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EL PONY DE DIEZ AÑOS


Era una parada de autobús a las dos de la madrugada, la silueta de dos hombres se dibujó al fondo en cuanto llegamos y mi padre apagó la radio, los faros y la conversación.

Miró fijamente hacía el retrovisor buscándome en el asiento trasero y con sólo levantar la ceja izquierda me indicó que era el momento. El momento de salir a recoger la mercancía.

No todos los hijos se quedan con el negocio familiar, de eso estoy segura, pero si que puedes aprenderlo digamos que…por simple supervivencia. Por ése motivo de tanto en tanto salía con mi viejo, siempre de noche e intercalando las recogidas y entregas de paquetes con algún que otro bar.

Habíamos estado en el Bomill, y El Cejas, porque así llamaban a mi padre en el ambiente, me invitó un chupito de tequila.

–No pensarás darle eso a la niña –dijo Marta a la vez que los servía.

–Cuanto antes mejor –contestó mi padre–, los placeres en ésta familia son pocos y la vida, a veces, no da ni para saborear la primera copa.

Para cuando bajé del coche ya no estaba mareada, tenía sueño y todo parecía ir mucho más despacio de lo habitual. Una de las sombras del fondo se fue tornando hombre mientras se acercaba y yo sólo tenía ojos para el paquete que sostenía bajo el brazo derecho. Estaba envuelto en papel verde con lunares blancos y amarillos, un lazo rojo le chorreaba a cada lado.

El hombre tuvo que agacharse para colocarlo entre mis manos. Se me hizo tan pesado como la tele de casa y por un instante mi mano esperó palpar el cable para así poder arrastrarlo por la acera.

Lo empujé al interior del automóvil y volví de copiloto.

El Cejas encendió el motor, la radio, los faros y una sonrisa de medio lado que nunca antes había mostrado.

Regresamos al Bomill y allí encontramos a Mateo, el indicador. Un tipo algo encorvado que nos dijo qué hacer con el paquete.

El Bomill tenía música en vivo, un espectáculo casi perpetuo que ponía: “Los Vivos”. Me alejé de ellos para investigar quien tocaba. No era la única menor dentro del bar, también estaba Joseph.

Ambos aprendíamos el oficio y teníamos vía libre a cualquier hora, incluso nos mandábamos algunos puros y cervezas en el almacén.

Joseph era el hijo de Marta, la dueña del Bomill. De su local dependían muchos “trabajitos”. Un buen sitio para hacer nuevos encargos y pagar deudas.


Mi viejo escuchaba a Mateo casi sin pestañear y de repente cuando me disponía a entrar por detrás del escenario, gritó, “Me has mostrado el Camino”.


Esa noche tocaba un grupo nuevo, Joseph me dijo que habían llegado a las dos y media de la madrugada.

–Le dieron una paliza a Los Caninos, y se quedaron anclados aquí –dijo–, no son de confianza, pero visten bien.

A Joseph se le daba genial imitar a su madre.

Decidimos acercarnos al tipo del sombrero rojo y preguntar.

–Yo soy el chico luna señorita, y estos de aquí son mi banda constelación. Así que puedes llamarnos El Chico Luna y su Constelación”

–La constelación del lunático suena mejor –contesté tan rápida como una automática con calibre de alfiler.

El Chico Luna hizo una reverencia y aprovechando la cercanía con el piso, abrió un estuche de cuero, dentro anidaba una recortada negra y plateada que nos escupió un reflejo directo a los ojos.

“No sólo tocamos música”

Nos cayeron bien al instante.


Interpretaron una versión de Muddy Waters, Walking Through The Park que bailada con zapatos de claque es por lo menos divertida. Al terminar el chico luna se acercó al micrófono y ofreció sus servicios.

–Mi grupo se llama como se llama, y tocamos la música que tocamos, pero en nuestra vida sin escenarios pueden renombrarnos como la banda de los matones estrella, trabajo cien por ciento eficaz.

Un segundo después la recortada que escupía luz a los ojos, fue mostrada al público. “Somos exterminadores, los mejores del mercado”.

El Cejas se levantó en busca de Marta, la jefe y puente hacía cualquier contratación “musical”.




Salimos del Bomill a las seis de la mañana. El espectáculo allí dentro no tenía pinta de irse a dormir, y para mi sorpresa nuestro trabajo también continuaba.

–Comete un chicle –dijo mi padre--, tu boca huele a ladrón.

–¿Qué más da? Ahora voy a dormir.

