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Capítulo 1: “En la noche, un extraño”

Era una noche fría. Maxi ya se había dormido. Estabamos sentados en el piso. Todo estaba mal, y todo era culpa de Maxi, todo. En eso vi, una persona a lo lejos. Desperté a Maxi enseguida y se lo dije. Él miro para los costados, es muy poco disimulado. La persona se estaba acercando. Tenía puesta una campera. También lleva puesto un gorro. Cuando llegó hasta donde estabamos nosotros, se agachó y nos dijo: “Vamos, no es bueno estar aquí de noche”. Maxi se paró, tampoco era muy desconfiado. “Vamos”, dijo otra vez. Tuve que ir, aunque no quería.
Nos llevó a su casa, pero no sabría que lo era hasta algún tiempo después. Se sacó el gorro. Era lindo, era castaño claro y tenía ojos verdes. Maxi me miró y se sonrío. El desconocido me miró, yo corrí la mirada. Se dirigió a la ventana, miró para afuera y luego me miró:
–Hola, soy Miguel, mucho gusto – extendió la mano en mi dirección.
–Hola, yo soy Maxi – se aproximó al ver que no me movía y le extendió la mano – y ella es María – en ese momento agarró mi mano y me la estrecho con la de Miguel.
–Hola – dije de mala manera.
Nos quedamos los tres callados largo tiempo, una hora mínimo, hasta que se escucharon unos disparos. Miguel, antes de los disparos tenía la cabeza gacha, y ahora la tenía bien erguida. Maxi había saltado de la silla en la cual se había sentado. Yo, por mi cuenta, seguía ahí parada en el mismo lugar que hacía una hora, no me gustaba estar ahí, no simplemente en esa casa, sino en esa ciudad y se me notaba mucho.
Se escucharon otros disparos. Maxi se paró bruscamente y se limpió la ropa. Miguel estaba mirando por la ventana. Maxi se acercó a la ventana y tambien miró. No sabía que miraba, era un tonto, pero yo lo era más, por haberlo seguido a ..., ni siquiera sabía donde estabamos.
–¿Qué fue eso? – dije, rompiendo el silencio de la sala.
–Es obvio lo que fueron. Fueron disparos – dijo Maxi con una sonrisa, y agregó – este lugar si que es emocionante, ¿No es lo que estabamos buscando?
–Esto es lo que vos estabas buscando, yo no buscaba nada.
Miguel miraba sin entender.
–Si no estabas buscando nada por qué dijiste que si cuando te propuse el viaje – dijo Maxi.
No tenía respuesta para eso. Miré para otro lado. No era un lugar extraño, lo contrario. Las paredes eran blancas. Había una mesa, algunas sillas, un sillón y una pequeña cocina. Un poco más allá había un pasillo el cual daba a tres puertas.
–¿Qué haces por acá? Poca gente viene – preguntó Miguel a Maxi.
–Yo buscó emoción, mi vida es muy aburrida – dijo Maxi.
–¿Y ella? – dijo señalándome con el mentón – ¿Qué hace acá? Según lo que escuché no esta muy contenta que digamos.
Maxi hizo señas de no saber. Yo estaba escuchando la conversación de espaldas.
–Aunque esta loca, y es un poco antipática y nunca sabe lo que quiere, ella es una buena chica – dijo Maxi – además...
Empecé a toser, esa conversación no debía seguir, sabía lo que estaba haciendo Maxi y no me gustaba para nada.
Se oyeron otros disparos. Miguel volvió a la ventana. Yo tuve tiempo de golpear a Maxi por lo que quería hacer. Maxi se quejó, pero Miguel seguía mirando por la ventana. Se escucharon otros disparos, pero esta vez más cerca. Miré a Miguel, estaba preocupado. Maxi seguía quejándose, sin prestar atención a los disparos.
“Shhhh, silencio” dijo Miguel. Con Maxi nos callamos. A mí, en particular no me gustaba esta situación, a Miguel tampoco parecía agradarle, pero Maxi le encantaba.
“Abajo, agáchense” empezó a decir Miguel. Nosotros le hicimos caso enseguida. Miguel empezó apagar todas las luces. Se empezaron a escuchar gritos y disparos.
Luego de un rato los ruidos se fueron. Miguel volvió a prender las luces.
–¿Qué fue eso? – grité, parándome de golpe.
–¡¡Shhh!! No grites, pueden oírte, todavía están cerca – respondió Miguel.
–¡¿Quiénes?! – yo ya estaba histérica.
–María estás azul – dijo muy tranquilo Maxi, que todavía estaba sentado en el piso.
–Eso fue... una pelea de pandillas – dijo Miguel.
–¿Pelea de pandilla? – repetí yo.
–Eso fue lo que él dijo – obviamente ese fue Maxi.
–Maxi, cuando salgamos de acá, voy a matarte – dije.
–A mí, ¿por qué?
–¿Por qué? ¿Cómo que por qué? Podrías haber buscado un lugar más peligroso.
Maxi pensó un momento, pero antes que pudiera decir algo, lo callé.
–Mañana a la mañana podemos ir a comprar los boletos para que vuelvan a sus casas, pero deberán pasar la noche aquí – dijo Miguel, para parar nuestra pelea – María puede dormir en mi cuarto y nosotros podemos dormir acá, Maxi en el sillón y yo en el piso, ¿Esta bien?
–Esta bien – respondimos los dos juntos.
–¿Dónde esta el cuarto? – agregué yo.
–Por acá, seguime – camino hacia el pasillo – es la de la derecha, si necesitas algo pedime. El baño es la puerta de la punta.
Esa noche me costó mucho dormirme, bueno, es natural, estaba en la cama de un desconocido y en una ciudad peligrosa, suena normal que no pudiera dormirme. Me parecía extraño, siendo una ciudad peligrosa, que Miguel nos haya dejado entrar a su casa y dormir en ella. Era algo en que pensar, no quería dormirme, algo me preocupaba, pero mi cansancio me venció.

