encuentro, y Damico evitar que Vriekers
conociera donde se ocultaba Stupck. Luego de darle vueltas, eligieron un
departamento que éste mantenía en el centro como dormitorio de urgencia
cuando aún vivía en San Isidro. El contacto corrió por cuenta de Mansilla, el
transporte se le encargó a Garrido. El primero se las ingenió para que Vriekers
recibiera todas las instrucciones precisas. El viejo chofer estuvo dispuesto
sin hacer mayores preguntas, pero impuso su experiencia ingeniando un
trayecto solo apto para taxistas osados y muy enterados: El edificio del Panzer
Group se alza como una aguja de cristal de más de treinta pisos en la
intersección de Av. Del Libertador y Cerrito donde, casi en la cúspide, y para
envidia del Inglés, Vriekers se benefició con un piso completo desde donde
disfruta de una limpia panorámica del Río de la Plata, una visión apocalíptica
del infernal enredo de avenidas y calles del barrio norte y, si lo desea, la
alucinante pista para autos de juguetes en que se convierte la autopista 9 de
Julio cuando se la mira a las siete de la tarde desde cien metros de altura.
Debajo de la autopista hay una estación de combustibles con garaje y servicio
de lavado de automóviles y un par de restaurantes.. Un desvío de la Avenida
cruza por detrás hacia Cerrito y alberga otros restaurantes de mayor alcurnia
donde, habitualmente, Vriekers obtiene restauración para su inmenso físico.
El inapelable plan de Garrido era simple en su misma complejidad: Vriekers
posee un Mercedez Benz para sus viajes largos, pero para andar por Bs.As.,
cuando no usa autos de alquiler, recurre a una coupe Audi que además de
una capacidad de pique digna de un fórmula 1, posee, adicionalmente, una
atracción fatal sobre muchachas con el día y la vida libre. Ese Audi reposa en
el estacionamiento debajo de la 9 de Julio, constantemente mimado por
muchachos que lo bañan con champúes especiales, lo bruñen hasta obtener
brillos que lastiman la vista, lo sobreengrasan y sueñan con manejarlo tan
siquiera los veinte metros escasos para ponerlo en las manos del dueño. En el
plan, Vriekers saldría del edificio, cruzaría Cerrito, e iría en busca del Audi.
Encofrado entre otros vehículos de idéntica alcurnia se requieren algunos
movimientos de varias unidades para liberarlo. Esta vez, Vriekers caminaría
hacia su automóvil mientras una banda de muchachos moverían automóviles
Omar Barsotti
162
haciendo espacio. Vriekers subiría, pondría el motor en marcha, levantaría el
capot, observaría detenidamente los bruñidos aceros y niquelados, iría hacia
el lugar del conductor y se perdería entre la maraña de autos, ya despojado de
su impermeable y el sombrero blando. Uno de los jóvenes, corpulento como
él, feliz como nunca estaría el alemán vistiendo esas prendas, maniobraría y
saldría volando por la rampa hacia Avda. del Libertador a tiempo para
enganchar el primer semáforo. Vriekers, caminaría al fondo del garaje y por
un pasillo poco luminoso, estaría en la vereda del corto tramo que cruza por
debajo de la 9 de Julio y ahí aparecería Garrido con un taxi.. Dos automóviles
le darían cobertura para escamotearse de cualquier seguimiento. Cuando a
Vriekers le explicaron el plan esperaban que rezongara, pero, por el contrario,
el rostro se le iluminó; más allá de su utilidad, eran a su justa medida y espíritu
rocambolesco.
Lo del apoyo, Garrido lo tomó con soda. Estaba seguro de poder burlar
en Bs. As. o en Londres, a cualquier perseguidor, pero condescendió para
que todos se tranquilizaran. Lo interesante era que el departamento de Stupck
se encontraba a muy pocas cuadras en la curva de Arroyo pero, seguir a
Garrido hasta ese recoleto rincón, saliendo por Cerrito barranca arriba, no
era misión para neófitos.
Stupck salió del seminario disfrazado de cura, pasajero de una limosina, lo
que le causó no poca gracia, habida cuentas de que los curas se disfrazaban
de laicos, por lo que comentó ácidamente que los hechos demostraban una
vez más que todo el asunto era un carnaval.
Las cosas marcharon conforme a lo planeado. Damico, no obstante, porfió
para establecer vigilancia estricta en el departamento y sus alrededores. Para
ese entonces Stupck le dejaba hacer, dándose cuenta de que el cura loco no
era primerizo en esos juegos y disponía de una tropa bien dispuesta, mejor
entrenada e igualmente demente. Probablemente todos curas, dedujo el
genetista, dedicados a las intrigas palaciegas desde monaguillos y entrenados
en vigilar y espiar a obispos, cardenales y otros togados antes de memorizar
el padrenuestro.
Van Vriekers aceptó todas las condiciones que se le impusieron. Fabricó
su propia cobertura haciendo una cita con una modelo dedicada a la
prostitución fina. Vigliengo se encargó de los detalles y, sobre todo, de los
tiempos: Van Vriekers, indefectiblemente, aunque más tarde, aparecería en la
cama de la mujer. Vriekers no presentó quejas registrables. Por todo lo demás,
quizá el enemigo era tan avezado y poderoso que todo lo que hicieran fuere
inútil. Pero debían seguir el juego.
El ojo de la aguja
163
Y probablemente ese era el espíritu de ambos cuando se encontraron.
- Encantado de saludarle, Vriekers – Stupck parecía muy formal
sosteniendo la puerta del departamento.
Van Vriekers lo estudió por un momento sin contestar, hasta que por fin
casi bufando le espetó:
- Vamos, profesor, no joda. Esta no es una visita de cortesía y Ud. no está
nada encantado.
Daniel se encogió de hombros sin hacer comentarios.
Ambos, parados, enfrentados en el follier del amplio piso se estudiaron
prolijamente como si fuera una pareja en una cita a ciegas.
- ¿Cómo quedó del accidente?- inquirió cortésmente el alemán, deslizando
algo de gentileza en el tono.
- Con un tajo en el costado y otro en el amor propio - respondió
despreocupado - Siempre me consideré un excelente conductor.
Vriekers pasó al salón y se sentó sin esperar invitación. Miró a su anfitrión
con sorna.
- Ud. sabe que no fue un accidente y que no fue culpa suya. Le echaron
ese camión encima. Y no será lo último que le tiren por la cabeza sino se
avispa - aseveró con firmeza.
Daniel no se resintió. Simplemente optó por sentarse y mirar al alemán.
- ¿De qué me tengo que avispar? Vriekers.
- De que, sea lo que sea que esté haciendo, molesta a demasiada gente a la
que no le importa bajar un pajarito de un escopetazo simplemente porque su
trino le interrumpe la siesta.
- Creí que Ud. estaba con esa gente -comentó Daniel simulando
consternación.
- No para eso. No se me haga el gracioso, Dr. - adelantó el cuerpo con las
manos al frente - Voy a franquearme. No me van a canonizar cuando me
muera. Es un trabajo sucio pero mis víctimas están vivas y no se quejan. He
hecho espionaje científico e industrial desde que le robaba a mis profesores
del secundario las respuestas de los exámenes. Algunos de los que me los
compraban son hoy prestigiosos profesionales sólidamente instalados en sus
comunidades y, muchos de ellos, me buscan cuando están desesperados por
resolver problemas económicos o de prestigio, y yo les sirvo y cobro por ello
para que sigan siendo prestigiosos, sólidos e íntegros componentes de la
sociedad en condiciones de ir piadosamente a la próxima cena de caridad.
Uso todo tipo de métodos para lograr mis objetivos, desde la seducción a la
extorsión y, sepa algo, muy pocas veces encontré una víctima que no se lo
mereciera. Como curiosidad, le diré que a la mayoría le cayó bien el cambio
Omar Barsotti
164
que mi intervención puso en sus vidas.
- Muy curioso, ciertamente. ¿Con esas monolíticas verdades justifica sus
actividades, Vriekers?
- No tengo nada que justificar. Cada cual obtiene lo suyo – respondió
despreciativamente Vriekers – No estoy moralizando. Soy un simple mensajero
de la realidad que se ha venido a posar sobre este palo para ponerle sobre
aviso y no para bostearle en la cabeza. No me siento así a menudo. Pero estoy
intrigado. Ud. se ha echado encima a medio planeta. ¿Qué es lo que ha hecho
o está por hacer? No me lo diga – acotó rápidamente extendiendo ambas
manos..
Stupck sonrió, sacudiendo su cabeza con incredulidad.
- Más si quisiera.
- Ni por asomo. Pero le aclaro: Mi posición en la empresa es mi cobertura.
No trabajo de otra forma. A veces no se quieren ver comprometidos, pero, si
quieren resultados que corran el riesgo. Yo trato de no quedarme solo con el
fracaso, si ocurre. El contrato es genuino. Por supuesto no dice: encargamos
a Vriekers que apriete al ínclito Dr. Daniel Stupck para que se pase a nuestras
filas, pero a estas alturas yo ya sé de ellos mucho más de lo que saben de mi
y conocen que conmigo no se juega. Es el caso de que a la hora de que las
papas quemen se vean obligados a defenderme. Yo estoy cubierto. Pero, eso
no es de su incumbencia. Lo que ha de saber es que el Panzer Group tiene
interés en que Ud. se salga del trabajo que está haciendo. Eso lo entiendo.
Pero lo del camión, la CIA, y el FBI me trae de cabeza.
El profesor se inclinó súbitamente interesado:
- La CIA, el FBI. ¿Cómo se entero de tal cosa? Bah! Qué importa! Un
cuarteto de asnos blandiendo sus credenciales.
-¡Ya ve! Ud. ni tiene idea de lo que ha desatado!- exclamó Vriekers con
una risa ronca - La Cia., esos se cargaron a los Kennedy como si fueran
pichones y ahora están aquí, en Argentina, haciendo averiguaciones sobre
Ud.. No soy tonto, Dr., Ud. anda en algo relacionado con su profesión que
implica un peligro para el mundo, el de ellos, por supuesto y no discuto si el
resto se vería perjudicado. La Panzer no sé aún si quiere simplemente
neutralizarlo llenándolo de oro o de plomo o sinceramente aprovecharse de
sus conocimientos. No cejará y si sospecha que lo suyo le hará perder
posicionamiento no tendrán empacho en eliminarlo.
- ¿Un nuevo argumento para convencerme? ¿Se le terminó la seducción?
- Una mierda, estimado profesor. Yo me estoy saliendo, pero me pareció
muy estúpido que mataran a uno con su talento. Sería como quemar la Mona
Lisa, yo prefiero robármela. Yo solamente le tiro a las manos el quilombo,
El ojo de la aguja
165
Ud. resuélvalo.
- ¿Entonces, se lava las manos.- comentó Daniel con cierto desencanto.
- Como Pilatos. Las manos, y todo lo demás. No me siento nada mal por
ello. Le tiro otra “pálida” como dicen por aquí, ese camión no tenía conductor.
- Lo sé.
- Ah! Bueno. Y lo dice así nomás, tan tranquilo! –levantó las manos protestando
-. Si ese fue un efecto especial, sepa que debe haber costado varios
centenares de miles. Por otra parte, ¿qué tan importante era que no hubiera
un conductor? Conozco decenas de tipos que hubieran hecho el trabajo por
cuatro pesos. Pero no importa. Ud. sabrá, yo he cumplido - se levantó y se
dirigió hacia la puerta.- Lo de la CIA y el FBI es cierto, no lo tome como un
apriete de mi parte. Están por ahí afuera estudiándolo para pegarle donde
más le duela. Ah! y lo de la invasión al laboratorio no fue trabajo mío. Estoy
averiguando de qué se trata.
- Gracias. Yo le tengo algo también: la rubia del BMW que primero me
siguió y luego distrajo a la guardia de la Universidad se fue primero al edificio
del Panzer Group y luego salió raudamente para una hermosa casa en Del
Viso en donde se sacó el BMW y se puso una exquisita malla toples para
revolcarse en la pileta con un subalterno suyo que le dicen el Inglés.
Vriekers se detuvo con un destello de animación en los ojos: Vaya, mi
herr profesor. Ud. se las trae. Bueno, nadie es perfecto, el Inglés me traicionó,
aún no se porqué, pero lo tengo sellado, no lo molestará otra vez.
- Muy agradecido. Si continúan así van a tener que hacer cola para seguirme.
- Por Dios!- Vriekers cambio el tono - Herr profesor, no se haga matar al
pedo. Sea lo que sea, no vale la pena. Ceda.
- Gracias de nuevo, pero no lo haré.- Daniel lo estudió. Esa voz sonaba
sincera.
- ¿Es tan importante?
- Lo es para muchas personas. Quizá no para mí. Debo hacerlo. Es todo.
- ¡Debo hacerlo! – parodió burlonamente Vriekers parándose frente a
Stupck. – ¿Va a salvar el mundo, quizá. Va a cumplir con un juramento?
¡Vaya! ¡Qué tremenda y romántica soberbia! - le espetó iracundo.
- Lamento que piense así. Me hubiera gustado que me comprendiera, eso
me daría otra imagen de Ud.
- ¿Imagen?Ud. y yo nos hemos equivocado toda la vida. No son los
románticos y los capaces los que triunfan. Son los mediocres, los astutos, los
buscas, los traidores, los aduladores, los alcahuetes, los todo terrenos dispuestos
a ocupar cualquier lugar que le indiquen los poderosos.
Omar Barsotti
166
- Viniendo de Ud. es una revelación muy sorprendente, pero eso lo supe
siempre Vriekers.
- No. Mentiras. No lo supo. Creyó saberlo pero no lo sabe. Ud. ha hecho
un esfuerzo genial para ser lo que es, pero no les llega ni a las suelas de los
zapatos, en cuanto a aceptación social, seguridad, y futuro a muchos de sus
colegas que no saben como mear en un tubo de ensayo, y, entonces, Ud. tuvo
que creer en eso para conformarse a si mismo y seguir luchando sin entregarse
y sin cambiar de método, chocando neuróticamente en la misma piedra. Ud.
no lo sabe, pero siempre creyó ingenuamente en que la injusticia sería reparada.
El semblante sosegado del genetista se nubló.
- ¿Y donde está el paralelo?
- Soy el mejor en lo mío. Soy un tipo imaginativo, capaz y eficiente. Pero
debo trabajar el triple de lo que el Inglés se emplea para obtener lo mismo.
Puedo demostrar cuan bueno soy y nadie me lo pondría en duda. Pero acabado
el trabajo exitosamente, no obtengo más que prevenciones y temor. Y el
temor implica odio, persecución, enemigos. En cambio aquellos que se rinden,
se entregan, se venden, tienen asegurado el porvenir y el de sus descendientes.
Por siempre encontraran quienes los ayuden en sus dificultades, no compiten
con nadie, no son un peligro para los planes de quienes los emplean. No
tienen otra aspiración que ser servidores. No sustituirán a sus jefes. No
cambiarán los métodos ni descubrirán nuevos caminos, ni amolarán con la
necesidad de cambiar el mundo. Son plásticos, proteicos, no tienen principios,
normas ni límites, salvo la seguridad de estar protegidos por alguien que
tiene con qué y cómo. Nosotros somos potenciales traidores porque no
pactamos, siempre somos el enemigo porque no nos hemos rendido y
mantenemos nuestros propios pruritos, reglas y medidas como ejército propio
que no entregamos. Hacemos ciertas cosas pero otras no la hacemos por
nada del mundo. Nos creemos sabios pero sabios son los que admiten el
mundo como es y se someten a sus reglas. Ahí nuestro error. Admítalo.
— Admitido. Pero me importa un bledo.
Pero aunque Stupck se encogió de hombros miraba a Vriekers con
renovado interés mientras éste iba y venía por la habitación transpirando una
pasión que no se correspondía con su aparente frialdad mental.
- Sí le importa, si no, no tendría esa constante mirada feroz. Ud. lucha
cuando otros descansan, Ud. se esfuerza y su orgullo lo entierra. Los otros
entierran su orgullo y triunfan. Ud. crea y los otros viven de esas creaciones.
Ud. está para el mármol y el bronce, pero nunca para el disfrute inmediato de
sus méritos y sus logros. ¡Mierda! ¿No lo entiende?: Ud. y yo somos parecidos.
Estamos condenados por tener talento. Ambos desapareceremos y la historia
El ojo de la aguja
167
no la escribirán nuestros exegetas, sino los mediocres y seremos los villanos.
Así es el mundo. No intente cambiarlo .Deje que siga su curso y sobreviva.
- Gracias por el consejo Vriekers y gracias por haber venido a advertirme.
Debe tener razón Ud. y yo nos parecemos. Casi estaría tentado en contarle la
verdad, pero ya sabe, no es conveniente.
Vriekers respiró hondo y le miró deliberadamente a los ojos con el rostro
sombrío y un gesto decidido:
- Ud. y yo somos porfiados. Eso es bueno pero peligroso - hizo un largo
paréntesis y antes de recomenzar a hablar Stupck vió,.ahora sí, en los ojos del
alemán un destello de afecto incomprensible -. Nos mantenemos al habla,
me abro pero no me desaparezco. Tendrá noticias mías.
El departamento quedó en un lóbrego silencio. Stupks sentía un gusto
amargo en la boca y una indefinible sensación de vacío. No sabía si creer o
no en la sinceridad de Vriekers. No había razones, tan solo un llamado de
atención instintivo que le sonaba en la mente como una campanilla de alarma.
La puerta del dormitorio se abrió dejando entrar a Angelo Damico con el
rostro sombrío.
- ¿Cuánto habrá de verdad en lo que dice ?– la pregunta no sonaba retórica.
Desde su posición el genetista aún observaba la puerta por donde se había
ido el alemán. Reflexionaba caminando sobre su perturbación como si tanteara
en un bosque oscuro sin saber si iba por la senda o derecho a golpear su
cabeza contra un árbol. Se volvió hacia el cura con un aire triste que le salía
del alma.
- Ojala fuera todo verdad, Angelo. Vriekers me gusta a pesar de su
profesión. Parece un hombre que busca la oportunidad de demostrar lo que
verdaderamente es.
Damico, a su pesar, asintió.
- Quizá alguien se la dé.
- Si. Una oportunidad que me temo lo llevará a la tumba. Este juego se
está haciendo peligroso, Angelo, y, por mi culpa, más que nada, se ha ido
involucrando gente que pareciera que tan sólo han estado esperando el
momento de ofrecerse como víctimas propiciatorias.
- Sé de un hombre que en una época de su vida se fue al África a colaborar
en la lucha contra el Ebola. Nada lo obligaba.
- Ese hombre necesitaba demostrarse cosas a si mismo, no tenía ni una
pizca de altruismo.
- Y ese mismo hombre para demostrarse cosas a si mismo gasta buena
parte de su fortuna manteniendo centros de diagnósticos gratuitos en todo
el país.
Omar Barsotti
168
- El dinero es simplemente eso, dinero, va y viene y a veces sirve para
pagar un poco de prestigio.
- Esa es su opinión Dr. Parece que una cantidad de personas piensan
distinto de Ud.
- Eso es lo que temo- culminó Stupk – estar engañándolos a todos.
El ojo de la aguja
169
Capítulo 16
- ¿Un qué? – exclamó Vriekers.
- Uno no, varios.
- ¿Varios? ¿Qué es ahora? ¿Una conjura del Vaticano?
- Ya le he pedido que no blasfeme en mi presencia, Vriekers – replicó
Vigliengo con rostro adolorido.
- Oh! Mierda!, está bien, vuelva a explicármelo.
- Luego del accidente o lo que fuere lo que le pasó al Dr. Quedamos en el
aire. Se había esfumado. Un forzudo se lo lleva y no lo vemos más. Ningún
hospital o clínica o médico acusa recibo del paquete. Nada en la Universidad,
salvo la información oficial de que se encuentra en recuperación en algún
lugar, la casa de un amigo, una clínica muy privada, nada seguro, todo
difuminado. Luego Ud. logra esa cita misteriosa que nos salió un platal por lo
de la puta.
- No fue por amor, entonces.
- No, y Ud. tiene gustos caros. Pero en fin, lo seguimos a Mansilla pero ese
tipo parece el hombre invisible sin vendajes. Se nos pierde todas las veces
inexorablemente.
- No lo creo Vigliengo. Mansilla no es un espía internacional ni nada que
se le parezca. ¿Cómo puede eludir a un ejército de profesionales?
En las palabras del alemán hay un dejo de mofa y Vigliengo acusa el
golpe, pero no hace comentarios y prosigue con su informe.
- No es casual. El es bueno, pero no está solo. Está cuidado... ¿me entiende?
- No.
- Alguien cuida su sombra.
Vriekers asiente sin entender nada.
- Alguien no. Varios. Nos desvían. Son hábiles, jóvenes, rápidos y osados.
Atropellan a mis hombres como por casualidad. Los entretienen, les encierran
los autos y hasta uno simuló enojarse y desafió a pelear al Muñeco, que es un
ropero de dos metros de altos por casi lo mismo de ancho. Se armó un
tumulto y el muchacho arrasó con la simpatía del público y el Muñeco tuvo
que desaparecerse con la cola entre la patas y la moral como para seis meses
de psiquiatra.
- Mierda.
Omar Barsotti
170
- Eso mismo. Pero, y aquí viene lo bueno. La pareja del Muñeco se hace el
opa y se aguanta fuera del estropicio y espera al muchacho. Pide ayuda y
entre tres logran seguirlo. El chico entra a una iglesia. Son las ocho y treinta
de la mañana. ¿Qué le parece que hace a las nueve?
Vriekers se encoge de hombros con resignación, debe dejar a Vigliengo
divertirse.
- Celebra la Santa Misa.
El Alemán solo atina a arquear las cejas perplejo, mientras Vigliengo
disfruta.
-Lo esperamos, lo seguimos. Se siente tan seguro que va sin protección.
Los muchachos tienen suerte, el curita se toma un taxi que luego fue fácil de
localizar y apretar. El padrecito ha descendido del taxi en una callejuela de
Villa Devoto y el taxista no sabe más. Pero nos da una pista: El curita al bajar
comenta que por suerte ya está en casa.
Vriekers sigue expectante, decidido a no preguntar. Vigliengo, esperando
una migaja de admiración se decepciona y retoma su relato:
- Tenemos un cura amigo. Muy amigo. Hace mucho hizo una macana
grave y, a pedido de un primo Ministro, lo sacamos del apuro. Lo buscamos
y lo apretamos. Nos cuenta una historia que el conoce como un rumor. Existen
varias agrupaciones, particularmente de franciscanos, que tienen misiones
especiales. Son curas, pero muchos son médicos, contadores, bioquímicos,
abogados... en fin profesionales de diversas disciplinas. Están conchavados
para misiones altamente peligrosas. Pueden estar en Kenia asistiendo a los
refugiados de alguna guerra civil o en Jujuy con los desocupados, o en Nueva
York investigando los negocios de la mafia, políticos, financistas y demás
salteadores de camino. No tiene datos precisos, pero se comenta que los
comanda un Monseñor.
- ¿Monseñor? Qué es eso de monseñor?
- Un cura importante, destacado, respetado... Podría ya ser cardenal, pero
él se queda con sus misiones.
- ¿Pero, cómo se llama? – irrumpe Vriekers impaciente.
Vigliengo pone cara de gato jugando con el proverbial ratón y se da tiempo
para gozar del suspenso...
- Me dio varios posibles. Nos hizo esperar unas horas y luego de hacer
algunas averiguaciones por ahí, precisó: Monseñor Del Greco.
- Un gringo – comenta Vriekers utilizando el apelativo que los argentinos
aplican a los italianos. Vigliengo aclara:
- Alemán.
- Con ese apellido?
El ojo de la aguja
171
- Madre alemana. Nacido en Alemania, él no tiene la culpa si las fraülen,
aburridas de sus altivos conciudadanos, prefieren el romántico vigor latino –
responde burlón Vigliengo, tomando cómoda venganza.
Vriekers se queda unos instantes mirándole y luego, sacudiendo
pacientemente la cabeza prefiere dejar pasar el chascarrillo.
-Porqué cree que es justamente Del Grecco?
- Por lo de Villa Devoto. El rumor dice que Del Grecco, entre otros lugares
en el país y probablemente en el mundo, tiene un criadero de esos curas
medio guerreros en Villa Devoto. No me da más precisiones. Buscamos a
Del Grecco. Casualmente está en el país. Se hospeda, generalmente, en un
caserón del Barrio Norte. Tenemos la dirección, lo mantenemos vigilado.
- El Alemán permanece en silencio y cavilando. Momento que Vigliengo
aprovecha para intentar encender su pipa, sin éxito. Cuando Vriekers le dirige
la palabra lo hace tan abruptamente que el investigador se quema los dedos,
originándose una retahila de puteadas, chispas y exclamaciones.
- Quiero contactarme con ese Monseñor – ordena Vriekers.
Vigliengo, soplándose los dedos, acata la orden con resentimiento.
Omar Barsotti
172
El ojo de la aguja
173
Capítulo 17
Vriekers no conduce con habitualidad. Un accidente en la primavera de
su debut automovilístico, le ha dejado un sano respeto por esas máquinas
que han desplazado al caballo, no tanto como medio de transporte sino como
incomprensible destinatario de la escasa ternura de la especie humana. No
maneja mal, por el contrario, es un conductor hábil y prudente, pero por eso
mismo su desconfianza hacia el automóvil incluye a los otros automovilistas,
una raza pervertida a la que él, especialista en perversiones, no logra
comprender. Ese anochecer, sin embargo, disfruta de su E 320 en un viaje
corto y tranquilo hasta la ciudad de Rosario donde supone ha de recibir
información adicional sobre el desaparecido Dr. Stupck mientras vigilan y
estudian el fuerte de Villa Devoto que, por el momento parece inaccesible..
Ha partido de una quinta alquilada en Del Viso y recorre apaciblemente
un camino vecinal en busca de la autopista. Detrás de los altos setos adivina
las casas de fin de semana de una clase privilegiada que no necesita ya exhibir
su riqueza ni amucharse tras los alambrados de esos ghettos para ricos que
son los country. Tiene muchos conocidos por ahí, algunos son sus clientes,
otros sus víctimas aunque, de pensarlo, no encuentra diferencia entre unos y
otros.
El motor no se oye. El sol, recién oculto, ha dejado una luminosidad que
es parcialmente absorbida por la fronda Puede aún conducirse sin las luces
pero Vriekers, precavido, enciende sus faros que rompen esa peligrosa e
inestable oscuridad que precede a la noche y que es motivo de muchos
accidentes.
La paz de Vriekers se hace pedazos al tomar una larga curva que precede
al acceso a la autopista. Una niña ha saltado el zanjón de la izquierda y corre
hacia el centro de la calzada. El alemán la ve con total claridad: diez años, un
sencillo vestido blanco y trenzas doradas. Sus piernas delgadas se mueven
velozmente y su rostro está vuelto hacia los destellos de los faros. Puede
verle la boca abierta como en un grito. Vriekers aterrado clava los frenos y
busca sobrepasar a la niña por detrás, pero ésta, incomprensiblemente, gira y
prácticamente salta contra el capot del Mercedes. Un revoleo de faldas y
miembros cruza hasta estrellarse contra el parabrisas antes de que el coche se
detenga. El golpe tiene ruido de estallido de carne y miembros rotos.
Omar Barsotti
174
Vriekers aferra el volante con tal fuerza que podría doblarlo. No puede
creer que le suceda un accidente así. Durante unos segundos está como
paralizado y luego, reacciona rápidamente. Enciende las balizas, pone el freno
de mano, de la gaveta extrae una linterna y manotea el celular, todo en un
solo movimiento que culmina con su salida del automóvil. Deja la puerta
abierta para que el interior se ilumine. Corre alrededor del vehículo. Según
sus cálculos la niña pasó por encima del techo y debe estar en algún lugar en
la ruta. El golpe ha sido terrible pero quizá haya oportunidad de cargarla y
llevarla al hospital más cercano. Ilumina todo alrededor. Las balizas pican la
oscuridad con un tiqueo rítmico que le resulta siniestro. Busca la huella de la
frenada que es sobre la que supone ocurrió el impacto. No encuentra nada.
Recorre unos metros de ruta y las zanjas laterales. Desesperado ilumina hasta
las ramas de los árboles, luego ya temblando y con un temor pánico se agacha
y alumbra debajo del auto. Nada.
Diez minutos después Vriekers ha buscado hasta detrás de los setos. No
hay sangre en la ruta. Está seguro de haber visto volar un zapatito, pero no
hay rastros de él. Vriekers, se dice, extrayendo el celular, ha llegado el momento
de llamar a la policía. Sentado en el auto se da cuenta que no puede ni pulsar.
Respira hondo reprimiendo un creciente temblor. Ha logrado llevar el auto a
la banquina pero no cree que pueda seguir moviéndolo. Está entrando en
shock y descubre que hace un rato que repite: Niña tonta, niña tonta... en un
sonsonete mágico como si quisiera conjurar un retorno al pasado inmediato
para borrar lo ocurrido.
- Siente miedo amigo Vriekers.
El alemán da un respingo y golpea su cabeza contra el techo. La voz, que
viene del asiento trasero, se interrumpe para dar paso a una carcajada burlona.
Por el espejo retrovisor ve un hombre gordo cómodamente apoltronado
en el tapizado de cuero. Vriekers duda entre bajarse del auto y darse vuelta.
Comprueba que lo primero es imposible pues su cuerpo está paralizado por
la conmoción. Al fin gira con un esfuerzo y enfrenta al intruso que supone se
ha metido en el auto mientras el buscaba el cuerpo de la niña. Una ola de
furia lo invade. El shock que lo ha llevado a temblar como una hoja tiene que
ver con el accidente y, sobre todo, debe admitirlo, porque el accidentado es
un niño. Pero ese gordo entrometido no entra dentro de su capacidad de
lástima. Lo mira ferozmente mientras su mano izquierda tantea buscando
una automática que guarda entre las butacas. El gordo levanta una mano
interrumpiéndolo:
- No se atreva – dice el gordo risueñamente.
- ¿Quién carajo es Ud.?
El ojo de la aguja
175
Se detiene recorriendo con la mirada la figura apoltronada. Lo reconoce,
es el mismo gordo que, reflejado en el agua de la piscina del Inglés, filmaron
los hombres de Vigliengo. Mira al frente, en algún lugar, espera, hay un
proyector laser o alguno de esos artificios capaces de hacer esos trucos que
usan los magos o los expertos de efectos especiales. Quizá está instalado en
el mismo auto y es controlado por control remoto. Revisa lentamente
recorriendo los bordes del parabrisas y el salpicadero. Busca entre los pedales
y en los asientos. A través del parabrisas espía el exterior, entonces recién
advierte que el parabrisas está cristalinamente limpio, nada de sangre, ni un
cabello, nada en absoluto, que necesariamente ha de dejar un cuerpo que
impacta en la forma que lo hizo la niña. El capot reluce con el titilar de las
balizas. La niña también ha sido un truco. El gordo carcajea suavemente.
-No es un truco. Bueno, lo de la niña fue inducido en su mente por una
mente superior, la mía. Y yo soy yo, tal como me ve. No estoy siendo
proyectado. Es cierto, Ud. piensa que si mueve el auto y se aleja mi imagen
desaparecerá. Hágalo. Vamos, arranque, paseemos. Va a Rosario según
entiendo. Disfrutemos.
Vriekers piensa que es una baladronada y hace partir el motor, tres minutos
después y a seis kilómetros del lugar del accidente el gordo sigue ahí, reclinado,
muy cómodo y mirándole con sorna.
El alemán tiene nervios de acero. Ya se ha recompuesto. Sea una realidad
o una proyección la imagen es capaz de sostener una conversación y,
aparentemente leerle el pensamiento. Nunca negará que cuando fija la mirada
en la ruta y separa los ojos del espejo retrovisor, siente escalofríos y los pelos
de la nuca se le erizan, pero opta por tomarlo con la mayor calma dadas las
circunstancias. El Mercedes ya está en la autopista y el motor zumba levemente
empujándolo a 200 kms. por hora.
- Bien - acepta – ¿Quién es Ud. y que espera de mi?
- Primero, lo segundo. Espero que cumpla con su compromiso. Lo espero
porque me lo debe pues, indirectamente, soy su empleador y eso contesta lo
primero.
- Debo estar soñando - murmura Vriekers pellizcándose.
Quizá se ha dormido viendo televisión en Del Viso y ni ha llegado a
poner el automóvil en marcha.
- Ud. tiene un contrato con el Panzer Group. Un contrato suculento y
muy gravoso.
- Se refiere a ese asunto del Dr. Stupck?
-Aha... por fin despierta.
-Nunca se me habló de Ud. No sé porqué debo creerle.
Omar Barsotti
176
Vriekers retiene sus pensamientos. Empieza a creer que esa es una presencia
sobrenatural. No es un creyente, pero nunca porfió en contra de la existencia
de lo sobrenatural. Por otra parte, si está sufriendo una elaborada pesadilla
hablar no implica ningún riesgo. Al despertar todo se esfumará. Quizá la
imagen del gordo en la piscina del Inglés quedó gravada en su mente por ser
una curiosidad de difícil explicación y ahí ha rondado hasta que se durmió.
Pero, a la vez, debe ser realista – si es posible eso en las presentes circunstancias
– para sueño esto ya es mucho. Cabe la posibilidad de tener un repentino
ataque de esquizofrenia, pero si es así, ¡qué remedio! Levanta la vista al
retrovisor y ahí el gordo sigue mirándole con un aire sobrador y
condescendiente.
- Me creerá. No le quepa duda. Por de pronto, en el peaje gire y retorne a
Bs.As. muy lentamente. Lo de Rosario fue una falsa información para tener
la presente oportunidad. Lo de la niña fue sugerido para ponerlo en el estado
emocional requerido para entablar contacto. Oigo su mente. Sí, soy una
presencia no común, pero no sobrenatural. Yo también pertenezco a la
naturaleza. En realidad – agregó con sorna – no estoy muy seguro de eso con
respecto a los seres humanos.
Carcajea levemente y se arrebuja en sus ropas esponjándose como una
gallina formando nido. El alemán deja su mente en blanco y escucha
atentamente.
El gordo sigue parloteando complacientemente. Ideó lo de Panzer Group
porque necesitaba una operación que le pusiera en contacto con la mayor
cantidad posible de dirigentes empresariales y políticos. En Europa ha
reclutado multitudes deseosas de servir a alguien que muestra tanto poder.
Estamos- asevera- ante un cambio total de la humanidad y su organización.
Él busca, entre los hombres, aquellos que tengan distinguidas excelencias
sobre el común. El Nuevo Orden, por expresarlo en una forma comprensible
para el ser humano, se construirá sobre lo más fuertes y capacitados para
sobrevivir. Nuevos dioses se instalarán en distintos puntos del globo y los
hombres serán sus siervos. El nuevo orden es, según su apreciación, una
forma de restaurar el orden natural quebrantado por creencias políticas y
religiosas. Los dioses prevalecerán y dominarán, pero, a la vez, competirán
entre ellos y establecerán su orden de prelación. El hombre, como tal, está
destinado a desaparecer. Será reemplazado por algo que no es una simple
variedad, sino un verdadero salto que pondrá tanta distancia como la hay
entre el homo sapiens y los pequeños mamíferos que se desarrollaron entre
la maleza cuando los dinosaurios dominaban el mundo.
Vriekers puede llegar a reírse de toda la monserga, pero se reprime y
El ojo de la aguja
177
concentra en la conducción del automóvil. Sobre el cielo se reflejan las luces
de Bs.As. Ansía llegar a zonas más pobladas. Ahí en la leve penumbra del
Mercedes, negándose a pensar y obligándose a mantener la calma, siente que
la pesadilla puede terminar en alguna forma horrible.
- Sus órdenes .- reinicia el gordo serenamente – son sacar de cualquier
forma a Stupck de lo que está haciendo actualmente. Nada de clonación. .
- Centenares de científicos están abocados a la clonación humana en el
mundo. ¿Qué tan importante es lo de éste hombre?- interrumpe Vriekers.
- Amigo Vriekers, Ud. es un soldado. ¿Qué necesidad tiene un mercenario
de conocer los motivos que lo apuntan a un objetivo? Ud. tiene la paga, su
patrón quiere resultados. Pero seré condescendiente con su curiosidad. El
Dr. Daniel Stupck no es un científico entre tantos. Por muchas razones su
capacidad tiene rango de genialidad. El puede hacer lo que otros genetistas
no soñarían intentar. Ha sido convencido, por mis enemigos, de intentar la
clonación del único ser que puede atravesarse en mi camino, sin éxito por
supuesto, pero ocasionando innecesarias demoras. He comprobado que
sujetos como el que se intenta clonar tienen la propiedad de transformar
todo sistema en ineficiente. Odio la ineficiencia.
- Un competidor, quizá – inquiriere Vrieker con aire ingenuo.
- ¡Peor que eso! – gruñe el gordo y agrega sordamente:
- El Dr. Daniel Stupck es el único capaz de repetir un experimento que ya
dio resultados exitosos.
Vriekers sigue escuchando atentamente sin entender mucho pero
comprendiendo que detrás del preámbulo hay una revelación
- Este experimento consiste en reproducir la fuente de todo error, de
todo exceso y toda estupidez: Un hombre, común y silvestre, pero con el
don de la convicción. Aprovechará el resentimiento de las masas y creará
sentimiento de culpa en los dirigentes. ¡Un incordio!
Vrieker nota la creciente furia del otro. Ahora siente más temor aún, si
cabe.
- Ese hombre cuya clonación se planea es capaz de conducir a las multitudes
y hacerlas creer que ir contra el orden natural de las cosas es bueno
para todos. Quiere levantar al débil contra el fuerte y lo único que logrará es
desordenar la evolución natural. Querrá que el fuerte reprima sus instintos.
Bah! Una zoncera recurrente. Sabe de quien hablo.
- Ni por asomo.
- Jesucristo. Ese será el clonado por Stupck.
El alemán tiene un sobresalto. De ahí en más se entierra en el más absoluto
mutismo. Se siente perplejo. Su mente está preparada para aceptar la
Omar Barsotti
178
posibilidad de cualquier intriga, conspiración o confabulación, aunque también
para calcular las probabilidades de que se intente y, en tal caso, de que suponga
algún éxito. Sabe lo suficiente del estado de la genética como para concebir
la clonación de Cristo a partir de restos ciertos. Si los datos históricos son
verdaderos, al margen de la divinidad, sus características genéticas pueden
ser reeditadas. Con una adecuada educación el hombre puede reiterarse como
profeta o como un revolucionario. Si las condiciones dan para lograr los
mismos efectos es otra cosa, pero la preocupación de aquel extraño ser que
lo tiene como cautivo parece contener una respuesta positiva y así se lo está
explicando con lujo de detalles mientras ya el automóvil, lentamente, circula
por áreas más pobladas y en un creciente tránsito. Si éste, concluye por fin, es
el enemigo de Cristo, entonces tiene una respuesta para la pregunta aún
pendiente y el alemán comienza a pensar que se ha metido en la peor gestión
de su vida: una encrucijada en donde debe decidir entre dos amos igualmente
increíbles, Jesús o el Demonio. Si le dieran a elegir prefiere la tercera opción:
estar alucinando..
Cuando por fin ingresa a la Avda. General Paz hace un tiempo que el
gordo no habla. Le ha informado de las funciones del Inglés develándole el
misterio del accionar registrado por sus espías. Le ha dejado instrucciones
precisas sobre como proceder con el Dr. Stupck que lo dejan preocupado: lo
debe entregar a la gente del FBI y la CIA en la embajada americana. El
informe de Vigliengo es cierto. Ellos se encargarán de sacarlo del medio con
una historia plausible. Lo hubiera preferido de su lado y conchabado en la
Panzer Group, pero ha llegado a la conclusión de que el hombre es más
proclive a dejarse arrastrar por las absurdas revindicaciones del Cristo.
Cuando se está aproximando al centro, evalúa las posibilidades de frenar y
largarse del auto, pero al levantar la mirada el gordo ya no está en su lugar.
Tan solo un poco de neblina envuelve el asiento trasero. Ni tan siquiera un
poco de olor a azufre o un relámpago chiquito, piensa decepcionado. Se
frota enérgicamente la nuca esperando despertarse pero con un escalofrío
llega a la conclusión de que no ha estado soñando, el tránsito de la ciudad de
Bs. As. se lo demuestra cuando un camión le arranca el guardabarros delantero
derecho.
El ojo de la aguja
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Capítulo 18
- Ya lo tengo – dice Vigliengo con satisfacción.
Se detiene para observar alarmado el rostro de Von Vriekers. La piel está
apergaminada, los ojos rodeados por aureolas oscuras parecen dos esferas de
vidrio azul. Los labios desangrados resaltan sobre la piel deslucida. Vigliengo
con tono paternal comenta:
- Qué noche, mi amigo. Me parece que Ud. no está en edad para ciertos
excesos. Debe cuidarse, está hecho una porquería, perdonando la expresión...
-Termínela, Vigliengo. No he estado de juerga. He pasado una muy mala
noche, he visto una aparición, me han chocado y he dormido poco y mal en
este mismo edificio.
-Eso suena como una inspección de la DGI.
-¡Por Dios! – reniega el alemán.
Vriekers, sin pensarlo mucho resuelve poner a Vigliengo en autos de lo
que ocurre. Lo hace en forma sucinta pero sin ahorrar los detalles terroríficos.
Vigliengo, simplemente, no puede creerlo. Advierte amablemente a Vriekers
sobre el abuso del alcohol y las mujeres, pero, poco a poco la argumentación
de Vriekers comienza a horadar su excepticismo.
- Vriekers – aduce demudado – Debo confesarle que tengo miedo.
-Yo también. No quise arrastrarlo sin contarle la verdad, Vigliengo. Ya
una vez le pregunté si seguía conmigo, pero ahora, no sé. Si decide abrirse lo
comprenderé y, además, le pagaré como si el trabajo estuviera terminado.
Vigliengo queda un largo rato en silencio. Piensa en todas las cosas raras
que ha visto en su larga actividad. Rememora los buenos negocios y momentos
pasados con este alemán cuya osadía siempre ha admirado. Sabe que le debe
mucho. En realidad todo y, además, sabe que Vriekers nunca lo ha apretado
aunque le pidiera cosas extraordinarias. Su vida ha sido un sainete, mitad real,
mitad fábula. Él mismo, lo sabe, se ha transformado en un personaje de
opereta viviendo ficciones con libretos ajenos y propios, pero Vriekers lo
sustrajo de la sordidez de su anterior actividad para convertirlo en un excelente
profesional, libre, serio y eficiente.
Es religioso al modo supersticioso y complejo de sus ancestros italianos.
Para él el Demonio existe y Cristo es el hijo de Dios engendrado en una
vírgen. En su sistema de creencias la magia de la ciencia se le mezcla con la
Omar Barsotti
180
de los mitos: puede aceptar toda la presente trama sin dudar. Asiente moviendo
exageradamente su cabeza, agitando esa melena romántica con la que engaña
a sus oponentes.
- Vrikers. Parezco un boludo, pero usted sabe que no lo soy. Me temo que
vamos a entrar en un baile muy duro y, por lo tanto – perora – será preciso
que Ud. me permita realizar algunos ajuste para aventar un poco los riesgos.
Sin darle tiempo a Vriekers para contestar procede a un resumen de los
acontecimientos pasados..Lo hace con voz monocorde desarrollando el cuadro
de situación en forma ordenada y lógica. Aparta las incertidumbres y
contradicciones pero no para desecharlas, sino para tenerlas presente. El
entusiasmo, sabe muy bien, lleva a muchos hombres inteligentes ha olvidar
las dificultades para acentuar la ilusión de tener razón. Cuando termina
Vriekers lo mira con admiración.
- Amigo, ese análisis es excelente.
Vigliengo asiente engulléndose todo el halago sin un átomo de modestia
– Pero, falta lo más importante: ¿de qué lado estamos.?
- De los buenos, para variar – responde alegremente el alemán – formalice
una reunión con ese Monseñor.
Monseñor pasea despaciosamente por su despacho, saliendo y entrando
del haz de las luces centrales. Como es su gusto, mantiene el resto del enorme
recinto totalmente a oscura. Desde esa oscuridad, cuando se detiene, el sector
iluminado es un islote que se percibe como la playa salvadora de un naufragio.
Se apoya levemente en las estanterías de libros, descansando del suave
dolor de su vieja lumbalgia.
Siente el olor polvoriento de los venerables tomos, con un resabio de
engrudo beatificado por la antigüedad. Espera, sin saber de que se trata.
Vriekers ha avanzado rápidamente hasta localizarlo. Le preocupa no saber
cuánto conoce el Alemán de sus actividades y sobre todo de sus acólitos y de
Cristo.
Vuelve lentamente hasta el islote para pasar hacia el otro lado, paso a
paso, mientras su mente explora esta circunstancia.
Los sucesos han corrido más rápido de lo que había calculado. Juan se ha
rebelado tan abruptamente que lo ha sorprendido. Queda la duda de si el
Cristo que lleva en su sangre lo conduce o si tan solo ha obedecido a su
formación. ¿Cómo discernirlo? Y, en última instancia, y se sorprende pensar
de esa forma porque hace añicos la mayor parte de su teoría, ¿qué importa?
Dios ha decidido y sabrá como terminará todo.
El ojo de la aguja
181
¿Y si fracasa?
Se siente demasiado cansado. Durante sesenta años su obsesión ha
alimentado una pasión que ha consumido sus energías. Durante sesenta largos
años su vida tuvo un objetivo hacia el cual no había camino. El lo abrió
hasta llegar al final y justamente ahí sería necio plantearse dudas. Ya no puede
rectificar el rumbo. En realidad no hay rumbo o al menos ya el timón no está
en sus manos y si estuviera no cree tener el tiempo ni las fuerzas para cambiar
el destino de los próximos sucesos.
¿Y Vriekers? ¿Qué quiere ahora este hombre? ¿Quizá extorsionarlo? ¿Qué
otra cosa esperar de él? Sin embargo, no es su forma de operar. Tiene un
amo, sin duda y lo lógico es que venga en su representación. Sin embargo, las
observaciones de Daniel y Ángelo pueden hacerle creer todo lo contrario.
Hace un rato que algo interrumpe sus pensamientos y cae en la cuenta de
que varias veces un discreto golpe en la puerta trata sin éxito de llamar su
atención.
- Adelante – refunfuña enojado consigo mismo – estoy haciendo cosas de
viejo – musita molesto.
- Monseñor, el Dr.Van Vriekers está esperando.
- Hazlo pasar, muchacho y trae algo de ese vino que le dimos a Daniel.
La entrada del alemán es lenta y ceremoniosa. Detenido en el vano de la
puerta observa el entorno hasta donde la luz le permite. Está un poco
sobrecogido y el rostro aún no luce como en sus mejores momentos.
Monseñor esclarece el ceño y con una sonrisa y un ademán lo hace pasar.
Enfrentados, el Alemán siente la fuerte presencia de Monseñor. Es más alto
y corpulento que éste, pero, en alguna forma, lo intimida. Vriekers supone
para si que la entrevista no le va a resultar fácil. Ese hombre pese a su edad y
sus hábitos es un contendiente de peso.
- Monseñor, es un placer.
Monseñor le tiende la mano y Vriekers al apretarla se siente electrizado.
Un poco azorado se deja guiar hasta una de las butacas, bajo la luz.
Irremediablemente, piensa, ha perdido toda iniciativa. Tendrá que bailar al
compás que ese cura le marque.
- Monseñor, le agradezco mucho que haya accedido a recibirme – la voz
del alemán suena humilde.
- No es molestia, hijo... aunque el agradecimiento no viene mal... lo pensé
mucho antes de acceder... ¿Comprende no?
Mierda, pensó Vriekers, este cura es un duro. ¿Qué carajo estoy haciendo
acá?
- Le voy a explicar, Vriekers, me sorprendió. Más que sorprenderme me
Omar Barsotti
182
admiró. No sabía que Ud. estaba enterado de mi existencia.
- Es muy reciente, Monseñor. Y hubo sucesos que me impulsaron a pedir
esta reunión.
Monseñor lo estudia: ese no es el Vriekers que tiene investigado. Este es
un hombre al borde de la humildad que es mucho más de lo que se le puede
pedir a cualquier hombre.
El Alemán se enderezó en su asiento al tiempo que cesaba de hacer ese
gesto vergonzante, y novedoso para él, de retorcerse las manos. Se sacudió
internamente tratando de recuperar su compostura pero solo obtuvo un tic
adicional, como si las orejas le escocieran. Suspiró y arrancó sin más
preámbulos:
- Monseñor, dejémonos de gentilezas. Ud. sabe muy bien quien soy yo y
yo sospecho quien es Ud..Tenemos motivos para considerar que estamos en
ambos lados de circunstancias extraordinarias.
Monseñor levantó el mentón y le miró largamente. Vriekers sostuvo, a su
pesar, la mirada,.Estaba dispuesto a no ceder ni un ápice más. Necesitaba un
total franqueamiento de la situación. Quemaba las naves y no quería quedarse
sin alternativas al dar un paso guiado por puro instinto.
- Así es Vriekers. Puedo poner a Ud. en el polo del mal y a mi en el del
bien. Pero sería una arrogancia de mi parte y hoy, especialmente hoy, mi
arrogancia se ha desvalorizado. Créame, no sé a qué ha venido, pero aprecio
su presencia.
Vriekers se relajó. Respiró hondo y habló con tono reposado y palabras
medidas:
- Hasta hoy he estado trabajando en contra suya sin conocerlo. La Panzer
Group me contrató para impedir a cualquier costo que el Dr. Stupck prosiga
con sus investigaciones. Luego vino el atentando contra su vida. Eso no lo
tenía contemplado en mi contrato y, por otra parte no es mi estilo. Estuve
averiguando. No entendía de qué se trataba. En el día de ayer tuve una
experiencia que me da casi vergüenza contar. Un ser, un ente, o lo que fuere,
me tendió una trampa y luego se dedicó a aleccionarme.
Monseñor rió amablemente. Vriekers lo miró disgustado. Monseñor sin
dejar de reír lo instó a seguir.
Vriekers se encontró reiterando el retorcer de las manos con el agregado
de otro tic, que le llevaba a alisarse el cabello o a rascarse las muñecas. Maldijo
y se tomó fuertemente de los brazos de la butaca como si quisiera quedar
atado a ella.
- Carajo, Monseñor, no se burle.
- No, por Dios! no lo hago, hijo... - agitó las manos – no, no, no lo tomes
El ojo de la aguja
183
de esa forma. Solo que me causó gracia. Ese demonio es un necio. Fue el
hombre gordo, no es cierto.
- El hombre gordo- confirmó Vriekers mirando al cura con suspicacia
- Si, el mismísimo Demonio. Un gordo simpático y comprador. Capaz de
venderle un caballo rengo a Leguizamo.
- ¿Leguizamo?
- Oh no importa... pero dime hijo, ¿cuál fue tu experiencia?
En un tirón y prolijamente Vriekers relató el encuentro con el demonio
Monseñor, al terminar, volvió a reír.
-Nos ha costado medio siglo entender quien es este ser. Ya no afirmaría
que es el mismo ser de las escrituras. Interactúa con los seres humanos bajo
condiciones especiales fortuitas o creadas. Afirma que el Demonio no existe.
El no es el Ángel caído del paraíso ya que no hay tal ni, por supuesto un
Dios. En fin, ¿miente?, ¿se hace el tonto para engañarnos aún más? ¿Quién
lo sabe?
-Hay más... - interrumpió titubeante Vriekers – no sé si es verdad y, si lo
es, estoy dudando de que me lo acepte, pero necesito saberlo y por eso
pregunto.
- Si?
- ¿Es cierto lo de Cristo?
- Si – repuso Monseñor con bonomia – Es cierto y ya se está manifestando.
Pronto habrá noticias.
- No entiendo. ¿Quién se está manifestando?
- Todos esperan que Stupck nos clone un Jesucristo, pero... es preciso que
le explique.
En pocas palabras, puso al tanto a un atónito Vriekers de la preexistencia
de un Jesús muchos años antes clonado.
Cuando le expuso la razón de la maniobra hecha con Stupck, notó en la
mirada del Alemán un brillo de admiración. Esto sí lo entendía.
Cuando Monseñor terminó su relato el Aleman se sumergió en unos
minutos de silencio. Todo su mundo se estaba trastrocando. Nunca había
tenido específica posición frente a las creencias religiosas. Estaba seguro de
que Dios andaba por ahí y Cristo era para él un ser histórico adornado como
cualquier otro para motivar a las masas. No se sentía capaz de profundizar en
esta cuestión. Comprendía que sus personales motivaciones para entrar en el
conflicto no conectaban con la problemática del bien y del mal. Debía
espabilarse o se encontraría actuando sin mayor convicción. Debía
franquearse:
- Monseñor. No siento ni frío ni calor por lo de Cristo. Bueno, no quiero
Omar Barsotti
184
parecer un sacrílego. Quiero decir que para mi no es lo principal por asombroso
que sea. Di este paso impulsado por Daniel Stupck.
- Le cayó bien el hombre, no es cierto.
- Es un buen tipo. Un poco huraño, pero muy especial. Me impresionó su
honestidad, integridad y genialidad. He encontrado pocas veces esas virtudes
y mucho menos juntas. Me arruinó el juego cuando la oferta de la Panzer lo
dejó indiferente, pero, en el fondo no me decepcionó. Le tomé afecto. A
veces, un poco engreídamente pienso que venimos del mismo molde y hemos
elegido caminos distintos. Quizá eso sea lo que me gustaría. Cuando me
enteré que su destino era la muerte, resolví este paso. Estuve con él, hablamos.
No me trató muy bien, pero lo entiendo, creía que lo del camión había sido
obra mía. Creo que lo aclaramos. Me he prometido protegerlo todo lo que
pueda.
- Si conozco bien a Daniel, esté tranquilo, él debe haber aceptado sus
explicaciones. Y, oiga, esa disposición suya me parece muy noble.
Vriekers suspira con alivio.
- Stupck - agrega el cura al tiempo que hace una seña hacia la oscuridad –
produce ese efecto. Lo curioso es que no se lo propone ni se da cuenta.
Un cura se acerca con la bandeja del vino. Monseñor guiña un ojo al
perplejo Vriekers y lo invitó a servir.
- Sirva abundantemente, Vriekers, nos va a caer bien. Seamos amigos, hay
pocas oportunidades de conseguir amigos hoy en día. Debemos festejarlo.
Vriekers sirve con cierto aire de solemnidad. Luego guiña un ojo y con la
copa en la mano anuncia:
-Déjeme aprovechar la ganga de su amistad, Padre: Con su gratuita y
oportuna bendición. – brinda el alemán con la copa en alto, rescatando algo
de su natural desfachatez.
El ojo de la aguja
185
Capítulo 19
Daniel anunció el fin de su forzado ostracismo. No podía, argumentó,
permanecer alejado de sus actividades docentes e incomunicado de la empresa
durante tanto tiempo.
Pero, en realidad lo que no podía soportar era la idea de estarse por siempre
ocioso. No estaba en su naturaleza. Su naturaleza, admitía, era un poco estúpida
ya que prefería someterse a todo los riesgos a fin de conocerlos en vez de
eludirlos. No es una naturaleza natural la tuya, argumentó ácidamente Ana.
Damico perdió la compostura y olvidándose de su toga lo catalogó como
un pelotudo, lo que causó mucha gracia a Stupck porque esto lo dijo el cura
en latín vulgar y con las manos aún juntas después de rogarle por todos los
santos que esperara unos días y los reportes de sus informantes para conocer
la situación.
Pero Daniel insistió. Embolsó sus petates, se despidió de todos, no permitió
que Ana le acompañara, despachándola en una limousine escoltada por una
Trafic cargando un grupo de esos novicios que parecían tan dispuestos a salir
de procesión como a embarcarse en una aventura linja.
Para su escape eligió al inefable Garrido, quien sustituyó sus cigarrillos
negros por unos fragantes habanos, obsequios de Monseñor, que le otorgaban
el respetable aspecto de un mafioso retirado.
Al anochecer, un taxi partió del caserón por la salida trasera. En el asiento
delantero solamente se distinguía la brasa del habano ardiendo como un tizón.
En el piso trasero Daniel, rezongando, escondido, aventaba la humareda ante
la indiferencia total del causante de la contaminación.
Garrido condujo su vehículo por vericuetos de cortadas y callejuelas
ignotas, empedradas, pobladas de oscuros árboles que ocultaban venerables
caserones y jardines oscuros y húmedos, hasta desembocar en una Avenida
donde aceleró confundiéndose con el intenso tránsito de la hora. Un rato
después Daniel se acomodó en el asiento trasero abriendo las ventanillas
reteniendo toses y carraspeos acusadores sin conmover el placer del fumador.
Viajaron en silencio. En el espejo retrovisor Daniel veía la vivaz mirada
del viejo. Le adivinó la preocupación, pero no hizo caso. Se sentía feliz de
estar en la calle. Garrido carraspeó. Daniel puso atención.
- ¿Qué?
Omar Barsotti
186
- No sé, hay alguien tras nuestro.
- ¡Carajo! – hizo una pausa pensativa - ¿Cómo pudieron?
- No sé. Supongo... No se alarme. Lo comprobaré -Garrido sonaba
tranquilo.
Garrido puso el guiño pero no dobló, al llegar a la esquina aceleró y pasó
el semáforo en amarillo. Detrás una Van de vidrios oscuros aceleró y lo cruzó
en rojo. Garrido atravesó tres andariveles hacia su izquierda levantando un
coro de bocinazos y recuerdos para su madre. Stupck, zangoloteado, ahogó
una maldición.
- Mierda – exclamó Garrido – ese sabe lo que hace, tiene mucha potencia
y no le importa perder uno de sus preciosos guardabarros.
Garrido tenía el amor propio herido, encajó la segunda y dejó que el motor
llegara al máximo de vueltas, cuando metió la tercera el venerable taxi
pegó un salto y dejó atrás otro semáforo al límite del rojo, pero la Van parecía
atada a su paragolpes trasero.
Garrido divisó otro vehículo detrás de la Van, participando de la carrera.
Una Volvo gris, grande como un colectivo que se vio obligada a esperar la
señal verde. Garrido arrojó el habano y manoteó el micro de la radio. Masculló
algo en una jerga intraducible y obtuvo una ininteligible respuesta. Unos
segundos después, un taxi se interpuso entre la Van y el auto de Garrido.
Luego, otro, cruzando los carriles, se puso a la par de la Van y uno más
apareció por detrás. Pero el conductor de la Van no se arredró y zigzagueó
para despegarse. Sin embargo, la maniobra de los taxistas tuvo su efecto y
Garrido ganó tiempo para mezclarse entre el enjambre de automóviles y
perderse en un giro que lo sacó de la Avenida a tiempo de ver a la Van pasar
como un exhalación rodeada de taxis que le impidieron girar a su vez.
- Los perdimos – dijo Stupck aliviado.
- Me preocupa la Volvo – contestó Garrido mientras maniobraba para
estacionar al tiempo que apagaba las luces.
Esperaron unos largos segundos. La radio hipó y Garrido recogió algún
mensaje. Respondió con voz rápida. Preocupada. En ese momento el Volvo
dobló y avanzó lentamente con las luces altas encendidas. Stupck y Garrido
se encogieron inútilmente en sus asientos. El Volvo se detuvo con las balizas
encendidas, tan cerca que impedía la apertura de las puertas que daban a la
calzada.
Dos hombres bajaron de un salto del Volvo, un tercero les siguió más
tranquilo, caminó hasta la pared y se apoyó en ella encendiendo un cigarrillo
con el aire de un transeúnte curioseando. Garrido intentó trabar las puertas
sobre la vereda pero sus seguidores se adelantaron y las abrieron, uno metió
El ojo de la aguja
187
medio cuerpo en la puerta trasera y forcejeó con Daniel, el otro apuntó con
una pistola a Garrido que suspendió la maniobra de dar arranque al motor.
Cuando Daniel atisbó la amenaza dio un gritó:
- ¡Basta! Está bien. Ya bajo.- cedió, con la voz enronquecida por la furia..
- Salga manteniendo las manos a la vista, Dr. No las levante, ¡carajo.! - le
ordenaron sordamente, en inglés.
- Esta bien - musitó Stupck afligido por Garrido.
El individuo de la pistola, en un solo movimiento rápido, golpeó con el
arma en la cabeza del taxista que se derrumbó tratando de sostenerse de la
puerta. Daniel puteo y empujó a su oponente. Estaba furioso y tenía el tamaño
y el peso necesario, su contrincante, sorprendido, trastabilló y cayó sentado
en la vereda. Stupck giró y se abalanzó sobre el del arma tomándolo del
cuello. Hubo un forcejeo entre los tres hombres en el que Daniel no llevó la
peor parte. Logró trabar al de la pistola y arrastrarlo hasta el suelo. En ese
momento se oyó una voz de tenor muy bien modulada:
- ¿En que cosa andamos hoy, Gimenez?
La acción se detuvo. El hombre de la pared se separó de ella y observó a
Vigliengo quien había aparecido a sus espaldas.
- Hola, Vigliengo - respondió sereno retornando a su posición de reposo.
- Cosa fea, Gimenez. –
Vigliengo se apoyaba levemente en un árbol. La mano derecha en el bolsillo
del saco, cuya tela se estiraba empujada por algo rígido y bastante ominoso.
Gimenez miraba la escena con aire displicente.
- Un funcionario oficial del Side en estos menesteres no es muy decoroso,
¿no le parece Gimenez.? – insistió Vigliengo – ¿Quizá una changuita? ¡Ah!
¿Qué tenemos aquí – dijo mirando al interior de la Volvo – El Coronel en
RE Narvaez. ¿Nostalgia de los viejos tiempos o es para no perder el vicio? Y
aquí, el Teniente de Navío Bruera. Dos joyitas del Proceso. Uds. dos son un
abuso a la paciencia, muchachos – terminó lamentándose..
Daniel aprovechó para ocuparse de Garrido que aún permanecía en pie
pese a la herida en la frente de la cual manaba abundante sangre. Los atacantes
se sacudían la ropa interrogando con el gesto a Gimenez quien les devolvía
la mirada con total indiferencia.
- ¿Estaba de paso, Vigliengo?
- Casi, paseando con unos amigos.
Gimenez asintió observando la Volvo rodeada por varios hombres que
habían inmovilizado a sus ocupantes.
-¿Puedo? – dijo, y ante el asentimiento de Vigliengo sacó un atado de
cigarrillos, se sirvió y encendió uno sin abandonar su indiferencia. Dio una
Omar Barsotti
188
pitada y dijo – Me colgaron a estos tipos para que los acompañara. Fea cosa,
no sabía que intentaban un secuestro. ¿Y esos? – preguntó con curiosidad
señalando a unas figuras detenidas a pocos metros atrás y delante sobre la
vereda.
- Curioso, Gimenez me parecen curas. ¿Se imagina las noticias?
- Mierda, si. Muy comprometido. Alguien, en el Ministerio del Interior
deberá dar largas y sudorosas explicaciones.
Daniel asistía a Garrido quien ya recuperado, sostenía un pañuelo sobre
su herida mientras miraba con odio a sus atacantes.
- Oigan, Uds. – dijo Vigliengo sacudiendo su melena – Escuchen...
- No entienden, son gringos- le aclaró Gimenez y agregó – y bastante
brutos.
-A uds. les hablan – intervino Daniel en inglés – Tiene traductor, amigo,
¿qué les digo?
- Dígales que la han cagado. Que todos estos testigos están dispuestos a
declarar contra ellos. Que tenemos un video de sus recientes y relevantes
actividades que oportunamente estarán en coquetos y prolijos sobres dirigidos
a los mayores medios del país y, por supuesto, otra tanda irá a EEUU. Los
filmó desde ese Mercedes un amigo con un equipo especial. Les advierto que
es un tipo muy meticuloso.
- ¿Está hablando en serio? – preguntó susurrando Daniel dubitativo
mirando hacia un Mercedes que recién descubría.
Vigliengo se encogió de hombros: haga que se lo crean Dr.- musitó.
- Pero si es el mismísimo Alemán – comentó Stupck no tan sorprendido
como debiera al advertir la presencia de Vriekers.
Alguien trajo a los empujones a los hombres de la Volvo y los alineó junto
a sus aún atónitos compañeros. Todos ya estaban desarmados.
Daniel tradujo las palabras de Vigliengo y agregó algunas de su propia
cosecha. Se aproximó mirándoles con curiosidad y pegó un respingo cuando
reconoció al que se presentara en la Universidad para intimidarlo.
- El FBI en Acción – proclamó señalándolo – Uds. son una vergüenza
para Hollywood
-.Daniel – llamó Von Vriekers desde el Mercedes .- ¿Qué quiere que
hagamos con ellos?
- Liquídenlos!- respondió Daniel en inglés con esa cara iracunda que
intimidaba a todos.
- Por Dios - rogó el del FBI – Seamos civilizados.
