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Sentada junto al árbol de aquel parque tan mío, tan tuyo, aquel de tus juegos y aquel de mis eternos suspiros, trato de recordar todos aquellos momentos que pasé junto a ti. No sé si los anhelo, o los miro desde lo lejos con lástima y nostalgia, o si tan sólo los veo ir venir una y otra vez. Te veo corriendo tras una pelota de colores, con tus amigos, con aquellas personas que en esos momentos de júbilo, se convertían en tu familia, en aquellas personas que si bien no compartían la misma sangre contigo, sí compartían el latir de un mismo corazón, la misma euforia, el mismo sentir, ese mismo amor por un juego como el fútbol.

Siempre me pareció ridículo. Quién sabe… Quizás por los recuerdos que encierro en él de los “domingos en familia” frustrados con mi padre, quizás porque siempre lo vi como un tonto grupo de hombres corriendo atrás de un esférico y tratando de meterlo con un golpe en un área tan grande, y que no ingresara –aunque yo ni el golpe pudiera dar. Es así. Nunca sentí ese amor tan extraño por el fútbol como lo sentías tú. Era tu vida, pero no la mía.
Sin embargo, algo que no encontraba extraño (y mucho menos insignificante) de esos momentos de júbilo tan ajenos a mí, eran esas expresiones en tu rostro luego de haber logrado ese gol luchado. Te veo con claridad bajar la velocidad de tus pasos para ver de reojo ese balón todavía moviéndose por efecto de aquella patada casi casi calculada que te hacía merecedor de un punto. Te veo correr, trotar de regreso con ese brillo tan particular en tus ojos, con la frente y los brazos llenos de sudor, con el cuerpo entero resplandeciente de gozo. Te veo así, sentada desde aquí, guiñarme el ojo casi secretamente, orgulloso de ti, orgulloso de tus capacidades futbolísticas.
Quizás y de repente logro ver en nuestro andar una compañía que para mí siempre fue un tanto bizarra. Estábamos ahí, los dos juntos. Caminábamos de la mano, como si alguien nos fuese a separar físicamente, tan preparados a ese momento que llegaría, en algún momento llegaría. Siempre en aquellas situaciones en las que mi mente se encontraba casi en blanco mientras caminábamos por las calles de Lima, me preguntaba eso. ¿Y es que acaso alguien nos separaría y estábamos previniendo ese desenlace con el andar de la mano? ¿O era un simple gesto de cercanía, de compañía, de complementarnos sencillamente con el roce de nuestras manos, con el vaivén de la gravedad forjando nuestras esencias en el tacto? ¿Era un gesto de amor o un simple hecho de costumbre? La verdad que no lo sé. Simplemente lo hacíamos ya casi sin pensar. Recuerdo aquellos momentos que ahora se hacen tan lejanos en los que tomarse de la mano con algún ser del sexo opuesto era casi una travesura, era un acto que sonrojaba las mejillas de todo aquel que osara hacerlo. Y ahora, es un gesto tan común que a veces llega a perderse el verdadero sentido del mismo, aunque ahora yo ya no sepa cual es.
Y veo como pasan los días, y me sigo preguntando si es que muchas de las cosas que en algún momento tuvieron sentido para mí lo siguen teniendo ahora. Te sigo viendo correr tras ese balón, pero ya no logro apreciar ese brillo en tu mirada; quizás y lo imagine, pero no lo puedo ver.
Es extraño aún para mí. Veo como pasan el tiempo, miro de reojo por encima de mi hombro a esos días que se hicieron tan pequeños con el tiempo y el espacio, los veo salir de aquí casi corriendo, como en una estampida, como si no me dejaran hurgar en ellos y encontrar al fin algo que todavía vea y sienta, piense y quiera, anhele. Escucho sin pesar las conversaciones tan abruptas, tan accidentadas de todos los días por el celular, y lamento en el alma el trato que te ofrezco. Lo triste y confuso es que lo lamento no por nuestra relación como pareja, sino porque al fin y al cabo, tú y yo somos personas y no merecemos tratarnos así.
Estarás pensando que es algo manejable, que es algo superficial, que al final se puede arreglar. Pero la verdad de las cosas es que ni siquiera debería pasar. Estoy segura que ni tú ni yo podemos contar nuestra historia como dulce y armoniosa en general, puesto que el general, el común denominador de la misma no es más que una historia en el límite de lo soportable y lo desagradable. Al fin y al cabo son sólo bellas y perfectas las historias inventadas. La nuestra, por el contrario, tiene un saborcito a locura, a confusiones y a sueños, a películas de taquilla que no llegaron al final feliz, que se quedaron en el nudo eternamente; tiene un sabor, un olor tan indiferente, tan displicente pero suplicante a la vez, tan parecido a la historia de aquellas personas que no quieren seguir engañándose a sí mismas.
