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En los relojes digitales zumba un corazón de cuarzo. Nadie sabe que entre latido y latido pasan millones de segundos absolutos durante los cuales las partículas del universo determinan cuál será su siguiente posición. La realidad es un pase de diapositivas. Nuestra conciencia registra años pero vivimos milenios.

Juan sufrió una angustia creciente los días que faltaban para que Isabel partiera para instalarse en San Francisco. La última noche que durmieron abrazados, Juan maldijo el tiempo que se la llevaba poco a poco. Al amanecer, dos horas antes de ir al aeropuerto, exactamente a las 05:30:04, las partículas de Juan se conjuraron para desobedecer; no se tomarían el descanso reglamentario mientras todo lo demás frenaba como era habitual.

Juan miró a Isabel dormida. Sus ojos no se movían al soñar. Tampoco sintió su respiración, ni siquiera al acercar la mano a su nariz. Quiso llamar a urgencias pero el teléfono no daba señal. Se asomó por la ventana para pedir ayuda; los coches no circulaban, había maniquíes en lugar de personas y los pájaros parecían pintados en el cielo. Corrió desnudo a la calle. El humo de los coches formaba esculturas extravagantes. Las gotas de las fuentes colgaban de un árbol de Navidad invisible. Gritó para romper el silencio absoluto.

Durmió treinta amaneceres para comprobar que no era un sueño. No lo era.

En unas millonésimas de segundo, aprendió a dibujar. Cuando agotó todas las formas de representar la anatomía y expresión de Isabel, estudió las leyes de la literatura para escribir seis tomos de una posible vida con ella. Tras unas centésimas de segundo dedicadas a esta obra, peregrinó desde todo el mundo hasta Isabel. Hizo crujir las crestas de las olas bajo sus pasos, sorteó las rocas fundidas de un volcán en erupción, comió las alas de un insecto gigante en pleno vuelo. Y rodeó la cama donde ella dormía con mapas, dibujos, apuntes y recuerdos que le sobrevivirían.

Juan envejeció al cabo de unas décimas de segundo. Hacía mucho que estaba observando un cambio: el cuatro del reloj digital de la mesilla se desvanecía y un cinco se estaba revelando en su lugar. El mundo iba a continuar su curso, Isabel iba a resucitar. Llenó un carrito de supermercado y caminó hasta el centro del océano Pacífico.

Texto agregado el 25-03-2008, y leído por 219 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-07-2008 vitrubio
02-07-2008 UH. sensei_koala
10-04-2008 ah, qué bueno eres; ni ganas me dan de hacerte una crítica literaria, ¡ja!, qué tontería; me gusta leer lo que escribes. _ednushka
30-03-2008 muy chido PAN-CONLO-MISMO
25-03-2008 cariacontecido por tan rpentina apertura temporal en el hipotálamo del improbable lector. Jugo. Chancho_Mental
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