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Sentado en el diván de su alma, fumaba tabaco caro y pensaba en el pasado. ¡El pasado! menjurje de lágrimas y desazones, mentiras, felaciones, risas y pleitos en cantinas de mala muerte. Lugar abandonado de Dios era ese pedazo de tierra de la costa muerta. Todos sudaban como quien más. Se acercó a la ventana a ver como pasaban todos. Como el tiempo pasa ["pero no tanto"], los días se resbalaban infinitos, de la forma en que el universo es infinito e infinitamente pequeño en todas las mentes humanas [nuestras mentes]. Cavilaba y se preguntaba el porqué de todo aquello. ¡...! Era...

- ¡Eh! ¡compadrito!, nos echamos unas frías.

- ¡Jejeje! ¿por qué no?

Los dos partieron al bar. Se sentaron. Pidieron dos litros. La clase trabajadora tomaba y apenas sonreía, las pocas muecas eran de los borrachos crónicos contemplando y dejando fermentar su tristeza sobre alcohol y lágrimas. La clase trabajadora que dejaba sus "centavitos" en el bar, peleaba y discutía siempre por lo mismo, por lo menos desde hace 50 años. Mucha gente en un cuarto, gente reventada del trabajo, atmósfera de locura y sudor. Salado el aire, salado el humor, saladas las vidas, vidas pequeñas, pequeñas felicidades, pequeñas vergueras de las que nadie se paraba, que se acumulaban en ¡la cuenta!, olor a cerveza, a aguardiente, a Indita y a esclavitud. Aquel era el lugar. En la rocola que era tan vieja como alguno de los dos, Bronco pedía que no quedara huella que no y que no, que no quedara huella.

Desde donde estaban se miraban los billaristas, patojos con planta de machos, pantalones verdes, camisas blancas; más allá la puerta y mucho más allá las vías del tren y la estación. Habían pasado ya muchos años desde que alguien viajó en las cajas que hacían mucho ruido al llegar, al pasar, al irse. Todos los viajes que hacía ya eras que perdieron su significado.

"... porque estoy seguro que tú, mi amor..."

Muchos tiempos desde que se bajaron vestidos, sombreros, levitas; pero en el año de nuestro Señor de dos mil ocho lo único que llegaba por ahí eran más vagabundos a refugiarse en el antiguo hangar de la locomotora, el olor era de mil años de miseria. Estamos en la época de la tecnología, la soledad patológica y la indiferencia.

- Compadre, ¡cómo pasa el tiempo!

- ¿eh?, vos shó mejor, tomate esa tu mierda que hoy vamos a pasear [...]

Tomaron y tomaron, apenas hablando sobre nada y sobre todo. Sobre lo mismo a decir verdad. Abuelos y demás ascendencia se sentirían a gusto, ahí con "su gente".

"... ya ni me recuerdas, que no quede huella..."

Ya borrachos, con nada en la panza salieron a caminar, como buenos feligreses, como dos buenos hermanos, abrazados; más recostados que abrazados, por la moronga que se habían puesto. A la estación del tren, a ver a los eternos vagabundos. Uno los esperaba, con un vidrio en la mano.

- Bueno pisados, ¡suelten todo lo que traen pues hijos de puta!

- uhmmmmmmm... si no traemos pi[iii]sto papaí[íííííí]to.

Los apuñalo a los dos, beodos tristes que se tambaleaban derramando sangre con alcohol, no volverían a fumar o a chupar, morirían ahí en el abandono del esplendor de otra época, asesinados por las consecuencias. ¿cómo fue que me llego a pasar esta mierda a mí? atinó a pensar antes de morir. Alguna lo extrañaría de no verlo sentado en el diván con cara de perdido en el calor. Mañana haría 47 grados. Todo se habría acabado para entonces.

"... que no quede huella que no y que no..." se oía a lo lejos a través de la noche cerrada.

Texto agregado el 26-07-2008, y leído por 116 visitantes. (2 votos)


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