UNA FOTOGRAFÍA


El andar templado, la mirada lejana en una evocación constante, su mano nervuda, ligeramente artrítica, sobre la empuñadura del bastón, y la boina que ocultaba el escaso cabello nunca encanecido. Esta era la figura recordada de mi padre.
Son recuerdos que al igual que manchas difuminadas al carboncillo, quedan en el papel mental imposibles de borrar. Están ahí perennes, siempre las mismas. Pequeños trazos envolventes de todo un cúmulo de diferentes características. Él no era sólo una figura grabada en mi pensamiento. Tenía movimiento, diferencias, altibajos. Sin embargo, era una imagen fija la de su recuerdo, cual si estuviera plasmada en una cartulina de fotografía antigua en la que se debía permanecer completamente inmóvil para que tuviera claridad.
El paso de los años nos hace jugarretas, se divierte con la debilidad de nuestra mente. Toda una vida; los sufrimientos extremos; los problemas acosadores unos resueltos, otros irresolubles; los momentos intensamente tristes; los peligros enfrentados con valentía unas veces, otras con temor; la resignación ante lo inevitable; la búsqueda de apoyo, de comprensión, de ayuda; el dolor compartido o solitario y esos tan poco frecuentes momentos alegres que la vida proporciona. De todo ello, los años, el tiempo, sólo había dejado perdurar una imagen fija que se podía describir en un corto párrafo de tres líneas. Una honda evocación que tendrá su fin con el de mi existencia.
Para las generaciones posteriores, mi padre será sólo la fotografía de un desconocido.