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CAPÍTULO 1

Mañana desapacible. Una penetrante lluvia lame los cristales de las ventanas del salón, la primavera de 1975 ha llegado a la ciudad Lobos plena de agua y verde, los dos elementos más característicos de la llanura pampeana. Juan Gatti contempla abstraído el ir y venir de la gente en la unidad básica peronista, le llegan como con sordina retazos de conversaciones. La leña aún arde en la vieja salamandra de hierro fundido, la pava apoyada en ella mantiene a temperatura ideal el agua, la ronda de mates comenzó. La paz del momento no tarda en ser interrumpida por la llegada de Adrián, un muchacho de rostro morocho y ojos soñadores, quien deja ver una sonrisa mientras palmea con cariño los hombros de Juan.
-¡Qué tal Juan!, ¿y qué hacemos hoy?
- Hola Adrián, tomá un mate, ya ves, mira por la ventana, ¿no haremos nada?
-Nada.
-Con este tiempo... ladrillos mojados, albañiles secos...
-Vos y los refranes, mira quien viene...
-Buen día, Juan y demás, ¡Qué frío hace afuera!...
-Hola Lito, ¿qué tal?
-Sin plata pero contento, ¿saben qué día es hoy?
-No, ¿pero qué más da?, jueves, martes... da igual.
-Qué bestia eres, ¿qué queres decir? Hoy es 12 de octubre, aniversario de la conquista de América...
Al decir esto, Lito hace una reverencia grotesca y consigue los aplausos de Adrián y Juan. No tarda en unirse a la reunión Ramón, el más joven de la cuadrilla; con su arribo la charla se generaliza.
Aquel viernes, 12 de octubre, es un día más en la ciudad campera, el gris del cielo parece hacer juego con el ambiente que se vive en Lobos. La ronda de mates prosigue. La ciudad, en otras épocas floreciente, es ahora un pálido reflejo de lo que fue, la onda que ha producido en el mundo la debacle en Argentina ha llegado en silencio, como un eclipse, oscureciendo la vida de miles de personas en todo el país; la ciudad no es ajena a este oscurecimiento, el desempleo reina con ferocidad, dando golpes a los de siempre. Estos olvidados de la fortuna, no sólo tienen hambre, también están impregnados de desesperanza y las consecuencias de ésta; muchos abandonan sus pueblos y emigran hacia las grandes ciudades. Rosario, Buenos Aires y Mar del Plata son algunos de los destinos de estos descamisados.
Cuando Juan abandona la sede de la unidad básica, son las tres de la tarde, camina con la cabeza gacha, las palabras de sus compañeros van rebotando en su cabeza, las últimas esperanzas parecen desaparecer, según Lito el molino local – ahí trabaja la mitad del pueblo- está a punto de cerrar, la situación se va a poner difícil, las cuatro changas que hace cada mes se irán a cero y, si esto es así, no puede imaginar cómo sacará adelante a la familia. Le queda una única solución, escribir a su primo Luis a Buenos Aires, éste ya le dijo en repetidas ocasiones que en la gran Ciudad tendrá trabajo en una fabrica. Luis, es capataz de la fabrica de bulones amén de tener influencia en el Sindicato, ahora Juan levanta la mirada y llena sus ojos del paisaje urbano, lo hace como con añoranza, parece que los edificios se vuelven más cálidos a medida que la idea de marchar a Buenos Aires va tomando forma en su cabeza, apura el paso, vuelve a llover con fuerza y se calza una gorra en un intento de protegerse. No tarda demasiado en llegar a su casa, se sacude los pies en el felpudo y empuja la puerta.
Aquella noche, mientras Ricardo y Mabel duermen, Juan y su mujer Raquel hablan mientras ven un programa de televisión.
-Me ha contado Lito que cerraran el molino harinero...
-¿Qué queres decir?
-Pues eso, que cierran el molino y nos vamos todos a la mierda...
-Pero a vos ¿qué más te da?, si no trabajas en el molino...
-Sí, yo no tengo nada que ver, pero si cierra nos afectará a todos, es una cadena, si los molineros no ganan, no gastan, y si no gastan los comerciantes no hacen reformas y no saldrán changas, ¿de qué vamos a vivir nosotros?
-¿Y qué vas a hacer?
-Escribir esta misma noche a mi primo Luis. Nos iremos a Buenos Aires, él allí tiene influencia, ya te he dicho que es capo en una fabrica, seguro que puede encontrar un puesto para mí...
-Y... ¿qué haremos con todo esto?
La mujer mira con tristeza a su alrededor, casa humilde con piso de cemento, muebles escasos. El hombre pasa el brazo alrededor de los hombros de la mujer, la atrae hacia sí, le infunde valor.
