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Amalia pasa la noche sola. Se ha comprado unas flores e imagina que un caballero andante, todavía desquiciado, con armaduras medievales y otros aperos; las ha depositado sobre la mesita de noche. La luz multiforme del bombillo eléctrico va a marchitarlas antes de que acabe la aventura de esta noche.
Se viste su traje de ocasión: colorea la nariz, calza zapatitos de charol. Elimina las medias, porque ha aprendido que en los cuentos, las princesas sólo tienen suerte hacia el final. Ensaya los elásticos muslos. El tocado es la parte central del ritual, lo hace y lo deshace; cediendo ante la criminal acusación del espejo.
Su calle, no es como la de Alicia, llena de taxis; ni como la de Gretel, en plena zona viva, con luces encandiladas: se hunde y con pedruscos. Sus saltitos inciden en el agua estancada.
-Apúrese hombre, -grita al taxista- el baile debe de estar en su apogeo.
La ciudad que le pasa ante la nariz, es limitada como su fantasía. Sin minaretes, almenas o torres dentadas; pero tiene algo fantasmal, descompuesto, con trechos sumidos en una pintura de Rembrandt. Toscos tugurios amurallados. Grafitti.
La arrincona el confeti y el desparpajo de caderas circenses. Ha llegado en el punto culminante, hierve la cerveza y el olor rancio del perfume sudado. En este momento, el anfitrión del palacio, con micrófono en mano, anuncia la apertura del “Open Bar”. En otro cuento que ella recuerda, era el instante en que la menor de las hermanas, olvidaba la zapatilla al designio del dios príncipe.
La estampida no se hace esperar: el asalto a la barra concluye a gritos y trompicones.
Va quedando atrás, atrapada en la rugosidad de la esquina. La oscuridad le protege los pensamientos; piensa que las condiciones propician el desenlace del final feliz. El caballero que se fija en ella, se presenta, adula su peinado, la invita a bailar. Es un baile mezquino, ellos dos alcanzando los compases de los timbales, sumergidos en el piano dulce; siguiendo el estribillo que habla de sentimientos encontrados. Del amor a toda prueba.
No sabe por qué los danzantes le hacen rueda.
El éxtasis crece con las revoluciones. Ya no escucha la música, oye el quejido que produce el alma al arrobarse; el murmullo del pasado, acercándose. La vida que se le atraviesa en la garganta. Todo gravita, incluso las carcajadas de los que se burlan. Se siente cerca del momento en que la carroza va a conducirle a un país ignoto.
Cruza a nado la pista. Nada detiene el palpitar de su juventud retozona. Los pies pisan el aire, brazos que se estorban. Un vaivén de vestidos y encajes; el talle que es ceñido. Casi percibe el agitado volumen de la espada medieval, despertando la muerte que hay en ella.
Ya no le interesa nada del mundo.
Tropezón, en pleno auge. Otras manos la salvan del piso trillado. El caballero se disuelve en las luces y Amalia, pasa de nuevo la noche sola.

Texto agregado el 12-08-2008, y leído por 137 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
24-08-2008 Bonito texto, que refleja de excelente manera la soledad de nuestros dìas. doctora
19-08-2008 oH!!! ´me encantó, pobre Amalia, tú vives donde ella ? SALUDOS =D dulcequimera
19-08-2008 Muy bonito, me gusto, ah y gracias por tu consejo. Felicidades Maresa
12-08-2008 The Dance es el baile, entonces ir al dancing es ir al sitio de bailes y dancing bailar? ahhh entonces si está bueno su cuento, aunque triste porque Amalia batista se queda de solapas y tan tan. ****+ marxtuein
12-08-2008 Maravilloso***** FELUJA
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