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Inicio / Cuenteros Locales / animanomade / Epitafio a los pies de un asesino

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Ralo cielo, sol diáfano,
incendiario de lejos.
Tierra poblada de estalactitas de cemento,
cúbicas experiencias
donde transcurren los días,
el tuyo, el mío, el de muchos mas
que nosotros mismos.

Árboles quietos de savia humana,
de humanos sabios y poco menos.

Ralo cielo, diáfano sol,
incendiado de lejos
por los gases del progreso.



Sonidos de monocordes
objetos de hierro.
Chimeneas del infierno.
Otoñadas ramas sin hojas,
las antenas, nuestras antenas
-radio, televisión-,
donde la vida sucede de veras
y gracias a ella.

Agazapado, oscuro, el disconforme
sonido de los cascos percute el suelo.
Botas mas oscuras que los miedos
que provocan lo surcan.

Mercados que caen a pique,
pájaros ruidosos que transitan
la llanura del cielo, ralo,
ahora, por temor del grito feo,
del ruido que suena a ruido viejo.



No laten ya las calles,
y el silencio se hace de hielo.
La venda se anuda con afecto,
tibia, llena de recuerdos,
por nuestros mismos dedos.

Hay pasos, pero no son el tuyo,
no son el mío; quizá el vecino,
ese viejo que era ateo y
porque creía en Dios,
porque comulgaba con los pobres
y despotricaba, en calzones, de los nuestros.

Se hace oscuro el día
como ya algunas otras veces.
Una escalera baja a recibir
los pasos de los primeros hombres.
Hay silencios por todos lados,
silencios profundos, tensos, prófugos,
llenos de ruidos, de latidos anudados
y que se escapan hasta el delirio.



Hay afirmaciones y contentos
que siempre son mas
que los pocos que creemos.
Hay madres de futura orfandad
y niños y grandes y abuelos
y otra vez madres y perros
que ya no se encontraran a sí mismos.

El gran palacio no resiste,
-no hay nada que resistir-,
porque es invitado al convite.
Sabe y no quiere saber
que hubo un Allende que dijo furioso:
“De aquende me sacarán
si logran quebrar mis huesos”.
Y los quebraron, y ni así
estuvieron contentos.



Tuvieron que quebrar muchos otros,
y quebrar también infancias
con educación de hierro,
con hierro en el lomo del obrero,
obrando con el miedo ajeno.

El miedo que paraliza,
que da vómitos,
que caga encima
al que con puños apretados
y dientes también apretados
y tiritando se caga de la bronca,
y no soporta mas y grita a grito pelado
y habla mucho y de verdad
con muchos otros y a escondidas
en oscuras piezas de árboles quietos.




Porque ya no quieren tener padres autoritarios
que les den de comer en la boca,
ni los reten por llegar tarde a casa,
o por si esa de su cama no es su esposa.
Padres creyentes en infaltables misas,
comulgando la ostia del pueblo caído,
bebiendo la sangre que ahogan en el río.

Y dijeron por fin ¡No!,
y dijeron ¡No! muchas veces,
hasta que muchas bocas
también dijeron ¡No!,
e inventaron una plaza
y la llenaron mil veces.

Y el cielo ralo se lleno
de pájaros de hierro
y la noche con agujeros.



Los lagartos, fríos, prepotentes,
inmundos lagartos, no de sol sino de muerte,
salieron de sus húmedos huecos.
Y lentas tortugas arremetieron
con sus heredadas caparazones prehistóricas.

Y los hombres empuñaron
grandes dignidades y pequeños cuchillos,
y se corrieron maratones furiosas
y hubo gritos helados
y golpes tremebundos.

Las paredes fueron cayendo;
lento, en su ardua
resistencia de ladrillo.

Y muchos miles de ladrillos cayeron,
y la pared, empecinada,
ya casi ausente, siguió resistiendo.



Muchos ladrillos se desaparecieron,
y hubo casas que ya por siempre
quedarían inconclusas, a medias,
en escombros. Pero aún así
el ladrillo, terco, rígido,
siguió resistiendo.
Y hubo una patada
en el costado de sus hijos,
en el hígado, en los riñones;
pero el ladrillo, mudo, no caía.
Lo mataron de muerte fingida,
no había ya muerte natural para el ladrillo.
Pero aún así el ladrillo, lleno de cimientos
y sin gemir, erguido, seguía resistiendo.
Lo talaron, lo taladraron,
fue el ladrillo poste eléctrico.
Los encandilo su dignidad de callado
y tuvieron que apagarlo.
Lo sepultaron, lo revivieron
y lo volvieron a morir.



Y el ladrillo siguió, callado, resistiendo.
Por fin lo prendieron fuego, sin saber,
-ignorantes, siempre ignorantes-,
que su llama encendería mil hogueras
en la memoria de ladrillo
de sus semejantes lejos, algunos
ya muy lejos pero atentos;
donde manos huérfanas de padres
perdidos e infancias destruidas
apedrearían a viva pedrada,
con ladrillos rojos, verdes,
negros, amarillos, con grandes
y pequeños ladrillos encendidos; sus frentes,
sus laringes, sus fosas nasales;
hasta que cayeran de rodillas,
con las botas puestas,
con las bostas puestas,
por asesinos, por hijos de mil putas.

Texto agregado el 26-04-2008, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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