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Inicio / Cuenteros Locales / elepoetastro / sin embargo, todos sabemos que si quieres, que tienes ganas.

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-No quiero, no tengo ganas!
Le reclamaba el joven que se notaba molesto, tomando su té y comiendo su pan con mantequilla. En la mesa, solo una taza y una silla.
-No quiero, no tengo ganas!
Como pidiendo a ruegos algo que los dos sabían qué era. Le dolía tanto la garganta cada vez que tragaba un sorbo de té.
Un silencio… …un corto silencio.
Y como muchas veces con una elegancia y feminidad natural, se paro de su trono y lentamente caminó en dirección a él, termino su transito, se paró al lado de él que sabía lo que seguía, como muchas veces, se sentía entre la espada y la pared, en ese momento, ni su cuerpo ni su mente recordaban la palabra razón, se paralizó con un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Se sentó sobre sus piernas y lentamente le besó el cuello y luego la oreja. Y le dijo con un delicioso susurro:
-Si escribes el cuento, tendremos tiempo para hacer lo que estamos pensando, mientras más luego termines, más tiempo tendremos para estar juntos.
Después de terminar el cuento, lo llevó a la cama de él, lo sentó golpeándolo con un violento y cálido beso, le sacó la polera, se sacó la blusa y él le desabrocho el sostén. Ella, con sus pechos orgullosos, su cintura estrecha, su magnifica cadera, el perfecto trasero y esas inolvidables piernas que llegan hasta el infierno, que duelen en el recuerdo de las manos de él. Ella, con la violencia cotidiana, le bajó el cierre. El, con sus dedos, hizo a un lado la ausente virginidad de ella. Comenzó a cabalgar hasta el cielo sobre él. El que la conocía bastante, porque la amaba, hacía el esfuerzo para no quedar inconciente antes que ella, para que ella estuviera contenta, para que ella no lo olvidara. Ella casi lo asesinaba con su infernal movimiento. Movimiento constante, constante. Los dos sudaban. Hasta que ella perdió todo control, la consciencia y se llenó el entorno con el gemido que se escapaba de su alma, de su joven y sexual alma.
El la dejó descansar, porque la conocía.
Se preparaba para volverla a amar y…
-Lo siento (miró su reloj), es bastante tarde, tengo que irme, mañana tengo clases, disculpa, nos vemos.
Le dio un beso, salió de la pieza, tomó el cuento que estaba sobre la mesa al lado de la taza que tenía un poco de té helado y se fue a su casa. Dejándolo desgarrado y con el eterno nudo en la garganta, tirado en su cama, silencioso y solo.

Pasaron unos días:
-no quiero, no tengo ganas!
Le reclamaba el joven que se notaba bastante molesto, tomando su té y comiendo su pan con mantequilla.

Texto agregado el 14-03-2008, y leído por 93 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-03-2008 No quiero, no tengo ganas. Buena narrativa. Saludos. Jazzista
 
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