La rebelión de Pericles


Los camellos se esforzaban en caminar por las arenas sueltas de la inmensa duna, sus patas apenas se sostenían, el cansancio era atroz, el calor lo avivaba y el desconsuelo se encargaba de sepultar toda esperanza de salvación.
La caravana ya no era tal, si no más bien una larga y diminuta línea dispersa que contorneaba la silueta de la duna, tal como lo harían las hormigas en el lomo de un elefante. Los que iban primeros avanzaban sin rumbo aparente y los de atrás seguían a sus compañeros sin objeción alguna.

Pericles se encontraba casi al medio de esta triste procesión, su voluntad solo le permitía aferrarse con sus piernas a la montura para evitar así caer y quedar abandonado en la arena abrasadora y asesina.
Sus recuerdos escudriñaban la última vez que había visto una señal en la que se podría identificar algo parecido a lo que figuraba en el mapa -eso ya hace tres días- pensó y fijó su mirada en la nuca del camello, quería sacudir su mente para poder pensar tranquilo y aclarar sus ideas –hace tres días que estamos perdidos, no hemos visto ni una señal que indique lo contrario, vamos a morir uno a uno sofocados por el sol- concluyó y resuelto alzó su voz para que todos escuchasen –vamos mal- dijo gritando –estamos perdidos, hace días que no vemos un punto de referencia, tenemos que ubicarnos en el mapa- nadie contestó, estaban todos ensimismados en seguir avanzando hacia adelante.
-No permitiré que me lleven lacayo a una muerte segura- resolvió. Al acto detuvo su camello, el resto continuó inmutable su camino, alejándose hasta convertirse en un punto que fue devorado por el horizonte incógnito.

Quedó así Pericles, viendo alejarse la caravana, inmune a la decisión de otros, sosegado en su interior y sin más destino que seguir su propia voluntad de morir en conciencia.