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Inicio / Cuenteros Locales / daicelot / Yo soy géminis, ella es piscis

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Tengo que hacer algo para impedir la fluctuación química de mis estados anímicos. Estuve muy feliz hace un rato, y ahora, que comienza la laxitud propia de la depresión, hago un intento racional por hacerle frente escribiendo, quizás sobre cosas que me motiven. Quizás decir que anoche, esa especie de carrete escrito nocturno, fue gozable, como otras pequeñas minucias que acontecieron en el día. Sin embargo, no creo que me llene para nada ahora hablar sobre mis cotidianeidades porque suelen ser aburridas de explicar (no tiene ningún interés objetivo para mí). Quizás lo que necesite sea salir un rato, y probablemente, aunque haga frío, aunque llueva como hace tiempo no llovía, y aunque pueda hacer millones de otras cosas en la tierra, vaya a la universidad a ver una película a los ciclos de cine.

Quizás que en la película esté Abrav (otras veces la he visto). En caso que estuviese le hablaría, para ver qué pasa. Sin duda, no sería lo más emocionante, y eso lo tengo claro. Posiblemente lo más emocionante sea toparse con la persona a la cual no le pongo código todavía, pero quizás eso también sea decepcionante, así como es decepcionante no hablar los nombres directos de la gente porque ya son muchos los habitantes de mi vida real los que incursionan por mi blog (y la gracia no es hacer un reality, pues). Lo gracioso es que la gente ha empezado a conocerse entre sí, e incluso, personas que antes vivían hermosamente dispuestas en sus vidas-probeta incultivables por otros mundos, hoy se conocen, y hasta conversan, y eso sin duda que es demasiada complejidad para un sencillo mortal como yo.

Podría contar que el otro día salí en la noche, y que mientras esperaba que llegara un auto al Sevilla me paseé cantando canciones pop por los pasillos. Podría decir eso, aunque me aburre inconteniblemente, para ejemplificar ciertos cambios conductuales en mi existencia (alegando que no es normal que salga de noche, porque me aburro de antemano, etcétera, ni tararear canciones de Saiko). Lo otro curioso es que aquella noche no sentí nada en absoluto, y todo fue tan bien y normal que me produjo una pereza existencial seria. Ni siquiera ante los coqueteos de una chica a la que llamaré Sol (que antes hubiese celebrado como una victoria digna en mi cutre universo de conquistas a gente que nunca me ha leído) me motivaron en absoluto. Quizás el único momento digno de la noche fue la conversación con un tipo que conocí allí, al que llamaré Pelmazo. Él se me acercó y luego de saber que estudiaba psicología (y yo corregí con el predecible: “no, enfermería mental” ultra efectivo, y que causó las risas esperadas y preparó el ambiente para mi entrada triunfal; si bien no me interesó hacerlo y decidí automarginarme), comenzó a contarme su vida. Lo gracioso no fue que lo haya hecho, porque como mis amigos carnales saben, eso es algo común en nuestra estirpe. Lo digno del asunto es que el sujeto intentaba demostrarme a través de su relato, que él era mejor que yo.

Me contaba lo bien que hacía todo, y lo brillante que era su vida, para luego preguntarme sobre la mía y ver si era superado o no. El juego, que acepté encantado, fue bastante hilarante durante un rato, hasta que eventualmente llegó la torta y en el cántico del cumpleaños feliz –que no canté, aunque gesticulé- todo se diluyó en un sopor infinitamente riesgoso. Vi a Sol con demasiada perspectiva (qué gran código le puse a la chica, por todas las acepciones crípticas) y eventualmente, se me reveló en todo su absurdismo existencial: el aburrimiento que proyectaba era realmente digno de análisis. Con ello me refiero a que su sopor espiritual menoscababa su belleza, y ya no tenía mucha gracia. En fin, me aburre recordarla.

