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Titulo: CABELLOS FRIOS
Estilo: Cuento urbano.
Autor: Brayhan Arevalo M.
Fecha de publicación: Junio de 2006.




Fijé mi candida mirada en la profundidad de la turbulencia, y la vi allí,
Por primera vez….


Sentada en la última silla del costado izquierdo, conduciendo el articulado a razón de sus caprichos;
Dilapidando el metálico horizonte citadino, con la angelical timidez oculta en su mirada.

-Y volvió a sonreír ingenuamente.


Entonces comencé a abrirme paso sobre la turba que bullía intensamente entre sus retorcidos pensamientos, murmurando silenciosamente el incomodo hacinamiento al que se veían crucificados sus deplorables cuerpos.

-y en pocos segundos, llegue hasta su lado.

Paré de inmediato y puse mi mano derecha en la baranda vertical, cerca de la última puerta (la de emergencia), y entonces mis dedos índice y anular se sorprendieron tiernamente violados por el roció frió, de sus cabellos fríos.

-Y volvió a sonreír ingenuamente.

De nuevo, mis ojos quisieron requisarla minuciosamente, de pies a cabeza;
Anhelando encontrar algo en ella que nunca hubiesen visto. Algo hermoso, algo como uno guiño de pétalos y unas mejillas de luna.


-Y ahora ella:


Zapatitos de Lulú, que contrastaban suavemente con los encajes negros de sus medias negras; pantalón lino negro que hubiese sido zurcido a sus piernas, sino fuera por la correa negra, que baboseaba diagonalmente con la sensualidad de su cintura; camisa negra de cuello tipo furtivo (vampiro), que en la comisura de sus dobleces, soportaba una cinta negra, que al final se soldaba tímidamente con un carné.
En la parte superior de éste, un logo de la empresa de teléfonos móviles nacionales, mas abajo su candorosa fotografía y en la parte inferior derecha su nombre: Clara Isabel Eugenia de todos los Socorros y Góngora.

El más hermoso nombre que hubiese imaginado que existía, tal vez porque solo así se llame ella...




-¡Soy el hombre más feliz!

Ahora ya sabia su nombre, asentía sus cabellos fríos sobre mis dedos, respiraba las sobras de su aire, vivía al colmo de su ritmo…

En seguida el olor corporal que se despedía de su cuello de princesa, había quedado victorioso en franca lid, con la orgía de las dalias, las petunias y todas esas flores con nombres románticos de todo el mundo.

No se podía comparar la sensibilidad de su aroma, mas que con su propio aroma.

Ahora, la tenía en frente, enamorado, solo quería hablarle para decirle que la amaba, que la necesitaba para seguir, que era ella mi espera, mi paciencia, mi tristeza y mi universo. Solo hacia falta eso para que nuestro parco idilio apoteósico no fuese una ilusión.

Pero antes de eso, mi imaginación volátil no tardo mucho tiempo en activar sus vástagos engranajes, para que entonces el límite del paraíso abstracto comenzara a tender a lo erótico.


Así fue como la dibuje desnuda, sobre un lecho de hojas secas, con su figura bronceada por los destellos de sus esencias lacias,
Con mis manos sudorosas e imparables por la longitud sumisa de sus interminables extremidades, por la suavidad de su piel morena.

Quise Detallar tanto sus contornos delicados con la ruborizada sepia, que en un momento de terror y para desgracia mía, el diseño se jactó del aroma de sus dalias y petunias, y entonces cayó al vació de su ausencia y quebró con la tarde un melancólico bostezo tronador.

Recuerdo que estaba a punto del ápice total de todas mis pasiones de macho reprimido,
Y me alimentaba de sus ingenuas sonrisas.
Recuerdo que estaba pronto a explotar mis venas insipientes sobre el vidrio de la ventana y desdichar mi vida sobre su horizonte.

Estaba tan pronto a todo que estaba mas cerca de la nada, cuando el diabólico vagón rojo se detuvo (estación Quirigua).
Entonces sus cabellos fríos se escaparon de mis dedos, su corazón se desató del mio y su cortés figura comenzó a calarse rápidamente en la candente apretura que defendía la puerta de salida.

Se abrió con rudeza y a juicio de sus esfuerzos salió.

Se fue… se marcho… me abandono…




-¡Soy el hombre mas triste¡

Me dejo allí, con un grito agudo ahogado en el silencio escandaloso, preso del hipnotismo, privado de extrañarla, cruzando la calle sin conocerla, orgulloso de haberla tenido entre mis brazos pero enamorado de su recuerdo, con un poema en el aire y cobijado por una ganas impúdicas de llorar .

Sin embargo y pese a todo lo anterior, me dejó allí.
No se donde, pero me dejo allí…

Con las manos en la puerta, que se cerraba casi en mis narices, empañando el vidrio, no por el calido de mi aliento sino por el frió de mis lagrimas.

Y la contemplé alejarse, extinguirse en la metálica ciudad, morir en la garganta de ese asqueroso monstruo, agonizar en la soledad furtiva de su camisa, perderse en la tecnicidad de la languidez y todo su esplendor.


-…mi vida después de ella, porque no la vi mas…

Ahora me subo a la misma hora, en le mismo bus, como todos los días, y la busco,
La busco desesperadamente, deseando encontrar sus cabellos fríos,

Hasta que llego a la estación donde la vi evaporarse aquel día de guiños de pétalos y mejillas de luna y entonces en la puerta se hace un espectro negro, de mirada angelical con sonrisa ingenua que me dice con su tierna voz, que llego la hora de despertar del acalorado sueño bogotano, que a todos nos engaña y prepárame para bajarme en la siguiente estación.

Texto agregado el 12-08-2008, y leído por 55 visitantes. (1 voto)


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