Capítulo 2: “El secuestro”

Me desperté pensando que todo había sido un sueño, pero cuando vi el cuarto en el que me encontraba, me di cuenta que no. Empecé a mirar la habitación, las paredes eran blancas, como las del comedor; había un placard y una ventana, todo muy normal. En eso, se abre la puerta, era Miguel.
–Hola, ¿Te desperté?
–Ya estaba despierta – dije de manera cortante.
–¿Querés desayunar?
–Bueno.
–Tengo café, o té, con tostadas con manteca.
–Me quedo con el té
–Bueno, agarró algo y pongo el agua.
Esperé que él se fuera para levantarme. Sobre todo por que quería saber que se llevaría, lo que resulto ser ropa y una caja. Todo parecía normal. Miguel no parecía ser un pandillero, o algo por el estilo. Pero por qué nos dejo entrar a su casa alrededor de las diez en una ciudad como esta. Eso era extraño.
Salí del cuarto. Maxi aún dormía, y roncaba. Me quedé parada mirando el lugar, no parecía el de ayer. Era muy luminoso.
–Podes sentarte, si querés – dijo Miguel, mientras salía de la puerta del baño – salvo que quieras desayunar parada.
–Gracias – dije mientras me sentaba.
Los dos desayunamos en silencio. Otra cosa me llamaba la atención, Miguel no parecía ser mucho más grande que nosotros y no había rastros de que una persona mayor viviera en esa casa. Maxi se despertó. Él se sentía como en casa. Se levantó y se sentó a la mesa. Nos miró un par de veces con una sonrisa y luego nos dijo:
–¿Qué les pasa a ustedes, por qué no hablan?
–Tal vez, por que no tenemos tema de conversación – le dije, mientras agarraba una tostada y le untaba manteca.
–Pueden hablar del clima – agregó mientras agarraba mi taza de té –, de la vida – toma un sorbo de mi taza – ¿De quién es el té?
–Mío
–Eso explica porque esta amargo.
Le lancé una mirada fría.
–Tenemos que ir a comprar los boletos – Miguel interrumpió en el momento justo.
Las personas que pasaban parecían normales. Maxi y Miguel iban un par de pasos más adelante. Miguel se fijaba que los estuviera siguiendo bastante seguido, cosa que me preocupaba.
Llegamos a la estación.
Maxi y yo nos quedamos y Miguel fue a comprar los boletos. Escuché unos ruidos detrás de nosotros y decidí ir a ver que eran. Caminé una poco y doble en la esquina, me pareció ver a alguien. Estaba a punto de dar un paso más cuando alguien me tiró del brazo para atrás.
–¡¡Ah!! – grité y le di una bofetada.
–¡¡Au!!– gritó Miguel.
–Miguel, perdón, me asustaste.
–Ya me di cuenta, ¿Qué haces acá?, Les dije que se quedaran juntos.
–Entonces, ¿Por qué dejaste a Maxi?
–Maxi está conmigo.
–¿Dónde?
Miguel se dio vuelta para buscarlo, al ver que no estaba, me agarró del brazo y corrió hasta donde nos había dejado cuando fue a comprar los boletos. Maxi tampoco estaba allí. Miguel estaba nervioso y no trataba de disimular. Yo no podía ni decir ni hacer nada. Maxi no estaba en ninguna parte, y yo sentía que era mi culpa, no, no lo sentía, era mi culpa.
–Hola – dijo una vos de mujer que salía detrás de nosotros.
Miguel y yo nos dimos vuelta enseguida. Era una chica más o menos de nuestra edad castaña de ojos verdes, tenía un aire a Miguel. Estaba apoyada en un poste muy tranquila, eso no era buena señal.
–¿Cómo estas, Miguel? Hace tanto tiempo, un par de años, creo – prosiguió ella – No pareces muy feliz de verme, realmente pareces..., ¿Cómo se dice?.
–No empieces con eso Teresa.
–No, realmente me olvidé...
–¿Dónde esta Maxi? – preguntó Miguel queriendo cambiar de tema.
Parecían conocerse bien, y la “pelea-conversación” venía desde hace tiempo.
–¿El chico? Con el resto, supongo. Todo sigue como siempre, así que te recomiendo que vos y tu novia vuelvan rápido a casa, tienen veinticuatro horas desde este momento. Son las diez y media, buena suerte. Chau chau.
Miguel la miró fijo un par de segundos, no estaba lo que se llama contento. Yo estaba allí, pero no entendía nada, por qué teníamos que volver, nada. Miguel se dio vuelta, y empezó a correr. Lo seguí.

