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Todos sus talismanes están presentes, la tele prendida, su remera favorita, el cenicero -repleto de colillas- el termo humeante, una tuca -todavía fumable- en el borde del escritorio, pero la música de un buen cuento no aparece en el -tac tac tac pec tac que solfean sus dedos- la esquivan los puntos las comas remolonas y los guiones –que se le meten con fórceps en el lugar menos esperado-.
A veces se le cuelan las estereotipadas frases de la caja boba, el las escribe y luego las ametralla con el supr. – con la febril violencia del que gastó su niñez grabando RG! en el primer puesto del Invaders- y por un segundo mira las letras blancas del subtitulado. Intenta concentrarse en sus sentimientos pero ella lo desconcentra. ¿Es posible una literatura de la felicidad? ¿Hay alguien acaso que sea capaz de trasmitir un sentimiento de total armonía sin parecer un soberbio o un idiota?. Idiota Shift F7, -diota hidrota idioma idita idota yayota- bufa contra la estupidez del word. Soberbio Shift F7 -altanero (adj.), magnífico (adj.) fogoso (adj.) exigente (adj.) sencillo (ant.) tímido (ant.). Sencillo, tímido, sencillo tímido, sencillo tímido, sencillo tímido, sencillo tímido; escribe dos docenas de veces esas dos palabras, rápidamente, como si estuviera haciendo un ejercicio de mecanografía. Una sonrisa inesperada lo empuja a buscar en la caja de fotos que quedó olvidada en lo más alto del placard después de la mudanza. Encuentra la que buscaba, la observa y la guarda en el bolsillo del jean. A hurtadillas de su sombra, que baila acompañada por los azarosos golpes de los platos en la cocina, graba esa historia que no termina de abrirse ni de cerrarse. Abre el correo, revisa los resultados de los partidos en una página deportiva, pero se siente molesto. Una inquietud lo reclama desde la foto del bolsillo. Negado, Anestesiado, Negado, Anestesiado, Negado Anestesiado, Negado Anestesiado, Negado Anestesiado; repite el ejercicio nuevamente con toda la velocidad que le dan sus dedos.
Ella, ajena a sus inspiraciones y respiraciones, le pregunta por el almuerzo. El esconde su paquete de Marlboros en el bolsillo y le dice que no va a almorzar, que sale a comprar cigarrillos; ella responde algo que él no alcanza escuchar del todo. Sale. Mientras camina fantasea con la idea de no volver nunca más –sonríe pensando en el cliché, “salió a comprar a cigarrillos y …”- hasta que llega a su cuadra. Recorre la vereda de enfrente, como si no se animara a pasar por la puerta de su casa. Hay plantas en las macetas del balcón, la misma mesa de hierro de jardín con sus sillas de almohadones verdes, las luces están apagadas. Camina hasta la esquina, duda, finge esperar el colectivo unos minutos –el 129, azul, viejo compañero de tantas madrugadas- y decide volver a pasar.
Al volver a su casa, –o la de ella, a veces la nombra como propia- ella le pregunta por un sachet de crema de enjuague. El no responde, se excusa en su eternamente inacabada novela.
El sol tibio de la tarde se esconde detrás de una nube, a lo lejos - sobre la discontinua línea del horizonte de la ciudad- las primeras nubes del otoño presagian el fin del verano.

Texto agregado el 11-05-2008, y leído por 98 visitantes. (0 votos)


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