-No tenes qué preocuparte, dejaremos las cosas aquí, le podemos dar la llave a la vecina, ella vendrá de vez en cuando a mirar la casa. Cuando estemos en Buenos Aires y nos asentemos, podremos llevarnos todos los muebles, o mejor aun, compraremos muebles nuevos... Debemos hacerlo por los niños, aquí no hay futuro para ellos, aquí no hay futuro para nadie. Ve a la cama, fumo un cigarrillo...
Raquel abandona la cocina y entra al dormitorio, una vez allí se mira en el espejo del ropero, la imagen reflejada la pone triste, arrugas en otro tiempo donde fueran tersas mejillas, recuerdan los sufrimientos por las que ha pasado a lo largo de sus cuarenta años. Se desabrocha la campera con la que se abriga, luego, hace lo propio con la blusa dejando al descubierto el corpiño, la mujer continúa desnudándose, mira con dolor los pechos caídos que la adornan, se pone el camisón y con un suspiro de resignación entra a la cama. Escucha cómo Juan abre y cierra cajones, lo imagina buscando una hoja para escribir, sonríe, recuerda las cartas que hace veinte años éste le había escrito, cuántas promesas y cuántos sueños se habían enviado el uno al otro, luego, llegó la vida y les puso en su lugar ¡y en qué sitio les había colocado! Menos mal, pensó, había conseguido lo más importante, su hombre la amaba de un modo tierno y le había dado dos hijos de los que se sentía orgullosa. Ricardo, su hijo mayor, tenía su mismo carácter: retraído y curioso, era más amigo de los libros que de la bulla propia de sus doce años. Luego estaba Mabel, ésta tenía un carácter parecido a Juan, como éste, la niña era endeble de constitución, soñadora y mimosa. Éstos eran los frutos de su vida; la mujer, siempre que pensaba en ellos, sintió un estremecimiento de amor floreciendo una sonrisa en su semblante. Metida como estaba en estos pensamientos, los problemas y la incertidumbre que le había transmitido su hombre, parecían carecer de importancia, así se la encontraría Juan, con esa sonrisa en los labios, cuando un rato después, viniera a hacerle compañía en la cama.
Mientras tanto, Juan ha sacado los útiles de escribir y se dispone a ponerse en comunicación con su primo. El hombre empuña la birome con cuidado como los pocos habituados a tal menester manifiestan cuando lo hacen; de modo inconsciente, Juan saca la punta de la lengua y la coloca en la comisura de los labios, luego comienza la redacción de la misiva.
"Querido primo Luis:
Espero al recibo de ésta estés bien, nosotros bien a Dios gracias. El motivo de la presente es recordar tu ofrecimiento de encontrarme trabajo en Buenos Aires. Me ha decidido la situación por aquí, se rumorea que cerrará el molino, si ya era difícil el encontrar alguna changa te podes imaginar cómo serán las cosas si eso se confirma. Aquí no tenemos futuro, sobre todo los chicos, espero que conteste rápidamente, los cuatro pesos que nos quedan parecen tener piernas de lo rápidamente que se van. La semana pasada vimos a tus padres, están bien, preocupados por ti, pero por lo demás, todo está como siempre. Por el sindicato los mismos problemas y sueños, ya sabes, las cosas son las mismas de cuando te fuiste, que si se tendría que autogestionar el molino, si nos tendríamos que repartir las tierras de los estancieros. Bueno, no quiero cansarte más, espero tu respuesta a vuelta de correo, a ver si dentro de quince días estamos dándote un abrazo en persona.
Que Dios te guarde, a vos y a los tuyos".
Juan escribe el sobre con la dirección y el remitente y mete dentro el papel de carta, luego, se fuma un cigarrillo. Se relaja unos momentos antes de acudir a la voz de su mujer que le llama.
