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A medio camino entre Tebaida y Alejandría, avizórase un palacio, orlado de carbunclo, diamantes, ágatas, con alcatifas doradas en las entradas reverberando su esplendor; era todo un oasis de fina pedrería, iluminando el amplio yermo desértido. Varias odaliscas, danzaban semidesnudas, con dimanaciones de áulico erotismo, alrededor de una enigmática fuente de aguas negruzcas, custodiada cual si duera un monumento de noble relevancia por los leales guardias del jeque Al-Khamed... Algunos de ellos, portaban opulentas tiaras, iban montados en lozanos corceles, y describían círculos cerca de la fuente; todos la veneraban como un dogma sacro, ratificando la evidencia de que dicha fuente representaba una gran curiosidad, a tal punto que estaba circundada y rubricada por una serie de normas impartidas por Al-Khamed, cuyo genio de tintes tiránicos despedía un aura de profundo respeto, especialmente entre los subordinados. Entre dichas normas, la de mayor trascendeica era la de mirarse como algo prohibido rotundamente, y mucho menos se debía tener el atrevimiento de bañarse allí...
Como algunos sabían, o habían oído con cierta frecuencia, se suele refrendar ese axioma de que toda prohibición concita un profundo interés por ser violada, todo lo que se nos veda, todo de lo que se nos priva nos resulta con candente viveza, atrayente. Por esa razón, algunos miembros del palacio miraban de reojo al prepotente jeque, rondaban la fuente, pero la ansiedad por verse en sus aguas se coarta por el temor a las represalias conminatorias de Al-Khamed, disolviéndose en la lineal rutina, volviendo a sus tediosos quehaceres. La fuente abrigaba un secreto, es lo que todos pensaban; el calor era árido, sofocante, aun así todos debían buscar agua fuera, a excepción del jeque y su familia que tenían un suministro privado, como no podía ser de otro modo. La familia de Al-Khamed comprendía a su mujer -muy sobria- y su hijo, el príncipe Galil, un avispado efebo de tez parda, cabello ondulado de centelleante color negro, que cuando era pequeño, se inmiscuía en la habitación de sus padres y hurtaba el kurbaj del jeque, una especie de látigo de nueve puntas, con el que amenazaba y alguna vez también azotaba a sus servidores... Galil no era de los que más respetaban al jeque precisamente, jamás estuvo a favor de la metodología draconiana o más bien sádica de su padre, y, o bien se mostraba irreverente, o bien se aislaba entregándose ávidamente a la lectura, teniendo como compañeros literarios a Jules Verne, Richard Francis Burton u Omar Khayyam entre otros. Asimismo, el joven se había asomado un sinnúmero de veces al halo del enigma, pero la voz estridente de su padre en su mente y la pasividad de su madre operaban como inhibidores factores. Y, no había olvidado preguntarle al padre, a ver cuán peculiar podía ser esa fuente, qué había en el agua para tener ese heterodoxo color, y como parecía ser lógico, obtenía respuestas vacuas, reticentes, si a eso se le puede llamar respuestas.
El Ganges,el Nilo, el Jordán, una ristra de ríos desfilaban en su fuero interno, así como los vastos Océanos, el mar Muerto, el Mediterráneo se palpaban en su riqueza imaginativa; aguas diversas dormitaban en su mente. Para él implicaba una seductora red logarítmica a descifrar, el contemplar a los guardias, férreos, agrupados cual muralla espartana alrededor de la fuente; mas la presencia torva de su padre se aproximaba, la sombra inminente del morbo exhalaba en sus orejas; Galil sentíamiedo, pero no claudicaba en sus atisbos de indagar, de conocer más sobre esa fuente junto a la que prácticamente se había criado.
-Padre, ¿por qué me niega saber que hay en esa fuente?
-Presumes que hay algo. Lo haya o no, no corresponde que sepas -respondió el jeque.
-¿Por qué? -insistió Galil.
-No sigas mocoso. Hazme caso y todo estará bien.
-Vaya. ¿Acaso la feraz Cibeles se ha hidratado allí?, o ¿son aceites esenciales aptos para nutrir la piel de Scherezade esas aguas?, o tal vez, ¿Cleopatra con su flamígero poder seductor, ha bebido de ellas?
-¡Muchacho! No empieces con ironías, ni tonterías. Caes en delirios fáciles -gruñó el jeque.
-Lo que digas, padre. Pero descubriré si ahí hay algo que se esconde -musitó Galil.
-Sí, hijo. Vuelve a tu mundo del Fénix y los Hipogrifos.
Los diálogos no eran sencillos, y mucho menos a la hora de abordar ese tema que tan espinoso resultaba. De su madre, de los guardias, de alguna odalisca o algún bufón del jeque, no obtenía un monosílabo siquiera, y pensaba Galil que probablemente, en efecto, la pura ignorancia reinaba en ese palacio, respecto a la fuente.
