¡Oigo algo allá afuera!
Dejo a un lado "El Mensajero de los astros" de Galileo, porque escucho voces y pisadas rodeando mi casa.
Siento que estoy perdido, me vienen a llevar.
La Santa Inquisición no perdonará mis pecados: desconocer el Dogma de la Santísima Trinidad y apoyar la teoría sobre el movimiento de la tierra.
Una vez juzgado me pondrán el capirote y la túnica con el dibujo del infierno, me obligarán a hacer un acto de fe, y de ahí..., a la hoguera.
¡Ya me veo en la picota, mi carne y mis huesos achicharándose mientras chillo de dolor como un endemoniado!
Afuera escucho los gritos del pueblo pidiendo mi cabeza:
¡¡Que traigan al herejeee!! ¡¡Queremos verlo ardeeer!!
La tropa ya está aqui. Están echando abajo la puerta.
Imploro clemencia a los inquisidores: ¡Por Dios, tengan piedad ! Señor Torquemada, Eminencia Sixto IV, Don Felipe II, no dejen que me lleven!
¡Soy un cordobés, soy Argentino!
Todo es inútil, nadie responde a mis ruegos.
Desde las piras, llega el penetrante olor a quemado de un sentenciado.
Los soldados entran a mi casa. Aunque el terror es inaguantable, me defiendo como un león, pero las fuerzas son desproporcionadas.
¿Que puedo hacer sino entregarme?
pero...¿y esas voces conocidas? Alguien viene en mi ayuda!
¡Levantate, dormilón, el asado se está pasando!-Me previene uno de ellos.
__¿El asado? ¿Qué asado?
__¡¡¡El asado!!! ¡¡¡estoy a salvo!!!- ¡¡¡No lo puedo creeeer!!!- Grito, y mi grito se escucha en toda la manzana.
__¡Con razón el olor a quemado que sentía! -Exclamo todavía conmocionado.
Los que están a su lado, ignoran su onírico y terrible viaje a la edad del oscurantismo. Por eso lo obseran sin entender y se miran sorprendidos.

MARCOS RUIVAL