Vriekers y Daniel rompieron a reír al unísono. Vigliengo sacó la mano del
bolsillo y al americano casi le da un infarto, pero Vigliengo se limitó al laborioso
El ojo de la aguja
189
ritual de encender la pipa. Muy claro se oyó un desmayado suspiro de alivio.
- Los llevaremos - ordenó Vriekers. Y aceptaremos la ayuda divina –
agregó señalando a los curas. Vigliengo asintió e hizo una seña a sus hombres
para que subieran al grupo a la Volvo, momento en que aprovechó Garrido
para arriarle, al que le había golpeado, un recio puntapié en el centro del
trasero. Hubo un grito de dolor y un forcejeo que los curas aclararon a los
coscorrones. Partieron.
- Tanto lío por una patada – protestó Vriekers.
- Mierda! – exclamó Daniel – Ud. no sabe los zapatos que usa Garrido. –
- ¿Qué harán con los prisioneros? –agregó con genuina curiosidad.
- Los asustaremos. Mañana veré al embajador y lo pondré al tanto. Si se
hace el opa le diré que correremos las noticias por todo el mundo.
- El está en la cosa – alegó Vigliengo.
- Puede ser. – respondió Vrikers con una sonrisa torcida – Pero cuando
sepa que lo sabemos y que tenemos pruebas los crucificará y nos los sacará
de encima. En cuanto al Ministerio del Interior es cosa suya Vigliengo.
El investigador asintió con alegría.
- Oh! Si. Cuando el Ministro se entere la reacción será la misma. Lo lamento
por Ud. Gimenez.
El aludido se encogió de hombros.
- No hay cuidado. Esta noche haré un informe que elevaré a mis superiores.
¿Cuento con Uds. para apoyar mi inocente participación.?El informe será
fidedigno.
Vriekers aceptó. Gimenez le miró agradecido.
- Esta misma noche coordinaremos los informes, Gimenez- le aclaró
Vigliengo.
- Le debo una Vigliengo. Lo espero.
- Le pasaré la factura. ¿En qué cueva? La de Corrientes?
- Mejor en la de Alcorta al 3000, lo podré atender mejor.-indicó Gimenez
con una sonrisa torcida.
Daniel asistía perplejo al intercambio..
Desde la oscuridad Damico se aproximó dando tiempo a que los hombres
de Vriekers se retiraran.
Daniel miró en rededor. Todo había sido rápido y pasado desapercibido o
quizá nadie quiso darse por enterado. Apenas a media cuadra, el tránsito
transcurría a la velocidad acostumbrada con un interminable desfile de
automóviles cuyas luces chispeaban en la bocacalle para perderse en las
esquinas como tragadas por las oscuras fachadas.
Sostuvo a Garrido hasta que Damico y su cofradía los rodeó. Revisó la
Omar Barsotti
190
herida del taxista lamentándose de haberle puesto en riesgo. Y estaba la
cuestión de la seguridad de Ana, también.
Damico le tranquilizó. Cuando fueron informados por Garrido de la
persecución la hicieron volver a Villa Devoto y allá estaba segura, aunque no
muy calmada.
- Preocupación que dejo en sus manos, estimado Dr. pero cuente con mi
insobornable apoyo, aún está a tiempo para hacerse cura si Ana le manda a
paseo, yo le haré cuña.
Garrido, aún mareado ahogó una risa mientras lo cargaban de pasajero en
su propio vehículo.
-Ríase nomás, viejo chiflado. Ya verá cuando Damico practique sus
curaciones con Ud. Todavía no sabe con la banda que se metió.- tronó Daniel.
- Bien – lo intimó Angelo – ahora de vuelta al criadero de curas. Ya ve
Daniel, no estábamos exagerando.
- Solamente a Uds. ésto no les parece una exageración.- se detuvo
apretándose el costado – carajo!, se me abrió la herida.
Damico se apresuró a atenderlo. Pese a las protesta de Stupck le obligó a
subir al Mercedes de Vriekers.
- Gracias, Vriekers – dijo Damico
- No es nada, amigo.
- No sé de que están contentos Uds. Hasta ahora nos ganan dos a cero. Si
seguimos así no llegaremos a los penales.- gruñó Stupck .
- Agradezca que no levantamos el seguimiento y que sabíamos donde le
escondían – refunfuñó Vriekers
- No es ningún mérito, ya todo el mundo sabe donde me escondo- miró la
hora en su reloj pulsera .
Durante el viaje y mientras Damico y Van Vriekers intercambiaban
información sobre sus últimas acciones, daban puntadas sobre el tejido de
sus respectivas maquinaciones y urdían nuevas, felicitándose mutuamente
por sus habilidades sin ningún tipo de recato ni modestia, Daniel hacia balance.
Un intento de sobornarlo con un contrato más que tentador, un intento
de asesinato y ahora un intento de secuestro. Por poco que supiera de estos
menesteres la lógica le decía que la próxima superaría el grado de intento y él
sería parte de la estadística criminal.
Ya el Demonio sabía que él era quien clonaría a Cristo y había lanzado sus
huestes al ataque. Pronto caería en la cuenta del asunto de Juan y entonces su
participación ya sobraría. Sea quien fuere el que enviara sobre su rastro a los
hombres de la CIA era el peligro más inmediato y le parecía que tenía la
forma de sacárselos de encima por un tiempo. Era hora de utilizar recursos
El ojo de la aguja
191
más pesados. La protección del Alemán y Ángelo era buena, pero tenía más
agujeros que un cedazo.
- Perdonen que interrumpa el concilio de intrigas y afines- intervino
tocándole el hombro a Vriekers – Dele más gas a la cafetera, amigo, tengo
justo el tiempo para hacer unos llamados a EEUU.
Vriekers, obedientemente, hizo volar el Mercedes dando instrucciones
por radio a quienes les seguían protegiéndoles, Damico hizo lo mismo.
Stupck se dejó caer en el asiento trasero rezongando por lo bajo.
- Qué pasa, Daniel? – preguntó Damico
- Uds. sigan con lo suyo, moviendo peones, yo voy a poner una reina en
este tablero.- contestó ácidamente.
Damico y Vrikers se miraron entre preocupados y perplejos.
La Van estacionó en el camino de acceso a la mansión del Inglés. El portón
se abrió y el vehículo avanzó hasta el frente de la casa, giró por la rotonda y,
por un camino lateral accedió a la parte trasera. Stanley y Wat bajaron y, casi
corriendo, ingresaron por los ventanales del salón enfrentado a la piscina.
Desde el fondo el Inglés les hizo señas perentorias para que le siguieran en
silencio. Los tres hombres se introdujeron en una sala lateral. El Inglés echó
sobre los otros dos una mirada inquisitiva.
Wat se dirigió directamente aun bar y se sirvió una generosa medida de
whisky. Stanley se frotaba con fuerza la nuca como si quisiera destornillarse
la cabeza.
-¿Y bien? – dijo por fin el Inglés – ¿Qué pasó?- y agregó antes de obtener
una respuesta – Hablen tranquilos, esta sala está limpia. Hemos descubierto
que nos están espiando. Los equipos instalados en esta sala están interferidos,
pero en el salón y en la piscina hay máquinas como para un estudio de
televisión.
-Carajo! – exclamó Wat atragantándose con la bebida.
- Ud. no nos advirtió con quien nos las veríamos – le recriminó Stanley a
su anfitrión – Fue un infierno, perdimos a Trenton y al resto.
-No lo sabíamos – se disculpó el Inglés – Nos pareció fácil. Un científico
traga libros y algunos curas. ¿Quién lo iba a imaginar? Y ese hijo de puta de
Vriekers que nos ha traicionado. Pero ya no importa. Vamos a lo nuestro, es
preciso terminar este trabajo.
- ¡Lo terminará Ud.! – rugió Wat –¿Qué carajo espera que hagamos?
Estamos totalmente al descubierto, se llevaron hasta a los de la SIDE.
Debemos proteger nuestros culos.
- Lo haremos. Pero quiero saber que pasó.
Omar Barsotti
192
-Ese taxista nos echó encima a todo el gremio. Se escabulleron. Ross y
Stenton los ubicaron con el Volvo y, ya los tenían cuando apareció ese hijo de
puta de Vriekers con sus ayudantes. Fue lo último que escuchamos por la
radio cuando nos aproximábamos al lugar de la acción. Nos rajamos, no
podíamos seguir en esas condiciones. Creo que volvieron para el seminario.
- ¿Y los demás?
- Presos... ¡Qué se yo!
El Inglés quedó pensando mientras los otros bajaban ostensiblemente su
reserva de bebidas alcohólicas. No le quedaba duda que, a esas horas la cosa
habría repercutido en la Embajada y en el Ministerio del Interior, pero él
sabría como defenderse. En cierta forma, si el genetista estaba obligado a
mantenerse oculto, el objetivo estaba logrado.
Las visitas se apoltronaron en unos sillones. El Inglés les miró críticamente
y preguntó:
- ¿Qué piensan hacer?
- Ja! Excelente pregunta. Díganoslo Ud. que se las sabe todas – respondió
Stanley con insolencia – No podemos volver al hotel ni para cambiarnos los
calzoncillos, ni salir a la calle hasta que Ud. nos dé garantías.
- No pueden quedarse aquí – respondió el Inglés exasperado – No puedo
comprometerme.
- Pues lo hará de todas formas si nos echa a la calle. Ah! Y estamos secos.
Necesitamos efectivo.
- Ni lo piensen, no han hecho su trabajo.
Wat abandonó su vaso en precario equilibrio en el brazo del sillón, luego,
pausadamente, se levantó emitiendo un suspiro fastidiado y caminó hacia el
Inglés. Estudio interesado la cara despectiva de éste y, sin más, lo volteó de
un puñetazo.
Stanley rompió a reir. El Inglés se arrastró hasta la pared más cercana
contra la que quedó sentado con la mirada desenfocada y un hematoma en
progreso. Wat estaba nuevamente sentado, sorbiendo, tranquilo, su whisky.
- Es Ud. una mierda, Inglés. No nos dejará en la estacada. Nos quedaremos
aquí hasta que la cosa se aplaque. Hay suficiente comodidad para los tres y
un buen abastecimiento de bebidas.
El Inglés farfulló algo ininteligible a lo que Stanley respondió encogiéndose
con una mueca de desprecio. El Inglés, por fin, aún en el suelo, pudo hablar.
- Boludos! Les he dicho que la casa está intervenida. Ya deben saber que
están aquí.
Stanley le miró preocupado.
- Tiene razón esta mierda – comentó Wat.
El ojo de la aguja
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- Si, lamentablemente. Este nido se ve confortable – Stanley se levantó y,
cansinamente, fue hasta el Inglés al que levantó como si fuera un trapo viejo.
- Muy bien, muchacho. Donde está el puto efectivo?
- No tengo nada en la casa.
Stanley lo arrastró a través de la habitación y le hizo pasar las puertas con
un empellón que lo dejó en el suelo, acostado a todo lo largo, como una
alfombra.
- No lo maltrates – recomendó festivamente Wat.
- Está muy flaco y liviano. ¿Es que no pagan buen sueldo en el Congreso,
muñeco?
- Les dije que este salón está intervenido. Ahora mismo les están viendo –
se lamentó el Inglés.
- ¿Y qué?No dijo que sabrían que estamos aquí. Hey! Wat, ven para aquí.
¿No es eso una cajita fuerte?
Wat apareció bamboleándose como un cowboy. Al pasar levantó
nuevamente al inglés y lo sostuvo de un brazo.
- Si que lo es. Una bonita caja fuerte. Olvidaste correr el cuadro. Vamos,
Inglés, ábrela. Se bueno.
- No hay nada dentro. Ya les dije, no manejo efectivo – respondió el Inglés
plañideramente. Wat levantó un puño amenazante. El Inglés gritó,
deteniéndolo.
- Algo puede haber. Pero será poco.
Fue hasta la caja y maniobró con la combinación, cuando iba a abrirla
Stanley le apartó violentamente.
- ¡Ah! Si. Es poco, muchacho, pero suficiente por las molestias.
Extrajo de la caja unos gruesos fajos de dólares y los depósito en sus
bolsillo.
- Ponga ese dinero sobre la mesa.
Ambos hombres giraron, quedando frente a la rubia que les apuntaba con
una 45 empuñaba con inquietante seguridad.
- Pero, mira que cosa preciosa nos reservaba el Inglés – dijo Wat con una
amplia sonrisa en el rostro – aunque la veo un poco deteriorada.
El rostro de la mujer se encontraba marcado por la última golpiza que le
propinara el Inglés. Lucía como una furia, con el cabello desordenado, un
ojo amoratado, el vestido desgarrado y una mirada de loca que hizo temer a
Stanley que empezara a disparar sin tono ni son en cualquier momento.
- No me digas que sabes usar esa cosa, muchacha. Te puedes lastimar, eso
patea como una mula de minero.
- Sabe disparar muy bien – aclaró el Inglés y agregó –No sabe inglés, no
Omar Barsotti
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gasten saliva.
- Tradúcele entonces – gruñó Wat mirando ahora con recelo hacia el arma.
- Dispárales – ordenó el Inglés esbozando una sonrisa viciosa – Dispárales,
nena.
- ¿Qué le dice? – preguntó Stanley a Wat.
El arma rugió y la bala se incrustó a poco centímetros de la cabeza de Wat
haciendo saltar un lluvia de revoque.
- Mierda – clamó Stanley agachándose.
Ambos agentes levantaron los brazos.
- El dinero sobre la mesa – ordenó la rubia enderezando el arma hacia
Wat.
- Dice que pongan el dinero y las armas sobre la mesa – tradujo el Inglés.
Wat se vació los bolsillos y, sobre los fajos de billetes, apoyó el arma. La
mujer miró a Stanley que se apresuró a deshacerse de la suya. El Inglés,
rengueando, se aproximó a la mesa sonriendo aviesamente.
- No te acerques – dijo la rubia.
- ¿Qué? – el Inglés quedó a mitad del movimiento.
- Que no te acerques a esa mesa.
- Pero, cariño...
- Diles que se vayan. Que en tres segundos empezaré a disparar.
El Inglés quedó paralizado. El arma apuntaba ahora a él. Se apresuró a
traducir y los otros dos a obedecerle. Corrían por el costado de la pileta
cuando el arma tronó dos veces haciendo surtidores en la superficie azulada.
Ambos se escabulleron a los saltos hacia la Van y unos segundos después
avanzaban a toda velocidad hacia el portón de calle.
-¿Por qué los dejaste huir ? – preguntó el Inglés a los gritos.
- Hijo de puta – respondió la rubia.
- ¿Pero qué te pasa, cariño? – musitó el Inglés, ensayando una sonrisa
afectuosa sin mayor convicción.
- Me estropeaste a golpes, degenerado. Me desmayaste y me violaste..
- Son mis nervios, querida Ivonne. Perdóname. No ocurrirá otra vez, te lo
juro.
- No te quepa la menor duda, cornudo.
El Inglés había retrocedió hasta el borde de la piscina extendiendo las
manos, implorante.
- Desmayada – prosiguió la mujer sin oírlo – Tuve una visión. Hablé con
un hombre que me ordenó matarte. Y, ¿sabes?, me pareció bien. Me pareció
perfecto.
- No, Ivonne . Esa visión te engaña.
El ojo de la aguja
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- Vamos, mi querido Mac Donald. No me tratarás de mentiroso después
de todo lo que hice por ti. Enfrenta tu destino con el valor de tus ancestros.
Una muerte gloriosa honra una vida asquerosa, dicen por ahí.
El Inglés giró sobre los talones para ver la figura del gordo apoltronada en
la reposera. Cayó de rodillas implorando. El disparo le penetró por la nuca y
la bala del 45 le arrancó la cara, arrojándolo al agua, donde flotó como un
muñeco desarmado.
El Demonio rechistó varias veces meneando la cabeza.
- Siempre tuve razón, los seres humanos son extremadamente frágiles.
- Señor – Ivonne, con el arma humeante en las manos se detuvo al borde
de la pileta.
- Muy bien hecho, Ivonne. Ahora estás preparada para tu misión. Cúmplela
y serás amada.
- ¿Por mi padre también? – preguntó la mujer con voz aniñada.
- Tu padre más que nadie – aseveró el Demonio seductoramente - Yo
estaré siempre contigo – sonrió con afecto, puso sus dedos regordetes sobre
los gruesos labios y le envió un beso silencioso.
Unos minutos después, el BMW partía. Casi al mismo tiempo el
motorhouse estacionado enfrente, se puso en marcha y salió lentamente en
sentido contrario. Dentro, tres hombres, pálidos y algo temblorosos, se
interrogan unos a los otros con la mirada.
- Vigliengo no lo va a creer aunque lo vea filmado – dijo el conductor con
voz aflautada.
-¿Vieron al gordo junto a la pileta? Es el mismo que vimos en las filmaciones
reflejado en el agua – comentó un segundo sacándose los auriculares.
- Los tres lo vimos, pero cuando se lo digamos al Tano, nos despide.
La vecina que había sido amable con Garrido se asomó al rato rezongando
contra el colorado y la flaca esquelética que, a cualquier hora, hacían práctica
de tiro al blanco. Y la guardia ni enterada. Presentaría una queja formal ante
la administración del country. Luego, se encogió de hombros y entró cerrando
con un portazo mientras refunfuñaba: no serviría de nada. Con la influencia
que tiene ese tuberculoso ni se molestarán.
Omar Barsotti
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PARTE V
EPIFANÍA DE JUAN EL MENSAJERO
“Llámalo como quieras... bendición, corazón, amor, Dios. No tengo
nombre que darle. El sentimiento es todo. El hombre no es más que
sonido y humo que empaña el esplendor del cielo”
J. W. Goethe
Omar Barsotti
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Capítulo 20
Al segundo día del intento de secuestro, Daniel escribió en su diario: “Todo
es una extravagancia: Ángelo es un espía sentimental y Juan resultó un vulgar
casamentero. Yo, la víctima, resulta que ahora soy un judío converso, he
arreglado mis asuntos con Dios y con Ana. Ángelo, obviamente, no conforme,
lo arregló con el Registro Civil, y para redondear, estoy pasando mi luna de
miel en un convento mientras medio mundo quiere liquidarme. Una ganga”.
Después de tantas vicisitudes, Daniel Stupk se sintió capaz de reconocer
su obligado refugio. Hasta ese momento su visión era un poco caótica:
ventanas, puertas, árboles, un tumulto de flores en todos los rincones, galerías
y más puertas y ventanas, bronces bruñidos, maderas nobles, hierro forjado,
y olores indiscernibles mezclados con los aromas de los barnices, voces en
distintos idiomas, cada tanto un automóvil entrando y saliendo del atrio, piar
de muchos pájaros y arrullo de palomas y de fondo el constante murmullo
acuático de la enorme fuente. Su habitación, el escritorio de Monseñor y
unas pocas dependencias más, incluida la carpintería, eran toda la geografía
conocida, más allá, como anunciaban los antiguos planisferios,: Solo
Monstruos.
En el atrio, Ana había tomado posesión de los jardines y, vestida con un
mono, comandaba a un grupo de novicios desplazando con desparpajo al
maestro jardinero. Armada de una azada y seguida por su fascinada tropa
disponía cambios, transplantes y abonos mientras disertaba sobre injertos,
variedades, germinación y combinaciones botánicas alarmando al maestro
que, infructuosamente, intentaba salvar los pocos espacios libres. Síganle la
corriente, les advertía Daniel y tendrán que remover el empedrado, buscarse
un guía indio y estacionar los autos en la calle.
Morosamente, disfrutando de su cuerpo en alguna medida recuperado,
empezó a moverse por el caserón, asombrándose por sus dimensiones, la
multitud de sus dependencias y la belleza y buen gusto con que todo estaba
mantenido.
Los numerosos curas y novicios, que desde el principio tomaran su
presencia con naturalidad y ahora eran poco menos que sus cómplices, se
desplazaban en horarios preestablecidos hacia sus tareas con la familiaridad
de propietarios. Por la mañana temprano escuchaba a quienes se ocupaban
Omar Barsotti
200
de los jardines, mientras desde la cocina se esparcía el olor a pan recientemente
elaborado. Luego un movimiento general en dirección al refectorio y el sonido
de las voces juveniles, el tintineo de los cubiertos y platos y alguna orden o
llamado de atención de los curas. Más tarde el silencio de las aulas y luego, al
mediodía, el olor de las comidas y otra vez el jaraneo en el refectorio. Por la
tarde podía oírse de vez en cuando el sordo traqueteo de las máquinas de la
carpintería y, en ocasiones, ver a algunos de los novicios realizando refacciones
o el mantenimiento del edificio. Desde algún lugar, aún no descubierto por
él, llegaba el tumulto apagado de los ejercicios físicos.
Cada tanto, un grupo de novicios era volcado por la puerta de un aula
como si se soltara una escuadrilla de gorriones. Algunos formaban corrillos
alegres. Otros volaban hacia otras dependencias consultando sus libros y
apuntes e intercambiando datos y problemas. Sobrepasaban a Daniel en las
galerías, con una señal de reconocimiento marcada por una breve pausa en
su andar y luego, retomaban el paso resuelto haciendo flamear sus hábitos de
tela liviana y color marrón oscuro apenas ajustados por una cuerda del mismo
color. Blancos, asiáticos, negros y distintos grados de mestizos, todos eran
sorprendentemente ágiles y vivaces con físicos que justificaban los ruidos del
gimnasio. Unos segundos después, las galerías estaban desiertas y a plena
disposición del paseante. Stupck pensó que debiera sorprenderse, pero su
mente estaba armando un cuadro coherente de lo que veía.
El edificio central ocupaba casi toda la manzana y tenía salida a las cuatro
calles sobre una de las cuales se extendía el frente cercado por un alto muro
de piedra cubierto de enredaderas que contenía el portón principal armado
sobre madera dura y herrajes de bronces y hierro. Un jardín de quizá diez
metros interconectaba el muro y el frente del edificio horadado por una ancha
caverna cuyos arcos estaban armados en piedras reales en un alarde de artesanía
olvidada. Otro sólido portón clausuraba el acceso al atrio central a través del
edificio. Las altas puertas ventanas que daban al jardín delantero estaban
guarnecidas por rejas móviles. El segundo ingreso vehicular transitaba desde
la calle opuesta por una calzada de granito bordeada por jardines de ambos
lados. Hacia las otras dos calles salían senderos peatonales cerrados a la calle
por portones menores. A la par de uno de éstos la construcción se ramifica
hacia una serie de habitaciones relativamente pequeñas muy aireadas con
ventanas que daban al sendero, ocupando la parte alta; un ancho corredor
iluminado por ventiluces instalados casi pegados al techo, las unía. La
accesibilidad y utilidad de este sector resultó un misterio que no pudo develar.
Prácticamente todos los sectores habitacionales estaban aislados del
vecindario que, por otra parte, no era mucho ni muy concentrado. No había
El ojo de la aguja
201
edificios de alto en toda la manzana. Más tarde Stupck sabría que la agrupación
de Monseñor era propietaria de toda la manzana y arrendaba el resto de los
inmuebles, eligiendo cuidadosamente a sus ocupantes..
La maravilla principal era el atrio central que ya conocía en sus magníficos
detalles y que ahora sabía que sería inevitablemente trastornado por Ana. En
este se volcaban las habitaciones y salas principales, incluida la insólita
carpintería que regia Juan. Luego, estaba la capilla enclavada paralela al edificio
principal a la derecha de la entrada vehicular más larga, con un ingreso que
contenía un jardín propio al frente separado del atrio por una verja y portón
de hierro labrados con singular maestría en ese estilo que parecía propio.
Instalados en el centro de ese jardín se destacaban varias líneas de bancos de
hierro y madera dura aparentemente utilizados cuando había buen tiempo,
como una extensión de la capilla.
Dejó la capilla para más tarde y deambuló por la galería alta donde estaban
instalados los dormitorios, tanto los comunitarios como los individuales, como
así también algunas dependencias escolares.
Cuando terminaba la vuelta se encontró con las puertas del refectorio
descubriendo que el mismo no tenía nada que envidiar a un restaurante de
primer orden. Mesas largas de cedro y muebles de caoba exquisitamente
terminados, se ordenaban con los primeros en el centro y los segundos sobre
las paredes, todo cubierto de la más bella mantelería artesanal que jamás
viera. Sobre una tarima una mesa más larga presidía el conjunto. En un extremo
vio la entrada a una cocina excelentemente equipada y con un almacén que
bien resistiría un asedio de varios meses. Se quedó en la entrada pensando si
era posible que la frugalidad franciscana pudiera resistirse a tan ostensible
capacidad de preparar manjares y organizar festines.
Accedió a la planta baja por una de las cuatro escaleras disponibles en
cada esquina del edificio y la comenzó a recorrer con minuciosidad: el salón
central enfrentado al callejón vehicular más largo. Aquí, como frente al
refectorio instalado arriba, la galería abierta era sustituida por un ancho
corredor. En la pared del fondo del salón se abrían media docena de puertas
ventanas que daban al jardín exterior de los altos muros.
El ambiente hablaba de reuniones multitudinarias. Quizá fiestas o
recepciones. Dos enormes chimeneas a leña enfrentadas en ambas paredes
laterales completaban el equipamiento de mueblería de estilo sobrio y
desconocido. Del otro lado de la entrada del callejón otro salón igual resultó
una biblioteca con estanterías hasta el techo con una fascinante colección de
volúmenes de una variedad que aturdía. Aparentemente el salón también
servía de sala de situación con sus librerías y gavetas de mapas y planos y una
Omar Barsotti
202
mesa grande como una cancha de tenis donde algunos de aquellos se
extendían. Imaginó decenas de aquellos singulares soldados de Dios
analizando seriamente los avatares de su silente guerra, persiguiendo y
eludiendo a un escurridizo y fenomenal enemigo.
Se detuvo en el centro del atrio para echar su centésima mirada sobre el
conjunto. Nunca había sabido de la existencia de este edificio en Villa Devoto,
ni lo hubiera sospechado. Con sus dimensiones, sus altos techos de tejas
perforado por chimeneas para nada modestas no debía haber pasado
desapercibido. Pero, hasta donde él sabía, así había ocurrido.
Salió en busca de la carpintería. Inopinadamente sentía el deseo de departir
con Juan pero no lo encontró. Ángelo, cepillaba un tablón a mano con absoluta
concentración. Cuando lo interrumpió pareció salir de un sueño. Luego atinó
a preguntarle como se sentía de su herida esa mañana. Daniel le aseguró que
muy bien, pero no quiso entretenerse hablando con él. En ese momento, sin
saber porqué tenía una intensa necesidad de ver a Juan. Damico le sugirió la
capilla y luego, intrigado, le observó irse hacia allí con nerviosa premura.
Daniel, abandonado su ritmo de paseo, caminó rápidamente por el atrio
soleado del medio día empujado por la extraña compulsión de encontrar al
Cristo clonado.
El ojo de la aguja
203
Capítulo 21
¿Cómo saber quien soy? ¿Cómo sabré que sé, cuando lo sepa? Cómo
tendré la seguridad de que no me estoy engañando a mi mismo? Y engañando
a los demás, arrastrándoles a una decepción, a un camino de esperanzas sin
destino, de ilusiones que se perderán haciendo más daño que bien. Si mi
propio corazón no termina de palpitar con ese creer ¿por qué esperar que
llegue a latir el corazón de los demás?
Estoy vacío, no tengo nada que dar. Nada que yo crea que les sirva, los
oriente, los sostenga en la adversidad y le preste fe en el futuro. No hay
futuro, lo siento, lo presiento, lo sé. Todo mañana es un hoy repetido hasta el
infinito. No hay nada más que más de lo mismo. ¿Por qué puedo ser yo la
brújula si estoy perdido y sin norte?; si no sé hacia donde ir ni adonde mirar,
si no tengo ni comienzo ni final, si cuando miro hacia delante solo veo el
abismo de la incertidumbre.
Puedo confortar, pero no puedo salvar, solo alentar vanas esperanzas y
dar de beber gotas escasas a una multitud que muere de sed en el desierto;
solo puedo defraudar sin dejar una señal, una medida que sirva de orientación
para los que esperan, detenidos en la encrucijada.
Afuera el sol brillaba tan intensamente que se perdía en su propio fulgor.
En la capilla las sombras se amontonaban en los rincones, apenas quebradas
por la tembleque llama de un cirio triste al cabo de sus fuerzas. No se
preocupaba por ello. Luz o sombras, su alma estaba sumergida en un fango
de dudas y de temores inacabables para los que no tenía respuestas y contra
las que nada podía su voluntad.
De repente, una epifanía fugaz daba ánimos a su espíritu, para luego
disolverse sin que pudiera atraparla. Alternativamente sentía arder su pecho
en el brusco crecimiento de la revelación para, inmediatamente, congelarse
en reflexiones y razonamientos que no había querido convocar pero cuya
comparecencia era inevitable. Recorriendo esa aserrada curva de sus
emociones, rodaba como un ingenuo niño arrastrado en los abismos y alturas
de un juego de montaña rusa. Ora risa, ora terror, a veces un coraje
sobrecogedor, en ocasiones un temor abisal. Puesto en el potro de la fe no
podía dejar de odiarla y quererla con igual errática intensidad sin lograr
afirmarla, sin erradicarla, alegrado en ocasiones por uno u otro efecto pero
Omar Barsotti
204
subsistiendo en el trasfondo la tristeza de su falta de firmeza: Creer en mi
mismo ¿Si yo soy quien debiera ser, no se manifestarían señales más claras,
no tendría yo que sentirme capacitado, impulsado, compelido, alienado?, ¿no
debiera estar lleno de fervor, hirviendo de amor, consternado por la injusticia
y la ignominia y clamando por la verdad contra la infamia?
¡Hijo de Dios! Quién no quiere ser hijo de Dios y tener su poder en las
manos? ¿Qué quisiera más que comenzar mi tarea con convicción plena y
consciente? ¡Qué no daría yo por ser quien se supone y dar los primeros
pasos sabiendo que he de cambiar las cosas! Pero ¿qué esperan de este pedazo
de carne sin coraje carcomido por el temor a equivocarse y, sobre todo,
equivocar a los demás?
Oh! Dios, no puedo llevar la carga y aquí estoy esperando una señal que
me despierte y me ponga en el camino. Más, si esa verdad no me es revelada,
qué puedo hacer con este silencio que me aplasta el espíritu. Sé que debo
verlo, pero no lo veo. Sé que debo creerlo, pero no lo creo. A cada instante la
fe se quiebra contra el muro de las razones. A cada momento asalto la fortaleza
de la ignorancia y soy derribado...
¿Y si no puedo tener conocimiento de mi fe, y si no puedo unir a ambos,
¿cómo sentir, si no saber, al menos, qué debo hacer? ¿Acaso puede un ciego
guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el precipicio? No preguntarán:
¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? Y tendrán razón si
esperan y mi corazón se sentirá liberado de toda responsabilidad y gritará:
¡huyan de mí, busquen a otro que los conduzca a la salvación, no crean en
este engendro!
Creyó que había gritado pero no tenía recuerdo de ello. En la capilla el
silencio era apenas rozado por los rumores externos y el suave crepitar del
cirio moribundo. Podía asegurar no tan solo que no había gritado sino que ni
había respirado, tal la quietud que lo rodeaba. Su mente también había
enmudecido. Estaba mudo por dentro y por fuera, pendiendo al borde del
abismo que le estrangulaba el corazón desde siempre y al cual ahogaba cada
vez que quería manifestarse: ¿Para que un Salvador?¿No puede Dios en su
inmensa misericordia salvar a la condenada humanidad? ¿Cómo exigir a estos
miserables paridos ciegos en la oscuridad que vean la luz por sí mismos y
encuentren un camino? ¿Para qué tantos artificios? ¿Quién puede ser tan
absolutamente exigente para no perdonar que sean como han sido hechos?
Buenos y malos, perseguidos y perseguidores, explotados y explotadores, ricos
y pobres, santos y pecadores, todos hechos a medida de una eterna farsa
representada por el propio espectador. Todos provistos de un alma endeble,
El ojo de la aguja
205
gobernada por un cuerpo carnalmente cobarde y compelidos a sobrevivir a
cualquier costa desde su misma creación: creced y multiplicaos, es decir: creced
y devoraos los unos a los otros. ¿Quién puede esperar que semejante mandato
dé otros resultados que los que se condenan?
Y luego la blasfemia que lo quemaba por dentro pero que no podía evitar:
¡Y si Dios no existe? ¿Y si Dios es solo el placebo para soportar el dolor
de vivir, para aplacar la ira de una existencia no pedida? Quién sería yo sino el
hijo de una mentira utilizado para que esa mentira perdure, para que la
esperanza sustituya a la rebelión, para que todo siga como está a la espera de
una vida mejor que nunca les será dada. ¿Y yo, que sería? ¿Cuál mi misión?:
¿dar testimonio de la salvación eterna? ¿Promulgar el fin de los tiempos, día
de gloria en un futuro incierto? Quiero un testimonio que incline el fiel de la
balanza, ¡Dios mío! Si existes, ¡háblame!
-Hijo mío.
La voz lo paralizó. No era un sonido difuso, sino distinto que venía de
atrás. Resistió el impulso de volverse y fijó la mirada en el cirio que aún
sobrevivía en el altar. Las ventanas estaban canceladas por pesados postigos
y las puertas como tapiadas. La capilla era una caverna sin formas, sin otra
luz que aquella candela que parecía estar al fondo de un largo túnel.
- Hijo mío - la voz del hombre gordo sonó paciente - La tortura que te
inflinges no ha de darte la fe que anhelas. Te han colgado una pesada cadena
al cuello y tu espíritu,que es recto, se rebela. ¿Hasta donde te conducirá esta
peregrinación por el dolor absurdo en la búsqueda de ser lo que no eres?
¿Ahora te preguntas sobre Dios? ¿Crees que si Dios existiera yo estaría aquí
hablándote? Oh! Ya sé. Lo piensas. Algunos me lo han dicho: yo soy la prueba
de que Dios existe. ¿Pero, cuál es la lógica de ese razonamiento?: un Dios
omnisapiente y todopoderoso que necesita un farsante como enemigo y un
representante que no sabe ni quien es su propio padre? - ahora sonaba
condescendiente y la voz más reposada -Durante un tiempo que Uds. datarían
como millones de años - prosiguió con un suspiro - me he preguntado como
pudo generarse este estúpido fenómeno. Quizá es cierto, mi presencia lo
generó. Nadie fue capaz de comprender que mi realidad es igual a la de la
humanidad: sin comienzos ciertos, sin creadores, sin caos y sin orden. Yo
solo soy distinto como fenómeno viviente o más que viviente, existente -
meditó unos instantes - no sé si soy único. Pero si sé que yo tampoco tengo
Dios y estoy tan solo como Uds. y, pese a mis supuestos poderes, también
mis alcances son limitados. Quién sabe - añadió pensativo -, quizá en algún
tiempo hubo alguien que montó el escenario, pero si es así, convéncete, se ha
Omar Barsotti
206
ausentado de la dirección del espectáculo sin previo aviso y sin fijar fecha de
retorno. Lo que es cierto es que, si tiene interés en retomar el mando no lo ha
hecho saber y, lo lamento, no creo que sea a través tuyo.
Se hizo un largo silencio. La vela crepitó y con un estertor se cegó
completamente. Juan sintió el aleteo del aire a sus espaldas y, luego, a un lado.
Se quedó quieto, de una pieza, sin un movimiento. Ahora lo detectaba a su
frente, de espalda al altar y mirándole. No temía ni odiaba, pero si estaba
molesto por el decurso de sus pensamientos rotos y sus sentimientos invadidos.
- Lo lamento - dijo el gordo y se oyó sincero - No quería interrumpir,
pero no pude evitarlo, hasta hoy no sabía que eras tú el elegido. Te he seguido
como he perseguido a tantos. Acosándolos con mi presencia empeñado en
encontrar y conquistar a quienes considero mejores -levantó sus palmas para
evitar una falsa interpretación - No buenos, ni santos, ni tampoco perversos,
sino tan solo mejores.- se dio un instante para ensayar una ampliación -
Portadores de una prosapia fuerte y perdurable, contenedores del mensaje
más útil para su progenie - arrugó el ceño burlonamente - Pero resulta que
eres un santo y no has de procrear. ¡Qué decepción, cuánto lo lamento!, tenía
grandes planes para tus hijos cediéndoles el verdadero dominio de la
humanidad, la conducción de los conductores; dijéramos: el mando político
estratégico, en forma un poco nepótica, por supuesto, pero eficaz. Pero, tienes
otros planes, representar a tu supuesto padre y llevar a la humanidad el mensaje
de amor, de solidaridad, de fraternidad y ¡bah! todas esas monsergas - culminó
severamente.
Volvió el silencio, como si ya no estuviera ahí o no le importara más la
conversación. Juan se levantó lentamente y, contra los brillos renuentes del
altar, distinguió la figura rechoncha y fea, pero atrayente, el rostro arrugado
donde tantas risas habían marcado su surco, el cuerpo emanando esa tranquila
calma que se transmitía a su alrededor invitando a participar del coloquio.
Pero Juan estaba dispuesto a resistir la tentación de responder. Reprimió
sus pensamientos, se obligó a no pensar para burlar el incisivo sondeo al que
era sometido, el escamoteo de sus más secretos pensamientos, el obsceno
manoseo de sus más inconfesables deseos, y sobre todo, la avalancha de
pensamientos del otro que, mordaces como una pesadilla se volcaban en
cascada sobre su cerebro .Y en ese momento, realmente el pánico le dominó
porque no estaba seguro de querer resistirlos y, como por una rendija percibió
su propia claudicación.
Un alud de colores se precipitó en la capilla chocando contra cada uno de
los objetos y vaciando las sombras para resolverse, al fin, con la inundación
El ojo de la aguja
207
de la blanca luz solar que había estado contenida por las puertas. Sobre el
pasillo central se proyectaba una sombra. Apoyada en las jambas, con ambos
brazos extendidos cual en una cruz, una forma humana eclipsaba al sol.
- ¡Aquí estás! - era la voz de Daniel, estentórea como la de un chico al
descubrir un escondite.
Juan había girado ante el estrépito, deslumbrado volvió a mirar hacia el
altar, pero ya nada había ahí, salvo el último penacho de humo del cirio
ahogado, enroscándose perezoso en la imagen de Jesús crucificado
- Extraordinaria casa; la he recorrido de cabo a rabo buscándote y no he
hecho más que maravillarme - Stupck avanzaba tomándose el costado y
rengueando levemente, mientras observaba con asentimiento asombrado los
detalles de la capilla.
- Los felicito - aseveró moviendo apreciativo la cabeza, pasando las manos
sobre los reclinatorios de roble espesamente barnizados y deteniéndose por
fin frente a las paredes artesonadas
- Sinceras felicitaciones, un trabajo de orfebres sobre madera. Excelentes
maderas, por otra parte, y muy imaginativamente talladas. Hechos en casa,
supongo. No son Uds. modestos carpinteros de la campiña Galilea, más bien
parecen ebanistas profesionales. ¿Oficio o genética? - preguntó por último
volviéndose a mirar a Juan
- Oficio - respondió lacónico Juan ahora vuelto hacia el altar donde el
gordo había desaparecido. En la cruz de madera Cristo recibía la iluminación
solar de lleno mostrando sus heridas y un rostro aún trastornado por el dolor.
Juan se persignó y se volvió.
Daniel no pudo ahogar una exclamación:
-¡Por Dios, muchacho!, estás pálido como un cadáver.
- Salgamos al sol, Dr., por favor.
- Lamento la irrupción.- murmuró cohibido Stupck sin dejar de mirarlo -
¿Pasó algo, quizá?
- No se imagina cuanto, profesor - respondió Juan con voz temblorosa.
Si alguna vez, le hubieran sugerido al Dr. Stupk que tenía condiciones
para confesor habría caído en uno de sus acostumbrados accesos de
malhumor, pero, en pocos días su vida había cambiado a tal extremo que ya
no tenía parámetros para medir sus reacciones ni tampoco, lo que era más
grave, saber cómo le veían los demás. En medio del torbellino de las dudas,
acuciado por aprender a comprender lo que no estaba equipado para evaluar,
él, un navegante solitario por propia elección, absolutamente convencido de
que la interferencia en asuntos ajenos era poco menos que un pecado capital
Omar Barsotti
208
y, en todo caso, fútil, era acosado por personas que reclamaban su atención
comprometiéndolo con razones y afectos a los que, aunque no sabía como
calificar, y aunque estuvieran lejos de los que consideraba sus exclusivos y
legítimos intereses, y a su pesar, no encontraba modo de eludir.
Si Juan, aquel Cristo no asumido, había visto en él un bálsamo para sus
pesares, debía deducir que el pobre estaba desventuradamente fuera de sí o
él, sin quererlo, le había engañado. No podía detenerlo ni negarse. Estaban
los dos en el gran patio, sentados al lado de la fuente cuyos chorros refrescaban
el ambiente. Juan, con el cuerpo erecto mirando fijamente más allá de todo
lo que le rodeaba como si presenciara una representación en un escenario
remoto, hablaba de si mismo.
Comenzó con el reciente contacto con el Satán de sainete que más parecía
un estafador decrépito que el magnifico contendiente de Dios. Expuso luego
sus perturbados pensamientos sobre sí mismo y los atributos derivados de
su origen y destino. Como religioso que era se conmovió cuando reveló sus
frecuentes dudas en la existencia de Dios, o sino de su bondad; como hombre
razonó sobre ese hecho con la veteranía de un filósofo y contrapuso razón y
creencia con la puntillosidad de un cirujano, y sin darse ni un adarme de
misericordia, ni un respiro, ni un justificativo, como si estuviera desatando
una fórmula matemática o explicando la ingeniería de una máquina:
desarmándose pieza por pieza, movimiento por movimiento, conexión por
conexión, se analizó hasta que quedó en sus manos el más fino hilo de sus
dudas tenso como un alambre de acero clavado en la carne.
En el transcurrir de las horas Daniel escuchó fascinado, sin saber si estaba
deambulando por el oscuro laberinto de un alma perturbada, o asistiendo a
la escalofriante vivisección de una mente superior desbordada, que colapsaba
por el colosal trabajo para la que había sido programada.
Juan tenía una clara idea del intrincado tramado de la humanidad y de su
historia. Mostraba profundos conocimientos de la realidad social y sus
consecuencias. Estaba al tanto de los diversos factores de poder que se movían
tras las bambalinas y de la multitud de títeres y disfrazados que representan
en el escenario un show exclusivo para un público de ingenuos.
Sorprendió a su interlocutor por los profundos conocimientos de
economía y, sobre todo, los manejos financieros y la desfachatez y soltura
con que organizaciones insospechables e insospechadas conducidas por pillos,
maniobran para despojar a pueblos enteros de los bienes y recursos de sus
países. Sabía del dolor humano y, sobre todo, sabía cuanto podía ese dolor
asfixiar la capacidad de razonar de un hombre inteligente hasta empujarlo a
El ojo de la aguja
209
la rebelión, aún a sabiendas que ésta no es la solución pero si el breve consuelo
de arder por última vez con un destello, en la creencia de que deja testimonio
con su sacrificio y muerte, o que, compartiendo el dolor de todos, paga así su
parte de culpa.
Juan también podía abstraer su conocimiento del sufrimiento humano
hasta convertirlo en meros términos estadísticos, donde el número nubla los
sentimientos; pero era incapaz de quedarse en esa isla salvadora, y, sin
transición, se zambullía al charco de la realidad para reiterar el ahogo producido
por la cruda y visceral piedad, la vana conmiseración, la lástima, el mimetismo
con el dolor ajeno y la ambigua intolerancia tanto con el victimario como
con la víctima. Y, sobre todo, peligrosamente, el escepticismo por el destino
humano ante su intrincada masa de intereses contrapuestos y la convicción
de que debía existir un remedio para todo aquello del que no podía excluir la
violencia, especialmente cuando sus razones lo tornaban maniqueo o deducía
que todo dependía de una dictadura buena que era como pensar que estaban
irreversiblemente supeditados a un imposible. Y Dios, concluía, no parece
querer hacer nada.
Stupck, por momentos, se sentía obligado a interrumpirlo y advertirle
sobre los riesgos implícitos en el curso de tales pensamientos, pero Juan iba
demasiado rápido para él y el esfuerzo quedaba musitado y estéril, flotando
en el atrio, sin provecho y convertido en un farfullo banal. Entonces el genetista
era invadido por una oleada de aversión y furiosos deseos de terminar con
ese monólogo autodestructivo. Pero, ni aún llegando a tocar a Juan, primero
tímidamente y luego sacudiéndolo, lograba distraerlo: era un envase sin gollete
derramando su contenido hasta la última gota. Al fin, fascinado lo dejó
continuar en la esperanza de que la catarsis le hiciera bien y le tranquilizara.
El muchacho había sido originalmente criado junto a su hermano mayor
en un ambiente religioso, casi sin contacto con la vida laica. Luego, lentamente,
ambos fueron introducidos al mundo a través de la escuela pública. El contacto
con el pueblo llano había desplegado perspectivas nuevas y profundas de la
realidad humana y ambos sufrieron cambios que en el mayor se hicieron
vertiginosamente profundos, verdad a la que Juan recientemente accedía con
un lacerante sentimiento de culpa por haber quedado como distraído en el
camino
Daniel inquirió por la madre y ésta surgió como una mujer descendiente
de judíos criollos; primero simplemente contratada, luego adoctrinada y más
tarde abocada totalmente al proyecto. No sabía si por convicción o por no
abandonar a quienes, de una forma u otra eran sus hijos. Ella había desplegado
alrededor de ambos un amor sin cortapisa solo nublado por el destino que
Omar Barsotti
210
les preveía y Juan sabía que la pobre mujer hubiera hecho cualquier cosa
porque sus hijos resultaran normales, fruto común de un vientre materno
con las modestas perspectivas de hombres simples de pueblo. La pérdida del
mayor la había apegado aún más a Juan. Ahora era una mujer triste y retraída
que servía en un pequeño convento en las sierras de Córdoba adonde Juan la
visitaba, con toda la frecuencia que podía..
Daniel escuchaba estas cosas con resentimiento, sin poder perdonar a
aquellos curas audaces hasta la locura, que jugaban a los dados con la vida
humana, pero el mismo Juan, cuando Daniel manifestaba su indignación, los
defendía con argumentos irrebatibles: era tan horrible que la vida siguiera tal
cual era, que lo que se hiciera por cambiarla valía a pesar de los riesgos y los
costos.
Y no hablaba por boca de otros. Conocía el mundo, tempranamente había
comenzado a viajar. Su educación religiosa era amplia y no excluía ninguna
creencia. Manejaba con soltura la vieja cepa semita y todas sus vertientes,
pero también poseía una gran erudición sobre las demás grandes corrientes
religiosas y aún sobre las formas más antiguas y primitivas y, además era
tolerante con todas. Tenía el don de lenguas, en la forma asombrosa y
maravillosa que este se concibe y no había lugar por remoto u oculto al que
llegara en que no dominara, casi instantáneamente las hablas y dialectos
antiguos y ya casi olvidados. Todo esto le facilitó introducirse donde a otros
les estaba vedado y entregar su mensaje, o lo que él creía que lo era, en una
forma tan convincente como nadie pudo hacerlo antes, despertando nuevas
esperanzas y revelando horizontes a aquellos seres que estaban siendo
acosados por acontecimientos que no comprendían.
Tenía una mente sagaz, con gran velocidad en la comprensión y total
capacidad en la retención. A los once años inició el secundario para recibirse
de bachiller a los catorce haciendo dos años libres. En otros cuatro años
ganaba una licenciatura en filosofía y a los veinte presentaba la tesis para el
doctorado. Tanta velocidad no le había impedido seguir otras carreras e
interiorizarse profundamente en teología y, entre otras sorpresas, reveló que
era médico.
A los veintiuno inició su primer viaje. Empezó por Latinoamérica,
adentrándose en los intersticios más recónditos de la sociedad, las oscuras
cavernas de la vida del pueblo bajo donde los seres humanos sobreviven
como alimañas, aferrándose a una existencia breve y desgraciada, apenas
adornada por la gracia de la inocencia y la ignorancia.
Al entrar en esta zona sombría de su pasado Juan se transformaba
mostrando aristas y filos insospechados de su personalidad. Bullía con la
El ojo de la aguja
211
indignación y la incomprensión de todo lo que había registrado en un mundo
subterráneo, oculto para el mundo exterior, olvidado y condenado, tapiado a
la sensibilidad y deliberadamente ignorado, cuando no era para explotarlo,
hasta por su propia Iglesia.
Un mundo como para que predicara un San Francisco, el universo de los
excluidos, los leprosos de la sociedad empujados, por la repugnancia y el
horror, hacia el olvido, para borrar la culpa de los otros, de los demás, de los
selectos del sistema. Cada ser que conociera en su periplo le había dejado
una cicatriz dolorosa y un sentimiento de culpa que lo agobiaba. Hasta ahí
había sido tan solo un muchacho brillante viendo mundo, cuando por fin
salió del túnel sus sentimientos estaban a flor de piel y se había vuelto
intolerante y casi violento. En Colombia Monseñor alcanzó a rescatarlo cuando
ya estaba condenado por todos los sectores de poder en pugna hasta el punto
de que tanto desde el gobierno, como desde el narcotráfico y la guerrilla
habían puesto precio a su cabeza.
En un lapso breve había creado una organización que enhebraba sus redes
desde la Universidad a los suburbios más desgraciados y las remotas aldeas
perdidas en la selva, y cuya prédica, aunque pacífica, soliviantaba a los espíritus
con más éxito que las actividades revolucionarias. Insólitamente los sicarios
lo respetaban y evitaban darle caza mientras que sus amos, furiosos y
frustrados, contrataban bandas de paramilitares en el extranjero para
capturarlo. Al fin, en una sola noche, a causa de un Judas, perdió a todos sus
compañeros a quienes describía como seres inefables, incapaces de violencia
pero comprometidos con la verdad y la justicia. Estudiantes, maestros,
sacerdotes, obreros y campesinos inocentes cayeron bajo acusaciones tan
infames como falsas. La prensa, se regodeó describiendo sus supuestos
crímenes y festejó su extinción con los más gruesos titulares. Sin transición,
al mismo día siguiente, proseguían con las mismas críticas que hubieran
justificado el accionar de los acólitos de Juan. ¿Comprende?, preguntaba Juan,
y se contestaba: simplemente festejaban la desaparición de la competencia.
Podían nuevamente negociar la crítica mientras mamaban de la teta de la
misma bestia.
Después de aquellos sucesos recorrió el Medio Oriente y la India
encontrando más de lo mismo: una ajetreada clase intermedia apenas
consolada por el consumismo y un grotesco hedonismo, acorralada entre el
deseo de poseer y la voracidad de la clase alta y el Estado, y una clase baja sin
alternativas, condenada por carecer de las habilidades que se le negaban,
usada hasta las heces, que se debatía buscando refugio en las religiones y las
supersticiones sin hacer mucha diferencias entre unas y otras, y cuya exclusión
Omar Barsotti
212
comenzaba a ser un dogma que los reducía a la condición de parias.
La situación de los niños lo espantaba hasta las lágrimas. Culpables de su
inocencia, en todas partes eran víctimas de un holocausto sin límites y sin
remordimientos, bandadas de pequeños “scugnici”, multitudes de existencias
apenas esbozadas y abandonadas mendigaban, eran explotadas en trabajo
esclavo y, en todos los casos, empujadas a la prostitución y el crimen para
terminar exterminados por la enfermedad o las balas de los paramilitares o
sumándose al crimen organizado, o formando parte indistinta de ejércitos
ilegales y represores con patente institucional. A vista y paciencia de todo el
mundo. Sin otra reacción que los tibios remedios esbozados desde
organizaciones particulares y gubernamentales sin dimensión ni capacidad y
apenas sustentadas por migajas, orquestadas para tranquilizar conciencias
culpables.
En ese instante Stupck comprendió que Juan no se espantaba por la
pobreza. Lo que lo sublevaba era la falta de respeto hacia ésta y la hipocresía
con que era tratada aún por aquellos que debieran exaltar su dignidad y evitar
que se la humillara. Lo rebelaba que se les escamoteara no tan solo recursos
y trabajo, pagados a precio vil, sino la misma raíz de la vida: las ilusiones y la
esperanzas, los sueños con que los hombres sobrenadan sobre sus
tribulaciones y dolores mientras con esfuerzo y sacrificios ilimitados intentan
dar a sus descendientes algo más de lo que ellos recibieron, sin importarles el
disfrute inmediato sino ese sencillo premio póstumo de creer que una vida
mejor que la propia ha sido legada a la sangre de su sangre, a los que han
querido sin interés alguno, a los que han protegido sin pedir retribución ni
reconocimiento, tan solo por amor.
A través de sus recorridos detectó también lo que le preocupaba a
Monseñor, la creciente aparición del mal de los Adversos. La aversión del
hombre por el hombre. La incapacidad para asociarse, aunque esa fuera la
tabla de salvación, convertía a los individuos en islas comunicadas tan solo
por el odio, la autoexclusión, la desolación del alma desterrada de todo
contacto afectivo no por propia decisión sino por un impulso interno al que
no podían controlar o, aún más terrible, no encontraban razón para hacerlo.
Forzados a convivir en la jaula de la sociedad, enloquecían y agregaban su
cuota de irracionalidad al creciente caos generalizado.
Su presencia, antes ocasional, comenzaba a ser masiva, se convertían en
asesinos en serie o en profetas apocalípticos arrastrando a sus rebaños al
precipicio como pastores dementes, se los podía reclutar para esparcir el
odio o, también, se mimetizaban en los estamentos de poder y desde ahí
sembraban la discordia y la desunión. Eran muchos, aseveraba Juan y se los
El ojo de la aguja
213
podía encontrar en los más recónditos poblados de los desiertos o las selvas
o en los monumentales rascacielos vidriados de la urbe y en todos lados eran
temidos porque su lógica inflexible y tenaz montada sobre la premisa de la
lucha por la vida y un discutible sistema de premios y castigos, y su
determinación y su obsesión, hacían naufragar todo esfuerzo de tolerancia y
comprensión reemplazado por una indiferencia genocida.
Últimamente, había registrado que muchos de aquellos seres humanos
desarrollaban la creencia en su propia deidad y reclutaban adeptos y devotos
entre todos los estamentos de la sociedad. No había una organización, pero
se reconocían. Existía un dogma común y un plan, explicó Juan con
preocupación: los Adversos eran los nuevos dioses de la humanidad y sus
seguidores serian beneficiados.
El plan real era un poco terriblemente distinto: Los seres humanos serían
agrupados y conducidos por cada uno de estos dioses. Esclavizados y
explotados, impulsados a la guerra, serían por fin exterminados y suplantados
por una nueva especie.
Terminó abruptamente. Quedó mirando al frente, parpadeando, como
pasmado, con la frente perlada de sudor y el rostro de un resurrecto.
Daniel se sacudió. Se preguntaba si Juan esperaba alguna respuesta a todas
sus preguntas o una oposición a sus afirmaciones. El mismo conocía de
aquello, lo había sufrido por ser indeseado miembro de una raza perseguida,
inocente testigo de la brutalidad y el exterminio, por ser hijo de un científico
en una sociedad que consideraba a la ciencia un snobismo sin utilidad y un
peligro social, o un botín de guerra y, sobre todo, por ser lo suficientemente
inteligente como para darse cuenta de la hipocresía y lo insuficientemente
astuto para aprovecharse de ello. Concebía la posibilidad de una nueva raza
o, en este caso especie, ya que su criterio científico no admitía que el ser
humano hubiera terminado su proceso evolutivo el que, bien sabía, podía
llegar a ser manipulado por la genética. Pero no hizo ningún comentario y
eligió acompañar la pausa en que estaba sumergido Juan.
Cuando el silencio duraba más de lo tolerable y el rumoreo del agua se
hizo paulatinamente audible y cierto, como si recién empezara a rodar, Juan
mostrando las palmas de las manos dijo:
- Lo siento, Daniel, no quería agobiarlo. Allá dentro ese demonio logró
desestabilizarme - agregó con la intención de suavizar todo lo dicho.
Se abrió otro paréntesis de silencio entre ambos. El patio estaba en
semipenumbras, sus detalles apenas visibles por la luz que escapaba de unas
Omar Barsotti
214
pocas ventanas y puertas abiertas. Daniel observó el entorno y sintió un
escalofrío. El lugar era hermoso, pero con algo de tenebroso. Un bosque de
hadas invadido por una presencia no visible, cuyas intenciones ominosas se
presentían sin concretarse. El caserón parecía un fuerte, pero quizá el enemigo
del que protegía ya estaba dentro y deambulaba por la mentes de los habitantes
creando angustias y temores, y sobre todo sembrando cizaña de duda donde
debía germinar la fe.
Stupck estaba aún como oyendo, conciente en su mente y corazón del
eco de las palabras y el agudo aguijón de los sentimientos. Obligado a decir
algo dudó, porque, quemado por su escepticismo, de las cenizas estaba seguro
que no saldría remedio ni consuelo para el sufrimiento de Juan. Lo miró
largamente. El podía comprenderlo. Podía destilar de sus dudas la cruda
verdad. El había dejado atrás ese camino y en el fragoroso andar en la búsqueda
de razones para la básica contradicción del espíritu humano, había encontrado
la forma de eludir la duda y la comprensión aferrándose al desprecio y al
rechazo, resolviendo todas las contradicciones humanas de un solo golpe
trazando una línea clara y bien delimitada entre él y los otros, ciñéndose a los
dictados de su conciencia sin concesiones ni debate, hasta que, ahí atrincherado
alcanzara una calma relativa.
Pero aquel Cristo no podía recurrir a sus argucias ni eludir la comprensión
total de la naturaleza humana y sus intolerables cambios y facetas y, aunque
pudiera dividir entre malos y buenos, poderosos y débiles, pobres y ricos no
podía dejar de atender al compromiso que sentía hacia cada uno, fuere lo que
fuere.
Por fin, Daniel, halló la calma suficiente para atreverse, titubeante y dolido
de su incapacidad para expresar algo de fe:
- No quieres consejos, estoy seguro, pero puedo ofrecerte lo que sería mi
determinación. Yo en tu lugar buscaría a mi madre – un bien que yo no tuve
tiempo de disfrutar - y me iría a algún pueblo pequeño; me instalaría como
carpintero o como maestro, da lo mismo, y me olvidaría de todo, salvo hacerla
feliz. Si sigues este camino no te condenaré ni habrá quien tenga derecho ha
hacerlo. Pero no sé si podrás anular el impulso que te domina por debajo de
tus dudas y miedos. No importa si eres o no Cristo, la cuestión es si te sientes
llamado a cambiar algo..No te vaticino éxito, probablemente una suerte como
la de tu hermano El mundo se ha acomplejado a un punto tal que ni un
hombre, ni una organización, ni una nación, podrá reformarlo. Las distancias
se han acortado, las comunicaciones son instantáneas, la ciencia ha dotado a
la técnica de maravillas y magias inimaginables, pero no para el bien general
Es posible llevar una bomba de neutrones, en horas, de un extremo a otro
El ojo de la aguja
215
del globo, pero sabes lo difícil que es reunir y remitir una partida de vacunas
a un país africano acosado por una peste.
Detrás de la ahora reposada actitud de Juan se desataba una tormenta.
Nada la reflejaba, pero Daniel podía sentirla retumbar con esa amenazante
calma que precede a las catástrofes. Juan suspiró largamente mirándose las
manos, con la cabeza baja, luego la levantó y en la oscuridad el rostro de
Cristo se reprodujo con una intensidad conmovedora. Por primera vez en
muchos años, a Daniel se le llenaron los ojos de lágrimas y en su estupor no
atinaba a secárselas hasta que le corrieron por las mejillas y entonces,
avergonzado, las limpió de un atolondrado manotazo.
El movimiento sacó de su ensimismamiento a Juan.
- Le agradezco la paciencia, Daniel. Mis dudas son temores, pero no
cobardía. Al único que tengo miedo es a mí mismo. Ya sé que tengo un
poder, lo siento latir dentro de mí. Nada me dice que es sobrenatural, al fin
puede ser que yo sea el último retazo en la mesa de saldos de los demagogos
que pregonan la revolución. Sé lo que puedo producir en los seres humanos,
pero si, ¿cómo en Colombia, conmuevo a muchos al solo efecto de que los
detecten y los desaparezcan? ¿Si, sin proponérmelo, desato una rebelión sin
destino y llevo aún más sufrimiento a los que quiero salvar? O, si eso es lo
que esperan de mi para por fin imponer un total e inapelable predominio,
destruyendo la última esperanza que aún late en la mayoría de los hombres
que esperan un gesto, una señal de Dios. ¿Seré el último bastión? ¿La
demostración cabal que nada hay que nos salve? ¿El último Mesías? ¿El
póstumo fallido esfuerzo salvador? ¿El falso Mesías? ¿Un equívoco agente
provocador?¿El sepulturero de toda esperanza?
Daniel se impacientó, no le pidió aclaración sobre quienes eran aquellos
que le tendían la trampa, si es que la trampa existía o era otro síntoma de
paranoia. ¿Qué importancia tenía ese factor en la intrincada ecuación que se
había estado armando en la humanidad durante milenios? ¿Cómo contestar
a tales dudas sin precipitar la definitiva parálisis de todo pensamiento y toda
acción?
De pronto vio claro, como en una epifanía. En aquel instante cobró sentido
todo lo ocurrido, hasta llegar a que sus propias dudas tuvieron respuesta con
una convicción nunca sentida antes. Era una conmoción que removía el barro
de años de lidiar con la condición humana. Lo tomó de un brazo sacudiéndolo
y con una voz inesperadamente alta, brotada involuntariamente, restallante
de energía, rebotando en las lejanas paredes entre los árboles, le espetó al
rostro:
- ¡No vas a seguir la otra alternativa! - lo enunció como un descubrimiento
Omar Barsotti
216
- Harás lo que temes, serás lo que sientes, con miedo y con dudas. Pero no
hay salida ni retorno.- bajó el volumen de la voz pero mantuvo la firmeza -
¡Que así sea! cumple tu cometido a conciencia, con fervor, pero
inteligentemente, sin entregarte gratuitamente, de nada vale el mero gesto de
un romántico en busca de martirio. Lo harás con energía extrema, sin dudas
ni claudicaciones, con tenacidad y sin darte respiro, ¡carajo!,porque ya han
fracasado muchos, porque ya hubo... - se detuvo abruptamente, con la mirada
perpleja de un borracho fijas en sus manos con las que había estado subrayando
cada una de sus frases..
Su voz sonaba sorda pero mantenía su vehemencia a pesar que se
horrorizaba de sus palabras y no solo de ellas sino de sus consecuencias:
-… Ya hubo demasiados crucificados en este mundo para pagar la deuda
de sangre con los dioses.
- ¡Oh! Dios, detenme, - pensó en un grito que no le salía de la garganta.
Pero era un hombre manoteando en el vacío, cayendo vertiginosamente,
imposibilitado de detenerse, sin saber si lo desea o espera el golpe final con la
esperanza del que, ya no queriendo continuar atribulado por ansiedades ni
angustias, se entrega a la definitiva inconsciencia de la muerte.
- Manifiéstate a tu justo criterio y convicción - prosiguió con fuerza - ¡a lo
que salga y como venga! suspende las preguntas, las respuestas vendrán solas.-
culminó, al fin de un tirón – Pero, hijo – advirtió - No lo hagas para ocupar
un lugar más en la serie y ganarte una cruz, sino para producir una explosión
de luz que nos salve o nos condene, pero que termine con el infierno de la
incertidumbre.
El ojo de la aguja
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Capítulo 22
La noche de Stupck había sido agitada. Durante buena parte del tiempo
sostuvo una lucha inquieta, intentando dormir. .A las cuatro de la mañana se
despertó sobresaltado, transpirado y enredado en las sábanas. A su lado, Ana
se movió entre dormida, dijo algo que él no entendió y volvió a dormirse.
Daniel se levantó sigilosamente para evitar despertarla. Estaba completamente
despierto, pero como desorientado. Le había parecido oír algo, un golpe o un
llamado. Se estremeció mientras se vestía en la oscuridad. Con los zapatos en
la mano se asomó a la ventana y le llamó la atención ver unas luces en el atrio.
Un auto estaba detenido junto a la fuente y al ver otro, que ingresaba por el
portón, se apresuró a calzarse. Se dirigió hacia la puerta y al abrirla se encontró
con Damico listo para llamar
- ¿Qué pasa? – preguntó con un presentimiento.
- Daniel, sal y cierra - respondió en voz queda un Damico a medio vestir,
con el cabello revuelto y el rostro pálido. Salió rápidamente por el pasillo
hacia las escaleras.
Stupck le siguió hasta alcanzarlo y tomarlo de un brazo.
- Es Edgar Rodríguez.- dijo preocupado Angelo
- Qué le ha pasado?
- No lo sé. Bajemos.
En el salón biblioteca Daniel se sorprendió con la presencia de Mansilla,
Vriekers, Garrido y un asombroso Vigliengo en joggins y zapatilla basquet
que observaba todo en estado de perfecta perplejidad.
