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Péracles se revuelve cada mañana en los cubículos de plástico y madera adosada de la oficina. Le ven llegar al trabajo y nadie le dice nada, porque su sonrisa boba y su maletín de sucedáneo de piel ya cuentan demasiado de sí mismo. Desprende un tenue olor a plástico que no deja a nadie indiferente, avanzando entre cubículos, dentro de los cuales se encuentran otros cientos de personas como él. Mientras se mueven, chocan entre ellos sin decirse nada ni mirarse. Tan sólo miran sus papeles, sus cuentas, sus objetivos para el día siguiente. Y la cámara les mira, para asegurar la seguridad de sus empleados, un objeto que día tras día va perdiendo la poca ética que tenía. A lo que algunos llaman seguridad, otros lo nombran represión, autodictadura.
Péracles entra en su pequeña estancia decorada a su gusto, su templo, un lugar que ve cada día desde hace un par de años. Tiene algún muñeco gracioso colgando del prestaje y guarda en los cajones fotografías de su familia que sonrientes le miran a los ojos.
Enciende su ordenador y como casi siempre, saca su cuaderno de notas y algunos proyectos que los hombres de arriba le exigieron.
La silla de Péracles empieza a gruñir cada vez que él se mueve, un gemido agudo y cortado con la que esta se comunica con sus congéneres que, a medida que pasan las horas, terminan orquestando el color verde de las fotocopiadoras y la percusión incesante de los teclados. Esos ruidos empiezan para Péracles a las ocho de la mañana y acaban, si no hay demasiado trabajo, a las cuatro en punto de la tarde.
En ocasiones, cuando su trabajo se acumula, se pone nervioso. Entonces recuerda, preso del pánico, la cara del hombre cucaracha vomitándole palabras afiladas como navajas. Esa mezcla de hombre e insecto se debe a su traje negro, un vestido que lleva desde el primer día que Péracles llegó a ese lugar y que, sin duda, llevará durante muchos años más. Hoy no es menos. Hoy el pobre chupatintas sabe que tendrá que entregar un estudio de los consumidores menores de edad y por consiguiente, siguiendo la premisa del perro de Pavlov, empieza a chorrear. Se levanta y se abre camino entre las monótonas celdas cuadriculares que cubren toda la planta. Abre la puerta de los servicios, se acerca a la pica y abre el grifo. Sus manos forman un bol que se llena de agua. A continuación se moja la cara con ellas.

De pronto escucha un zumbido.

Mira otra vez el grifo. Esta vez no rezuma agua. El grifo ha empezado a escupir una espesa miel ámbar olorosa y de gran sabor que le resulta increíblemente atractiva. Se unta la mano con ese manjar para después lamerla con pasión y deseo. Le gusta la miel, adora la miel. ¡Le encanta la miel! Cuando ha terminado busca desesperadamente una toalla. Al no encontrar ninguna decide secarla con los pelitos amarillos que le están empezando a crecer en el cuello y a lo largo de su ancho torax.
Al abrir la puerta se siente en casa. Está feliz, tiene a toda su gran família cerca, centenares de abejas obreras que vuelan y zumban en su amado panal. Siente el tacto de sus hermanas al escurrirse entre la vorágine de aguijones, patas y alas que le hacen vibrar las antenas. El suelo, pegajoso de pólen, es blando y suave como el tacto imaginario de una nube. Al cabo de unos segundos llega a su celda. Allí, dentro de un cajón, le esperan sus crías, que le piden algo de alimento. Se lo da y se vuelve a ir. Con la ayuda de otra abeja empieza a tapiar su celda con cera para que se formen nuevas obreras. Unos encima de otros, los cubículos empiezan a estar cerrados.
A continuación, la abeja Péracles coge su maletín de sucedáneo de piel y se marcha a volar entre las flores, a recoger alimento, a jugar con el agua y a espantar a los niños de cuatro años en las piscinas. Y si éstos no se mueven, la abeja no les va a picar. La abeja va a poder volver a la oficina-panal sana y salva. Todo como cada día, igual de repetitivo. Todo como un panal donde la abeja reina está arriba y las obreras escriben notas en sus cubículos.

Texto agregado el 06-06-2008, y leído por 134 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-06-2008 me gustò! divinaluna
06-06-2008 buena narración, mis ***** ojosalegres
 
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