El domingo 14 de octubre amaneció como otros días en el pueblo, el olor a pasto, el canto de los jilgueros, saludaban la llegada del nuevo día, Raquel empezó a trajinar por la casa a la hora de siempre, preparó el café que pronto comenzó a sonar alegre sobre la cocina. Tras la primera taza de café con leche, la mujer procedió a lavarse, se puso ropa limpia, peinó los cabellos y finalmente se puso el vestido de ir a misa y salió de la casa. A las ocho en punto cuando entraba en María Auxiliadora, la parroquia de siempre, don Alberto, hizo su aparición ataviado con los ropajes litúrgicos; el anciano parecía mantenerse en pie de forma milagrosa, hizo la primera reverencia de la que salió airoso y dio comienzo a la ceremonia. Raquel siguió la misa con recogimiento, era una mujer piadosa, pero con una piedad fuerte, había heredado la fe de su madre como ésta la había recibido de la suya, y como ellas, era devota de la patrona de los molineros. La ceremonia transcurrió como siempre, cuando llegó el momento, el padre Alberto se dirigió a la escasa clientela con aquel tono característico de los viejos curas. Comenzó a desgranar el sermón, al principio con un tono fuerte de voz, reclamando atención de sus feligreses, pronto, el tono se fue atemperando, las palabras penetraban poco a poco en la conciencia de Raquel: "Los caminos del Señor son misteriosos a la inteligencia de sus criaturas, debemos seguir los pasos que su dedo nos marca. Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, debemos reunir nuestras fuerzas y recordar que por pronunciar su Santo Nombre seremos perseguidos como él sufrió persecución por nosotros. Hemos visto cómo Cristo en la cruz pedía a su Padre que nos perdonara porque no sabíamos lo que hacíamos. Así debemos vivir nuestra cristiandad, con el perdón en los labios y la certeza de la resurrección de los muertos..."
El hombre de Dios siguió el sermón, Raquel quedó clavada en esas palabras: "seremos perseguidos". Los rezos actuaron y cuando finalizó la misa, la mujer sentía una alegría impensada momentos antes. Al llegar encontró a su hijo Ricardo despierto, sentado al lado de la ventana y con un libro en las manos.
-Buen día hijo...
-Buen día mami...
-Anda a lavarte la cara y a peinarte, enseguida te preparo el desayuno...
-Espera, cuando acabe el capítulo...
-No, he dicho que vayas a lavarte la cara, vamos...
La mujer se aproximó a la cocina, encendió la hornalla y puso a calentar la lechera. Entró en el dormitorio, regresó casi al instante, ya cambiada para emprender las tareas domésticas. El muchacho seguía sentado, parecía haberse olvidado de sus órdenes, entusiasmado en la lectura. Se acercó a él y le arrebató el libro con gesto de enfado.
-¡Te dije que te laves la cara y manos!
-Ya voy, ma, perdona, pero está muy interesante...
-Interesante... ¡vamos! no me hagas renegar, ah ¡y lávate detrás de las orejas!
El niño se aseó y se sentó a la mesa. Su madre no tardó nada en ponerle una taza de café con leche y un trozo de pan con manteca. Al rato amanecía Mabel, lo habitual en ella era una sonrisa a flor de labios; la niña abrazó a su madre restregando la cabecita contra el vientre de ésta. La mujer recibió los mimos de la criatura con una sonrisa de oreja a oreja, luego, se puso supuestamente seria y la envió a vestirse y asearse para desayunar. El día tomaba el rumbo de tantos otros en su vida: hacer la comida, limpiar la casa y lavar la ropa, por la tarde, darían un paseo para regresar a casa y hacer la cena. Juan no tardó demasiado en levantarse, desayunó y después de afeitarse le pidió el diario a su mujer y como todos los domingos se sentó a leerlo; lo hizo en voz alta, su mujer le interrumpía de vez en cuando para que le aclarara alguna noticia que no entendía. Este domingo, "La Calle" destacaba en primera página con gran alarde tipográfico las palabras del sindicalista Sánchez. Éste había escrito en Gremiales un artículo en el que se resumía la situación social de Argentina.
-"Con el gobierno de Campora se nos propuso una Argentina despeñada, rota la crisma en el despeñadero antinacional, y comunista. Con la situación Isabel Perón se nos propone una Argentina empantanada, enfangada en negociados inconfesables, en un fascismo larvado, a la postre, útil a la antipatria. La de Sánchez era una Argentina desesperada, ahogada ,que se va hundiendo en el fango.
-No entiendo mucho lo que quiere decir Sánchez...
-Pues es fácil. Dice que todo continúa igual pero peor.
-Pero al menos, estos tratan de combatir a los guerrilleros...
- Por favor mujer como vas a defender a estos que asesinan a los jóvenes.
La mujer se acercó a su marido y estampó un beso en su mejilla. Él sonrió feliz, estos mimos de Raquel eran escasos.
Argentina caminaba con paso firme hacia la historia escrita por la ambición, el mesianismo y la miseria moral de unos cuantos. Todo lo que en un principio había significado el advenimiento de la Democracia, todas las esperanzas del pueblo, todo el despliegue de ilusión con el que llegó ataviada se estaba convirtiendo poco a poco en una mezcla de miedo, miseria, odio... Y todo eso incentivado por intereses extranjeros, que veían en Argentina la mejor de las mesas de prueba a aquello que vendría.

Texto agregado el 25-06-2008, y leído por 152 visitantes. (0 votos)


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