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Danza de Muerte

A su alrededor la gente danzaba y conversaba. Se movían con gracia, libres, girando sobre sí mismos, agachándose y estirándose.
Sonrió.
Los bailes eran cada vez más extraños. Sería a causa de las luces parpadeantes que iluminaban el lugar, lanzando destellos brillantes que mostraban las expresiones de los bailarines.
La música era rápida, demasiado rápida. Tenía un ritmo constante, acompañado de efectos que lo hacían envolvente y sugerente.
Había niebla en todas partes. Quizás fuera a causa de las máquinas tira-humo que había en la fiesta. Aquella nebulosa causaba un efecto en la gente, que parecía dormirse cada vez más, sin dejar de danzar y conversar.
Habían muchos que se cansaban, y que paraban de danzar y se desplomaban en el suelo, agotados y adormecidos por el humo del ambiente.
Al parecer, era una fiesta al aire libre, porque corría una brisa fría que intentaba en vano despertar a los cansados bailarines.
Éstos, iban vestidos curiosamente, todos con chaquetas y sendos zapatos. Se les notaba un enorme cansancio en el rostro, pero un inconmensurable temor los invadía sólo al pensar en dejar de bailar. Debían bailar, no podían parar. Debían danzar.
La música se hacía más y más ruidosa, siguiendo con su ritmo constante, como de mil tambores sonando al unísono, como un repiqueteo a gran velocidad. Todo era tan envolvente, que hacía perder la conciencia.
Por más que se mirara o buscara, no había mujeres. En la fiesta sólo quedaban hombres, que seguían danzando, aun sin pareja, conversando a gritos unos con otros, para hacerse oír por encima por sobre la música.
El humo desaparecía a veces, para luego volver. Cada vez más jóvenes caían rendidos por el cansancio. Se desplomaban así, sin más, para dormir una larga siesta.
Las luces parpadeantes los rodeaban, cegándolos e impidiéndoles danzar con libertad. No debían acercarse a las luces, era la regla. Debían alejarse de ellas, danzar en la oscuridad.
Y, de pronto, todo cambió.
La gente danzante ya no danzaba ni conversaba. En lugar de esto, corrían, se agachaban y saltaban. Gritaban.
Las luces parpadeantes ya no eran luces, sino chispas que salpicaban por todos lados.
La música ya no era música. Los tambores ya no eran tambores. En cambio, eran graves descargas, parecidas a un disparo cruzando el silencio.
La niebla ya no era producida por máquinas, sino que era lanzada en bombas. EL humo ya no te adormecía, el humo te paralizaba y te impedía pensar, correr, escapar. EL humo te mataba.
Los jóvenes cansados ya no se paraban a descansar. Caían, inertes, alcanzados por alguna luz, o muy intoxicados por el humo que respiraban.
Los extraños atuendos ya no eran sólo eso, sino que se conformaban de cascaos y gruesos trajes militares. Los sendos zapatos eran ahora eran grandes botines de guerra.
Y, en un segundo, letal instante, todo cobró sentido.
Un campo de batalla, una descarga mortífera, un grito ahogado… y todo se oscureció.


Narzissa

Texto agregado el 08-04-2008, y leído por 78 visitantes. (0 votos)


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