Estaba sentado frente a ella, el halo de luz de la vela creaba alrededor de su figura un haz de santidad que en realidad no tenía. Para mí no era más que una bruja que dormitaba junto a su escoba, escondida bajo la cama.
La cena de aniversario se convertía un año más en un acto protocolario que podía, o no, acabar en una sesión de sexo funcionarial. Hacía tiempo que todo se había consumido, se percibía en los pequeños detalles, todo es cuestión de detalles, eso me recalcaba mi jefe tras uno de sus cursillos exprés para triunfadores. Los vasos, sí, los vasos, parece una tontería, pero la muy puta había montado para la cena la cristalería con los vasos de la crema de chocolate y avellanas que tanto le gustaba. Hubiese preferido que estuvieran los niños, son mi escudo, me amparo en ellos, sin embargo a dónde si no voy a mirar, no tengo más remedio que observar su repugnante bigote teñido, como si no se notara, bien que florece por las mañanas cuando toma el café a sorbotones...Los detalles, así es, supongo que ella tendrá mil cosas que echarme en cara, pero no me dice ni mu. Los años me han caído como tégulas, pero el tiempo nos arrancó el valor. Tintineo de cucharas y tenedores, siempre igual, siempre lo mismo, eternamente la jodida dorada a la sal, sabe que lo odio, así le siente.
Me queda la tierna esperanza que fallezca de muerte súbita, por colesterol no será. Ya me empieza a sobar, le sucede cuando bebe, se pone cachonda pero no se corre ni a la de tres, la prefiero ebria, bruja pero ebria. Sólo nos queda esperar, que se agoten las velas, que se exterminen las doradas, o que nos echen un cubo de agua en los rescoldos.