El príncipe, tenía el látigo de su padre grabado en sus retinas, se tocaba los antebrazos, su vello se erizaba, su ceño se fruncía, figurándose el lacerante dolor que producirían las nueve puntas impactando en plena espalda de la desdichada víctima, y se consolaba pensando que todo era una leyenda urbana, una nube de humo expelida por la fanfarronería del jeque, o sea, que en realidad a nadie había fustigado con ese kurbaj, entonces todo se cifraría a mera amenaza, a puro eufemismo... Cuando pequeño, el príncipe había comenzado su andadura como lector de fábulas, aventuras y demás; con particular cariño recordaba la historieta de una fuente de agua traslúcida y muy densa, la cual revelaba a todo aquel que se mirara en ella, imágenes de tiempos pretéritos: un niño podría verse como un bebé, un anciano podría ver su rostro con la piel tersa, elástica, tal como en la cima de su juventud, y si el agua se tocaba, las imágenes se disipaban en una serie infinita de ondas, retornando luego, paulatinamente a su estado inicial... El agua manaba vehemente, y los lugareños del desierto de Bahrazad -que era donde moraba la fuente- desfilaban uno a unno, con el firme propósito de mirarse en el agua de la fuente. Sin embargo, contra todo lo fabuloso que representaba aquella fuente para los nativos de Bahrazad, subyacía algo, no precisamente halagüeño. Era todo una embajada de lo mítico, surrealista, mágico en ese agreste sitio, todos podían regocijarse viéndose jóvenes; y un atractivo doncel, aquejado de ataques de dipsomanía, se dirigió raudo, galopante, a la fuente, y bebió copiosas cantidades de su agua, salina, metálica, hidratando con desesperación su seco gaznate. Su red se apagó, pero su cuerpo avanzó estrepitosamente de edad cronológica... Días después, todos los que vieron al joven envejecer, y los otros, supieron que había fallecido, desvalido, frágil, enfermo, al borde de la fuente. Una fuente que quedó en el hondo socavón de la nulidad de trascendencia. Moraleja: se mira pero no se bebe, salvo que quiera uno verse más joven y ser más viejo...
Tal lectura, tal suceso, contribuyó a acrecentar de forma virulenta la curiosidad delmozo, que preguntaba a los guardias y no le respondían, y ante lo que él percibía como un entorno preñado de hostilidad, no dudaba en mostrarse rebelde con su esquinado padre, y en más de una ocasión se ha tenido que contenerlo por pretender derramar agua de cántaros a la fuente, e incluso escupir en ella. Transcurrían los días, el calor arreciaba con violento autoritarismo, era endiablado, el agua manaba cual esotérica cascada, los ojos almendrados de Galil observaban vigilantes, se cruzaba la mirada de su madre... Uno de los guardias, bastante reconcentrado, huraño, de vez en cuando, posando uno de los dedos índices en su nariz, miraba cautelosamente al príncipe, luego a la fuente, apartando pronto y de súbito la mirada; y luego de los paseos del jeque por el amplio patio del palacio, farfullaba palabrotas, con marcado tono de imprecación o anatema. Cada vez que Galil le dirigía la palabra, este guardián le decía: "Menos mal que usted diverge radicalmente de su padre", y Galil sólo acertaba a bosquejar una sonrisa con aire cómplice, empático, respondiéndole después: "Hay que tenerle mucha resistencia". El guardia, ese que tanto cautivaba la atención del príncipe, se llamaba Rayyim, y cautivaba su atención no sólo por su temperamento retraído, sino porque fue el único que le habló de la fuente; el único que emitió palabras relativas a ese accidente arquitectónico tan en boga. "Esa fuente ha de estar maldita. Quizá sea supersticioso, pero por si acaso, no se mire allí, y mucho menos ose beber de esa agua". Entonces el príncipe se inquiría si realmente esa fuente podía retratar la juventud de cada cual, o por el contrario, mostrar la vejez, y/o volvernos viejos, al igual que aquella fuente ficticia. Pensaba, deducía Galil que buena parte del contenido literario es sustentado por algo real, algo que existe o ha existido con independencia de nuestra imaginación, y esa fuente podría no cumplir con la excepción. Conservaba el libro de la fuente, y se vertió a releerlo, tal vez con menos entusiasmo que en su tierna infancia, pero en esa etapa de su vida la nueva lectura sería abordada con mayor madurez intelectual y afán de investigación. Imaginó que Rayyim podría saber, intuir, sospechar algo de la fuente, y tuvo la ocurrencia de interrogar a su padre sobre aquél.
-Padre, ¿desde cuándo conoce a Rayyim?
