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Mi barrio era un barrio como cualquier otro.
Vereda despareja, árboles añosos, vecinas conversadoras, mitad adentro de sus casas y mitad afuera. Era una época donde estar afuera era tan lindo como estar adentro, o casi lo mismo.

Entonces los árboles y las plantas habían sido unos compañeros de presencia constante, donde fuéramos estaban. Además, como si hubiera que agregar algo la completaban con su perfume. En cada casa, conformando un ambiente mas, limitaban el patio,

Las doñas ponían tanto entusiasmo en el cuidado de sus plantas, les prodigaban tanto afecto, que se diría que no pasaba un día sin que conversaran con ellas, intercambiando opiniones sobre el tiempo y las alternativas de la economía.

El barrio fue creciendo conmigo, pero las plantas no cambiaron mucho.
Recuerdo a la enredadera, era la más "inteligente" de todas, parecía tener vida propia. En este sentido, compartí con ella gran cantidad de cosas, fuimos contemporáneos.

Cuando llegó a casa, yo era tan chico que casi se alzaba sobre mi cabeza. La vi enredarse poco a poco - era su tarea después de todo - con lluvia o sol, días felices o tristes.
En todos estaba presente, acompañando, esperando el momento que alguien se acordara de ella, entonces parecía tomar un color y una presencia destacables. Escuchaba serena y calladamente en una primera fila, todas las trascendentes e intrascendentes conversaciones que se tratan en una familia.
Así vio nacer a mi hermano, el casamiento de mi prima -sacaron las fotos aquí, porque era más pintoresco- y hasta las peleas fatales de mis tíos.

Pero a quien más acompañaba era al abuelo - quizás por fidelidad propia de las enredaderas - intentando competir con el perro de casa. Siempre estaba aportando sombra en el sector que el abuelo buscaba para hacer la siesta, en ese momento respetando el ritual, no permitía que los pájaros ni los insectos se acercaran a perturbar el sueño de la tarde.
El día que el viejo cayó en cama, se llenó el piso del patio con hojas rojas. Era otoño y nunca más se levantaría.

Recuerdo que su habitación, siempre protegida por las sombras de la enredadera, estaba siempre con un clima diferente al de la casa, en el resto la calefacción nunca era suficiente y en el verano nos asábamos de calor, aunque allí todo era adecuado.
Parecía que al resto de los habitantes nos hubiera dejado de proteger y encima debíamos atenderla y cuidarla reemplazando al viejo.

Pese a los esfuerzos que hacíamos, las sombras del verano eran cada vez más escasas, sus hojas ya no resistían atadas a sus ramas y los insectos y ratas se habían convertido en sus habitantes cotidianos, parecía que la habían tomado como vía de tránsito obligatoria.
Una tarde de verano ya no aguanté más, la presencia descarada de una rata mirándome desafiante desde una de sus ramas, me motivó para convertirme en su verdugo-podador. Sin esperar autorización ni consentimiento familiar, sin que haya una consulta histórico conservacionista, ahí fui con las tijeras recién afiladas; la adrenalina mejoraba mi eficiencia en cada corte.

Después vino la calma. Había un silencio al que estábamos desacostumbrados; ella también funcionaba como una barrera de los ruidos de la calle, como el sol y el viento se comportaban distinto, todo tenia un microclima especial.

Al poco tiempo el abuelo falleció, sus cenizas las guardamos en casa. Nos pareció que no podíamos separarlo de su lugar... y su enredadera.
Con el tiempo y los casamientos me quedé solo en la vivienda de mi barrio de la infancia. Un día, cuando yo no estaba, se desmoronó. Las paredes se quebraron y cayeron, según los técnicos peritos fueron los cimientos que cedieron... la humedad del terreno...

Yo, desde la verja del frente veo los despojos de la demolición, las cosas del abuelo, que no puedo (no me animo) a sacar y una joven y creciente enredadera que saliendo de los cimientos no deja de crecer, envolviendo los restos.



Texto agregado el 24-04-2004, y leído por 397 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-04-2004 Qué lindo, tiene mucha imagen, eso de casas con enredaderas personalmente me encantan, me sentí muy a gusto leyendo... al lado de la enredadera... La_Pachamama
 
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