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Anoche ocurrió algo indescriptible.

Mientras veía un programa, del estilo que tienen escritores con creatividad a su estilo, un murmullo que traspasaba mi ventana indicaba lluvia. Desinteresada en esta situación continué viendo a esos doctores que tenían una vida más acelerada que la mía, aah pero me sentía orgullosa de ser participe de su historia al verlos.

Un rayo me sorprendió, pues a pesar que era de noche, durante 1 segundo todo se esclareció como día. Pero la vida de ese neurocirujano con cáncer de próstata que curó a un pony en la Atlántida me atrapó de nuevo. –Ya acéptalo, tu hermano gemelo es el que le dio el veneno a tu suegra diez minutos antes de tu boda, mientras tú operabas al sacerdote que oficiaría la ceremonia- pensaba.

Otro rayo de la misma intensidad apareció por la ventana aunado a un trueno ensordecedor que hizo vibrar los vidrios y al instante aquella cajita negra que pintaba mi cuarto de azul intermitente se apagó. Después de darme cuenta que me dolía la mandíbula por tener la boca tanto tiempo abierta y acordarme que para humectar los ojos tengo que parpadear, pude ver que la electricidad se había ido en mi casa y en la cuadra. Prendí la radio de pilas que tiene conmigo 10 años y escuché que el apagón fue uniforme en la ciudad. –Bueno, entonces, escucharé música… ¿es normal que le salga humo??? Fuck, las pilas también llevan diez años ahí-.

-Hace mucho que no estaba tan sola, llevo 3 años viviendo en este departamento, pero hoy hay un eco más profundo.

-Bueno, merodearé por las habitaciones, eso suele despejar la mente (¿despejarla exactamente de qué?). Lástima que todo esté tan oscuro- Intentando encontrar camino hacia la cocina una lucecita del librero llamó mi atención, un pequeño candado que protegía una caja de madera que me regalaron de Caracuaro reflejaba el diminuto rayo de luz que baila entre las persianas.

A excepción de ese punto, todo lo demás era negro –Mala hora para quedarme sin batería para el móvil-.

Después de dos golpes, uno en la espinilla y otro en el dedo chico del pie derecho, decidí quedarme en el sofá viendo al vacío. ‘La la la’, tarareé la misma canción cinco minutos y noté que había olvidado estar conmigo misma. Ahora las imágenes no salen de un televisor -aaaaaah, es desesperante esto de recordar-, pero en este filme mental, comenzaron las escenas de mi infancia; juegos, lodo, moretes, reír hasta que me doliera el estómago. Je, después de todo no es tan malo recordar, -ooh, el primer beso, en la sala de casa de mis tías, después de un juego de baraja y ahuyentar a todos, solos nosotros dos. ¡Y el vals! Odio bailar, pero hacerlo a su lado fue uno de los mejores momentos-, cuatro años ya pasaron de eso y aún logra dibujar en mi rostro una interminable sonrisa.

Bailar, uno de los dilemas de mi vida ¿no sé o no me gusta?, En ese momento un auto vecino se detuvo en la cuadra presumiendo sus amplificadores, -La cumbia no es mi estilo, pero que rayos ¿qué pierdo?-. Me levanté, recorrí torpemente la mesa de centro ¡Craaack!, no sé que se ha roto, pero espero no sea de importancia. Al tener el espacio vacío, tomé el ritmo del tambor. –Woow, esto no es tan difícil- soltándome un poco más abrí los brazos, brinqué, giré… me arriesgué un poco con movimientos más agresivos, mis brazos empujaban cosas al suelo sin intención, pero la música era más fuerte que el rompimiento de cosas que no se acoplaban a la fiesta.

La música bajó su volumen, se escucharon un par de portazos, el arranque de un motor y el auto se alejó, posiblemente el grupo de adolescentes que lo ocupaban se dirigía a una fiesta. –No respetan ni un sábado por la noche ¿qué todos los fines hay fiesta? (¿Cuándo fue la última a la que fui?)-, algo exhausta me tiré al sillón respirando profundamente, me costaba trabajo por no poder parar de reír.

Al tranquilizarme, recordé que tenía una vela en la alacena, la busqué (gracias madre por tus consejos) y la prendí, la luz danzante que reinó la sala era escasa, pero me daba oportunidad de distinguir los muebles. Me perdí un tiempo viendo el fuego que consumía lentamente la mecha, no sé si fue una hora o 1 minuto; cuando volví de ese lugar tan alejadamente presente en el que estaba me puse a pensar en cosas más tangibles, mis relaciones personales; amistades, familia, parejas… -¿En verdad los he descuidado tanto?-, lo bueno de ‘esto de la vida y sus cosas’ es que nada es fijo, puedo cambiarlo ¿no? Pensé también en planes a futuro, tantos lugares que quiero conocer, escaparme de ride, conocer las carreteras en moto, visitar amigos de infancia y no tan infancia, una cena con mi familia, golpear a mi hermano por una tontería y reír luego por lo mismo.

Pensando la vela se consumía, no sentí el paso del tiempo.

De repente la luz se prendió de golpe, el televisor gritaba que le acompañara desde mi cuarto. Miré algunos instantes a la habitación, me levanté, apagué el televisor y regresé al sillón –Ops, ese florero no estaba tan feo, ni aquel portarretratos; pero el baile valió la pena- Apagué de nuevo la luz y todo lucía mejor que antes.

La libertad que me brindó la oscuridad es equiparable a la decepción que la luz ha traído consigo en ocasiones.

Texto agregado el 01-08-2008, y leído por 112 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-12-2009 hola! me gustó mucho leer esto. encuentro esa atemporalidad de los instantes intensos de la vida... creo que comparto tu manera de afrontar la escritura, al menos en este relato. :D piebiela
01-08-2008 a veces en la oscuridad es donde encontramos al iluminación mas intensa divinaluna
 
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