Púngaas:

Son una especie de chinche de un milímetro de área y menos de 0.01 milímetro de ancho. De piel transparente (como lentes de contacto) y con infinidad de arterias inundando su cuerpo, a manera de aspas de molinos de viento entrelazados, en simultaneidad, y partiendo desde el centro, que los vuelve inmunes al sol. En este punto coinciden todos sus nervios.

Su desplazamiento, es parecido a las esporas que son empujadas por la acción del viento. Con este impulso llegan hasta los ojos de los seres humanos y de los animales, hasta posicionarse en la retina de los mismos, causando luego la enfermedad conocida como ceguera nocturna.

Una vez que este bicho se ha apoderado de su presa, la pérdida de la visión se presenta en el huésped, pero esta es progresiva. Al principio, los síntomas que este “parásito” causa (pérdida del sentido de movimiento de los objetos, visión borrosa ante la luz emitida en la oscuridad y pérdida del equilibrio), no suelen ir más allá de la falta momentánea de comprensión de las palabras escritas, llegándosele a confundir con dislexia.

Pero a medida que el insecto se alimenta de la córnea y el iris del ojo, la presencia de este habitante es cada vez más notoria. Es entonces cuando llega la, antes, mencionada "ceguera" y se sufre de episodios de paranoia depresiva.

En sí, las púngaas no son dañinas “per se”, pero existen informes médicos que dan fe de sus efectos psicológicos en las personas jóvenes adultas, que aún no entran en total estado de madurez.

Las secuelas en este sector de la población son tan traumáticas para algunos, que muchos terminan suicidándose debido a la presión que estos ejercen en su psiquis.

Pero, en el último de los casos, al no presentarse ninguno de los síntomas anteriores solo se puede esperar el aparecimiento de senos en la espalda.