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Inicio / Cuenteros Locales / emergente / Corazón Desmoronado y Corazón en Llamas

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Ella golpeó la puerta con todas sus fuerzas tres veces, parecía una catedral de piedra abandonada. Los vidrios, de las ventanas que se podían ver a lo alto, estaban rotos, las piedras mohosas le daban ese color gris con algo de verde en la base y las puertas de madera con sus herrajes de hierro daban la impresión de su antigüedad; el césped que la rodeaba estaba marrón, seco, y tenía espacios de tierra quebrada dando un aroma a muerte y desamparo, no se podía divisar nada, ni un alma, hasta el horizonte. Golpeó nuevamente la puerta, tres veces más; estaba vestida de negro, como si estuviese de luto, su cabello negro le llegaba hasta los hombros y sus ojos a la luz tomaban un color verde haba. En eso se oye el llanto de un recién nacido por un instante, ella intenta encontrar alguna ventana para asomarse a ver si adentro se encontraba el niño pero todas las ventanas cercanas al piso estaban clausuradas completamente con tablones y piedras; el llanto cesa y desde el cielo cae una enorme piedra sobre una de las puntas haciéndola caer sobre el techo pero la estructura sigue en pie, ella corre nuevamente hacia la puerta y golpea más fuerte que antes dos veces y esta al final se abre y entra, su mayor preocupación era ver si estaba la creatura ahí y rescatarla de un inminente derrumbe pero no ve por ningún lado señales de vida de nadie, el lugar se encuentra vacio y los muros débiles; por las altas ventanas entra la poca luz de sol, que se escapaba entre las nubes, y se iluminaba ese desierto, ese abandono, ese vacío. Cada paso que daba hacia resonar el golpe de su taco en el piso por todos lados, un poco de polvo le hizo toser y resonó tan fuerte que le asustó; intrigada por el lugar se animo a largar su voz: -¿Hola?- y el eco se escucho por un minuto.
De atrás de uno de los muros que sostenía el techo apareció él, todo desgarbado, flaco y con ojeras como si no hubiese dormido en años, tenía puesta una camisa gris, un pantalón y zapatos negros pero todo cubierto de polvo; andaba con la cabeza baja, con un cigarrillo en la mano, se movía lentamente hacia el altar vacio.
– Hola – repitió ella, ahora con una mayor exclamación – ¿no viste a un bebe por aquí?, escuche su llanto y… - el hombre se paró y la miró a ella, en sus ojos demostraba tanto dolor que se quedó pasmada.
-No existe el niño y en realidad nunca ha existido- dijo él siguiendo su camino –Este, era mi palacio, era fuerte y rebosante de vida en su momento y ahora se cae a pedazos.- se paró en el medio del altar y mira a la puerta, -Andate, no hay nada que puedas hacer acá.-
-Más allá esta mi castillo, ardió en llamas por años y hace un tiempo atrás que con un gran esfuerzo logré apagarlas y en seis meses lo reconstruí. Eres una persona noble, se ve, este palacio vale la pena y yo quiero ayudarte con él.-
No fue fácil, él desconfiaba de ella, tenía miedo que su intervención dañase aún más su desmoronado palacio por completo, pero poco a poco ella fue dándole fuerza a las columnas quebradizas, fue levantando nuevos muros para sostener con mayor firmeza; pasó el tiempo y el palacio ya no tenía peligro de derrumbe se encontraba firme aunque seguía teniendo esa soledad y esa frialdad que le caracterizaba, los días y las noches ya no eran oscuros, la luz del sol y de la luna entraban por las ventanas y también, luego de la pradera, se podía ver el castillo de ella.
En un momento ella quiso mover muros que había para hacer al palacio un poco más parecido a lo que ella conocía, su castillo; pero esto desato nuevamente la inseguridad de él, le hizo recordar a aquella por la cual había acomodado todo y le había fallado, le había mentido, lo había traicionado, y por ese miedo se enfrento a ella rotundamente, parándola, enfrentándola a la realidad de que ella tenía en su castillo todo acomodado de la forma en que aquel que lo incendió quería que fuese y que no estaba haciendo lo mismo que quería hacer con su propia estructura.
Fue una discusión fea en la que él incluso la echo de su castillo queriendo protegerse, pero, aunque ella nunca acepto que fuese verdad lo que él le marcaba, ni él asumiera que la enfrento de mala manera por aquel miedo, ambos se miraron a los ojos y encontraron nuevamente, en la vista del otro, el mismo rumbo que habían encontrado la primera vez que lo hicieron.
No pasó una semana hasta que ella se acerco a la puerta y viendo al horizonte encontró a su castillo y veía que de él salían lenguas de fuego, exaltada fue a pedirle ayuda a él que tomó las mantas que tenía y fueron al rescate en el momento. Apenas llegaron pudieron aplacar las llamas que brotaban del suelo hasta chocar bruscamente con el techo, pero apenas se apagaban unas se encendían otras y se volvía imposible.
Ella lo vio a él y recordó todo lo que este había sufrido al derrumbarse su palacio y no quiso que vuelva a pasar por la misma situación, por lo cual lo tomó de los hombros y con el mayor dolor de su corazón lo llevó a la puerta y le dijo: –Andate, no te quiero lastimar - y él, que no entendía que estaba pasando, perdido en ese fuego y en sus propios miedos cruzó la puerta protestando porque no quería pero haciéndole caso para protegerse.
Caminó cinco pasos y fue en ese momento que se dio cuenta que si ella pudo haber hecho lo que hizo por él y su palacio, él podría con esa base ayudarla a ella; se dio media vuelta y fue corriendo a la puerta pero ella ya la había bloqueado, quiso ver por la ventana pero estas ya estaban tapadas con piedras y madera, el fuego consumía todo; y a sus espaldas las cosas que ella había hecho por él en el palacio, una a una, iban desapareciendo y así los muros empezaron a sucumbir y quebrarse, las ventanas nuevamente se taparon de piedras y tablas, el cielo se nubló otra vez y cada vez el castillo de ella se encontraba más lejos.

Texto agregado el 24-09-2008, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
28-09-2008 Linda historia-ficción, muy bien narrada. Y es así a veces vemos palacios en el aire de nuestras vidas, como reflejos imaginarios de nuestras experiencias. Un abrazo. Mis *****. chilicote
 
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