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Érase una vez, un Gustavo Bocanegra Páramo. Sus amigos de la federal 10 fascinados por la curiosa consonancia las primeras 4 letras de su segundo apellido le llamaban “el para”. Era un tío “pretty standard” (dos ojos, dos pies); tez morena, estatura mediana, pelo negro, copete parao al estilo de futbolero de los 90’s, zapato negro bien boleao; toda la colección de tazos de los looney toons en la bolsita intermedia de su mochila de los Power Rangers y trece años bien puestos en la totalidad de su ser.

Era portero, tenía una imitación bastante decente de los guantes de Jorge Campos que compro en la pulga de la Alameda un domingo, y que por determinación y suerte logro que se los firmara el mismísimo brody un martes nublado de la capital cuando lo vio bajarse de la aeronave con unos lentes oscuros y una cruda endiablada.

Le gusto desde siempre andar por las atiborradas calles del barrio, jugar en las maquinitas, con las canicas y el trompo y cuando el calor lo ameritaba, nadar -sin camisa por supuesto- en el canal con sus cuates.

Ese Lunes “el para” fue levantado sin sospechar que sus paradigmas iban a ser violentados de una manera tan brutal y definitiva que ameritaría ser el personaje principal de nuestra historia.

Ignorando cualquier tipo de narrador omnisciente Gustavo despertó por el incesante repicar de la uña de Margarita su Madre con la puerta del cuarto, estrujo sus ojos, y procedió a tomar el tan rutinario pero necesario baño de las 6:15. Se puso su uniforme, agarro la mochila y bajo a engullir los huevos con nopales que Doña Margarita le había preparado para almorzar. Como todos los días recorrió 4 cuadras a píe y tomó el autobús que hace parada en la secundaria 3 de Gómez Palacio.

Bocanegra había desarrollado a través de su infancia la habilidad de bajarse del autobús en movimiento, destreza propia de gente más grande - y más insensata-, pero que a Tavo le parecía muy piratesca y lo hacía sentirse intrépido, además de que le ganaba la admiración y respeto de su grupo de amigos.

En la puerta lo esperaban Jimeno, Alejandro, Pepe y Elías. Este quinteto –junto con Para-de pintorescos pre-púber conformaba la facción más sólida del recién abierto primero de secundaria, principalmente porque el 90 % de los integrantes había entablado amistad desde primaria y Elías “el nuevo”, había aportado a la agrupación una dotación considerable de tazos repetidos y barajitas del mundial.

-Que onda mi para, ¿Ahora si trajiste las planas que te encargaron?

Indago Jimeno preocupado por el fatal destino que suponía no llevarle una tarea de castigo a la maestra Cáceres.

Páramo, bastante idealista y orgulloso para su edad replico con el pecho hinchado.

-No mi Jime, ya te dije que no voy hacer jales que no merezco, tu sabes bien que el que le aventó la bolita babeada a Julia fue el Hernán, ya vez como le gusta molestar a las gorditas.

Alejandro el más pragmático de los tres busco hacer entrar en razón a su amigo.

-Sí Para, ya sabemos. Pero si no haces las planas de la Cáceres no vas a salir a recreo y sabes bien que si no sales a recreo mi para, nosotros tampoco salimos.

Turbado por los argumentos de Ale, Páramo sintió temblar sus principios, pero en una oleada de –según su propia interpretación- valentía, “para” decidió que serían unos mártires de la justicia al renunciar al recreo para probar su inocencia. La manera en que expuso su idea fue más o menos así:

-Pues ni modo, yo me quedo sin recreo el tiempo que sea necesario, si alguien quiere acompañarme puede quedarse también, si salen a recreo, la neta no me lo voy a tomar a mal.

Esta de más mencionar que esa mañana, ninguno de los cuatro contemplo la idea de salir a recreo sin “el Para”, en primer lugar porque no tenían oportunidad en el fut sin Para en la portería, y además todos tenían un sentido de compañerismo digno de mencionarse.

El timbre de las 7:30 sonó y llamo a los alumnos a formación. Después de honores a la bandera Páramo iba a igualar su mirada con la maestra, y le iba a exponer en la cara que no había hecho su tarea, no porque el perro se la hubiera comido, o porque se le hubiera olvidado, si no que por honor y amor a la verdad se negaba a aceptar voluntariamente un castigo injusto. A final de cuentas era para Páramo una cuestión existencialista.

Texto agregado el 05-06-2008, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-06-2008 Genial!!! de verdad es un cuento muy bueno y muy original, felicitaciones! ChaosSpear
05-06-2008 bien narrado y mi admiración para paramo! saludos! EMIHDEZ
 
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