Mansilla avanzó hasta Daniel y poniéndole una mano en el brazo le dijo:
- Dr., Es Edgar, se expuso demasiado.
- Pero qué le pasó?, ¡por Dios!
- Lo raptaron - dijo Vriekers cortante y agregó – y si no nos ponemos en
movimiento no doy un centavo por él.
Mansilla intentó decir algo, pero Vriekers se lo impidió con aire autoritario.
- Vamos al asunto, Mansilla. Daniel se irá enterando con todos. ¿Cuándo
se lo llevaron?
- Tiene que haber sido a la salida del laboratorio del Dr. El estaba haciendo
un trabajo ahí. Yo no lo vi en todo el día.
-¿Cómo se enteró Ud.?
Omar Barsotti
218
- Un llamado telefónico. Un mensaje para el Dr.
- ¿Qué cosa? – inquirió Stupck.sin entender.
- Un mensaje. Retendrían a Edgar hasta tanto Ud. se presente donde se le
indicará – miró su reloj pulsera – dentro de una hora llamarán telefónicamente
aquí para darle las instrucciones. Por eso me apresuré a citarlos a Uds. ¿Hice
bien ?
- Hizo lo mejor- respondió Vrieker sonriéndole para reanimarlo. Mansilla
estaba pálido y no sacaba los ojos de Stupck; este comprendió, apretándole
un hombro con afecto dijo:
- Está bien, Mansilla.
- Es culpa mía, Dr. Debí poner más atención a lo que hacia ese loco.
Rondó por el Ministerio del Interior hasta que terminó interpelando al
mismísimo Ministro y le dijo no se cuantas barbaridades.
- No se preocupe- intervino Vriekers – pongámonos en acción: Vigliengo
– llamó.
-Si, Vriekers.
-Habrá una llamada telefónica, tendremos que ingeniarnos para intervenirla
y localizar de donde viene.
-Tendré que buscar equipo – alegó Vigliengo preocupado.
- No es necesario – dijo Angelo – vengan.
Siguió por la galería cubierta hasta uno de los extremos, entró en la última
habitación y encendió las luces. Todos se detuvieron apenas ingresados. Era
un salón, contiguo al salón central pero mucho más pequeño y equipado
como un aula, con un pizarrón al fondo y otro al costado, al lado del ingreso.
Damico se detuvo frente a éste y, corriéndolo sobre sus rieles dejó en
descubierto una puerta, abrió e invitó al resto que pasara.
Stupck fue el más sorprendido cuando se encendieron las luces. Era el
sector que corría paralelo a uno de los senderos de ingreso al seminario y
cuya entrada el jamás había hallado. Al principio le intrigó, pero después
olvidó preguntar de qué se trataba.
Ahora lo sabía. En un primer sector había un equipo completo de
telecomunicaciones y una zona que parecía un taller de reparación electrónica.
El ala se extendía en todo el largo recorrido del sendero, unos cuarenta metros
y ocupaba también el piso alto. El área de telecomunicaciones ocupaba un
espacio de unos diez metros y estaba separado del resto por una pesada
mampara de vidrio y acero inoxidable con puertas de doble paso y un área de
esterilización.. Más allá de esa mampara, lo que estaba viendo el genetista a
medida que se encendían las luces, era un completo y complejo laboratorio
El ojo de la aguja
219
de unos quinientos metros cuadrados perfectamente diseñado para trabajos
de genética.
- Aquí me dicen que fui clonado - dijo Juan a sus espaldas-¿sorprendido?
Stupck lo enfrentó. Juan tenía al lado a dos de sus acólitos. Estaban
completamente vestidos y parecían agitados.
-.En algún lugar debió ser – caminó hasta la mampara – Es infinitamente
superior a lo que dispongo yo.
- Sé lo que piensa – asintió Juan – pero ahora eso no importa.
- No. Vamos a la urgencia. ¿De donde vienes?
- Fui el que recibió la llamada de Mansilla. Alerté al resto y salimos con un
grupo a corroborarlo. Buscamos a Edgar exhaustivamente. Hasta en los
hospitales, pero no hay noticias de él. Así que es probable que aún lo retengan.
Lo lamento.
- Yo lo temía. Traté de mantenerlo ajeno, pero es un hombre leal, y también
bastante testarudo. Debí ponerle al tanto – se lamentó Daniel -Veamos que
hacen los expertos.
Se dirigieron donde Vigliengo, Damico y varios de sus técnicos togados,
preparaban un equipamiento dispuesto a localizar la llamada. Vriekers en un
teléfono hacia consultas y daba instrucciones. Había tomado el mando y
Damico lo había permitido.
Daniel se sentía un poco inútil. Llamó a Mansilla y a Garrido con un
gesto y salieron al atrio a esperar los acontecimientos. Comenzaba a insinuarse
la claridad de la mañana mientras las estrellas desaparecían una a una diluidas
en un cielo añil. No hablaron por un largo rato. De pronto, Garrido dijo:
- Voy ha hacer unas llamadas, Dr. Se me acaba de ocurrir algo.
Daniel lo miró con curiosidad esperando una explicación.
- Voy a llamar a los radiotaxis. Estoy pensando que por el horario en que
el Sr. Edgar desapareció, y la zona, algún colega pudo observar algo.
Daniel aprobó.
Garrido retornó a la sala de comunicaciones. En pocas palabras expuso a
Vriekers su idea. Al Alemán le pareció promisoria
- Vigliengo – llamó el Alemán – facilítale a Garrido comunicación con los
radiotaxis.
- ¿Puede ser por radio? – inquirió Garrido a Vigliengo.
- Como se le antoje, mi amigo, aquí hay equipo como para montar una
CIA paralela y restaría para el M16. Venga.- se pusieron a trabajar.
El tiempo transcurrió en medio de febril actividad. Para lo hora indicada
por Mansilla, Vigliengo tenía montado el equipamiento necesario para grabar
Omar Barsotti
220
y localizar la llamada, mientras, Garrido se iba comunicando con los distintos
servicios de radio llamado de taxis. Casi inmediatamente le empezaron a
llegar respuestas y por fin una positiva. Un taxista informó a su central un
hecho extraño dentro del horario estimado. El chofer no estaba ahora de
servicio, pero le facilitaron el teléfono particular.
Resultó ser un amigo de Garrido quien le dio información muy
pormenorizada: Un hombre, que salía de los laboratorios de Stupck fue
abordado por otros tres. Tuvieron una conversación, aparentemente trivial,
pero, de pronto, el interpelado pareció alarmarse y retrocedió. Entonces un
automóvil se arrimó al bordillo con las puertas abiertas y, luego de una corta
lucha uno de los atacantes lo desmayó con una cachiporra y ayudado por el
resto, lo metieron en el automóvil. Partieron. El taxista dio parte a su central
y solicitó ayuda policíaca. Alcanzó a tomar la patente, se la pasó a Garrido.
- Me presté a presentar la denuncia – dijo a Garrido y agregó con voz
misteriosa – pero me contestaron que lo olvidara, que estaba todo bien.
¿Comprendés, Garrido?
- Si, “zona liberada”. Gracias, Fernández. Quizá te vuelva a molestar.
- A tus órdenes.
Cortaron.
Garrido acababa de comunicarle las novedades a Vriekers cuando el
teléfono sonó. Juan llamó a Daniel. Al quinto llamado atendió.
- Si?
- Dr. Daniel Stupck?
- El mismo.
- ¿Cuál es el verdadero apellido de su padre?
- Goldman.
Se hizo un corto silencio.
-¿Donde nació Ud. y su fecha de nacimiento?
Se lo dijo y quedó expectante, en el otro extremo de la línea se oían
consultas murmuradas. Otra voz apareció. Tenía un timbre frío y duro.
- Dr. Stupk. Esto es sencillo. Tenemos a Edgar. Tome nota.
- Lo estoy haciendo.
- Hoy, a las 21 hs. Ud. deberá estar en Rosario. Solo. No comunicará su
destino a nadie. Irá en automóvil. En el peaje una persona lo identificará y se
hará cargo de la conducción. El lo llevará ante nosotros.
-¿Qué pasa con Edgar?
- Él está bien. Una vez que Ud. Llegue, él será liberado.
Vrikers le pasó una nota. Daniel asintió.
- Lo haré, pero impongo un cambio en el plan.
El ojo de la aguja
221
Del otro lado se hizo un largo silencio y luego la voz retornó aún más
cortante.
- Ud. no puede imponer condiciones.
- Si que puedo - Daniel soltó su especial tono de mafioso -.No se haga el
gracioso, querido. Si no compruebo que Edgar aún está vivo, no voy. ¿Me
tomaron por un chitrulo? Los dejo colgados del pincel, muñeco, y no cobrarán
un peso por su trabajo. Quienes les contrataron los harán responsables, les
meterán un contrato y a partir de ese momento, nadie dará un centavo trucho
por Uds. ¿Queda claro? ¿o es mucho pensar para Uds.?
Otro largo silencio. Por fin la voz retornó irascible pero menos terminante.
En el ínterin Vriekers pasó otra nota a Stupk.
-¿Qué quiere? – gruñó su interlocutor.
Daniel respondió sin abandonar el tono agresivo: Yo conduciré hasta el
destino final. Nadie subirá a mi auto. Me indicarán la dirección en el peaje.
Llevaré un celular cuyo número le doy en este momento – lo hizo – Antes de
llegar deberé tener una comunicación con Edgar. Si todo me parece en orden
seguiré viaje. Y otra cosa, no quiero sorpresas en el camino. Yo partiré hacía
Rosario desde donde lo crea conveniente; además, cualquier seguimiento que
detecte al irme de donde estoy ahora, suspendo y pido ayuda.
- Está bien, pero no crea que es tan fácil.
- Ni para mi, ni para Uds. Si quieren verse envueltos en un despelote,
pruébenme.- Stupck esperó el asentimiento de Vriekers y luego cortó.
- Muy bien, Daniel -aplaudió Vriekers entusiasmado– o son unos
reverendos pelotudos o están muy confiados. Nos han dado el tiempo
suficiente para prepararnos.
- La llamada es de Bs.As. El edificio del Panzer Group; y la patente del
automóvil es del dominio de la Panzer – informó Vigliengo sacándose los
auriculares - Tengamos ojo. El objetivo de ellos es eliminar al Dr. Lo pueden
hacer aquí mismo, al salir de la cueva. No tienen que esperar a que llegue a
Rosario.
Damico coincidió: Quizá Edgar está aún en Bs.As. y no piensan trasladarlo
a Rosario. Quizá todo consista en exponer a Daniel a otro atentando. Pero
debemos seguirle el juego.
- Hablaron de un celular – dijo Vigliengo calzándose los auriculares y
mirando una pantalla – Se lo tenemos capturado – Quedó un largo rato en
silencio. Luego hizo una seña a uno de sus ayudantes y agregó- se están
moviendo rápido. Hacia el noroeste.
Omar Barsotti
222
Esperaron durante largos minutos. Por fin el ayudante levantó el pulgar y
dijo: siguen el mismo rumbo, muy velozmente .Deben estar en la autopista a
Rosario. Quizá llegando a San Isidro.
- Perfecto – asintió Vrikers – Mantengan el seguimiento mientras sea
posible. Vigliengo, pasa la posta a la gente de San Nicolás. Especialmente a
Ramirez el de la empresa de seguimiento satelital. El sabe como localizar el
celular y tiene el equipo.
Analizaron la situación durante largo tiempo, hasta que al fin pudo armarse
un plan que contemplara la mayor parte de las contingencias probables. A las
17 hs. comenzaron a llegar taxis, convocados por Garrido.. Cada uno partía,
inmediatamente, transportando un pasajero. Fueron despachados un total
de 12, el último partió a las 19 hs. y estaba manejado por Garrido, bajo el
maquillaje y la peluca, Damico como pasajero, transpiraba profusamente.
- Me parece que vamos a tener el premio mayor – comentó Garrido
mirando por el espejo retrovisor. Tomó el micro de la radio y pasó la
información.
Un Peugeot se les puso a la par, en su interior dos hombres armados
bajaban las ventanillas. Garrido frenó derrapando y se escabulló por atrás,
doblando en la próxima intersección casi sobre dos ruedas desestimando las
inapropiadas pero vigorosas puteadas de Damico.
El Peugeot tomó de contramano la cuadra siguiente y a toda velocidad
volvió a girar a la izquierda buscando interceptar al taxi. Lo consiguió y
apareció delante cruzándose en su camino.
-¿Tiene cinturón de seguridad, Sr. Cura?- preguntó Garrido con calma,
acelerando.
- Mierda, Garrido... ¡se lo va a llevar por delante.!
- Error, será por detrás, prepárese.
El taxi golpeó como un martillo al Peugeot a la altura de la rueda trasera.
En medio del estrépito, vieron al vehículo chocado volcar como en cámara
lenta quedando con las ruedas al aire.
Garrido y Damico saltaron del taxi en el momento en que otros de los
suyos rodeaban la escena. Cuando los conductores del Peugeot fueron
dominados por media docena de canosos caballeros de nariz prominente y
gruesas cejas, no lo podían creer.
En el ínterin El Dr. era sacado del seminario a través de un pasillo que
comunicaba con otras casas de la manzana. Atravesaron varios patios y, al
final, terminaron en un garage donde el Audi de Vriekers ronroneaba
suavemente mientras dos curitas sonrientes le terminaban de pasar la franela..
Stupk lo miró sorprendido.
El ojo de la aguja
223
- ¡Qué mierda! - exclamó el Alemán - Hoy Ud necesita un auto en serio.
¡Oiga!, Dr. Cuídemelo - advirtió acariciando al vehículo como si fuera un
gato - No lo pase de 220, observe el cuenta vueltas y vigile la temperatura, el
aceite y la presión de los neumáticos – recomendó preocupado, entregando
el control de puertas y un sobre con los papeles.
Daniel se le quedó mirando con las cejas arqueadas y un punto de burla
en los labios.
- No le conocía esos sentimientos, Vriekers, me ha conmovido.
- Váyase a la mierda de una vez – respondió el alemán empujándolo dentro
del vehículo
Se abrieron los portones y Daniel partió en primera haciendo chirriar los
neumáticos y levantando una nube de humo de cubiertas quemadas. En la
primera esquina giró sin bajar la velocidad y el aullido de las ruedas arrancó
un gemido del corazón de Vriekers que se quedó de una pieza, con la boca
abierta y una mano sobre el pecho.
-Dios mío – dijo – me lo va a terminar antes de llegar a circunvalación-
¡Qué judío hijo de puta!
En el Audi, ya a velocidad normal, Daniel reía.
A las 21, sin mucho esfuerzo, ingresaba al peaje. Mientras estaba pagando,
un joven, con una especie de uniforme, golpeó el vidrio del acompañante,
cuando tuvo su atención le señaló la zona de descanso. Daniel asintió.
-¿Conoce Rosario? – preguntó el uniformado acodado a la ventanilla.
Sostenía un radio en la mano izquierda y la derecha estaba oculta.
Stupck asintió con un movimiento de cabeza. Atrás del joven notó un
movimiento. Puso la primera y quedó expectante.
- Perfecto. Accederá a la circunvalación por el acceso a puerto. Irá hasta la
zona norte, siempre por abajo, junto al río. ¿Entiende?
-Si.
- Por Avellaneda y luego Colombres, la Costanera, siempre derecho hasta
llegar al obrador del puente Rosario-Victoria. Baje al muelle municipal y espere.
- Siempre que de aquí a cinco minutos reciba una llamada de Edgar.
- La recibirá – afirmó el otro con el rostro inexpresivo. Levantó la mano
derecha y Daniel vio el revólver. En ese instante se oyó un golpe sordo y el
joven cayó de rodillas al suelo.
El Muñeco levantó al caído del suelo y lo llevó sobre los hombros hasta
un automóvil estacionado cerca. Daniel esperó. El Muñeco volvió lentamente,
mirando hacia todos lados. Se acodó a la ventanilla y sonriente, dijo:
- Vigliengo le manda saludos. Como suponíamos, le estaban esperando.
Los neutralizamos. Entre paréntesis, esos curitas son sensacionales.- sonrió y
Omar Barsotti
224
agregó – Maneje despacio. Lo estamos acompañando. Hay que evitar todo
vehículo que se ponga a su lado. Mantenga la radio abierta. En cuanto a
éstos, veremos como les convenceremos para dar un informe satisfactorio a
sus jefes. Suerte.
Daniel saludó y partió. Cuando subía el acceso a Puerto por circunvalación
el celular timbró. Atendió. La voz de Edgar parecía un poco cascada.
- Edgar. ¿Cómo te encuentras? – preguntó ansioso Daniel.
- Acá me dicen que le diga que estoy bien.
- No me importa qué te dicen. ¿Cómo te encuentras? - insistió pensando
que aquella era una típica respuesta de Edgar.
- La verdad Daniel. No me encuentro. Pero estoy entero y hasta me han
dado de comer: Boga asada, nuestro plato predilecto.- la comunicación pareció
cortarse y otra voz entró por el celular:
- Es suficiente. ¿Satisfecho, Dr.?
- Está bien. Sigo camino.
Cerró el celular y recurrió a la radio:
- Vriekers?, adelante, ¿me oyes?
Hubo un crepitar y luego la voz de Vrieker.
- 5-5. A partir de ahora viaje muy lentamente. Nosotros estamos llegando
al peaje. ¿Algo más?
- Si. Edgar me ha dado una clave. No se bien que significa pero un par de
veces comimos boga en Rosario, en el Restaurant de Escauriza, en la bajada
Ruiz, donde termina el balneario de la Florida. Son unos quinientos metros
antes del muelle municipal donde me citaron. ¿Me tomaste?
- Clarito. Lo investigaremos. Pon la radio en el cargador del pack, no
quiero que te quedes sin carga.
- Correcto. Fuera.
Estaba pasando frente al Monumento a la Bandera. Recorrió un tramo
muy trabado por el tránsito y los semáforos, notando, para su tranquilidad
que, permanentemente, tenía un auto a cada lado en los que podía reconocer
a la gente de Vigliengo y a los curas de Angelo.
Bajo el antiguo túnel del ferrocarril mantuvieron la formación y la velocidad
pese a las quejas de otros conductores y al salir a la zona de parques llegó a la
conclusión de que el riesgo de un ataque inmediato había desaparecido, al
menos hasta llegar a la avenida de la costa.
Unos minutos después pasaban frente al restaurante de Escauriza. La radio
crepitó.
- Daniel?
- Si?
El ojo de la aguja
225
- Estaban ahí..Pero no vieron a Edgar. Se fueron hace solo cinco minutos
y los estamos siguiendo. Son unos desfachatados .
- Al menos le dieron de comer. Estoy llegando.
- Si. Me dicen que te ven. Sigue despacio. Fuera.
El Audi recorrió el corto tramo de avenida ascendiendo a Barranca Alta.
Daniel puso luz de giro. Según recordaba la bajada al muelle municipal estaba
por ahí nomás. La encontró y bajó lentamente. Los faros iluminaron el río
donde varios barcos, anclados, hacían turno para cargar granos. Atrás, las
islas eran iluminadas por una espléndida luna llena que plateaba las lagunas
enmarcadas por albardones, que lucían un extraordinario color verde negruzco.
En las copas de los árboles parpadeaba la iridiscencia de las aguas. Enseguida
estaba en el muelle. Detuvo el Audi y esperó. No veía a los autos de protección.
Unos pocos pescadores de caña punteaban en el espigón. En el río, muy
cerca, se perfilaba un par de canoas haciendo la recogida de las redes.
Salvo el ronroneo de los motores proveniente del copete de barranca, el
silencio era total. Stupk podía oír el ruido del agua al rozar los pilares y el
sordo murmullo de los motores auxiliares de los barcos anclados en el veril
del canal. Cada tanto la brisa, como una mano, acariciaba los camalotes y
canutillos varados en la orilla produciendo un suave cascabeleo.
De pronto, hacia el lado de las boleterías pegadas a la barranca, llegaron
los ruidos de una lucha. Alguien corrió junto al Audi y abrió la puerta del
conductor. Era el Muñeco.
- Venga con nosotros, Dr.- dijo con tono de urgencia.
Desde las boleterías salieron unos curitas empujando a dos sujetos cubiertos
de tierra y con la ropa revuelta.
- Ahora saben que no está solo. Esto se precipitó – rezongó el Muñeco.
Daniel bajó del auto y el Muñeco lo cubrió con su corpachón. Juan se
aproximó corriendo, de la mano derecha le manaba sangre. Daniel le alcanzó
un pañuelo y le interrogó con la mirada. Juan, se limpió y desestimó la herida
devolviéndoselo. Al norte, sobre la costa sonaron dos disparos. Se oyó un
lejano grito de advertencia: era la voz de Edgar.
Daniel salió disparado. En el camino se le adelantó Juan. A esa altura la
costa forma una pequeña bahía y la barranca cae suavemente formando una
depresión que se introduce unos cien metros tierra adentro. EL sitio estaba
plagado de máquinas y restos de materiales y entre ellos podía ver el
movimiento de los hombres corriendo y luchando. En la orilla se balanceaban
varios lanchones de trabajo. Sonó otro disparo casi junto a ellos y se oyó un
grito, luego el ruido de un cuerpo cayendo al agua. Daniel corrió hacia la
orilla, alguien flotaba entre dos lanchones. Uno de los botes de pescadores se
Omar Barsotti
226
aproximó y un par de hombres se lanzaron en pos del cuerpo.
Daniel llegó a la rivera cuando los nadadores lo traían. Se oían corridas y
gritos pero Daniel solo miraba al hombre rescatado. Era Edgar, con las manos
atadas a las espaldas y la cara marcada de golpes. Un rastro de sangre se
escurría de su cabeza entre los cabellos mojados y otros surgían de la camisa
embebida por una mezcla de sangre y agua. Daniel bramó y cayó de rodillas
junto a él. Lo desató. Le limpió el rostro de algas y detritus, le tomó el pulso.
Las corridas terminaron. Tres hombres eran traídos hacia el lugar, a los
empujones, por la gente comandada por Damico con la colaboración de un
feliz Vigliengo con el jogging embarrado y la nariz sangrando.
- ¿Daniel? – inquirió Juan.- acuclillándose junto a Edgar.
- Está muerto.
- Es su culpa – dijo uno de los prisioneros con un gesto de desprecio.
- Cállese – le espetó Damico dándole un rápido y sonoro coscorrón.
El hombre trastabilló, pero se recompuso. Era notablemente alto, de cabello
largo, rubio. Un rictus de altivez le desfiguraba la boca y miraba a Daniel con
los ojos verdes entrecerrados La mirada de ambos se encontraron con la
metálica crueldad de dos aceros entrechocando. Daniel permanecía de rodillas
sintiendo que el cuerpo se le ponía tenso. Aún sostenía la muñeca de Edgar
alentando la vana esperanza de sentirla pulsar pero solo sentía su propio
corazón que se aceleraba impulsado por olas de furia.
Se oyó un rugido. Antes de que se pudiera impedir Daniel saltó y golpeó
al prisionero en la mandíbula enviándolo al suelo. Lo hizo con un odio elemental
que le llenó el alma de gozo, conciente de estar transponiendo la
barrera de todos sus principios y normas. El rubio se revolvió para levantarse
pero Stupk le cayó encima con todo el peso, tomándolo por el cuello. Apretaba
con un vigor demencial. Damico lo tomó de las muñecas intentando separarlo.
El rubio ya estaba morado y mientras todos forcejeaban para evitar que Daniel
lo matara, éste oyó, como entre sueños, la voz de Juan llamándole. Le llevó
un tiempo entender quién le llamaba. Juan, aún arrodillado junto a Edgar
repitió: ¡está vivo!¡Edgar vive! - insistió con voz aún más alta
Daniel pareció despertar. Miró por sobre el hombro al cuerpo caído de
Edgar y, asombrado, vio que las piernas se movían. Le costó aflojar las tenazas
de sus manos. Se incorporó soltando al rubio que se desvaneció mientras lo
maniataban..Stupck llegó junto a Juan y Edgar. Se arrodilló.
- Lo creí muerto – musitó tomándole el pulso al caído aunque no había
necesidad, la agitada respiración de Edgar bastaba. Luego, éste emitió un
gemido y abrió los ojos. Daniel lo calmó y le limpió el rostro cubierto de
sangre.
El ojo de la aguja
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A la luz tiza de la luna todo el conjunto parecía una escena congelada.
Daniel miró a Juan.
- ¿Me pude confundir? – dijo Stupk desconcertado pero sonriendo. Trabajó
auscultando el cuerpo de Edgar para reconocer las heridas. Un puntazo en la
tetilla izquierda ya no sangraba. Solo quedaba un rastro pegajoso y una gran
mancha en las ropas- pero me alegro que fuera un error – terminó con una
mirada rara a Juan..
- Ahora los signos vitales son buenos – respondió Juan escamoteando la
mirada..
- Sí. Justamente. Sé que este hombre estaba más para la autopsia que para
una curación. Me darás explicaciones, Juan.
- Carajo – se oyó gruñir a Edgar –¿Tendrás que discutirlo todo con todo
el mundo, muchacho?Sácame de aquí. Tengo la mitad del culo apoyada en
una piedra puntiaguda- Se desmayó con un incierto aire de beatitud mientras
lo levantaban cuidadosamente.
Unos minutos después una ambulancia y dos automóviles bajaron la barranca.
Los heridos fueron cargados en la ambulancia bajo el cuidado de Juan
y Daniel.
El rubio se estaba recuperando y forcejeaba inútilmente con las ataduras
con que le habían sujetado a la camilla. Daniel vio que Juan se aproximaba al
prisionero mirándole a los ojos y hablando. No entendía que se decían pero
había un aire de agria disputa. Luego Juan se suavizó y su voz se hizo tranquila
y acompasada. El rubio respondía con cierto grado de sometimiento y. a
veces, asentía. Por fin, se desvaneció. Juan lo acomodó en la camilla y se
quedó como rezando. Daniel no preguntó que había pasado. Se dedicó a
Edgar que parecía volver en sí.
El Muñeco, contento como unas pascuas se hizo cargo del auto de
Vriekers. Partieron tan silenciosamente como habían llegado. Un largo rato
después se escuchó la sirena abriendo paso. Las lanchas motoras y los
simulados pescadores se difuminaron en la luz plateada de la luna sobre el río
y unos segundos después se hizo un silencio apenas roto por el suave
cascabeleo de los canutillos.
Omar Barsotti
228
El ojo de la aguja
229
Capítulo 23
Esto es un adverso, se dijo Daniel observando al prisionero. Estaban en
una clínica que no le extrañó que perteneciera a la organización de Monseñor
Ivan. No se trataba de un establecimiento común. Ubicado en el centro de
un predio de varias hectáreas sobre la ruta Nacional Nro. 5 entre Luján y
Mercedes, lucía poco llamativo oculto por una frondosa arboleda y
bucólicamente rodeado de prados donde pastaba algo de ganado vacuno y
pequeñas tropas de yeguarizos finos.
Pero, cuando se ingresaba al viejo casco de estancia cuyo exterior lucía
apenas remodelado y que era el núcleo de una estructura mayor, se
comprobaba que se trata de un establecimiento perfectamente equipado para
los más altos requerimientos y complejidades de la asistencia médica.
Al Adverso se le registró bajo un nombre ficticio y recibía, en una completa
sala de terapia intensiva, el mejor de los tratamientos intentando sustraerlo
del coma profundo en que estaba sumergido.
Vriekers se lamentó de no poder interrogarlo y cuando le convencieron
de que la espera podía ser muy larga se retiró, no antes de que le dieran
garantías respecto a la seguridad del lugar. No obstante hizo que uno de sus
hombres quedara como apoyo, alegando en voz alta, para beneficio de Damico,
que era para asegurarse de que las cosas se hicieran bien, con lo que logró
que el cura protestara larga y amargamente..
Daniel Stupk se quedó. Edgar también se hallaba internado. Fuera de
peligro el rector estaba pendiente de que alguien le aclarara lo que ocurría.
Daniel daba largas al asunto, demorando el momento en que su amigo le
recriminara la falta de confianza.
Volvió a pensar en el cautivo. Un adverso. ¿Un ser humano reformado o
un ser humano básico?, quizá un modelo genuinamente puro, sin
modificaciones ni agregados, libre de compromisos, de exigencias y límites
morales . Un animal enteramente individual, un reptil sin otras ataduras que
el fuerte sentimiento de prevalecer, dominar y ejercer poder, pero que, a
pesar de su reluctancia a colaborar y unirse no podía negarse que era parte de
una organización.
¿Una organización estructurada alrededor del odio? No ese hombre no
odiaba. Era algo peor, ni tan siquiera podía odiar. No amaba, no odiaba. Tan
Omar Barsotti
230
solo quería prevalecer. Pero ¿qué tanto se diferenciaba en esa característica
de un ser humano común? Prevalecer era uno de los impulsos básicos del ser
humano. En algunos se exacerbaba tanto que no veía Daniel donde estaba la
diferencia con un Adverso. .
Miró largamente aquel rostro. Ahora sus rasgos se observaban suavizados
por el coma. Su respiración era suave como la de un bebé recién comido y
bañado. La piel se mostraba tersa, sonrosada, liberada de tensiones. Los
músculos dormían laxos. Los ojos cerrados no podían enviar esos destellos
metálicos que dominaban la voluntad de sus víctimas. ¿Era el coma el efecto
de una lesión o la acción de Juan? ¿El espíritu había subordinado al soma, la
carne había sucumbido bajo la influencia de un espíritu más potente? ¿Esa
era la ventaja de Juan?, ¿o su virtud? ¿Cuándo el hombre despertara, si es que
lo hacía, seguiría siendo un Adverso?
Aquellas cavilaciones le trastornaban. Sintió un leve ruido a sus espaldas.
Era Juan parado a la puerta Miraba al Adverso y, en el rictus preocupado
Daniel sorprendió un atisbo de pena. Se sentaron mirando al paciente.
-¿Qué le dijiste? ¿Qué le hiciste? – preguntó sorpresivamente Daniel.
Juan se sobresaltó. Respiró hondo. Quedó en silencio por un largo tiempo.
Al fin se encogió de hombros, luego dijo:
-No lo sé bien. Le hablé. Lo hice pensar…lo hice sentir.- se interrumpió,
abrió los brazos rindiéndose y agregó: no sé ni porqué lo hago. Solo siento el
impulso…
- Entiendo…pero alguna teoría hay…
- En todo carácter hay una estructura. Esa estructura se maneja con lógica.
Esa lógica depende de premisas y éstas de la información, pero dicha
información no es objetiva, está tamizada por nuestra estructura emocional
y, hasta cierto punto la misma depende de nuestra conformación genética.
La mente, sea cual sea su configuración, aceptará una u otra información y
establecerá los parámetros de su conducta. No hay en esto diferencia entre
un Adverso y un ser humano común.
-Pero…?
- Pero la configuración del Adverso no habilita la instalación de otros
sentimientos. No sentirá amor, no sentirá culpa por lo que hace, no tendrá
eso que llamamos escrúpulos… no hay límites éticos, es la moral de un
protozoario.
- Juan, te puedo citar un millar de casos de seres humanos que sin ser
adversos encajan en tu descripción.
- Si, pero estaban equipados para que se instalaran esos sentimientos. Falta
o fallas de educación, experiencias negativas…todo eso… lo evitan o lo
El ojo de la aguja
231
cambiaron, pero el Adverso no tiene esa posibilidad. Hay que instalársela.
No es imposible, pero se requiere un impulso muy potente. Creo que esa es
mi ventaja y creo que se puede transmitir a otros.
- Pero los Adversos también tienen un potente impulso para reclutar seres
humanos. El proceso de degradación hacia las características de los adversos
puede ir a mayor velocidad que si dependiera tan solo de la transmisión
genética. No será igual que un adverso, pero a los fines prácticos…
Juan asintió con preocupación. Inesperadamente se levantó..
-Debo prepararme para irme – dijo, y agregó: Daniel, ahora comprendo
que ya no hay mucho tiempo. Luego te explicaré.
Salió rápidamente.
Stupk lo vio perdiéndose por los pasillos y por un instante sonrió. No
podía evitar que le causara gracia la forma que tanto él como Juan intentaban
dar a cada suceso extraordinario una explicación que cuadrara con la formación
científica que compartían. Por todos los medios y con muchos rodeos
intentaban evitar la palabra milagro.
Las explicaciones con Edgar no fueron tan difíciles como Daniel preveía.
El Rector, al igual que muchos otros que había tratado en esos días turbulentos
parecía tener una visión de la realidad a la que Daniel estaba ajeno o más bien
que, conociéndola no reconocía su gravedad.
Edgar no tan solo aceptó con facilidad las probabilidades del fenómeno
del clonado y los hechos que estaban ocurriendo, sino que, al igual que Ana
sentía que la condición de Juan podría ser una puerta de salida para una
situación insostenible para la humanidad. No pudo evitar, de todas maneras,
introducir una humorada para quitarle dramatismo a la situación.
-Cristo…eh?, ¡hum!, me vendría bien para meter en caja a todos esos
delincuentes que vos tratás como si fueran alumnos.
- Edgar…por Dios
-Bueno, está bien. Es un decir. ¿Y ahora, cómo sigue?
- Ahora te quedás aquí cómodo y calentito y luego te vendremos a buscar.
Pero contrariándolo Edgar con un reniego comenzó a levantarse de la
cama..
-¡No, no!…Hay que descansar, Edgar – le amonestó Daniel alarmándose
al verlo ya de pié al borde de la cama..
Edgar encontró la ropa en un armario y comenzó a vestirse sin hacerle
caso..
- Daniel, voy a volver al trabajo. Estoy “peor que nuevo”. Ese amigo tuyo
creo que me arregló hasta una gastritis que tengo desde que me hice cargo de
Omar Barsotti
232
la dirección de ese burdel al que pomposamente llamas Universidad. En el
viaje te voy a contar mis conversaciones con esos tarados del Ministerio.- se
sacudió con seriedad la ropa que si bien estaba seca lucía bastante sucia.
Daniel se resignó con alegría. Fue en busca de un médico quien se quedó
asombrado del buen estado de salud de Edgar y le dio el alta.
- Ud. no lo va a creer, Dr., pero yo tenía un cuchillo clavado aquí y un tiro
por algún lado – explicó Edgar y agregó en tren de confidencia: le puedo
recomendar un tipo, Dr., que desde la puerta, sin entrar, le puede sanar todos
los estropeados que tiene aquí internados con un solo pase de mano .Es
cuestión de arreglar.
- Edgar, ¡por favor! – protestó Daniel.
El médico lanzó una carcajada y se retiró.
De pronto les llegó el apagado eco de voces y corridas. Daniel se asomó
al corredor y Damico, que pasaba corriendo, le advirtió:
- El adverso se escapó…
Daniel corrió tras él en dirección a la entrada principal hacia donde
señalaban dos monjas enfermeras que no sabían si señalar o taparse los ojos.
Cuando salieron al jardín comprendieron los motivos del escándalo. El adverso,
totalmente desnudo caminaba por el prado lentamente en dirección a
una pequeña tropa de caballos. Sobre el verde intenso de los pastos el rubio
resaltaba por la blancura de su cuerpo y parecía pintado contra el fondo
verde oscuro del monte cercano. Se movía lentamente como en un trance,
mirando a un lado y a otro y, frecuentemente deteniéndose para rozar el
pasto fresco con sus pies desnudos. Varios curitas se pararon al lado de ellos.
Damico les ordenó que buscaran al adverso, pero desde atrás se oyó la voz
de Juan:
- Dejenló…
- Pero…- intentó argüir Damico preocupado
Juan le hizo señas para que esperara. Todos observaban fascinados el
espectáculo del hombre desnudo sobre el pasto verde y ya entre la tropilla de
caballos. Estos se mantenían tranquilos y luego, primero uno y luego otro y
después el resto rodearon al hombre quien tendió una mano suave hacia el
animal más próximo.
- Carajo- exclamó una voz preocupada al costado – son animales bastante
salvajes. No sé si…
Juan volvió a hacer señas para que hubiera paciencia. En el prado el adverso
acariciaba a los animales y estos le respondían con entera confianza.
- ¿Qué pasa?, – preguntó Daniel intrigado.
El ojo de la aguja
233
- Daniel, esos caballos detectan algo en el adverso. Estaría dispuesto a
creer que sienten la demanda de amor de ese hombre.
- ¿Siente la necesidad de amor? – insistió Daniel incrédulo.
- Dios lo quiera! En tal caso estamos en buen camino – respondió Juan
con alegría.- Damico - ordenó, dale su tiempo; después, que alguien se
aproxime, muy tranquilo, y lo cubra con algo.
Una hora después el adverso estaba instalado en su habitación. Desde su
cama podía ver claramente el paisaje y los animales estampados en este. Juan
se dio por satisfecho y partió con un aire de renovada confianza.
Damico puso a disposición de Daniel y Edgar un vehículo con chofer y
una buena porción de su guardia pretoriana. Se tomó tiempo para informar
de la novedad a Vriekers y, luego de sermonearlos un rato por la osadía, los
dejó partir con muchos preocupados aspavientos.
- Vamos primero a la Universidad a ponernos al día y como la gente. –
explicó Daniel mirándose la ropa aún embarrada.
-Estee, Daniel, prefiero que me dejes primero en mi casa. Tengo una
preocupación…- interpuso tímidamente Edgar.
-¡Ya! Edgar…está todo arreglado. Apenas te secuestraron Ana y Mansilla
se hicieron cargo. No te lo dije, pero tu madre está en mi casa y está muy
contenta.
- Carajo, Daniel, qué decirte….- Edgar se volvió muy interesado por el
paisaje y no apartó el rostro de la ventanilla por un largo rato.
Llegaron a la Universidad casi dormidos donde, luego de satisfacer la
curiosidad preocupada de los estudiantes y profesores, se refugiaron en un
vestuario instalado al lado del laboratorio. Daniel comenzó a vaciarse los
bolsillos y entre otras cosas encontró el pañuelo ensangrentado. Lo miró con
curiosidad hasta que recordó el incidente durante el rescate de Edgar. Pasó al
laboratorio y llamó a Mansilla.
- Dr.! Es una alegría verlo bien – Mansilla se interrumpió al ver la cara con
que Daniel observaba el pañuelo.
Daniel depositó la prenda sobre un platillo de cristal esterilizado. Se lo
tendió a Mansilla, respiró hondo y le ordenó:
- Dáselo al Dr. Jaunarena. Que haga un análisis de ADN. Que se tome su
tiempo, pero que me informe en cuanto lo tenga listo. En todo caso me lo
traerás. ¿De acuerdo?
Se miraron. Mansilla asintió, no se atrevió a preguntar de que se trataba.
Omar Barsotti
234
El ojo de la aguja
235
Capítulo 24
James Forbes se detuvo ante los grandes ventanales y dejó que su mirada
vagara por el espectáculo metálico del Rio de la Plata. A lo lejos, casi al filo
del horizonte, se movía lentamente el perfil negro de un barco petrolero. De
ahí hasta el muelle, solo un lago indistinto apenas moteado por algún velero
perdido en la soledad. Pensaba, como siempre, que tanto país era un
desperdicio. Lo pensaba ante el mar dulce y ante la pampa verde amarillenta
y las astilladas cordilleras; lo pensaba siempre con la misma intensidad e igual
reprobación: ¿qué hacían los argentinos perdidos en tales inmensidades?¿Qué
harían alguna vez con ellas?
Se volvió hacia el salón. En la impresionante mesa de directorio central
seis personas aguardaban con distintas expresiones y emociones. Mr. Ross,
Mr. Stanley, Mr. Trenton y Mr. Wat forman una troupe de pequeños muñecos
igualmente perdidos en la desolación, definitivamente inutilizados y con el
espíritu estropeado. Los miró con reprobación y aún cavilando se dirigió a su
asiento. Desde el otro extremo de la mesa dos personas observaban la escena
con expectación.
Forbes se permitió unos instantes mirándose las manos y luego, extrayendo
sus lentes de leer, se tomó unos buenos segundos en calzárselos y arrimar
prolijamente los informes hasta depositarlos bajo su mirada iracunda y
fastidiada.
El grupo de hombrecitos se removió inquieto. Stanley estaba comenzando
a desarrollar unos de sus tics, encogiendo los hombros y girando la cabeza
sobre su cuello como si quisiera desprenderla. Forbes le dirigió una mirada
entre inquisitiva y molesta y retornó a su lectura con la convicción de que
Stanley, inevitablemente, dejaría de encoger los hombros y comenzaría con
otra versión de su vasta variedad de tics.
- Bien – anunció por fin, estirándose las mangas luego de apartar los papeles.
Hizo girar su mirada por toda la concurrencia sin permitirse ni un pestañeo.
Solo el rastreo de unos pies inquietos acompañó su gesto.
- Bien – repitió frotándose la barba – Sres. ¡Qué gran porquería!
El silencio se profundizó. Ahora Stanley se estiraba las medias y luego se
enderezaba con un hondo suspiro mirando el techo.
Forbes revolvió aún las hojas mecanografiadas carentes de marcas y firmas.
Omar Barsotti
236
Con el brío del hastío las arrojó al centro de la mesa.
- Un apriete estúpido y carente de imaginación. Un intento de asesinato y
dos de secuestro. ¿Cómo se inició tanta mierda?
Stanley se sintió obligado a contestar:
- Forbes, el accidente no fue ejecutado por nosotros. Tampoco lo de ese
Rector de la Universidad.
- Bah! Por favor!
- No, en serio. Nosotros no...
- No importa. Sea lo que sea: ¿cómo empezó?
- Sr. Desde hace meses se discute en nuestro país la grave cuestión de la
clonación humana, generando mucha inquietud entre los analistas...
- Stanley - renegó Forbes -. Sintético, por favor: qué, quién, dónde y por
qué. ¿Estamos?
-Si Sr. Fuimos informados que aquí, en la Argentina un grupo de científicos
había desarrollado la técnica para clonar seres humanos. No es excepcional,
pero en casi todo el mundo, menos en China, obviamente, se logró acordar
con gobiernos e instituciones científicas para detener investigaciones similares.
¿Porqué? Por que no sabemos si es controlable. Bueno, eso produjo inquietud...
Forbes se levantó y luego con deliberada lentitud se aproximó a Stanley.
- Stanley... ¿podremos saber quienes son los inquietos.?
Stanley se retorció, sabía que iba a llegar ese momento, Forbes no se deja
convencer por elegantes fórmulas de ocasión, necesita la información precisa.
- No lo sé – responde Stanley fregándose la nuca con tanta energía que
puede llegar a sacar humo.
-¿Alguien lo sabe? -inquirió Forbes levantando la cara apuntándoles con
la barbilla.
El silencio podía cortarse en rodajas. Forbes miró todas las caras una por
una sin poder retener la mirada de ninguno de sus interlocutores.
-Nadie – afirmó con filosa suavidad - Ya veo -.Sacudió varias veces,
pausadamente, su cabeza de león, para arriba para abajo, sin separar los ojos
de los otros.
Barney era el más viejo del conjunto. No tan solo de edad, sino en esas
lides. Había escuchado con atención los informes y, si le hubiera quedado un
resto de capacidad para sorprenderse lo hubiera hecho, aunque fuera para
variar, pero estaba acostumbrado a los operativos misteriosos que se originaban
no se sabía bien donde y prosiguen luego su curso automático sin que nadie
pueda explicar el origen. Cuando Forbes fue requerido para viajar a la Argentina
a hacerse cargo de una situación que se proyectaba como un embarazo
diplomático, primeramente convocó a Steve Barney y le puso a colectar todos
El ojo de la aguja
237
los antecedentes. Cuando éste le informó la naturaleza del problema resolvió
traerlo consigo. Si alguien podía moverse en esas ciénagas era justamente
Barney quien ahora estaba reclinado sobre su butaca, con una mano
sosteniendo su cara y mirando al conjunto con amarga sorna. Cuando
comenzó a hablar no abandonó su posición.
- Lo que tenemos entre manos, señores, es un caso muy común de
operación independiente por encargo. Nadie en el Ejecutivo toma la
responsabilidad, ni acepta tener noticias. En la Legislatura, en las comisiones
respectivas, unos pocos representantes alegan conocerlo por rumores y el
resto se encuentra cómodo en el limbo gozando de la gracia divina. Ergo,
quedan Uds. Solos, abandonados, responsabilizados y señalados como chivos
expiatorios de otro traspié de la política exterior norteamericana. Sin contar
que si Daniel Stupck hace público lo sucedido serán Uds. los primeros en ser
lanzados a los leones, escarnecidos y vergonzosamente extraditados con muy
malas notas en sus expedientes y un retiro reducido al nivel de un sorete.
- ¡No tengo porqué soportar! – gritó de pronto Wat poniéndose de pié
exhibiendo un gesto de dignidad herida en el rostro anguloso.
- Siéntate, Wat, no seas estúpido – gruñó apenas Forbes sin molestarse en
mirarle.
Wat cayó sobre su butaca con un sonido de pera excesivamente madura.
Barney ni se había dignado interrumpirse o mirarlo, proseguía casi
monótonamente poniendo en orden la información demostrando que sabía
de qué hablaba. Cuando terminó. Stanley había recorrido todo el repertorio
de sus tics y ahora se rascaba las piernas con la pasión y el dolor de un perro
sarnoso.
- Gracias Steve – dijo Forbes – Sres. Ahora veamos: primero, Ud. Stanley
dio el paso inicial en una reunión convocada en forma urgente en la embajada
con la presencia de un par de zoquetes de la CIA aquí presentes – señaló a
Wat y Ross. El embajador fue conminado a dar todo el apoyo necesario y a
solicitarlo del gobierno local en el Ministerio del Interior. ¿Estamos? – hizo
una pausa hasta lograr un renuente asentimiento – Luego, aparece el FBI en
la figura de Trenton y entre los cuatro dieron legitimidad a la operación ante
la Embajada. ¿Fue así señor Embajador?
- Di por legítimo lo que se me pedía. Pero, en realidad debe invertir un
poco la cosa, debe agregar al Ministerio del Interior como parte del grupo de
presión. Supuse que estábamos en orden. No obstante, mientras estos
hombres cumplían con su supuestamente legal obligación, pedí instrucciones
a Washington. Nadie sabía de qué estaba hablando.
-¿Y qué hizo, entonces?
Omar Barsotti
238
- Llamé al Sr. Stanley y le pedí más detalles. Sacó adelante la cosa de la
“operación secreta”. Le advertí que en el Departamento de Asuntos Exteriores
esa operación no existía. Me respondió que eso era lógico. Yo no tenía porqué
saber más. Les advertí que serían responsables de cualquier contingencia que
generara su accionar. Hice una nota oficial denegando toda responsabilidad
de la embajada.
- Ya habían tenido una conversación con el Dr.Daniel Stupk – agregó el
embajador - quien los lanzó con cajas destempladas. El Secretario de la
embajada que habían reclutado me lo confesó. La actitud del profesor le
había asustado. Volví ha hablar con Stanley, tuvimos una áspera discusión,
casualmente, fíjese Ud., quedó grabada – el Embajador dejó caer una sonrisa
angelical espiando la reacción de Stanley.
-¿Y bien, Stanley? – insistió ahora Barney poniendo ambos codos sobre la
mesa y mirando al aludido condescendientemente.
Stanley tuvo un súbito acceso de picazón debajo de la barbilla.
- Vamos, Stanley, estás atrapado. Tú empezaste la cosa en la Argentina.
¿Quién? esa es la pregunta que debes contestar. Siento decirlo, pero no
podemos pensar ni por un instante que tu cerebro de pajarito haya ideado la
operación, aunque francamente no fue ninguna maravilla.
- Forbes – gimió dolido Stanley buscando respaldo.
- Es cierto Stanley, aunque lo de cerebro de pajarito es una exageración,
yo hubiera dicho mosquito. -de pronto el rostro de Forbes cambió, los ojos
fulguraron y se estrecharon: ¡Contesta por todos los demonios!- gritó al rostro
de su interpelado.
- Fue un pedido de las altas esferas -balbuceó Stanley sobresaltado.
- Bah! – exclamó Forbes con hastío – no me vengas con boludeces. Barney
te lo ha puesto en blanco y negro. ¿Quién? ¿Quién?, contesta a eso, nada más.
- No puedo decirlo, Forbes, sabes como son estas cosas – la voz de Stanley
se aflautó lastimosamente..
- No. No lo sé. Dímelo tu, picarón.- se burló Forbes apretándole una de
las mejillas.
- Me llamaron al Departamento de Estado. Me entrevistaron y me
plantearon un problema.- Stanley se frotó la mejilla con un gesto infantil
-¿Cuál?
- Debía evitarse a cualquier costa que el Dr. Daniel Stupk continuará con
sus investigaciones sobre la clonación humana.
- ¿Y?
- Me pareció importante, imagínense – dijo dirigiéndose a la concurrencia
con aire contrito – ¿qué puede pasar con la humanidad?.no es ético.
El ojo de la aguja
239
- Ah! ¡Por Dios! – Forbes se había parado y miraba a Stanley con una
mueca de total incredulidad.
Barney estalló en una carcajada.
- ¡Oírte hablar de ética, Stanley! Eso sí que no me lo esperaba.- dijo cuando
pudo dejar de reír – Tu ética quedó en un retrete de Vietman hace ya muchos
años - hizo una pausa – Muchacho no entiendes, te han dejado en la estacada
a vos y a tu armada Brancaleone. ¿No entiendes? Te tiraron el fardo. Te
incineraron. No te van a despedir, te van ha jubilar por tarado y te van a
encerrar en un manicomio de por vida.
El agente de la CIA se había olvidado hasta de sus múltiples tics. Echado
hacia atrás en la silla miraba a Forbes, quien, mientras Barney hablaba volvía
a aproximársele.
- ¡Vamos! Vamos! Vamos! Stanley – bramó Forbes de repente cicateándolo
con palmadas que sonaron como disparos a cinco centímetros de las narices.-
¡Vamos con ese nombre ! ¡Deja de hacerte el estúpido!
Stanley se tornó espantado hacia los demás sin encontrar otra cosa que
miradas baldías. Trataba de expresarse con un tartamudeo ininteligible mientras
su rostro adquiría una peligrosa tonalidad purpúrea. Forbes miró a Barney
frunciendo el ceño. Barney se inclinó, llenó un vaso de agua y lo puso al
alcance de Stanley.
- Vamos, hijo, toma un poco y serénate. Te escuchamos.- acotó con
conmiseración.
Stanley asintió mientras se llevaba la copa a los labios.
- No es culpa mía – argumentó con aire lacrimógeno – Uds. saben como
es. A veces se arrima un Senador o un Representante y nos pide algún favor.
Uno no puede negarse y – se interrumpió mirando a Forbes que lo miraba
con feroz reprobación – Está bien. Estas cosas ocurren, Forbes. Como decía,
hay personas a las que uno no puede decir que no, ni recitarle el reglamento.
- ¿Quién?, por ejemplo.
- El Senador Ripley. Fue en el departamento de Estado, en presencia del
secretario del Ministro. Me lo pidieron como un favor especial. Exigieron
reserva. Alguno, me pareció, mencionó al Sr. Presidente. Me habían elegido
– agregó con un hilo de voz en la que trató de introducir un reproche por su
orgullo herido.
Barney se echó atrás en su silla suspirando. Siempre buscan a un débil
como Stanley para estas cosas – pensó -. Lo atienden bien, lo hacen acudir a
una oficina importante, lo adulan, le hacen el favor de tratarlo de igual a igual
y al fin consiguen lo que quieren. Si las cosas salen mal el tipo es descartable.
El pobre Stanley estaba tan deseoso de ganar reconocimiento que no cayó
Omar Barsotti
240
en la cuenta de que lo estaban usando.
Forbes se había vuelto a sentar con los codos sobre la mesa, las manos
cruzadas bajo el mentón y la mirada clavada como un puñal en la cara inconsolable
de su acusado. Al final de un tiempo que para aquel fue inacabable
dirigió la mirada hacia la pareja de la CIA.
- Y Stanley los reclutó a Uds.
Ross echó los hombros para atrás descubriendo el pecho luego se cruzó
de brazos con el cuerpo enhiesto.
- Señor- pronunciaba las palabras untuosamente como si hiciera un discurso
en un velatorio – Debo aclarar que dependo de mis superiores de la CIA. He
escuchado con respeto y atención, como pudo Ud. observar, pero, sin ofender,
su autoridad no me alcanza.
- Ross. Maldito pelafustan! – lo interrumpió Forbes mordiendo las palabras
– Estoy aquí por orden directa del Presidente de los EEUU a quien media
docena de científicos de los más destacados de nuestra Nación le fue con la
queja y un relato de lo sucedido. Como Uds. son ineficientes hasta para hacer
macanas y el Dr.Daniel Stupk no es un genio al pedo, los localizó en la
Embajada. Ahora bien, pedazo de mierda, ¿le alcanza con la autoridad del
Presidente?
- Por supuesto – respondió Ross manteniendo un gesto cómicamente
digno – pero quiero que mi responsabilidad quede a salvo. No sabía que
Stanley no estaba legalmente autorizado.
- Hijo de puta! – gritó el aludido poniéndose de pié.
Se suscitó una gritería entre ambos hombres a la que se sumó el compañero
de Ross. El Embajador, escandalizado, se dirigió a Forbes sorprendiendo en
éste una sonrisa divertida mientras le hacía señas para que se sentara tranquilo
dejando que el trío prosiguiera su destemplada discusión. Luego de un rato
le puso fin Forbes con un puñetazo en la mesa.
- Silencio!-bramó y dirigiéndose a Trenton le interrogó con un gesto.
Trenton se encogió de hombros. Toda la escena le había consternado.
Abrió los brazos y acotó:
- ¿Qué decirle, Mr. Forbes?, caí en la trampa.
- ¡Bah! – contestó Forbes – Eso se lo contará a su jefe en Washington. Yo
no le creo y no diga más, hágase un favor.
Trenton se mostró contrito pero eligió el silencio. Ese Forbes no era un
tipo fácil. En cierta forma pensó que la sacaba barata.
- Señores. Esto se da por terminado. Una sola cosa más Stanley – agregó
apuntando con el índice - Falta algo, la conexión local entre Uds. y el Ministerio
del Interior argentino.
El ojo de la aguja
241
Stanley se restregó las manos nerviosamente. Al fin recuperó su lengua y
musitó: Un diputado nacional – ante un gesto de Forbes agregó rapidamente
– Macgregor. Le dicen “El Inglés”-
Burney bufó tomándose la cabeza.
-¿Quién es ese ?– preguntó Forbes.
-Luego te informo, Forbes.
Forbes aceptó. Se instaló el silencio. Forbes recibió de Barney un maletín
del cual extrajo cuatro pasaportes..Los puso sobre el centro de la mesa y dijo:
-Ahora bien, Uds. se irán a su hotel, hacen las maletas y esperan a que les
alcancen los pasajes, clase turista esta vez y derechito a casa. Nada de llamadas
telefónicas. Dejen los celulares sobre la mesa y cada vez que vean un teléfono
cerca apriétense un testículo. Nada de andar con cuentos. No se comunican
ni con sus familias. Se presentaran ante sus jefes inmediatos quienes les
informaran que quedan en disponibilidad. Quizá a alguno se le pase por la
cabeza ir para otro lado. En tal caso ya saben, puede que escapen como
puede que engrosen las estadísticas de NN. Personalmente me gustaría lo
último - terminó en tono amenazante - ¡Largo ya!
Los cuatro condenados hicieron un rápido mutis por el foro y ya afuera
continuaron su discusión.
Forbes levantó ambas manos en señal de paciencia.
- Si no fuera por sus efectos estos tipos serían cómicos – agregó,
señalándole al embajador un apartado con sofás y una mesita – Barney ven
con nosotros, invitó.- se sentó con un suspiro - Sr. Embajador, gracias por su
apoyo.- agregó con aprobación.
El Embajador levantó las manos quitando importancia al episodio. Al
sentarse se alisó la blanca melena. Forbes lo estudió. Comprendía que el
gesto era una forma de darse tiempo para pensar. El Embajador Neil no
estaba preocupado ni por su melena ni por la raya de los pantalones que por
unos segundos acomodó prolijamente.
- Sr. Embajador. Tenemos que arreglar de alguna forma esta embarrada.
¿Qué sugiere?
- Hablar con el Dr. Stupck, tengo amigos que le conocen. Tengo referencias
del hombre, conviene contarle la verdad, no resultaría nada bueno el mentirle.
El no me presentó quejas personales, pero me llegaron como una advertencia
luego de que se solicitara el apoyo de varios científicos en EEUU. Supongo
que eso originó su intervención, Forbes.
- Así fué. Me gusta la idea, necesito hablar con ese hombre.
Omar Barsotti
242
- Forbes. No entiendo que pasa. ¿Qué tan importante era que Stupck no
siguiera con sus experiencias? Y de qué experiencias estamos hablando?
Forbes se revolvió en el sillón. Se levantó sin contestar, fue hasta el
bargueño y volvió lentamente con vasos y una botella de Bourbon. Sirvió
con parsimonia y luego fue en busca del hielo. Su silencio comenzaba a
ser molesto. El embajador se sintió obligado a aclarar:
- Si no debo saberlo, no me lo diga.
- Lo sabrá de todas formas. ¿Está bien así ?– agregó señalando el vaso de
Neil.
- Hum... me ha puesto nervioso, haga un doble.
Forbes sonrió con cansancio. Se restregó los ojos y luego, mirando a Barney
hizo un gesto traspasándole la responsabilidad de hablar. Barney se acomodó,
respiró hondo y dirigiéndose al embajador preguntó:
-¿Que tan enterado está de este asunto de la genética?
- Un poco más de lo que puede leerse en los periódicos y, por supuesto
después de lo de Dolly, bastante sobre la clonación.
- La clonación. Esa es la cuestión. Hay quienes están ensayando con la
clonación humana. Honestamente resulta horrible tan solo imaginar lo que
puede llegar a ocurrir cuando se alcancen las facilidades para duplicar personas.
De todas formas ocurrirá, si es que no ha ocurrido.
El embajador se mostró sorprendido.
- Pero y el Inglés? Sé algo de ese tipo. Nos ha traído problemas en el
pasado. Ha intentado coimear empresas americanas y otras cosas similares.
Maneja un lobby muy extenso en el Congreso. ¿Pero qué le importa a él la
genética?
- No sé embajador. Tendremos que averiguarlo. Quizá sea un enlace local
de Ripley, pero tengo la impresión de que es al revés.
-¿Cómo al revés?
- Ripley es el enlace americano del Inglés. La operación parte de acá.
Barney, muy silencioso evidenciaba preocupación. Forbes levantó el
mentón con una mueca de pregunta. Burney se despeinaba rascándose la
nuca.
- El Inglés, entre otras cosas, se ha convertido en un activo operador del
Panzer Group. Se trata de un grupo financiero alemán que intenta darse aires
industriales. Ha comprado algunos laboratorios de mediana importancia en
Europa, lobbea enérgicamente en toda Europa con mucho marketing y
grandes atenciones a los políticos. En poco tiempo progresó hasta ubicarse
como una de las empresas más importantes de Europa con operaciones en
EEUU y el Japón. Poca monta aún, pero lo suficiente para demostrar
El ojo de la aguja
243
crecimiento y inducir un fuerte valorización de sus acciones que están muy
demandadas por los que operan con fondos de inversión en los paraísos
fiscales. Por una cuestión de patentes se introdujo en nuestro Congreso con
mucho éxito. Son unos tipos eminentemente generosos, irresistibles, diría yo
– agregó haciendo el gesto de dinero con la mano derecha.- sospechamos
que hay dinero del narcotráfico.
-Y los alemanes se lo comieron?
- Sr Embajador, nuestros socios europeos, especialmente los teutones no
hacen asco a nada. El Panzer parece que les ha caído como llovido del cielo,
sus operaciones con el gobierno han permitido lavar muchas conciencias
sucias. Los partidos políticos lo adoran y el establishmen ha encontrado que
el Panzer ha solucionado su problema sectorial de desempleo. Grandes
sueldos, muchas facilidades, cuentas de gastos interminables, posibilidad de
emplear toda la parentela. ¡Uf! son realmente seductores.
- Comprendo... pero ¿qué busca el Panzer.?
- El Panzer Group se interesa entre otras cosas en la genética. No ha
desarrollado nada en ese sentido, pero les gusta comprar todo hecho.
- Entiendo, quizá esta empresa piensa que si el Dr, está por descubrir algo,
mejor lo hace para ellos. Tiene sentido. ¿Lo de la clonación humana es posible?
- Es muy posible. No tenemos información fidedigna pero sí trascendidos
serios. Se ha hecho o está por hacerse. Es imposible de evitar, por otra parte.
Pero el caso del Dr.Daniel Stupck contiene un ingrediente más definido, más
serio, más preocupante.
Barney se interrumpió buscando las palabras y por fin se decidió tomar el
camino directo:
- Ha trascendido y espero que sea una invención, que el buen doctor tiene
el encargo de hacer un clon de alguien muy especial.
El Embajador quedó como si no comprendiera.: alguna extravagancia
ideológica, supongo – arriesgó.
Barney denegó con la cabeza lentamente.
- Jesús - aclaró y agregó: Jesucristo, El Mesías, el hijo de Dios.
- ¡Por Dios!
- Esta vez Dios parece que no tendrá nada que hacer. Lo haremos casero
como quien dice – aclaró Forbes desde dentro de su vaso de whisky.
Cuando Forbes quedó solo volvió a su observatorio en los ventanales.
Los cristales le devolvían su imagen y se halló mirando sus propios ojos y
sintió como si estuviera viendo sus propios pensamientos. Pensó que eran
unos ojos cansados con los que había visto más de lo que podían soportar y,
Omar Barsotti
244
ahora, fuera del frenesí de la acción, los notaba tristes. Dos presidentes habían
acudido a él sistemáticamente para intervenir en situaciones límite originadas
en operaciones no autorizadas, llevadas a cabo por funcionarios que abusaban
del poder que les confería su pertenencia a algún estamento del Estado más
grande del planeta. Con tal cobertura todo se les facilitaba y el éxito les traía
nuevos encargues. Crecían como hongos en todas las dependencias que habían
estado involucradas en la guerra fría. Tenían fuertes conexiones dentro y
fuera del país y estaban protegidos por un espíritu corporativo con el que
contaban para protegerles las espaldas. Conocían demasiado de las trapisondas
internacionales del gobierno y eso les servía como garantía de tolerancia.
Estaban a sueldo del Estado pero cada uno de ellos buscaba hacerse una
extra. Se vendían barato, no sabían hacerlo de otra manera. Sus trabajos eran
generalmente chapucerias y tan solo la ingenuidad y el temor de sus víctimas
les permitía salir indemnes. Trabajos directos: incriminar a inocentes, espiar
la vida de dirigentes políticos molestos, extorsionar, intimidar, colocar una
bomba sin medir las consecuencias, secuestrar, asesinar, todos trabajos sucios,
cobardemente ejecutados, todo con patente de corso de la Gran Potencia
Democrática. Un poco de escándalo periodístico, una corta y saludable espera
y luego a empezar con otro.
Terminó el licor con un sorbo y depositó con violencia el vaso sobre la
lustrada mesa de directorio.
Forbes salía a cazarlos por todo el mundo munido tan solo de la autoridad
presidencial. Desarmaba sus operaciones, los mandaba de nuevo a casa y allá
siempre algún político lo rescataba. Un poco apaleados, pero, siempre,
dispuestos a seguir medrando y cada vez más envalentonados.
Barney se detuvo a la entrada del salón y carraspeó para llamarle la atención.
- Pasa Barney.
- Mierda, Forbes. ¿Qué estamos haciendo nosotros aquí.?
- Eso me preguntaba. ¡Pero qué remedio!
- El sistema está fuera de control Forbes.
- El sistema no tiene objetivos, solo automantenerse. Estamos igual que la
Unión Soviética pero con algo más de plástico y technicolor... ¿Cómo te
enteraste sobre la clonación de Cristo?
- No fue mi habilidad, alguien está filtrando información de ex profeso.
Viene elaborada: enunciado, conclusión alarmante y acción.
- Si. El viejo método, fabríquese un culpable y reclútese a los linchadores.
¿Justicativos?: riesgo de caos, populismo, indisciplina, desconcierto y sigue la
monserga. Lo he visto tantas veces que no entiendo como es que aún funciona.
Es la profecía autosatisfecha que termina creando represión y mártires y
El ojo de la aguja
245
finalmente otro movimiento subversivo liderado por impostores que
aprovechan la ocasión para crear su propia y personal operación lo que justifica
el movimiento inicial. Y ahí estaremos metiendo baza nosotros.
- Más que baza, dólares. Es un buen negocio que viene de inicio
completamente armado, con materia prima, proveedores y consumidores
incluidos.
-¿Será cierto lo de Cristo?¿Es posible? ¿o es una fantasía?
- Tres preguntas es mucho preguntar, Forbes – replicó Barney
inopinadamente molesto.