-¿A Rayyim?, mi leal escudero, lo conozco desde hace muchos años. Tú no eras nacido y él ya estaba aquí -replicó el jeque Al-Khamed-. Pero, ¿a qué se debe esa pregunta? -prorrumpió después, efectuando una repentina digresión.
-Oh padre, me parece un hombre raro, de aspecto inteligente; habla muy poco, y casi siempre lo veo con un libro entre sus manos, en ratos libres.
-Mm... Sí, le gusta adentrarse en imaginerías, novelas de caballería, cuentos de Aladino y cosas así. Es un veleidoso proyecto de artista -dijo el jeque, con porte ufano.
-Al parecer, no le tienes mucha estima, y él tampoco a ti -dijo Galil, casi musitando.
-¿Cómo? No es así. Te he dicho que es leal, el más leal, y ni se te ocurra pensar que lo digo con connotaciones peyorativas, no es un súbdito cualquiera. Y lo que él diga de mí, me trae sin cuidado.
-Oh, tranquilo, padre, no te he sugerido nada semejante. Y, por cierto, fue el único que me habló de la fuente.
-¡¿Qué?!, ¿qué te ha dicho el muy incauto? -atronó el jeque.
-Oh, sólo que le parecía envenenada, sólo eso, pero no has de hacer caso, él mismo admite que es supersticioso. No le hagas daño, por favor.
-No, no, nada de eso. No se trata de veneno ni ponzoña, hijo, pero no te acerques a la fuente, te lo digo en tono taxativo.
-Cómo tú digas, padre... -respondió Galil, realizando muecas de honda desconfianza, procurando mantenerse equilibrado y no soltar una risa inoportuna.
Entonces, prosiguió con su lectura, escogiendo el parterre situado al lado del patio como rincón para estar motivado, y a su vez mirar la fuente con calma y suspicacia felina.
A la semana siguiente, el príncipe no contuvo su inquietud y abordó en otra ocasión al guardia Rayyim, que como siempre, estaba estoico en el patio, escoltando la fuente.
-Oye, Rayyim, cuéntame, cuéntame que entraña esa fuente.
-Su Alteza, no lo sé, no porfíe, vuestro padre no me lo ha informado.
-No lo creo, con todos mis respetos, estimado Rayyim.
-Como vuestra merced prefiera, Alteza. Siento no poder complacerlo.
-Está bien, pero lo averiguaré, así sea algo fantástico, o nefasto; así sea la pócima del Sumo Genio de Oriente -dijo Galil, farfullando y se marchó...
-Jeque, jeque, grr... grr... -murmuró luego Rayyim, profiriendo sonidos que se hicieron de a poco inteligibles.
En los ojos hieráticos de Rayyim, el príncipe pudo columbrar un opaco paseo hacia la esfera lunar, cristalina, iluminando con su pompa; y en el rostro del guardián, en el contexto general de sus facciones captó una dosis sutil, imbricada, de melancolía... La miel del fruto de la tentación se derramaba por su boca, abrasaba su gargante, Galil deseaba materializar su conato de rebeldía, restregándole a su vanidoso padre que era capaz de descifrar sus secretos, por muy herméticos que se guardasen...
Una noche más se hacía presente, una noche más el príncipe continuaba con la lectura; creía tener episodios paranoides, alucinatorios, los pasillos del palacio se inundaban del neblinoso humo de los sahumerios, no podía dormir, vagaba, deambulaba en la intemperie, hasta que dos cuerpos, intercalados en las estelas polimorfas del humo, se clavaron como dagas de un Kalifa en los ojos de Galil... Y se dirigió hacia ellos, las voces le parecían familiares, uno de los timbres era ronco, quedo, el otro algo menos áspero y bastante sonoro... En efecto, las sospechas visuales e intuitivas se elucidaron, Galil lo descubrió con incontestable evidencia, eran su padre y Rayyim dialogando.
-¡Padre!
-¿Qué haces aquí, joven insolente? -atronó el padre.
-Rayyim, padre, ¿de qué habláis?
-No es asunto tuyo. Fuera de aquí, a dormir -replicó el jeque, sosteniendo su cuerpo yerto y la mirada severa y desafiante.
-Ya hablaremos, ya hablaremos -dijo Galil, mientras se alejaba, y su voz se dispersaba conforme tomaba más distancia. Y poco antes de arribar a su habitación, giró su cuerpo con astuta delicadeza, y vio, o creyó ver, a Rayyim andando con aire bastante cabizbajo, distinto a lo usual tomando en cuenta su carácter algo hosco y lúgubre.

"Eres muy obediente, chico. Eso Al-Khamed lo valora mucho.
"Le agradezco, jeque. Estoy dispuesto a servirle.
"Así me gusta. Cabeza erguida y a mis órdenes, que siempre te trataré muy bien, mi estimado Rayyim.
"De acuerdo.