Llegamos a su casa.
Miguel buscaba algo desesperadamente. Miraba los papeles, debajo de la mesa, en el baño, en su cuarto. Estaba muy nervioso. En menos de cinco minutos ya había revisado toda la casa, menos un cuarto, el que estaba enfrente de su dormitorio. Parecía tener miedo de entrar en esa habitación, así que yo me acerqué, le abrí la puerta y pasé. Él entró y siguió revisando. El cuarto era obviamente de una chica, y nadie lo habitaba nadie desde hacía tiempo.
–¿De quién es este cuarto?
–Era de mi hermana, Teresa.
–¿Dónde esta ella ahora?
–¿Viste la chica de la estación? – moví la cabeza afirmando – es ella.
–¿Ella? ¿No es la que se llevó a Maxi?
–La misma. Le gusta molestarme.
–¿Es de alguna...?
–¿Pandilla? Sí.
–Ah, no parecía – dije mientras me sentaba en la cama.
–A veces las apariencias engañan, – lo miré sin terminar de entender lo que quería decir y él me respondió con una extraña sonrisa – no todo es lo que parece.
–¿Vos no sos de ninguna pandilla, verdad? – pregunté mientras él esquivaba mis pies para mirar debajo de la cama.
–No – dijo, dejó lo que estaba haciendo y me miró – ya no.
–¿Ya no? ¿Qué querés decir con “ya no”?
–No es obvio, antes era de una pandilla y ahora no.
–¿Por qué?
–Bueno, hice algo que no estaba permitido.
–¿Algo como qué?
–Ayude a una chica a escapar, no fue la decisión más inteligente, pero ella..., ella era muy linda – se dio vuelta siguió revisando el cuarto.
Ahora realmente estaba confundida. Maxi había sido secuestrado por la hermana de Miguel, él cual resultó ser un ex-pandillero. Todo era muy confuso. En eso vi un papel. Lo levanté y lo leí, decía lo siguiente:
“Oh, mi pequeño perrito se ha perdido, ¿Dónde estará mi querido Pepo?
El tiempo corre y Pepo sigue perdido, si no lo encuentras pronto, el juego se termina. ¿Qué hora es, mi pequeño títere?”
Si ya estaba confundida, imagínense ahora.
–¿Podrías ayudarme a buscar un papelito con una especie de acertijo? – inquirió Miguel.
–Si, tomá.
Miguel lo leyó, él tampoco parecía tener idea de lo que hablaba. Miré la hora eran las once menos cinco.
–Vamos.
–¿A dónde?
–A una perrera, es obvio – dijo mientras salía de la habitación.
–¿Por qué? ¿No podés explicarme lo que pasa? – agarraba mi campera y salía.

Capítulo 3: “En la bodega”

