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El fantasma del amor

El teléfono sonó varias veces antes de que Eugenio lograra despertarse de un sueño profundo y lo atendiera. Terminó de despabilarse cuando alguien del otro lado de la línea pronunciaba el nombre de su mujer.
Inés dormía apaciblemente a su lado y él se demoró unos instantes contemplando el rostro querido.
La voz del hombre a través del teléfono repetía el nombre: – Inés. –
Esa voz le resultaba vagamente familiar, pero una serie de ruidos en la línea no le permitía identificarla.
La noche anterior se habían acostado tarde porque la fiesta había durado más de lo previsible.
No era un festejo propio; ese vendría más adelante. Pero el festejo ajeno requería de su presencia para que nada fallara. Tenían una empresa de organización de eventos, y lo que en un principio había sido una aventura arriesgada, se había transformado en su medio de vida actual que les permitía un buen pasar.
La tranquilidad del respaldo económico había dado lugar a un acercamiento entre ellos, ya sin las preocupaciones y las presiones de la lucha por la subsistencia que tantas veces había hecho peligrar la armonía de la pareja. Ese acercamiento, logrado en base a lágrimas y esfuerzo, había terminado de plasmar un amor que nunca fue pequeño, pero que ahora era pleno. Y el festejo íntimo y propio que se debían, obedecía a la noticia del embarazo de Inés recientemente anunciado.
Todo esto pensaba Eugenio mientras sostenía el auricular en su oreja y entonces respondió: - Inés descansa, ¿quién habla?
- Inés no debe salir por ningún motivo hoy de casa. Por favor, es muy importante. Su vida está en peligro. - La voz sonaba desesperada a través de los ruidos de la línea.
Eugenio miró, ya totalmente despierto, el identificador de llamadas, pero no pudo reconocer el número. – ¿Quién es? ¿Quién habla? – preguntó de manera urgente pero en voz baja para no despertar a su mujer.
La comunicación se cortó. Pensó en una broma de mal gusto. Se levantó despacio, y desde el aparato del living remarcó la llamada que había quedado en el identificador.
- “Ud. Se ha comunicado con el Cementerio Parque Los Aromos…” –le decía de manera impersonal un contestador automático.
El mal gusto de la presunta broma se trasladó a su boca.
Ese día, su mujer tenía programado realizar un depósito bastante importante de dinero, producto de la recaudación del día anterior.
Su mente trabajaba rápido tratando de ordenar sus pensamientos. ¿Qué era lo más lógico? Una denuncia policial que dijera ¿qué? ¿Que había recibido una llamada advirtiendo, ni siquiera amenazando, acerca de un posible peligro para la integridad de su mujer? ¡Y esa llamada había sido hecha desde un cementerio! Lo más probable era que nadie lo tomara en serio.
Pero no podía arriesgarse, aunque ni él mismo estaba seguro de a qué se arriesgaba.
Finalmente tomó una decisión. Cuando Inés se levantó, él ya estaba vestido y listo para irse.
Últimamente, y con seguridad debido a su nuevo estado, ella prefería pasar las primeras y más molestas horas de la mañana en su casa, así que no le costó mucho convencerla de que no hacía falta que fuera con el dinero a hacer el depósito.
Eugenio bajó en el ascensor preguntándose si lo que sentía en su estómago y en la punta de sus dedos, era miedo. Pensó en la posibilidad de que alguien cercano y que estuviera al tanto de sus movimientos hubiera actuado como entregador y a último momento se hubiera arrepentido.
Mientras sacaba el auto a la calle, buscaba en su cabeza todos los nombres posibles y trataba de hacer coincidir esos nombres con la voz del teléfono. No lo lograba.
Había hecho ya unas cuantas cuadras, cuando al doblar en la primera esquina vio la camioneta cruzada en su camino. Trató de esquivarla cuando notó que el hombre que bajaba de ella estaba armado. Aceleró cuando pasó a su lado y junto con el insulto que adivinó más que oyó, sintió un impacto en medio de la espalda que no le produjo dolor sino un sentimiento de certeza ante lo inevitable.
El choque con el árbol que detuvo su marcha ya sin control, sacudió su cuerpo. Entonces encontró lo que había estado buscando desde temprano: el dueño de la voz del llamado. Y no sintió sorpresa al reconocer su propia voz.
Eugenio fue sepultado un día después en el Cementerio Parque Los Aromos.




Texto agregado el 27-03-2008, y leído por 442 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
25-11-2008 Bien conducido este texto, me ha impactado. Felicidades y saludops. Jazzista
13-11-2008 Impactante margarita-zamudio
29-09-2008 "Y no sintió sorpresa al reconocer su propia voz." Y si fuera como deduzco el mismo Eugenio que se llama a sí mismo, sería una manera de adelantarse (sustituir) al destino y preservar a su pareja y a lo que lleva dentro de una muerte anunciada. azulada
27-09-2008 Un buen texto. uleiru
15-09-2008 Buena redacción, buen argumento y mucha sutileza para narrar en palabras justas. Saludos. roggeralzamora
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