En todo caso, el objetivo de este texto yo creo que fue solventado, porque por alguna razón intrínseca a su elaboración, que no alcanzo a procesar, sirvió para levantarme el ánimo extrañamente. Quizás el acto de producir algo, de dejar patencia, de convertir un momento tan naif en una memoria escrita que perdurará por los siglos de los siglos, me planetó en una perspectiva distinta. Es cierto que no dije nada muy impactante, ni tampoco quise decirlo. Porque podría haber escrito de la chica de las zapatillas de lona, por ejemplo, y hacer un texto en clave nostálgica del futuro, una especie de poema prosístico, o quizás, haber redactado la idea que se me ocurrió el otro día en la micro (si no me aburriera hacer algo predispuesto de antemano). Para hacer más angulosa la situación pude haber dicho el nombre de Sol, o tratar de tergiversar la situación y decir que, no sé, M-1 y S realmente tuvieron sexo esa noche, pero sería falso.

Ah, porque claro, queridos amigos los lectores: me junté con los Remains of the Day, para ver si realmente podía rememorar el pasado. Pero a la luz de los antecedentes que su buen amigo les está otorgando, entenderán que la idealización del pasado es bastante ficticia, y que el choque con la realidad puede resultar a lo más perturbador, cuando también asfixiante de fome. Todo eso depurado, claramente, por la ausencia de ( ), lo que hubiese podido hacer de la noche un ejercicio de nostalgias (yo con chaqueta de cuero, cabrón y aburrido, desubicándose en chistes generales sin importarle nada específico, medio ebrio, etcétera). Tampoco andaba T, por citar; y aunque T no me interese, sé que hubiera sido chispeante. O quizás no, dado lo que pasó con Sol, digamos.

Concretamente, la paso mejor no pensando ni hablando. Es un poco molesto pensar y “deber ser” y también el “deber no-ser” y romper las trivialidades es tan absurdo como seguirlas. De ello se entenderá que mis objetivos a corto plazo radican en soportar la esclavitud que supone el forjarse como profesional del futuro y a sobrevivir mis propios cambios de ánimo (tema preocupante y divertido; gracioso, podría decirse). Así como dar falsas imágenes de mí, lo que resulta francamente hilarante. Sin ir más lejos, Pelmazo intentó definirme en cuatro líneas de esta forma: “Mira, tú eres de esas personas que se preocupan de si mismas, y por eso tienes una imagen distinta y más popular, y usas anillos y pulseras, y chaquetas de cuero, y el pelo así como lo tienes, y te plantas tan seguro ante los otros con arrogancia y desplante, ¿me equivoco?”. ¡Me describió como un motoquero! Obviamente, necesité decirle que yo era ese, y complementé mi caricatura dándola una fuerte palmada en la espalda. Y no sé, queridos amigos los lectores, si será cosa del tiempo o de los días, pero en otra ocasión otro tipo, más viejo sí, y con una carrera más o menos consolidada me definió como un amante de Brahms y sencillo lector de libros anglosajones (ese día andaba con una chombita negra y un libro de Gregory Bateson bajo el brazo). La cosa es que yo odio a Brahms, pero ninguno de los dos perfiles es una aberración infundada. A M le contaba que me sentía seguro de mí mismo, sin embargo, la contradicción natural de no corresponder el coqueteo de Sol o retirarse flemáticamente del escrutinio de la chica de las zapatillas de lona, me hacen dudar de mis propias concepciones.

Al final se lo adjudico todo a los cambios anímicos, y no me vengan a decir en este momento, personas como mi muy querida Roja de Algunos, que soy Géminis, porque es cosa de leer “Querida, je t’aime” (una entrada de hace un par de semanas y que le gustó mucho a Mac, según me contó luego) para esclarecer que con el zodíaco no me llevo mucho. Sintetizando, las fluctuaciones tanto me divierten como me aburren, me alegran como me deprimen, me complejizan como me banalizan, y así sucesivamente. Soy el experimento de mi biología profunda, un péndulo azaroso recorriendo los extremos dimensionales de mis conceptos, bla, bla, bla.

Texto agregado el 13-04-2008, y leído por 294 visitantes. (0 votos)


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