-¿Y bueno? – insistió Forbes a pesar de haber detectado el fastidio en el
otro.
- Si no se le atribuyera al Dr. Daniel Stupck diría que es una superchería.
Pero cuando veas los informes sobre él empezarás a creerlo. Salvo que se
haya chalado. No. No sé si es posible, pero no es una impostura.
-¿Pero no necesitan una base material para la lectura del código?, esas
cosas.
- Es lo primero que nos preguntamos. Desechando que sea una ficción
hay varias hipótesis: alguien encontró un cadáver de dos mil años con señales
de crucificción. Hubo un caso en 1968. En ese año los constructores israelíes
iniciaron excavaciones para un complejo habitacional a escasos dos kilómetros
del portón de Damasco de la antigua ciudad de Jerusalem. Hallaron osarios
de caliza con restos humanos. Uno muy completo pertenecía a un crucificado.
Por inscripciones halladas en el mismo lugar se conoce su nombre: Jehohanan.
Su muerte se fecha en el comienzo del primer siglo. Algunos estudiosos
piensan que es un líder de la revuelta del año 7. Nadie sostuvo que fuera
Cristo, pero tampoco se negó. De todas formas sirvió para comparar con la
imagen del Sudario de Cristo. No hallé ninguna aclaración o razones para no
pensar que Jehohanan fuera Jesús, me extrañó tanta discreción. Uno podría
esperar algún grado de especulación..
Forbes lo observó sin poder disimular una semisonrisa, al fin observó:
- Has estudiado mucho,Barney.
Barney se revolvió un poco molesto, pero no se interrumpió:
- Bien. Quizá lo sea y alguien tuvo interés en ocultarlo. En 1968 la clonación
ya se pensaba posible. Imagino a interesados en conservar las partes menos
deterioradas del cadáver para algún día usarlo para la lectura genética. O
bien, se guardaron de revelarlo para protegerlo o evitar conmociones religiosas.
Jesús, según recordarás de tus remotas clases de catecismo, subió al cielo en
cuerpo y alma luego de resucitar. Imagina, que embrollo explicar que su
cadáver estaba aún en un osario casi dos mil años después. Sería un tránsito
Omar Barsotti
246
un poco lento, ¿no te parece?
El timbre del teléfono lo interrumpió. Forbes atendió, escuchó un
momento, asintió y colgó.
- El embajador ha tomado contacto con el Dr. Stupck. Tendremos esa
reunión. Conoces a Monseñor del Grecco?
- Casi he llegado a creer que es un mito. ¿Qué pasa con él.?
- Estará junto a Stupck... Pero prosigue... tenemos tiempo.
- Bueno... Aparte de esos restos del osario pudo haber otros. No tengo
noticias, pero cabe la posibilidad. Los romanos crucificaron a diestra y siniestra
y sin embargo el hallazgo de restos de ese origen es muy escasa, casi nula.
Pero bien, para completarte el cuadro, queda el Sudario. Este tendría restos
suficientes.
-¿Pero es el genuino Sudario?
- Se debate, pero parece que nadie lo sabe. Si lo fuera sería útil para el fin
que se persigue. Y es todo, punto y aparte.
Forbes quedó meditabundo. Barney lo observó con curiosidad. Sus trabajos
con Forbes eran frecuentes pero hacía ya un tiempo que no se encontraban.
Lo notaba distinto. Un tanto cansado y, sobre todo, triste.
-¿Y si lo lograran? – preguntó inopinadamente Forbes.
- ¿Qué ?
- La clonación.
Barney se encogió de hombros. ¿Qué podría pasar?Aún suponiendo que
se probara que fuera el genuino Jesús. Algo de exaltación. Un poco de
conmoción. Unos días de publicidad. Para algunos sería un símbolo, para
otros una blasfemia y, seguramente, para muchos un negocio. De todas formas
sería un niño. Pasarían muchos años para que se manifestara como el Mesías.
Si es que lo hace, si es que alguna vez lo hubiera sido. ¿Y qué podría hacer
más de lo que en su ocasión hizo?Ya había pasado su etapa de escepticismo
exasperado que siempre contiene un átomo de esperanza. Ahora, simplemente,
estaba convencido que la humanidad no sufriría sustanciales modificaciones,
no para mejorar, al menos.
Forbes interrumpió la corriente de sus pensamientos con otra pregunta:
-¿A los cuantos años Jesús comenzó a predicar?
- No sé – respondió Barney con ese poco de fastidio que trasuntaba
ultimamente – Pero a los treinta y tres lo crucificaron.
- ¿Cuánto tardaremos nosotros en hacerlo?
- Forbes, ya lo están intentando, ¡por todos los diablos!
Más tarde, mientras analizaba los informes sobre el Dr. Daniel Stupk, no
El ojo de la aguja
247
podía apartar de su mente la actitud de Barney en la que encontraba elementos
que la hermanaban a la propia: Cansancio, culpa, o quizá vergüenza. El
enemigo válido se había convertido instantáneamente en una nube de humo.
¿Quién era el Demonio ahora?¿Donde estaba? ¿En las acciones torpes y
desaprensivas de funcionarios aprovechados que degeneraran a la categoría
de mercenarios?
- Forbes... Forbes...
Frente a él estaba Barney mirándole con extrañeza.
- Lo siento... estaba distraído.- alegó tratando de justificarse.
- ¿Distraído? Parecía que estaba haciendo un viaje.
- Si, carajo. Me pasa cada vez mas frecuentemente. Pero no importa. Oye,
que personaje este Stupck! – agregó señalando un grueso legajo -rescatado
de las garras del nazismo junto a su padre... Huérfano de madre. Se recibe tan
joven que casi tuvieron que subirlo a una banqueta para darle el título. Biólogo,
Bioquímico, Genetista y para redondear médico. Me llamó la atención el
asunto de África. ¿Cómo es que va a parar allá?
Barney asintió con una semisonrisa
- Es la consecuencia lógica de una trayectoria. Desde joven participó en
todas las misiones médicas de paz de la UN. Para cuando fue lo del Ebola no
era ya un muchacho y tenía una posición muy sólida como investigador y
como empresario. Dejó todo y montó una verdadera organización arrastrando
a una importante cantidad de médicos de todo el mundo. Se dice que puso
un millón de su bolsillo. El virus del Ebola mutaba muy rápidamente. Vaticinó
que si no se detenía su difusión sería indominable. Como genetista estaba
interesado pero quedó pegado al drama que se desarrolla en la población
africana y no tan solo por lo del Ebola. Terminó metiendo una bronca en la
UN por la falta de ayuda y la tibieza y lentitud de sus reacciones. Fue un
escándalo de proporciones pero tu sabes como son esas cosas, es como
agarrarse a trompadas con un colchón de goma espuma. Se hastío, se disgustó
con muchos colegas y optó por seguir por las suyas, cosa que es muy propia
de él. Aún mantiene en Africa una eficiente organización dedicada a la salud.
Tiene mucha ayuda particular pero está definitivamente peleado con todos
los gobiernos del planeta.
- Lo que era de esperar de un tipo como él: solo contra el mundo.
- Así es. Por lo menos hasta el momento.
- Hasta el momento... Veremos que nos depara este personaje. Al menos
es un soplo de brisa fresca dentro de tanto bochorno.- se quedó mirando a
Barney con una semisonrisa en los labios y terminó palmeándolo en un
hombro y exclamando: Oye Barney, me parece que esta vez si va a ser distinto,
Omar Barsotti
248
y entretenido... manos a la obra.
El ojo de la aguja
249
Capítulo 25
El primer día fue en el edificio de la Investment General Inc., que no es
precisamente fácil de abordar. El hombre que se detuvo frente a la elegante
mesa de la Secretaría de la Presidencia del Directorio no estaba amilanado,
sin embargo. Se limitó a pasar una nota a la Sta. Ana Smiley que la recibió
con evidente reluctancia, mientras se preguntaba como el individuo había
podido pasar los innumerables filtros desde la mesa de entrada,40 pisos abajo.
Adiestrada para desalentar a los múltiples gestores y fabuladores que rondan
alrededor del dulce de cualquier gran empresa, mantenía a ultranza su máscara
despectiva. Pero esta vez se demudo. Miró al joven como si viera un fantasma.
Leyó varias veces la esquela en la esperanza de estar engañándose, pero una
y otra vez comprobó su contenido. Tragó saliva y en su rostro se cristalizó un
gesto de incredulidad y dolor. Juan sonrió con suave afecto. Su mano derecha
se posó la de ella. Ana Smiley se estremeció.
- No temas. Eso - señaló la nota - está perdonado. Lo que te condena es tu
altivez y falta de consideración hacia los demás. Abandona aquello que te
perturba y cambia tu actitud hacia tu prójimo y tendrás paz.
La Sta. Ana Smiley escondió el rostro entre las manos. Luego, respiró
hondo y sin levantar la vista dijo con voz apagada:
- ¿Quién se lo dijo?
- ¿Qué es más importante, el qué o el quién?
- Dios mío, no lo sé.- respondió abochornada
- Cuando lo sepas hallarás el camino - extrajo de sus ropas un grueso
sobre y lo entregó a la Sra.Smiley - Te ruego, alcánzalo al Presidente de la
Empresa.
- ¿Al Presidente?
- Si, el Dr. Carbone. Lo recibirá, seguramente.
La secretaria desapareció por una puerta lateral y retornó en unos segundos
con la cabeza gacha. Un minuto después la puerta se abrió de golpe. Un
hombre grueso, de rostro iracundo, en mangas de camisa, asomó bruscamente
mirando en rededor hasta fijar la mirada en el joven.
-Ud. –señaló a Juan descortésmente – pase – ordenó. Sin esperar se
introdujo nuevamente a su oficina.
Cuando Juan entró el Dr.Carbone leía por décima vez el contenido del
Omar Barsotti
250
sobre que le alcanzara la secretaria. Estaba de pié y no le ofreció asiento a su
visitante. Con un ademán brusco, sacudiendo el papel preguntó:
- ¿Cuánto?- habló con el desprecio reservado a quienes habitualmente
compraba.
- Un favor para mi y otro para Ud. – dijo Juan tomando asiento.
- ¿Quién le dijo que se sentara? – le increpó con un furor aumentado por
la sonrisa tranquila de Juan.
- Un favor para mi - aclaró Juan ignorando la pregunta - Tomará de su
cuenta de publicidad una cantidad suficiente para financiar dos programas
radiales en cada una en las radiodifusoras que le indicaré. Por tiempo indefinido
con una cláusula indemnizatoria en caso de suspensión del contrato.
Carbone le miró intrigado. Se irguió y echó la cabeza para atrás en el gesto
que más le había resultado en su vida empresarial para intimidar a sus
oponentes. Ensayó una mueca sarcástica.
- ¿Radio? ¿Programas? - gruñó con tono de mofa -¿Qué clase de estupidez
es esa? Le pagaré lo que haga falta y Ud. no aparecerá más por aquí. ¿Estamos?
¿Qué le impide tomar el dinero y contratar lo que se le antoje?
Juan le observó con curiosidad e, insospechadamente, con el afecto burlón
que se dedica a un travieso.
- Ud. sabe que la presencia de un importante anunciador facilita las cosas.
- Y me comprometerá. No lo permitiré... me entiende - Carbone intentaba
parecer recio, pero solo obtuvo una sonrisa condescendiente.
- Es Ud. débil Carbone. Tiene miedo. Ud. sabe cuan grave es en lo que
están metidos Ud. y su empresa. Cree poder comprarme o intimidarme, pero
comprado o intimidado Ud. sabe, y yo también, que no me puede dejar
sobrevivir sabiendo su secreto.
El Dr. Carbone se sentó lentamente tragando su falsa indignación y
sintiendo que el corazón se le sobresaltaba amenazadoramente en el pecho.
- ¿Dónde quiere llegar, en definitiva?- inquirió cautelosamente.
- Un favor para mi y otro para Ud., ya se lo dije.
- Qué le garantiza que no habrá represalias?
- Nada. Solo confío en que no me tome por un tonto. Siento piedad por
Ud., pero se que es un pillo redomado que esta dañando a mucha gente. No
sé si llegará a ser un asesino, pero es tanto lo que tiene en riesgo que me
inclino a pensar que por ser un hombre débil elegirá ese camino, ya que el
otro supone una gran fortaleza... Si opta por eliminarme tiene que pensar
primero que yo no estoy solo. Otros se harán cargo de denunciarlo. .
- ¡Hijo de puta!
- Dr. No empeore las cosas. Descanse, por favor. Ud. me concederá ese
El ojo de la aguja
251
tiempo de publicidad. Compre el espacio a nombre de la Empresa. Habrá un
contrato en donde se obliga a abonar por semestre adelantado con derecho a
renovación, y en aceptar cualquier programación que yo realice, sin
interferencias, sin dar explicaciones ni pedirlas. Ese es el favor para mí.
- ¿Y el favor para mí?
- Yo le daré tiempo. Nada más que tiempo. Ese favor se lo hará Ud. a si
mismo.- se puso de pié frente al escritorio, abrió el portafolios y volcó su
contenido a la vista de Carbone: solo un paquete de carpetas con fotocopias
de documentación, un par de CD y un periódico viejo con varias notas
señaladas con marcador amarillo. Una noticia resaltada en primera plana atrajo
la atención de Carbone que empalideció apretándose el pecho y negando
con la cabeza: Yo no tuve nada que ver con eso... Lo juro... .- intentó aclarar.
- Es consecuencia de su accionar. Lo suyo está grabado - dijo con repentina
firmeza - y según lo que haga, a su tiempo y lugar, lo haré valer, mientras
tanto recibirá el contrato esta tarde a las 16 hs. A las 16 y 30 un mensajero
pasará a buscarlo. Deberá estar conformado para cuando me lo retornen.
Caso contrario habrá una conferencia de prensa donde develaremos el misterio
del progreso de su empresa y su participación en diversos y deleznables
emprendimientos criminales.
- No puedo desarmar así nomás esas operaciones – arguyó señalando los
documentos.- Sería hombre muerto.- agregó con el rostro demudado.
- Lo sé. Cuando yo tenga el contrato dispondrá de información adicional
que hasta Ud. mismo ignora y que desalentara a sus asociados. Por lo menos
eso espero. Y, sino, lo protegeremos. Ya ve, no quiero verlo muerto, lo quiero
arrepentido. Veremos quien se atreve a tirar la primera piedra. Mientras tanto,
vea el contenido de esos CD, le ayudará tomar una correcta decisión y a
defenderse.
Con muy pocas variantes, en el mismo día, estos hechos se repitieron en
otras dos empresas de igual importancia.
Tres programas radiales, uno a la mañana, otro a la tarde y el último a la
noche comenzaron al segundo día en horarios preferenciales de gran audiencia
combinando informativos redactados en forma novedosa e interesante con
comentarios llevados a cabo por alguien que se identificó como Juan el
Mensajero. Los efectos se dejaron sentir inmediatamente. En esa gran caldera
que es Nueva York, contra lo que se pueda pensar, la indiferencia no existe y
una voz solitaria que informa concisamente es siempre apreciada.
Al tercer día un artículo de un prestigioso periodista de The New York
Omar Barsotti
252
Time lo demostró:
“Si el milenio trae sucesos extraordinarios este, que comento, deberá
contarse entre los más llamativos. Que a toda hora irrumpan en los medios
de comunicación profetas, pastores, y toda clase de predicadores, es cosa
común, pero el que hizo su aparición ayer en dos de nuestras más prestigiosas
radiodifusoras y en horarios de mayor audiencia, tiene algo de excepcional
que debo contarles. Empresas muy grandes los propician. No es que no
deban hacerlo, es que, contra lo acostumbrado, no se preanunció ni se
aprovechó para hacer algo de marketing.. El hecho es que disponer de seis
horas diarias en los horarios más preciados, debe tener algún significado.
Pero aún lo es más que, este hombre, totalmente desconocido, mantiene un
discurso que no está para nada en línea con quienes lo propician, aún más,
puede decirse que está en contra. Juan el Mensajero no ha aclarado de donde
proviene, revela sí profundos conocimientos de política y economía y los
expresa con tal soltura que sospechamos que, siendo el obvio resultado de
un buen equipo, él no es únicamente un excelente conductor y locutor sino
que tiene opiniones propias, adicionando el poco común talento de explicarse
de un modo claro y conciso al alcance de cualquiera. Accesoriamente conviene
destacar que el programa resulta ameno para el público en general y en especial
para productores e inversores pequeños que al fin disponen de
información a la que normalmente no acceden, es decir, la verdaderamente
importante. Algunas de sus revelaciones han conmocionado a Wall Street y
originado una carrera de consultas desesperadas por parte de los inversionistas.
Como culminación, el conductor repite sus editoriales en español, francés,
ruso y, ¡en el colmo del alarde! en chino y japonés. La políglota New York
está de fiesta.
Cuando Ud. comience a escuchar a Juan el Mensajero, en su programa
“La Aguja y el Camello”, tendrá motivos para inquietarse, sea un inofensivo
miembro de esa abstracción que llamamos el público o se cuente en las filas
de quienes se autotitulan fatuamente dirigentes. Para estos últimos el primer
mensaje contuvo una alusión a la soga en la casa del ahorcado Ha dicho
sucintamente que los liderazgos políticos, sociales y económicos están
condenados a fracasar sean del signo ideológico que sean. La sorda y creciente
resistencia de la gente a ser conducida, según opinión de Juan, está en relación
directa a que la estructura de la sociedad no ofrece motivaciones para sujetarse
a ninguna causa. De hecho, expresa Juan, la relación intelectual y emotiva
con los líderes políticos y sociales, que ha hecho históricamente posible
impulsar a los seres humanos a los grandes emprendimientos, aún a costa de
su vida y su bienestar, se ha quebrado sin un reemplazo o la alternativa de
El ojo de la aguja
253
una resistencia organizada. Simplemente no les creen y masivamente piensan
que son todos unos pillos. Sea por efecto de la globalización, de las mejores
comunicaciones, o de lo que fuere, cada vez más individuos ha perdido esa
pizca de ingenua esperanza que, antiguamente, hacia posible movilizarlos
con un par de mentiras bien expresadas y sostenidas. Ya, en su primera emisión,
brindó suficientes pruebas como para desalentar a cualquiera que quisiera
rebatirle. Para el público, según expresa, la dirigencia ha perdido el manejo
de la realidad la que está automatizada y sistematizada hasta el punto de la
irreversibilidad. Lo único visible, en su opinión, es una corporación indistinta
de aprovechados que simulan conducir a una masa de escépticos que simulan
ser conducidos. Saliendo de la generalización usual en esta clase de acusaciones
pasó a precisar con ejemplos que hicieron temblar los parlantes de los
radioyentes. Desde la redacción hemos intentado contactarnos con los
ejemplares mencionados: ninguno de ellos pudo ser hallado y algunos, según
hemos constatado, ya están fuera del país con destino desconocido.
Este periodista, con cuarenta años de profesión, no dará opinión, tan sólo
quiere decirles que si me encargaran refutar la mitad de los argumentos de
Juan no tendría para empezar. A la vez, debo confesar que no sé si estoy
asustado o satisfecho, solamente les digo que estoy ansioso por escuchar,
dentro de unas horas, el siguiente programa de La Aguja y el Camello”.
Uno de los más importantes corresponsales de la Nación de Bs.As. recogió
el guante Sus comentarios, luego de escuchar la Aguja y el Camello, fueron
los siguientes:
“Oímos de un fenómeno que está conmocionando el mundo financiero y
político en EEUU y por consecuencia en todos los centros financieros del
planeta, desde dos importantes radiodifusoras de Nueva York. Según los
programas anteriores, cuya grabación y correspondiente trascripción
aparecieron ayer tarde en mi mesa de trabajo, tenemos enfrente a alguien
poseedor de conocimientos e información de primer agua sobre la política y
la economía. No son cosas que ignoráramos, pero hasta ahora la mayor parte
era rumor, esa insidiosa verdad a medias que no sirve para probar nada y que
deja en el investigador serio una amarga sensación de futilidad. El Presidente
de los EEUU ha convocado de urgencia a sus secretarios y asesores, muchos
de quienes, si lo de Juan el Mensajero es el diez por ciento cierto, ya son parte
de la historia política y han pasado ser el presente de los estrados judiciales.
Ya no es un escándalo de aquellos a que estamos acostumbrados. El Mensajero
no utiliza el disparo de escopeta que hiere a todos sin matar nadie, esgrime
un poderoso rifle de caza con mira telescópica cuyos proyectiles tienen nombre
Omar Barsotti
254
y apellido. Y acierta con notable eficacia instalando el pánico en ese rutilante
zoológico en que se ha convertido el mundo de los negocios y la política.
Pero este hombre no se inscribe en el nutrido rol de denunciantes
profesionales que comercializan sus críticas. En el programa de la tarde de
ayer, que alcancé escuchar en directo, incursionó con notable idoneidad en
filosofía y religión y avanzó con una original teoría de las características del
poder y quienes lo ejercen. En su opinión todo poderoso es esencialmente
un ser débil y temeroso que necesita del poder para defenderse de la supuesta
amenaza que los demás representan para él. La ambición desmedida, nos
dice es una enfermedad del alma. Quienes la padecen no tienen sosiego ni
paz y, viendo a los demás en su mismo espejo paranoico terminan deduciendo
que la mejor defensa es un ataque, con lo que magnifican, aún más si cabe, la
total ausencia de ética en su accionar. Cuando más tienen en juego, mayor es
su carencia de límites morales ya que si el fin es prevalecer, los medios son
todos válidos. La pregunta que se plantea el hombre de la Aguja y el Camello
es qué hacer con estos enfermos que contaminan la vida humana, cuestión
que ha puesto histérico a más de un prominente empresario ya que, si bien el
Mensajero no ha respondido a su propia pregunta, la respuesta es obvia y
hasta ha comenzado a ser motivo de chistes y chascarrillos en la calle y material
para los cómicos profesionales. A la gente muy importante les aterra
estar en la categoría de enfermos y expuestos a la conmiseración pública.
¿Donde se va el prestigio de esa forma?¿Cómo seguir siendo importante
ante tanta humillación? . Por lo pronto, la información brindada ha forzado
la intervención de todas las agencias y dependencias del gobierno de contralor
y regulación y dará paso, con renuencia y con mora seguramente, a un incremento
de la actividad judicial ya sea porque algunos fiscales han decidido
investigar de oficio o que los implicados inician juicios por calumnia. Pero
sospecho que este efecto es, para el Mensajero algo secundario, y que se
orienta a otros resultados. Por el momento, esperemos y, como millones de
personas en este país estamos ansiosos por escuchar los próximos programas.”
Al cuarto día, las notas en los medios gráficos y televisivos informaban
sobre allanamientos a las radiodifusoras que transmiten el programa de Juan
el Mensajero. Una de ellas describía la situación de la siguiente forma: “Primera
sorpresa: Juan el Mensajero no transmite en vivo sino a través de grabaciones.
Por lo tanto los ejecutores judiciales no pudieron interrogarlo. Los
responsables de las radiodifusoras, adelantándose, los esperaban con recursos
judiciales protegiendo sus intereses y los del público. Segunda sorpresa:
Agentes del FBI y la CIA rondaban en los procedimientos en estado de total
El ojo de la aguja
255
estupefacción y desorientación, ninguno de ellos supo dar razón de su
presencia en el lugar. Abogados, jueces y fiscales se tropezaban en las entradas
rodeados por una creciente cantidad de curiosos de quienes recibieron una
perfecta rechifla desaprobatoria. En la radiodifusora donde la Aguja y el
Camello se transmite de tarde, la situación empeoró ya que los agentes
judiciales se encontraron con varias manifestaciones de apoyo al programa,
entre ellas, la más agresiva, una de agricultores y granjeros que afectados por
medidas del gobierno y la usual ferocidad financiera, están a punto de perder
sus bienes y suponen, no se sabe bien porqué pero lo intuimos, que Juan El
Mensajero puede ser su defensor. La policía intervino para evitar desmanes
y, sobre todo, para rescatar a los hombres de la justicia de lo que pudo terminar
en golpiza.”
A partir del primer artículo en que se hacia mención al programa de Juan
el Mensajero, el New York Time destacó un espacio especial a cargo de su
mejores columnistas para mantener informada a una creciente masa de ávidos
lectores..Al quinto día rezaba de esta manera:
“Esta vez el público estadounidense ha sido conmovido. La Aguja y el
Camello ofrece una gratuita gira turística trascendiendo los límites de los
touring a que accede el americano medio cuando sale de su país. Colombia,
por ejemplo, visto de esa forma no es justamente Disney World ni Bolivia es
Miami. Una cosa es un reposado paseo por las peatonales de Bs. As. y otra
ingresar al oscuro mundo de las villas miserias bonaerences o de Rosario.
Brasil, más allá de sus costas privilegiadas y alejándose de los pintorescos
morros infestados de favelas es una jungla feroz donde la principal pieza de
caza es el ser humano. Honduras y en general toda la región afectada por los
últimos huracanes presenta un cuadro de entropía social total carente de
asistencia y esperanzas. El americano medio, ha tenido hasta ahora una visión
pintoresca y de aventura hollywoodense de la miseria en otros países y, de
pronto, las vívidas descripciones de Juan El Mensajero impactan como una
revelación dolorosa El Mensajero ha apelado al sentimiento religioso de su
audiencia. Accesoriamente, ha desatado entre los centenares de cultos y sectas
una reñida competencia por captar el interés del público hacia estos olvidados
asuntos. Pero en la Aguja y el Camello, debo aclararlo con lealtad, no se
opera con el mero bombardeo izquierdista o a la tranquilizante piedad religiosa.
El Mensajero ha logrado ligar técnicamente la miseria de las regiones
subdesarrolladas con la plétora de los países centrales. Números y datos en
mano demuestra que la gloria de libertad y progreso de los países desarrollados
es una mercadería escasa que no alcanza para todos. El Mensajero nos pega
Omar Barsotti
256
un repaso sobre la explotación de recursos naturales que, en vez de enriquecer,
empobrecen a los pueblos que tienen la desgracia de poseerlos. Caucho, estaño,
cobre, metales y piedras preciosas, metales estratégicos, frutas tropicales y
cultivos industriales, nos hace recordar, fueron una maldición para los pueblos
que los poseen los que irremediablemente fueron reducidos a la esclavitud o
exterminados. Hoy, nos advierte, la globalización transfiere el nefasto recurso
del trabajo semiesclavo desde los países más atrasados a los que intentan
desarrollarse. Describe con ejemplos como los subsidios entregados a los
países más pobres pasan a engrosar los bienes de los funcionarios encargados
de repartirlos mientras que unas pocas migajas llegan en cuenta gotas a sus
legítimos destinatarios, a su vez los créditos de fomento generan ricas
comisiones para los funcionarios de economía del país receptor. Por otra
parte, la intensa concentración de la riqueza no demuestra capacidad para
crear más puestos de trabajo para distribuirla a través de salarios dignos. Lo
que se agudiza en los países en desarrollo, con lo que queda en entredicho la
teoría liberal capitalista y su subproducto, la ideología del determinismo del
mercado; todo lo que, al fin y al cabo termina funcionando a punta de cañón.
De hecho, lo que está demostrando este hombre es que la distribución no
coexiste con la riqueza y, en tal caso, la acumulación es una cuestión que
atañe tan solo a quienes son sus propietarios y no hay forma de hacer creer a
los desposeídos y excluidos que forma parte de su patrimonio. La acumulación
de riquezas concentra el poder. La concentración de poder, como ocurrió en
las naciones comunistas, concentra la riqueza y, en ambos casos, la democracia
se transforma en una entelequia. Por todo lo demás, al igual que antiguamente
se quería conformar a los pueblos con la grandeza de sus naciones, aunque la
mayoría de sus habitantes cursara por el hambre, hoy el desarrollo de
impresionantes empresas de todo tipo tiene el mismo valor que la construcción
de las pirámides. ¿A quién puede importarle en el mundo que los patrimonios
y activos de unos pocos de miles de empresas acaparen toda la riqueza del
planeta? .Comenzando a informar sobre como vive el resto del mundo más
allá de los exclusivos ghettos de privilegiados, el Mensajero no nos está
brindando acceso a ninguna novedad ya que ha sido motivo de debates en el
seno de la comunidad Europea en diversas oportunidades y es tema
permanente en la UN pero con un éxito exiguo cuya reiteración retórica tan
solo produce un mayor grado de escepticismo en la población.
Por el escabroso ángulo de las finanzas este hombre se mueve con la
fascinante soltura de un equilibrista de altura. Ha puesto en blanco y negro la
mayoría de las operaciones financieras que, bajo atrayentes modalidades,
El ojo de la aguja
257
permiten transferir gran parte del esfuerzo y el producido de los pueblos a
entidades que cuando se las revisa resultan agujeros negros que no devuelven
nada de la energía que reciben. Cita con acierto declaraciones de Mohatir Bin
Mohamad, en 1997, en la reunión del Banco Mundial en Hong Kong, cuando
este, por entonces, primer ministro de Malasia, describe los efectos del puro
tráfico de divisas como los de un negocio que no crea trabajo, ni brinda
beneficios a los países ni a sus pueblos y que a través de oscuras transacciones
sustrae a los pueblos el fruto de su trabajo en un solo pase electrónico. Sus
dirigencias son descriptas, con acierto sin duda, como corporaciones de
mercenarios que magnificando su idoneidad se retroalimentan manteniéndose
en la cocina sin ser cocineros, ni abastecedores, ni otra cosa que cucarachas
que sobreviven a todos los regímenes dándose una fiesta con los manjares
mientras recitan puntillosamente los preceptos doctrinarios de los gurús de
turno. Su permanencia no es fruto de la capacidad, sostiene el crítico, sino de
la necedad a la que describe como negarse a conocer lo que es obligatorio
saber. Así, estos personajes, pese al aparente poder que detentan, no han
hecho, ni harán nunca, nada concreto para resolver la peligrosa mezcla de los
negocios lícitos con los ilícitos amparándose en una falsa dicotomía entre su
responsabilidad empresarial, la política y la social.
Una imagen sobrecogedora apenas se lo analiza: ¿quién conduce el barco
realmente si los capitanes y oficiales que están en el puente de mando son de
palo? Para el Mensajero estos especimenes son culpables del desdoroso crimen
de la obediencia debida. ¿Pero obediencia debida a quien?: A nadie, al
solo transcurrir de las cosas, sean buenas o perjudiciales, siempre que ellos,
volviendo al ejemplo de las cucarachas, puedan medrar. Tremendo golpe que
aún no ha tenido réplica y, creo yo, no la tendrá pues todos sabemos que es
irrefutable.”
Al sexto día todas las radioemisoras, de cualquier rango, recibieron por
Internet, información pormenorizada de los temas afectados por el Mensajero.
La mayoría comenzó a reproducirlos instantáneamente y, en Internet, casi
todos los sitios incluyeron ampliaciones y comentarios de un público de
cybernautas encantados con la oportunidad de meterse en los entresijos del
poder. Por supuesto, el ingreso a Internet significó la internacionalización
del mensaje. El programa de la mañana de la Aguja y el Camello fue entonces
sustituido por una multitud de pequeños programas en radios y canales
domésticos y provincianos hasta que la interdicción las fue alcanzando. El de
la tarde resistió unos días más gracias a la defensa jurídica realizada por sus
propietarios quienes dieron una batalla descomunal en todos los tribunales
Omar Barsotti
258
de la Nación hasta terminar recurriendo a las cortes internacionales.
Amenazados, perseguidos y amedrentados, los directores cedieron a la presión
y dieron por terminado el programa.
Sobre la marcha, Time adelantó su edición con un número especial
dedicado a Juan El Mensajero. Esta publicación seguida inmediatamente por
las de Newsweek y U. S. New y World Report, también en ediciones
excepcionales, contenían la mayor parte de la prédica de Juan El Mensajero y
sirvieron como soporte para entrevistas con economistas, políticos, religiosos,
filósofos y sociólogos. Lo que agregó, si aún cabía, más leña al fuego ya que,
muchos de ellos, pese a su renuencia, se vieron obligados a admitir la verdad
del mensaje y entrar de lleno en el debate.
El ojo de la aguja
259
Capítulo 26
Monseñor del Grecco abrió los brazos y dejó escapar un suspiro que
semejaba demasiado a un resoplido. Desde el extremo diametral del círculo,
su directo interlocutor alzó la mirada de unos documentos que revisaba y,
por encima de los lentes de leer, le miró severamente.
- Ivan. No empecemos con los reniegos. Tenemos razón en interrogarte.
- Por supuesto Eminencia, pero éste más que un interrogatorio parece un
juicio - respondió Monseñor tratando de ocultar su humor combativo.
Un murmullo de desaprobación se elevó de los demás.. Uno de ellos se
dirigió a quien presidía la reunión y expresó su fastidio por las actitudes de
Monseñor Ivan, pero el Reverendísimo Vicentino desestimó la protesta
agitando manos y cabeza denegando la intervención sin levantar la vista de
su lectura.
Monseñor Iván del Greco se relajó. Dejó rodar su mirada por el recinto.
Un enorme salón de paredes desnudas pintadas con un color ocre que absorbía
gran parte de la iluminación de la araña central. Contra esas paredes se
repartían pupitres de madera en algunos de los cuales se acomodaban tres
escribientes con sus equipos de nota, sobre los que trabajaban mecánicamente
reproduciendo lo que oían, pero tan quietos, a no ser por el movimiento de
sus lapiceras, como si fueran de cera. Una alfombra redonda ocupaba el centro
de la habitación, dibujando un pozo color punzó al borde del cual un círculo
de sillas episcopales, de madera laqueada y dorada, tapizadas de terciopelo
rojo, contenía a ocho hombres. Él mismo, cerca de la puerta, por donde se le
había invitado a pasar luego de dos horas de espera, y siete prelados de alto
rango.
A su frente, al otro lado del círculo, tenía al Cardenal Vicentin que presidía
el cónclave. Pequeño, casi esmirriado, con un rostro arrugado donde la boca
demasiado grande parecía no encontrar una postura definitiva. Ora disgustado,
ora benévolo, el gesto cambiaba con la velocidad de un letrero luminoso,
desconcertando frecuentemente a sus interlocutores. La casi carencia de cejas
acentuaba aún más esa duplicidad de expresión, haciendo casi imposible
conocer el ánimo de su poseedor. Pero Monseñor llevaba demasiados años
tratándolo para depender de tales signos para interpretar sus emociones En
este momento, se dijo, justo en este momento está asustado. No escandalizado,
Omar Barsotti
260
no consternado, no asombrado, simplemente asustado y, bajo esa emoción,
según sabía, el noble Vicentin sería fácil de manejar por sus adláteres más
fuertes. No por supuesto por Agustino cuyo deseo de paz y su temor a la
violencia verbal era tan ingobernable que contradictoriamente podía aceptar
una guerra por evitar una discusión desagradable. Tampoco Alejandro que
vivía tan cómodo dentro de la espesa capa de grasa mantenida a expensas de
una inexcusable glotonería. Pero su Eminencia el obispo Jorge y el no menos
eminente Cardenal Néstor, doblegarían a un Vicentino temeroso con tan
solo hacer alarde de su fiera pugnacidad e inflexibilidad. El otro, el Arzobispo
Pedro, era aún para Monseñor una incógnita. Recién elevado, apenas se había
hecho cargo de su arquidiócesis y hablaba mucho en su favor el hecho de que
empezara muy de abajo y dedicado la mayor parte de su vida a las misiones.
Le decían, a Monseñor, que aceptó la consagración a regañadientes, y ocupaba
en ese momento su sitial a efecto de complacer un pedido expreso del Santo
Padre quien había promovido su elección a ultranza. Los rumores le atribuían
una enfermedad incurable pero su expresión granítica no lo revelaba. Estaba
sentado a la derecha de Vicentino y en ningún instante atinó Monseñor a
atisbar un movimiento de uno solo de sus músculos.
El séptimo hombre que acompañaba a Monseñor del Grecco era un titular
in partibus a perpetuidad. Un puro fruto de la burocracia cuya consagración
como obispo obedecía al discutible mérito de representar a ese poder silente
y ubicuo que en toda organización forma el personal permanente
administrativo. Que estuviera ahora ahí debía considerarse como señal cierta
de que el monstruo minotaúrico estaba inquieto en las laberínticas cavernas
en donde se nutría de la capacidad de suspender o inactivar, sin asumir o
identificar responsabilidades, cualquier iniciativa que no pagara el debido
tributo. El obispo Miguel no debatía, no lo necesitaba, su sola presencia
imponía una saludable sumisión hacia aquel poder anónimo al que le bastaba
con extraviar una sola coma para paralizar una iniciativa por importante que
fuere. No le extrañaba a Monseñor que asintiera ante cada intervención de
Néstor.
- Es preciso, Iván, que sepamos absolutamente todos los detalles de tus
planes. El Sagrado Concilio tiene una gran preocupación por los sucesos que
rodean tu proyecto, y sus consecuencias.
- Nada ha cambiado, Eminencia. Todo sigue el curso programado
oportunamente.
- Pero Monseñor Iván, ¿comprende Ud. que se están produciendo sucesos
que no podemos controlar?
- Por supuesto – respondió firmemente Monseñor – No podemos ni
El ojo de la aguja
261
debemos controlarlos. A partir de ahora lo que suceda no está en nuestras
manos- y agregó con aire divertido – aunque en realidad nunca hemos
controlado nada.
Ahora un murmullo escandalizado. Esta vez más intenso. Monseñor se
encogió de hombros y bajó la vista a sus pies, disimulando una sonrisa.
- Iván – intervino el Cardenal Vicentino acallando con un gesto a los
demás – Nuestras funciones y responsabilidades son claras: mantener la unidad
de la Iglesia y evitar un caos doctrinal. Sé sensato. ¿Cómo cumplir nuestro
cometido sin algún grado de control sobre los acontecimientos?. Mira las
noticias - sacudió el mazo de papeles y uno de los ministriles rompió su
inmovilidad para ir a recogérselos antes de que los arrojara sobre la alfombra.
Monseñor se echó hacia atrás, apoyó su nuca en el alto espaldar de su
sillón y circuló su mirada hacia la audiencia sin decir palabra.
- Es inaudito. Su Eminencia. Es inaudito, este hombre se ha salido
totalmente de los carriles. Nuestra autoridad ha sido burlada y quiero que
conste mi protesta ante esta situación.- sentenció fatuamente irritado el
Cardenal Néstor.
- Por supuesto. ¿Cómo no hacerlo?; ¿que podía hacer sin salirme de los
estrechos márgenes que Uds. dejan?
- Los estrechos márgenes no son otra cosa que las normas establecidas
por la Iglesia. Le parece poco a nuestro estimado Monseñor?-preguntó con
sarcasmo el obispo Jorge.
- No. Por el contrario me parece excesivo. Oigan - los interrumpió -, ya se
ha discutido antes. Una propuesta de cambio en las normas habituales no es
una apostasía. No es un pecado, ni necesariamente un atentado contra la
autoridad de la iglesia.
- Por Dios! – exclamó Mons. Néstor escandalizado – Le llama Ud. a lo
que está ocurriendo un cambio en las normas habituales?
- Si. Por Dios, eso mismo. Por Dios debemos comprender que las normas
que imponemos son fruto de la experiencia de un período y de determinado
juego de circunstancias que se instala en el tiempo y toma un carácter de
perniciosa cristalización que requiere modificaciones, nuevos caminos. El
objetivo es dar respuestas al pueblo de Dios.
- Eso ya lo sabemos – respondió Monseñor Agustino tratando de ser
complaciente - pero esos cambios deben tener la aprobación de la Iglesia, de
sus autoridades, de quienes están autorizados ha hacerlo.
- Lamento contradecirlo - manifestó Monseñor Iván - la fuente del cambio
nunca es la autoridad porque la autoridad siempre se sentirá amenazada por
éste. Eso no quiere decir que todo cambio se instalará indefectiblemente.
Omar Barsotti
262
Puede que sea erróneo o no eficaz, la iglesia responderá por sí o por no pero
entiendo Iglesia en su sentido lato, es la masa de fieles la que aprobará o no el
cambio. No habrá que imponérselo por vía de una autoridad, se impondrá
naturalmente como respuestas a necesidades no satisfechas que instalan la
angustia y la ansiedad en el corazón del ser humano. Todo cambio de la
doctrina de la iglesia (o prefiero decir: todo retorno a la doctrina original) fue
iniciada por pequeñas organizaciones. Quizá muchas de ellas no pasaron de
ser simples sectas. Pero no es nuestro caso. No hemos quebrado ninguna
doctrina. Hemos impuesto un remedio a circunstancias cambiantes. La
antigüedad de las normas no las hace infalibles, por el contrario es probable
que las haga obsoletas. El mundo cambia, la iglesia ha cambiado con él. No
siempre a tiempo, no siempre en forma orgánica. Cada vez que los dominios
terrenales toman la conducción del espacio espiritual pasan estas cosas. El
materialismo es un producto directo e inevitable del dominio terrenal. Si no
hay un una nueva revelación, si no se le abre a los fieles el camino de la
esperanza, sino se refresca la ilusión de mundo mejor, en una vida mejor aquí
y ahora y luego en la otra vida, defeccionaran inevitablemente o, como es el
caso hoy, sufrirán desvíos inducidos por el Demonio. Hemos trabajado durante
siglos con la cuestión de los Adversos y hemos demostrado su
crecimiento y la herencia de sus caracteres biológicos y espirituales. Hemos
buscado un remedio y creemos firmemente que es necesaria esa nueva
revelación antes de que se instaure el reinado de Satán debido a que los
Adversos encuentren terreno adecuado a sus habilidades y ventajas dentro
del caos y el salvajismo. Esta es la respuesta que ha encontrado mi
organización. Creo en ella y sería feliz si Uds. también, pero, sino fuera así,
eso no será razón para que nos rindamos.
- Bravo! Es a la fuerza. Si nos gusta bien y sino también - bramó Monseñor
Néstor.
- Ha captado Ud. la idea. Ahora es tarde para volver atrás - retrucó
Monseñor comenzando a sentirse ganado por la ira.
- De ninguna manera. Haga retornar a Juan de los EEUU y suspender su
actividad.- Intervino el obispo Jorge con firmeza.- Podemos encontrarle un
destino en el que pueda ser útil. Justificaremos su accionar como resultado
de una pasajera afección mental y en poco tiempo todo se olvidará. Créalo –
agregó con afable urbanidad y una sonrisa contemporizadora.
Monseñor sonrío con una gentil reverencia como si aceptara aquellas
palabras y no se diera cuenta de lo que ocultaban. Había ido con el plan de
lisonjearlos y negociar. Todo lo que necesitaba era tiempo. Pensó que con
ánimo benévolo podría obtener plazos sobre los pudiera operar a la larga.
El ojo de la aguja
263
Pero la actitud del obispo Jorge era suficiente indicio para comprender que
todo era al revés. Los que intentaban ganar tiempo eran ellos. Pero necesitaba
saber quienes eran ellos. Precipitar una decisión del Concilio de forma tal de
saber quienes serian amigos y enemigos y luego, de poder, cubrir a Juan.
Entonces puso toda la carne en el asador.
- Es tarde, Juan ya no depende de mi autoridad, sino que es a la inversa yo
soy súbdito de él. Y estoy encantado.
- Me dejas perplejo, Iván. ¿Has perdido el control totalmente? - dijo
Vicentino con dolor.
- Absolutamente perdido, Eminencia y en buenas manos. Yo no le dije a
Juan qué debía hacer - Más aún, yo pensé en una larga batalla con el Demonio
mano a mano. Juan fue más perspicaz, se dio cuenta que esa era la táctica de
Satán para hacernos perder el tiempo. Juan se salió del templo de piedra
baldío y se metió en el templo del alma del pueblo logrando en pocos días
movilizar tantas voluntades y tanto amor que no creo que el Demonio pueda
seguir actuando adonde él lo haya hecho. Le ha cortado el camino. Está
aplicando una excelente estrategia. Detenerlo sería una traición. Por todo lo
demás no se ilusionen no hay forma de hacerlo, ni aunque yo lo deseara.
Ya está, pensó. Ahora veremos la reacción. No tuvo que esperar mucho.
- Eso lo veremos – Néstor descerrajó la frase como si fuera un pistoletazo.
Monseñor Iván del Grecco se reprimió. Sabía que la prepotencia podía
alterarlo, pero también estaba entrenado después de luchar contra tantos
prepotentes. Carraspeó levemente y se enderezó en su asiento. Plegó ambas
manos sobre su falda y luego las juntó como si una contuviera a la otra. Las
miró y con voz suave pero sonora respondió:
- Monseñor Néstor. Eso suena a una amenaza. Quiero que sepa que Juan
ya no está solo y que mi organización está absolutamente bajo su voluntad.
Por cualquier cosa recuerde que es una organización poderosa y preparada
para cualquier eventualidad.- se detuvo haciendo pesar sobre el otro su mirada
– Y, por todo lo demás el Papa no ha dado Reverendas a nadie sobre mi
persona, más, si alguien tiene Cartas Dimisionarias que yo no conozca es el
momento de hacerlas valer.
El cónclave quedó en silencio. Todos sabían que no tenían forma legal de
quitarle o al menos restarle autoridad a Monseñor del Greco.
- Hay una sola forma de detenerlo - continuó Monseñor luego de hacer
un silencio ponderativo - Ud. lo sabe: es que Uds. se conviertan en los
sacerdotes escandalizados del Templo y pidan su crucifixión a la autoridad
temporal. ¿Están dispuestos a eso?
- No exageremos, por favor... Iván, no queremos tal cosa. Pero debo
Omar Barsotti
264
confesarlo: estamos asustados - alegó Vicentino contrito.
- Asustados - Iván dirigió una significativa mirada a Mons. Néstor -
Monseñor, asustados debimos estar antes, cuando el mundo espiritual se nos
escapó de las manos y no nos atrevimos a enfrentar a los poderosos y
materialistas.
- Nuestro deber no es enfrentar a los poderosos.- interpuso Néstor con
desprecio.
- Entonces estamos en bandos distintos.
- Por favor, Monseñores. No es el camino de este debate. Congeniemos,
por el amor a Dios. Tanta pugnacidad no nos lleva a ninguna parte, pero
quiero saber esto, Iván: ¿enfrenta Juan a los poderosos, esa es su estrategia?
- Trata de convencerlos, trata de convertirlos, trata de que usen su poder a
favor de sus hermanos más indefensos. Quiere que entiendan que su soberbia
es injustificada, que lo que tienen es propiedad de Dios cedida con cargo.
Trata que no sean egoístas, egocéntricos y estúpidamente destructivos y
depredadores. Trata de hacerlos cristianos en sentido genérico del término
pues no hace distinción a que religión pertenecen. Si eso es enfrentarlos,
pues los enfrenta. En su opinión los está salvando.
- No sé – intervino Miguel – Esto que escucho es terrible: cristianos en
sentido genérico. Entiendo por cristianos tan solo los que adhieren a la Iglesia
Católica.
- Pues mi querido Miguel, acaba de dejar tres cuartos de la humanidad
afuera. Cristo no le habló a los cristianos ya que no los había en su tiempo.
¿Pero, Monseñor es posible que tenga que aclarar ésto?- agregó
repentinamente impaciente dirigiéndose a Vicentino.
- Calma, Iván, son formas de pensar y cada una de ellas es parte de la
misma Iglesia. He llamado a esta reunión para encontrar un camino que nos
una .Debemos confrontar con la realidad no entre nosotros.
De pronto se oyó la voz del Arzobispo Pedro sorprendiendo a todos. Se
dirigía directamente a Vicentino dando a entender, sin duda, que prescindía
del resto. No hablaba en voz alta pero si muy clara, firme y serena con el
rostro siempre marmolado y los ojos negros muy brillantes.
-La paz sea con vosotros hermanos. Pido a Su Eminencia que se me permita
expresar mi pensamiento con toda humildad.
Vicentino se apresuró a darle la palabra.
- Saben Uds. que vengo de un largo y áspero camino en las misiones. He
recorrido medio mundo con ellas y todo lo que he visto y vivido casi termina
con mi fé. Tanta maldad, tanta miseria, tanto dolor. Inútiles matanzas,
El ojo de la aguja
265
verdaderos genocidios. Multitudes falleciendo de inanición. Multitudes
padeciendo enfermedades infames, dolorosas, crueles, huérfanos sin fin.
Guerras, corrupción, corrupción y guerra en verdadera simbiosis. La ayuda
escasa, apenas simbólica, desapareciendo en las tragaderas sin fondo de la
corrupción gubernamental. Todo, todo, en tan gran espantosa dimensión
que uno termina con los sentimientos embotados.
Hizo un silencio muy largo con la mirada perdida al frente
- Al principio – continuó – uno se conmueve por un huérfano enfermo o
por una madre sin leche o por un herido, pero luego son tantos y tantos que
se da cuenta que está comenzando a dejar de sentir. Es demoníaco. De pronto
nos damos cuenta que ese es el mal absoluto, la carencia de la capacidad para
reconocerlo. Antes de hacerme cargo de mi arquidiócesis recorrí el mundo
hablando con los líderes económicos y políticos y cuando terminé mi periplo
me di cuenta que ellos han dejado de sentir hace tiempo. Estaban asombrados
de que alguien se asombrara.
Respiró hondo y su vista volvió a enfocarse en los presentes.
- No quiero molestarles con esta observación. Pero el Santo Padre me
puso acá para que diera mi opinión sobre los extraordinarios hechos que se
están juzgando. Y mi opinión es que no importa si Juan es o no una
reproducción de Cristo, pero sus palabras, sus reflexiones y sus consejos son
eminentemente cristianos. Y el extraordinario don que le permite expresarlos
tan comprensible y sencillamente no puede ser más que un don concedido
por el Altísimo. A mi entender su prédica será escuchada y no me cabe duda
que formará la base de una nueva y provechosa evangelización de la
humanidad. Eso es todo.
El conjunto guardó un minuto de silencio ponderando lo escuchado.
Vicentino se había quedado mirando el rostro de Pedro y su boca, por fin,
parecía haber encontrado un gesto permanente de complacencia. Alargó una
mano y la apoyó sobre la de Pedro y le sonrío. Monseñor Iván hizo números
y respiró tranquilo.
- Me temo que estamos perdiendo lamentablemente el tiempo - observó
fríamente Mons. Néstor-. La recalcitrancia de Monseñor Iván es tan evidente
que no entiendo porque gastamos saliva en un debate sin futuro.Yo diré lo
que creo: Juan logrará que todo el mundo se vuelva contra la Iglesia y que
seamos atacados en todas partes destruyendo el trabajo de siglos. Tendremos
persecuciones, nos negaran la ayuda Estatal, cesarán las donaciones
particulares, limitando nuestra capacidad de ayuda social y caridad y, por
último seremos tachados de terroristas e izquierdistas. Perderemos todo apoyo.
Omar Barsotti
266
Lo veo como si ya estuviera ocurriendo. El cristianismo volverá a ser
perseguido por el poder temporal.
- Oh! Si, es posible que hasta nos acusen de incendiar Roma, pero eso ya
ocurrió mi estimado Cardenal y no nos detuvo, al menos así lo cuenta el
nuevo testamento, aunque Ud. lo ignore.
-¡Qué osadía! No voy a permitir tanta insolencia. Me retiro, pero no crea
que esto quedará así. No me pliego a las actividades de ese falso Cristo que
Ud. ha creado en una probeta.
Se retira. Monseñor le observa con preocupación. Lo conoce. Sabe que
Nestor no se siente miembro de una iglesia sino de una corporación. Sabe
que ha apoyado a los represores en todo el mundo. Sabe que en su país
maneja intereses financieros. Siente esa extraña sensación que le acompañara
en cada oportunidad en la que se discute lo espiritual y doctrinal en grado
infinitesimal cuando, en realidad, lo que está motivando la discusión son los
intereses materiales personales y corporativos. Una extraña sensación de
esquizofrenia, de duplicidad, de cómplice hipocresía de todas las partes donde
la resolución del debate explícito no importa mucho sino como instrumento
de dominación. En ese momento imagina lo que está por hacer Néstor. De
pronto siente una gran urgencia por irse él también. Teme por Juan.
El Obispo Jorge está también parado y preparado para irse detrás de Néstor.
El concilio está partido, no hay conciliación.
Vicentino baja la cabeza y apenas musita:
- Recemos para que todo sea para bien.
- Para que sea como Dios quiera – acota Iván.
- Así sea.
Monseñor espera impaciente su limosina. Lamenta haber viajado al Uruguay
en automóvil. Está en la penumbra rota por la luz multicolor de los
vitrales que dan al patio central. Afuera el tránsito es intenso y su transporte
no aparece. De pronto siente que le aprietan el brazo. Se vuelve. Es el
Arzobispo Pedro que le mira intensamente.
- ¡Su señoría! Lo lamento, casi no hice a tiempo a despedirme.- dice Iván
contrito.
- Debo hablar con Ud. Monseñor, mi automóvil esta en el patio trasero.
Deje aviso para que el suyo nos siga. Será más fácil salir por ahí - la voz de
Pedro está tan teñida de premura que inquieta a Iván.
- Vamos – acepta sin más.
En el confort de la limosina de Pedro los hombres se tranquilizan. Iván
El ojo de la aguja
267
ha intentado intercambiar algunas frases de cortesía, pero Pedro tiene urgencia
por hablar de otras cosas.
- Monseñor. He seguido lo de Juan desde que comenzó su prédica. ¿Es
realmente un clon de Cristo?
- Ciertamente.
- Notable. Jamás lo hubiere creído. ¿Los dones de Juan devienen de su
código genético, entonces?
- Así lo suponemos.
- Puede influir su cultura,su educación, ¿no es cierto?
Iván se encontró de pronto ensimismado en sus propias dudas. Se encogió
de hombros.
Pedro sonrió levemente, apoyó su mano firme en el brazo de Monseñor.
- No importa. Deje de lado sus dudas, no es lo esencial en estas
circunstancias. Al fin puede dudarse de que Cristo fuera hijo de Dios y sin
embargo aceptar su prédica. Juan me parece tan sincero como Cristo y sobre
todo muy sensato. Su mensaje ha calado hondo en todo el mundo; es
concienzudo, claro, casi perfecto, y tengo la esperanza de que los resultados
sean felizmente eficaces.
Monseñor Iván del Grecco estaba enfrentando a sus fantasmas una vez
más pero esta vez la voz de Pedro y su apoyo parecen aventar el pesimismo y
la depresión que habitualmente lo persiguen cuando entra en ese terreno
oscuro de sus creencias.
- Le agradezco su apoyo, Eminencia. Ahí dentro creí estar solo.
- Agradézcalo al Santo Padre. Pero seamos eficaces nosotros, también. La
realidad no espera a que dos curas acaben de congratularse mutuamente –
agregó con una sonrisa.
- Noto un tono de advertencia en sus palabras.
-Así es. Juan corre peligro. Néstor y Jorge no están solos. Son importantes,
tienen mucha ascendencia entre el clero más amarillo, pero sobre todo, están
muy comprometidos con el establishmen. El Santo Padre ha recibido
información sobre operaciones inmediatas para desactivar a Juan. Esa gente
no se detiene ante una verdad incontrastable. Siempre encontraran forma de
degradarla. Si Juan caminara por el agua y multiplicara los panes y los pescados,
y resucitara a los muertos delante de una asamblea de la UN a la semana los
hombres olvidarían o serían convencidos de que es un truco publicitarios
continuando como si tal cosa. Ya ocurrió una vez.
Ambos sonrieron con dolor ante la certeza de la ironía.
- A más tardar en una semana – advirtió Pedro - Néstor y sus seguidores
habrán armado en EEUU una reunión de emergencia para forzar una decisión
Omar Barsotti
268
del Presidente. Dirigentes políticos y empresariales, religiosos, legiones de
periodistas y medios periodísticos alegaran que Juan es un agente del Caos.
Se incitará a las masas
Iván tomó un súbito interés. Aquella era la temida ola de vuelta. El reflujo,
la reacción. El contraataque que no por esperado, era menos ominoso.
- Lo soportaremos, se lo aseguro. Estamos preparados – acotó intentando
demostrar confianza.
Pero el arzobispo Pedro sonrió con comprensión.
- ¿Lo sabe, no?
- ¿Qué cosa?
- Néstor es un Adverso.
- Lo he sospechado siempre, desde hace años.
- Poseo información precisa al respecto. Tenemos pruebas fehacientes de
su participación en gobiernos represores. En África muchos de mis curas
fueron sus víctimas. Es un hombre cruelmente obsesionado por el poder.
-¿Y Jorge?
- No creo que sea biológicamente un Adverso, pero sí estoy seguro que
está preparado para ser un súbdito fiel de ellos. Es un mal hombre que ha
hecho mucho daño desde su posición. Sabemos que ha sido tentado por
Néstor y que deriva recursos de la Iglesia hacia entidades financieras muy
dudosas.
Monseñor se mostró ansioso e inquieto.
- Debo retornar urgentemente, Su Eminencia. Es preciso que organice
una forma de brindarle a Juan esta información.
Pedro asintió serenamente e hizo un gesto para calmarlo.
-Yo viajo a Nueva York mañana. Es un viaje casi de incógnito, sin protocolo.
Déjeme ayudarle. Comuníqueme con uno de sus hombres de confianza.
Mañana me puede estar esperando en Nueva York y guiarme hasta Juan.
- Monseñor – dudó Iván – no sé si involucrarlo a Ud.
- Oh! Vaya! Ya estoy involucrado, Néstor y Jorge se ocuparan de que así
sea. Además, Ud. sabe que me queda muy poco tiempo de vida. Otórgueme
la oportunidad de conocer a Juan.
- Así será – respondió Monseñor Iván emocionado.
- Ah! No se preocupe. Soy más viejo de lo que parezco y es hora de
devolver este cuerpo al buen Dios. – el rostro se le iluminó con una dulce
sonrisa – Dígame, ¿es Juan parecido a Cristo?
- Es igual a la imagen que conocemos por el Santo Sudario.
- Si... si, me lo imagino. Será un premio para mi verle. No sabe cuanto lo
he deseado desde que me enteré de su existencia y su naturaleza. Es
El ojo de la aguja
269
maravilloso, por fin la ciencia permite hacer algo definitiva e irrefutablemente
bueno, sin ambigüedades. Lo envidio, Iván. Ud. ha sido un padre para él.
Monseñor Iván enrojeció un poco abochornado.
- Así ha sido y cada instante ha sido maravilloso, si, ciertamente maravilloso.
Le ví crecer. El aún no sabía nada, pero ya era un muchacho especial. Pero
no ha sido fácil. Creo haber pecado con mis dudas y mis temores y hubo
momentos en que creí que lo que estábamos haciendo era una blasfemia.
- Ni lo piense, por favor. Monseñor. Yo creo que ha sido la voluntad de
Dios. ¿No lo ha pensado así.?
- Eso me ha guiado y sostenido, sin duda. Pero cuando este plan se gestó,
en el primer momento, me pregunté si por el contrario no estábamos
pretendiendo torcer la voluntad del Altísimo. A veces – se sonrió forzadamente
– me parecía que estaba convirtiendo en realidad la leyenda de Frankeinstein.
Claro – observó dudando un momento – Hay detalles que tarde o temprano
deberé explicarle. No todo ha salido de la técnica. Hubo un hecho que solo
puedo atribuir a Dios – y agregó mirándose las manos – las virtudes y los
dones de Juan pueden no provenir tan solo de la clonación.
Pedro lo observó con extrañeza. Luego, con tranquilidad dijo:
- Dios siempre nos sorprende rectificando nuestros errores.
- Bueno – dijo Iván con aire repentinamente divertido - el Demonio, sin
quererlo me ha guiado.
Pedro le miró sorprendido.
- Oh! Por supuesto, Ud. lo ignora. No hemos revelado nunca ese fenómeno.
A continuación le puso al tanto de las frecuentes apariciones del demonio.
- Claro – dijo al final Monseñor- como expresa un amigo nuestro, el Dr.
Stupck. Este demonio a veces parece de pacotilla, nada de olor azufre ni
cuernos ni cola, solo un gordo simpático y convincente con alma de timador
y una gran autoestima. Está tan decidido a interrumpir nuestros planes que
al final me convenció de que recorríamos el buen camino. Realmente teme
un renacimiento de Cristo.
Ambos sonrieron. Pedro apretó el brazo de Monseñor con afecto.
- ¿No se dio cuenta que estaba utilizando recursos que Dios nos ha cedido?
Lo que han hecho Uds. es simplemente utilizar el misterio y milagro biológico
para producir otro milagro. Es simple, Monseñor Iván. Cuando comencé a
oír a Juan, cuando leí sobre él, todo me pareció natural. Y el demonio también
cumplió su misión, sin duda.
-Yo, en cambio, debo confesarlo, sentí un gran miedo. Es cierto lo que
manifesté allá dentro. Teníamos otra estrategia pero, de pronto Juan se reveló.
Comenzó a emanar de él una gran autoridad, una fuerza irresistible. Se liberó
Omar Barsotti
270
de todas nuestras prevenciones y al verlo así pensé en Cristo separándose de
su familia, entregándose a su destino con el alma aligerada de quien sabe con
total exactitud qué debe hacer.
- Maravilloso. Me alegra tanto escucharle. Yo, debo confesarle, hasta hace
muy poco había perdido mi fe.
- ¡Eminencia! – exclamó Iván.
- Sí. Debe saberlo, pensé en abandonar la Iglesia. Me sentía tan inútil, tan
tontamente fútil. Todos esos años de lucha y de miseria me habían endurecido
el alma. Llegué a pensar que todo había sido un infinito acto de soberbia de
mi parte - suspiró largamente – para qué decir más.
-Lo comprendo infinitamente.
Ambos miraron por sus respectivas ventanillas para eludir mirarse
mutuamente. Al cabo de un rato Monseñor se atrevió a observar el perfil de
su interlocutor donde se marcaba por fin el dolor de la enfermedad
piadosamente oculto por una sonrisa de satisfacción.
- Iván, ya llegamos a mi residencia. Veo que su automóvil nos ha alcanzado..
Conviene que ahora nos separemos. Pronto estaré con Juan. Le llevare su
afecto. Es posible que ya no volvamos a vernos. No al menos en esta vida.
Déjeme decirle que es Ud. un hombre muy especial, una elección del Altísimo.
Iván asintió agradecido. Ambos hombres estrecharon sus manos.
Monseñor abrió la portezuela dándole al chofer apenas tiempo para frenar.
En el otro automóvil su propio chofer reprimió una maldición.
-Vejete inconsciente – repitió a media voz.- Un día se quebrará una pierna
por hacerse el mozalbete.
Un instante después los automóviles se separaban. En el suyo el arzobispo
Pedro oraba reprimiendo un gesto de dolor. En tanto Monseñor ansioso,
instaba a su chofer a apurar la marcha mientras se ponía telefónicamente en
comunicación con Damico.
- Hoy saldrá alguien para allá, Monseñor – respondía Angelo con energía
– No obstante en lo inmediato pondremos sobre aviso a Juan por radio.
Tiene un buen equipo allá.
- Hazlo rápido Damico, esta situación me atemoriza. Ah! Recurre a
Vriecker, confío en él para esta situación.
El ojo de la aguja
271
Capítulo 27
El secuestro del Edgar Rodriguez Villar colmó la medida. La llamada de
Damico fue como atisbar los primeros temblores de un cataclismo. Puso a
disposición del cura sus contactos y esperó que sirviera de algo. Ahora el
problema no era tan solo Daniel, sino también Juan. Se sintió superado por
los acontecimientos. ¿Qué diablos estaba haciendo Juan, quién
sorpresivamente, partió para Nueva York? Un Juan extraño, según recordaba,
completamente cambiado, superior, determinado y con el aura de la autoridad.
Lo impactó. Impactó a todos, pero a él lo había puesto a pensar hasta que se
sintió obligado a tomar partido, consciente de que ahora le tocaba hacer algo
a él. No había entendido bien que barullo estaba armando ese clon embrollón
que los traía a todos de cabeza pero le quedaba claro que no tenía remedio.
En el ínterin los interrogatorios a los prisioneros de Rosario no habían
dado resultado que valiera la pena. En cuanto al Adverso que les comandaba
y que Daniel casi estrangula, estaba físicamente recuperado pero en estado
de amnesia. Fuera de juego los agentes de la CIA, solo restaba pensar en el
Inglés y en Don Comicio. De seguir así, en algún momento se abriría una
brecha y tendrían éxito y Stupck pasaría a la galería histórica de la Universidad.
Pensar lo que le pasaría a Juan lo aterraba.
Discutieron con Vigliengo varias líneas de acción. Este al fin dijo:
- Lástima que Ud. haya puesto esos límites. Sería tan práctico - y apuntó
con su mano derecha a su cabeza.
- Dejá de joder Vigliengo. Lo único que falta es que convirtamos al Inglés
en un mártir. Ni me lo hagas pensar: los diputados, con rostros de
circunstancias, descubriendo una placa – extendió las manos como si leyera
en una pared: “Mac Donald, Alias el Ingles, Mártir de la Democracia”... da
asco sólo imaginarlo.
