No quiero comer ni vivir; prefiero morir olvidado.
Dejado en tato en un morrena de sangre que se agolpa.

De mi pecho depositado sobre recuerdos fatuos.
Y mi sequito de retos a los torturadores de nuestro destino.

Sollozo la pena; como poesía corta y certera.
Sin otro escaparate más que esta vil condena.

Desterrado de toda común existencia.
Sin gloria ni himno que me acompañe.

Como una procesión de leprosos melancólicos.
Mi vida la deje a los llantos de otros futuros.

Menos honrosos son los goces de mi mente.
Rehén de mi propia sordera; ábreme a la carne traicionera.

Soy todo menos sobre vivencia; mantengo un albacea oscuro.
Sin carruajes majestuosos; aun amanecer, ya no quiero.