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El guía Li

Como dije en mi último trabajo el guía Li merece un relato aparte. Cuando llegamos a Güilin, nos esperaba en el aeropuerto un muchacho chino con un cartel que decía 13 pasajeros latinos. Cuando llegamos a esa ciudad ya habíamos reducido el número y quedamos 13. Seis españoles todos en luna de miel y yo. Así conocimos a Li. Su nombre en español era como les escribí, Luis Miquel con “q” y no “g”, pero todos lo llamamos Li que era su apellido.
Era un muchacho lo más encantador. Nos saludó con “amigas y amigos” en un español un poco duro pero entendible. No nos llevó al hotel, sino que las maletas de todos fueron subidas a un minibús y ellas si que llegaron antes, y a nosotros nos trasladaron del aeropuerto a la Gruta de las Flautas.
No tengo palabras para expresar lo que esa gruta es. Los varios colores de entre azul a rojo que brillan entre las rocas naturales. Es hermoso! Al ser yo la mayor del grupo, Li me tomó del brazo por el camino. Pero en un momento que me soltó para encender una luz, yo di un paso en falso, ya que de noche me es difícil ver bien. y caí de bruces sobre mis codos al suelo. Los codos me dolieron, pero mi preocupación era mi cámara digital que había caído conmigo. Todos vinieron a auxiliarme, Li se disculpó por haberme dejado sola un instante. La cámara tenía el zoom torcido, pero se pudo sacar y enderezar así que siguió funcionando. Li se preocupó por mis codos, le dije que me dolían pero que no era nada grave. Desde ese momento no me soltó, y si tenía que prender una luz, me decía que me quedara en el lugar y luego venía y me tomaba del brazo y seguíamos. Al día siguiente me trajo curitas para las raspaduras, que no quise aceptar pero insistió así que las tomé, pero no las usé porque no era necesario. Esa mañana íbamos a visitar el centro del lugar, así que nos llevó a la calle principal y nos dijo que teníamos que estar de vuelta al mediodía para ir a almorzar. Cuando volvimos había comprado mandarinas para todos y en el bus nos dio a cada uno una fruta. También había comprado un pomelo que era enorme. Una fruta tan grande nunca había visto. La abrió con mucho trabajo porque no tenía cuchillo y la cáscara era gruesa, pero al fin lo logró y nos dio a cada uno una rodaja. Para decir la verdad, gusto a pomelo no tenía, tampoco mucho jugo, así que eso fue un fracaso. También nos había comprado a cada uno una botella con agua mineral.
Se sabe que cada guía gana con los paseos que hace fuera del itinerario. Así que nos propuso ir a un pueblo antiguo que según él era muy interesante. Ese paseo costaba 18 Euros. Todos aceptaron menos yo, que quería ir al zoológico a ver a los osos Panda. No me gustan los zoológicos por el encierro de los animales. Es cruel. Tampoco voy a circos. Les deberían prohibir trabajar con animales. Pero el único lugar que podía ver un Panda era en ese lugar. Ya traté de verlos en Beijing pero me dijeron que los habían sacado de ahí, así que cuando Li me dijo que los había en Güilin, quise ir. El bus que llevó a los otros a ver el pueblo me llevó primero al zoológico. Li bajó, le di el dinero y me compró la entrada. Si, logré verlos. Eran dos que estaban separados. Uno estaba sentado (no se de que sexo eran) y el otro pobrecito caminaba alrededor en los metros que le habían dado con plantas y un estanque con puente en el centro. De vez en cuando emitía un grito fuerte. Saqué muchas fotos y como era de esperar fuera del predio de los Pandas había un pequeño negocio que vendía todo relativo a esos animales. Entre llaveros a juguetes y peluches. Yo compré un llavero y un pequeño peluchito Panda que cuando le tiran del hilo que tiene en la cola, camina unos centímetros.
Cuando terminó nuestra estadía en esa ciudad, y Li nos llevó al aeropuerto, nos invitó antes a un restaurante. No se si se le puede dar ese nombre. Era un lugar en donde solamente comen los trabajadores. Y la única comida que sirven ahí son fideos fritos en platos esmaltados y con palitos. Ya antes en restaurantes traté de comer con ellos pero si seguía practicando me iba a morir de hambre. Así que siempre terminaba comiendo con tenedor. Cuchillo nunca se encontraba sobre la mesa, porque la comida era servida en trozos pequeños así que no había nada para cortar. Pero ahí no había otra cosa, así que comí a la usanza China, arrimé el plato a mis labios y con los palitos empujaba los fideos a la boca.
Cuando nos despedimos de Li todos le dimos una propina por lo servicial y amable que fue con nosotros, él fue más allá del deber de un guía. Por eso le dedico un tema aparte. Se lo merece.

Texto agregado el 26-05-2008, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
26-05-2008 Prosa agil, facil de leer... aaaandres
 
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