- Olvídelo - súbitamente inspirado Vigliengo agregó: Clavarle una coima.
Sería justicia que pagara por una coima trucha, después de tantas verdaderas
impunes.
Vriekres se quedó en silencio con las cejas levantadas y los ojos muy
abiertos.
- Será fácil. En la bicameral de seguimiento de privatizaciones esta semana
el terreno estará feraz y sediento. Hay un par de peajes y varias líneas de
Omar Barsotti
272
ferrocarriles - insistió Vigliengo.
- No, dejamelo a mi - le interrumpió el Alemán pensativo -.Hasta que eso
le inhabilite pasarán dos mandatos. Este es un asunto para Don Comicio. Es
más expeditivo y no habrá que pensar en un juez.
- ¿Pero, no está él en lo mismo del Inglés?
- Obviamente. Pero no creo que sepa nada del Demonio y mucho menos
de Cristo y el embrollo de esos curas .Tendré que decírselo. Debo hacerle
entender que está en peligro su propia organización. Eso lo pondrá a pensar.
- ¿Pensar ? Don Comicio no le va ha dar tiempo a abrir la boca – y se pasó
el filo de la mano por el cuello.
Pero Vriekers desestimó la advertencia.
Vigliengo, no quedó conforme. Vriekers, frecuentemente se pasaba de
osado y en esta ocasión se ponía la soga al cuello. Pero no discutió,
interiormente se comprometió a tomar algunas medidas de seguridad, con lo
que, según lo veía, era él quien estaría condenado. Quedó pensando a que se
dedicaría, si sobrevivía, cuando el asunto terminara. No le agradaron las
alternativas.
Vrikers, en tanto, ya iba camino a su oficina a fin de organizar desde ahí
un encuentro con Don Comicio, en condiciones que le brindara algún grado
de seguridad.
En el ascensor ultra rápido del edificio del Panzer Group, Von Vrieker
intuyó que algo iba a pasar y no sería agradable. Al momento de ascender
dos desconocidos lo hicieron tras él. Uno se estacionó junto a las puertas, el
otro más al fondo. El Alemán quedó entre ambos. Los estudió con aire
distraído mientras el ascensor partía raudamente. Dos gorilas clase B con
sacos que les quedan grandes para ocultar el bulto de las pistoleras.
Experimentado, los midió llegando a la conclusión que tenían más músculos
que cerebro, lo que los hacía doblemente peligrosos.
Como está universalmente probado, en los ascensores los pasajeros hacen
lo imposible por ignorarse unos a los otros. Alguno se alisa el pelo, otros la
ropa, las mujeres se pasan uñas perfectamente pintadas por las comisuras de
los labios, muchos miran al techo buscando ahí una explicación a sus muchos
problemas y otros, como Vriekers, consultan repetidas veces sus relojes quizá
temiendo que la lentitud del vehículo les haga perder una cita o un buen
negocio.
Pero Vrikers tan solo controlaba el segundero y observaba el pasar de los
pisos. Estaban en un expreso y solo desde adentro podía detenérselo, cuando
llegó al décimo piso apretó un botón y la caja se detuvo, las puertas se abrieron
El ojo de la aguja
273
frente al asombro de una multitud de empleados los que, esperando los
ascensores comunes, especularon con aprovechar la ganga del especial. La
escena se congeló.
Vrikers empujó al sorprendido sujeto que estaba junto a la puerta y saltó
al palliers. Su movimiento fue una señal para que un grupo de los más audaces
se precipitara dentro con gran algarabía, el último apretó rápidamente el botón
de partida y las puertas se cerraron.
Vriekers controló su reloj mirando con angustia los señaladores de los
otros ascensores. Lamentó no haber ensayado algo así, pero tuvo su premio,
un ascensor en descenso abrió sus puertas y lo abordó inmediatamente.
Mucho antes de que sus perseguidores lograran reaccionar, Vriekers se
encontraba en planta baja e insospechadamente, ascendió a otro ascensor y
reinició el viaje a su piso.
Las puertas de acero al abrirse sorprendieron a Vicente que hacia guardia
en el pallier. Vriekers saltó sobre él. Hubo un forcejeo desesperado hasta que
el Alemán, haciendo valer su peso, con un brutal derechazo noqueó a Vicente.
Lo sostuvo y, sacándole el arma, lo arrastró hasta las oficinas.
Vicente se despejó sentado en un sofá y con su arma apoyada en la frente.
El Alemán accionó el percutor.
- Vicente, te ofrezco un trato.
- No hago tratos. Don Comicio dio órdenes de capturarlo y matarlo.
- Harás lo que te pido, de lo contrario Don Comicio sabrá que te he
sacado el arma. Es mal precedente para un pistolero en busca de trabajo.
Vicente suspiró pensando en la alternativa.
-¿Qué quiere?
- Lo llamas, le dices que me escapé a sus hombres y estoy encerrado en
esta oficina armado. Pero que no me dejas salir. Lo que será cierto. Le dirás
que quiero hablar con él personalmente. Caso contrario llamaré a los medios
de comunicación y les invitaré a asistir a la función. A la vez pondré un email
derecho a la redacción de los principales periódicos en el que revelaré
todo este quilombo. Si detecto que cortan las líneas telefónicas lo haré con
mi celular. La PC tiene alimentación propia, así que no jodan con la energía
eléctrica.
Vicente era lo suficientemente inteligente para ver las ventajas del acuerdo.
Aceptó. Vrieker fue a su escritorio y sacó una 45. Descargó el revólver de
Vicente y se lo alcanzó después de comprobar que el pistolero no tenía otros
proyectiles.
-Nadie tiene que saber que no tienes balas. Llama a Don Comicio, te
aseguro que cuando él oiga lo que tengo que decirle te felicitará - le señaló el
Omar Barsotti
274
teléfono.
Vicente hizo el llamado sin desviarse un ápice de las indicaciones de
Vriekers y luego con paso de gato salió al palliers.
El Alemán abrió la computadora y compuso un e-mail armando una
explicación sucinta de la situación, citando varios teléfonos para que se
constatara la información. Luego, suspirando, se relajó con un vaso de whisky
en la mano esperando junto al teléfono. Sorbió la bebida con lentitud y dedicó
los siguientes minutos a prepararse para lo que sucediera, fuera bueno, malo
o peor, maldita sea.
El teléfono sonó sobresaltándolo. Lo dejó sonar tres veces y recién atendió.
La voz de Don Comicio llegaba sin atisbo de ira. Vriekers con un escalofrío
imaginó los ojos de vidrio estacionados en la pared. Tenía necesidad de respirar
hondo, pero se contuvo, no quería oírse jadeando, como si tuviera miedo. En
realidad estaba aterrado.
- Vriekers.
- Buenos días Don Comicio. Hablemos personalmente.
- No bajo sus condiciones.
- Ud. me quiere matar. Yo me defiendo. No tenemos tiempo para discutir
la lógica de la situación.
Del otro lado de la línea se hizo un largo silencio y el Alemán apretó el
auricular sobre la oreja, temiendo que el otro hubiera cortado. De pronto, la
voz helada volvió:
- Voy a entrar, Vriekers. Lo escucharé, pero no le garantizo nada. Arroje
su arma al pallier.
-No. Se la entregaré apenas entre. Tengo mejores herramientas para
defenderme. Vicente se lo explicó.
Nuevo y largo silencio.
- Ahí voy.
Un minuto después la puerta se abrió y Don Comicio entró con paso
pausado. Miró fijamente a Vriekers. Esperando.
El Alemán extrajo el cargador de la 45 y se la tendió.
- Déjela sobre el escritorio – dijo Don Comicio. Se sentó frente al Alemán,
observó el celular y la PC. Vriekers giró el monitor para que Don Comicio
leyera.
- Corto y convincente - aceptó el capomafia al terminar.
El instinto del Alemán se manifestó en ese momento. Desconectó el celular,
cerró la PC y la apagó. Ambos hombres se miraron fijamente durante un
largo minuto. Don Comició metió su mano derecha en el saco y, luego de
El ojo de la aguja
275
hurgar un rato, extrajo un habano. Vriekers, helado y duro como un témpano,
se lo encendió esperando que la mano del encendedor no le temblara.
- Soy todo oídos Vriekers.
Vriekers había meditado aquel momento. Don Comicio era un capomafia
modelo antiguo, casi desechado, en el que la religión permanecía como una
fuerza de respeto y cohesión de la familia, y delgada línea limítrofe entre la
maldad necesaria y la maldad absoluta. Vriekers necesitaba algún género de
introducción para llevar al mafioso a una encrucijada.
- Le voy a mostrar algo que le servirá, más adelante, para juzgar.
Sin otra advertencia, puso en el televisor la escena del Inglés hablando
con el demonio. Procesada por los técnicos de Vigliengo aparecía clara y
magnificada. Don Comicio hizo un gesto de repugnancia. Vriekers detuvo la
acción y la congeló en la imagen del Demonio en el agua.
Don Comicio se aproximó a la pantalla perplejo. Levantó la mirada hacia
Vriekers en un gesto de interrogación.
- Quiero que lo vea nada más, luego comprenderá.
El Capomafia aceptó con recelo.
- Ud. conoce la profesión del Dr. Daniel Stupck.
- Por supuesto, es un genio de la genètica – se detuvo hizo un gesto con el
habano trazando una honda de humo en el aire – reconocido mundialmente
- agregó.
-¿Es Ud. creyente, Don Comicio?
- Así, así – respondió el interpelado balanceando una mano y con una
suave línea burlona en la boca.
-¿Pero cree en Dios y en Jesucristo?
El capomafia parecía empacado. Miró a Vriekers como si estuviera
soportando una insolencia.
- Necesito sus respuestas, Don Comicio. Según las que sean podré seguir.
Caso contrario, ya me tiene en sus manos, ¿a qué perder tiempo? – insistió
Vriekers con audacia.
- Creo en Dios, en Cristo y todo el resto de la monserga. Soy católico,
apostólico y romano. ¿A qué viene eso?
- El Panzer Group es una organización creada para destruir a la Iglesia.
Don Comicio se enderezó en su asiento y lo miró de soslayo.
- Llame a Vicente, Vriekers.
Vriekers esperando no haber empalidecido le obedeció. Vicente se
materializó junto a la puerta.
Vicentino – dijo don Comicio sin apartar la mirada de Vriekers – Trae
algo de comer y de beber. Un buen vino, nada de canapés y esas porquerías.
Omar Barsotti
276
Algo sólido. Queso, pan, salame... lo que ya sabes. Diles a los muchachos que
vayan a comer. Tengo la impresión que esto va para largo... Entonces, el
Panzer Group... - animó a Vriekers.
El Alemán retomó el hilo de su relato. Destacó la capacidad de Stupck e
hizo una rápida reseña de su vida profesional haciendo comprender al
capomafia que el hombre era capaz de realizar, en su disciplina, cualquier
cosa que se le encomendara. Descubrió la relación entre este judío huérfano
con la Iglesia Católica y el hecho de que había sido educado por un importante
prelado. Lo puso al tanto de la importancia de Monseñor y su relación con el
Papa y, al fin, le contó lo que sabía de la organización que presidía.
- Ha pensado alguna vez en un retorno de Cristo a la Tierra?
- See... cuando era pequeño, allá en Italia y luego aquí, en la colonia. Soñaba
con un Cristo repartiendo lonjazos ante tanta injusticia. Después comprendí
que demoraría y aquí estoy, los lonjazos los doy yo. Cristo, si alguna vez
vuelve, comprenderá. O no. ¿Chi lo sá?- terminó con una mirada cazurra.
- Hijo – continuó después de una pausa – Ud. me agrada... ma pero – se
encogió de hombros y abrió los brazos señalando la imposibilidad de cambiar
el curso de las cosas – Ud. tendrá que pagar.
Vriekers cabeceó asintiendo. De pronto, le invadió un ánimo frío y sereno.
- Le voy a demostrar que si cumplía ese contrato habría firmado la pena
de muerte para su organización, aquí, en EEUU, en Italia, en el mundo.
- Hable... aún tenemos tiempo -concedió Don Comicio.
Más tarde, Vriekers comentaría que adivinó la disconformidad del
capomafia con el contrato con el Panzer y que, en alguna forma, estaba
prevenido. Sobre este débil supuesto desarrolló su argumentación. Aclaró las
implicancias de la capacidad de Daniel Stupck. Le refrescó la cuestión de la
clonación y el salto que fue, para la genética, la duplicación de la oveja Dolly.
Se aseguró que Don Comicio entendía y lo dejó ahí para proseguir con el
fenómeno de los Adversos. El mafioso tomó más atención, si cabía. Si algo
estaba dentro de su esfera de comprensión era el poder. Hizo preguntas que
Vriekers contestó remitiéndolo a la posibilidad de asegurarse mediante una
consulta a Monseñor Del Grecco e insistió en la presencia de una nueva
forma de poder capaz de sustituir toda otra en el planeta.
-Toda. Vaya!. Es un bocado grande, Alemán: la trenza financiera, la mafia,
la Iglesia, los señores de la guerra, la séptima flota, el narcotráfico, los
empresarios del terrorismo... Ah! – se golpeó los muslos – ¡Quisiera verlo!
- Lo verá. Ya está ocurriendo, no le hablo de un futuro remoto.
Don Comicio escrutó el rostro de Vriekers quien sintió como si le
revolvieran lo más íntimo de sus emociones.
El ojo de la aguja
277
En ese momento tomaron conciencia de la presencia de Vicente que,
desde una mesita rodante trasladaba al escritorio una variada provisión de
alimentos y bebidas. Don Comicio asintió con satisfacción y tomando una
aceituna invitó a Vriekers a imitarlo. Este lo hizo, íntimamente agradecido a
la oportuna aparición del pistolero.
-Vicentino. Hoy has estado muy oportuno. Hazme recordar que te debo
un buen premio – lo despidió el mafioso con un magnánimo gesto de la
mano .
Vicente agradeció cruzando una mirada con el Alemán. Desapareció con
el mismo pase mágico de siempre.
- El vino esta muy bueno. Comamos, pero sigamos con la charla.
- Me alegra que no sea de noche – dijo el Alemán.
- ¿Por?
-Me haría pensar en la última cena – Vriekers engulló una buena tajada de
salame con un trozo de pan y mostró los dientes.
Don Comicio sonrío silenciosamente mientras escanciaba el vino.
- Un hombre nunca sabe lo que le espera – sentenció – debe estar siempre
con el estómago lleno. Prosiga con eso de los... como se llaman?
- Adversos. Son mutantes, o algo así. Su número crece geométricamente.
Se enquistan en todas las organizaciones guiados por la única ley de
predominar. Luego, destruirán sus cúpulas y, al final, sustituirán a la raza
humana con sus descendientes -hizo un silencio. Comieron y Vrieker retomó
el relato conformando un cuadro lógico y creíble.
- Y el gordo del video. El del Inglés. ¿Quién es?
- Tuve el dudoso placer de recibir su visita. Vriekers le contó su experiencia
con el Demonio y satisfecho notó un leve escalofrío en su interlocutor.
- Ma, quién es?
- Según Monseñor, es el Demonio.
Don Comició se sacó el trozo de salame que tenía en la boca y lo arrojó al
plato bramando una advertencia:
- ¡Oiga Vrikers, no me tome el pelo!
- Qué más quisiera yo que esa aparición fuera un truco – replicó el Alemán,
- ¡Bah! Ud. delira. Yo hablé con ese tipo y me pareció un gordo común y
corriente. Lo hicimos aquí, en el 13º piso.
Vriekers cerró la boca y musitó: el piso prohibido, mierda.
- Prohibido, qué gansada!Fue una buena reunión. Es un hombre razonable
que trajo como señal de buena voluntad un fresco fajo de 500.000.- dólares.
Me pareció un próspero hombre de negocios dispuesto a dejarse sacar un
Omar Barsotti
278
par de millones por un sencillo servicio. La única rareza fue que el encuentro
fue casi a oscuras. Un problema de la vista, según dijo.
- Siempre se manifiesta a oscura. La vista la tiene bien -replicó el Alemán.
- Bah! Coma, me parece que le han vendido un cuento. Ha sido Ud.
peligrosamente ingenuo.
- Crea lo que quiera. Aún falta lo más importante. Cristo.
- Ahora Cristo, también – resopló Don Comicio con ominosa
exasperación..
- Esa es la preocupación de la Panzer. Quiere impedir que el Dr. Stupck
clone a Cristo.
- ¿Clone?
- Si. Lo reproduzca. Cristo es el único capacitado para detener a los
Adversos pero – agregó impidiendo una interrupción – Lo bueno es que
Cristo fue clonado hace más de veinte años y, según me adelanta Monseñor,
está por manifestarse. Daniel Stuck ya no es importante, fue una diversión,
una maniobra para desorientarnos. Ahora, lo crea Ud. o no ya no tendrá que
matar al Dr. sino al mismo Cristo en algún modo resucitado.
- Quiero hablar con ese Monseñor – ordenó Don Comicio dejando de
comer y agregó terminante: ahora. ¡Ya!
Vriekers llamó a Damico con el sp-phone abierto. La voz del cura sonó
fuerte y clara trasuntando euforia:
-Vriekers. Que suerte que ha llamado. Aquí estamos revolucionados.
- ¿Qué ocurre?
- Es Juan, en Nueva York. Se ha manifestado.
En pocas palabras le puso al tanto de los efectos del primer programa de
la Aguja y el Camello. Agregó algunos detalles y luego recomendó verlo por
Internet.
- Vealo. Monseñor le envía su afecto, está muy emocionado. Recién retorna
de Uruguay. Tuvo un día duro con una Comisión del Sacro Concilio.
Y yo no te digo, pensó el Alemán.
- Angelo, no cuelgue. Necesito a Monseñor – hizo un gesto a Don Comicio
para seguir hablando. Intrigado, el capomafia aceptó - Hay una persona muy
importante conmigo que tiene que oír toda la historia de la boca de Monseñor.
La voz levemente enronquecida de Monseñor salió por el parlante:
-Vriekers... ¿qué necesita, mi amigo?
-Es importante. Tiene que ver con Juan. ¿Puede venir al edificio del Panzar
Group inmediatamente? – pudo agregar me va la vida en ello, pero no quiso
darle ideas a Don Comicio.
Monseñor captó el tono de urgencia de Vriekers, asintió, pidió las señas
El ojo de la aguja
279
exactas y prometió estar ahí en el tiempo que le llevara el viaje.
- ¿Quién es Juan? – pregunto el capomafia.
- Juan es el clon de Cristo. Ya escuchó, veamos Internet.
Maniobró con la PC y ante la mirada incrédula del otro localizó las noticias
de los informativos y periódicos de EEUU. Don Comicio no esperó a ver
más, tomó el teléfono e hizo una llamada. Farbulló algo en italiano y luego
sostuvo una conversación con alguien que parecía muy importante. Colgó y
volvió a su asiento. Tomó pan y salame y se preparó un grotesco sandwich.
Antes de morderlo aclaró:
-Salvó la vida, Alemán. Me lo acaban de confirmar.
-Y me debe un servicio, Don Comicio – arguyó Vriekers recuperando su
osadía.
-No abuse. Hay que escuchar a ese Monseñor.
Un Vicentino intimidado le abrió paso a Monseñor del Grecco. Don
Comicio se levantó y avanzó hacia el prelado hasta tomarle la mano y,
sorprendentemente, besarle el anillo. Vriekers pensó que si el cura no lo detiene
habría puesto una rodilla en tierra. Apenas hizo a tiempo para las
presentaciones y las formalidades.
- Póngase cómodo Monseñor, es un gran honor para mi – dijo Don
Comicio inclinando la cabeza en señal de respeto.
- Le agradezco, Don Comicio. Pero pongámonos todos cómodos – y
dirigiéndose a Vrikers agregó con simpatía – Y ¿cómo se encuentra mi amigo
Vriekers?
- Bastante bueno, dadas las circunstancias, Padre – replicó el Alemán
agradeciendo con la mirada la deferencia de Monseñor - Sé que Ud. tuvo
también su día duro.
- Luego hablaremos. Gracias por lo que hizo. Aún abusaré de sus servicios,
Juan lo necesita – dijo Monseñor impresionando al Don que asentó su mirada
sobre Vriekers con respeto.
El Alemán puso al tanto a Monseñor de la conversación con el mafioso,
ahorrando los datos espeluznantes.
-Me alegro que hoy pueda hablar sin cortapisas. Esencialmente lo que le
ha contado nuestro común amigo es la verdad. Juan no ha revelado aún su
naturaleza pero su prédica ha creado un gran revuelo en la opinión pública
en todo el mundo. ¿A qué se debe su especial interés Don Comicio? - preguntó
por fin, clavando la mirada en el capomafia.
Don Comicio bajó los ojos y luego de unos instantes dijo:
- Tenía un contrato para evitar que el Dr.Stupck siguiera con sus
Omar Barsotti
280
investigaciones – se confesó.
- Aprecio el tiempo del verbo, Don Comicio.
Abruptamente el capomafia pregunto: ¿Juan es Cristo?
-Tal cual le explicó Vriekers. Es físicamente igual y ha revelado dones
espirituales extraordinarios. Fíjese, Don Comicio, a hablado a los pueblos
inmigrantes de Nueva York en sus lenguas originales. Un alarde, ciertamente,
y una condición fuera de lo común. Ha ganado un gran predicamento. Inusual
en una población que se caracteriza por un extremo excepticismo y
materialismo. No hay duda, podemos decir que es Cristo aunque eso lo decidirá
Dios.
Miró al Don con curiosidad. Este, cabizbajo, estaba sumido en un silencio
pensativo que culminó en un suspiro que los sorprendió.
- Monseñor – dijo al fin, mirándose las manos extrañado.- Le confieso
que estoy aquí porque di orden de matar a Stupck y a Vriekers.Y ahora me
dice lo de Cristo. Soy un gran pecador, Monseñor. No tengo perdón.
Monseñor no se escandalizó. Palmeó la mano del capomafia y dijo:
- Dios perdona a los arrepentidos, Don Comicio, y la Providencia ha evitado
que Ud. se condenara con esos crímenes. Creo que hoy, en todo el mundo,
todos los seres humanos, nos encontramos libres de pecado, abiertas las
puertas para empezar de nuevo.
- Ma... pero...
-Nada de peros... consuélese y alégrese, es como renacer
- Tante gratia, Su Signoría – y en un impulso tomó las manos de Monseñor
y agregó: Juan... Cristo, deduzco por sus comentarios a Vriekers, debe correr
peligro allá en EEUU. Mis pecados me han dado amigos e influencias, ellos
entenderán, pediré inmediatamente que lo protejan. Ya verá, serán leales.
-Estoy seguro de ello – dijo el prelado con el rostro iluminado apretando
la mano del mafioso.
Vriekers, fascinado, recién cayó en la cuenta de que la conversación había
derivado a un italiano poblado de vocablos y giros de un dialecto oscuro y
cerrado al que Don Comicio había recurrido inconscientemente, como
volviendo a sus orígenes, a su infancia. Monseñor lo había seguido sin
dificultades.
Hubo un estrépito en el corredor. La puerta se abrió de golpe y Vicentino
penetró abruptamente, empujado por un Vigliengo armado hasta los dientes
que antes de percibir la escena le espetaba a Vriekers con su altisonante voz
de tenor:
- El camino está libre, Alemán. Tenemos al resto de la pandilla. Es hora
de salir de esta ratonera.
El ojo de la aguja
281
Se paralizó asombrado, los ojos y la boca muy abiertos.
Monseñor rompió en una carcajada que acompañaron Vriekers y Don
Comicio.
- Mierda – dijo Vigliengo bajando las armas – Ya no se puede creer en
nadie.
Don Comicio cumplió su promesa. Desde la misma oficina hizo unos
cuantos llamados teléfónicos a EEUU e Italia. Sus conversaciones fueron
largas y laboriosas, aunque había logrado un resumen claro y conciso y lo
usaba sistemáticamente empleando un modo armonioso y seductor. Con
parsimonia explicaba una y otra vez brindando detalles y aclarando dudas.
En ocasiones recurría a su autoridad, en otras a la amistad, pero siempre a la
protección de la organización y la Iglesia, sin hacer mayores diferencias. Al
fin terminó, se volvió hacia Monseñor y le explicó lo que había logrado.
- Total protección. No se tolerarán contratos.
- No quisiera que se desate una guerra – dijo preocupado Monseñor .
- Padre,Ud. hace la guerra a su manera, nosotros a la nuestra – sonrío –
pero no se preocupe. Les advertí sobre la violencia.- hizo girar su mano
derecha ayudando a expresarse – les pedí que usaran la convicción. El trato
fino, capiccce?
- Va Bene. – respondió Monseñor – Dígame como contactarmos con
ellos. Tenemos gente muy avezada y valiente allá. Se entenderán... aunque
espero que no demasiado.
Don Comicio sonrío con benevolencia.
- Padre será bueno, todo será bueno. No se preocupe. Tenemos experiencia.
- Si, varios siglos – respondió Monseñor con un punto de burla.
- Y todo en nombre de Dios – agregó Vriekers con sorna.
- Vamonos, Monseñor – invitó Don Comicio – lo llevaré hasta su casa o
su palacio o adonde sea. En el camino conversaremos de la bella Italia y, si
me permite, brindaremos por el éxito.
- Y se fueron juntos nomás.
-No me hagas expresar pensamientos abominables, Vigliengo. No quisiera
enfrentar a esos dos ancianos juntos.- se interrumpió unos instantes mirando
a su interlocutor – Y por supuesto, muchas gracias Vigliengo. Fue una llegada
un poco fuera de tiempo y una pizca teatral, pero un buen gesto.
- No es nada, es que aún no he cobrado – respondió Vigliengo y dándose
una palmada en la frente agregó – Pero lo que tengo que informarle le dejará
Omar Barsotti
282
mudo, al menos dentro de lo que eso es posible.
- ¿Qué pasa, ahora.?
- El Inglés hizo su tránsito a la inmortalidad, aunque no muy dignamente.
Vriekers quedó asombrado y razonablemente mudo cosa que aprovechó
Vigliengo para ponerle al tanto de todo lo ocurrido en casa del Inglés. Hizo
un corto llamado por el celular y uno de sus hombres apareció con los casetes
impresos por los espías del Motorhouse.
-Fresquito. Recién editado. El Inglés murió tan convincentemente que
habría que darle el Oscar. Vea.
En la pantalla se vio llegar a los hombres de la CIA y la recepción de Mac
Donald que los lleva a otra sala. Luego de unos momentos el Inglés que sale
arrastrado por Stanley. La discusión y el golpe. La apertura de la caja y la
aparición del dinero y, por fin la entrada en escena de la rubia con una pistola
tan grande que casi le tapa la cara. Parada con las piernas abiertas y el arma
tomada con las dos manos apuntándo y luego disparando con calma a los de
la CIA, demuestra un insólito profesionalismo. Luego apunta al Inglés y puede
verse en technicolor como el rostro de éste se pone rosado y luego más
blanco hasta parecer transparente y por fin el Demonio reflejado en el agua.
El disparo, el Inglés que se proyecta a la piscina en un último y perfecto salto
mortal.
Para terminar, la conversación con el hombre gordo.
-A esto le falta música de fondo – comenta Vigliengo - tan siquiera para
acompañar el feo ruido que hace el melón del Inglés cuando revienta.
- Vigliengo. Haz silencio por Dios! ¿De que misión le habla?
- Juan, amigo Vriekers. Ese gordo es un demonio obsesivo y monotemático.
Ha reclutado a la rubia para su cruzada de limpieza moralizadora.
- Ivonne... ¿nombre de guerra?
- No, verídico. Decepciona un poco cuando se lo ve completo: Ivonne
Garcia. No es muy alentador, ¿no es cierto?. Cuando los de la vigilancia nos
avisaron los hicimos salir carpiendo. Después fuimos con un camión de
servicios de reparaciones para el hogar e hicimos una limpieza de todos
nuestros equipos. Comprenda, Vriekers, son equipos caros y casi únicos.
Supongo que podré quedármelos.
-Si, Vigliengo,por favor, pero sigue con el relato – le interrumpió Vrikers
amoscado.
-Nos dimos una vuelta gratis por la casa. Los muchachos hicieron una
limpieza de las bebidas, son de la liga antialcohólica – acotó – En el dormitorio,
que tiene una cama como para un partido de tenis, encontramos algo de
documentación. De ahí sacamos el nombre.
El ojo de la aguja
283
- Pero Garcia. Será como hallar una aguja en un pajar.
- Pues pínchese, la aguja fue encontrada: había un viejo duplicado de un
formulario para solicitar el pasaporte a nombre de la chica, con el Nº de
Documento. El Inglés la mantenía con todos los papeles al día incluidos la
DGI y el expediente policial perfectamente pasado por tintorería. Ni una
mención sencilla en el Veraz.
- Eso está bien. ¿Dónde está ahora ella?
- A esta hora – respondió Vigliengo consultando el reloj – Sobre Perú
supongo. Tomó el viaje largo para EEUU. El boleto estaba reservado desde
anteayer.
- Carajo! Cómo no empezaste por ahí! Hay que avisarle a Damico y pasarle
el dato a Don Comicio.
Vriekers manoteó el teléfono. Damico le atendió casi inmediatamente.
Cuando le puso al tanto casi podía ver el rostro crispado del cura.
- ¿Tienen forma de comunicarse con Juan y su gente o usan la vieja magia
Damico?
- Véngase para aquí, Vrikers, y se asombrará lo que estos curas anticuados
conocen de comunicaciones de cualquier rango que se le antoje -se oyó un
murmullo y continuó– Stupck está aquí, dice que aproveche la oportunidad
para confesarse, hay más de veinte curas que se pueden turnar.
- Si pudieron con él, conmigo la llevaran liviana. Voy para allá – colgó y se
volvió hacia Vigliengo – Amigo, confirme el tiempo de llegada del vuelo e
infórmeme cualquier cambio o demora. Necesitaríamos un milagro, aunque
sea un huracán chiquito. – garabateó un número telefónico en una hoja y se
lo tendió – sino a mi celular.
Vriekers partió en el momento.
Vigliengo ya estaba dando instrucciones por otro teléfono.
Omar Barsotti
284
El ojo de la aguja
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PARTE VI
EL OJO DE LA AGUJA
“Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de
una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”
Mateo 19-24
“Hay generación cuyos dientes son espadas y sus muelas cuchillos
para devorar a los pobres de la tierra” -
Proverbios 30-14
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El ojo de la aguja
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Capítulo 28
“Juan el Mensajero está terminado. Creo que así lo pensaron los legisladores
que votaron una ley de emergencia inhibiéndolo de utilizar los medios de
difusión masivos para la Aguja y el Camello. Los lobby en el Congreso
trabajaron esta vez a tiempo completo, y según dicen con buenas tarifas,
obteniendo la mayoría suficiente para esta insólita interdicción.. Pero los
efectos han sido muy distintos a los esperados. La ley, inconstitucional y
sobre todo, absolutamente ofensiva al proclamado espíritu americano, ha
levantado una ola de estupor que se convirtió en indignación. Centenares de
organizaciones defensoras de los derechos humanos y civiles,
constitucionalistas y colegios profesionales se han alineado en bloque en
repulsa de una norma digna de la Rusia soviética pero inconcebible en EEUU.
Accesoriamente se sabe que el Ejecutivo elabora un veto.
Pero, lo que quizá no esperaba nadie fue la réplica del Mensajero. Apenas
conocida la ley y utilizando el teléfono, el correo e Internet, una catarata de
información sobre las actividades (que con un eufemismo llamaremos
extraparlamentarias) de gran parte de los habitantes del Congreso, se volcó
sobre el mundo. No hay más que entrar a Internet para enterarse. Las
denuncias son concretas y, a mi entender y por la información que a mi vez
poseo, fundadas y, en todos los casos terribles. Se exige desde distintas
vertientes una sesión de los representantes y senadores para tratar este espinoso
tema. Algunos, mientras tanto, alinearon sus baterías con vistas a ganar el
mayor espacio posible haciendo leña del árbol caído, aunque seamos sinceros,
ellos son parte del mismo bosque. Ya se registraron renuncias y, hasta en
algunos casos, algunas oportunas desapariciones. La riña en el Congreso ha
trascendido a otros niveles gubernamentales dividiendo tajantemente la
opinión de la Justicia desde la que un importante sector, embistió con acciones
judiciales de oficio acompañadas de denuncias y demandas cruzadas.
Desplazado de los medios, Juan el Mensajero ha comenzado a moverse
entre el público empezando en los barrios más bajos de Nueva York. Aparece
sorpresivamente y, en instantes, logra reunir pequeñas multitudes que le
escuchan fascinadas. Desde algunos sectores gubernamentales se insiste en
lanzar una orden general de detención en su contra .Esto ha terminado por
dividir la opinión dentro del mismo gobierno poniendo al Ejecutivo en la
Omar Barsotti
288
obligación de laudar. De momento se ha dado orden de evitar cualquier tipo
de acción preventiva hasta tanto la justicia se exprese con claridad sobre la
cuestión.
El lobby periodístico intentó también atacar al Mensajero pero, al igual
que en el caso del Congreso, la mayoría de los medios y periodistas que se
prestaron a la tramoya se encontraron denunciados por distintos delitos e
irregularidades, desapareciendo del aire en un santiamén.
¿Santiamén he dicho? Bien, vamos a lo mejor. Hasta ahora nadie sabía
qué rostro tiene este hombre. Hace dos días, al anochecer, el Mensajero
apareció en el barrio Astoria Queens frente al Ristorante Italiano del Ditmars
Boulevard donde se calcula que se mueven un centenar de comunidades
extranjeras muchos de cuyos habitantes usan habitualmente su lengua de
origen y todos una dinámica combinación con el inglés. El Mensajero no
tuvo dificultades idiomáticas. Habló en los idiomas originales de sus
interlocutores y más de una vez en la mezcla. E igual ocurrió en Whashinton
Heings, al norte de Manhattan donde la nacionalidad que predomina es la
dominicana y más tarde en Brigton Beach en Broocklin donde uno se pensaría
estar paseando por Moscú. Un reportero gráfico, residente del barrio, logró
fotografiarlo: Es un hombre de algo más de 1.80 con un cuerpo fuerte y
armonioso. Es blanco, de rasgos semitas, joven, de cabellos un poco largos y
oscuros, al igual que la barba. Su rostro no es bello pero si contundentemente
atrayente. Hay fuerza en esa figura. La fotografía, expuesta en un semanario
sensacionalista produjo, sin embargo, otro efecto. Un estudioso encontró un
parecido más que notable con el rostro del Sudario y, creedme, este hombre
es una exacta réplica de la Imagen de Cristo en el mismo. Esta novedad fue
expuesta en un programa televisivo que desafío la interdicción y, por supuesto,
corrió por Internet. La imagen del Mensajero se editó al lado de la del Sudario.
Alguien, en el ínterin imprimió centenares de miles de reproducciones de la
fotografía e hizo un pingüe negocio comercializándola en quioscos, librerías
y a través de un ejército de revendedores callejeros que afloraron en los
subterráneos, en los barrios y en los centros comerciales. En la parte superior
de la reproducción se inscribió una pregunta: ¿Ud. esperaba a este hombre?
¿Quién cree que es?
Yo también lo pregunto. Puede haber varias respuestas: ¿quizá alguien
que aprovecha su parecido con Cristo, de quien parece hermano gemelo?
Pero, de ser así, ¿para qué? ¿Quiere poder, quiere dinero? ¿Es un
revolucionario?, ¿un místico?, ¿un fabulador? Su mensaje, por el momento,
se ha limitado a demostrar lo que todos sabíamos pero no podíamos o
temíamos probar. Él lo ha hecho y expresado en una forma simple: el mundo
El ojo de la aguja
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sería inmensamente mejor si sus recursos no fueran dilapidados por las clases
dirigentes. La explotación no es necesaria para el progreso material, ese
progreso material se daría por sí aunque cada hombre tomara su pedazo de la
torta, pero la supervivencia de la mayoría de los emprendimientos económicos
está dependiendo automáticamente de su capacidad para reducir costos y
aumentar sus ganancias tanto para no perder el mercado como para no
extraviar a los inversores.
El funcionamiento de la economía mundial a ingresado en un ciclo vicioso
y así como el comunismo en su momento, el capitalismo liberal ha comenzado
a sentir la entropía de su naturaleza íntima y ha ahorcarse con su propia soga.
La exclusión que se ejerce por diversas vías (bajos salarios, trabajo precario,
incorporación al mercado laboral, especialmente el clandestino, de niños y
mujeres, falta de educación, migración masiva, etc…) comienza a ser el
verdadero cierre del ciclo y aunque la competitividad abarata el coste de los
bienes, la vertiente de nuevos consumidores se ha cortado por falta de un
mecanismo de distribución masivo de la riqueza.
Pero los desheredados y excluidos del mundo no necesitaban estas
explicaciones. De igual modo, y sin llegar a los extremos de carencia que
afecta a aquellos, millones de trabajadores calificados, pequeños industriales
y comerciantes lo han comprendido al ver esfumarse sus ahorros y sus
jubilaciones. Ellos como víctimas conocen los efectos que se describen, lo
que precisaban era que alguien fuera su vocero, o quizá un vocero distinto a
los sospechosos habituales, y, por lo que se ve, al menos en esta parte del
mundo, el elegido es el Mensajero. Por último quiero destacar lo importante
de la cuestión y, dar por finalizada la discusión de quién es el Mensajero y si
su extraordinario parecido con una supuesta imagen de Cristo significa algo:
sencillamente el Mensajero será lo que el pueblo decida”. Para Washinton
Post. Edwar Finnerman.
- Le digo que hizo un milagro – grita por el teléfono a su editor, Phillip
Dover, el cronista Joseph García.
El editor vive exasperado por los cronistas que exageran sus notas para
obtener una publicación privilegiada. Eso le realimenta la úlcera y produce
cíclicas crisis en su relación matrimonial. Entiende el entusiasmo de sus
hombres, los trata con paciencia, pero, en ocasiones, ésta amenaza con
extinguirse..Para colmo, García, tiene la cantidad exacta de sangre latina para
alimentar exaltaciones de alto dramatismo.
- Cómo puede decir eso García? No entremos en la pavada. Este es un
periódico serio. Reflexione.
Omar Barsotti
290
Joseph García hizo un silencio prolongado que para Phillip era toda una
sorpresa y novedad. ¿Se habría cortado la línea o el hombre sufre un
prometedor enmudecimiento? Por fin la voz de García retorna tranquila y
serena.
- No es una pavada, Phillip. Lo vi personalmente.
- Una ilusión.
- No. Una realidad, lo hizo aquí, en mi casa. El venía caminando por la
calle, conversando con un grupo numeroso de vecinos que lo escuchaba
atentamente. De pronto se detiene frente a mi puerta y mira hacia ella. Yo
espío por la ventana. Veo que su rostro se nubla. Se pasa la mano por la
frente y camina hasta pararse frente a mi puerta. Golpea y yo pienso que
semejante oportunidad no se le da a un periodista en cien años. Abro al
instante y el me pregunta sin saludar: “donde está tu hijo mayor”. No sé que
contestarle. ¿Qué tiene que ver mi hijo?, protesto. Me hace a un lado y sube
al primer piso y entra en la habitación de Michael. Yo ahí abajo como un
estúpido y los vecinos asomándose. Oigo hablar. Mi hijo, Ud. sabe, sufre de
esquizofrenia, apenas si podemos contenerlo con atención psiquiátrica y
medicación permanente Subo lentamente las escaleras. La conversación es
animada. Parece que él pregunta y mi hijo responde con una voz que apenas
reconozco. La puerta está abierta. El Mensajero se ubica sentado en una
butaca y mi hijo al borde de su cama. Mi hijo, animadamente, le explica algo
y él asiente. No entiendo bien lo que dicen, es el tono de las voces el que me
impresiona. Están así media hora o una hora, no sé. Mi casa está llena. Los
vecinos la han invadido y sentados en todas partes esperan con paciencia y
bonhomía. Parecen todos muy complacidos como si vieran hacer estas cosas
a cada rato.
Luego bajan, primero él dando algunas recomendaciones y atrás mi hijo
asintiendo. Cuando me cruzan mi hijo me toma del hombro y me lleva con
él. Está normal, totalmente normal. Y así sigue todo el tiempo después de
estos dos maravillosos días. Y está sin medicar Es un milagro.
Phillip suspira.
- Bien, García, cuanto me alegra lo de su hijo. Pero Ud. coincidirá conmigo
que no es un milagro. Evidentemente el hombre tiene un talento extraordinario
para la psiquiatría.
- ¿Cuántos esquizofrénico ha conocido que han sido curados con un rato
de conversación?
Phillip vuelve a suspirar. ¿Qué se le dice a un padre bajo tales circunstancias?
- Bueno, García. Haga una nota. Haremos una comunicación seria y
fundamentada. Pero nada de milagros, ¿estamos?
El ojo de la aguja
291
- Lo siento, Phillip. Ya no importa. Yo – duda un instante – debo decirle
que no era mi intención hacer una nota. En realidad, estoy renunciando.
- ¡Pero no lo tome así, hombre!- salta con voz crispada Dover.
- ¡Oh! No. No me mal interprete. Es que mi hijo y yo nos hemos puesto a
disposición de Juan el Mensajero. Vamos a acompañarlo todo el tiempo que
podamos. ¿Me entiende?
- No, no García, no lo entiendo, pero vaya y haga lo que crea necesario.
No renuncie.
Phillip colgó y automáticamente encendió un cigarrillo sin hacer caso al
cartel de no fumar. Vaya a saber, pensó, no puedo darle manija a García, pero
algunos milagros vendrían bien.
“Tenemos milagros también. Un hombre que es físicamente igual a Cristo,
que se ha revelado contra los poderosos a quienes crítica sin eufemismos,
que tiene el don de lenguas, a quien poco le falta para invadir con un látigo en
la mano el sacro recinto de la bolsa de Wall Street, y que ahora hace milagros.
Dije en mi nota anterior que el Mensajero sería lo que el pueblo quisiera,
bien, ahora es ya Jesús redivivo. En los pueblos y en las barriadas pobres de
las grandes ciudades se movilizan multitudes que reclaman su presencia y en
los centros de poder otras multitudes reclaman su cabeza. El Mensajero no
admite ni niega ser el Salvador. Cuando se le interroga al respecto sonríe
enigmáticamente y suele preguntar de ésta forma: “Deseas un Salvador, mírate
al espejo y lo verás”.
Los reclamos que llueven sobre las autoridades han tenido también diversas
respuestas. El clero católico entró en un estado deliberativo al que puso fin el
Papa quien se limitó a señalar que no encuentra en la prédica del Mensajero
elementos distorsivos de la verdad que viene sosteniendo y reiterando la Iglesia
desde siempre y, últimamente, con su llamado del Tertio Milenio, y ha remitido
a algunos obispos ofuscados a una encíclica tan antigua y tan actual como la
Rerum Novarum y su conmemorativa Quadragésimo anno, y, adicionalmente,
recomendado que corrijan a su feligresía más afortunada y económicamente
más fuerte, para que orienten su atención a la cuestión social. Por todo lo
demás, el viejo Papa, ha agregado con humor que no le disgustaría que
Jesucristo volviera a este planeta para darle una mano en la solución de
problemas que parecen exorbitantes para un pobre cura de pueblo a quien se
le ha cargado con el pesado manto del papado. “Hay – culminó el Papa –
demasiada gente que se hace la distraída con sus responsabilidades. Tienen
que saber que aquel que ha sido bendecido por Dios con la tenencia de
ingentes recursos y bienes materiales los posee con cargo. Pongo énfasis,
Omar Barsotti
292
para que se den cuenta de lo que digo, en el nombre que ha elegido este
hombre, Juan el Mensajero, para su programa radial: La Aguja y el Camello.
Lo del Papa ha caído como balde de agua fría sobre vastos sectores del
establishmen. Si se sigue la extensión lógica del pensamiento papal y su
recordación de la advertencia de Cristo sobre las posibilidades de ingreso al
cielo de los ricos, resulta evidente que éstos o no creen en aquel, o toman sus
palabras como exageración, o lo que es peor, que aún creyendo, su avidez es
tan demoníaca que prefieren poner a riesgo su salvación eterna antes que
arriesgar su capital al servicio del ser humano.
En otras declaraciones el Papa, coincidiendo con El Mensajero ha
reafirmado su creencia de que hoy por hoy no basta una actitud neutra o
pasiva de los propietarios y o administradores de bienes. No alcanza con el
disfrute honesto de lo ganado, es preciso que quienes tienen el beneficio de
la plétora garanticen con acciones positivas de que el sufrimiento humano a
causa de la pobreza y la exclusión sea, más que paliado, exterminado. Hoy
por hoy, ha predicado el Papa, el cristiano pudiente no tan solo no debe
abusar de su riqueza y poder, sino que ha de oponerse positivamente a que
otros lo hagan. No alcanza con la caridad. Ha de convertirse, asevera a su vez
El Mensajero, si es verdaderamente cristiano, en un militante que enfrente
todos los modos de explotación que atentan contra la dignidad humana.
Colateralmente, pero no con menor importancia, líderes religiosos
mahometanos y judíos han manifestado que lo dicho por el Papa con respecto
al cristianismo debe aplicarse, sin cortapisas a sus religiones. Uno de los líderes
más importante del Islam ha recordado que siempre tuvieron a Cristo por un
gran profeta y sienten de igual forma con respecto al Mensajero, sea cual
fuere su naturaleza.
He resaltado estos temas en mi comentario del día porque el Papa y los
otros líderes religiosos no han hecho más que dar un espaldarazo a este
personaje extraordinario.”
- Por favor, con Joseph. Habla Phillip Dover.
Dover retuerce el cable del teléfono con el que está dispuesto a ahorcarse
si Joseph no aparece en línea. Vuelve a releer el artículo del Washington Post
sintiéndose totalmente idiota.
- Hola, ¿Dover?
- Si, García, soy yo. ¿Cómo andan las cosas?
- Maravillosas, Phillip.
- Me alegro – Dover se aclaró la garganta – he estado pensando en lo de
ayer, García.
El ojo de la aguja
293
- Sorprendente, no es cierto.
- Ciertamente. Oiga Joseph, ¿sigue en contacto con Juan el Mensajero?
- Totalmente. Hemos formado un grupo de vecinos para acompañarlo.
He visto cosas que no puede imaginar. Oiga Dover. Lamento haber estado
un poco exaltado ayer.
- No es para menos. Dígame, Joseph, estamos interesados en esta historia.
¿Se avendría este hombre a concedernos un reportaje?
Se hace un largo silencio, Dover suelta el cable para no cortarlo.
- No sé - García suena dubitativo, pero no negativo – Se lo pediré, pero yo
no podré hacerlo, ¿me entiende?, estoy muy involucrado. Pero no quisiera
ponerlo en manos de cualquiera.
- García, la entrevista la haré yo personalmente. Ud. me conoce, sabe que
soy íntegro. No lo presionaré, no agregaré nada ni deduciré nada de lo que
me diga. La página será de Juan el Mensajero.
- Déme dos horas, hasta luego.
Dover colgó suavemente y cruzó los dedos.
Desde Chinatow y el Soho, fluye una constante caravana que se dirige
hacia el Washinton Arch dejando de lado las atracciones de Broadway y
confluyendo sobre el nacimiento de la Quinta Avenida desde la que desbordan
grupos de personas que descienden de los bus y salen de las bocas del metro.
Como ocurre frecuentemente, la noticia de que Juan El Mensajero
aparecerá, en esta ocasión en el Washinton Arch, ha cundido silente
prescindiendo de toda comunicación que no sea el boca a boca, los teléfonos
o los avisos de los conductores de Bus que gritan en cada esquina la novedad.
Los repartidores de diarios se internan en las calles voceándolo en las ventanas
y en el interior de los negocios. De pronto, en medio del espectáculo, un
actor o una actriz interrumpe su acto y lo comunica al público y a veces una
orquesta entera abandona sus instrumentos y se pone en marcha detrás de su
auditorio. En Walt Street los ascensoristas y los ordenanzas se pasan el soplo
que asciende por las oficinas, repta por los mostradores y recala susurrante
en los más importantes escritorios.
Media docena de jóvenes con aspiraciones de yuppies escapa por la puerta
trasera de un edificio de fachada austera y gran respetabilidad en cuyo interior
las marmitas económicas procesan cautamente los negocios de hoy,
mañana y el próximo siglo. Escabulléndose por los callejones, espantando a
los gatos callejeros superan a los homeless que abandonan sus refugios en la
misma dirección. El grupo lleva tres debates con Juan. La primera vez
comenzaron con condescendencia para terminar ocultando su perplejidad
Omar Barsotti
294
tras una tapia de grosera altanería, la segunda resolvieron ir mejor preparados
retornando confusos, la tercera estaban ganados por una inusitada modestia
y convencidos de que aquel hombre tenía aún mucho que explicarles. Ahora
– y lo habían discutido durante interminables horas – se habían juramentado
para escuchar sin abrir la boca.
En una lujosa oficina del Empire State Building, apenas conocida por un
grupo selecto de empresarios cuyos capitales líquidos podría comprar la deuda
externa de medio planeta, un director ejecutivo colgó el teléfono y raudo se
metió en su guardarropa privado y cambió su saco de espesa y genuina seda
por una polera desflecada. Se observó al espejo y resolvió cambiarse los
pantalones por unos jean a los que había arrancado la marca. Salió
sigilosamente a un pasillo y renegando retornó para cambiarse los zapatos
italianos por un par de basquet. Después, satisfecho, se escurrió hasta un
ascensor de servicio y ya en la calle se confundió en la 34 con el resto del
gentío y enfiló hacia la Quinta Avenida con la esperanza de no encontrar
alguien que lo reconociera, de un garaje cercano sacó una moto de baja
cilindrada y partió hacia la cita.
En el Washinton Arch se mueve una pequeña multitud que está creciendo
desde muy temprano. Muchos de sus componentes se reconocen y saludan
mientras buscan una posición privilegiada. Cualquiera que observara la escena
prontamente caería en la cuenta de la incongruencia entre la gran cantidad
de personas y el silencio apenas quebrado por un sereno bullicio. Los que
van por primera vez se mueven un poco desorientados hasta que se animan
al encontrar algún conocido. De pronto el murmullo crece desde la Octava y
Houston. Luego un grupo de jóvenes va abriendo paso a través del parque.
Juan El Mensajero se mueve entre ellos animoso y su rostro serio se distiende
ocasionalmente con una sonrisa de reconocimiento para sus seguidores más
antiguos
Sopla un poco de viento húmedo del mar y aunque el día ha sido cálido
ahora ha refrescado levemente. Vestido tan solo con unos jean ajados y una
camisa inmaculadamente blanca de mangas largas, Juan le parece desabrigado
a un anciano que se le aproxima y le coloca sobre los hombros su viejo
impermeable, muy largo y raído.
- Te resfriarás, hijo. No sabes mucho del clima de Nueva York.
- Ahora será Ud. el que tenga frío, abuelo – le responde Juan escrutando
el rostro apergaminado y mal afeitado.
El anciano se encoge de hombros y responde en su antigua lengua rusa:
- Ya me lo devolverás tibio y me calentará en esta noche.
- Lo usaré, te lo devolveré y nunca más tendrás frío -afirma Juan en el
El ojo de la aguja
295
mismo idioma.
El viejo abre los ojos asombrados y cabecea repetidas veces agradecido.
Detenido ahí mismo, se forma un círculo alrededor de Juan. La gente se
apretuja o forma grupos un poco apartados desde algún lugar desde el que
calcula poder ver y escuchar mejor. Los niños retozan entre las piernas de los
adultos y se pierden repetidamente para ser devueltos a sus padres. Un par
choca contra las piernas de Juan ante la alarma de sus madres que se deshacen
en disculpan, pero Juan se opone a que los lleven. Los hace sentar a sus pies
y es como una señal para que toda la multitud comience a ponerse cómoda
asentándose en los bancos y en el césped.
- Muchos - empieza Juan - me han seguido desde el principio y otros han
llegado por primera vez. Muchos se han convertido en mis portavoces y
otros aún dudan pero siguen escuchando. Algunos no oirán, pero algo les
quedará. Algunos me debaten y yo les respondo porque han tenido el valor
de expresar sus pensamientos sin tapujos. Algunos se convencerán y otros se
irán desconcertados o desilusionados pues quizá esperaban otra cosa de mí.
Algunos han venido con preguntas capciosas e intentando tenderme trampas
para que me contradiga y burlarse de mi. Y yo los perdono pues aún están
sordos y no es culpa de ellos y sus malas intenciones no son otra cosa que sus
temores y debilidades ocultos tras la soberbia. Muchos buscan milagros
espectaculares y yo los entiendo porque nunca hubo en el mundo tantas
maravillas y sin embargo tantos insatisfechos. Hay quienes buscan sanar de
males incurables y yo sé que mi afecto los alivia y les digo: busquen la cura
entre sus hermanos porque el amor es curativo y todo ser humano está dotado
para hacer milagros tan solo lo quiera y lo pida con sinceridad. En vuestras
manos está el poder, no lo duden ni un instante, pero recuerden que el mayor
milagro es creer en el prójimo.
Algunos preguntan si es posible la felicidad en esta vida o hay que esperar
la otra: la felicidad para todos es posible en esta vida si se aman los unos a los
otros, y, en la otra vida la felicidad del Señor paliará las muchas falencias de
ésta y les hará olvidar de los tantos dolores que se sufran ahora.
Han venido algunos preguntando si la resignación es una virtud y les digo:
sí lo es cuando el dolor es vuestro pero no lo es cuando se resignan a ver
sufrir a los demás sin hacer nada. Cristo no se resignó ante el dolor de los
hombres y clamó contra la injusticia. Clamen contra la injusticia que se ejerza
sobre vuestros hermanos y tanto será el clamor que la injusticia desaparecerá
de la vida de los hombres. Y aún más, nunca permitan que el disfrute de
vuestra felicidad os haga insensibles ante el dolor de los demás. Que vuestra
Omar Barsotti
296
felicidad sea luchar por la felicidad de todos.
Han venido algunos preguntando si hacer caridad es dar felicidad. La
caridad es una virtud que no se termina en dar algo de lo nuestro a los
carecientes y a los sufrientes, la caridad es además evitar que los egoístas le
resten a los hermanos la posibilidad de llevar una vida mejor. La caridad es
virtud cuando es activa y cuando el que la practica es un militante de ella.
Den lo que puedan dar, pero, sobre todo entreguen su esfuerzo y su tiempo
para combatir a quienes están cegados por el egoísmo, aunque se trate de sus
parientes, sus socios o sus amigos, o aún un temido poderoso.
Y sobre todo, no permitan que se le quite a la gente la ilusión.
Mañana, todos tendrán una respuesta sobre mi persona y mi misión. No
les diré nada de eso hoy, solo tengan en cuenta que a partir de mañana seré
atacado, negado y burlado. Todos tendrán forzosamente que saber porque
las pruebas estarán en sus manos y son irrefutables, pero habrá quienes
sabiendo no creerán y habrá los que aún creyendo no tendrán el coraje de
sacarse el collar y se esconderán y me negarán. Sosténganse creyendo en lo
que he dicho, en el mensaje, no en quien soy yo, pues si esas palabras hubieran
salido de la boca de cualquiera de Uds. lo mismo sería la verdad y, en última
instancia, el Mensaje.
Un murmullo de preguntas y dudas corre por la multitud y los rostros se
interrogan unos a otros con cierto aire de alarma.
- ¿Qué pasa, Juan? –interrumpe inquisitiva la voz enronquecida de un
taxista sentado en el techo de su vehículo.
Todo el mundo asiente y repite la pregunta.
- Nada que no estuviera previsto, mi amigo - responde Juan elevando la
voz -. Muchos han creído que yo era el Señor resucitado. Y yo les reitero que
no lo soy, sin embargo mañana entenderán por qué soy como soy. Muchos
han preguntado: cómo es que no eres Cristo y produces milagros, bueno, eso
ya lo saben ahora; el don de hacerlo lo ha puesto Dios en todos nosotros.
Pero graben esto con fuego en sus corazones: amen al prójimo como se
aman a Uds. mismos y ese será el mayor milagro.
Un murmullo de asentimiento discurre por la multitud como un soplo de
aire caliente. La voz de Juan es muy clara y serena pero llega hasta los más
alejados, superando el rumor perpetuo de la metrópolis.
- Pero – continuó Juan – Les ruego que no se pregunten quién soy, ni en
los milagros por buenos y espectaculares que resulten, sino que mediten sobre
lo que he dicho. El valor de mi presencia está en la Palabra. He sido dotado
con el don de la palabra y he usado ese don para dar respuestas que presten
un servicio a la humanidad.
El ojo de la aguja
297
- Juan – grita uno de los yuppies destacándose de su grupo – Ya hemos
sido convencidos, pero ¿qué pasará ahora?
- Ahora Uds. son los herederos de la Palabra. Toca a todos los que me han
seguido continuar mi emprendimiento. Que la verdad sea vertida en cada
mente hasta que llegue al alma. Una piedra ha sido arrojada a las aguas de la
humanidad y la onda se va expandiendo; si cada uno de Uds. arroja su piedra
la onda se incrementará y llegará a todas las costas conmoviendo a todos y a
cada uno de los seres humanos preparándolos para comprender los próximos
tiempos que serán tiempos duros y de adversidades y de prueba, pero, a
diferencia de los actuales, tendrán la felicidad de la esperanza.
- ¿Te persiguen, Juan? – pregunta alguien desde atrás.
Juan gira y busca a quien ha hecho la pregunta.
El hombre está apoyado en una moto de baja cilindrada y vestido con una
polera deshilachada. Se siente un poco abochornado por haberse puesto en
evidencia..
-Ah!, mi amigo, así es. A mi, a ti, a todos nosotros. Pero si somos muchos,
¿cómo podrán contra todos? Miren alrededor. La policía ha tendido un cerco,
pero¿pregúntenle a cada policía qué piensa hacer?
Los policías ríen socarronamente haciendo señas para que continúe
tranquilo, restando importancia a su supuesta vigilancia.
-Ya ven. Y esto ocurrirá en cada lugar donde la Palabra llegue. Confíen en
la Palabra y confiarán en sus semejantes y ellos confiaran en Uds.y la onda
llegará hasta el último de los seres humanos en todos los confines de la tierra
y los poderosos tendrán que comprender que ya el Poder ha escapado de sus
manos y que tienen forzosamente que cambiar. Y cambiarán, o desaparecerán
y serán sustituidos. Sus tiempos de dominio terminan, ya no podrán medrar
con la miseria ajena y deberán aceptar su hermandad con el resto de la
humanidad.
Una mujer da un grito de terror. La multitud se conmueve. Los policías
alarmados se comunican entre sí y se abren paso hacia el centro. En un extremo
hay un movimiento desorientado y un rumor que crece. Juan mira a su frente
con el rostro extremadamente sereno y luego levanta los brazos y hace señas
para que todos se tranquilicen y vuelva a sus lugares. A su lado se colocan
varios hombres con sus manos ominosamente embutidas en sus sacos. Juan
los conmina:
- Nada de armas.
- Pero Juan - protesta uno - tenemos orden... - se interrumpe avergonzado.
Omar Barsotti
298
Juan lo mira ceñudo y el hombre hace señas a sus compañeros para que
no desenfunden. Más atrás los policías retroceden renuentes, consultándose
con la mirada. Un sargento les ordena guardar las armas y camina
apresuradamente hacia los más exaltados poniendo orden y reclamando
tranquilidad.
Ahora, frente a Juan, Ivonne empuña un arma. La multitud retrocede
dejando un amplio círculo alrededor de Juan y la mujer. La imagen está
congelada y el silencio es tan profundo que el sonido del revólver al armar su
mecanismo de disparo parece estruendoso.
- Tu nombre es Ivonne. Te esperaba – dice Juan con calma.
La mujer esconde su rostro detrás de la mira y las manos con que empuña
el arma. Al oír su nombre levanta el mentón y mira a los ojos a Juan.
El círculo comienza a cerrarse. Ahora muchos están junto a Juan e intentan
ponerse en la línea de tiro pero Juan los aleja.
- Déjenla – musita Juan – que Ivonne haga lo que cree que debe hacer.
- Debo matarte – dice Ivonne, ahora la pistola tiembla entre sus manos- y
seré amada – agrega con voz aniñada.
La multitud mueve el mar de sus cabezas en un rumor de preguntas y
respuestas. ¿En que idioma hablan?, ¿qué es lo que dicen? Hablan en castellano
aclara un inmigrante argentino y se transforma en traductor para todo un
grupo. Otros latinos se prestan a transmitir a quienes les rodean los términos
de ese diálogo que preocupa a los hombres y hace gemir a las mujeres.
- Si eso crees que te hará bien, hazlo - responde con firmeza en ese
momento Juan abriendo los brazos.
Ivonne cae en un silencio confuso. No puede desviar los ojos de los de
Juan e inclina la cabeza tratando de atrapar lo que éste le dice. Sin tomar
conciencia de ello ha contestado varias preguntas. Habla de sus padres y de
su niñez y de su abandono. Habla de sus ilusiones, sus sueños y el infierno de
su prostitución y trata de explicar ese vacío que desde hace años se ha instalado
en su corazón, dejándola más huérfana que nunca, no tan solo carente de
cariño, sino como inválida que extraña el movimiento sin poder recordar
como era. Vaciada de lágrimas solo recuerda la furia, que sustituye al dolor y
es único consuelo al que puede aferrarse.
Juan se ha aproximado hasta quedar enfrentado al arma. Un suspiro
angustiado surge de la multitud estupefacta que mueve sus miles de cabezas
en ondas inquietas de temor e incomprensión.
Repentinamente, Ivonne deja caer el arma sobre el pavimento, que rebota
El ojo de la aguja
299
varias veces antes los ojos espantados de los guardias de la mafia, uno de los
cuales se agacha esperando el disparo que, contra toda lógica no se produce.
Ivonne ha caído en brazos de Juan sollozando silenciosamente. En la
multitud las mujeres también sollozan y los hombres, disimuladamente se
restriegan los ojos o encuentran oportuno limpiar sus lentes.
- Iba a matarte... - musita Ivonne sin dejar de sollozar.
- Ya ves. No lo has hecho.
- ¿Cómo pude pensarlo, Dios mío?
- No era tú la que empuñaba el arma. Era tu odio, que ahora se ha ido.-
responde Juan limpiándole las lágrimas.
El sargento se ha desplazado en total silencio hasta quedar a un lado.
Tiene una mano puesta sobre el brazo de la mujer pero los ojos de Juan lo
disuaden con una seña que es un ruego. El Sargento O‘Brien es un enorme
irlandés de manos deformadas por las quemaduras en su viejo trabajo de
fundidor y las cicatrices producidas por las infinitas peleas y refriegas con
que debió defender su lugar en la vida desde la infancia. Una de esas manos
se alza y acaricia con inusitada ternura la cabeza de la mujer. Sorbiéndose las
narices se vuelve hacia sus hombres y mirándolos con repentino furor les
espeta:
-Todos Uds. no han visto nada porque son unos distraídos y por ello
serán castigados oportunamente en la Taberna de John. El que falte se las
tendrá que ver conmigo. – y se encamina muy envarado entre las muecas y
bromas de sus subalternos. El arma de Ivonne se esconde en su mano derecha
y desaparece debajo del asiento de su auto.
- Arma encontrada abandonada en el muelle – le dice a su chofer.
Este, mirando hacia delante asiente con un gesto severo. Extrae una libreta
y toma nota seriamente, colocando los puntos con energía y frunciendo los
ojos pues no anda bien de la vista.
Juan se aleja consolando a Ivonne y haciendo señas a todos para que se
dispersen. La multitud se mueve levantando un cuchicheo y se disuelve
lentamente. Lo sucedido entra en ese limbo del rumor que puede llegar, en
mucho tiempo, a ser leyenda.
Hace mucho frío. Enfundado en el impermeable que Juan le ha devuelto
el anciano ruso, iluminado el rostro, siente una insólita calidez que le hace
dirigir sonrisas a todo el mundo queriendo comunicar el pequeño milagro
del que está disfrutando.
Omar Barsotti
300
El ojo de la aguja
301
Capítulo 29
Se nos ha concedido la oportunidad de hacer un reportaje a Juan el
Mensajero. Lo que Ud. leerá a continuación será exactamente lo expresado
por el conductor de La Aguja y el Camello. Debo destacar que hay aquí
revelaciones cuya interpretación movilizará grandes debates. Sin embargo,
cuando Juan el Mensajero hace estos sensacionales anuncios, transmite tal
grado de serena sinceridad que no deja lugar al asombro escandaloso.
Simplemente el oyente entra en la verdad con toda naturalidad y acepta
premisas que, bajo otras circunstancias y frente a otras personas harían lugar
a una fuerte resistencia y escepticismo.
-Juan el Mensajero es su verdadero nombre?
- Juan es mi nombre, lo de Mensajero alude a mi misión.
- Ud. ha lanzado, a través de su prédica, una inquietante crítica sobre la condición
humana, tocando, muy especialmente, la cuestión social. ¿Es esa su misión?
