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Todavía ultimaban detalles para la batalla decisiva. El escudero pasaba revista cuidadosamente al armamento: La espada filosa y pesada, el escudo imponente con zircones oscuros adornando los símbolos reales, el cuero de la empuñadura debidamente ajustado. Todo dispuesto para la lucha que había sido anunciada por cientos de profetas.

El Rey de la Oscuridad sabía la responsabilidad que asumía, pero estaba convencido de que nadie había mejor que él para liderar a su ejército. Su valentía y destreza ya habían sido probadas sin decepción alguna. Ceñía sobre su cuerpo la negra armadura, su cabellera azabache se escapaba del casco que quería apresarle mientras caminaba sereno hacia el salón para despedirse de la Reina y su primogénito.

Doscientas millas al noreste, irrumpían en la playa treinta embarcaciones doradas. Desde la nave principal, el Rey de la Luz observaba la costa que le aguardaba. Cuarenta días atrás había partido desde su reino para liderar las tropas hacia su principal propósito. La imagen de la Reina y su pequeño despidiéndose en el puerto inundaban su cabeza. Esta victoria sería ejemplo para su hijo cuando tuviese que tomar su lugar

El día de la batalla, los soldados asentados sobre la llanura en perfecta formación se alistaron al sonido del cuerno. Los campesinos reclutados formaron una barrera, todos a pie y armados con lanzas inútiles para enfrentar las flechas encendidas y las espadas de la caballería.

La batalla inició, gritos de ira y miedo se fundían en uno. Ríos de sangre, espadas gimiendo… En medio del campo las miradas de ambos reyes chocaron escupiendo odio a borbotones. Arrancaron los caballos velozmente y en una imagen simétrica clavaron sus espadas justo en el pecho de su oponente.

Han transcurrido ochenta años y la cruda batalla aún persiste. La muerte de los reyes sólo fue combustible en el alma de los pueblos.

Ayer vi partir a mi padre, marchaba al campo de batalla para vengar la muerte de su abuelo. Justificó mi llanto diciéndome que aún soy muy niño para saber de guerras. Pero es él quien no logra comprender.
Seguramente no ha escuchado la curiosa leyenda que cuentan los ancianos del pueblo. Según dicen, luego de morir, las almas de aquellos reyes subieron al edén de los guerreros. Donde unas vírgenes cubrieron sus ojos con mantos de luz y de sombra. Vendados, fueron llevados ante Astabis para ser honrados por sus nobles corazones. Un Rey imaginaba a Astabis de piel blanca como la nieve. El otro lo percibía oscuro como el barro

Mientras sus descendientes perpetúan la danza de la muerte, ambos reyes descansan y conversan animados recostados al árbol de la sabiduría. Como buenos hermanos comparten su fruto.

… y sus vendas comienzan a traslucirse.

Texto agregado el 24-08-2008, y leído por 380 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
12-05-2016 Las guerras eternas entre hombres y tan ajenas al propósito de los que mueren en la batalla. justine
24-10-2008 muy bueno como siempre, desde el comienzo y hasta el final dan ganas de seguir leyendo... j_henry
08-10-2008 Muy interesante perspectiva. ¡Felicitaciones! Saludos, Nelson PC NELSONPC
10-09-2008 me ha gustado el cómo: rápido, exacto. Aristidemo
10-09-2008 Interesante trabajo en forma y en fondo, ya lo creo. Muy bueno. Jazzista
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