Antígona
(Analogía de un pueblo)


El desierto.
Se incendian los árboles
se cuece la tierra hasta secarnos.
Desde la tumba infame
prisión del héroe y su musa
se escucha un alarido trágico
el llanto de la impotencia
es la herencia que somos
marcada por maldición.

El polvo hiere el cuerpo
erosiona el rostro sin ojos
con su ir y venir agitado.

Es el cadáver un festín
para los perros salvajes
mientras los buitres esperan
su turno.

Ella llora en silencio el orgullo
el cabello ensangrentado y sucio
las uñas destrozadas por la desesperación
de cavar en lo profundo.
Perfuma con lágrimas al hermano
por ser su cuerpo espíritu
víctima de la revolución
por ser enemigo público
de la ley que impone el tirano.



Inicia la oración antigua
el ritual.
La satisfacción inevitable
de actuar conforme al corazón
habla en murmullos con su sangre
y muere. La historia muere
junto con ella.

Ahí viene el hombre cargando su tragedia
azotado por el destino
desgarrado por los gritos
azotado por la conciencia.
Es él, único
herido y culpable
un reflejo
de la obstinación
de la estupidez
del poder que lo avasalla.

Pide a gritos una espada.
¿Para qué?
Lo atraviesa el dolor
no la hoja de doble filo.

Llora ciudad de un sólo habitante
desierto anciano
sufre el poder que el dios de muchos nombres
te ha dado.

Sola la vejez aprende ante la impotencia
de no poder regresar los pasos andados.
Todo es silencio. El llanto es silencio.

Mañana habrá otro sol sobre nosotros
iluminándonos de nuevo.














Francisco salinas Mayo 2008