TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / sagitarion / PARADOJAS

[C:364379]

PARADOJAS.

Casimiro Solorio el hombre ciego que pedía limosna en la entrada de la iglesia del poblado llamado “Tres cañones” tenía su propia historia de la vida para contarla. Nació invidente, a las pocas semanas de haber sido parido fue abandonado a su suerte por sus padres en un polvoriento camino y nunca más se ocuparon de él, ni siquiera cuando la fortuna les sonrió y lograron la prosperidad económica en un poblado a muchas leguas de ahí, donde se establecieron como propietarios de un pequeño almacén llamado “Los Hermanitos”. Siempre se mostraron como dos hermanos piadosos y dispuestos a ayudar al prójimo, nunca buscaron pareja, no se casaron, pues dijeron haber mucha maldad en el mundo y les era difícil aceptar algún extraño en sus vidas; a él y a ella les bastaba con la compañía fraternal de uno para el otro; entre ellos se prodigaban cuidados, calor, cariño y todo lo demás tan necesario entre un hombre y una mujer.

Al niño ciego abandonado lo encontró Cenobio Prieto, un hombre albino obligado por la demencia a vivir como ermitaño en un escarpado pedregal convertido en medio de sus alucinaciones en su reino y coto de caza. Aquel día “el güero loco”, como lo llamaban los habitantes del poblado, había perseguido iracundo aquella iguana imaginaria, el reptil lo había burlado constantemente. Creyó verla esconderse bajo una piedra y al levantarla ¡había escapado!, luego el animalejo trepaba a un árbol y cuando el demente intentaba subir a él para atraparla, el árbol aparecía en otro lugar; bueno, el reptil a eso del mediodía se ocultó hasta debajo de la sombra del albino, esto lo obligó a pisotear con tal furia su propia sombra que levantó una gran polvareda del suelo cubierto de piedras. Con esa acción “el güero loco” destrozó los huaraches y la planta de sus pies. El cazador burlado cuando vio la sangre escurriendo de sus extremidades pensó haber aplastado a la iguana y lo festejó con risa extraviada. Luego, extenuado por la persecución y con el ánimo decaído por haber perdido la presa, se tendió sobre las piedras y quedó dormido bajo la resolana.

Cuando el demente despertó, las sombras de la noche cubrían el pedregal, de a poco empezó a caminar hacia su choza, por su demencia tenía el umbral del dolor muy amplio, pero la desolladura en los pies le obligaba a moverse con dificultad y gemir de dolor. En eso estaba cuando algo lo puso alerta, era un chillido, su mente afectada relacionó a la iguana perseguida inútilmente con aquel ruido extraño. Cenobio se llenó de ira, tomó una piedra de regular tamaño y con ella en mano buscó el lugar de donde procedía el chillido, éste era el llanto del niño ciego abandonado.

Al encontrar al niño estuvo a punto de partirle la cabeza con el pedrusco, pero al ver aquella cosa sin el intento de escapar se llenó de confianza y lo alzó por los pies y así lo llevó hasta la choza de Jacinta la curandera, quien se encargaba de guisarle las piezas, que por su tamaño, el Güero loco no se atrevía a comerlas crudas.

Afortunadamente para la criatura, la mujer aún estaba despierta, preparaba algunos remedios para Amalita Tabares, con ellos, aquella dama tal vez pudiera embarazarse, pues en cinco años de casada y después de haberlo intentado en todas las formas y a todas horas, el marido no la había podido preñar.

La curandera cuando recibió al niño se dio cuenta de su ceguera y sólo dijo entre dientes después de santiguarse: —Algo perverso hicieron tus padres criatura por eso el buen Dios los castigó con un hijo como tú.— Al siguiente día Cenobio Prieto, el albino loco, almorzó, comió y cenó tlacuache en chile verde, mientras no muy lejos de ahí, Jacinta la curandera iniciaba la crianza de un niño ciego quien sería al paso de los años la causa de su muerte.

Porque Jacinta desde el primer día volcó en el niño abandonado todo su afecto maternal tanto tiempo contenido, era un amor sobre protector, jamás aminoró con el paso de los años. El niño ciego creció hasta convertirse en adolescente entre los cuidados extremos de su madre adoptiva, aunque como todo invidente había desarrollado más de lo normal los otros sentidos, la mujer no dejaba de tratarlo como a un niño. Cuando tenía seis años de edad y estaba bañándose solo, Cenobio sufrió la picadura de un alacrán, Jacinta a partir de ese día decidió bañarlo ella. Durante la adolescencia el aseo del cuerpo se convirtió para el muchacho ciego en un trago amargo, debía hacer verdaderos esfuerzos para contener la erección cuando Jacinta lo bañaba, especialmente cuando le enjabonaba aquella “cosa”. El ciego bien pronto se dio cuenta que la mujer no se mortificaba ni se enojaba cuando se le ponía dura, al contrario, Jacinta se entretenía más lavándoselo. Al poco tiempo ya no lo bañaban, ¡se bañaban juntos!, se enjabonaban uno al otro y Casimiro a pesar de su ceguera congénita descubrió en el cuerpo de su madre adoptiva lugares donde sus dedos la hacían gritar de placer.