Al despertar Maxi se encontraba en una vieja bodega. Teresa, estaba sentada al lado de él, lo miraba fijo.
–Hola – le dijo Maxi a Teresa.
–Hola – le contestó Teresa a Maxi – ¿Cómo dormiste? Perdón por el golpe.
–Bien, tuve un extraño sueño, no hay problema por el golpe, mientras no se lo digas a mis compañeros. ¿Quién sos y dónde estamos?
–Yo soy Teresa y pertenezco a una de las grandes pandillas de por aquí. Y estás en una bodega, secuestrado.
–¿Van a pedir un rescate por mí? Miren que no valgo mucho – dijo entre risas.
–No es esa clase de secuestro.
–¿Y el restó del grupo?
–Pandilla por favor.
–¿Dónde esta el resto de la pandilla?
–Colocan los acertijos,... supongo.
–¿Acertijos?
–Para ayudar a Miguel y ... su novia.
–María no es su novia, ni siquiera le cae bien Miguel.
–¡No! Miguel tiene la cualidad de caerle bien a todo el mundo.
–María tiene exactamente la cualidad contraría. ¿Qué relación hay entre Miguel y vos?
–Soy su hermana melliza.
–Y yo pensé que era un mal hermano.
–Hey, ¿Quieres que te golpee otra vez?
–Sigo sin entender el porque de los acertijos – dijo cambiando de tema.
–Si no los encuentran y los descifran en un día, yo elijo que va a pasar con vos.
–No encuentro ningún problema con eso.
Ella le sonrío, pero no hizo ningún comentario.
–Entonces vos conoces a, cómo se llamaba, a sí, María.
–Desde que tengo 4 años, ella 3, pero yo no quiero que me encuentren.
–¿Por qué?
–Si me quedó con vos no sería nada malo.
Teresa lo golpeó en la cabeza. De repente llegó otra chica.
–Teresa – la llamó.
–¿Qué pasa?
Teresa, se levantó, se acercó a ella y empezaron a discutir. Maxi se paró sin que se dieran cuenta y empezó a irse, me parecía normal lo que estaba haciendo, yo también lo hubiera hecho en su lugar. “Hey”, escucho que alguien decía de atrás, y se dio vuelta. Teresa le dio otro golpe. Maxi cayó noqueado.
–Ayúdame a llevarlo a otro lado – dijo Teresa.







Capítulo 4: “Los perros y el loro”

–O sea ¿Sino lo encontramos en veintitrés horas, no lo recuperamos? – yo estaba tratando de entender y Miguel me estaba arrastrando de una perrera a otra.
–Exacto.
–¿Y vos eras de una pandilla? ¿Tenías algún arma?
–Tenía una pistola y un cuchillo.
–Necesito descansar.
Al decir eso me senté en escalón de un negocio. Miguel se sentó al lado mío. Es cierto, nosotros no teníamos ningún tema que hablar aparte del asunto de Maxi. Miguel se volvió a levantar. “Vamos, tenemos que seguir”, y empezó a caminar, me paré. Estaba apunto de seguirlo, cuando vi la vidriera en donde me había sentado. Era una veterinaria. Había unos cachorritos, uno de ellos tenía un collar, en el decía: “PEPO”.
Llamé a Miguel. Era lo que buscábamos. Entramos a la veterinaria. Los cachorros eran muy lindos, unos labradores. El que llevaba el colar que decía “PEPO” era un labrador blanco y había otro con collar, también labrador, pero negro.
–¿Quién les puso los collares a los perros? – dijo el veterinario.
–Ya los tenían cuando entramos – le respondió Miguel.
–Miguel, hay un papel en este collar, – dije – toma.
En el papel decía lo siguiente: “Bien, por fin, pensé que seguirías buscando en perreras. Pero bueno no está allí. Y ahora estas perdiendo tiempo leyendo esto cuando no es el acertijo. Chau.”
–¿Cuánto salen los perritos? – pregunté al veterinario.
–María, debemos seguir buscando, el acertijo, esta acá, en alguna parte, – seguía Miguel – María.
Miguel se dio cuenta que yo era un caso perdido y empezó a buscarlo sin mí. Miraba entre los juguetes de perros y gatos. Debajo del escritorio del veterinario. En todos lados.
–Miguel – dijo de repente una voz – Miguel.
–¿Quién dijo mi nombre? – Miguel se dio vuelta bruscamente.
–Fue el loro – respondió el veterinario.
Miguel miró al loro. Adentro de la jaula había un papel.
–Ahí está – observó Miguel.
El veterinario abrió la jaula del loro y lo sacó.
Este decía: “–Espejito, espejito, ¿Quién es el chico más bonito?
–Porque no tu amiguito.
–¿Espejito, espejito, donde lo deberé encontrar?
–Busca bien que en oferta lo encontraras.”
Miguel se quedó pensando un momento. “Un shopping” susurró. “María, vamos, ya sé donde debemos irnos. Vamos”
–Entonces me llevó los dos cachorros y el loro – le dije al veterinario.

Capitulo 5: “En el shopping”