"Y, ves esa fuente, querido. Bien, ha poco tiempo que la conoces, y guarda secretos, Rayyim. Allí en sus aguas me he mirado, y te he visto conmigo.
"No me diga. Oh, necesito verme en sus aguas, por favor.
"¡De ningún modo!... Quizás te lo autorice más adelante, mas prefiero mantener bajo llave el enigma. No me seas un esbirro rebelde.
"Como vuestra merced diga, Majestad -murmuró Rayyim, con indignación, probablemente pensando en los estragos que le podrían provocar las puntas sádicas del kurbaj.

El palacio rebosaba serenidad, mas no la conciencia de Galil, pues con ardorosa curiosidad, estaba ya preparado para saber si esa fuente en efecto revelaría como era de niño, y así revivir gratos recuerdos, o si el agua misteriosa actuaría como un haz de efluvios narcóticos, y entonces poder ver a esas milyunanochescas odaliscas danzando para deleitarlo, o vaya a saber, el caso es que en plena embriaguez de la noche, no resistió y se levantó, observando con prudencia a su alrededor, ¡no habían guardianes!, todo estaba bajo sueño profundo. Contra todo temor de represalias iracundas por parte de su padre, o de su madre también, fue hacia la fuente, con la obsesión impresa en el ego. Al fin arribó el momento tan anelado, Galil ha visto como manaba el agua, negra, resplandeciente, reflejando la magia de los altos astros, imaginándose como un Catoblepas imbuido de su rica intimidad, su propio desafío paso a paso se devenía en realidad... Y entonces Galil vio su cara en el agua de la fuente, refracttada, diluida en una vítrea película; sonrió, su placer estaba a punto de colmarse, sus manos volaron hacia el agua, se refrescó el rostro, lo cual le causó aun más gusto..., además, arreciaba el abismal calor... "¡No, ¿qué sucede?", exclamó el príncipe aterrado, viendo como en sus antebrazos el agua hormigueaba, las gotas se desplazaban, se diseminaban zigzagueantes y ondulantes como ríos de mercurio, plateados gusanos. Su piel no estaba mojada, fue algo demasiado raro para él, como si planos irreales se intersectaran con percepciones efectivas...
Galil huyó, pavoroso hacia su habitación, temblando, consternado, volviendo a leer, con ritmo muy acelerado, sin concentración, hasta el arrimo del radiante amanecer. Luego salió al patio, a hurtadillas, incómodo, y aunque intentó evitarlo, no pudo, vio a su padre, que en el camino lo interceptó inmediatamente. El joven se sentía como en un estado febril, sus ojos estaban inmóviles, su marcha era tarda, su habla entrecortada, era patente para el jeque que su hijo entrañaba algo extraño. Observó el padre los antebraxos del hijo, su cuello, su rostro, toda su presencia englobada en una alta tensión.
-Hijo, ¿te pasa algo?
-No, no, padre, nada... Solamente quiero estar solo.
Y al cabo de unos segundos, con impetuoso ademán de ir a coger los brazos de Galil, el jeque emitió un sonoro grito:
-¡Oye!, tú has visto algo, sí, sí, la fuente de ónix, la fuen...
-¡No! -interrumpió Galil - No, padre, no la he visto, no pienses mal.
-Tú te has delatado, ahora mismo voy a esa fuente; es mía -dijo el jeque cual si estuviera poseído por alguna fuerza sobrenatural, algún poder de la barca de Caronte o del mismo Hades...
-Padre, calma, calma, no es lo que piensas.
Aun así el jeque fue hacia la fuente, y de manera casi simultánea Rayyim y otros guardias se asomaron al patio. Y entonces, Al-Khamed se posó en la fuente mirando fijamente a Rayyim, y dijo:
-Esta es la fuente de ónix, yo la he visto.
-Jeque, ¿qué le ocurrió? -preguntó Rayyim.
-Oye, ni tú ni nadie podrá arrebatarme la fuente, ni mi vida, antes que alguien me mate... -gruñó el jeque, con los ojos incrustados en Rayyim y ante la atónita mirada de todos, incluyendo a su hijo y su esposa... se arrojó a la fuente, alargándose en ella.
Galil, muy asustado, descubrió que esa fuente revelaba algo y no precisamente la juventud, que su padre era demasiado orgulloso como para permitir que circunstancias ajenas a su voluntad, alteraran su irremisible destino y para admitir que algo nefasto habría presenciado en la fuente de ónix. Galil no supo...



Texto agregado el 03-06-2008, y leído por 124 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-06-2008 ¿Será que Galil representa la inquietud del saber y la fuente el saber en sí? ¿Será que la fuente es el reflejo de nuestro interior? Interesante relato por su narrativa e interesante historia por su gran contenido reflexivo. Sofiama
 
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