- Todas las religiones sin excepción han proclamado históricamente
condiciones imprescindibles para vivir en armonía entre nosotros y con Dios.
En mi prédica, he señalado los mecanismos políticos y económicos que,
sustentados por una falaz formación cultural, las han deteriorado.
- Supongo que por eso Ud. se ha ocupado mucho de la economía lo que ha sido acerbamente
criticado por los políticos. Más aún, muchos de ellos han sostenido que Ud., siendo un
hombre de Dios, no debiera ocuparse de la economía.
- Les recordaría que los economistas reclaman que los políticos no se
metan con la economía.
- Pero esa observación ha surgido también de algunos ámbitos religiosos desde los que se
dice que Ud. se preocupa demasiado por lo material y deja de lado lo espiritual.
- La dicotomía entre lo material y lo espiritual la exageran los poderosos
para justificarse. No soy quien habla de lo material. Es Dios quien, cuando
termina la creación la mira y dice: “Esto es bueno”. Y lo destina al hombre,
a todos los hombres, no a algunos pocos pícaros.
A tales religiosos les pediría que me expliquen la propuesta de la Tertio
Millenium. Ahí la Iglesia Católica trata uno de los principales problemas
financieros de la economía, la Deuda Externa. Esa deuda no es justa, y poco
práctica, aún desde el punto de vista de los acreedores: una deuda que no se
Omar Barsotti
302
puede pagar y que no ha de ser pagada es un motivo de múltiples conflictos
. El Papa, con gran sentido común, señala un dilema de orden financiero y
reclama su resolución para evitar sufrimientos a los pueblos pobres. ¿Cómo
podría un cristiano sustraerse a eso?
-Según recuerdo la cuestión de la Deuda Externa la trató Ud. en una advertencia a los
pequeños inversores. ¿Lo hizo como parte de su prédica?
- Era preciso. La cesación de pago originada por los intereses excesivos y
la corrupción hará que los bonos de la deuda sean inconvertibles. Hemos
observado una maniobra para traspasar a los pequeños inversores esa carga.
Es una estafa global que generará nuevos perjudicados aún en los países
ricos. Accesoriamente, vea Ud. que quienes están llevando a cabo tal maniobra
son profesionales, personas que han sido dotadas por Dios con una capacidad
especial para manejar las finanzas y que, ante el temor a la pérdida, no hesitan
en perjudicar a otros más débiles y menos informados . He prestado a los
pequeños inversores un servicio cuyo deber era de esos profesionales. Este
abuso de la posición y el poder debe terminar y nos retorna a la problemática
del poder y de quienes lo detentan. De esto se tendrían que ocupar los políticos
para honrar su existencia.
Pero, además del problema financiero debemos hablar del comercial y
económico. Los países ricos deben terminar con el doble discurso de exigir a
los países pobres mayor eficiencia mientras les impiden vender su producción
a un precio justo interponiendo subterfugios. Tal acto de hipocresía no es
admisible en sociedades que se reputan de cristianas y. como si fuera poco, es
a la larga un mal negocio ¿.Qué clase de economía se puede fundar en la
miseria de los posibles consumidores?
- Fue preocupación de Jesucristo la cuestión económica?
- “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” no fue una
frase ingeniosa para eludir una definición. Por el contrario, fue la gran
definición. Cuando Cristo la hace está dejando en claro que nadie puede dar
nada al César si antes no ha dado a Dios lo que a este le corresponde.
La economía es la administración de nuestra casa. Nuestra casa es la
herencia que Dios dio a todos los seres humanos .Pero, muchos hijos de
Dios son tratados como intrusos en este hogar común.. Aquellos que dicen
creer en Dios deben tratar a la economía como la administración de los
recursos que Dios creó para todos no para unos pocos privilegiados.
-Hemos hablado de Jesucristo. Creo que viene al caso tocar un tema muy importante.
Se ha sugerido que Ud. se parece físicamente mucho a él.
- Así es.
- ¿Ese parecido está relacionado con su posición ante la injusticia?Dicho de otra manera,
El ojo de la aguja
303
¿imita o prosigue la prédica de aquel al que tanto se parece?
- Así lo espero.
- Aún más, si me permite. Muchos creen y sostienen que Ud. es Jesucristo, el hijo de
Dios que ha retornado a la tierra. ¿Qué me dice Ud. a eso?
- ¿No somos todos hijos de Dios?
- Perdón Juan, ¿va Ud. a eludir la respuesta?
- Como hijos de Dios, todos tenemos deberes y derechos. Algunos se
ajustan a ese mandato, otros eluden una parte de la ecuación, generalmente
la de los deberes. En mi caso, estoy impulsado a cumplir con mis deberes
poniendo en ejercicio los dones que recibí de Dios. Estoy tratando de que
todos los que han recibido dones los pongan al servicio de sus hermanos
seres humanos.
- De lo que se trata, Juan, es de saber si la versión popular sobre su naturaleza es
cierta.
- Ha llegado la hora de explicar mi naturaleza, mi origen y mi misión. Al
hacerlo revelaré fenómenos que pueden ofender la sensibilidad de mucha
gente, poner en peligro mi vida y, seguramente, hacerme víctima de burlas y
rechazos. Primero: Yo no soy Jesucristo. Jesucristo murió en la cruz hacia el
año 1 de nuestra era en las circunstancias y forma que relata el Nuevo Testamento.
Segundo: Yo soy genéticamente igual a Cristo.
“Debo confesar mi sorpresa en esta parte de la entrevista. No pude menos que pedir
que me repitiera lo dicho y, luego, si podía publicarlo. Juan sonrío comprensivo y asintiendo,
reiteró:
- Soy genéticamente igual a Jesucristo. Cuando termine esta entrevista,
uno de mis acompañantes le dejará documentación que certifica como y
quienes llevaron a cabo una clonación de Cristo utilizando material biológico
de éste extraído del Santo Sudario. Soy un clon de Cristo. Tal cosa es
técnicamente posible desde hace poco menos de treinta años. Yo he sido
procreado con la base del código genético de Cristo extraído del Sudario. .
- Es extraordinario. Su revelación tendrá un efecto tremendo. Yo, al menos, doy por
ciertas sus afirmaciones, pero ¿qué deben suponer mis lectores al leer sobre éstas?: ¿Un clon
de Cristo es lo mismo que Cristo?
- Dios proveyó a los seres vivos de ese mecanismo biológico que definimos
en la ciencia genética..En su omnipoder pudo crear a Cristo de la nada, sin
embargo lo creó humano,en el vientre de una mujer y con patrón genético
propio. Humildemente hemos juzgado que este hecho no es caprichoso sino
la aplicación de instrumentos naturales a fin de generar determinados
comportamientos.
Ese es mi origen. Mi misión es la misma que tuvo Cristo, dejar un mensaje
Omar Barsotti
304
que cambie el sentido de la historia, influyendo sobre la naturaleza humana,
potenciando sus mejores cualidades y amortiguando sus debilidades.
Mi naturaleza, ahora develada, quizá me reste el apoyo de muchos que me
siguen por el poder divino que, suponen, detento. El Mensaje molestará a
muchos intereses creados, eso pondrá en riesgo mi vida. Ahora dependo
absolutamente de la fe.
La necesidad de esta parusía forzada científicamente es fácil de entender:
la humanidad no tiene control. Los que dicen detentar el poder están
discapacitados para cambiar el curso de los acontecimientos aunque no ignoran
que son arrastrados al abismo. ¿Para qué ese poder entonces?¿a quién acudir
para que lo haga? Peor aún, el único poder hoy es el de producir daño. Casi
cualquier nación puede bombardear a otra a 10.000 kms. de distancia, pero
poco o nada puede hacer cuando debe resolver conflictos, hambrunas y
epidemias.
-Eso es lamentablemente cierto. En su opinión ¿cómo puede cambiarse esa situación?
- Ambas cosas están ligadas y volvemos al ejemplo del principio:¿puede
un financista que descarga su quebranto sobre personas ignorantes en la
materia, que confían en él, presentarse como cristiano?¿Y pueden los cristianos
que seguramente están al tanto de la estafa, callar su protesta? Bueno, Ud.
sabe que lamentablemente muchos de estos financistas acuden
dominicalmente a su respectiva iglesia y asisten regularmente a las cenas de
caridad y puede que hagan algún donativo. Esto, quiero aclarar, es extensivo
a cualquiera que se repute como fiel a cualquier religión ya que todas ellas
han condenado la usura, la explotación y la violencia en todas sus variables.
Cuando Cristo hace su recomendación es claro: nadie puede darle al César
algo sin dar a Dios lo que a éste le corresponde. El disfrute de las ganancias
tiene un cargo, cuando ese cargo no se cumple la economía es exacción .La
economía es tal cuando hay justicia social, caso contrario se trata simplemente
de una serie de mecanismos tramposos para favorecer a astutos pillos
depredadores quienes, a través de actividades económicas aparentemente
genuinas y legales acumulan riqueza y poder. Usan la riqueza para obtener
más poder y el poder para obtener más riquezas. Es un círculo vicioso. Se
construyen pirámides financieras con esos recursos y se vuelve por más para
hacer más monumentos a sí mismos. ¿De qué sirve eso? Toda esa fuerza, esa
voluntad, ese afán, tanta pugnacidad y tenacidad y habilidades aplicadas a la
misma palanca, al mismo engranaje si, al final, el esfuerzo queda en el mismo
sistema acumulándose inútilmente.?
Sirve para atesorar bienes y sustraerlos al uso general, esterilizándolos.
Hoy por hoy, mucho sudor humano está convertido en meras cifras dentro
El ojo de la aguja
305
de las computadoras financieras. Ese es el mal, el más puro e infinito mal: la
futilidad.
A eso le llamo construir Pirámides: Un inmenso apilamiento de piedras
estériles pegadas con sangre y sudor humano para guardar en su interior la
gloria de un grotesco cadáver momificado.
-Pero no debemos creer que ese es el efecto de la natural diferencia entre los seres
humanos?
- Las diferencias entre los hombres existen según las normas que se
apliquen. Quienes aplican las reglas del juego de hoy son los que la decretan
justificando así las desigualdades: Los más aptos sobrevivirán y prevalecerán,
alegan. Más, esa es la ley de las bestias. Y no lo digo peyorativamente. Dios
creó a los hombres y creó a las bestias .A los primeros les dió la ley de los
hombres y a los segundos la de los animales. ¿Puede acaso Dios aceptar que
la ley de las bestias se aplique a los seres humanos?
- Ud. advierte a los ricos y poderosos que si no son caritativos serán castigados. ¿Podemos
expresarlo así?
- No. No yo solamente. Eso se lo dicen la mayoría de las religiones que
frecuentemente alegan practicar. Que se ajusten a esos principios que dicen
acatar, caso contrario que abjuren de sus creencias. Los que se han visto
favorecidos por Dios con dones que les permiten medrar mejor que sus
semejantes.. Tienen la obligación de velar por sus semejantes menos
favorecidos o, puesta la oración en pasiva, no deben aprovecharse de ese
beneficio. En la Rerum Novarum se les advierte que deberían infundirle
terror las extraordinarias amenazas que les hace Jesucristo.
- En general, si Ud. me permite, debo acotar que mucho no los aterra.
- Es cierto, pero las amenazas permanecen aunque se las pretenda ignorar.
- Todo pareciera rondar alrededor de los ricos y poderosos, qué pasa con los políticos?
-No hubo ni hay una clara divisoria entre el poder económico y el poder
político. Eso es lo malo, porque mientras que el poder económico aduce que
el más capaz debe prevalecer y gozar de derechos de privilegio, el poder
político no puede decir lo mismo pues entonces su existencia es redundante.
Un gobierno que se obliga a cumplir a ultranza las reglas más duras de la
economía, es una contradicción, ya que resigna la función de administrar el
poder y conducir al conjunto de la sociedad. Eso ya no es poder político,
simplemente es una sucursal del poder económico, un apéndice sin utilidad..
Una dependencia anodina, castrada, un aguantadero para peligrosos
depredadores. Funcionará, indefectiblemente, como una cámara
compensadora de los intereses de los más fuertes y, como la experiencia lo
enseña, a costa de los más débiles. El mensaje para los políticos es el mismo
Omar Barsotti
306
que para quienes detentan el poder económico: Usen los dones que Dios les
dio devolviendo a Dios lo que es de Dios.
-Pero, los ricos y poderosos han tenido un fuerte argumento para mantenerse en sus
trece y es que la gracia Divina basta para salvarse. Su condición económica y su
comportamiento aducen, no viene al caso.
- Que expliquen la frase: “Es más fácil que un camello pase por el ojo
de una aguja que un rico entre al reino de los cielos”.Como pueden
observar sus lectores, para Cristo la gracia favorece antes a un camello que a
un rico.
-Eso sonó fuerte, Juan. Resumiendo, está entonces Ud., el clon de Cristo, en contra de
los ricos?
- Estoy tratando de evitar que se condenen. Salvar tanto a las víctimas
como a los victimarios. Un libro tan antiguo como el Génesis expresa
claramente: “mirad que el jornal que defraudasteis a los trabajadores
clama, y el clamor de ellos suena en los oídos del Señor de los
Ejércitos”.. ¿Me considera una persona informada?
-Así lo ha demostrado sobradamente.
-Tal cual lo sabía Cristo, al fallar a favor del camello, aseguro que no hay
riqueza que no se haya generado a partir de alguna injusticia. Gran parte del
progreso material de la humanidad que se dice más civilizada se ha hecho en
base a la explotación de sectores más débiles y atrasados y casi siempre
destruyendo la naturaleza.. Cada materia prima técnicamente imprescindible
para el progreso, que tanto nos enorgullece, se obtuvo sacrificando las vidas
de masas de seres humanos. Para muchos pueblos el tener riquezas naturales
fue una maldición que atrajo sobre sus cabezas la esclavitud y la guerra.
-Qué es eso de los “Adversos”?
- Es un riesgo adicional.. Un fenómeno, una anomalía, una excepción .Se
ha incrementado y desarrollado a expensas de la imposición de la ley de las
bestias a la humanidad: nuestra especie va camino a ser reemplazada por otra
que, siendo básicamente humana, tiene caracteres heredables que afectan
sobre todo a los instintos, los sentimientos y la vida de relación. Este paso
no implica un progreso o una regresión, sino un desvío total. A partir de él
otros seres prevalecerán sobre la tierra e impondrán un régimen de dominio
sin atenuantes. Los Adversos, que así los hemos denominados, son seres
terriblemente inteligentes pero discapacitados en cuanto a sentir amor o
integrarse socialmente como no sea como amos implacables. Quiero aclarar,
no es una enfermedad, es una disposición genética. Son extremadamente
dominantes y tienen la suficiente determinación para llevar a cabo ese dominio.
En el estado actual del poder en el planeta el reemplazo de los actuales
El ojo de la aguja
307
dirigentes por los Adversos está facilitado y tendrá efectos terribles. Ellos
manejan con especial habilidad la ley de las bestias. No tienen frenos morales,
están genéticamente imposibilitados de adquirirlos. Se adaptan
perfectamente a las impiadosas normas que se han desarrollado en la política
y la economía actual. Están sobre terreno propicio para medrar sin límites,
sin duda.
-Pero, como se originaron?
- Hay distintas hipótesis, desde las de la ciencia ficción, a la de una
modificación en el código genético humano, accidental o deliberado. Otra
hipótesis de origen religioso afirma que la mutación es obra de Satán.
Personalmente creo que el Demonio no los ha generado, pero sí está
aprovechándolos.
- Cómo es posible que estos sucesos y fenómenos hayan sido permitidos por un Dios
infinitamente bondadoso?
- Esa es una aparente dicotomía que parte de una visión antropomórfica
de las motivaciones de Dios. La intervención divina se materializa por vías
que nos resultan, en tanto hombres, incomprensibles. Hemos derrochado
nuestros dones y establecido normas propias de las bestias. Hemos abonado
el campo para que la simiente de los Adversos progrese. Podemos pedirle
perdón a Dios, lo que no podemos es reprocharle nada.
- Los Adversos triunfarán? ¿El mundo será de ellos?
- Lo único previsible es la batalla, no sus resultados.
- ¿Batalla? ¿Habrá combates? ¿Una guerra?
- La variación genética de los Adversos es reversible. La batalla no requiere
de combates en un contexto bélico. El espíritu influye sobre el soma. Los
genes están sujetos a una estructura jerárquica en la que una cantidad de ellos
regulan la activación o desactivación de los demás. La mente, debidamente
influenciada, puede liberar las sustancias biológicas que realizan el cambio.
La estructura genética no es rígida. Es susceptible de utilizar alternativas
diversas. Una de estas los retornaría al patrón humano.
-No va eso en contra de las normas de la ciencia biológica?
-Tanto como lo fue la teoría de Darwin con respecto a las normas que le
fueron contemporáneas .O las de Copérnico, Kepler y Galileo. O como en
su momento fueron las teorías originales de la genética . Hoy por hoy muchos
genetistas comienzan a dudar de la inalterabilidad de las normas que ellos
mismos ayudaron a establecer.
Pero quiero aclarar algo antes de que me lo pregunte: el triunfo sobre los
Adversos no significará la salvación del hombre. Tan solo será una nueva
oportunidad para que la humanidad se reconcilie con Dios, el triunfo de los
Omar Barsotti
308
Adversos, por el contrario, simplemente no dejará humanidad por salvar.
- Estas son todas las razones de su prédica?
-No. Ud. olvida lo principal, lo que impulsa todo el análisis y el discurso:
el amor .Amo a mis semejantes, no puedo dejarlos sufrir si está en mí cambiar
su situación. No puedo dejar que se condenen ni las víctimas ni los victimarios.
No puedo abandonar ni a los Adversos.
-Un sentimiento, entonces.
-Un sentimiento, ¿qué más... o qué menos?
- La Biblia predijo una parusía previa al Juicio Final. Su presencia hoy en nuestro
mundo, dejando de lado su extraña condición de clon, es un preanuncio de la profecía del
Apocalipsis?
- ¿El Apocalipsis?, pero pensé que Ud. ya había comprendido, ¡el
Apocalipsis está transcurriendo...!
El ojo de la aguja
309
Capítulo 30
Angelo Damico recibió el mensaje con una mezcla de emociones
contradictorias que lo paralizó en un tumulto de recuerdos y emociones. Lo
leyó repetidamente antes de aceptar su origen y legitimidad. Un mail le invitaba
reunirse con el “Matasanos nº 1” en el parque, para admirar el espectáculo de
las Aguas Danzantes y recordar viejos tiempos en “un viaje al pasado”.
Damico sabía muy bien quien era el “Matasanos Nº 1” y cual el lugar
exacto del parque Independencia de Rosario donde encontrarse. También la
hora y el día le eran perfectamente conocidos. No fue necesario especificar
esos detalles en el mail. La frase “viaje al pasado” era una broma que jugaba
con amigos muy queridos en tiempos tan remotos que los creía perdidos.
Se ahogó en un marasmo de dudas y presagios. En su angustia no sabía si
obedecer al llamado, o ignorarlo enterrando de una vez para siempre recuerdos
dolorosos. No estaba en condiciones de evaluar con objetividad una situación
en la que intervenían tantos sentimientos. A Monseñor Iván sus dudas le
sorprendieron.
- ¿Por qué no? – inquirió el prelado, intrigado.
Damico resintió el reproche implícito. No supo explicarse, hasta que al
fin confesó su temor.
- Es extraño, reaparecer así, luego de lo ocurrido – comentó angustiado.
- Es un amigo, Angelo. Quizá en apuros. No importan sus errores. –
Levantó la mano adelantándose a otros argumentos – Aunque hubieran sido
muy graves – terminó y no dijo más.
Damico aventó sus dudas y asintió. Preparó su viaje con minuciosidad.
Un encuentro de esa naturaleza requería muchas prevenciones. Tenía tiempo
suficiente hasta el próximo lunes y el viaje no insumiría más de tres horas.
Con la minuciosidad de siempre estableció con sus acólitos la forma de viajar
y mantenerse comunicados. Eligió a tres para que se le adelantaran.
Las últimas horas antes de la partida, refugiado en la capilla se tranquilizó
rezando y meditando. Era un viaje hacia el pasado, hacía un pasado que lo
había alegrado y martirizado durante años. Por fin, su alma arribó a un hiato
de calma sintiéndose listo para afrontar la prueba.
Diez años antes había trabajado en Rosario en un hospital móvil financiado
Omar Barsotti
310
por la fundación de Monseñor. Los fines de semana eran muy trajinados y,
durante todo el sábado y el domingo, los heridos y enfermos saturaban la
capacidad del equipo, al punto que derivaban a muchos pacientes a los
atestados hospitales locales, en donde colaboraban cumpliendo doble turno.
Formaban un grupo de profesionales de origen heterogéneo. Todos
voluntarios. Algunos, como él, religiosos. Pero, elegidos por Monseñor, no
era para nada extraño que no todos fueran católicos. Ni tan siquiera cristianos.
Había incorporado a musulmanes y judíos formando una plantilla que, pese
a su aparente falta de homogeneidad, estaba unida por un mismo espíritu de
servicio y de amor al semejante. En el intenso y arduo trabajo los jóvenes no
tenían noción de las diferencias de credo, y, en cambio, frente a la miseria
humana se sentían hermanados por la misma compasión.
En aquellos días tejió una entrañable amistad con dos de sus compañeros.
Un judío duro y determinado de pura cepa sabra, rabino por naturaleza pese
a sus dudas agnósticas, y un musulmán, captado por Monseñor directamente
del infierno de los campamentos palestinos, a quién el sufrimiento no le
había limado los sentimientos. Era un excelente e inspirado poeta que trataba
a los pacientes como si fueran sus sufridos compatriotas, recitándole versos
cuya dulce musicalidad les encantaba aunque no entendieran el idioma. A él
le apodaban el número uno.
Los lunes era el día franco y el parque Independencia el destino obligado.
Recorrían sus paseos, merendaban, y a la hora de las aguas danzantes alquilaban
una bicicleta de agua para mecerse en el espejo del lago envueltos por la
menguante luz del anochecer intercambiando recuerdos y esperanzas. A la
hora de las nostalgias Simón rompía el clima melancólico haciendo bromas
sobre aquello del “viaje al pasado” en una máquina del tiempo a pedal. Se
separaron dos años después para reencontrarse inesperadamente en una
misión de salud en los laberintos de los campamentos palestinos. Era uno de
esos breves momentos de paz en que los políticos piensan sobre las miserias
de los indefensos y un elaborado convenio de tregua permitió que el equipo
se instalara dentro de los campamentos.
Pero Hamad ya no era el mismo. El frenesí de violencia al que asistiera en
esos años le había trastornado. Estaba transitando el infierno y no podía
sustraerse a juzgar lo que pasaba como un atropello a su pueblo. Una injusticia
que arrastraba a combatientes y no combatientes por igual y que convertía, a
mansos niños sin infancia, en tan furiosos como ineptos guerreros.
La relación con Simón se hizo imposible y los esfuerzos de Damico por
componer la amistad perdida fracasó. Por el contrario, Hamad se enfurecía
ante cualquier argumento que tratara de explicar esa guerra demente y sin
El ojo de la aguja
311
esperanzas. Comprometido con la realidad de su gente fue gradualmente
viendo en Simón un enemigo y terminó tomándolo como centro de su
hostilidad; un judío, el responsable de toda la miseria que aquejaba a su pueblo
despojado. Simón perplejo solo atinó a alejarse eludiendo la confrontación.
Lo peor, explicó a Damico más tarde, era que realmente se sentía culpable.
Damico trató de calmar a Hamad pero cuando le recordó que estaban ahí
para curar le replicó con violencia diciéndole lo que era obvio, estaban sanando
enfermos y curando heridos para poder matarlos en buena salud.
Se fue. Desapareció tragado por la indistinta masa de los atestados
campamentos.
Pocos días después un coche bomba estalló frente al hospital de campaña
y Simón murió después de un larga agonía, cruelmente destrozado por
esquirlas de clavos y retazos de metal.
Damico se obligó a un trabajo obsesivo que no respetaba descanso hasta
que al fin, cuando su salud se mostró peligrosamente quebrantada, Monseñor
lo rescató. De todas formas se preveía que las hostilidades se reanudarían
inevitablemente y su presencia no sería tolerada.
Durante mucho tiempo, injustamente, Angelo atribuía a Hamad la muerte
de Simón. No podía evitarlo, pensaba que de estar los tres juntos aquello no
habría pasado. Era como si hubiera roto un encanto, una amistad sin fisuras
que debió obrar mágicamente como protección.
Pasó mucho tiempo antes de que el resentimiento se extinguiera y a la vez
comprendiera que la furia de Hamad tenía, desde su punto de vista,
fundamentos. Simón era para su ira tan solo un símbolo, un chivo expiatorio
y, al final, un cordero de sacrificio.
No supo más de Hamad, pero supuso que estaba con las organizaciones
de la resistencia y solo esperaba que lo hiciera como médico y no como un
combatiente o como un clérigo fanático convenciendo a los niños de inmolarse
por la causa.
Ahora inopinadamente reaparecía con un mensaje tan críptico que tan
solo se justificaba por una imperiosa necesidad. Monseñor tenía razón, debían
encontrarse.
El parque Independencia estaba fragante. El día había sido soleado y ahora,
al atardecer, la brisa fresca apenas rizaba la superficie del lago. Muy pocos
botes y bicicletas de agua estaban navegando y aún el cautivante espectáculo
de las aguas danzantes no comenzaba. Angelo se detuvo junto al arco de un
pequeño puente que conecta con una isleta arbolada que cruza un brazo del
lago. Subió por el puente y desde su ápice echó una mirada alrededor. Vio de
Omar Barsotti
312
inmediato a dos de sus compañeros y después de unos momentos localizó al
otro en un bote de remos dejándose flotar cerca de un corto espigón de
madera unido a la costa de la isleta.
Había poco público en ese momento. El parque y sobre todo la costa del
lago se poblarían más al aproximarse la hora del espectáculo. Angelo caminó
introduciéndose en la isleta donde unos pocos niños jugaban vigilados por
sus padres. Una niña de unos seis años corrió en su dirección hasta pararse
frente a él ofreciéndole, con una sonrisa amable, un paquete de pororó.
Damico le aceptó el convite con cómica seriedad y se agachó para tomar un
par de palomitas. Alguien apoyó suavemente unas manos morenas en los
hombros de la niña y luego la alzó. Damico se sobresaltó, aquel padre era
Hamad.
Hamad puso a la niña en el suelo.
- Ve con tu madre – dijo Hamad poniendo a la niña en el suelo. La pequeña
corrió rauda hasta una mujer que la esperaba a pocos metros.
- Angelo – saludó Hamad con una sonrisa – caminemos, invitó, tomándolo
del brazo.
Damico lo observó. Estaba cambiado más allá del hecho de que habían
pasado diez años. Estaba sereno, pero su rostro y su andar revelaban un
cansancio que más que físico era espiritual. Parecía la serenidad de la
resignación.
- Sufrí mucho por lo de Simón, después de la forma que lo ataqué -empezó
Hamad-. No tuve oportunidad de disculparme y recuperar nuestra amistad.
Yo estaba loco. Dominado por la ira, herido por la injusticia. No tenía paz…no
podía procesar todo aquello que ocurría, no podía concebir la falta de
compasión con que el mundo miraba todo ese sufrimiento fútil, tanto odio,
tanto sacrificio sin esperanzas, tantas vidas desperdiciadas, condenadas a
alimentarse de la cruda venganza.
Damico no hizo comentarios. Hamad miraba el suelo mientras caminaban
lentamente hacia el puente al otro extremo de la isleta.
- Ni te quise escuchar, Angelo. Tenías razón pero el hecho era que la
razón estaba perdida en aquel marasmo de violencia y maldad. ¿Cómo puede
hablarse de razón en un manicomio?
Se sentaron junto al pequeño muelle de madera. Angelo interrogó con la
mirada a su compañero que vigilaba desde el bote y este lo tranquilizó con
una señal. No veía nada peligroso. Hamad fue consciente del intercambio y
sonriendo dijo:
- Vine absolutamente solo, salvo mi compañera y mi hija, Angelo. Me he
impuesto una misión que no podía ser confiada a ninguno de mis compañeros.
El ojo de la aguja
313
He viajado de incógnito bajo la cubierta de una compra de medicamentos e
instrumental que en otro país no nos venden.
Damico le observaba intrigado. ¿Qué merecía tanto subterfugio? Hamad
levantó una mano para evitar una interrupción y preguntó:
- ¿Es cierto lo del clon de Cristo?
Damico asintió y esperó.
- ¡Extraordinario!, ¡milagroso! – comentó con repentina euforia -. Sus
palabras están difundiéndose rápidamente entre nuestra gente. Sus
comentarios respecto a la situación en Medio Oriente han producido una
conmoción. No es nada nuevo. No es nada que no supiéramos. No es nada
que en alguna u otra forma no hayamos dicho. Pero es la forma de decirlo y
comprobarlo lo que le ha dado un valor agregado. El hecho de que ese Juan
es Cristo es todo un símbolo. Sabes que Jesús es considerado por nuestra
religión como un importante profeta. Hay mucho debate entre nuestra gente,
pero en general hay una predisposición a considerar sus palabras como una
anunciación de nuevos tiempos. Una profecía.
- Me alegra mucho escuchar eso. Juan ha viajado por tu país antes de su
revelación y siempre los tuvo en su corazón. Era uno de sus temas de
conversación. Como a ti, le dolía la falta de compasión que observaba con
relación a ese conflicto. El siempre estuvo convencido que era ficticio y no
tenía visos de resolución bajo las condiciones en que se desarrollaba.
- Comprendo – aceptó Hamad – entonces, no me equivoqué. He hecho
bien en buscarte. Ahora, escúchame con atención: Doy por sabido que lo de
los Adversos es cierto. Más aún, debo informarte que estamos infiltrados por
ellos. Este agravamiento de la ofensiva terrorista está motorizado por ellos.
Han encontrado entre nuestro pueblo un clima adecuado para su actividad.
Tienen una particular capacidad para atizar el odio y establecer pautas
fundamentalistas. El tiempo que lleva el conflicto les da la razón. Están
proponiendo un todo o nada. Un holocausto final. Una hecatombe sin retorno.
Si fueran judíos diría que están proponiendo un monumental y
monstruoso Masada.
- Lamento mucho escuchar eso. Estando los Adversos entre Uds. era
previsible. Ya te habrás dado cuenta que hay también Adversos del otro lado.
Son Uds. Piezas de ajedrez sacrificables en un tablero satánico.
- Han ocupado puestos estratégicos en todas las organizaciones y se ha
hecho imposible discutir su autoridad. No hay muchos argumentos, de todas
formas.
- Desde la otra parte no te los darán. Ese es el juego.
- Pero lo del clon de Cristo se los ha complicado. La juventud se les está
Omar Barsotti
314
apartando. Muchos grupos están trabajando para lograr que se ponga atención
a la prédica de Juan. Más aún. Algunos se organizan para ir a verlo o para
traerlo a nuestra tierra.
- Juan lo ha pensado pero por el momento es excesivamente peligroso y
pensamos que puede hacer más desde los centros de poder.
- Si es cierto. Pero me temo que eso no lo mantendrá a salvo.
-Qué quieres decir?
Hamad respiró hondo y se detuvo por un instante mirando hacia el lago.
- Se estan programando ataques en contra, no de Juan, sino de sus
seguidores. Se instalan en EEUU células terroristas para proceder a un ataque
masivo.
- ¡Dios mío! Necesito advertir a Juan de esto. ¿En que estado se encuentra
ese plan demoníaco?
- No está terminado. Quieren alinear sus fuerzas para que sean ataques
masivos, simultáneos. Pero están avanzados.
Sorpresivamente Hamad abrazó efusivamente a Damico y le besó en ambas
mejillas. Se separó y lo mantuvo distanciado tomándolo de los brazos.
- Hay una libreta en el bolsillo izquierdo de tu saco. No lo toques ni tan
siquiera lo palpes
Angelo contuvo su mano y la llevó a su pecho. Hamad lo miraba con una
intensidad que asustaba. Sus ojos se inundaron de lágrimas mientras
recomendaba:
- Esa libreta te dice como comunicarte conmigo, tiene toda la información
que necesitan para paralizar esos atentados. Estoy seguro que dispones de
fuerzas para hacerlo. Sin embargo, estaré a tu disposición y si fuera necesario
tengo gente dispuesta a ayudar. Tienen que planearlo de forma tal que no
hagan a tiempo para un cambio de planes. Debe ser una acción simultánea y
totalmente eficiente.
- Gracias, Hamad.
- No me las des. Da gracias a Juan y cuídalo.
Volvió a abrazarlo y luego caminó en busca de su familia. Angelo lo observó
hasta que desapareció entre el gentío; en ese momento rompió el espectáculo
de las aguas danzantes. Sobre la lámina brillante del lago le pareció a Damico
ver una bicicleta de agua con las siluetas, recortadas por las luces móviles, de
tres jóvenes comunicándose sus esperanzas.
- ¿Hamad está bien ¿- inquirió Monseñor con un dejo de ansiedad.
- Está bien, Monseñor, pero las noticias son malas.- el rostro de Damico
estaba pálido.
El ojo de la aguja
315
Iván se movió inquieto. Sospechaba que algo grave pasaba para que Hamad
corriera los riesgos implícitos en un encuentro de esa naturaleza. Apreciaba
al médico palestino y su desaparición había sido, en su momento, un golpe.
No le extrañaba que se arriesgara para algo más que ver a un antiguo amigo.
Esperó que Angelo continuara.
- Se organiza un atentado contra Juan. Lo harán cuando esté predicando
a una multitud.
- Ah! ¡Dios mío! – Iván se puso de pié.- Es necesario prevenir a Juan.
- Ya lo he hecho, Monseñor, lo he hecho vía el padre Robert pero no
alcanzará. Sin embargo – extrajo la libreta que Hamad le introdujera
disimuladamente en el bolsillo y aclaró: esta libreta contiene la información
para identificar y encontrar a los grupos de terroristas que actuaran. Es preciso
enviarla a quienes puedan actuar.
Monseñor Iván meditó un rato y luego ordenó:
- Dale la información a Vrieker y a Don Comicio. El Alemán tiene
conexiones confiables en los organismos de seguridad de EEUU y Don
Comicio no tendrá dificultades en perfeccionar la información in situ.
Damico asintió y salió dispuesto a cumplir sus órdenes. Deliberadamente
borró toda preocupación y ansiedad de su mente. La batalla estaba en su
apogeo, los contrincantes alineaban sus fuerzas, cada uno sumaba aliados;
los de Juan eran buenos y confiaba en ellos. Ya no más preocupación, llegó el
momento de ocuparse. Se sintió en paz, ahora habría un resultado y terminaría
la tortura de la incertidumbre. Estaba en paz en medio de una guerra.
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
317
PARTE VII
CÉSAR Y CRISTO
“Tú, en cambio, ¡Oh Romano!, atiende a gobernar los pueblos. Tus
artes serán el enseñar los caminos de la paz, perdonar a los humildes
y abatir a los soberbios”
La Eneida - Virgilio
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
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Capítulo 31
Burney puso sobre la mesa un mazo de documentación y se quedó mirando
a un Forbes perplejo.
- ¿Qué es eso? -preguntó Forbes apartando la taza de café con fastidio.
- La realidad golpeando a nuestras puertas tapiadas. Lea Forbes, y vaya
preparando las valijas.
Forbes le miró severamente. Burney era su amigo, pero no le gustaban los
excesos de confianza. Pero Burney no cedió y empujó los papeles hasta
ponerlos bajo sus narices.
- Lo siento. – pero, no lo lamentaba en absoluto ni tampoco sabía porque
se mostraba ácido y algo sarcástico con su superior.
- Explíquese – le espetó Forbes rígidamente, desplazando el mazo hacia
un lado.
- El Inglés está muerto. Stanley y Wat pasaron por su casa después de
escapar del fallido intento de secuestro de Daniel. Nos lo acaba de informar
Vigliengo, el que llevó a los de la CIA capturados a la embajada.
- No me diga que esos estúpidos lo hicieron y encima nos lo ocultaron.
- Lo mató su amiga, una loca de remate que corrió a esos dos estúpidos de
la casa y luego le metió una bala en la nuca a su amante.
- Mierda! – Forbes se tomó la cabeza – Este escándalo no tiene final. ¿Ese
Inglés es el diputado del que hablaba el Embajador?
- El mismo - respondió Burney con un atisbo de deleite que irritó aún
más a Forbes.
- No se ponga contento, Burney. Cuando se sepa que esos dos estaban
relacionados con el Inglés tendremos encima a toda la prensa mundial y. el
corrupto se transformará en un mártir de la democracia.
-¡Vea Ud.!, esa es también la opinión del jefe de Vigliengo. Pero, no se
altere. La prensa mundial tiene otras preocupaciones más importantes que
un diputado coimero asesinado.
- Veo que es una mañana completa.
- Así es. En esa documentación se lo describo.
Forbes dirigió los ojos al mazo de documentos con la misma pasión que si
fuera una cascabel reptando por su escritorio. Lo apartó aún más y le dirigió
Omar Barsotti
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a Burney una sonrisa torcida.
- Bien, Burney, por qué no hace un esfuercito para desquitar el salario que
le paga el Tío Sam y me lo cuenta en vivo y en directo.
- No tendremos que esperar treinta años- anunció Burney tomando los
documentos y moviéndose hacia la puerta.
- De qué me habla?
- Del clon de Cristo.
- El Clon…Cristo – Forbes parecía desorientado.
- Está en Nueva York. Predicando por las radios más importantes. La
Bolsa, el Gobierno, la Iglesia, el Pentágono y todo el resto de la banda están
bailando al son de la música que él toca.
Stanley, feliz, le describió la situación. Forbes le interrumpió cuando ya
pensaba que eran problemas suficientes como para entretenerse los próximos
diez años.
- ¿Pero no era que el Dr. Stupk lo iba a clonar y esa era la razón de la
operación clandestina?
- Con seguridad una maniobra de distracción de ese maquiavélico
Monseñor. Lo del clon de Cristo se está revelando en este mismo momento.
Por ahora lo que es público es que es un tipo físicamente igual a la imagen del
Sudario. Experto en política y economía y muy informado sobre todas las
trapisondas gubernamentales y empresariales. Se ha transformado en el ídolo
de los medios de comunicación. Ha desnudado la mitad de los negociados
que se manejan a través del Congreso y sospecho que deja la otra mitad
como munición de reserva y táctica para dividir el frente enemigo. No se
habla de otra cosa, si Bin Laden se casara con la reina de Inglaterra nadie le
pasaría bolilla a la noticia. Se detuvo en el vano de la puerta mirando a Forbes
con una media sonrisa burlona.
- Eso no es todo, el resto se lo diré después. De todas formas hemos ya
tomado las medidas necesarias y estamos trabajando conjuntamente con la
gente del clon en New York.
Forbes sintió como si lo estuvieran apedreando. No acaba de atajar uno
cuando otro proyectil aparecía directo a su cabeza. Su rostro estaba rojo
cuando inquirió:
- ¿Qué más Burney? ¿Qué otro desastre estás por anunciarme?
- Un grupo de terroristas está desarrollando un plan para atacar a las
multitudes que siguen al clon.
- ¿En New York?
Burney asintió e inmediatamente relató los hechos y las acciones que se
estaban tomando.
El ojo de la aguja
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- Está todo confirmado. Creemos tenerlo controlado. El señor Vriekers
fue quien nos puso al tanto a pedido de Monseñor. A través de sus contactos
se procederá a accionar conjuntamente con la gente de Juan y algunos
voluntarios.- Burney se interrumpió carraspeando. Ahora viene la pregunta
difícil se dijo.
- ¿Voluntarios? ¿Quienes son esos voluntarios?
- Un importante sector de la mafia – dijo Burney con frescura y
adelantándose a las protestas de Forbes acotó: No nos golpeemos el pecho,
recuerda que ya lo hicimos en la segunda guerra mundial.
- ¿Que dicen de arriba?- inquirió Forbes aceptando molesto.
- Que nos vayamos pitando para allá.
- No.
- Ud. Sabrá.
- Antes quiero hablar con ese Monseñor y el Dr, Stupck. Esto se originó
aquí, en la Argentina. No podemos irnos sin conocer más detalles. ¿La
entrevista a que hora se ha pactado?
- A la tarde.
- Pídales que vengan ahora, a la mañana.
- Ya lo hice.
Forbes se paseó por el salón lentamente, en completo silencio. Monseñor,
sentado, con los antebrazos apoyados en el borde de la mesa y las manos una
sobre otra no se permitía ni pestañar. A su lado el Dr. Stupck ordenaba
serenamente una carpeta, pensando en lo que el silencio de Forbes pudiera
significar. A su lado, Burney, de brazos cruzados, seguía los movimientos de
su jefe y cualquiera que le conociera sabía que disfrutaba de la situación. El sí
conocía los silencios de Forbes. La información que Monseñor y Stupck
desplegaron sin pausas a partir de unas frías presentaciones, estaban siendo
procesadas por su jefe a toda velocidad balanceando su veracidad con los
efectos políticos. Pero Burney, a su vez, estaba intrigado por los cambios que
registraba en Forbes. En otra ocasión al enviado del Presidente poco le hubiere
interesado la verdad sino más bien la credibilidad en tanto ésta influyera en
los acontecimientos públicos más allá de que fueran una total fábula. Pero,
en esta ocasión, las pocas preguntas de Forbes fueron hechas para constatar
si todo aquello era cierto. Ahora, pensaba Burney, este hombre cuya labor
siempre fue trastornar la realidad para adecuarla a los necesidades políticas
de su país, dudaba impulsado por vaya a saber qué sentimientos.
Stupck estudió a Monseñor. El rostro de éste se marcaba
imperceptiblemente con ese silente furor que reservaba contra la necedad,
Omar Barsotti
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solo que, estaba seguro, ese Forbes no era un necio sino más bien un hombre
torturado por alguna clase de contradicción interna.
Forbes se detuvo y sus ojos y los de Monseñor se encontraron con tal
intensidad que Stupck podría haber asegurado que había saltado una chispa
entre ambos.
Forbes les sorprendió:
- ¿Pero es o no es Cristo? – preguntó golpeando con el índice sobre el
legajo.
Monseñor enarcó las cejas espesas y respondió:
- Para mí, lo es.
-¿Para Ud? Lógico – aclaró Forbes – pero, para el genetista - agregó mirando
a Stupck.
Daniel se sobresaltó.
-¿Qué pasa conmigo?
-¿Qué dice Ud. del clon?
Burney puso más atención. ¿Qué pasaba con Forbes? ¿Qué es lo quería?
Stupck se recompuso tratando de mantener la calma.
- Monseñor me dio acceso a mí y a un equipo de genetistas de confianza,
a los estudios utilizados en la clonación de Juan. No detectamos errores. Si el
Sudario está manchado con los restos de Cristo, Juan es, desde el punto de
vista de la ciencia genética, Cristo. Sin duda.
- ¿Y si el Sudario no fuera el verdadero o hubiera envuelto a otro cadáver
y no el de Cristo?
El genetista abrió los brazos desentendiéndose de una pregunta que él,
oportunamente, había desechado. Miró a Monseñor.
- Sabemos que el Sudario es verdaderamente el que se usó para inhumar a
Cristo. Pero ya no importa, porque el Mensaje que da Juan es verdadero y
Ud. lo sabe.- intervino Monseñor con un punto de hostilidad.
- Siempre lo supe. Siempre lo hemos sabido y es parte de mis pesadillas,
pero ¿qué si quien lo dice no es Cristo?
- Pues siempre queda la duda de que Cristo fuere hijo de Dios y estaríamos
en la misma. El arzobispo Pedro me dio una lección en ese sentido: si el
Mensaje es la verdad ¿qué importa quien lo da?
- No es lo mismo – respondió Forbes con recalcitrancia.
El rostro de Monseñor se suavizó. Suspiró mirando a Forbes con repentina
tolerancia como si hubiera captado algo que anteriormente escapara a su
comprensión.
- Cristo chocó con el mismo obstáculo. En su tiempo mucha gente buena,
creyendo en sus palabras, supeditaba su apoyo al poder que el Salvador pudiera
El ojo de la aguja
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ejercer. Estaban dispuestos a seguirlo siempre que diera una prueba irrefutable
de su origen divino. Así, pensaban, elegirían no el camino correcto, sino
el poder real. Lo lamento Forbes, esa duda no se la puedo resolver. Tendrá
que elegir Ud. mismo sin ningún tipo de garantías. Es así de difícil. Lo siento.
- Forbes – intervino Burney rompiendo su silencio – Tú lo sabes. El
mensaje de Juan es el único viable que hoy se le pueda dar al mundo para
evitar lo que todos en el Estado prevemos. Estamos sin control y sin quien
pueda asumirlo. Será cuestión de tiempo. Se nos ha escapado de las manos.
Antes o después el único resultado será el caos.
Forbes enfrentó los grandes ventanales y los cristales reflejaron su rostro
torturado.
- Déjenme unos instantes solo, por favor – rogó con inesperada humildad.
Mientras todos salían, masculló para si mismo:
- San Pablo tuvo mejor oportunidad que yo.
Burney condujo a Monseñor y a Daniel a una sala más pequeña. Cuando
se hubieren acomodado Monseñor lo interrogó con la mirada. Burney se
encogió de hombros.
- Forbes es un gran hombre, Monseñor, pero también es grande la
responsabilidad para quien sabe que sus opiniones tienen peso real en los
niveles de decisión. Para mi es más fácil. Tengan paciencia, por favor.
Durante una hora Monseñor y Stupck ejercieron su paciencia sin cruzar
palabra. Burney intentó atemperar la espera haciéndoles servir un refrigerio
que quedó intocado sobre una mesa. Luego, un funcionario llamó a Burney
que se ausentó durante un largo rato. Retornó con un par de consultas que
Monseñor satisfizo. Por fin la puerta se abrió. En el vano un Forbes
enérgicamente autoritario les dijo:
- Partimos en hora y media con un avión de la Fuerza Aérea desde El
Palomar. No salgan de éste edificio. Háganse traer todo lo que crean necesitar
para el viaje.
Monseñor y Stupck se levantaron a la vez y quedaron mirándose. Forbes
ya había desaparecido cerrando la puerta. Un instante despuès se abrió con
idéntica energía y Forbes, desde el vano, anunció:
- Me olvidaba. El Arzobispo Pedro les manda saludos y los espera en
destino – iba a cerrar nuevamente cuando mirando a Monseñor, agregó
alegremente – Vamos, Monseñor, no se me quede con esa cara de estupor.
¡Vamos a dar esa pelea!- cerró nuevamente sin ahorrar el estrépito.
Omar Barsotti
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Durante el vuelo, Forbes y Burney les impusieron de la situación en Washington:
Presionado, el Presidente había accedido a reunirse con representantes
de los grupos económicos más importantes, sectores religiosos, Directores
del Pentágono y el FMI, y los Jefes de los bloques de la Cámara de
representantes y Senadores. En el curso de los acontecimientos y por consejo
de Forbes se condicionó el encuentro a que estuvieran presentes
exclusivamente los hombres que realmente resolvían en cada sector. No
cualquier secundón, argumentaba Forbes, sino realmente los que cortan el
bacalao y tienen poder de decisión. No se podía admitir que la figura
presidencial fuera relajada al nivel de unos cuantos lenguaraces y figurones.
Obviamente los primeros excluidos fueron los legisladores cuya importancia,
salvo pocas y honrosas excepciones, se reducía a lobbear por los intereses
concretos de sus patrones más que por los de sus representados y cuya
presencia redundaba. En cuanto al Pentágono, según debía suponerse estaba
suficientemente representado por el Presidente. Durante un tiempo hubo
resistencias a tales limitaciones al punto que calcularon que la reunión se
malograría, pero la firmeza del Presidente se impuso admitiendo tan solo un
informante del Pentagono, el Gral.Murdock, quien como todos sabían no
era otra cosa que un representante del sector de los fabricantes y traficantes
de armamento. En cuanto al FMI el Presidente los mandó a que fueran a
joder a países del tercer mundo, son tan necesarios aquí como un grano en el
culo, sentenció con bronca inapelable.
La lista de los que estarían presentes sorprendió a Stupck por su aparente
inocuidad pero no así a Monseñor. Stupck no reconocía ninguno de los
nombres, pero el prelado, que no en vano había presidido una organización
dedicada durante años a escudriñar en los más recónditos y oscuros ángulos
de los poderes concretos, sabía de quienes se trataba. Aquellos hombres no
aparecían nunca en los medios ni integraban los directorios de las empresas
que dominaban. Estaban en las cocinas secretas de la economía mundial
timoneando los planes macros a través de hombres de paja y economistas
profesionales alquilados, marcando el paso a una red de empresas entrelazadas
y gobiernos sometidos. Que se expusieran personalmente indicaba el grado
de preocupación instalado por la prédica de Juan.
- ¿Y la posición del Presidente? –inquirió Monseñor.
-Creo que tiene las cosas en claro, Monseñor... pero – Forbes echó una
mirada inquieta a Burney.
-. No es un hombre malo, pero llegó a Presidente sacrificando buena
parte de su decencia y comprometiendo sus pantalones en un matrimonio de
conveniencia.
El ojo de la aguja
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- Está cambiado – arguyó Forbes sin mucha convicción.
-Yo lo creo, Forbes, pero necesitará mucho apuntalamiento. No me
preocupan esos personajes, pero estará el Obispo Néstor y no sé porque
pero ese hombre me disgusta.
- No se equivoca, hijo – le confirmó Monseñor mostrando preocupación.
Cayeron en un largo silencio. Era inconducente seguir dándole pedal a la
máquina de suponer. Stupck, más silencioso que nadie, estaba sumergido en
aquellos pozos de recuerdos que le quebraban el alma y lo ponían iracundo y
suspicaz. Conciente de ello se aisló del resto. Tenían todo el avión para ellos
solos, con la asistencia de una azafata uniformada y una mínima guardia de
dos hombres armados que jugaban a las cartas y se permitían una cerveza de
vez en cuando. La aeronave era moderna y sólida y a más de diez mil metros
de altura apenas si producía un leve rumor. Monseñor, cavilando, terminó
por adormecerse y Forbes, piloto veterano se marchó a charlar con los pilotos.
Burney quedó solo mirando por la ventanilla el colchón casi sólido de
nubes que con aparente lentitud rodaba más abajo. Se ‘preocupaba por sus
acompañantes. Adivinaba que Forbes estaba ingenuamente confiado a sus
fuerzas y excesivamente entusiasmado con el descubrimiento de una causa
que valiera la pena y le devolviera el autorespeto. Monseñor a pesar de su
vigor era un anciano y Stupck era un peleador feroz pero no lo veía en un
debate como el que presentía.
En cuanto a él mismo. Nadie lo sabía, salvo sus médicos y los había
conminado a guardar silencio. Estaba en los límites y aún lo sostenía una
inexplicable energía que quizá naciera de su propia desesperación convertida
en determinación. Moriría en poco tiempo pero ese no era su problema, sino
que de pronto su vida se le presentaba carente de sentido y fútil. El mundo
que había ayudado a construir era un castillo de naipes, una maqueta de
cartón bien pintada, solo para mirar y simular una realidad falsificada e
inexistente.
De pronto, este fenómeno del Cristo clonado lo sorprendía y le ofrecía
una oportunidad. Quizá tendría tiempo de asistir y ser protagonista de algo
extraordinario llamado a cambiar el rumbo de colisión en que se desplazaba
la humanidad. Y ahí se terminaba todo. Era poco, casi nada en cuanto le
aplicaba la dimensión de las cosas. Pero era un escenario suficiente para morir
luchando por algo que valiera la pena.
Se sacudió. Se estaba poniendo melodramático. Debía ser práctico. Hizo
un recuento de sus fortalezas y las del enemigo y el resultado no le gustó.
Todo dependía en demasía de las decisiones que tomara el Presidente. Estaba
enterado de lo básico de las exigencias, pero no temía a los objetivos, sino a
Omar Barsotti
326
la metodología. Ya la absurda interdicción votada por la legislatura había
producido un profundo daño y no se le ocurría que más podía pedir aquella
comisión que no fuera otra vuelta de rosca sobre las instituciones. Faltaba un
paso para que la silente persecución a Juan se transformara en una cuestión
de Estado y, de ahí en adelante cualquier cosa sería válida y justificable. De
pronto recordó algo importante irritándose por esos olvidos que le sucedían
tan a menudo. Se corrió hacia donde estaba Monseñor y llamó su atención:
-Un comentario importante, Monseñor. El Arzobispo Pedro me pidió
especialmente que se lo hiciera.
Monseñor le miró expectante y le instó a proseguir.
-No habrá representantes del credo judío ni musulmán.
Monseñor le miró extrañado. Burney no le dejó hablar y agregó:
-Dice el Arzobispo que tuvo una entrevista con ellos. Son hombres
prominentes pero públicamente desconocidos. Ambos tienen mandato de
sus respectivas autoridades religiosas. El rabí Josué ha sido claro y conciso:
Juan puede o no ser el Mesías, pero su prédica es valiosa. Los conflictos
internos del judaísmo no permiten por el momento darle un apoyo oficial,
pero hay un compromiso de todos los sectores de no atacar ni criticar a Juan.
Más aún en Israel, especialmente en Jerusalen fracciones muy importantes
consideran seriamente aceptar la condición de Mesías de Juan, el hecho de
sea un sacerdote cristiano no les preocupa y al saber de su raíz judía se sintieron
aún mejor. La oposición de los más ortodoxos está controlada. El gobierno
israelí sigue muy interesado el curso de los acontecimientos y ha ordenado
dar protección a Juan. Están enterados de la cuestión de los Adversos. Les
preocupa.
-¿Y los musulmanes? – preguntó Monseñor sin salir de su estupor.
-Lo mismo. Ambas religiones han encontrado en Juan un punto de
confluencia. Ambas saben que el mundo está sin control.
Monseñor quedó evaluando las novedades. Pedro había hecho un buen
trabajo, aunque en ese momento él, personalmente, estaba lleno de dudas y
viviendo una especie de anticlimax.
Anochecía cuando la aeronave viró hacia un aeropuerto militar cercano a
Washington. Los pasajeros se prepararon para el aterrizaje, pero íntimamente
estaban muy lejos de estar listos para lo que les esperaba. El tiempo de viaje
había erosionado su predisposición inicial y salvo Forbes que junto al
navegante estaba en constante comunicación con tierra, el resto se veía apático.
Stupck, sobre todo, no podía vencer esa sensación de vacío que había
sucedido a la ansiedad. Se sentía ajeno a lo que ocurría, no porque no
compartiera el objetivo central de proteger a Juan, sino porque no terminaba
El ojo de la aguja
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de entender cual era su papel. Monseñor, sentado detrás, se inclinó y le tocó
un hombro para llamar su atención y, como adivinando, dijo:
-Hijo. Te agradezco mucho que hayas venido. Me sentiría muy solo sin tu
presencia. Pedro me ha enviado buenas noticias que luego te comentaré.
El rostro de Daniel se iluminó con una sonrisa. Apoyó su mano en la de
Monseñor y asintió. Bueno, pensó, aunque sea seré un buen chaperón para
este viejo loco. Burney, más atrás, asistió a la escena con interés. Quizá, pensó,
sea posible, por una vez, que la amistad y la bondad venzan al egoísmo. Sería
bueno morir gratamente sorprendido por una excepción en el
comportamiento de la especie humana, se dijo a si mismo.
En la limousine que les esperaba para trasladarlos a la casa blanca tuvieron
la alegría de hallar al Arzobispo Pedro. Daniel al ser presentado, de un solo
golpe de vista, diagnosticó la enfermedad que le afectaba. Se maravilló de
que aquel hombre aún estuviera en pié pero apenas le oyó hablar, comprendió
que su fortaleza espiritual le sostendría, sin doblarse, hasta el quiebre final.
Pedro y Monseñor Iván se saludaron con efusión y al calor de este
encuentro el grupo recuperó algo de su disposición para seguir batallando.
Pedro conocía a Stupck más allá de lo que le había comentado Monseñor.
Había oído en Africa del médico iracundo que se llevaba por delante a los
burócratas de la UN y no les cedía un ápice a los gobiernos títeres ni a los
dictadorzuelos de ocasión, moviéndose con su equipo por territorios
prohibidos, protegido tan solo por su determinación y el cariño que despertaba
en las aldeas a cuyos habitantes atendía. Lo saludó con entusiasmo, haciéndole
prometer que, cuando todo pasara, tendrían una larga conversación sobre la
dolorosa tragedia del Africa negra.
-Pero ahora apliquemos nuestras energías a ésta batalla – terminó con
inusitado tono de arenga el Padre Pedro animando a todos.
Apenas instalados en Washington Burney hizo entrega a Forbes de una
documentación .
- Esto es... acaso – inquirió Forbes dubitativo.
- Exacto. Esta información me fue facilitada por Monseñor del Grecco.
Me llamó la atención la presencia de algunos nombres en coincidencia con
un informe de una Comisión Especial del FBI y La CIA conformada a raíz
de que la Reserva Federal fue advertida de que se preparaba un ataque a la
economía de los EEUU. Un plan de tal naturaleza parece desopilante pero la
seriedad de las fuentes y otros datos coincidentes motivaron la creación de la
Comisión.
Omar Barsotti
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Varios agentes especializados, con identidad trucada intentaron durante
meses infiltrarse en el grupo financiero que estaba señalado. Por fin, dos,
Scott y Williams, tuvieron éxito y aceptados en una especie de célula donde
se alineaban seis fondos de inversión internacionales, existen otras.
La cobertura resultó irreprochable, pero durante semanas Scott y Williams
sólo fueron convocados para operaciones de menor cuantía. Mostraron
su decepción y amenazaron con retirarse. Para ese entonces estaban equipados
para presentar una tentadora masa de recursos en fondos de paraísos fiscales
y convincentes cuentas en bancos suizos. Tenían sus certificados y avales
debidamente conformados, sus identidades resistían cualquier investigación
que se les hiciera y fueron lo suficientemente audaces para enfurecerse
convincentemente, poniendo a sus socios en un dilema.
Al fin se les abrió paso. Lo que encontraron fue sorprendente y es lo que
leerá en mi resumen.
- Lo haré y trataré de hacerme tiempo para informarlo al Presidente. Espero
que lo tome en cuenta.
- Lo hará. En el resumen encontrará citas que permiten ampliaciones, las
que se encuentran en CD aparte. Sugiero que se vayan derivando a especialistas.
Los miembros de la Comisión están disponibles. También están asustados.
Steve Burney se alejó sin esperar respuesta de Forbes. Este releyó el título
con un escalofrío:
INFORME SOBRE ADVERSOS
(El lector encontrará este informe como un apéndice al final del libro.)
El ojo de la aguja
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Capítulo 32
Un furgón de reparto giró lentamente en un cruce cerca del puerto, circuló
con precaución por un callejón que conservaba el empedrado original y se
introdujo en uno de los muchos galpones con aspecto de abandono que
forman un laberinto solo conocido por viejos obreros portuarios y
vagabundos. El vehículo continuó a todo lo largo del interior iluminando
con sus faros un caos de detritus de maquinaria abandonada hasta llegar al
otro extremo. Se detuvo unos segundos frente a una pila de chatarra que
comenzó a moverse dejando a la vista otra abertura. El portón que la cierra
y la chatarra que lo tapia forman en realidad una sola estructura de forma tal
de confundir al observador no advertido. El furgón se adelantó, sobrepasó la
abertura y se encontró en otra callejuela por la que siguió hasta otro portón
al que sobrepasó apenas se abrió, encontrándose en un patio muy amplio,
arbolado y poco iluminado en uno de cuyos lados se levanta un edificio algo
monolítico, con garajes en la planta baja y ventanales de oficina en el primer
y segundo piso. Un tercer piso consiste en una pared completamente lisa y
sin aberturas.
El furgón estacionó en uno de los garajes y sus pasajeros bajaron sin prisa
dirigiéndose a una puerta que comunica con el resto del edificio. Juan se
demoró un momento dejando vagar su mirada por el patio. La arboleda le
recordaba el edificio de Devoto, en Bs. As., pero extrañaba la fuente central.
Aunque agua no le falta a este refugio, ya que el otro lado da a un muelle
junto a un brazo de mar. Pero de todas formas extraño la fuente, se dijo, y
pensó que en cualquier momento pediría que hicieran una. Giró y penetró
en el edificio.
El Padre Robert le salió al encuentro en un pasillo ancho y largo donde
desembocan escaleras y un par de ascensores. Los sonidos llegaban
amortiguados y sonaban como los de Devoto, pero cuando alguna voz se
deslizaba entre los rumores el idioma que prevalecía era el inglés.
Robert se puso a la par de Juan y comenzó a reconvenirlo con la voz
ronca de los estibadores que usa para intimidar cuando está enojado. Grueso
de cuerpo, llena la sotana anticuada que usa con la elegancia astrosa de un
cura de pueblo. Mal hablado hasta la exasperación pone histéricos a sus colegas
Omar Barsotti
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y no le importa incurrir en la blasfemia en ocasión de subrayar sus sentimientos.
Juan se sonrió y tomándolo de un brazo lo sacudió con afecto hasta que le
arrancó una sonrisa.
- Pudo haberte disparado – rezongó Robert.
Juan asintió.
- No me parece serio que corras esos riesgos.
-. Supe al momento que no dispararía.
El padre Robert limitó su protesta a levantar los brazos y con una mirada
de incredulidad insistió con sus protestas:
- Somos adivinos, ahora – renegó.
- Puede ser, Robert. Lo supuse, no importa por qué.
Por una puerta lateral ingresaron a un salón de conferencias cuyos
ventanales dan al muelle y desde los cuales el agua lucía como una mancha
negra veteada por el reflejo de las luces de la otra costa.
En una mesa se acomodan otros clérigos que se levantaron al verles llegar.
Todavía Robert seguía protestando hasta que el padre Leonard se sintió
obligado a pedir orden.
- Bueno, está bien – aceptó Robert de mala gana. Iba a agregar algo pero
las cejas levantadas de Leonard bastaron para silenciarlo.
Todos se sentaron. Leonard dio por comenzada la reunión. Era delgado y
muy serio. En todo era la contrafigura de Robert a quien constantemente
amonestaba por su costumbre de maldecir y desatarse en improperios.
- ¿Cómo está la situación? – Preguntó Leonard.
- Completamente desquiciada, antes teníamos un caos organizado, ahora
es tan sólo un caos de mierda – respondió Robert.
- Por Dios, Robert. Cuida tu idioma.
- Perdone, padre Leonard, pero no encuentro mejor palabra para como
están las cosas – respondió Robert con una pizca de burla y continuó: Hay
muchas novedades, Juan. Se está desarmando la madeja. Bah! Antes era una
madeja, ahora es…
- Robert –advirtió Leonard severo..
- …es una maraña. En los centros financieros se libra una guerra. Los
fondos y las empresas y bancos cambian de mano a cada rato. Los accionistas
mayoritarios no hicieron a tiempo a liquidar sus activos y ahora están
absorbiendo las pérdidas. Los operadores de los fondos buitres no saben
para donde carajo correr y es una gloria verlos pedalear en vacío. ¿Recuerdan
el caso de los “Trece de los mil millones”? No fue una excepción, es práctica
usual que los ejecutivos de los distintos fondos se pongan de acuerdo para
manejar los valores de las acciones. El gobierno ha intervenido expropiando
El ojo de la aguja
331
y congelando los fondos de pensión. Fue una medida bastante inteligente de
esos bestias habida cuenta que hasta el momento ignoraban lo que pasaba..
Robert era una rareza. Durante veinte años había sido el propietario de
una de las más grandes consultoras financieras hasta que Monseñor Iván lo
reclutó para su organización. Era una mina de información pormenorizada
con un conocimiento detallado de todas las organizaciones dedicadas al
manejo del dinero mundial. Podía seguir el hilo de una inversión desde que
nacía hasta que, extinguida misteriosamente en el indistinto océano de la
economía, reaparecía como convocada por un acto de magia. Nada se pierde,
todo cambia de mano, solía aclarar. Las pérdidas de los inversores amateur
no son pérdidas, son transformaciones pérfidamente diseñadas desde el
principio.
Pero sus conocimientos no eran la rareza, sino su origen. Era judío alemán,
salvado por Monseñor Iván apenas unos días antes de ser destinado a un
campo de trabajo nazi. Radicado en EEUU, la Organización le financió los
estudios y luego de pasar unos años como consejero contable de varios bancos,
le ayudó a instalar su consultora convertida inmediatamente en un notable
éxito. Hasta el momento en que los grandes excedentes financieros empezaron
a convertirse en deudas soberanas intentó advertir a los gobiernos del primer
mundo sobre el desastre que se avecinaba, pero no encontró eco. En esos
días entendió, avergonzado, lo que debió serle evidente mucho antes. Lo que
le había parecido el natural devenir de la economía era una farsa. La economía
de los países más pobres estaba siendo desquiciada, impedida de acumular
capital y destinada a ser fagocitada. Los pueblos eran esquilmados
permanentemente, imposibilitados de defenderse y condenados a un ciclo
de engorde y faena, como si fueran ganado.