Y resultó que al terminar la discusión ambos teníamos razón, efectivamente iba a dormir, pero no en casa. Tuve que abrir el paquete con el lazo sangrante que pesaba como un televisor para descubrir que aquello era una figura de hello kitti. Un lazo Rosado y el mismo gesto de sorpresa decaída. Olía raro y alguien la había rociado con colonia para niños, bajo aquella fragancia algo apestaba.


–No te ilusiones amiga –me dijo–, es la entrega de hoy y siempre, después de esto ya podremos hacer los que nos venga en gana, le vamos a lamer el culo a dios. Después de esto nos tendrán que dar la llave del cielo, y tú serás la encargada de guardarla.

–También podemos hacer unas copias.

Cogimos el desvío que nos llevaba al centro de la ciudad. Provisionalmente tendría que dormir en el centro infantil “El Patio”, llevar la muñeca a uno de los estantes cerca de la ventana y esperar la señal para salir.

El patio lo llevaban unas monjas viejas y gordas. Me hicieron entrar y sentarme a dibujar, pero yo sólo quería cumplir la misión y echarme a dormir. Había unas hamacas blancas al fondo del salón, la pared con un tapiz azul cielo y los niños durmiendo sobre las nubes. Se veía apetitoso e hice lo que me pareció más oportuno.

Pedirle a una de las mojas que colocase aquella apestada figura en el estante.

Después fui a dormir. Las oportunidades son regalos.





A los más pequeños estaban dándoles biberón y a los de las hamacas nos despertaban para ir a la mesa del almuerzo. Crema verde con croquetas de pescado.

Un vaso de zumo de manzana se derramó y una monja lo limpió.

–Batman –dijo uno de los niños que tenia al frente. Y siguió mirando por la ventana.

Cuando miré hacía atrás me quedé cegada. Una luz, la luz que ya conocía, me saludó al entrar. Eran hombres disparando armas. Las detonaciones volcaron todos los zumos, las monjas corrieron con los niños en brazos hacía la puerta. Una de ellas, la más delgada, fue abatida. En ése momento todos se tranquilizaron y contemplaron la escena.

Eran cinco tipos encapuchados. Uno de ellos dijo: “UNO”. Y siguieron disparando contra las monjas que ya comenzaban a esconderse detrás de algunos niños.

“CERO” y todo paró.

Saltaron por donde habían venido. Algunos niños lloraban, otros tocaban la sangre con los pies y se divertían haciendo huellas sobre la alfombra. Yo escuché la pita del coche de mi padre y salí corriendo.



Al llegar a casa pusimos la tele. Masacre en la guardería, ponía en los titulares. Ningún niño ha resultado herido, decían.

–Las llaves del puto cielo –resopló mi padre–, y haremos una copia.

No entendía el porqué de las llaves, pero suponía que era el pago por cumplir con la entrega.

Una de las reporteras del canal cinco mostraba la imagen de la hello kitti con un disparo en la cabeza. “Por capricho o no de los materiales usados, el disparo ha producido esta terrible imagen de la sangre brotando de los sesos de una muñeca. Miembros del grupo de análisis se han llevado una muestra”.




Y las noticias siguieron transmitiendo el misterioso caso de la hello kitti que sangraba, dos días, tres días…, yo esperaba las llaves y la vida seguía su curso. Santa Hello Kitti, protectora de los niños se vendía y veneraba con un traje de monja rosa.

Pasaron los días, las noches y una tarde mientras contemplaba el entierro de la mascota de mi vecino, me di cuenta de que mí último trabajo olía a gato encerrado.


El último milagro.

Texto agregado el 31-05-2008, y leído por 744 visitantes. (25 votos)


Lectores Opinan
27-07-2011 Atrae y engancha Me gusyto mucho. AbuDogbert
01-04-2009 Prosa de bisturi en dedos y manos. Me hizo recordar la magnifica novela negra y bien escrita. margrave
09-09-2008 Escribir lo que tu haces es bueno ,y esta bueno. Realmente me facinas por todo , la cantidad de matices , lo descarnado , lo sutil , lo grosero, y siempre la cuota de sorpresa . Mis estrellas para ti tan polodislates
09-09-2008 Se echaba de menos tu estilo, esa nota muy peculiar, agresiva, dura, sin falta de ironía, pero con una melancolía muy humana de trasfondo...Lo que le hace ser muy genuino, a la historia en sí, y a tu estilo. churruka
31-08-2008 Hay acidez, mala leche, pero mucha garra, Sí, se lee, y con ganas....VALE mucho este cuento. auiles
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