Y es por eso que hoy, apoyada en un árbol tan ajeno y sencillo, tan aparte de mí, escribo esto. Porque nuestras conversaciones ya no son de miel y café como lo fueron antes. Porque he llegado a entender que no quiero seguir engañándote ni engañándome a mí misma. Y no es por alguna razón o hecho secundario como podrías llegar a pensar –y estoy segura de que lo harás. El hecho es que ya no puedo ver las chispitas de luz reflejadas en mi ventana cuando sé que estás por venir. Ya no sonrío con tu llamada, sólo leo nuestra historia sin entenderla, dejándome llevar. La veo desde aquí como si ya ésta no fuese parte de mí, como si yo ya no formara parte de ella. Y no es por algo tuyo –trato de entender. La verdad es que tú sigues aquí, tú sigues conmigo, pero yo sin ti.
No sé si logras entenderme. Creo que mis abstracciones son a veces un tanto ilógicas, puesto que he llegado a comprender que estoy viva, pero no soy feliz, y eso me confunde. Sólo no lo soy por una opción que, aunque inconsciente, es propia. Vivo pensando si es mejor soñar que aceptar. Quizás no es tan difícil quererte bien, sólo que yo me complico (como siempre). Sonrío por compromiso, pero sin sentirlo. Te abrazo porque lo quiero hacer, porque te quiero, porque es así. Pero no porque necesito hacerlo. Es decir, y sin más rodeos, que lo hago queriéndote pero no amándote. Trato y evito decirlo, pero la pura y mera verdad es que no encuentro aquel momento, no logro saber hasta dónde llegó mi amor, o si solamente me dejé llevar por él.
Te estarás preguntando en estos momentos –quizás con resentimiento y rabia, quizás con confusión- por qué seguí respondiendo un ‘te amo’ luego de que tú lo hacías. Y es que en realidad, y como dije anteriormente, pasó en mí de ser una frase del corazón a una frase de costumbre.
No es tan fácil como parece decir todas estas cosas que ahora escribo en un papel. La verdad es que sigo saboreando preguntas en el paladar como si es que sólo es uno de los tantos lapsus míos, o si es que después de todo sólo se nublaron los ojos de mi alma. No obstante, mientras más lo pienso, más daño te hago con esta farsa que trato de ignorar en mi corazón. No quiero seguir así porque no quiero terminar odiándonos. No quiero seguir tratándote de la manera en la que lo hago. Nunca lo hice antes y no quiero seguir haciéndolo. No lo mereces. No mereces que nadie en este mundo te trate de esta manera, no mereces que nadie apague ese fueguito, esa chispa de gusano tuya, no mereces que el tiempo se pierda así. Además, yo tampoco merezco quedar como la bruja de la película, como el ogro que de un grito destruyó el corazón del bosque entero, no lo merezco porque yo tampoco soy así.
Dejemos por eso, que el tiempo pase a la velocidad de cada uno, siguiendo el camino que nos alumbre independientemente, aprendiendo a reírnos sin complicidad, a visitarnos sin martirios ni frustraciones, sin el temor de salir heridos una vez más. Dejemos y tratemos de desprendernos de nosotros, de esta historia, sin sentir dolor alguno, acostumbrándonos poco a poco al espíritu de la lejanía, a la razón, a la sinrazón, al sentimiento, a la alegría, a las risas, a los llantos, a todo pero cada uno por su lado. Tratemos de vivir cada uno sin los caprichos del resentimiento ni los malos ratos, que al fin y al cabo son ellos los que nos apagan las sonrisas de nuestros rostros. Deja que el viento te lleve lo suficientemente lejos de mí como para que no me sientas, pero lo suficientemente cerca para que puedas recurrir a mí siempre que lo necesites, y viceversa. Cambia tu respiración y tus costumbres, camina solo o acompañado por la vereda de la esquina, mira al sol con una sonrisa, con un gesto de amor, que todavía puede brillar lo suficiente como para que los girasoles no sepan hacia donde girar. Sonríele a la vida, gusano, que cuando estemos preparados podremos sonreírle juntos, cada uno por su camino, pero juntos al fin.
Así podré volverme a sentar apoyada en este árbol, tan tuyo, tan mío, y podré sonreír con plenitud sin cumplir, ante tus goles, ante tus gozos. Sigue jugando, sigue riendo, sigue divirtiéndote corriendo tras la pelota y con una jugada maestra, mete el esférico en esa área tan ajena a mí. Déjame verte preparado para reírte sin mí, mientras yo desde lejos te veo correr al viento, concentrarte con ese hábito tan extraño que tienes de morderte la lengua, déjame verte, sentada desde aquí, realmente feliz.


Akemi Matsuno S.
Para Renzo.

Texto agregado el 24-07-2008, y leído por 178 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
07-08-2008 prefiero decir... hasta luego... renziu
24-07-2008 Se Siente Como Algo Doloroso De Escribir VuelaEnJapones
 
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