No estaba permitido entrar con animales. Pero con Miguel nos escabullimos. Una vez adentro no nos dirían nada. O eso era lo que pensábamos.
La gente nos miraba. Bueno, era normal, teníamos dos perros y un loro. Miguel buscaba un negocio en particular. Yo quería ver la ropa, pero él no me dejaba. Nos paramos enfrente de un local. Este era enorme, estaba genial. Miguel entró. Pepo, Apri y yo lo seguimos. Apri y Pepo eran los perros y el loro se llamaba Blond e iba con Miguel. Yo se lo había regalado.
Como de costumbre, Miguel, empezó a revisar toda la ropa buscando el bendito acertijo. Mientras tanto, yo, me dedicaba a mirar la ropa. En eso, levantó la mirada y veo, bien claro, a Maxi y Teresa.
–Miguel, Miguel – grité.
–¿Qué pasa?
Me quedé mirándolo. Al ver que no le contestaba siguió buscado.
–Vi a Teresa con Maxi.
–¿Dónde los vistes? ¿Por qué no me lo dijiste?
Me reí. Miguel se enojó.
–¿De que te reís? ¿Dónde es qué los vistes?
Le señale con el dedo. Él salió disparado. Yo me quedé mirando la ropa.
–Hey, ¿Quién te dejó entrar con esos animales?
Me di vuelta, un guardia de seguridad, me había visto, ahora estaba en problemas. Salí corriendo para el lado contrario que Miguel.
Dejé de correr, y miré para atrás, ya había perdido al guardia, pero también había perdido a Miguel.
“María” escucho. Me di vuelta. Maxi estaba allí parado, y sonreía.
–¿Qué pasó, recién te vi con Teresa? – dije.
–Me dijo que me iba a dar un rato libre, y se fue para el otro lado. Empecé a caminar para el otro lado, y escuché hablar a Teresa y Miguel. Entonces me preocupé, comencé a buscarte.
–En serio, ¿Te preocupaste por mí? Y yo pensé que no te preocupabas por nadie.
–Vos sos como mi hermanita. ¿Sabes que hacía Miguel hablando con Teresa?
–Son hermanos.
–Si me enteré. ¿De que lado esta Miguel?
–Nuestro, – le dije segura y luego agregué con tono dudoso – creo.
–¿Qué hacía Miguel con un loro y qué haces vos con dos perros?
–Me los compré, y le regalé a Miguel el loro.
Maxi sonrió, estaba contenta de que Maxi este bien, solo por eso se lo perdoné.
–Será mejor que nos vayamos antes que me vuelvan a secuestrar. Teresa es buena en eso, y esta un poco loca.
–Es perfecta para vos.
–Lo sé. Vamos, pero antes, encontremos a tu novio.
–Vamos – dije golpeándolo en el pecho.
Caminamos despacio. Teníamos que tener cuidado con Teresa y con los guardias. Estuvimos dando vueltas sin encontrar a Miguel, ese local era realmente enorme. De repente me paré y me di vuelta. Maxi ya no estaba. En su lugar estaba Teresa, me miraba fijó, con los ojos bien abiertos. Realmente asustaba. Nos quedamos largo tiempo en silencio, si Maxi decía que estaba loca tenía que ser grave. Yo ya estaba completamente saturada, ni las bromas de Maxi me hacían enojar, así que empezé una conversación con ella.
–Hola, soy María, la vecina de Maxi.
–Hola, soy Teresa, la hermana de Miguel, mucho gusto.
–Así que tenés secuestrado a Maxi, otra vez.
–Nunca dejó de estarlo, simplemente lo dejé que suelto un rato, para que vos lo veas, pero claro Miguel no lo tenía que ver así que los tuve que separar.
–Muy ingenioso de tu parte.
–Gracias, lo hago siempre, soy genial.
–¿Dónde dejaste a Miguel?
–Realmente no me acuerdo, me parece que con la ropa de niños, pero no estoy segura, creo que tengo problemas de memoria.
La miré. Realmente era perfecta para Maxi, lo cual asustaba un tanto.
–Sabes, – empezé – harías buena pareja con Maxi, son tal para cual.
–Lo sé, él es lindo pero..., no me dejan, son malos. Vos deberías pensar acerca de Miguel.
–Voy a tratar.
–Ah, toma – extendió su brazo y me dio un papel – ahora me tengo ir antes que llegué mi vil hermano. Nos vemos.
Luego de decir eso, se alejó cantando villancicos. En eso, apareció Miguel. Estaba agitado.
–Escóndete, escóndete, no preguntes – dijo Miguel mientras me empujaba a la ropa.
Escuché a unas personas corriendo. Eran realmente tontos, no nos vieron y siguieron de largo. Pero, por las dudas, nos quedamos unos minutos más.
Cuando salimos, le conté lo que dijo Maxi y Teresa, omitiendo solo una parte. Luego le di el papel. El cual decía esto: “Sigue el camino amarillo, busca a la bruja, róbale los zapatos rojos y tres veces los has de golpear, ¿Dónde diablos quedarás?”
Era extraño. Miguel no podía sacar este acertijo. Parecía muy angustiado. Le saqué el papel, él no me lo impidió. Lo leí otra vez. Me pareció fácil y estaba claro. Volveríamos a casa, o sea, debíamos ir a la casa de Miguel.
–Miguel, debemos volver a tu casa. Aquí lo dice – señale el acertijo – ¿Te sentís bien? Porque no lo pareces.
–Estoy bien, – dijo en un tono poco creíble – ya es la una menos veinte.
–Que tal si vamos a tu casa, comemos algo, buscamos el acertijo, dejamos los animales y seguimos la búsqueda.
–Bueno, vamos.
Salimos a escondidas, igual que como entramos. Llegamos a su casa a la una en punto.


