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Inicio / Cuenteros Locales / gustavomajua / Los segundos y definitivos trabajos de Juan Carlos Conjetural en pos de la redención de su alma

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Infierno I

El despertar

La mañanita ventosa en la Histórica Ciudad de la Independencia, es una oportuna prolongación de la ensoñación reciente. A esa bendita hora en la que las furias pactan con el silencio, el pasajero del sueño ha de experimentar, acaso la sensación más placentera de su día. No estará dormido el ñato, tampoco despierto. Sus percepciones lucharan en vano por imponerse pero serán sofocadas por el enérgico espíritu que impondrá la degenerada prolongación del atorrar.
A esa precisa hora, renacer a la luz de un día nuboso, en la veraniega estación del noroeste argentino, resulta un despliegue de sensaciones gratas.
Pero descienda ahora el lector a la inhóspita región que le sugiero, y podrá contemplar, ya custodiado por las armas de San Miguel, al hombre que habrá de protagonizar las futuras acciones.
Allí esta el tipo. Un despertar fresco. Arrullado por el sonido del viento en los naranjos, la memoria del hombre retoza ya en el recuerdo de una infancia añorada.
Se había acostado a dormir la siesta en el patio de la casa de sus abuelos debajo de la parra centenaria. las mosca le habían sobrevolado la boca y la oreja. Una brisa nueva confundida con el vientito húmedo que desciende del cerrote trajo un regocigo palaciego. El calor abrasador de la siesta finalmente había pasado, y ahora aquella brisa que traía el olor de la tormenta inminente.
-La casa de los abuelos… pensó entonces entre el despertar y la vigilia. Aquel era sin lugar a dudas, el recuerdo más dulce de su vida. Las sombras invadieron su alma. Aquellas tardecitas afortunadas de verano, cuando el chispeo del la lluvia comienza a ser notorio, y de pronto se transforma en una violenta tormenta que se lleva puesta la vida misma, aquel diluvio desproporcionado y atroz que amenaza con la destrucción universal le socavo la memoria. Reflexiono: aquel recuerdos como todos los de mi vida están teñidos de muerte.
Abrió los ojos y comprendió la inutilidad de seguir escapando.

Finalmente despertó. Un raro y platinado día le arrancó un suspiro profundo. Estaba tan nublado que apenas había luz. El hombre no pudo precisar si su tiempo era la tarde que precede a la noche o un amanecer nubozo de cielo cerrado.

Se incorporo. Con una mirada escudriñadora busco alguna referencia sobre el lugar en el yacía. Todo era diferente. Pequeñas casitas se apilaban individualmente dejando entre si pasillos diminutos por los que un hombre, sólo podría pasar de costado. La fisonomía del sitio le era familiar.
-Donde carajos estoy? – se pregunto para si, y la brisa con el inconfundible olor de los naranjos lo embriagó de pronto.

Miro a su alrededor. Había despertado sobre una piedra de granito rustica que servia de tapa a un sótano mortuorio. Comenzaba a comprender.
La calle principal con las pequeñas casitas a su vera confirmaba la inconfundible postal de la necrópolis del Oeste.
Entendió al fin. Había amanecido en el Cementerio. Pero su desconcierto incrementaba al no saber como y porque había ido a parar a ese julepero lugar.
-Habré estado muy borracho para venirme a apolillar al cementerio- se dijo entre susurros.
Intentó enlazar una idea con otra. Algo estaba claro; había usado esa tumba como cama luego de la mamusa del día anterior… el día anterior… hasta donde recordaba, la tarde anterior, luego de salir de la cancha de San Martín, luego de presenciar el clásico, había caminado con sus amigos por calle Pelegrini en dirección al almacén, allí se encontrarían con Norberto, y festejaría el triunfo del Santo.

Pudo recordar.
-La cancha estaba hasta la jeta de gente… ganamos… si, ganamos, le metimos tres a esos putos!. Pero porque me vine a apolillar justo aquí? ¡con el Cagaso que les tengo yo a los finados!- Se inquieto.
-Barrabas Molina, el gordo- pensó, y un temor profundo lo estremeció de pronto. ¿Que hacia ese nombre en su memoria?
La mente se le terminó de aclarar: El gordo Molina lo había increpado en la calle libertad. Estaba en su carrito de choripanes camuflado con los colores del santo. El chancho se había llevado la mano al cuello en un gesto amenazante y le había prometido matarlo. Lo que siguió fue ver a los hijos de barrabas venirsele al humo con puñales en la mano. Finito y Fiambre se lanzarían entonces a una carrera desesperada por calle Libertad en dirección a Avenida Colon y él, en dirección contraria, decidió correr por Pelegrini a efectos de ganar la Avenida Mate de Luna.
-¡Ven!i- resonó una vos conocida desde dentro de la casa abandonada que esta pasando la calle Crisóstomo Álvarez en frente de la papelera incendiada. El había saltado la verja oxidada de esa casa con intención de refugiarse de sus perseguidores.
-me siguen, me quieren matar- le había comunicado a su rescatador, y los ojos de su amigo le habían sugerido un mar de sangre.
-Me sigue-, había dicho, y un calor helado le recorrería todo el cuerpo.
-Ayudame-, le había querido decir al fin, pero su amigo saltaba la verja de la casa en ruinas y señalaba hacia dentro.
-No me dejes solo- quiso suplicar, pero los perseguidores ahora daban con él y lo transportaban a un mundo en donde las fronteras del dolor y la angustia no existen.
¿Todo esto lo había soñado? ¿Qué hacia él en el cementerio?
Encontró sus manos. Estaban cubiertas de sangre.

Texto agregado el 28-06-2008, y leído por 68 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-06-2008 Muy bueno.Tiene una orientacion y un estilo que a mi me gusta. miradorlontano
 
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