A falta de la vista, el tacto y luego el gusto, se dice, por ello la curandera enseñó al ciego a utilizar la lengua de la mejor manera posible para ella, ¡dándole placer! Fue en una noche de tormenta cuando conocieron juntos por primera vez la verdadera y maravillosa experiencia del acto sexual. Casimiro Solorio juraría a quien se lo preguntara, haber visto algo en su vida, fueron aquellos destellos al momento de derramar su esperma en la cavidad ardiente de Jacinta. La mujer ya no diría ni juraría nunca nada, su corazón de mujer madura no soportó tanta emoción por el placer del momento de lujuria y al colapsarse, falleció literalmente en el acto.

Las autoridades no estuvieron de ánimo para explicaciones de primicias, arrebatos sexuales ni de justificaciones de amantes invidentes. Casimiro fue condenado a doce años de prisión por la violación y asesinato de su madre adoptiva. Durante el tiempo en la cárcel conoció el infierno de los reos discapacitados padeciendo humillaciones y agresiones. Ahora ya no lo bañaban, al contrario, él bañaba a Teófilo Carrasco alias “El Macana” y estaba obligado a darle la espalda cuando el presidiario se lo pedía.

Cuando Casimiro Solorio abandonó la cárcel, además de la ceguera, lo marcaba la amargura. Alguien le dijo que los ciegos sin ayuda de un familiar sólo pueden sobrevivir pidiendo limosna, y el mejor lugar para pedirla era en la puerta de una iglesia porque las personas al entrar dan limosna para ir preparando el asunto con Dios y cuando salen, dan para asegurar ser escuchadas por el Señor y les perdonen sus pecados. Fue entonces a suplicarle permiso al cura de la parroquia del pueblo para "trabajar" en su iglesia. El curita se compadeció de él y a pesar del negro pasado del ciego lo mandó con Jesusita la tullida, quien organizaba la limosneada en el atrio del santo lugar. Por una módica comisión le asignaron a Casimiro una parcela y desde entonces se le vio todos los días pidiendo limosna para sobrevivir.

En ese lugar conoció —por el trato y la plática— a Linda Azucena Ríos, una esquelética muchachita de eterna sonrisa a causa de su labio leporino. Como dicen: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, bien pronto acordaron unir sus desgracias bajo un mismo techo, manteniendo un amasiato por algunos años hasta aquel amanecer cuando Casimiro descubrió a tientas el cuerpo flácido de Linda Azucena. Se había quedado quieta como un pajarillo herido de muerte, con los ojos bien abiertos sin mirar nada, como los de su hombre.

El ciego, en medio del dolor por la pérdida de su amada se aterrorizó al pensar en volver a ser encarcelado por asesinato —como pasó con la muerte de Jacinta— despavorido empezó una loca huida y desorientado por la angustia encaminó sus pasos sin rumbo fijo. Horas después el sol de mediodía lo encontró trastabillando, cayendo y levantándose de un suelo lleno de piedras, fue entonces cuando un fuerte golpe lo derribó de espalda, para su fortuna por ser ciego de nacimiento, no vio cuando un hombre viejo, güero hasta las cejas, con una mueca demente en el rostro le arrojaba una pesada piedra sobre la cara al momento que gritaba: —¡Ahora si te chingué, maldita iguana! —




Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion

Texto agregado el 02-08-2008, y leído por 933 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
16-05-2014 *****Es un relato impresionante. Me tienen cautivada tus letras. Solo_Agua
12-02-2012 Todo el cueto está muy bien narrado, los personajes son creibles.El fondo de la historia no hace otra cosa que poner enclaro lo pobres que somos los humanos.Si esa curandera hubiese tenido un corazón noble y no dejarse guiar por sus instintos, creo que la vida de Casimiro hubiese sido tan diferente.Gracias , siempre me voy reflexionando cuando te leo************ shosha
09-08-2008 Excelente y descarnada narración. La tragedia de vivir. byryb
08-08-2008 exelente narración!!***** gringuis_
07-08-2008 narraste muy bien la triste realidad, por eso se dije que hay personas k nacen con estrellas y otras las k nacen estrelladas..lo que no me gusto es cuando haces el comentario , k la ceguera es como un castigo divino...por lo demas perfecto, es muy entretenido y muy amena su lectura.....besote almaguerrera
Ver todos los comentarios...
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]