Capítulos 6: “Alejandro”

Por tercera vez desde que empecé, Teresa dejó inconsciente a Maxi. Pero esta vez ella lo despertó con amabilidad. Maxi miró el lugar donde se encontraba, era la bodega abandonada. La miró con cara desconfiada, poco común en él.
–Me dejaste inconsciente, otra vez.
–Perdón, – y enseguida agregó– pero es divertido.
–Mis hermanas dicen lo mismo. ¿Por qué será?
Teresa hizo señas de no saber con sus hombros.
–Tal vez tengan razón – dijo Teresa.
–¿Te sentís bien?
–Sí.
–¿Qué te pasó? Confía en mí.
–La curiosidad mató el gato.
–Que suerte que no soy un gato. Dale contame, porfis.
–Pablo me retó.
–¿Quién es Pablo? Digo... ¿Por qué te retó?
–Pablo es mi superior, o algo por el estilo, y porque hice algo muy arriesgado.
–Yo estoy acá. Decime, ¿Qué relación tenés con este tal Pablo?
–¿Por qué? – preguntó Teresa –¿Te interesa?
–Mucho.
Teresa se rió. Alguien entró. Era un muchacho de nuestra edad más o menos. Traía una bolsa con hielo. Ese era Pablo, pero Maxi no lo sabía. Teresa se le acercó, se intercambiaron unas palabras, le dejó la bolsa y se fue.
–Adivina quién era.
–¿Pablo?
Ella movió la cabeza diciendo sí. Se llevaban muy bien, por haberse conocido hace unas horas y en esas circunstancias. Eran extraños.
–Yo soy mejor que él – siguió.
Teresa le puso la bolsa en la cabeza a Maxi. Al parecer le habían golpeado con algo. Se quedaron callados largo tiempo, extraño en ellos que nunca se callan y dicen estupideces sin sentido, pero, en fin, se callaron. En eso, volvió Pablo.
–Vamos – dijo.
–¿Adónde? – preguntó Maxi.
–No te interesa – le respondió este.
–Si no me interesara no te preguntaría.
Y así siguieron un rato. Teresa se divertía con ellos.
–Teresa, decile que dejé de hablar o va terminar mal.
–¿Por qué? No soy tu mula – protestó ella, mientras ayudaba a pararse a Maxi.
Maxi le sacó la lengua a Pablo. Hubiera sido muy divertido estar allí par ver la cara de Pablo, pero Miguel y yo, tuvimos que conformarnos con la descripción de Maxi y Teresa y nuestra imaginación.
Cuando termino toda la escena, llevaron a Maxi a otra habitación. En esta, se encontraba Alejandro, obviamente todavía él, o yo, lo sabíamos.
Alejandro era el líder, o algo parecido a eso, de la pandilla de Teresa y Pablo. Era un tipo serio. Se le notaba más grande que el resto. Es sus ojos se veía que era el líder. Realmente tenía mucha presencia, nadie lo contradecía, bueno salvo Maxi, Miguel, yo y casi siempre Teresa, lo cual no me sorprende ni a mí ni a nadie.
Bien, en que me quedé, así que Maxi era llevado ante Alejandro.
–Hola Maxi – dijo Alejandro, con voz seria.
–Hola – contesto efusivamente Maxi – ¿Cómo estás?
Alejandro miró a Teresa y se rió entre dientes. Era obvio que pensaba lo mismo que yo.
–Bien, ¿Y vos?
–Estuve mejor, pero tengo buena compañía. Salvo que le gusta golpearme... – miró a Teresa, ella le sonrió – pero estoy bien, gracias por preguntar. Por cierto, ¿Quién sos?
–Alejandro.
–¿Puedo decirte Ale?
–Sí querés.
–“Ale” es el jefe por acá, – agregó Teresa – hay que respetarlo y hacer todo lo que él dice.
–Déjame adivinar, no le haces caso ni en lo más mínimo, ¿No?
–Si, pero yo soy yo.
–Menos mal que vos sos vos y vos no sos yo o yo soy vos o yo soy aquel – señaló a Pablo con la cabeza.
–Muy cierto.
–Chicos – interrumpió Alejandro sabiendo que podían seguir así un buen rato –, cállense.
Ambos se callaron.
–Bien, ¿Sabes que tu amiguita y Miguel te están buscando?
Maxi movió la cabeza afirmando.
–Teresa, lo volviste a hacer, ¿No?
Teresa hizo el mismo movimiento que Maxi, pero con una sonrisa de niña pícara.
–¿Sabes que no deberías hacerlo cuando esta Miguel en juego?
Repitió el gesto.
–Diganme, ¿Tengo cara de gracioso?
Ambos agitaron las cabezas, al mismo tiempo, diciendo no. Tuvieron suerte de que Ale era una persona paciente.
–Entonces, ¿Por qué no me hablan?
–Vos dijiste que nos callemos – dijo Teresa.
–Y tenemos que hacerte caso – acotó Maxi.
–Pablo, llévatelos – Ale tenía una sonrisa dibujada en su cara.
Pablo obedeció, era su perrito faldero.
Alejandro se quedó un rato en la habitación, fumando un cigarrillo y pensando, cuando terminó, salió.