Se retiró amargado sintiendo la culpa de haber sido parte importante de
esa máquina perversa. Ivan lo convocó para que manejara las finanzas de la
Organización. Al tiempo, lo sorprendió revelándole la cuestión de los Adversos
y el proyecto de la clonación de Cristo. Robert quedó por un tiempo como
paralizado ante la evidencia de que él había sido uno de los instrumentos de
esos seres sin sentimientos. Luchó duramente entre la incredulidad y las
esperanzas y un día pidió a Iván que lo bautizara.
- Soy judío – explicó – no puedo sustraerme al mesianismo. No puedo
perderme este Mesías como perdimos al otro. Sería un mal negocio, contrario
al atribuido espíritu mercantil de mi raza – agregaba burlándose de si mismo.
- Dalo por hecho – le aceptó Monseñor –¿pero eres consciente de que
hagas lo que hagas serás siempre tildado de judío converso, aún entre los
mismos cristianos?
Omar Barsotti
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- ¡Excelente! – espetó Robert – Igual que Jesús.
Y esa fue siempre su respuesta a quienes pretendían rebajarlo y herirlo,
tanto desde el judaísmo como del cristianismo, aunque, cordialmente, sumaba
una tanda de improperios. Para que comprendan, ¿vio? Es una cuestión de
énfasis, explicaba, son algo estúpidos pero las groserías las entienden.
Rápidamente alcanzó el sacerdocio y una posición importante en la
Organización y ahora estaba a cargo de la logística en la operación del
Mensajero. Usando sus relaciones había recopilado información sobre todo
tipo de empresas. Cuando ordenó la maraña comprendió furioso cuan ciego
había estado. Muchos de los nombres que aparecían involucrados habían
sido sus clientes y aún sus amigos. Tuvo a la vista un panorama tenebroso y
pérfido orquestado por personas que tras una fachada de respetabilidad hacen
su agosto sin responsabilidad y sin misericordia. Una pirámide de infinitos
vicarios que retiran las ganancias y descargan la responsabilidad en otros,
inidentificables, a quienes dicen representar. No están atados a los resultados.
Ellos siempre cobran. Estos no necesitan a los Adversos, dijo en la reunión
donde se analizaban los resultados de sus investigaciones, carecen totalmente
de códigos y frenos. No tienen piedad y ante la mirada reprobatoria de Leonard
agregó: hay que reventar a estos pervertidos hijos de mil putas.
Aquel material fue la espina dorsal del discurso de Juan el Mensajero.
Ahora, tenían a la vista la ola de vuelta. Los heridos se revolvían como
serpientes en el fuego y no pudiendo responder a las acusaciones y estando
expuestos a la luz pública, el único camino era eliminar la espina que tenían
clavada en sus flancos.
- Al lado de estos, los mafiosos son unos chapuceros – explicaba – no hay
que subestimarlos. Están buscando recursos humanos de las fuerzas armadas.
Lo más selectos de las fuerzas especiales – y abundó: de eso advirtió el
Padre Pedro a Iván. Además van a involucrar al Estado.
- ¿Y lo informado por Damico?- quiso saber el padre Leonard.
- Está terminado – aclaró Robert – Padre Guido, quisiera Ud. informar –
dijo dirigiéndose con rara amabilidad a otro miembro del cónclave.
El Padre Guido, en completo silencio, repartió unas carpetas entre los
presentes. Estos las abrieron y se encontraron con breves relatos de las acciones
preventivas en las que se habían desarmado los grupos que Hamad había
señalado a Damico. Se acompañaban fotografías de los implicados, casi todos
capturados en operaciones de la policía especial asistidas por federales y
agentes de la CIA. Guido era un experto en deslizar información. En este
caso en el ávido regazo de los funcionarios responsables cayeron como por
milagro elementos suficientes como para que hallaran células terroristas en
El ojo de la aguja
333
cantidad e importancia suficiente como para ligar algún ascenso o, al menos
durar un poco más en el cargo.
- Sin embargo – aclaró Guido calmosamente – nos reservamos algunos
casos.
- ¿Como ser? – inquirió otro de los presentes.
- Cada grupo estaba bajo el mando de un Adverso. Los tenemos nosotros.
Hubo un movimiento de inquietud entre los presentes. Uno se animó a
preguntar:
- ¿Aquí?
- Si, en el tercer piso...
- ¿Pero quien lo dispuso?, es peligroso.
- Fui yo – respondió Juan y agregó: Era inútil que los llevara presos la
policía. Era probable que pudieran dominar a sus guardias o aún trastornar a
los interrogadores y jueces. Logramos capturarlos antes.
- ¿Y ahora? – inquirió Leonard con inquietud.
- Ya estuve con ellos. Están dominados. Dos en estado de coma, como
nos pasó en Argentina. Se recuperarán. El resto están modificados. Ya no
son un peligro pero los mantendremos en observación hasta que sepamos
como reaccionan con el tiempo.
- Ya ven – intervino Robert – pero –advirtió– el peligro no ha desaparecido.
Me ha preocupado seriamente lo de esa mujer que iba a dispararte, Juan. ¿A
cuántos más podrá convencer el Demonio para que lo intenten?
Miradas ansiosas se fijaron en Juan. Este de pronto abrió el rostro en una
sonrisa tranquilizadora que los sorprendió.
- No han de preocuparse por el Demonio. No se ofusquen con él. No es
el peligro. Los Adversos actúan por su cuenta. Han descubierto el filón de las
organizaciones terroristas y las usan. Pero, con Adversos o sin ellos, el
terrorismo nos va a perseguir. Les estamos arruinando el negocio.
- Cada vez se les hace más difícil mantener el flujo de “donaciones” para
sus falsas causas. Hemos desnudados a sus “benefactores” - acotó el padre
Robert irónicamente -, la mayoría de los cuales – abundó - estaban siendo
extorsionados, pero ahora están enojados porque su protección ha fracasado.
- Subsidiariamente – agregó Juan y volvió a sonreír – los traficantes de
armamentos han encontrado que el negocio ideológico está quebrantado. El
padre Robert ha dicho benefactores y donaciones con ironía porque ahora
sabemos, a ciencia cierta, como se ha jugado con los legítimos deseos de
libertad de los pueblos sometidos y miles de sinceros donantes que mantienen
vivo un flujo de efectivo. Es un negocio. Un maldito negocio.
- ¡Juan! – exclamó el padre Leonard con reprensión – estás pareciéndote
Omar Barsotti
334
cada vez más a Robert.
- De ninguna manera – aclaró Robert – Yo hubiera dicho un maldito
puto negocio, Leonard.
Los concurrentes estallaron en risas.
Más tarde, Robert informó a Juan que Ivonne deseaba hablar con él.
- ¿Está aún aquí? – inquirió Juan sorprendido.
- Si, está bajo la tutela de la Hermana María. No quiso irse hasta verte.
- Llévala a tu despacho, Robert, la veré ahí.
- Bueno – Robert comenzó a salir pero se detuvo, volvió y observó a Juan
– ¿Es algo personal?
-Todo lo mío es personal, padre Robert. Esa muchacha, sin embargo, es
algo más personal, si cabe. Ella, ¿recuerda?, no me mató. Es la que más cerca
ha estado de hacerlo, pero desistió.
- La convenciste.
- No estoy seguro, padre. Creo que fue una decisión de ella. Tuvo una
intensa lucha interna. La percibí pero no intervine. No la convencí, ella ya
había tomado su decisión.
- Bueno – aceptó Robert – Eso es bueno, ve a mi despacho, Ya debe estar
ahí.
Juan subió al despacho de Robert y ahí encontró a Ivonne acompañada
por una monja. Estaba distinta. El rostro, carente de la crispación de la locura,
era bello y sereno. Juan le sonrió y ella, de pronto bajo la cabeza y quedó
rígida.
- Qué pasa Ivonne – preguntó Juan.
- Nada, Señor.
- ¿Señor?. Dime Juan. Es suficiente. ¿Por qué no me miras?
- Es la luz, Señor.
- Oh, por favor. Deja lo de Señor. No soy tu señor. Ya tuviste un amo, no
busques otro.
- No es lo mismo.
- ¿De que luz hablabas?
- La luz de tu rostro... Apareció cuando fui a matarte. Una luz en tu rostro.
Juan sonrió mostrando paciencia.
- Ivonne. La luz no está en mi rostro. Está en tu mente.
- Cuando vi la luz no pude dispararte. Pero eso no fue lo importante. Yo...
Yo...
- ¿Si?
- Sentí que te amaba.
El ojo de la aguja
335
- Bueno, yo predico el amor – comentó Juan algo perplejo.
- No me refiero a ese amor. Yo sentí que eres mi amor.
Juan quedó momentáneamente mudo. Luego sonrió. Recordó a la monja
y le hizo señas de que se retirara. La hermana María dudó un instante y luego
salió. No cerró la puerta.
- Ivonne – explicó Juan – No es extraño. Ocurre con las personas que nos
prestan seguridad y cobijo. Le ocurre a los alumnos con sus maestras. Y a los
pacientes con los médicos.
- Entonces, no me amas – musitó Ivonne escondiendo el rostro.
- Si, te amo, mi querida Ivonne como si fuera un padre o un hermano.
Ivonne levantó un rostro hermoso y seductor. Avanzó un pasó y se echó
en brazos de Juan mirándole a los ojos. Juan, suavemente intentó apartarla,
pero ella se había ceñido a su cuerpo.
- Ivonne... no seas niña – protestó Juan.
Entonces, sintió que aquel cuerpo se le ceñía con lujuria. Ivonne avanzaba
el rostro con los ojos cerrados para besarle. Se la veía hermosa. Sentía sus
muslos y sus senos apretados contra su cuerpo. Una onda de calor le recorrió
el cuerpo con una intensidad desconocida conmoviendo hasta la última fibra
de su cuerpo. Ivonne abrió los ojos.
No era una mirada de amor, era una mirada de posesión. Eran los ojos de
un animal mirando a su presa, con un brillo de triunfo y gozo.
Juan se sacudió violentamente. Tomó ambas muñecas de Ivonne y se los
puso en el pecho sin soltarla. Dio un paso atrás apartándola, dándose cuenta
con sorpresa que la deseaba. Pero ahora, la mirada de Ivonne se dirigía a un
lado de la habitación y una sonrisa perversa se formaba en su rostro. Juan
miró a su vez y en las sombras del despacho vio al Demonio. El gordo reía
silenciosamente, apenas esbozado en una nube.
Juan gruñó con enojo y apartó violentamente a la mujer, arrojándola al
suelo. No pudo evitar su furia, pero no contra Ivonne, sino contra sí mismo.
- No eres un hombre – gritó Ivonne histéricamente.
- Más hombre de lo que te piensas, mujer tonta.
Llamó a Robert quien apareció al instante. Detrás la hermana María,
horrorizaba, miraba hacia la oscuridad. Robert la sacudió ordenándole que
rezara. Había comprendido la situación al instante. El mismo musitó una
oración mientras se aproximaba a Juan para cubrirlo pero este se movía hacia
el Demonio, señalándolo con un dedo acusador y hablándole en un idioma
desconocido. Hubo un destello, un rasguito y la imagen desapareció. Ivonne
se revolcaba en el piso gritando histéricamente.
Juan la levantó y la sacudió hasta que la mujer calló.
Omar Barsotti
336
-¡Pobre desgraciada! – exclamó con la respiración agitada – te has vuelto a
traicionar a ti misma.
- No me hagas daño – rogó Ivonne bañada en llanto.
- El daño ya está hecho, mujer. Lo lamento, pero solo te quedará el
remordimiento.
Juan se volvió con intención de irse, pero Robert lo detuvo tomándolo de
un brazo.
- Juan, no la abandones ahora – dijo con dulzura – no tiene más culpa que
su debilidad. ¿Qué será de ella si tu ira la condena?
- Ella se lo buscó.
- No entiendes, Juan. Eres parte de la culpa.
Fue como un golpe. Juan se cubrió el rostro con las manos y quedó unos
minutos sin decir palabra, sin emitir un sonido. El despacho de Robert estaba
inusitadamente frío y un sólido silencio se estancaba entre las paredes
oscurecidas. Ivonne paralizada, ya no lloraba; estaba como suspendida
abrazando su cuerpo aterido y con el rostro compungido dirigido a Juan.
Juan apartó sus manos del rostro. Todos los presentes emitieron un suspiro
de asombro y temor.
- Tu rostro, muchacho, está iluminado – musitó el padre Robert cayendo
de rodillas. A su lado la Hermana María hacía lo mismo.
Juan fue hasta Ivonne y la puso de pie. Luego le levantó el rostro y le dio
un beso en los labios.
- Yo te amo, Ivonne…y me disculpo por no haberme dado cuenta que
aún no estabas preparada para librarte del demonio. Ve con la hermana María.
Algún día, nosotros volveremos a encontrarnos. Será distinto, si Dios así lo
quiere.
Se retiró. Ivonne cubrió sus labios con sus dedos y cayó desmayada en
brazos de la Hermana María.
El padre Robert alcanzó a Juan junto al ascensor, se secó la transpiración
del rostro. Miraba a Juan con renovado respeto. Juan sonrió lo tomó de un
brazo y como era costumbre lo zarandeó.
- Robert, por favor, te prefiero insolente y puteador. Borra de tu rostro
esa expresión de veneración.
- ¡Por todos los cielos! Juan. Estoy impresionado – respondió Robert aún
temblando – soy un pobre judío renegado, no esperaba tener la gracia de
verte así.
- Tómalo como un viejo truco bíblico. Ahora necesito de un judío práctico
y eficiente
Robert asintió no muy convencido. No pensaría más en el rostro iluminado
El ojo de la aguja
337
de Juan y la sombra del demonio, se prometió. Si, era cierto ahora quedaban
muchas cosas prácticas por resolver.
- Juan, este lugar ya no es seguro para vos. Y además, ¿qué hacemos con
esta chica?
- Mandarás a Ivonne a Argentina. La acompañará la hermana María y un
par de sacerdotes. La pondrán bajo la protección de Ana, la esposa de Daniel
Stupck.
Meditó un momento y agregó: que vaya el padre Guido también.
- Eso está muy bien – aprobó Robert – a ese no hay demonio que lo
apabulle.
- Confío en eso. Y confío también en que Ana podrá guiar a Ivonne –
meditó un momento – Sí, - confirmó para sí mismo-, sin duda Ana la
convertirá en una mujer.
Omar Barsotti
338
El ojo de la aguja
339
Capítulo 33
- ¿Por qué en el Salón oval? – preguntó Forbes, extrañado.
- Porque es el ombligo de este mundo desquiciado – respondió el Presidente
sonriendo brillantemente.- y yo – prosiguió – ahí me siento como si realmente
fuera poderoso. ¿Estamos?
- Y bien... no está mal pensado – aprobó resignado Forbes – el asunto es
que lo crean - agregó amargamente.
- Ese es el quid... Organiza el ingreso de los invitados, Forbes, y vigila que
Burney no haga de las suyas. Dame tiempo para ponerme la máscara de
Presidente y luego, adelante con el espectáculo.
Aquel entusiasmo era promisorio, pero anteriormente, cuando se recibió
el pedido de la aquella comisión ad hoc Burney y Forbes tuvieron que batallar
durante horas para convencer al Presidente de lo que, para ellos, era un mar
de obviedades, de las que era casi imposible creer que el hombre más
importante del planeta ignorara. O peor aún, que conociendo la situación
hubiera sido incapaz de evaluar su inminente peligro.
Un fenómeno propio del poder dedujo Burney, uno se acostumbra a todas
las barbaridades hasta que no le queda vara para medirlas, o bien las acepta
como alternativa de otras peores. Primero se piensa en mejorar la realidad,
luego parece sabio mantener el status y al fin cuando se observa que el proceso
ha ingresado en una completa entropía ya la capacidad de juicio está embotada
y sólo se espera que el cambio de autoridades le saque la responsabilidad de
las manos.
A la hora de presentarle la lista de los componentes de la comisión al
presidente, tuvieron otra sorpresa:
- Burney, no quiero más entrevistas con presidentes de empresas y ni aún
de corporaciones, ni dignos representantes de grupos empresariales ni nada
de esa mierda. Ya no puedo hacer más por esos incapaces. Debieran ya
ocuparse de sus negocios y dejar de pedir al gobierno que los apañe.
- Lea la lista, Sr. Presidente. No son tantos.
Con aparente docilidad se caló los lentes y lo hizo.
- Pero! ¿quiénes son éstos? – exclamó de pronto perdiendo la compostura.
Omar Barsotti
340
- Tus amos – respondió sarcástico Burney.
El Presidente fijó en Burney una mirada furibunda:
- No te pases de vivo, Burney, sigo siendo el Presidente.
- ¿Si?
- ¡Por Dios! – interpuso Forbes ante la inminencia de una agria discusión
- Ya está bien, Sr. Presidente. Le voy a explicar lo que quiere decir Burney.:
Esta gente no son las marionetas que tratan habitualmente con el gobierno.
- No Sr. Presidente – completó Burney – Claro que no. Los presidentes
de las importantes y brillantes Cias. y aún los grandes jefes y líderes de las
siempre prometedoras corporaciones se compran un puestito y viven de
representar sus papeles para beneficio del público y sus representantes y...
representados. Pero esos capangas y lambeculos no son los dueños del negocio.
Esos - señaló el listado - a quien no conoces ni nunca has visto, son los amos.
- Son los verdaderos dueños de todo y de todos- continuó -. Están en las
trascocinas secretas del poder. Estos no revuelven las ollas ni alientan los
fuegos. Estos simplemente inventan e imponen las recetas. Nunca aparecen
integrando directorios ni presidiéndolos. Timonean la economía mundial
sirviéndose de hombres de paja y mercenarios de la política, marcando el
paso a una red de empresas entrelazadas y gobiernos sometidos. Incluido
éste – acotó al final haciendo que el Presidente pegara un respingo.
Sin hacer caso Burney concluyó diciendo: que se expongan personalmente,
da la clave de la dimensión de la crisis que viven a causa de la prédica de Juan.
Burney calló abruptamente.
Forbes no ignoraba que la explicación no dejaba en buen papel al
presidente, pero no había más remedio. Si iban a hacer lo que convenía el
Presidente debía asumir su propia humillación ahora, entre ellos, que no en
público, más tarde.
- Vuelvan en diez minutos – pidió el jefe de Estado – por favor – agregó
con humildad.
Media hora, después los visitantes eran ingresados con mucho protocolo.
El Presidente, hizo su aparición por una puerta lateral y, con su mejor sonrisa,
les fue saludando a medida que Forbes hacia las presentaciones y los ubicaba
en sus asientos. El Cardenal Néstor entró último, precedido por el Obispo
Jorge, quien poco faltaba que se tendiera como una alfombra a sus pies, y el
General Murdock que actuaba solemnemente como guardia de Corps mirando
insolentemente al Presidente.
El Presidente, se sentó a su escritorio, se tomó un tiempo para dar algunas
instrucciones en voz baja a Forbes y luego, abriendo los brazos y con la más
El ojo de la aguja
341
amplia sonrisa que podía brindar la mejor técnica odontológica, dijo:
- Bueno, aquí estamos. ¿Qué puedo hacer por Uds.?- que era ni más ni
menos que el slogan central de su última campaña electoral.
Hubo miradas cruzadas y carraspeos. Por fin, el Cardenal Néstor acomodó
sus vestiduras, paseó la mirada entre sus acompañantes dando tiempo a
cualquier objeción y, ante su ausencia, explicó, con voz untuosa, los motivos
del conclave: El señor Presidente, ciertamente, ha sido muy amable al acceder
a esta pequeña reunión a pesar de que seguramente su valioso tiempo esta
muy acotado. El Presidente hizo una condescendiente inclinación de cabeza
y lo animó a proseguir con un gesto gentil que hizo extensivo al resto, como
se espera de un correcto funcionario democrático. Néstor, agradecido,
comentó la preocupación de amplios sectores de la ciudadanía ante la prédica
de ese Juan el Mensajero. El señor Presidente no ha de ignorar, con seguridad,
estos sucesos que, comenzando en Nueva York, se han extendido por todo
el país y ahora ya repercuten en el mundo entero. No, obviamente, el Sr.
Presidente sabe todo lo que ocurre en sus vastos dominios.
Stupck, seguía fascinado aquel torneo de hipocresía mordiéndose la lengua
para que no se le escapara algún exabrupto. El resto de los presentes asentían
y hacían comentarios alentadores en voz baja y, a veces, dejaban caer alguna
exclamación ahogada. Monseñor, con la vista baja, observaba sus manos que
se contenían una a la otra como si temiera se le escaparan a darse el gusto de
unos cachetazos.
- Bueno, Sr. Presidente. Con seguridad que debe haber voluntad política y
medios para poner coto a estos extremos.
- Monseñor Néstor... señores, - aceptó el Presidente exhibiendo una sonrisa
espléndida - estamos enterados de lo que sucede. Hemos analizado la situación
desde un punto de vista institucional y debo adelantarles que no hay vía legal
para silenciar a Juan el Mensajero, no obstante – agregó deteniendo cualquier
interrupción – en su opinión, ¿cuales son los daños reales que puede producir
esta singular prédica?
Monseñor observó al conjunto.. Tenía ahí un muestrario de todo lo que
había combatido. Había una excepción. Mr. Douglas, era un hombre pequeño
de hombros estrechos y una cabeza desmesurada. Era el único públicamente
conocido Se describía como el arquetipo de las oportunidades que ofrecía
EEUU a la iniciativa individual.. Y en esto era un espécimen único de una
raza extinta. No tengo -solía decir- en mi persona, ningún motivo de atracción.
Soy más bien feo y, a mi pesar, sé que soy desagradable. Mi único talento es la
determinación que es la mayor virtud americana. A partir de ella me he
convertido en el poseedor de un poder inconmensurable, del que, Dios lo
Omar Barsotti
342
sabe, no abuso. He creado cientos de miles de puestos de trabajo en empresas
sólidas y eficientes distribuidas en todo el mundo y aún, muy pronto, en el
universo. Pero en ese momento no trajo a colación aquella auto descripción
que era pública, sino que escuchaba atentamente a Néstor.
El resto de los invitados eran de oscuros orígenes y no se molestaban en
develarlos. No pertenecían a la categoría de los constructores de empresas e
imperios. Estaban por encima de eso. Algunos, con solo mover sus capitales
podían sumergir a un país en la pobreza y, de hecho, gran parte de sus fortunas
se habían consolidado a partir de ataques a las monedas de los países más
débiles. Todos, sin excepción, se servían de las organizaciones mafiosas, del
narcotráfico y del lavado de dinero. Movían los mercados accionarios como
si jugaran al ajedrez, y los bancos más prestigiosos eran en sus juego, peones.
Podían enviar a las empresas más sólidas a la bancarrota con solo estar
irascibles por un día de dispepsia. Armaban sólidos conglomerados financieros
para más tarde licuarlos en el indistinto océano financiero quedándose con la
crema de los beneficios. Podían decidir que la fábrica más grande de
automotores fuera trasladada de un punto al otro del globo, crear nuevos
países, correr fronteras o hacerlas desaparecer, financiar guerrillas y la
correspondiente represión y, si fuere promisorio, desatar guerras.
Curiosamente no eran propietarios de nada. No poseían ni acciones, ni
empresas, ni marcas, ni patentes, ni inmuebles a su nombre, eran nada más ni
nada menos que los amos, sólo cobraban tributo a la existencia.
Douglas no parecía estar cómodo con la magnificación del problema que
hacía Néstor ni con su condición de portavoz, y como era un hombre de
empresa americano y creía en aquello de” ir al grano” y” poner manos a la
obra”, y presentía que se iban por las nubes acotó por su cuenta:
- Sr. Presidente, todo es muy sencillo, la prédica de ese Juan el Mensajero
atenta contra el espíritu americano .No veo que conduzca al caos, como aquí
algunos opinan, pero significará un escollo en la continuidad de los negocios
y un inevitable retraso en el crecimiento del país. Si no se actúa en forma
urgente el daño será muy grande y si bien no creo en las cosas irreparables,
será inevitable que el pueblo sufra las consecuencias. Le hemos hecho llegar
un dossier en el que probamos tales hipótesis. Por todo lo demás, ya está
ocurriendo. Hay un creciente proceso de desinversión o, al menos de mora,
y consecuentemente, se están deteniendo planes de vital importancia para
este país y para el mundo.
- ¡Obvio!- remarcó – Coincido en parte con la crítica esgrimida por este,
digamos, profeta, pero su metodología traerá conflictos políticos y reclamos
de cambios que no serán posibles satisfacer creando un clima de frustración
El ojo de la aguja
343
que, fatalmente, requerirá represión - hizo un corto silencio y aclaró con
especial énfasis – esta es mi opinión personal, al menos.
Se echó atrás en su butaca a la espera del efecto de sus palabras.
- Hemos analizado ese dossier - respondió el Presidente - Es muy
interesante. Sin embargo, estimado Mr. Douglas, digamos que ese es el riesgo
del sistema. Algunos opinan que es bueno y otros que es malo. Pero es lo que
tenemos. Les repito: la cuestión institucional no está en debate. Creemos, sin
embargo que el sistema, si Ud. está en lo cierto, demostrará que la prédica de
Juan no es cierta o al menos no es correcta y el público sabrá optar. Para todo
lo demás, está el Poder Judicial al que se debe recurrir, si corresponde. Es
nuestra creencia, comprenda.
- Pero, Mr. Douglas si tal es su posición – agregó el Presidente – se me
ocurre que está en las mejores condiciones para debatir con Juan el Mensajero.
Creo que se entenderían y podrían superar sus diferencias. Juan no habla de
destruir la iniciativa privada, ni el capital. El habla de responsabilidades
Douglas parpadeó apenas, como toda respuesta.
Néstor retomó la palabra. Había hecho una concesión a Douglas, el más
renuente de sus aliados, pero estaba dispuesto a mantener su posición de
vocero.
- Sí, las cuestiones económicas son importantes, pero no nos olvidemos
de la moral. De hecho la prédica de Juan es disolvente. Promueve, sin duda
una oposición a la autoridad, no tan solo eclesiástica, sino gubernamental y
social. Ha puesto en entredicho todos los valores del mundo occidental y
cristiano y sembrado la duda sobre las intenciones de todos los dirigentes.
El Arzobispo Pedro le interrumpió. Estaba sentado, echado un poco hacia
delante y con ese rostro como tallado en roca, levemente brillante.
- Monseñor – comenzó dirigiéndose a Néstor – He revisado atentamente
el discurso de Juan. También lo ha hecho el Santo Padre. Quizá Ud. está
viendo algo que se nos escapa, pero debo advertirle que las palabras del
Mensajero no se han salido un ápice de lo que pregona la Iglesia en las
encíclicas que se han ocupado de la cuestión social. En términos generales se
corresponde con la prédica constante del Santo Padre. No hay en esa prédica
oposición con los valores que Ud. identifica con el mundo occidental y
cristiano, sino, por el contrario una reafirmación.
- Ciertamente no ha mirado Ud. bien cuales son las intenciones de Juan -
dijo Néstor dispuesto ha seguir argumentando.
- No estamos juzgando intenciones. No podemos hacerlo – interrumpió
el Arzobispo – Nadie puede conocer las intenciones de otro y mucho menos
juzgarlo por eso.- hizo una leve pausa fijando la mirada en su interlocutor –
Omar Barsotti
344
Porque de eso se trata, ¿no es cierto?, de un juicio - acotó finalmente.
- Permítanme – terció el Presidente con una sonrisa de apaciguamiento.
No se le escapaba el clima de agresión que corría entre los dos prelados.
Todos callaron. El Presidente carraspeó levemente y se tomó unos
segundos para hojear una carpeta que le alcanzara Forbes.
- Nadie está siendo juzgado aquí. Estamos analizando circunstancias
extraordinarias pero no ilegales, Cardenal – dijo a Néstor – No hemos
encontrado en las palabras de Juan nada que atente contra la autoridad
constituida o que promueva resistencias no legales. De hecho, mis
colaboradores hicieron un análisis comparativo de lo expresado por Juan
con lo que en muchas oportunidades han sostenido sectores del gobierno.
Yo mismo – acotó señalándose el pecho – Lo he expresado. En términos
generales la prédica del Mensajero se corresponde con la crítica expuesta
contra determinados abusos del poder económico y también del político.
Hombres sabios de éste país han coincidido con esa posición. Juzgar a Juan
sería juzgar a todos ellos.
- Pero eso es otra cosa, Sr. Presidente! - protestó Néstor con un punto de
vehemencia.
- ¿Porqué otra cosa? – inquirió de pronto Monseñor Iván.
No era una pregunta ociosa y sin duda esperaba una respuesta. Néstor se
revolvió inquieto. Por primera vez Stupck sentía que el hombre perdía su
presuntuosa calma.
- Es otra cosa y cualquiera lo ve.- respondió impaciente - Es distinto, tan
solo ver los efectos.
-Ah! – exclamó Monseñor Iván– Mientras lo mismo se diga para la galería
no importa, pero apenas alguien consigue que el público lo capte, es distinto.
Lo lamento... no entiendo...
- Es curioso – dijo el Presidente – Veo ahora con mayor claridad esta
cuestión. Permítanme avanzar un poco más: lo que el Mensajero expresa es
en gran medida la verdad. Puede ser que se equivoque en algunos juicios y
exagere en otros, pero tiene todo el derecho, como cualquiera, de dar su
opinión. Aunque la magnifique. Este gobierno, en más de una oportunidad
ha advertido a quienes detentan el poder económico que es preciso poner
atención a la cuestión social. Ahora, alguien, un desconocido, dice lo mismo
con mejores resultados. ¿Estamos analizando lo que se dice o a quien lo
dice?
Hubo una corriente de impaciencia entre los asistentes. Algunas miradas
de duda se dirigieron a Néstor que habiendo recobrado las serenidad dijo:
-Una cosa va con la otra Sr. Presidente. Es siempre así, ¿no es cierto? No
El ojo de la aguja
345
es lo mismo si Ud. expresa determinada opinión que si lo dice un humilde
director de despacho – agregó con un punto de sorna.
- Entonces tiene razón Monseñor Iván – razonó, ignorando la ironía, el
Presidente – estamos juzgando a quien lo dice. Y a propósito, Dr. Stucck.
Ud. es el experto: ¿son ciertas las afirmaciones de Juan en cuanto a su
naturaleza?
-–Si. He accedido a la información completa de quienes realizaron la
clonación. No hay duda, Juan es un clon del hombre que utilizó el sudario
que consideramos de Cristo. No opino sobre religión, lo advierto, opino
como biólogo y genetista. Mr. Forbes dispone de la misma información..Juan,
bajo esas condiciones es, genéticamente hablando, idéntico a Cristo.
- Monseñor Néstor, ¿cambia eso las cosas?
- Lamento dudar de las afirmaciones del Dr. Stupck, Sr. Presidente, pero
eso está fuera de cuestión. Sin duda el hombre tiene un gran poder de
convicción y eso lo hace diferente. A todas luces es un eficaz demagogo.
Creo que debe hacérsele responsable de lo que está ocurriendo y detenerlo.
Y ese es el pensamiento de todos los que aquí hemos venido. Accesoriamente
debo advertir que este Juan ya ha mostrado sus garras en Colombia.
El Presidente bajó los ojos por unos instantes posándolos sobre sus manos.
En ese instante tomaba clara conciencia de su delicada posición. Ahí, enfrente,
tenía a los hombres más poderosos de la tierra y, si se escarbaba un poco,
también del cielo. Los dueños de la verdad manifiesta, maquillada, iluminada
y puesta en escena. Y allá en la calle había un hombre que tomó esa verdad,
la desarmó pieza por pieza y explicó a todo el mundo como funcionaba. Era
como si, en medio de una representación teatral, los decorados cayeran y el
público descubriera a los tramoyistas detrás, accionando palancas, contrapesos
y cabos mientras los actores se prueban las pelucas en calzoncillos. La decisión
que iba a tomar implicaba un gran riesgo político para él. Se preguntó si valía
la pena y se respondió afirmativamente. Al fin y al cabo él había repuesto en
su escritorio presidencial la advertencia de Truman: “el juego se detiene aquí”.
Sí, no era Juan la única cuestión, sino, también, su propia autoridad, y algo
más trascendente que su persona, el significado que para su pueblo tenía la
figura presidencial. Esos logreros habían avanzado tanto que el Gobierno
era tan solo una fachada o, a lo sumo, una cámara compensadora de sus
intereses. Era buen momento para colocarles una trompada en las narices y
hacerle sentir donde paraba la pelota. Se sintió felizmente audaz. Se paró
apoyando la punta de los dedos en el escritorio y sentenció:
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-Señores. Agradezco su presencia y sus consejos. Los tendré en cuenta y
les avisaré qué decido - su voz sonó cortante y la intención terminante.
Hubo un murmullo de desconcierto.
-Pero – continuó el Presidente sin hacer caso – Es mi deber advertirles
que no encuentro a este hombre, Juan, culpable de nada. Goza de toda la
protección que la ley le otorga a cualquiera en este país. Quiero, decirles, por
último, que no me lavo las manos como Pilatos. No toleraré ninguna acción
que no esté dentro del cauce institucional. Muchas gracias por su presencia –
terminó, dejando caer una helada sonrisa de despedida
El Cardenal Nestor escuchó con atención.. En un momento estaba
escuchando y al instante siguiente se transformó. Monseñor se sobresaltó,
era la primera vez que veía un Adverso de ese nivel en acción. Néstor no
gritaba, pero era como si lo hiciera. Su voz seguía siendo bien modulada,
pero su rostro estaba como encendido, rodeado de una aureola que atrapaba
fatalmente la atención de su interlocutor, fascinándolo. Era evidente que el
Presidente había pasado del estupor inicial al temor, mientras toda su
determinación se fundía en las llamas de las palabras del Cardenal.
Monseñor sintió un inédito espasmo de miedo hincársele en el corazón.
Stupck, a su lado, hervía de furia contenida. Nada más, de golpe, le invadió
una oleada de odio tan feroz y frenético que se sorprendió pensando que
debía matarlo.
Las palabras de Néstor aplastaron virtualmente al Presidente en su sillón.
Golpearon una y otra vez y volvieron a golpear rebuscando con sus
argumentos los costados más débiles de los presentes. Aún Jorge, su aliado
más fiel, temblaba y el grupo de empresarios se inquietó como ovejas rondadas
por el lobo. Néstor estaba describiendo simplemente la realidad, pero lo hacia
desde el ángulo más cínico que pudiera concebirse.
De pronto, en el razonamiento se sustituían las premisas de orden y el
peligro de caos, por las del más crudo e inconfesable realismo.
Despiadadamente exponía con lujo de detalles aquellos hechos que por su
sola enumeración hubieran bastado para darle la razón a Juan, pero invertía
las conclusiones dando por hecho que la humanidad debía ceñirse al destino
que se le imponía por sus condiciones naturales y el orden surgido de las
mismas, cuya inalterabilidad debía ser respetada a riesgo de que todo el circo
se terminara
En una sola parrafada calcinó todas las esperanzas e ilusiones, para
reponerlas en calidad de lubricante que permite mantener la maquinaria en
movimiento. La prédica de Juan, al darles la categoría de metas alcanzables
El ojo de la aguja
347
estaba, en su opinión, poniendo a la humanidad en una disyuntiva de hierro,
exponiéndola a una peligrosa y definitiva desilusión masiva y terminal.
No le ahorró al presidente y a su gobierno recordarles que ellos eran parte
de todo eso y que tras las apariencias de la democracia se escondía una total
manipulación del público y sus creencias para que no descubrieran la verdadera
urdimbre del poder y sus objetivos.
- Ud. Sr. Presidente es el fruto maduro de esa realidad. Su posición es el
resultado de un plan que establece el verdadero orden de la sociedad. Ud. es
hijo del poder detentado por los aquí presentes, no el elegido del pueblo.
Culminó acusando al Mensajero como el falso Mesías lo que ocasionó
que Monseñor se pusiera de pié y le mirara con tal ira, que todos temieron
que aquellos dos togados terminaran liándose a golpes ahí nomás, en medio
del Salón Presidencial.
De pronto, desde el fondo del salón, partió un aplauso solitario, rítmico,
sardónico, fluyendo como un helado anticlimax. Era Burney.
-Excelente, Monseñor Néstor. Su lógica es irrefutable pero deleznable –
dijo con toda soltura.
Néstor se volvió como una serpiente dispuesta a atacar. Burney parado
frente a él, le miraba con una sonrisa burlona.
-Hay para Ud., también, Burney – dijo Nestor levantando el mentón
agresivamente. – Sabemos porqué y cómo llego a su posición... lo sabemos—
-Ya no hay nada que me alcance, mi estimado Cardenal.- respondió el
mencionado serenamente - No tengo temores, no tengo ya nada mío, ni mi
vida. Para su satisfacción le informo que en semanas estaré muerto y ya ve,
ese conocimiento me da un coraje que me ha permitido verle a Ud. en toda
su real dimensión como nadie pudo verle en este salón, porque estaban
obnubilados por el temor a perder lo que tienen por propio y muy merecido.
Permítame que le diga, con todo respeto, lo suyo no vale una mierda.
Abruptamente, el timbre de un teléfono, en el escritorio, trinó insistente.
El inesperado sonido congeló a los circunstantes. Miraron al aparato como si
hubiera cobrado vida. Sonó varias veces, solitario y patético, como en una
casa vacía. Burney, calmo, tomándose su tiempo, levantó el auricular, escuchó
y asintió en voz baja.
Unos segundos después la puerta se abrió. Juan estaba en el vano
acompañado por tres de sus acólitos. Penetró lentamente, hasta enfrentar al
Cardenal.
- ¿Por qué me persigues, Néstor? – musitó apenas.
Inopinadamente Néstor retrocedió. El resto de sus acompañantes se movió
Omar Barsotti
348
entre el ruido de sillas formando una onda trémula a su alrededor.
-No te me acerques – advirtió Néstor.
Pero Juan no se detuvo. Paso a paso, Néstor retrocediendo, Juan avanzando,
hasta que el primero chocó contra la pared.
-¡No te me acerques! – rugió esta vez con un timbre ominoso en la voz.
Pero Juan no se inmutó. Quedó mirando a Néstor con la cabeza un poco
inclinada atisbando curioso en el rostro crispado.
- Solo quiero saber, Néstor.
- Nada sabrás.
- Es tu naturaleza, Néstor, lo que me intriga. ¿Crees en serio que eres un
Dios? ¿Son éstos tus súbditos? ¿Con esta basura construirás el nuevo orden?
- Esta basura es la realidad, lo tuyo es un sueño y acabará en una pesadilla
- respondió Néstor recobrándose.
Se irguió apartándose de la pared. Abarcó a los presentes con un gesto y
sentenció:
- Cada hombre que está aquí presente ha demostrado su valía en la lucha
por la vida y ganado su jerarquía pagando su tributo a la realidad. Hasta el Sr.
Presidente de este país, el más poderoso del mundo, ha dado lo que había
que dar. Aquellos, a los que defiendes, se les permite vivir, si son útiles, en su
acotada medida. Si no han llegado a más es porque su naturaleza se lo impide.
Si no fueran contenidos por el poder aquí representado acabarían
destrozándose los unos a los otros.
- En cuanto a lo de los Adversos – continuó – es una patraña ideada para
intimidar a los poderosos.
- Néstor, ¿donde están tus padres y tus hermanos?
Todos se miraron perplejos. ¿Adonde quería llegar Juan? Douglas, sobre
todo tomó un inusitado interés y clavó su mirada en Juan.
-¿A qué viene eso? – replicó Néstor desconcertado con un leve temblor
en la voz.
- Sé que en tu singular concepto de la vida les juzgaste como inviables.
¿Esa es la expresión? Tus padres enfermos fueron abandonados a la caridad
pública y, tus hermanos, pobres sicóticos, están internados en el peor
psiquiátrico de Bs.As. ¿No es cierto?
- Está desviando la conversación – alegó Néstor con alarma mirando a la
concurrencia.
- No. La estoy centrando. Si fuiste capaz de abandonar a tus padres y a tus
hermanos, ¿qué será de éstos que te acompañan - señaló alrededor – cuándo
ya no te sean útiles?
Hubo un movimiento de estupor e indignación, entre los presentes. DouEl
ojo de la aguja
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glas levantó la cabeza y entrecerrando los ojos fijó su mirada en el Cardenal,
luego, se levantó y sin saludar salió del recinto con paso rápido.
El prelado no respondió. Su mirada era la de un animal acorralado
buscando la salida. Repentinamente, se volvió hacia Juan con el rostro
endurecido y ese aura que fascinaba. Juan ni pestañó. Ambos se miraron
durante largos segundos. Seguidamente Juan empezó a hablar en voz muy
baja y suave. Todos aguzaron el oído pero no podían entender. ¿Era eso
latín? Néstor respondía en el mismo idioma y volumen. Lo hacia
renuentemente, ofreciendo una resistencia que claudicaba a cada segundo.
Había estado hasta ese momento negándose a contestar, pero ahora lo hacía.
De a poco, Néstor se impacientaba, menos frío, más inquieto, menos seguro
de si mismo. Sacaba fuerzas de sus reservas y volvía al ataque, pero más
débilmente. Inesperadamente se tomó la cabeza y con un grito animal se
precipitó al piso, exánime.
Mucho después Stupk escribía en su diario: “Día de cambios. Único. Quizá
irrepetible para mi. Néstor el Adverso, un formidable contendiente, estaba
ahí, arrinconado física e intelectualmente. En unos instantes blasfemaba y
renegaba, en otros se inflamaba tratando de razonar con Juan como si fuera
importante para él que este le comprendiera. Antes de que cayera desmayado,
observé un fenómeno del cual quiero dejar testimonio. En ese instante su
rostro cambió. No la expresión, sino la misma anatomía del rostro. Fue como
si sus huesos estuvieran siendo movidos por una fuerza interior. No había
puesto yo atención al color de sus ojos y recién noté que eran de un verde
acuoso, pero, poco antes de que se desmayara, cambiaron netamente de color
para pasar a un pardo casi marrón. No fue una visión fugaz. En algún lugar
de sus mecanismos más íntimos Néstor había sido cambiado.
Más tarde hablé sobre ello con Juan. Confirmó mis observaciones. Ya le
había ocurrido otras veces. No le interesaba el proceso. Era, quizá, el colapso
producido por la inclusión de nuevas ideas en la estructura más íntima de la
mente. La mente influye sobre las órdenes fisiológicas y hay una liberación
de químicos orgánicos que actúan sobre el ordenamiento genético. Juan sólo
dijo: Si no llegas al alma, nada ocurrirá. No sé. Quizá es lo que llamamos un
milagro.
Soy testigo de que los ojos de Néstor nunca volvieron a su condición
original. Probablemente era una característica correlativa con las de su
estructura mental. Tampoco Néstor volvió a ser el mismo. Ya nunca. Yo
tampoco”.
La caída de Néstor produjo un movimiento de alarma. Juan impidió que
se acercaran al Adverso. Alguien intentó una débil protesta pero el enojo en
Omar Barsotti
350
el rostro de Juan, le hizo callar. Enfrentó al grupo que se movía como una
tropa de ovejas descarriadas. Cuando intentaron ir hacia la puerta, se
encontraron con los jóvenes togados que les cerraban el paso.
-Y Uds. – dijo con un extraño dejo de dolor- Dios les ha dado habilidades
para sobrevivir. ¿Y qué les ha pedido ha cambio?: Solo compasión. Tan solo
un sentimiento, una sola e infinitesimal expresión de sus almas: Compasión
hacia el sufrimiento de sus semejantes, hacia los millones de instantes de
desazón, de tristeza, de desilusión, de lóbrega depresión, de humillación, de
necesidad, de lágrimas, de gris angustia, de cruel incertidumbre en millones
de hombres, mujeres y niños que están en vuestras manos como rehenes
inermes.
Se detuvo mirándoles con incomprensión, intentando penetrar en el enigma
de ese egoísmo, gratuito, improductivo, totalmente fútil.
- Un poco de compasión, nada más,- insistió con voz ronca – Una pizca –
¿por qué les cuesta tanto? ¿Cómo pueden ser sus corazones más duros que el
espíritu condenado y acorazado del propio Demonio? ¿Cómo pueden estar
tan definitiva y absolutamente esclavizados por la indiferencia?
En el Salón Oval se instaló el silencio total. Las respiraciones suspendidas
y los movimientos reprimidos parecían preanunciar una explosión.
- Compasión - insistió por último – por los que no tienen ambición de
poder, ni de riquezas, que no son sus competidores y que tan solo quieren
vivir. ¿Cómo puede ser tan difícil eso para quienes lo tienen todo?
Uno de los acólitos se movió hacia el escritorio donde depositó una pila
de carpetas. Juan la tomó y empezó a repartirla entre cada uno de los invitados
que retrocedían alelados pero sin separar la mirada de los ojos de Juan.
Cada cual ojeó la suya con nerviosos ademanes. Contenían una o dos
hojas. Pero bastaron para que se escaparan de los lectores exclamaciones de
incredulidad y comentarios apenas musitados. A algunos se les cayeron de las
manos como si quemaran. Otros se miraban angustiados y dos simplemente
se sentaron de sopetón apretando las hojas con desesperación.
Juan no les dejó reaccionar. Su voz tronaba. Era una voz firme, que sonaba
como si fuera lanzada a través de un potente amplificador. Stupck se
estremeció ante la ira que denotaba.
-Todos Uds. tienen una deuda con Dios!- les acusó Juan - Van a salir
ahora a pagarla. Darán a Dios lo que es de Dios y no se guardaran ni una
miga. Si quieren desafiarme, háganlo. Les daré batalla y cada segundo de
demora en hacer lo que deben hacer, se los cobraré con creces. Cada uno
recibirá decuplicado el daño que han hecho o que puedan aún hacer.
El ojo de la aguja
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Guárdense de mi ira porque no tendré perdón para quien no se arrepienta
sinceramente. ¡Son Uds. intrusos en la casa de Dios!- avanzó hacia ellos y
culminó ordenando: ¡fuera, usurpadores!
Salieron atropelladamente. El General Murdock, alta autoridad del
Pentágono, héroe burocrático de varias guerras, en su pánico, tropezó con la
alfombra y desplegó su enorme humanidad sobre el piso lustroso del pasillo
con un tintineo de condecoraciones. El tropel pasó sobre él. La guardia de
togados los empujó a la salida..
En ese momento se oyó un gemido .El Arzobispo Pedro se tomaba el
pecho. Monseñor lo sostenía. Stupck acudió a atenderlo. El Presidente salió
de su parálisis para ayudar..
-Juan – murmuró Pedro con un hilo de voz – Dios ha sido benevolente al
reservarme para este momento. Mi cáliz está colmado- agregó con una sonrisa
dolorida.
Juan sacudió la cabeza con un punto de desesperación. Cerró los ojos por
unos segundos. Luego los abrió con un destello.
-No, Padre Pedro. No. Resista – dijo Juan desesperado..
Posó la mano en la nuca del Arzobispo y lo atrajo hacia su pecho
reteniéndolo por unos instantes. Luego lo apartó suavemente, mirándole a
los ojos.
Stupck estaba auscultando el pulso de Pedro. Levantó la cabeza y miró a
Juan, alelado. Juan asintió.
Pedro se enderezó con el rostro iluminado Sonrió, con un rostro cansado
pero feliz.
Monseñor Iván, más atrás, sintió sobre su hombro la mano del Presidente.
Lo miró, sorprendido, aquel hombre estaba en un trance. En el silencio que
se había hecho podía oírse su respiración profunda y pausada como si estuviera
dormido con los ojos abiertos mirando hacia los jardines a través de los
ventanales.
-Dios mío – musitó – Gracias – agregó con un suspiro.
Burney se sentó, agotado. Por último, comentó:
- Un milagro en la Casa Blanca. No es poca cosa.
Omar Barsotti
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PARTE VIII
EPÍLOGO CON EL DEMONIO
“¿Eres tú el hijo de Dios?... Yo soy...”
Marcos 14-61
“Y bendio es el fruto de tu vientre” -
Mateo 1-18
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
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Capítulo 34
Cuando Monseñor, Vriekers y Daniel Stupk salieron de la sala de
desembarco de Ezeiza, este último se detuvo un instante mirando hacia el
sector de espera. No se sorprendió de ver ahí a Angelo Damico, casi en el
mismo lugar en que se encontraran apenas hacia unas semanas, a la misma
hora y con el mismo aspecto de un campesino incómodamente elegante.
Ana, un poco adelantada, ansiosa y hermosa lo retornó al momento actual.
La envolvió con un abrazo suave y tierno, besándole los cabellos. Ana se dejó
mecer sintiendo que Daniel había dejado atrás, por fin, su largo calvario.
Todos se saludaron con afecto y los cinco caminaron hasta la salida del
edificio en completo silencio. En el exterior los recibió el mismo cielo y el
mismo paisaje. Esta vez, Daniel oyó a los pájaros y vio el rocío y se dio
cuenta, por primera vez que no todo era lo mismo. El era distinto. Ciñó la
cintura de Ana como si quisiera anclarse a un sentimiento de nueva vida.
Damico se aproximó al Alemán que se mantenía algo apartado, le pasó un
brazo sobre la espalda y le dijo:
- Buen trabajo, Alemán, no lo hubiera hecho yo mejor.
- Es hora que aprendas de los maestros, cura imberbe – respondió Vriekers
apretándole un cachete como si fuera a un niño. Y en ese instante se sintió al
fin integrado a esa gente a la que quería tanto sin poder demostrarlo.
Monseñor, por su parte, con una sensación de placentero agotamiento,
rememoraba el día en que Juan, inesperadamente, había partido llevando a
doce sacerdotes, parte de un equipo de trabajo que le acompañara en todas
sus anteriores salidas. No hubo una despedida formal ni mayores explicaciones.
Monseñor sólo pidió que le mantuviera informado de los acontecimientos y
Juan asintió. Un poco enigmáticamente afirmó que pronto sabrían de él.
Encargó a Damico que cuidara a Daniel y a éste que hiciera caso a aquel.
Stupck le observó azorado: Juan, en pocos días, se había transformado y
adquirido una madurez y una autoridad que no le había sospechado. Sus
acólitos ya no eran sus camaradas sino sus discípulos y parecían encantados
de que así fuera. En todos ellos se observaba una contenida ansiedad y un
nerviosismo alegre, inducido por la comprensión de que estaban por ser
parte de sucesos para los que habiéndose preparado durante toda la vida,
Omar Barsotti
356
pareció, en algún momento, a punto de frustrarse. Monseñor participaba de
ese estado pero manteniendo la preocupación de un padre hacia un hijo que
parte del hogar. En la despedida Monseñor recordaba aún con intriga el
último diálogo con Juan:
- Hijo – comenzó Monseñor inquieto – No te expongas sino estás seguro
de lo que puede llegar a ocurrir. Tienes que estar seguro, ¿comprendes?
Juan sonrió con afectuosa condescendencia. Abrazó a Monseñor como a
un igual y aclaró con paciencia:
- Monseñor, padre, su clarividencia me ha puesto en el tiempo preciso.
Las cosas, ya verá Ud., no son del todo como Ud. cree que son y, sin embargo,
todo lo que hizo tendrá sentido.
Monseñor no se acostumbraba a aquel nuevo Juan.
- Son palabras demasiado enigmáticas para un viejo como yo, Juan. Ponme
en claro, de ser posible.
- Ya las entenderá. Grandes sucesos lo tendrán a Ud. por protagonista y
en ellos comprenderá que lo principal, el objetivo, prevalece. Ud. ha caminado
como un sonámbulo guiado por su intuición logrando lo principal: hacerme
tal cual soy. Ahora el campo de batalla se desplazará. Lo comprenderá a
tiempo.
-Hijo, me estás confundiendo aún más.
Juan le dio un beso en la mejilla a Ana y luego le secó una lagrima con el
pulgar.
- Hay alguien aquí que lo comprendió desde el primer momento. Cuando
le lleguen noticias sobre mi, hable con él. El le explicará – enfrentó a Daniel
y le dio un abrazo.
Monseñor miró extrañado a Stupck, pero halló su mismo estupor.
Ana lloraba sin tapujos apretada al brazo de Daniel. Más atrás Garrido
con la cara iluminada por una sonrisa se miraba la mano derecha que Juan, al
despedirse, estrujara con un apretón firme y varonil, como comentaría más
tarde a quien quisiera escucharle. Mansilla, a su lado sonreía inefable y
satisfecho sintiendo aún el calor de las manos de Juan sobre su hombros.
Van Vriekers se había quedado retrasado. Recostado en una pared asistía
a las despedidas con la circunspección del extraño que asiste a una reunión a
familiar.. ¿Qué tenía él que ver con toda esa alocada cofradía de salvadores
del mundo? Aunque debía admitirse que a algunos los quería y a todos los
respetaba porque la locura era también parte de su naturaleza. Sintió un fuerte
deseo de fumar y rebuscó en sus bolsillos. Cuando levantó la vista, Juan
estaba frente a él.
- Jesús estaba en la cruz – le dijo poniéndole una mano en el hombro –y a
El ojo de la aguja
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cada lado había un malhechor.
- Juan, yo – interpuso Van Vriekers azorado y buscando con la mirada
apoyo en Daniel.
- Y uno no lo injurió y reconoció su sufrimiento – agregó Juan.
- No es nada, Juan. Ya le cobraré el favor – alegó el Alemán afanoso por
recobrar su desfachatez y ocultar la emoción que le iluminaba los ojos.
- Tu salto fue el más largo, amigo. No volverás atrás, cruzando el abismo.
Te queremos siempre de este lado -le dijo Juan dándole un abrazo.
El Alemán, cohibido, tropezó con la mirada de Daniel que disfrutaba de
su inusitado estado.
Monseñor volvió de sus recuerdos cuando ya subían al auto. Pensó si aún
eran necesarias las prevenciones de Damico y sus acólitos. Tuvo una
inspiración o quizá una necesidad.
-Angelo –dijo– hazme un favor. Hoy para la misa vespertina, trae al
seminario a todos los amigos que nos ayudaron.
Damico, sentado delante lo miró por el espejo retrovisor. Asintió con un
movimiento de cabeza y pensó que entendía los sentimientos de Monseñor
Iván, él también los tenía.
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Capítulo 35
Terminaba la misa cuando ocurrió. Primero fue una explosión de gritos
en el refectorio, seguida del ruido de cristalería rota. Por el corredor, hacia la
iglesia, un diácono corriendo, tropezando desmañadamente y con el rostro
distorsionado por el terror, surgió de la semipenumbra frente a un grupo de
religiosos que retornaba de los oficios vespertinos. Detrás, dos sacerdotes
intentaron detenerlo infructuosamente. Fue Damico quien lo dominó con
una llave de yudo. Aún así, el hombre se retorcía lanzando alaridos de espanto.
Monseñor se hizo presente con un rostro marcado por la preocupación pero
severamente calmo. Se aproximó al grupo que sostenía una fuerte lucha por
calmar al novicio y vio sus ojos extraviados en cosas que para los demás no
existían al tiempo que mascullaba frases ininteligibles.
Por el mismo corredor avanzó un cura trastabillando, con el cuerpo
recorrido por un temblor incontrolable, intentado guiarse palpando las paredes
para sustituir sus ojos ciegos. Monseñor lo detuvo y sostuvo contra la pared.
De todas partes aparecían ahora los diáconos y los curas que intentaban
ordenarlos. Monseñor tomó al enceguecido por los hombros:
- ¿Qué ocurre Tobías? – interrogó, comunicando sosiego y levantándole
la cara.
El cura estaba debilitado pero calmo. Se pasó una mano por el rostro
como sacándose una telaraña. Con voz baja respondió:
- El está aquí, se apareció en el lavadero. Creo que el padre Mauricio ha
muerto. Tuvo un ataque, cuando quise auxiliarlo quedé ciego.
Monseñor hizo una seña hacia uno de los curas más viejos y éste se hizo
cargo de Tobías.
En el suelo, el novicio se recuperaba lentamente. Lloraba suavemente
hipando como un niño.
- Está aquí - comentó Damico con voz queda mirando hacia todos lados
– Lo percibo, Monseñor.
-Yo también – respondió el prelado - Nos está rondando.
Monseñor se paró en el centro del pasillo con los brazos levantados hasta
que llamó la atención de todos.
-Oigan bien. No se dejen dominar por el pánico ya muchos de nosotros
hemos recibido la visita de ese monstruo endemoniado. Tengan fe. Oren,
Omar Barsotti
360
oren fuertemente. Oren con pasión. Oren. Recuerden sus ejercicios – ordenó.
El murmullo de las oraciones se elevó discordante para paulatinamente
uniformarse. Los religiosos se concentraron física y espiritualmente. El temor
comenzó a desaparecer de sus corazones. Monseñor recorrió las filas
mirándoles al rostro uno a uno. Apartó a uno que no podía dominar un
temblor espasmódico. Sus manos estaba tendidas al frente intentando detener
lo que fuere que creyere se precipitaba sobre él. Monseñor se las tomó y las
apretó con fuerza hasta que el dolor despertó al muchacho.
-Calma, Felipe, reza, reza fuertemente, como te hemos enseñado. No podrá
hacerte nada si rezas.
El muchacho hipó varias veces, respiró hondo y asintió. Ya no temblaba y
el ánimo volvía a su rostro. Monseñor lo empujó suavemente entre los demás.
Las luces titilaron. Monseñor ordenó traer lámparas y para cuando se
produjo el apagón las linternas quebraron la oscuridad.
- Oigan bien - dijo Monseñor con voz calma y controlada.- Vean lo que
vean, oigan lo que oigan, no cesen de orar. El está dentro nuestro pero no
podrá aposentarse si no le damos cabida. Nadie hablará con él, salvo yo.
La oración fue interrumpida por un murmullo. Al fondo del corredor el
hombre gordo se perfilaba entre las sombras y la niebla que parecían
acompañarle siempre. Sonreía suavemente.
- Que no salga de nosotros – gritó Monseñor- pero no cesen de orar
- Monseñor – exclamó el gordo – Es Ud. un anticuado, ¿lo sabe? Oren
pequeños, oren, ¿pero a quién le oran?¿Quién ha de escucharles? Solo hay un
vacío entre yo y la nada. Después de mi, ¿quién irá a escuchar sus plegarias?
¡Qué sonsera, Padre!
- Pues, entonces, ¿a qué preocuparse? –replicó Monseñor sin hesitar.
.El gordo estaba a mitad del corredor, apoltronado entre la neblina con el
cuerpo distendido y el rostro en calma.
- Excelente lógica, Gran Monseñor. Pero, Ud. sabe, soy un partidario de
la economía de recursos. Si quieren rezar, recen, sólo quiero advertirles que
nadie escucha sus ruegos. Son jóvenes, con tiempo para perder...
desperdícienlo, pero yo soy un viejo realista y debo dejar constancia que es
inútil. ¡Ah! el ínclito profesor está con nosotros.
Daniel Stupck, alertado por el estrépito bajó hasta el atrio, seguido por
Vriekers y Don Comicio. Orientados por el murmullo de las oraciones se
introdujeron en la galería cerrada moviéndose extrañados entre la pequeña
multitud de religiosos sin ver nada que le pareciera motivo del tumulto. A
Daniel le costó un tiempo entender lo que ocurría y al comprenderlo tuvo un
estremecimiento involuntario.
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- Daniel, Daniel, Daniel – murmuró el hombre gordo, sonriente.
- Es el Demonio, Stupck - aclaró Monseñor estudiándole el rostro.
- No respondas – agregó Monseñor a su lado.
- ¿Por qué no? – musitó Stupk – es un gordo simpático aunque un poco
torpe y recalcitrante.
- Daniel. No te burles - advirtió Monseñor enérgicamente sin dejar de
observar las reacciones del Demonio.
- Daniel tiene afecto por mi, Monseñor. Es una mente abierta que no me
teme, y comprende, que al menos, es posible que yo exista y sea quien digo
ser y no el monstruoso Señor de las Tinieblas que Uds. me consideran - rió
quedamente para sí como un hombre recordando un chiste obsceno - y es
cierto, soy un torpe, he sido el último en enterarme de que Uds. habían clonado
a Cristo, me siento como un marido engañado. Le rindo honores, Monseñor,
Ud. me superó. ¿Está satisfecho?
- No quisiera estarlo. Quisiera que no hubiere sido necesario – respondió
el prelado manteniendo la vigilancia sobre sus acólitos.
- Ud. está orgulloso. Eso me alegra, el orgullo lo hace más humano. ¿O
divino? Dicen que Dios estaba orgulloso de haberlos creado. Pero, más tarde,
se arrepintió. Recuerda, Monseñor, ese asunto de esa muchacha Eva y la
serpiente. Lo que quería Eva era procrear, nada de manzanas, ella quería un
hombre. Bueno, ella no sabía que procrearía, solo sufría el sano impulso de
poseer carnalmente a Adán y terminar con ese estúpido estado de beatitud
sin objeto. Una chica acuciada por el aburrimiento, diría yo. ¿Un pecado? Eh!
¿Dr. Stupck? ¿Un pecado el mero impulso biológico de la reproducción?
En las tinieblas apenas atravesada por la luz de las lámparas, entre la neblina
y las difusas formas danzantes que le acompañaban se comenzó a definir una
escena de acoplamiento. Un hombre y una mujer entrelazados en un abrazo
lentamente apasionado. La mujer ansiosa, casi enloquecida, apurando y
exigiendo la penetración, lacerando la carne de su compañero en un acto de
caníbal absorción, demandando caricias y besos, ofrecida y provocativa,
perdida en el laberinto del goce, estimulando y rehuyendo, revolcándose en
el abrazo del macho como si quisiera fundirse en él. El hombre gozando del
poder de la posesión, manipulando los tiempos para retardar la culminación
y disfrutar del sometimiento y extender el momento de la entrega total.
- Este Demonio es una decepción – musitó el Alemán en el oído de Stupk.
- Calla, carajo.- susurró Daniel.
- Es una inocente observación tan solo, Daniel. Mira, este demonio es
puro sexo y vapor. Parece una película pornográfica filmada en la Antártida.
Don Comicio recién caía en lo que ocurría. El comentario de Vriekers le
Omar Barsotti
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arrancó una risa contenida que flotó por encima de su asombro y temor.
Monseñor les reprendió con la mirada.
De pronto se abrió un claro entre el murmullo de las oraciones. Los jóvenes,
sobre todo, titubeaban. Algunos, inútilmente, se tapaban los ojos, otros, por
el contrario con el cuerpo tenso clavaban la vista en la escena y, lentamente,
paso a paso, se movían hacia delante gruñendo de ira y de deseo, con
emociones lacerantes que los arrastraban trastabillando al borde del descontrol.
Monseñor hizo una seña a Damico que se movió entre la multitud,
sacudiendo a los más alelados, hablándoles con afecto pero con firmeza.
Otros curas, los más avezados, elevaron el tono de las oraciones y comenzaron
a marcar nuevamente el ritmo hasta que cada uno sintió al conjunto y los
cánticos se elevaron como una sola voz. Monseñor asintió satisfecho y volvió
el rostro hacia el gordo quien parecía decepcionado.
- Tontos – clamó – casi lo logran. Casi consiguen liberarse de la opresión
que les ha cauterizado la carne y clausurado la ventana de los instintos. Mírense
– ordenó perentorio – están marchitos, meros zombis condenados al
ostracismo de la vida; les han tapiado el sexo, clausurado los sentidos, les han
condenado a no sobrevivirse, a extinguirse sin dar flores ni frutos. Ramas
secas de un árbol seco que jamás accederán a la eternidad. ¡Bah! No vale la
pena perder tiempo en Uds. Son cáscaras que han extraviado la semilla.
- Te ignoran, demonio. Ellos creen en Dios.
- Creen, creen, creen. Creen en la nada – replicó el gordo con fastidio –
Creen, esa es la palabra, no saben, tan solo creen.
- Creen en ti también, Satán. Saben que existes. Pero ya ves, se animan a
ignorarte. Se sienten fuertes.- Monseñor sonaba triunfal.
- Claro que existo. Pero eso lo saben porque me están percibiendo. Pero
en Dios solo creen – lanzó una carcajada – podrían creer, si te lo propones,
que la tierra es cuadrada. Imagina, pueden creer en ese Cristo de pacotilla
que anda por ahí intentando que la humanidad deje de ser lo que la naturaleza
le ordena. Ya el otro, el original, hizo bastante por distorsionar el curso natural
de las cosas poniendo a los débiles por sobre los fuertes y proponiendo
que éstos cesen en lo que la naturaleza les obliga. Es como ordenar a los
leones que coman coliflores. Ridículo!Inconducente! Tan sólo demora el inevitable
curso de las cosas. El dominio y predominio de los más fuertes y
capaces no culmina en el hombre. Otras especies prevalecerán a través de
múltiples y cada vez más rápidas transformaciones. El hombre, con Dios o
sin Dios, no es el máximo exponente de la naturaleza. Ya tuvimos a los
dinosaurios.. ¡esos sí que eran fuertes!, pero ya ves, fueron superados y así
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será superado el ser humano. ¡Bah! ¡Vaya a saber! quizá el mundo termine
dominado por las cucarachas.
