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Pues ahí nos tienes, el chaparro, nuestro primo Carlos y yo cerveceando en el balcón de la casa de la tía Martha. Solo disfrutando de la brisa de la tarde y de una buena cerveza y cigarros. Bernardo pasó por la acera de enfrente y lo convencimos de subir. Y así estuvimos hasta que nos corrieron. La tía Martha, mamá de Carlos, llegó y nos regañó como si tuvieramos 5 años. Ni modo a buscar refugio para seguir pisteando. Nos trepamos a una camioneta y al ritmo de unas cumbias norteñas nos fuimos a dar vueltas y vueltas. Carlos, que tiene 18 años, estaba contándonos sus experiencias con cocaína.
-Sí cabrón se siente bien pocamadre, sobretodo si es de noche. Como que te activa el nightshot. Se ve todo bien clarito aunque esté oscuro.
Yo, que estaba sacando una bocanada de humo de mis cigarros sin filtro, casi me ahogo por la risa.
Después de un rato, alguien sugirió que fueramos a la plaza del pueblo y ahí nos plantáramos a seguir bebiendo sin el menor asomo de pudor.
El chaparro contestó:
-¿Cómo crees cabrón? No inventes.
-¿Qué tiene? Más quemados no podemos estar en el pueblo. El veinticinco de diciembre nos amaneció tirados junto al nacimiento que ponen frente a la iglesia - replicó Carlos
Mientras decidíamos esto nos dimos cuenta de que era hora de dejar la camioneta en la pensión a expensas de que se quedaría fuera si no lo hacíamos. Así que fuimos y le dimos una cerveza al anciano que nos abrió el portón y en agradecimiento nos dio la llave para que salieramos a la hora que quisieramos.
Es increíble la cantidad de cerveza que cabe en esa camioneta. Pero lo es más la cantidad que nos cabía a nosotros.
De la nada y como siempre que andábamos en esa camioneta la providencia nos proveía de los implementos necesarios para la parranda. Después de haber escuchado unas cincuenta veces el disco de cumbias, Carlos sacó una guitarra. Desafinada y sin la primera cuerda, aún así convencimos a Bernardo de tocar alguna canción de nuestros tiempos de la secundaria. Eran tales sus bramidos que no tardó en aparecer una anciana -hermana del señor que nos abrió el portón- y nos preguntó si ya le habíamos pedido permiso a su mamá para estar ahí.
-¿A su mamá?- pensé sobresaltado, -¿esa señora tiene mamá?
Total que nos corrieron de nuevo y ahí vamos a recorrer las calles vacías, a pié ahora.
Después fue como si todos tuvieramos la misma idea simultáneamente. ¡Los tacos del morongas!
Refugio ideal de borrachos, el lugar estaba abierto hasta el amanecer y se podía consumir cualquier cantidad de licor o cerveza siempre y cuando te comieras al menos un taco.
Alrededor de las cuatro treinta de la mañana estábamos frente a nuestra respectiva cerveza en envase de un litro y cuarto y un plato de tacos. Veíamos con risitas ahogadas a Bernardo comerse su taco así en slow motion con los ojos casi completamente cerrados y sin soltar la cerveza en su mano izquierda. Parecía un bebé super desarrollado... y ebrio.
Caminamos juntos al salir para dejar a Bernardo y a Carlos en sus casas, asegurarnos de que entraran y escaparnos antes de que salieran sus padres.
Al salir de los tacos, y durante todo el trayecto una lluvia ligera pero persistente nos asedió dejándonos ensopados en las primeras dos calles. Yo sentí feo de ver a Bernardo temblando como poseído con los ojos apenas abiertos y frotándose las manos. Le pasé mi chamarra sobre los hombros pero él metió los brazos en las mangas e incluso la abotonó. De regreso el chaparro y yo caminamos tranquilamente alrededor de veinte minutos hasta llegar a casa. Yo, aún con un cigarro en la boca, empecé a meter las manos en los bolsillos de mi pantalón hurgando desesperadamente. El chaparro me miraba con curiosidad y después con buen humor anticipándose a lo que pasaría. Llegó a mi mente la imagen de Bernardo con mi chamarra y mis llaves de la casa bien guardadas en el bolsillo derecho.
-¡Carajo, las llaves se me quedaron en la chamarra que le presté al wey ese!
-Eres bien pendejo -dijo el chaparro riendo.
Resignados nos sentamos en la acera afuera de mi casa. Le ofrecí un cigarro al chaparro. Lo declinó con un movimiento de la cabeza. Consulté el reloj. Veinte minutos antes de las seis de la mañana. En poco más de media hora mi padre abriría la tienda de productos agrícolas y saldría a barrer el lugar que nos servía de asiento ahora. Así que se perdió la manera de deslizarnos a hurtadillas a nuestras camitas y nos quedamos ahí esperando a mi padre y su inevitable sermón matutino y las burlas de mis hermanas.

Texto agregado el 15-07-2008, y leído por 150 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-07-2008 Narración sencilla, sin aspavientos, pero expontánea y completa, en el sentido de poder 'ver' lo contado. Te felicito. peco
15-07-2008 Los capuleto y los Montesco, mmm tio mala combinación, no te auguro buen futuro eeehhh!ehhhhh!viejo beodo, un dialogo de beodos!! marxtuein
 
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