Capítulo 7: “De vuelta en casa”

La casa no estaba como la dejamos. Alguien había entrado y la había acomodado. De repente, escuchamos un disparo. Por poco me da un infarto.
Miguel me tiró al piso. Había alguien en la casa de Miguel, con una pistola. No sé como ni de donde, Miguel sacó un revólver y empezó a dispararle a alguien. Este volvió a disparar y le pegó en el brazo a Miguel, no podía seguir disparando. ¿Y qué hizo el muy tonto? Me la dio a mí. Me explicó muy rápido que era lo que tenía que hacer en el medio de tiros. ¿Y que hice yo? Bueno, yo disparé y le pegué. Suerte de principiante. No lo maté, le pegué por el brazo e hice que pierda la pistola. Entonces, Miguel se paró y lo noqueó, eso debe ser hereditario. Él muy bestia le pegó con una silla, para no noquearlo.
Me paré enseguida. Miguel estaba sangrando por todos lados, por poco me desmayo.
–María, vení, necesito tu ayuda no lo puedo mover solo.
Fui inmediatamente. Lo levantamos y lo sentamos en una silla. Miguel me dio una soga, con la cual lo até. Después, Miguel me hizo venderle la herida, por suerte la bala no estaba adentro. Cuando terminé, estaba pálida. Lo primero que hice fue comer algo para subirme la presión, sentía que me iba a desmayar. Cuando me sentí mejor, miré a Miguel, el brazo todavía le sangraba.
Caminé hasta él, estaba sentado en el sillón. Me senté a su lado y le ofrecí de lo que estaba comiendo. Yo lo estaba mirando fijo, Miguel se sentía observado.
–¿Qué pasa? – me preguntó.
–¿Te duele?
–¿Qué te parece?
–¿Puedo mirar?
–Si querés– y se sacó la remera con mucho cuidado.
Yo me le acerqué. Se le notaba nervioso.
–No se ve muy bien. Me parece, que la bala sigue ahí.
Me acerqué más. Esperé que Miguel se distrajera y le metí la mano en la herida.
Tuvieron que escuchar el grito que pegó. El muy tonto se paró y no me dejaba sacarle la bala.
Tardé varios minutos en convencerlo, de que se dejara, pero al final accedió.
Se sentó en el mismo lugar. Volví repetí mi maniobra, pero más despacio esta vez. Miguel cerró los ojos. Enseguida la saqué. Miguel tenía todo el brazo ensangrentado y yo todas las manos.
Me lavé las manos y le desinfecté y le vendé la herida. Miguel seguía con el azúcar. El pobre estaba todo blanco. También le limpié el brazo y le conseguí una remera.
Cuando lo vi mejor le pregunté:
–¿De donde sacaste la pistola?
–Ya te dije que tenía una pistola.
–Si pero estuve toda la mañana con vos y no me dijiste que la traías.
–Detalles.
–Miguel – chillé muy agudo.
–Bueno, la tenía en una caja, la que saqué de mi cuarto, ¿Te acordás? También tengo el cuchillo.
–Gracias.
–María, gracias.
–No hay de que.
Y esa fue toda nuestra conversación. Nos que damos los el sillón, sentados.
Yo lo miré, pero cuando él me miró a mí, yo miré para el otro lado, entonces él volvió a mirar al frente. Así un par de veces, hasta que dejé de mirar para el otro lado. Entonces nos quedamos mirándonos, en silencio, largo rato, hasta que algo muy extraño sucedió, nos besamos.


Capítulo 8: “Teresa y Maxi”

