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Desde lo profundo.

Le costó mucho trabajo apartar la tapa de piedra que cubría el cofre y mucho esfuerzo poder pararse fuera de su prisión. Sus manos húmedas se sostuvieron del borde afilado de la caja mientras reconocían la textura familiar del mármol.
Tembloroso y débil se guío hacia las paredes que recordaba cercanas y a tientas las encontró con sus manos. La luz “otra” que la oscuridad genera con los ecos, le mostraron la pequeña cripta en donde habían dejado el cofre.

En otros tiempos, las antorchas habían acompañado el cortejo hasta lo más profundo de la construcción y se habían extinguido una a una luego de ser cerrada la bóveda. Hoy el frío y la humedad empañaban las paredes de moho y el piso se hacía resbaloso bajo las plantas descarnadas de sus pies.

Recordó vagamente la entrada pero debió ubicarla otra vez a tientas en el perímetro circular de las paredes. Recordó la cúpula que cerraba ese recinto final y la única puerta que suponía ubicada a los pies de su lecho. Una suave corriente de aire se hizo sentir en sus piernas y finalmente encontró el vano de la puerta de salida de la bóveda. La filigrana tallada en la piedra era la réplica de las enredaderas que cercaban el jardín de su casa y el detalle de coronamiento del dintel, el monograma de las iniciales familiares.

La puerta de la bóveda no está con llave, quién entraría o saldría para tener que mantenerla cerrada, ahora que la caja de piedra guardada en su interior, estaba finalmente ocupada. Con un chillido grave y prolongado giró sobre sus goznes y el aire distinto del exterior, bajó por la escalera estrecha que subía.

Quince peldaños de una sola pieza en mármol gris lo separaban de la sala superior, y ese aire distinto que bajaba por ellos lo guío hacía allá mientras que la luz del eco le mostraba la geometría de su nuevo destino.

Recordaba las seis caras de la sala y las esculturas en los seis nichos excavados en ellas. Recordaba el contraste entre el negro de las paredes y el blanco del alabastro de cada figura pero la luz del eco solo le mostraba una escena monocromática de relieves. El perfume de las flores muertas y las ofrendas en las copas, le devolvió las épocas en que su casa se iluminaba en la noche con la luz de las fiestas y recepciones. La sala hexagonal ahora estaba silenciosa y solo las gotas de agua de las filtraciones de la superficie, marcaban compases disonantes a contrapunto de sus pasos.

Las cuatro esculturas de las cuatro paredes ciegas enmarcaban el tránsito desde la salida de la bóveda, hasta el portal de grandes proporciones ubicado en la cara opuesta. El techo, dividido en seis gajos y respectivos nervios de piedra, se elevaba a mucha altura sobre su cabeza; en su centro, recordaba que colgaba una lámpara de aceite que debió morir tiempo después de las antorchas.

El perfume del aire estaba matizado por algo extraño que desconocía, vapores y olores a cosas naturales se mezclaban con las olvidadas y resecas esencias de pétalos de flores, sándalo y clavo de olor. Eran aromas fríos, lejanos y muy distintos a los de la protectora bóveda.

El portal de salida de la sala hexagonal era más trabajado que el de su bóveda y los relieves marcaban texturas y quizás colores de diversos materiales en el trabajo de la piedra. La puerta de dos hojas era metálica y pesada y se sentía firme al tacto.

En uno de sus bolsillos recordó la llave y con su mano derecha palpó el peso y confirmó su permanencia. Sonrió en la oscuridad y sintió los labios secos y tirantes sobre sus cara mal afeitada, se los toco y buscó sus facciones para reconocerse. Su nariz se había replegado hacia arriba y sus párpados se entrecerraban sobre sus ojos. A la vez, sus pómulos se marcaban con exageración a ambos lados de su cara.

Usó la llave en la cerradura y tiró de las aldabas hacia sí mismo, abriendo ambas hojas a la vez. El siguiente recinto, un pasillo ancho y casi tres veces más largo lo recibió con nuevas sensaciones. Esta vez no solo fueron los perfumes, los ecos y las texturas sino también una verdadera luz mágica que se colaba por debajo de la puerta al final del recorrido.

Los aromas naturales y vegetales se hicieron más intensos y la tenue luz le mostró las paredes brillantes de los mármoles, que recordaba verdes como el petróleo. Sus manos descarnadas las rozaron con placer, mientras los pies reconocían las juntas geométricas que decoraban el recorrido en gamas de ocres y rojizos; entretanto, la extraña luz rasante, solo le mostraba un degradé azulado y desvaído que nada tenía que ver con sus recuerdos.

La llave volvió a girar sobre la cerradura final y la gran puerta de bronce giró sobre su único pivote anclado al suelo. Un chirrido más hondo y prolongado acompañó al giro mientras la escena exterior paralizaba a la figura parada en el umbral de salida.

Un viento tibio y desconocido movió los cabellos resecos de su cabeza y levantó en el aire el faldón de su levita. En el acto reconoció los aromas vegetales y florales frescos que percibiera desde su bóveda. Esos perfumes que hacían al aire distinto a cada paso hacia la superficie.

Vaciló instantes en el umbral pero no por temor al exterior y los nuevos aromas sino por la fuente de aquella luz mágica que lo había guiado en el último tramo de su viaje. Sus ojos blanquecinos y enturbiados no podían sacar la vista de aquella fascinante esfera que flotaba en el espacio abierto y que bañaba con su brillo los objetos del parque. Su cabeza desgreñada se quebraba hacia atrás recibiendo la luz sobre la cara, mientras los labios apenas dibujaban otra sonrisa sobre la sonrisa permanente de la piel reseca.

Puso un pie en el pasto frío del exterior y los grillos detuvieron por unos instantes su cortejo nocturno. Los pasos se sucedieron uno tras otro sin dejar de mirar la esfera helada que lo iluminaba todo. Apenas vestido con lo que quedaba de sus ropajes, reconoció el mundo exterior y giró sobre si mismo para mirar el panteón de donde había salido. Recordó la caja de piedra, la bóveda circular, la sala hexagonal de las esculturas y el largo pasillo hacia la libertad.

Miró la luna sobre su cabeza, guardó la llave en su bolsillo derecho, acomodó su levita sobre sus hombros huesudos y recordó el terrible hambre que lo había sacado desde lo profundo de la tierra, un hambre olvidado durante mucho tiempo. El hambre a la carne fresca.

Texto agregado el 09-07-2008, y leído por 426 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
31-07-2008 Tienes una capacidad extraordinaria para describir los detalles! Podemos percibir, palpar y oler tu narración perfectamente. Muy bien escrito, mis felicitaciones. yomismosoy
18-07-2008 Excelente descripción de la arquitectura del lugar (sos arquitecto jejej). Muy buen final, que anuncia que el horror, recién empieza. Felicitaciones. ggg
13-07-2008 Las excelentes descripciones que hacen fluir este texto enigmatico, valen por si solas. ***** rigoberto
12-07-2008 Buen regreso compadre, tu estilo sobrio en amalgama con lo necrofilo, exelente compadre de veras un abrazo! EMIHDEZ
12-07-2008 exelente descripción!!***** gringuis_
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