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Había nacido a través del viento. La mañana brumosa resquebrajaba la monotonía dispersa en el entierro colectivo de nuestras mentes.
¿Cuáles mentes? ¿Las serviles? ¿Las profanas? ¿Las propagadas por diarios y medios de comunicación intachables en su jerarquizar?

La ruta de sus labios era la más idónea del presente- ahora –futuro.
Carcomía los sueños, las estepas se redoblaban, clamando por la victoria de sus días soleados. Manos se entrelazaban en el cortejo fúnebre de sus horas escampadas. Apreciaban el encanto de las palabras abotonadas a las comisuras de sus mentiras sostenidas toda la noche. Lanzadas sobre sus camas, grabadas en sus inconscientes.

La noche furtiva y pasajera se convertía en la noche perpetua, del ocaso de la libertad de pensamiento, el elixir de nuestros tiempos.

Síndrome de alienados, divididos, y el café descafeinado como la mofa negra. La lluvia de carcajadas al olimpo de porcelana, cristalino y con cascadas límpidas de somnolencia.

Rugidos deformes se escuchan detrás de las paredes, conciencias diseminadas en los párrafos posteriores de un libro que nunca verá la luz de las miradas rutilantes por conocer el fin advenedizo.
Las horas ya han sido grabadas por otros comensales, viajantes del tiempo a través de palabras cruciales, en momentos importantes, pero olvidados luego del bombardeo de terror en todas las lenguas conocidas.

Inhibición desprogramada en frecuencias bajas y escasas. El reporte de escenas previamente robadas por el editor de la falsedad iniciada en horario estelar. Nieve que congela nuestros sentidos e incendia los susurros del ocaso y nos hace dormir bajo piedras incipientes.

Prolija e inerte la satisfacción que nos sacude en nuestros ataúdes itinerantes. La fiebre sube y estamos a bordo de un canal propio con imágenes inconexas, pero recordadas en la bitácora del ensueño torcido.

El modelo ha sucumbido al estorbo que se imprime en el semblante nocturno. Fecundidad de días frígidos establecidos en vientos oscilantes a nuestras brújulas internas.

Y esa palabra encontró el instante propicio para albergarse en las conciencias de los más débiles e ignorantes.

Un día en la tarde cuando el ocaso era inminente, una voz despertó aletargada. La bruma se reflejo en sus ojos y el trinar de voces hizo menguar la noche antes de tiempo.

Texto agregado el 29-08-2008, y leído por 438 visitantes. (1 voto)


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