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Dentro de cien, cien mil, o un millón de años.

Después de combatir en la batalla de las Pléyades durante 10 años, la relación se puso tensa. No es que añoráramos ver de nuevo a las pirámides que nos hubiera encantado, es que caminar al ritmo de la lluvia mientras los cuchillos caen del cielo de las nubes y se te incrustan hasta por los ojos, nadie piensa en otra cosa que viajar a Egipto. Yo, lo resumía en: Día gris, y la llovizna cae como un enredo de cuchillos. Transito por el sendero de la media tarde a pasos largos, entre la inquietud del tiempo y el feroz viento huracanado que parece provenir del oeste. Las baldosas sucias de fango se acomodan una a una. No es uno de esos días en los que conviene someterse bajo el temporal, a la espera de un cambio de color en la superficie de las nubes. Antes se las veía blancas y poco a poco se transformaron en negras, parece advertir un loco que va corriendo por la calle agitando los brazos. Las gotas negras de lluvia acompañan los trozos de piedra golpeando los techos, aguantando para no resquebrajarse. No podría decirse que nos aburríamos, al fin y al cabo, en nuestra relación construíamos afectos y confianza también durante el transcurso de las horas. No podríamos juzgarnos entre nosotros, las travesuras de la guerra fueron una necesidad y ahuyentar el peligro en plena acción, fue algo ya concebido desde el principio de los tiempos, y nosotros simplemente allí como partícipes de un plan bestial, sin saber por qué, ni cómo, ni cuándo. La intuición aparecía eso sí, en el momento que tenía que aparecer, al igual que los presentimientos. De ningún modo implica que no nos reprochemos ciertas cuestiones que tienen que ver con la estrategia y la táctica. Él se rompió la pierna derecha y bailaba como una muñeca rusa por no querer soltar su pistola y matar una liebre del inframundo. Lo nuestro era un cóctel de adrenalina, batida de coco. Parecíamos dos enamorados de la vida en una playa paradisíaca, y era totalmente horrible nuestro destino; si aceptábamos que en el desierto si nos atrapaban nos torturarían sin fin y no volveríamos a estar con ninguna otra mujer.
Ni siquiera, las olvidadas, y que pudimos abandonar o lo hicimos.
La fase Orión fue la primera, la fase camaleón fue la segunda, y la tercera fue la fase Osiris. Nuestro prototipo lo empezamos a construir a los 8 años y como Matusalén vivió mas de mil, nuestro prototipo duraría 10000 años y más. Los primeros 8 años, no podía decir con precisión quien era el ente que diseñó el universo, y nadie pretendía que lo dijera. El universo creado que posiblemente no tenga fin y como sabemos se extiende más allá de la vista ordinaria, en vez de envejecer, rejuvenece. Se mueve, no es estático, y su expansión se contraerá trayendo la juventud eterna para todos. Algunos retrocederán a su infancia y la vivirán otra vez, otros la recordarán. En sus primeros años de vida lo que observaba era lo que percibía, lo que tu vecina puede percibir sin ruborizarse. Sin embargo, después de los largos 8 años que en sí, fueron cortos, aprendió a ver las cosas como realmente son. Tenía delante de sí un mundo de fantásticos robots. Algunos hacían fila, otros caminaban, otros giraban sobre sus ruedas, otros posaban y otros nada. Los llamó hermanos, también primos y tíos. Ésta disposición básica de acuerdo a los prototipos de serie de su anatomía prefabricados le permitía saber quiénes eran sus familiares y reconocerlos al mínimo contacto, así se hallaran a mil kilómetros de distancia. De acuerdo también al número de serie de barras estampado en su nuca y imborrable. El chip en su cerebro traducía lo real a lo real, en otras palabras, si veía a un humano bailando en una plaza se le encendía la luz del casco y saludaba. Estimamos que se sentiría igual a un humano, y no fue así. No tenía sentimientos, en otras palabras, no tenía corazón. Pero si nos serviría para nuestro propósito fundamental que daría sentido a su razón de vivir, enviarlo al espacio estelar. Desde Plutón hasta más allá, con la esperanza del día en que regrese y retorne no cómo chatarra, que regrese como el buen robot que es y soñamos. No volvería sin ninguna razón, ni siquiera por una razón suya, si es que contamos como razón nuestro computador a control remoto para dirigirlo ida y vuelta. Bien temíamos que tomara sus decisiones y nos hiciera la vida imposible. Debíamos afrontar la tarea con sumo cuidado, y sabiendo que tal vez no regresaría nunca jamás y el dolor que su pérdida nos significaría a nuestra loca existencia. Teníamos fe en que podría hacerlo como hace un obrero. En un antiguo texto veda se menciona que Vishnú volvió varias veces con varios nombres que no eran clones, y en un antiguo papiro egipcio encontrado en el mar muerto se dice que Jesús también lo hizo ya sin barba, la segunda