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DESDE EL ALMA (Vals de Rosita Melo)


MICRO CUENTO


El convento queda en Flores.
En los días de primavera no hay un olor tan dulce y delicado en todo Buenos Aires como los jazmineros de este parque.
Mi cuarto queda en un tercer piso. Desde mi ventana puedo ver el parque, la cocina, y parte de una salita y el piano de cola.
En una época, a decir de mi madre había muchas postulantas al noviciado. Pero ahora solo quedan algunas monjas ancianas y un par de mujeres de servicio.
Ella se llama Fedora.
A la hora del te toca el piano para las monjas ancianas. Mozart, chopin, Debussy. Pero a mi me gusta oír siempre el vals popular, si bien disfrutaba de todo lo que Ella ejecutaba.
Cuando yo le pedía que no se olvidara de tocarlo Ella me decía: - Tienes que interesarte por la música importante, por los clásicos.
También la veo barrer, lavar en un piletón y fregar.
Siempre me extrañó que una persona de servicio como decía mi madre pudiera tocar el piano tan bien.
No se como siempre coincidían las horas de mis salidas con las de Fedora. Cuando yo iba y venía de la escuela, cuando yo salía para comprar algo y hasta cuando volvía de las clases de inglés.
Ahí estaba Ella.
Me miraba a los ojos, me acariciaba las manos, la cabeza, y me daba las galletitas que horneaba, los postres y los dulces.
Mi madre falleció cuando yo tenía diez años.
Mi padre se encerró entonces en su dolor y no volvió a salir de la casa.
La mujer de servicio nos dejó. Entonces mi padre dijo:
-Tendremos que buscar una persona para las tareas domésticas.
Ni lerdo ni perezoso yo le contesté: - Fedora papá, Fedora.
-¡No! -¡ Eso nunca!
No lo comprendí entonces…
Mi padre falleció cuando yo ya era un hombre.
Fedora no toca más el piano.
La veo desde mi ventana caminar y caminar por el parque pero Ella no puede levantar la cabeza. Se apoya en un bastón.
La visito casi todos los días a la hora del té. Miro sus ojitos perdidos detrás de sus gruesos anteojos pero no me dicen nada. Acaricio sus manitos, pero tampoco responden.
Se ha ido mentalmente de este mundo…
Hago miles de conjeturas. Ato y desato preguntas y respuestas.
Hay algo en lo que pienso y no me animo a admitirlo.
Pero aquella tarde fui decidido. Tome sus manos. Volví a buscar sus ojos y le dije al oído, como un susurro: - Mamá… Mamá…
Su rostro cambió. Poco a poco se tornó dulce, sereno, apacible.
Rodó entonces una lágrima por su mejilla.

Por: JORGE DURAN




POR: JORGE DURAN





Texto agregado el 05-04-2008, y leído por 157 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-04-2008 Es un cuento que pone al lector a rodar delante del relato, lo cual, ayuda al escritor a conformar el texto. Eso es estupendo. Te felicito. peco
05-04-2008 Muy bueno, el amor no tiene mascaras... yeli
 
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