- Justo - le interrumpió el prelado – cucarachas, dignos súbditos para el
Demonio.
- Por qué no? Son limpias, resistentes, pacíficas, hábiles y supervivientes.
No tienen excesivas ambiciones. Aún no las he visto torturando a sus
congéneres, ni violarse, ni asesinarse, ni arrojarse gases venenosos. No
consumen drogas para sentirse mejor ni prestan dinero a altos intereses.
Tampoco han inventado las persecuciones religiosas, la Inquisición y el
tormento para convertir a los herejes y por supuesto no hay Escuela de
Abogacía entre ellas.
- Touché – musitó Stupk y aguantó de lleno la mirada del religioso.
-Ya ves, cura. Esos muchachos que creen en Dios no representan a una
especie mejor que las cucarachas.
Monseñor se movió como en cámara lenta hasta ubicarse al frente de su
grey. Suavemente apartó a Stupck y a Vriekers empujándolos en dirección a
la puerta que quedaba a sus espaldas. Se quedó ahí, sin parpadear, los músculos
laxos, el gesto adusto pero exento de ira como un maestro que observa a un
alumno díscolo.
- Te equivocas, Demonio. Ellos - abarco con una seña a sus acólitos - y
millones de esta humanidad que no quieres considerar, han percibido a Dios.
Lo han visto en cada acto de amor, de abnegación y de solidaridad. Lo han
visto en los niños enfermos y abandonados y en sus padres masacrados. Lo
han visto en los que han sido capaces de arriesgar sus vidas para salvar las
ajenas. Lo ven a diario en madres y padres que cuidan de sus hijos en las
condiciones más adversas. Lo han visto en el nacimiento y en la muerte. Han
visto el rostro de Dios en los enfermos abandonados. Y lo han visto en las
lágrimas de quienes procuran ayudarles. Lo han visto en el rostro de los
moribundos que dejan la vida arrepentidos de no haber querido aún más a
los suyos. ¡Vaya si lo han visto! Una y otra vez, repetidamente, en cada ser
humano aún en los más perversos... porque sabes, aún los pérfidos, los más
pervertidos, tienen temor de Dios y en ese temor está la percepción de la
existencia divina. Y también lo ven en esos desesperados que has ido creando
con tu macabra magia, esos pobres seres empujados a no querer a nadie, a
apartarse de todos y que, incapaces de sentir amor, claman por tenerlo y en
su mismo desamor hacia sus semejantes son conscientes del estigma que no
logran borrar con la actividad destructora a que los induces.
El gordo reiteró un gesto de fastidio
- No te impacientes – argumentó Monseñor mirándole con interés – Juan
Omar Barsotti
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los cambiará. En poco tiempo te lo aseguro.
- Nada puede hacer Juan, Monseñor. Sus designios están clavados
profundamente en la carne. Sus genes se transmitirán cada vez con mayor
velocidad y pronto serán multitud. Ellos dominarán al mundo.
- El espíritu puede cambiar el mandato de la carne, Satán.
- Vamos, padrecito. Ud. es un cura de mierda, pero no un estúpido. No
son enfermos, no son desahuciados sociales. Son la nueva especie sustituta
de la humana. No creen en Dios porque creen en si mismos. Ellos son dioses.
No requieren el consuelo de una religión o una ideología, su sola presencia
será religión y dogma. No tienen el impulso de asociarse: cada cual es una
unidad equipada para dominar masas de humanos. Prevalecerán porque el
mundo se está poniendo en línea con sus características, son los más hábiles
en una época de catástrofes, violencia, engaño, hipocresía e increíble cinismo.
Ellos, simplemente superaran a los depredadores ya instalados en la especie
humana. Ellos cosechan sobre el campo sembrado por los hombres. No son
causa, son efecto. No tienen culpa por aprovecharse de circunstancias que
les han sido regaladas. Harán de los seres humanos sus siervos, sus perros, su
ganado. Y los domesticaran, o los exterminaran si cesan de serles útiles. Los
adversos no son seres cuyo temor los lleva a la paranoia. Es su superioridad
lo que les conduce al desprecio hacia los humanos. Yo los hice a mi imagen y
semejanza. Son superhombres. Una especie distinta que viene a sustituir a la
humana. No necesitaran vuestra sociedad de hormiguero.
- La naturaleza no es así, demonio. Es tu dolor el que te lleva a esa
concepción,
Hubo un leve pero notable intervalo entre la aseveración de Iván y la
respuesta del gordo. Daniel lo sintió plenamente y también se dio cuenta que
en Monseñor había una suave mueca de regocijo.
- ¿Dolor? – el gordo lanzó una carcajada alegre – ¿Cuál dolor, Monseñor?
Yo no siento dolor. No hay nada que me duela -se miró el cuerpo con alegría.
No tengo arrepentimientos porque no me contradigo, yo sí sigo el curso de
la naturaleza.
- Sí, Demonio, el dolor. El dolor de no conocer a Dios.
- ¿Conocer lo que no existe?
- ¿Nunca te preguntaste lo que es obvio?
- ¿Obvio?
Stupck, sorprendido adivinó una mezcla de inquietud y temor en la
pregunta. Solo una honda, un encrespamiento en el tono, en la mirada. Una
sutil inquietud, nunca registrada anteriormente. Vriekers, aún a su lado, le dio
un significativo codazo mientras su mirada se aceraba en la expectativa. Don
El ojo de la aguja
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Comicio sonrío maliciosamente.
- Es obvio que no conoces a Dios porque Dios te ha negado ese
conocimiento. El te creó, el te desechó y él se borró de tu memoria.
- ¡Eso es estúpido!, es tramposo y es.- agregó con un temblor en la voz –
un sofisma.
Ahora el rostro gordo parecía desmadejado y su mirada erraba en una
búsqueda con un punto de desesperanza.
Stupck se sintió fascinado por la actitud del gordo. ¿Temía una revelación?
¿Temía que Monseñor tuviera razón? ¿Sería ese su más íntimo temor, su
secreto apenas atisbado y desechado? ¿Su fantasma, su pesadilla?
Monseñor lo observaba, ahora compasivamente.
- Muy malo debes haber sido para que se te negara hasta ese conocimiento.
Te han dejado huérfano, Satán. Más que huérfano te han dejado inconcluso
hasta el punto que dedujeras que siempre has existido sin tener origen ni
destino.- Había piedad en la voz de Monseñor.
- Nadie puede negarme el conocimiento de algo que no existe. Eso es
tautología pura. Eso es tan falso como creer en un Dios porque sois incapaces
de concebir lo obvio y es que no hay tiempo y que la realidad es por ello
eterna y, por lo tanto no necesita de un principio, simplemente está. El
transcurrir es sólo presente.
La voz y la imagen del gordo se habían reafirmado y su rostro lucía una
sonrisa restaurada y socarrona.
Monseñor sacudió la cabeza con paciencia. Señaló hacia la imagen e insistió.
- No tienes noción del tiempo y hablas del no transcurrir, mientras preparas
a tus adeptos para el futuro. No crees en un creador y sin embargo te concibes
a ti mismo como uno. ¿Qué clase de lógica es esa? ¿Es qué te han quitado
también la facultad de pensar? Te recuerdo, Dios te echó de su lado. Te
reitero, se borró de tu memoria, te abandonó a tu suerte. Pobre ente sin fe y
sin esperanzas, ¿es que no sientes tu propia angustia, el dolor de tu vacío, tu
carencia de respuestas? ¿Es que en serio me harás creer que no hay en ti una
nostalgia de algo desconocido que se te ha perdido?
Nuevamente el gordo perdió su compostura con un dejo de desesperación
e impaciencia. Su imagen se tornó temblorosa y al fin levantó los brazos y se
petrificó.
Transcurrió un tiempo interminable. Los cánticos proseguían como un
sonsonete cuyas palabras se amortiguaban y se extinguían en la laguna de
silencio.
El hombre gordo retrocedió. Su figura se perdió en la entrada al salón
principal. La pequeña multitud se movió detrás de él como si fuera un solo
Omar Barsotti
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hombre. El roce de los pies estaba acompasado con el ronroneo de las
oraciones.
Ahora era el salón el que vibraba con la letanía. Monseñor avanzó unos
pasos y se detuvo. La luz volvió dejando a Monseñor bajo los destellos cenitales
de la araña central. Stupck, apoyado en las puertas parecía haber sido puesto
ahí como un sello para cancelarlas. En los rincones oscuros, los miembros de
la cofradía yacían de rodillas manteniendo un fervor concentrado, demente,
como salvajes alimentando las llamas de una hoguera. Damico se había dejado
caer en uno de los sillones y ocultaba su rostro en las manos. Agotado. Luego,
mucho después pensaría que todo había sido una loca pesadilla que nunca
nadie podría contar. Todo se había enredado alrededor del demonio o lo que
creían que era, porque por más que le argumentaran y le dieran vuelta él no
estaba del todo convencido y más aún, más que nunca y contra toda prueba
coincidía con las últimas palabras que escucharan del que habiendo parecido
un perseguidor era en realidad un perseguido y quien habiendo representado
la figura del mal, era quizá un reflejo fiel y sin deformaciones del mal de
quienes le temían y lo denostaban pudiendo haber dicho con toda propiedad:
se asustan de su propia imagen, yo soy un mero espejo fiel y genuino, no soy
el criminal, soy su expediente, no soy el culpable aunque cumplo la condena,
soy el testigo. Simplemente un comodín para encajar en el juego de maldades
de la naturaleza humana.
Stupck, que nunca se había dejado conducir por sus dudas por más que
las consideraba legítimas, comprendía ahora que se conformó con el papel
de un partisano en una batalla por una causa justa contra un enemigo irreal
para poder saldar su deuda con Monseñor y consideró que ésta no valía la
injusticia con que la había pagado, aunque al fin, ¿cuál era la justicia? ¿Qué
pasa cuando el reo que cumple la pena es también una víctima más del mal
que se combate?
La lucha había culminado y terminado. Los hombres santos se regocijaron
por el triunfo. El mal estaba derrotado. No destruido, ya que era indestructible,
no herido, ya que no había sustancia donde clavar el filo de la espada,
pero si reducido a una expresión apenas desdeñable de existencia sin finalidad.
La lid se desarrolló en un escenario que permanecía impoluto y sin un rasguño.
Los contendientes estaban enteros aunque agotados. Los triunfadores
pensaban en la recompensa aunque jamás lo confesarían y el derrotado,
agotados sus argumentos y hundido en el pantano de sus propias dudas, ya
no insistía.
En algún lugar, pensaban todos, Cristo iniciaba la salvación del mundo,
convocando a las multitudes de los pueblos e instándolos a cambiar sus vidas.
Habría poco oposición con el Demonio acotado por las incógnitas que,
El ojo de la aguja
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inhabilitado por Dios, no podría resolver.
Un aura rodeaba el rostro del demonio confiriéndole un carácter
sorprendentemente humano mientras recordaba o rememoraba o revivía un
sueño que le conmovía. Oía, en la oscuridad, a cientos de pies arrastrándose
por el polvo entre las piedras. Los recuerdo – pensó – como los miles de pies
que ví recorrer caminos iguales, y aún mejores con losas de mármol y rocas
graníticas ajustadas en las explanadas de los tenebrosos templos elevados
hasta el cielo, clamando a dioses ausentes, mucho tiempo atrás olvidados y
vueltos a reinventar bajo idénticas formas e idéntica indiferencia.
Inconmovibles a pesar del sacrificio de vidas inocentes. Pies de seres humanos
guiados por el temor, en busca de protección y consuelo y a veces, como
ahora, por un extraño amor hacía un dios vencido y sin fuerzas que será
sacrificado sin objetivo ni justicia. Hoy, yo, encarnado en un soldado romano,
héroe de múltiples batallas vigilo que los pies mantengan su ritmo y no se
salgan del polvo del camino. Levanto mi mirada y veo rostros velados por un
dolor que me resulta inexplicable y despierta mi curiosidad e insólitos y oscuros
sentimientos. Rostros humanos, no menos humanos que los que rugen en la
batalla con el pavor asesino, crispados por la ira, y marcados por el ansia de
matar o el contradictorio secreto deseo de ser matado para terminar con el
espanto de la incertidumbre. Pero, el rostro del dios vencido me conmociona
con la compasión con que mira a sus avergonzados verdugos.
El silencio de palabras se rompió de pronto cuando el gordo, o el demonio
o quien fuere el condenado que estaba a su frente retornó a la superficie,
como un ahogado desesperado por una póstuma bocanada.
- ¡Quiero que sepa esto! Es necesario que me escuche! - gritó con
impensable desesperación - Cristo estaba en la cruz. Ya no podía sostenerse
derecho. Sostenido por las muñecas clavadas al patibulum, su torso colgaba
de los brazos impidiéndole respirar. No podía expeler ni inhalar el aire que
sus pulmones reclamaban angustiosamente.
Cuándo ya el enloquecedor dolor de las muñecas y de la corona de espinas
había superado toda medida humana. ¡Cristo se arrepintió!
Hizo una pausa y en el silencio se oyó claramente la inspiración de todos
los presentes como si se prepararan para gritar al unísono. Pero la voz
continuaba imperiosa y los interrumpió:
-Se arrepintió de haber sido Cristo y de aquella enloquecedora carrera
torpe arremetiendo contra los poderes del mundo que no eran más que la
consecuencia irreducible de la naturaleza humana. Se arrepintió de haberse
creído el mensajero de Dios, el Hijo, el Redentor. Se arrepintió de pretender
Omar Barsotti
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ser el Salvador de pecadores, fracasados, alienados, enfermos, inútiles y sufridos
que ahora no podían ni harían nada por acabar con su martirio. Y en aquel
momento me di cuenta que su espíritu comenzaba a claudicar deslizándose
hacia el odio y el resentimiento, abandonando todo el amor que lo había
colocado en aquella situación.
Alguien se movió y el gordo reaccionó: ¡No me interrumpan! - gritó
inopinadamente angustiado - En aquel momento, aunque ninguno de Uds.
ha de creerlo jamás, en aquel instante (y que nunca me vuelva a ocurrir) sentí
una gran pena por él. Me inspiró compasión, la compasión que no había en
sus congéneres. Le tuve lástima, no porque sufriera las injurias de la muerte
más cruel y horrible que jamás el hombre haya inventado, sino porque
comprendí que se derrumbaba su fe e iba a renegar de todo lo que había
creído y me dije:
No le quedará nada. Nada - repitió mirándose las manos vacías - Será el
más miserable de los hombres durante un instante infinito entre la muerte y
la extinción total. Y antes de que pudiera llegar a aquel estado, antes de verlo
así, y en un acto de misericordia que jamás he vuelto a sentir ni sentiré,
atravesé su pecho con mi lanza.
Un murmullo horrorizado recorrió la forzada audiencia.
- Si, yo era el legionario que aceleró su muerte. No estaba aún muerto, yo
lo terminé por piedad. Yo, el Demonio, Satán, El Diablo, Mefistófeles, Belbecú
el Espíritu Inmundo, el Angel Caído de la Gracia de Dios, Príncipe de las
Tinieblas, yo, yo libré a Cristo del pecado capital!El mismo pecado que me
achacan a mí porque no hubo lanza que interrumpiera mi apostasía.
La asamblea replicó histéricamente, incrementando sus oraciones. Damico
levantó la cabeza mirando hacia el demonio con renovada y perpleja
curiosidad, sintiéndose al borde de una revelación, una respuesta eficaz y
terminante a sus penosas e inconfesables dudas. Más atrás El Dr. Daniel
Stupk se oprimió el pecho. Caminó hacia el centro de la escena como un
autómata mirando fijamente la imagen nebulosa del demonio en la que
adivinaba, a cada paso, más rasgos humanos.
-¡Dios mio! - gruñó Monseñor indignado - Cómo esperas que creamos
eso? ¿Qué clase de estúpidos nos crees?Es la más horrible blasfemia que
pudiste inventar.
-¿Blasfemia?- preguntó el Demonio - Blasfemia es el existir: ¿Qué hacemos
nosotros aquí? ¿Donde está el Padre de todas estas criaturas? ¿Por qué nos ha
dejado solos? Abandonados a nuestra suerte, enfrentados, dañándonos los
unos a los otros, sin esperanzas, flotando en el caos primordial no resuelto,
sin principio y sin final, sin el consuelo de lo definitivo. Eternamente
huérfanos... solos... tan solos...
El ojo de la aguja
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El gordo estaba sentado con ambas manos apoyadas en sus rodillas y la
cabeza echada hacia delante como si fuera a embestir con ella o como si
fuera a rezar. La frente bulbosa fruncida, en un gesto de dolor con el ceño
tan fuertemente cerrado que ocultaba los párpados, los dientes apretados y la
boca dibujando una gran medialuna que no era risa, sino la angustia de un
recuerdo torturante. La máscara se suavizó con un suspiro resignado:
- No importa - dijo relajando el gesto -Ya no importa. Desde a aquel día,
así como Cristo se salvó de la blasfemia porque mi lanza lo liberó, ahora yo
también he sido liberado. Pero, no esperen un triunfo. Sólo comprenderán
que yo tenía razón: Uds. se equivocaron de enemigo.
Tobías retrocedió con dos largos trancos como si hubiera recibido un
golpe que le hiciera trastabillar al tiempo que exclamaba:
-Veo de nuevo! Veo, por Dios!
Damico, de pie, cambió una mirada con Stupck que fue captada por un
Monseñor que empalidecía recordando las palabras de despedida de Juan. Se
volvió para replicar al Demonio, pero éste se difuminaba rápidamente.
Por último desapareció con un rasguido.
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Capítulo 36
Don Comicio encendió un puro, se repantigó en el sofá, miró a Vriekers
con sorna y dejó fluir una risa apagada y burlona.
- ¿Qué? – preguntó Vriekers amoscado.
- ¡Que susto!, Alemán. Tenías la cara como de yeso – lo dijo en italiano
arrastrando un carcajeo a través del humo del tabaco.
- Bebe tu vino, gringo, y no inventes cosas. En cambio tú sí que estabas al
borde de la histeria, convencido que el demonio venia a buscarte a causa de
tus pecados.
- Imposible, Vriekers, gracias a tu intervención Monseñor me ha perdonado
y tengo el alma pura como un ragazzo Él tiene mucha influencia allá arriba.
- Bah! Ese demonio solo puede asustar a curas extravagantemente
imaginativos. El espantado era el jefe que tengo aquí a mi lado – acotó Vriekers
señalando a Daniel.
Daniel respondió tan sólo con una sonrisa condescendiente y sirviendo
más vino a todos. Se hallaban acomodados en una de las salas, con las puertas
abiertas al patio central. Le daban gusto a Don Comicio que no cesaba de
ponderar la belleza del lugar. Podían admirar los árboles apenas manchando
la oscuridad con reflejos verdosos y oír el rumor de la fuente. Por las puertas
y pisos superiores se proyectaban las sombras de los novicios preparando los
dormitorios y aseando. De un poco más lejos llegaban las voces de un coro
que para placer de Don Comicio entonaban una canzoneta.
Había llevado no poco tiempo normalizar el estropicio producido por la
presencia del demonio. Más que el desorden de las cosas, el de las almas
conmovidas. Pero, luego entraron en un estado de euforia y disfrutaron de
una merecida cena a la que Daniel le pareció que se le otorgaban visos de
triunfo. La portentosa cocina, que admirara a Daniel, había hecho honor a
sus fenomenales posibilidades
En corro, a un costado, se hallaban Vigliengo y Garrido. Estos últimos
no habían asistido al acto final del demonio y por esa causa Damico les ponía
al tanto, adornando un poco los hechos para mantenerles con la boca abierta
de admiración y de miedo.
José Mansilla y Edgar habían ido a buscar a Ana y pasarían por el laboratorio
Omar Barsotti
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de la Universidad convocados por un llamado telefónico que no informaron
al Dr. Stupk, suponiendo que se trataba de una cuestión de menor cuantía.
Monseñor Iván, exhausto, se había retirado a descansar.
Daniel intentaba participar sin éxito en la lid de chascarrillos en que estaban
enfrascados los invitados, pero la atención se le dispersaba por caminos de
recuerdos y vivencias sin tampoco lograr concentrarse del todo en estos.
De pronto, sentía como si una heroica y espectacular batalla de dimensiones
y trascendencia cósmica, una cataclísmica lucha entre gigantes, quedara
reducida a una riña callejera entre vagos y patoteros en una esquina de barrio.Ya
la futilidad se le antojaba como la materia prima elemental de toda su vida.
Ya, muy tarde, los camaradas decidieron retirarse. Damico estaba
determinado a no dejarlos conducir: Uds han tomado demasiado – sentenció
severamente - Conviene que no manejen – y reconviniéndoles les empujaba
hacia los asientos de los automóviles.
- Después de los peligros en que nos metiste estás preocupado por nuestra
salud? – le espetó Vigliengo con voz cortada por la risa.
- No estoy preocupado por vuestra salud, por hoy he agotado mis reservas
de caridad cristiana. No estoy predispuesto a estas horas a ir a sacar de la
comisaría a un hato de vejetes borrachos.
Hubo una explosión de risas y protestas y los autos partieron conducidos
y vigilados por austeros diáconos. Damico y Daniel contestaron sus saludos
hasta que desaparecieron en las esquinas.
- Ni quiero saber lo que debe pensar el barrio de nosotros.- comentó
Damico mientras a sus espaldas se cerraban los portones. Un bocinazo los
detuvo.
- Debe ser Ana – indicó Daniel.
- Sólo ruego que esos borrachos no se hayan vuelto – respondió Damico
con desgano reabriendo el portón.
Un auto se preparó a ingresar por el callejón. Daniel reconoció el auto de
Ana. Se aproximó. Ana conducía y Mansilla y Edgar la acompañaban.
- ¿Algún problema? – preguntó ansioso – ¿porqué tanta demora?
- Mansilla tiene que comunicarte algo importante – aclaró Ana.
Daniel se detuvo un instante.
- Entren – dijo escrutando el rostro serio de Ana.
Se encontraron todos en uno de los escritorios de la planta baja. Daniel
Stupk apenas había besado a Ana algo cohibido por el gesto adusto de ésta.
Edgar se apartó hacia un rincón oscuro quedando apenas esbozado en la
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escena, Mansilla dio un paso adelante y le tendió una carpeta a Daniel, quién,
sin abrirla le interrogó con la mirada. Don José bajó la cabeza y luego dijo:
- Es el análisis de la sangre y la comparación que Ud. ordenó.
Ambos sostuvieron la mirada por unos segundos.
- Sabe el resultado – Daniel no preguntó, lo afirmó.
Mansilla asintió. Tenía los labios apretados, como si se negara ha hacer
otro comentario.
- Daniel – intervino Ana – te ruego...
- ¿Qué?
- Sea lo que sea lo que decidas hacer, piénsalo.
Luego retrocedió reprimiendo un sollozo.
El Dr. Stupck no respondió, abrió la carpeta y leyó sin que su rostro
mostrara emoción, lo hizo rápidamente obligándose a ser nuevamente un
profesional al cual sentimiento alguno pudiera afectar en su juicio científico.
Luego de unos momentos de meditación cerró la carpeta lentamente.
- Supongo – dijo – que este trabajo fue debidamente controlado.
- Si, muchas veces – corroboró Mansilla – Los obligué a repasarlo y eso
nos demoró.
- No sé porque no me sorprendo – dijo Stupck mirando hacia fuera.
- ¿Que harás? – inquirió Ana.
- Hemos avanzado tanto, y estamos como al principio. Nada puede
construirse sobre esta monumental mentira.
- ¿Cuál es la mentira, muchacho?
Edgar estaba inmóvil como sumergido en las sombras y su voz sonó como
viniendo de muy lejos. No se adelantó sino que permaneció en el refugio que
había elegido apenas entrara pero se lo notaba decidido y punzante.
- Si Juan no es Cristo, ¿qué hemos estado haciendo, Edgar?
- Te quiero mucho Daniel, pero en ocasiones admito que eres un perfecto
alcornoque. ¿Es que estás ciego? .
- No, y sé adonde quieres llegar pero no puedo permitirlo.
- Ah! ¡Pero que soberbia sin límites!, Emérito Dr. Daniel Stupck. ¿Juzgarás
al hombre sin darle oportunidad?
- No lo estoy juzgando, estoy seguro que él no sabe nada de esta impostura.
- Y tú ¿Qué sabes, muchacho?
- ¡Basta! Edgar – bramó Daniel.
Daniel miraba hacia la oscuridad como un ciego furioso debatiéndose en
las tinieblas. Respiraba profundamente para librarse de la indignación que le
invadía, y del dolor y de la furia y de un insoportable sentimiento de futilidad
y frustración.
Omar Barsotti
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Edgar no se amilanó. Desde su refugió de sombras volvió a golpearlo:
- Estás mortificado porque te engañaron dos veces... Tienes el amor propio
herido y estás ahogándote en ese inconmensurable orgullo tras el que te
refugias para no ver la verdad.
Daniel dio un paso hacia la difusa figura de Edgar y su cuerpo adoptó una
posición agresiva. Un grito de Ana lo paralizó.
- Escucha a Edgar, por Dios! – rogó Ana sollozando.
- ¿Qué tengo que escuchar, Ana? ¿Qué hay que decir? Mira donde estamos...
mira, mujer...
Calló abruptamente dejando a todos alelados, pendientes de lo que seguiría
temiendo ser testigos de una catástrofe inevitable.
- Daniel... Muchacho, amigo Mírame – Edgar dio un paso adelante
exponiéndose a la luz – Deja esos análisis de lado. Mírame, por favor, acá
estoy. Yo soy una prueba de lo que es Juan. ¿Qué tiene que ver tu ciencia con
lo que me ocurrió a mí? No pudiste explicarlo en aquel momento y no podrás
explicarlo nunca y no por eso podrás sostener que no ocurrió. Mira la historia
de ese hombre, mira lo que ahora ocurre ante su presencia y sus palabras. Si
ves eso ¿qué importa si es o no el clon de un dios desaparecido? Algo pasó
Daniel, algo nos tocó y aunque no lo entendemos debemos agradecerlo.
Venga de donde venga es bueno, no cabe duda.
- Déjelo estar, Dr., Edgar tiene razón – rogó Mansilla a su vez.
Edgar se detuvo. Estaba junto a Daniel y apoyó sus manos sobre sus
hombros sacudiéndole suavemente. Daniel suspiró y se relajó. Se acercó a
Ana que sollozaba en silencio y se abrazó a ella. Edgar y Mansilla salieron al
patio.
Daniel sintió el silencio caer sobre el enorme patio central que Ana había
transformado en un intrincado jardín. No corría ni una brisa. Las hojas de
los árboles apenas visibles como una mancha sobre las estrellas, estaban
quietas, casi pétreas, como si fueran la cresta de una cordillera. Y él estaba
ahí, quieto hasta la parálisis, con la respiración cortada y el alma llena de
premoniciones. Había ido perdiendo paulatinamente la percepción de las
voces y los sonidos de la gran casa hasta sentirlos unidos en un único murmullo.
Ahora lo que martillaban en su mente eran las palabras finales del Demonio
y se descubrió sintiendo lástima por el ente sobre el cual caían, más que
sobre el crucificado, los pecados y errores del mundo. Se había atribuido la
creación de los Adversos como una forma grotesca de justificar su existencia.
Quizá al descubrir la naturaleza elemental de aquellos, había comprendido la
más compleja y contradictoria de los seres humanos. Ni omnisciente ni
omnipotente, era una pequeña honda en las aguas encrespadas y turbulentas
El ojo de la aguja
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de la vida. Una piedra apenas visible en las pilas de escombros que el hombre
había construido convenciéndose que era un edificio. Y él, ni espíritu ni carne,
una forma única y solitaria, una criatura moviéndose perdida entre esos restos
sin esperanza ni futuro asumió, como último recurso el papel que le habían
otorgado en la gran comedia.
Ahora Daniel sentía que una verdad que pocas horas atrás habría
considerado imposible, o se hubiera negado a considerar, sumaba más angustia
a la que ya lo amargaba convirtiendo su acostumbrado malhumor en una
tristeza infinita. Edgar tenía razón. Algo había ocurrido y aún trascurría y no
había quien lo detuviera.
- ¿Qué haremos? – rogó más que preguntó Ana acurrucada en su pecho.
Daniel agradeció íntimamente el plural.
- Por una vez en mi vida no haré nada y dejaré que las cosas sigan su
curso. ¿Quién soy yo para modificar los acontecimientos?
Ana se apretó contra su pecho.
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Capítulo 37
Accidente en la ruta a Mar del Plata, unos relámpagos de dibujos animados
y luego un informativo de Crónica con una seguidilla de hechos extraordinarios
relacionados con el clon de Cristo. Declaraciones del Ministro del Interior de
Argentina ponderando el fenómeno del clon y destacando, desfachatadamente,
el apoyo dado oportunamente por su Ministerio al Mensajero. Ahora CNN,
Juan El Mensajero en Méjico, visión de multitudes entusiasmadas pese al
agobio de un sol inclemente, muchos mestizos en vestimentas multicolores y
Juan caminando entre ellos, se agitan pañuelos y manos. Monseñor deja el
control remoto sobre una mesilla y se acomoda en su asiento.
-Padre.
Daniel Stupk se detiene a las puertas de la biblioteca. Monseñor no le ha
oído y eso le da oportunidad para observarle unos momentos. Lo ve agotado
como un corredor que ha llegado a la meta y se siente satisfecho de la carrera
y de tanta brega. Le enternece el viejo luchador que manteniendo en vilo a su
cuerpo anciano, ha llegado a ese punto en que, aparentemente, nada le queda
por hacer. En la semipenumbra el televisor titila sobre su rostro, marcando
las arrugas de las angustias y ansiedades, ya indelebles a pesar de que han
cesado sus urgencias.
- Padre – repite avanzando unos pasos.
Monseñor gira reincorporándose con un suave esfuerzo quizá temiendo
quebrar alguna pieza de su baqueteada osamenta. Le brillan los ojos cuando
se da cuenta quien es el que le llama.
- ¡Daniel!, pasa hombre, pasa. Mira a nuestro Juan, le está hablando al
mundo. ¿Lo oyes? Y el mundo le escucha - agrega con entusiasmo.
- Está Ud. chocheando, Padre – le reconviene Daniel con humor.
El cura asiente, con una sonrisa cómplice.
- No se lo cuentes a nadie. Estoy orgulloso, pero eso es un pecado –
observa un bolso depositado a la puerta de la biblioteca.
- Entonces, te vas.
- Volvemos a casa con Ana. Vriekers nos llevará.
- El buen ladrón es muy amable – se interrumpe y señalando el sofá vecino
invita – quédate un momento. Hablemos, bebamos un vino.
Omar Barsotti
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- Padre, no va Ud. a sobornarme nuevamente con ese tinto milagroso que
tiene por ahí.
Monseñor ríe quedamente con aire socarrón, pero, por debajo Daniel
adivina una intranquilidad, una zozobra apenas controlada por la alegría.
- Preocupado, Monseñor?
- Si... debo admitirlo. Todo ha sido demasiado rápido y muy fácil.
- Si. Pienso si un éxito tan repentino se sostendrá. Quizá el mundo estaba
maduro para el mensaje de Juan. Es lo que sentí al hablar con Forbes y Burney.
- Si. Lo mismo me pasó con el Presidente. Llegamos a tiempo, pero no
será fácil de aquí en más. Hay muchas modificaciones en marcha. Muchos
cambios para un mundo que se nos ha revelado fragmentado, poco organizado,
sin conducción y en equilibrio inestable frente a un abismo. Para el Demonio
habría sido más fácil: lo que no sirve se tira, y el resto se usa. Ah! Por cierto.
¿Qué te pareció lo de Mr. Douglas?
- Grandioso. Increíble. Es la segunda revelación después de la de Juan.
¿Será sincero? – comenta Daniel.
-Ya está hecho. Hoy me lo confirmaron: Logró conformar un Consejo
Financiero que involucra a todo el planeta. Condonarán gran parte de la
deuda y el resto la refinanciarán a un interés ínfimo. La Comisión de Finanzas
del Congreso de EEUU lo apoya. Puso a los mejores economistas a trabajar
para el asunto apenas se fue de la reunión en el Salón Oval. Resolvieron la
cuestión crucial: que los gobiernos beneficiados se avengan a impedir una
dilapidación. Nada de armas, nada de corrupción. Que apliquen los recursos
a la producción, la salud y la educación y no permitan que se esterilicen
financieramente. La condición principal es que en cada caso exista un
contralor. El Cardenal Pedro presidirá ese organismo y está apoyado por
representantes de todos los credos. No entiendo mucho de esas cosas pero
se que técnicamente está perfectamente cubierto. Juan tenía razón, alcanza
para todos, el planeta tiene recursos suficientes para que todos hagan una
vida plena y sana. Hay hasta para los ricos. Obvio, hay oposición y desconfianza
pero se logrará. ¿Sabes qué dijo Douglas en un noticiero?
Daniel niega con la cabeza.
- Que Juan era un muchacho muy determinado, que merecía ser
norteamericano.
Stupck ríe: espero que le dure – comenta.
- Ya puso toda la carne en el asador y creo que lo ha hecho a propósito
para negarse toda posibilidad de arrepentimiento o retorno. Creo que no
confía ni en sí mismo. No obstante no le faltan opositores, pero creo que
tiene en Pedro un formidable aliado.
El ojo de la aguja
379
Monseñor detenido un instante por el ingreso de un novicio con el vino,
posa una mirada inquisitiva sobre Stupk.
- ¿Qué es lo que no entendí, Daniel?
Daniel se sobresalta ante la pregunta. Se toma un tiempo para contestar
exponiendo la copa a la luz. Sobre su rostro se proyecta un haz rojizo.
- El Demonio, Padre. Era otra víctima que victimaba Pero Ud. no se
equivocó, tan solo sobrevaluó la mente ingenuamente simplista de Satán.
Una mente muy parecida a la de la mayoría de los dirigentes humanos. El
quiso cortar el nudo gordiano porque era incapaz de desatarlo. Angelo y yo
pensábamos igual, el Demonio interactúa con la maldad de los humanos, no
la genera. El Demonio, Padre, es un pobre tipo.
Monseñor asiente en silencio. Luego su rostro se ensancha en una sonrisa.
- Sabes, Daniel. Debo confesarte que durante todos estos años fantaseé
con el momento culminante: una serie de heroicos debates con Satán,
encuentros apoteóticos, lides magníficas y la batalla final donde el Demonio
sería destruido y el mundo liberado del mal. Por supuesto – agrega con una
sonrisa avergonzada – Yo sería uno de los principales héroes de la zaga. Un
Rambo con toga y algo arrugado.
Daniel sonríe con benevolencia.
- No se avergüence, padre. Su papel fue ciertamente heroico. Permítase
un poco de imperfección y dé vía libre a su vanidad. Como médico lo receto
para el corazón. Brindemos por ello.
Paladearon el vino. Desde el atrio llegan los sonidos de la normalidad
reconquistada, entre ellos la voz de Angelo reconviniendo a alguien:
- ¡Qué chitrulo! Ya te dije: mide dos veces y corta una.- dice en voz alta
con un punto de impaciencia.
- Eso parece que fuera para nosotros – comenta Monseñor
- Si. Nos cabe justo.
- El Demonio nos lo advirtió – dice Monseñor posando el vaso en la
mesita – Nos equivocamos de enemigo.
- No se culpe, no sabíamos explicarlo ni mucho menos actuar en busca de
solución. Solo Juan lo sabe a ciencia cierta y está actuando en consecuencia –
aclara Stupck y señala la pantalla del televisor. Monseñor aumenta el sonido.
La voz del Mensajero inunda la biblioteca:
- “ No es el Demonio quien incita al mal, es el temor. Cuando el hombre
es dominado por este, su reacción es aumentar su poder para defenderse.
Los poderosos son personas dominadas por el pánico que han olvidado la
Omar Barsotti
380
fuerza del amor y levantan en su sustitución barreras de dinero. Cuando más
grande es su poder, más grande es su temor hacia sus semejantes e incapaces
de compadecerse del sufrimiento ajeno se tornan estúpidamente crueles. Si
alguna vez sienten temor piensen en la alternativa del amor.
- Somos todos hermanos. Un río de sangre, siempre el mismo, corre por
nuestras venas desde el primer instante de la creación. Sin interrupción, sin
cambios ha estado ahí en todos los hombres fuere cual fuere el color de su
piel, su forma física, los dioses que adoran o sus costumbres e ideologías.
¿Cómo se puede hacer o desear el mal a quién más que hermano es uno
mismo? Ama a tu prójimo como a ti mismo significa que sólo te amarás a ti
mismo si amas a tu prójimo.
Un murmullo de aprobación se extiende por la multitud como una ola.
- El hombre lo va entender – musita Monseñor con los ojos brillantes – al
fin y al cabo, Juan es Jesús.
Daniel mira fijamente a Monseñor. Le inquieta la voz trémula, el temblor
de sus manos, quizá el exceso de emoción en la voz y los ojos arrasados en
lágrimas.
- ¿Se encuentra bien, padre?- inquiere con voz pausada con un toque de
ansiedad
Monseñor recorre los rincones oscuros del salón con una mirada
aprehensiva y aclara tranquilizando a Daniel:
.- Estoy bien, hijo. Pero tengo un temor.
Daniel se endereza en su asiento prestándole una tensa atención.
-Al decir que Juan es Jesús pensé en las probables consecuencias de ese
hecho.
- ¿Consecuencias?
- No es la primera vez que me pasa por la cabeza: Jesús tuvo éxito, pero
fue crucificado. ¿Será necesario que Juan pague su éxito con la misma moneda?
- Oh! Por Dios, Monseñor. Olvide eso.
Monseñor se calma, pero, por debajo Daniel adivina una intranquilidad,
una zozobra apenas controlada por la alegría.
- ¿Preocupado, Padre?
Monseñor se mira las manos que está retorciendo nerviosamente. Al fin
levanta la vista y casi musitando pregunta:
- Lo sabes, ¿no es cierto? Sabes la verdad de la existencia de Juan..
Daniel no responde. Durante un largo rato permanece en silencio. Luego,
respirando hondo lo admite. Monseñor le mira fijamente esperando el resto.
- Lo descubrimos por casualidad, pero…- Daniel se interrumpió pensando
que se había producido un malentendido – quiero decir…- agregó dubitativo.
El ojo de la aguja
381
- No digas nada. Te he engañado una vez más y creo que mereces conocer
la verdadera historia.
Daniel atendió sinceramente intrigado. Ya no siente ira por los manejos
de Monseñor. No se cree la víctima de una manipulación. Puede admitir el
papel que jugara sin sentirse menoscabado.
El rostro de Monseñor Iván luce desesperado mientras relata la historia.
- En la primera experiencia nació un monstruo, casi una quimera que
gracias al cielo falleció inmediatamente. ¡Ay Dios Mío!, no tengo perdón.
- Por favor, padre. No fue su culpa.
- Si, ahora lo sé, pero en mi desesperación no lo consideré así. Quise
abandonar, pero me convencieron de seguir. En el segundo intento todo fue
normal y nació un bebé hermoso, Lucas. A los dos años probamos nuevamente
bajo las mismas condiciones y ocurrió un aborto. No quise seguir.
- Hace pocos años Lucas se trastornó y escapó. Poco después apareció
predicando en Jerusalén, absolutamente creído de que siendo Jesús sería
respetado. Sin apoyo y sin cubierta fue considerado un loco peligroso y... - se
interrumpió dolorido.
- Está bien, Padre. Conozco la historia, me la contó Juan – aclaró Daniel.
- Fue terrible, Daniel. Era un muchacho excepcional en todos los sentidos.
- ¿Pero, y Juan? – inquirió Daniel perplejo.
- Luego de aquel aborto – prosiguió Monseñor - inesperadamente, la mujer
a quien habíamos elegido como madre de Cristo quedó embarazada.
- ¿Embarazada? ¿De quién?
- Ni ella sabe qué ocurrió. Juró que no tenía amoríos. Estaba
profundamente convencida de lo que queríamos hacer. No hubo oportunidad,
por otra parte. Vivía enclaustrada. No había forma. Le creímos. Nos
espantamos, pensamos en un fenómeno de residualidad, algo
desesperadamente absurdo. Habían pasado seis meses desde el aborto.
Jugamos con las teorías más disparatadas. Obviamente dejamos que el
embarazo continuara.
- Y nació Juan.
- Si. y nos sorprendió con su precocidad y sus inexplicables dones. Resultó
un estudiante adelantado. Brillante pero humilde, compasivo y dedicado. Puso
sus conocimientos al servicio de la gente más necesitada en los peores lugares.
Pensamos que iba a ser un gran misionero.
- Lo es.
- Fue más que eso. Le vimos realizar curas milagrosas y tuvo algunos
encuentros con Adversos con los resultados que tú ya conoces. Primero me
dije: es un sanador, extraordinario pero sólo uno más. Y un buen predicador
Omar Barsotti
382
capaz de conmover la fibra más íntima de los hombres. Entonces comprendí.
Fue una iluminación. Todos esos dones maravillosos, de que hace gala, sólo
Dios puede darlos: Dios nos impidió clonar a Cristo, pero nos regaló otro
repitiendo el milagro del original.
Daniel sacudió la cabeza sin comprender.
- ¿Original?
- Si, el mismo milagro que dio origen a Jesús por medio del Espíritu Santo.
Un segundo Salvador, otra oportunidad para la humanidad. La Parusía
prometida sin necesidad de los recursos de la ciencia humana.
Un torrente de pensamientos desfiló por la mente de Daniel aclarándosele
por fin, la actitud de Edgar, Mansilla y Ana. Ellos intuyeron lo mismo. Él, a
pesar de ser testigo de sus extraordinarios dones no pudo concebir el milagro.
- ¿El lo sabe? ¿Considera esa posibilidad extraordinaria? – inquirió.
- Daniel – enfatizó Monseñor – ni el mismo Cristo lo supo. Murió con esa
incertidumbre y esperando que, en su bondad, el Padre Celestial, fuera él o
no su hijo, tomara su sacrificio como exculpación de los pecados del mundo.
Juan, por su parte, siempre creyó que él es un clon de Cristo, pero no lograba
convencerse de que esa condición le diera las virtudes de éste. Nunca le
revelamos su verdadero origen.
- Sí, lo torturaban sus dudas y el temor de engañar al mundo – Daniel se
sumió unos momentos en sus recuerdos hasta que Monseñor lo sorprendió
con un comentario:
- Tuvimos suerte que nunca aclaramos lo ocurrido. ¿Comprendes?
- No.- Respondió Daniel intrigado.
- Es sencillo, piénsalo, ¿qué hubiera pasado si hubiéramos anunciado que
Juan es el fruto de una concepción por intervención del Espíritu Santo? . -
hizo un silencio escrutando el rostro de Daniel.
- Si, entiendo – comentó Daniel meditando aunque en realidad no entendía
nada.
– No, no lo entiendes, muchacho, no puedes ver lo intrincado de los
designios divinos – dijo Monseñor con un punto de humor.
- Bien, entonces porqué no me lo explica – replicó Daniel ya molesto.
- Hijo, date cuenta ¡qué terrible!, nadie lo hubiera creído aunque apareciera
escrito en el cielo con letras de fuego, aunque los mares desparecieran, aunque
un rayo partiera la cúpula del Vaticano. ¡Ni los más piadosos lo hubieran
aceptado, pensarían en un fraude! En un increíble truco con efectos especiales
Se detuvo un instante y aclaró:
-¡Ocurre que todos están más dispuestos a aceptar la magia de tu ciencia,
que creer en los milagros divinos!
El ojo de la aguja
383
Monseñor iluminó su rostro con una sonrisa traviesa y agregó:
- Dios es un genio: ¡Tuvimos suerte que la clonación está de moda,
muchacho!- y rompió a reír.
Daniel se le quedó mirando perplejo hasta que lo acompañó con una
carcajada.
F I N
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APENDICE
Omar Barsotti
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El ojo de la aguja
387
INFORME SOBRE ADVERSOS
El CD Nº1 contiene un relato sucinto del origen de la investigación sobre
la cuestión de los Adversos por parte de la agrupación conducida por
Monseñor del Greco. Ya éste nos puso al tanto de las actividades de Lucas de
York. Los comentarios que siguen son de mi cosecha, combinados con lo
recabado por la Comisión Especial.
Las investigaciones de Lucas de York tenían límites físicos y morales muy
definidos. El monje y sus ayudantes constreñidos a una geografía escueta y a
sus prejuicios religiosos se impusieron una interpretación que no podía salirse
del marco de sus creencias. Sin embargo, disponían de mucho material
histórico con los que trazaron claras líneas del crecimiento de lo que llamaron
Posesión Demoníaca Del Alma Humana.
Roger Bacón y Grosesteste impusieron un criterio más amplio y sirvieron
de timón para que Lucas y sus colaboradores mantuvieran el máximo de
ecuanimidad en sus juicios no permitiendo que cualquier desviación doctrinal,
curanderismo o herejía fuera interpretada como un acto demoníaco y,
con gran tino, trazaron normas que rigieran todo juicio que se emitiera. Lucas
se advino a un comportamiento científico y seleccionó a sus colaboradores
más por su sentido común que por afinidad religiosa. Para cuando Lucas
falleció su organización ya tenía un organigrama formado por hombres
extremadamente capacitados.
La palabra Adverso se impuso por el uso. Probablemente no fuera la más
apropiada para definir a estos extraños seres humanos. Parece que Lucas los
llamaba Adversos de Dios, o hacia Dios ya que pensaba que eran seres
dominados por el Demonio pero sus continuadores sostuvieron la
denominación como síntesis de las actitudes que tomaban frente a toda forma
asociativa
Es preciso definir estas actitudes: los Adversos sólo se integran como
cúspide de la pirámide del grupo social que les toca en suerte. Otra posición
no aceptan. Aún en la familia compiten ferozmente con la autoridad paterna
y se imponen, o rompen el vínculo familiar. Si varios miembros de la familia
son Adversos ésta dura muy poco tiempo y se fragmenta. En los sistemas
tribales se transformaban en jefes o en proscriptos y, ocasionalmente, eran
sacrificados para evitar la disociación. En cuanto jefes de un grupo social
Omar Barsotti
388
poco tardaban en liderar los ataques contra otras fracciones eliminándolas o
absorbiéndolas para someterlas con gran crueldad y tiranía. La frustración
de su impulso dominador los enferma y entonces se enfurecen.Sin embargo,
los más inteligentes aprenden a controlar su ira. La característica es heredable,
tal lo sospechó Lucas de York. En el CD Nº3 encontrará un archivo a nombre
de Stupck. En el mismo se describen los fundamentos científicos.
La aparición de los adversos con efectos sociales y políticos parece ser
cíclica, alternada con épocas donde se los registra frecuentemente en
comportamientos individuales anormales, muy parecidos a los síntomas de
esquizofrenia y paranoia que del Grecco aduce son efectos y no causa.
Hay picos muy marcados descriptos en el CD Nº2.
Será preciso aclarar el hecho de que los adversos fueron evolucionando.
De la ferocidad y aparente locura individual pasaron a los liderazgos agresivos
destinados a satisfacer en forma inmediata el ansia de predominio y poder.
Más tarde se advierte una etapa más organizada donde los Adversos crecen
en astucia y simulación. La agrupación de Monseñor ha logrado sistematizar
este fenómeno marcando épocas históricas donde la presencia Adversa se
manifiesta de manera silente.
Los adversos transitan hoy esa etapa con los siguientes parámetros:
Comienzan a reconocerse entre sí. No se asocian pero establecen normas
para competir por el poder. Ya no se instalan en la cúspide aparente sino que
se transforman en eminencias grises. Son el poder detrás del trono. Impulsan
y conducen a terceros a asumir la posición preeminente. Desde la oscuridad
conducen, aunque, a veces, no pueden evitar ponerse en evidencia. Richelieu
y Mazarino son probablemente ejemplos clásicos de esta situación intermedia,
mientras que Cromwel parece haber sido un Adverso incontinente. Quizá un
capítulo aparte merecería la matrona romana Livia, esposa de Augusto ya
que es una de las pocas mujeres destacadas entre los Adversos e hizo una
carrera de dominación e intrigas que no tiene parangón dominando la escena
de la antigua Roma durante toda su vida y aún impregnándola por mucho
tiempo más allá de su muerte. Su clasificación como Adversa fue todo un
alarde de la organización de Monseñor Grecco en Italia que secuenció el
árbol genealógico a partir de una familia italiana, cuyos componentes,
destacaron como Adversos durante la Primera y Segunda guerra mundiales.
Con Catón, El Censor, hicieron igual trabajo y sorprende ver los nombres de
sus sucesores contemporáneos.
Grandes simuladores, usan una mezcla de corrupción, seducción y
violencia. Ocultan su crueldad haciéndola ejercer por otros, sustentándola
con creencias que justifican su aplicación sea para preservar el Estado o
El ojo de la aguja
389
sostener un credo. En lo económico se los sospecha de ser los impulsores de
muchas explotaciones coloniales como la del reino Belga sobre la cuenca del
Congo donde veinte millones de personas fueron masacradas en veinte años
por las riquezas de la región. La Cia. del Congo Belga, presidida por el rey
Leopoldo, fue conducida en realidad por un grupo de Adversos. De otra
forma, aunque con los mismos efectos puede tomarse el caso de la cuenca
del Río Putumayo donde la recolección del caucho por los concesionarios,
clasificados como Adversos, impuso un sistema sorprendentemente cruel
causante de la muerte de unos quinientos mil indígenas por efecto de un
régimen de esclavitud que sobrecoge el corazón del más duro pero que dio
pingues ganancias. Se citan estos ejemplos, entre muchos otros, donde
gobiernos y empresarios civilizados son involucrados en genocidios
imperdonables tentados por la posibilidad de generar grandes fortunas aún
en contra de sus principios explícitos. Esta debilidad de los poderosos es
aprovechada por los Adversos.
De tal forma consiguieron a su momento dominar naciones y aún
conformar imperios a los que llevaron a guerras interminables usándolas
como instrumentos para satisfacer su incontinente necesidad de ejercer el
poder. Sin los Adversos, guerras como la de los treinta años resultan
incomprensibles. El padre Marina, consejero de Felipe IV fue un Adverso
que, sistemáticamente, sostuvo el imperativo bélico supuestamente como
única alternativa para salvar el catolicismo, cuando en realidad promovía el
caos.
Ahora sí comienzan a sentirse dioses y se le da forma por un lado al mito
y por el otro al plan. El mito es justamente su deidad, el plan, mantenido en
secreto es exterminar a la raza humana como tal y sustituirla por su propia
progenie. Encuentran, entre los humanos, incautos que les siguen o pillos
que solo les importa obtener beneficios inmediatos. Los Faustos dispuestos
a vender su alma al diablo forman hueste.
Resulta curioso analizar la forma en que los Adversos han encontrado el
ambiente propicio a su actividad principal que es el la conquista del poder. Se
montaron sobre el mercantilismo, el liberalismo y el comunismo por igual.
En todos los casos promueven una idea social-económica obsesiva,
fundamentalista, inflexible. No se encuentran en los caminos intermedios.
Fueron figuras descollantes cada vez que el posicionamiento personal
dependía de la adhesión fanática a principios rígidos sin tomar en cuenta ni
su veracidad ni sus efectos sobre la humanidad. Hicieron buen papel en las
épocas de fanatismo religioso e ideológico exacerbando los extremos hasta
la exasperación. La Inquisición es un buen ejemplo. También El Terror en la
Omar Barsotti
390
Revolución Francesa. Se cree con fundamentos que Robespierre fue un Adverso.
Medraron con el nacionalsocialismo, y Hitler, con ser un Adverso
destacado, no fue el único ni el máximo exponente; es probable que el galardón
se lo llevara ese ser incomprensible que fuera Ribbentrop quien maniobró
con las relaciones exteriores provocando gran parte de los peores errores de
su jefe que condujeron inevitablemente a la destrucción de su nación.
Ribbentrop, Adverso competidor, no podía soportar el éxito de su líder.
El comunismo les prestó también buen andamiaje. Quizá uno de los
mejores por su inicial rigidez ideológica, la pantalla de las justas
reinvindicaciones sociales y la necesidad de un gobierno despótico para
alcanzar sus objetivos superiores. Stalin, un Adverso neto, complementó el
cuadro exacerbando el nacionalismo del pueblo ruso.
Todas las religiones están inficionadas por Adversos. Los períodos de
intolerancia que muestran no son casuales sino impulsadas desde adentro y
siempre exponen el mismo esquema con justificativos aparentemente distintos,
pero iguales en tanto todos parten de un principio de infalibilidad y sostienen
objetivos superiores a alcanzar en el futuro, eximiéndose, con tal de juzgar
los resultados del presente.
Por otra parte, queda claro que todas las religiones se corporativizan y
trabajan por su propia supervivencia aunque sus principios superiores hayan
sido sacados de su eje principal de acción. Cada vez que ha surgido alguna
organización dentro de las iglesias, con el objetivo de reencontrarse con sus
objetivos superiores, los Adversos las han inficionado imponiendo su propio
sesgo fundamentalista restándole las motivaciones iniciales. Hoy esas
organizaciones están más proclives a atender a los intereses de sus miembros
y adherentes que a los de la comunidad tomando un carácter sectario que las
hace fácil de manejar.
La presente etapa de liberalismo económico a ultranza es un tiempo que
los Adversos están disfrutando mucho más que aquellos.
En un clima de competitividad extrema como la que vivimos hoy los
Adversos encuentran terreno propicio. Consciente de ello han organizado el
soporte intelectual y cultural para justificar todo sistema donde el ser humano
sea conminado a competir sin medida para sobrevivir o predominar. Este
soporte ha llegado a conformar un verdadero sistema ideológico que
pretenden probar que las civilizaciones que alcanzaron altos niveles de riqueza
y bienestar lo han logrado, solamente, cumpliendo el infalible mandato del
mercado. Cosa históricamente indemostrable, pero que ha alcanzado el grado
de verdad revelada o axioma.
Es tautológico: todo lo que tiene éxito sobrevive, lo que sobrevive tiene
El ojo de la aguja
391
éxito. El éxito es a la vez medio y objetivo. Lo que fracasa es necesariamente
malo. Lo malo necesariamente fracasa. Si algo parece bueno y no tiene éxito
y fracasa, es que no era bueno. No se tiene en cuenta el hecho de que muchas
experiencias que eran malas tuvieron éxito durante largos períodos.
Tampoco, en realidad, se define el éxito. Al fin y al cabo durante mucho
tiempo el fascismo, el nazismo y el comunismo tuvieron éxito y habrá que
concluir que hasta su fin fueron buenos. La trata de esclavos creó fortunas en
la antigua Roma y más tarde en Inglaterra y EEUU y, por tanto tiempo que
ha de reputárselo como un negocio exitoso y muchos de sus empresarios
como Caton, El Censor, o Lord Marlbouro con sus criaderos de esclavos, y
todos los empresarios ingleses de Liverpool, Londres, Bristol y el río Clyde y
de la costa oeste de Virginia, que hicieron fortunas en la infame explotación
de carne negra con la Vuelta Redonda, deben considerárseles como perfectos
ejemplos de habilidoso éxito. Puesto a nivel biológico puede concluirse
que todas las especies que hoy se extinguen por efecto de la acción perniciosa
de la actividad humana han fracasado y, por lo tanto, deben cumplir la condena
de desaparecer. A la inversa, debemos concluir que la contaminación del
medio ambiente es un éxito y, por lo tanto debe continuar.
Hemos bebido tanto en tales fuentes ideológicas que nos hemos
acostumbrado a su gusto a podrido y nos resulta difícil discernir donde está
la trampa de esta dominante corriente de pensamiento a pesar de que los
resultados comienzan a escaldarnos el trasero.
Lamentablemente esta filosofía encuentra buena respuesta entre los más
capacitados e inteligentes ya que obviamente, los exime de pagar tributo de
caridad o solidaridad y los corporativiza a un estamento superior. Un manojo
de amañados justificativos científicos e históricos les permite dormir en paz.
La capacidad, por otra parte, ha perdido sus límites éticos definiéndose,
otra vez como la capacidad de triunfar o tener éxito. En ese cuadro cualquier
pillo sin escrúpulos que tenga éxito es un triunfador con derecho a la
supervivencia, mientras que quienes tienen frenos morales deben esforzarse
el doble o quedar relegados. La política como mecanismo para alcanzar el
poder cualquiera sea la actividad, no necesariamente la gubernamental, ha
perdido todo límite. El fin justifica los medios ya no es un programa exclusivo
de Lenin, muchos píos empresarios lo han adoptado como exclusivo modo
existencial y utilizan métodos que sonrojarían a Maquiavelo. Aquellos que
pierden la batalla por la vida, según lo explicitan algunos economistas famosos,
son inviables. La pista, hoy, es exclusiva para “fórmulas 1”.
Obviamente no es culpa exclusiva de los Adversos. Los Adversos trabajan
sobre las debilidades del ser humano. Hemos tenido acceso a a algunas de las
Omar Barsotti
392
argumentaciones con que se manejan y no se diferencian en mucho a las que
esgrimen nuestros clásicos gurúes de la economía. Lo que si, según nos dicen,
su capacidad de seducción es mucho mayor y, como si esto fuera poco, hoy
por hoy, están en condiciones de financiar a sus adherentes a cuenta de su
eterna fidelidad.
Viene a cuento el tema de la participación del Demonio, ese ente que nos
describiera Monseñor Del Grecco y que parece ser un averroista darwiniano.
Puede que exista, pero me da la impresión de que su presencia es redundante.
Con nuestros demonios internos nos basta y sobra.
Los Adversos visualizaron en el tiempo justo el camino que debían tomar
para conseguir su objetivo básico. Si bien su inserción en distintos y
contradictorios esquemas económicos e ideológicos parece errático no es así
.Por el contrario, puede adivinarse un hilo conductor: fisiócras o mercantilistas,
los adversos tienen una sola meta: el caos. Si impulsan la aplicación a ultranza
de las teorías neoliberales es porque saben que tarde o temprano la creciente
desigualdad estructural hará estallar el planeta. Han logrado, en el ínterin,
desactivar o disminuir todos los intentos de orden económico y social en el
mundo. Desinflaron a la Comisión Pearson llevándola a un terreno meramente
asistencial. Manejaron el informe del Instituto Tecnológico de Massachusset
desalentando con absoluto cinismo las aspiraciones desarrollistas del tercer
mundo y, a la vez colaboraron en las recomendaciones progresistas del
Informe Río coordinado por Jan Timbergen. Infiltraron la comisión Brandt,
vertieron a través de ella magníficas ideas para un nuevo orden económico
mundial, pero mantuvieron vigente esa soberbia hipocresía que es la economía
de mercado. Estuvieron en Cancún en 1986 y se adelantaron al Papa
proponiendo medidas para aliviar la deuda externa y la eliminación de las
barreras que bloquean el libre comercio internacional .Pero, sostuvieron los
principales soportes del liberalismo expresados por la Comisión Triláteral
sobre la división económica del mundo en norte sur convirtiendo al diálogo
entre países desarrollados y no desarrollados en una conferencia de
sordomudos.
Este aparente minué o contrazanda tiene, sin embargo sentido desde el
punto de vista de los intereses Adversos.
El Foro Económico Mundial ha tomado un carácter preponderante en la
difusión de la filosofía neoliberal. No se sabe si su creación en 1971 ya fue
bajo el dominio Adverso, pero sí que actualmente se ha convertido en un
área de su incumbencia. Davos es de ellos y desde ese monumental pivote
piensan girar la manivela del poder total. Las 1000 empresas que financian
Davos y la prédica de su doctrina promoverán su propio sepelio haciendo el
El ojo de la aguja
393
papel de idiotas útiles. Al fin y al cabo todo lo que ocurrirá será el cumplimiento
de sus premisas, dando pábulo a aquella chanza de Lenin quien aducía que
cuando fueran a ahorcar a todos los burgueses estos competirían entre sí
para ser proveedores de la soga.
Según Scott y Williams el plan para EEUU es sencillo. Manejando más de
dos mil fondos de distinto calibres y una cifra impronunciable de recursos
dormidos harán que las acciones oscilen constantemente. Se intensificará la
compra apalancada de acciones, en síntesis, un retorno a la economía burbuja
dando pié y facilidades a los tiburones. Esta volatibilidad crónica, según
suponen, hará que millones de ahorristas se retiren del mercado produciendo
una grave caída de las bolsas y obligando a las empresas que cotizan acciones
a recurrir a préstamos cada vez más caros. En el CD Nº 4 se encuentra el
listado de los funcionarios de órganos de contralor que permitirán estas
maniobras. Los nombres sorprenderán a más de uno en el gobierno.
En el ínterin, el Panzer Group desatará una ola de compras y fusiones
agresivas. Tienen recursos ad libitum y obligaran a los inversores institucionales
a correr detrás de los mejores precios. Las corporaciones continuarán detrás
de la maximización del interés de los accionistas, magnificando sus ganancias
en el corto plazo, sacrificando el largo plazo.
Algunas empresas serán incorporadas al Panzer y a una serie de Grupos
Financieros de paja. Obtenido el dominio se procederá a un severo ajuste
con despidos en masa, cierre de filiales y concentración de actividades en
unos pocos países donde negociaran bajos salarios e impuestos como
condición para invertir y otorgar préstamos a gobiernos corruptos que
aceptarán alegremente cualquier nivel de tasa.
El Panzer y sus asociadas alimentarán el crecimiento de sus propias acciones
y el pago de buenos dividendos atrayendo a los ahorristas desengañados de
otras inversiones. Más tarde, algunas de estas empresas quebrarán, cuando
hayan secado las fuentes de inversores.
La crisis que se desatará en EEUU influirá en el resto del planeta. Habrá
corridas hacia el dólar, más préstamos para sostener la moneda local, más
exigencias de ajuste, incremento del riesgo país y por último la caída de los
bonos estatales, aumento de la tasa de interés interna con la destrucción de la
economía doméstica por extinción de las Pymes y nuevas corridas hacia el
dólar que estará entrando y saliendo de esas economías con la agilidad de un
hurón que arranca, en cada movimiento, grandes mordiscos de la riqueza
local.
Mientras tanto se alimentará a los movimientos nacionalista, localistas,
progresistas e izquierdistas para que lideren la reacción de la población. Y ahí
Omar Barsotti
394
sobrevendrá la represión comprometiendo en la misma a los EEUU para
fomentar su descrédito. La Séptima Flota y los marines tendrán mucho trabajo
en esos tiempos.
Hay en curso una campaña de descrédito periodístico contra el gobierno
actual debido a su manifiesta intención de intensificar los controles sobre las
operaciones financieras.
Bajo tales circunstancias ni EEUU ni Europa podrán seguir sosteniendo
su política de subsidios agrícolas y para ese entonces el Panzer Group será
dueño de la producción, el transporte y la comercialización de comodities lo
que le dejará buenas ganancias y un gran poder extorsivo.
Todo lo demás será consecuencia lógica de la reacción de los países
europeos y de EEUU. Se preven presiones crecientes sobre los países
productores de materias primas, especialmente petróleo y alimentos que
culminaran en verdaderas invasiones. Las llanuras agropecuarias como la de
Argentina y los grandes campos petrolíferos como los de Venezuela serán
objeto de ocupación militar de las naciones industrializadas para “protegerlos”.
Rusia, acosada por el hambre pondrá sus ejércitos en movimiento y los
occidentales saldrán a detenerla. China volverá a obliterarse cultural y
económicamente retornando a su condición de peligro mundial y justificando
el aumento de los presupuestos militares. A las guerras focalizadas y la
resistencia de la población seguirá un estado de guerra internacional, pero
difusa, donde muchos Adversos de menor cuantía encontrarán su propio
ámbito de acción liderando guerrillas y grupos terroristas y simultáneamente
ofreciendo ejércitos privados para reprimirlos.
Los pueblos cansados de las exacciones gubernamentales y temerosos del
caos pedirán mano dura y gobiernos dictatoriales que los protejan de la
creciente barbarie; y ahí estarán los Adversos para hacerse cargo. La historia
rizará el rizo y en una inversión del tiempo retornaremos a la Edad Media y
su imprescindible sistema feudal.
Elevados a la categoría de Señores y luego Amos, no les costará mucho
endiosarse y tendrán todos los justificativos para enfrentarse entre sí y decidir,
a cualquier costo, el orden de prelación. Sacerdotes que conviertan al pueblo
a los nuevos mitos no les faltaran.
Por último El apocalipsis y punto final.
El ojo de la aguja
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EL OJO DE LA AGUJA
Por Omar Guillermo Barsotti
Rosario, 12/09/2005

Texto agregado el 28-09-2008, y leído por 5160 visitantes. (1 voto)


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