vez en nave espacial. Ellos abandonaron a la raza humana al azar de su destino no sólo en busca de progreso espiritual, también para obtener más conocimientos prohibidos, no sólo para ellos sino para los humanos, algunos afirman que los han visto volver. Y esto por supuesto ya pasó, sucedió hace muchos años, igual que el fin del mundo, hay investigadores que sostienen la remota teoría de que el fin del mundo ocurrió en el año 2000 y terminó en el 2001. Si pensamos que el mundo se acaba en un instante también podemos aceptar que se acabe en un día y no resulta mala la teoría, resulta convincente y satisfactoria. El fin del mundo es igual a la relación con una mujer, odalisca, dura poco o dura poco. Por otro lado, la destrucción del planeta acarrea el problema de nuestra supervivencia, y Clemente se encargaría de decirnos a donde podemos ir a vivir. El roce de bala de un meteorito no es nada con lo que puede venir, roguemos a Dios que Clemente vuelva en un tiempo prudencial y así podamos hacer nuestras valijas. No estipulamos nada. Puede ser un día, un año o un millón. Ese año 2000 estábamos en combate en la guerra de las Pléyades. Ahí comenzó todo lo que después recordaríamos como unas vacaciones en Beirut, pero eso no era, ni siquiera era Beirut. Arriba o abajo, abajo o arriba, no era lo mismo. A mi compañero no le quedó más remedio que convertirse en un súper héroe o morir. El cambio en su rostro y en el universo se transformó y produjo al mismo tiempo que detonó la bomba que hizo estallar la base enemiga. -Esos androides no podrán contra nosotros-, repitió una y otra vez incansable entre dientes padeciendo locura pasajera. Creyó ver la encarnación de Buda, de Jesús y el ejército de ángeles del apocalipsis delante de él, por el desierto y con su fusil no le quedó más remedio que disparar hacia sus blancos y no desaprovechó ni un solo disparo. Ni un solo tiro erró, todos dieron en sus objetivos terrestres. Me aseguró que vivían allí ocultos desde siempre, como las estrellas que sólo se dejan ver de noche. Se abrió paso entre las dunas emancipado de fe ciega y coraje, invocando a los Dioses del Olimpo su protección. No tuvo compasión, mientras los pequeños escorpiones amenazaban, se sentó con su turbante envuelto entre sus cabellos. Delante de él, danzaba una serpiente de cascabel, y con su flauta la hipnotizó hasta que se fue a vivir debajo de la arena. Entre pitido y pitido recitaba el salmo 5. Estuvimos 100 días en las hostiles tierras muertas de la necrópolis refugiados y malditos y omito recordar porque escapamos tan de prisa para enfrentarnos con corsarios y endemoniados marcianos con turbantes y piel de naranja. Después de otros 100 días que duraron 1000 años y tal vez más, ya no creíamos en nada más que nosotros mismos. Perdimos toda esperanza de volver a la civilización, toda esperanza en el mundo y en el universo también. Tampoco íbamos a retirarnos, y así fue que concebimos la idea de la gestación de nuestro divino Clemente, nuestro robot estelar. Lo primero fue planificar el mapa que se extiende en su amplio universo mental, lo segundo llenarlo de adrenalina, feromonas y sustancias vivas, lo tercero y cometimos el error de que tal vez debimos inyectárselo antes, por así decirlo, el panteón de Dioses, al Dios Cristiano, Jehová, ángeles y demonios y toda la raza cósmica conviviendo para darle conocimiento y sabiduría. Con eso no nos bastaba, no eso no era suficiente, se merecía algo más. Para practicar la inteligencia tenía que relacionar conceptos simples y complejos, y no sólo hacer antítesis. Si le dices chicle y te dice abre la boca no era un buen robot, si le dices el mundo y te dice el agua tampoco, si le dices frutilla y te dice fresa tampoco, y lo mismo se aplica sí ve una manzana y te dice frambuesa, ve una cebolla, se ríe y te dice un conejo, ve una zanahoria y te dice un repollo, ve una mujer y te dice un hombre, ve un hombre y te dice una mujer. Queríamos que vea las cosas como son y entienda las cosas como son y no lo que parece que son y lo que creía percibir. Si la percepción es errónea, la cosa ya no es la cosa, la cosa es otra cosa, la cosa es cualquier cosa. Si tendría que saber que una rosa tiene un tallo, espinas y hojas además del capullo y dicha flor. Pero por sobre todas las cosas debía dedicarse a cumplir su tarea y su función, ir al espacio a visitar planetas y luego de mil o quizás mil millones de años volver. Nosotros esperamos con los brazos abiertos que vuelva antes, con información útil, y así salvar nuestras vidas antes que impacte el próximo meteorito.



Texto agregado el 28-07-2008, y leído por 273 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-08-2008 Una historia de ciencia ficción atrayente. Me encantó la visión robótica vista a traves de tus letras. ***** Yetsenia
 
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