Pablo los dejó en la bodega. Maxi estaba por ahí correteando, fijando si se podía escapar. Sí, lo estaba haciendo enfrente de Teresa, pero esta estaba muy ocupada pintándose las uñas.
–Teresa, ¿Hay alguna manera de escaparse de acá?
–Soy inconsciente, pero no tonta.
–Bueno, estoy aburrido.
Teresa estaba descalza, pintándose las uñas de los pies también.
–Maxi – dijo cuando terminó –¿Puedo pintarte los ojos?
Maxi la miró con cara de asco.
–Solo deliñartelos.
–Esta bien, pero no tengo ganas de moverme, así que vení.
Maxi se había sentado en el piso, contra una pared. Teresa se le acercó, se le sentó encima y empezó pintarlo. Maxi estaba muy aburrido para dejarse hacerse eso, a mi nunca me dejó y lo intenté más de una vez.
–Listo, quedaste re-lindo.
–Gracias.
–Teresa – Pablo estaba en la puerta.
Ella fue corriendo, Pablo le volvió a decir de todo. Pero a ella le entraba por un oído y le salía por el otro.
–Pablo dice que no tengo que estar tan cerca de tuyo – volvió Teresa.
–Esta celoso.
–Sip, y no lo disimula. ¿Querés saber lo que esta pasando con Miguel?
–Dale.
–Bueno, a Miguel le dispararon en el brazo, adivina quién se lo vendó y desinfectó.
–María.
Teresa hizo caras de afirmación.
–¿Cómo sabes todo esto?
–La persona que ellos tiene allá tiene una mini-cámara en la ropa, o algo parecido, es algo genial, me acabo de enterar, los está filmando. ¿Querés saber que otra cosa están haciendo?
–Decí – Maxi se paró rápidamente y fue hacia Teresa.
Ella se le acercó y lo besó. Maxi la miró y también la besó. De repente, alguien golpeó la puerta. Teresa le tapó la boca Maxi y se quedó callada. Volvieron a golpear. Pero ella no contestó. La persona del otro lado de la puerta, seguramente Pablo, dejó de golpear y se fue. Teresa le sonrió a Maxi, pero tenía unos ojos tristes que antes no tenía. Maxi se dio cuenta.
–¿Por qué no contestaste? – preguntó.
–¿Querías que contestase?
–No, pero...
–No te preocupes – Teresa seguía sonriéndole, y ahora le estaba acariciando la cara.
–Teresa, no soy tonto ya sé lo que esta pasando. Y lo que piensa hacer Pablo conmigo. Me odia, me va a matar.
–¿Pablo? No voy a dejar que lo haga. Aparte el que manda el Ale, y el no es un asesino – nunca iba a poder convencer a Maxi con los ojos triste que tenía.
–Soy hombre muerte.
–Maxi, no va a pasar nada.
–¿Por qué no? Él no pierde nada con eso, María no pierde nada, vos no perdes nada, solo te gusta sacar de quicio a Pablo.
Teresa se quedó mirándolo, Maxi estaba asustado. Yo si hubiera sido ella lo hubiera matado por hablarme así, pero ella ni siquiera le pegó, sino que se sacó la remera y lo besó. Maxi simplemente la siguió.


Capítulo 9: “El plan de Pablo”

Recién a las dos y media, nuestro rehén despertó. Se nos quedó mirándonos un rato y luego dijo:
–¿Van a seguir así mucho tiempo más? Me están dando ganas de vomitar.
Miguel y yo, en ese momento estabamos en una posición complicada. Todavía estabamos besándonos. Ignoramos lo que dijo, pero paramos. Yo lo miré y le dije:
–¿Cómo está tu brazo?
–Bien, hiciste buen trabajo.
–Sí, también en tu boca – ese era nuestro rehén.
–Creo que deberías ir a un hospital.
–Sí.
Nos sentamos en silencio.
–María.
Yo lo miré.
–Sos muy hermosa.
–Gracias. Vos tampoco estas mal.
–Gracias.
–Por Dios, ¿Por qué a mí? – dijo este.
–Jony, cállate – Miguel lo conocía.
–Si quiero.
Miguel se paró y fue a la cocina. Sacó cinta de embalar y lo calló. Mientras tanto, yo me paré. Con Miguel nos miramos y nos reímos. Él se acercó a mi. En eso escuchamos una musiquilla muy molesta.
–En mi casa nada hace ese ruido.
–No, es mi celular.
Empezé a buscar en mi campera el teléfono. Lo encontré y contesté:
–Hola.
–María, hija ¿Donde estás? – preguntó la voz de mi papá.
–Bueno, la verdad es que no sé el nombre de la ciudad en la que estoy.
–¿Dónde pásate la noche? ¿Y por qué te escapaste? ¿Por qué no nos dijiste, a tu madre y a mí, que tenías celular?
–¿Querés saber donde pasé la noche? Bueno yo te digo. La pasé en la casa de Miguel. No les dije los del celular porque no quería. Y me escape porque estaba harta.
–¿Quién es Miguel?
Le puse el teléfono a Miguel. Este dijo “hola” tímidamente.
–Ese es Miguel.
–¿Estás sola con él? ¿Y Maxi? ¿Dónde está?
–No tengo idea donde se metió Maxi, papá. Me tengo que ir. Te llamó más tarde. Chau.
–María, no cortés, Mar...
Demasiado tarde, ya había apagado el celular.
–Bueno, vamos a ver que tiene Jony para decir – dijo Miguel.
–Vamos.

–Teresa – dijo Maxi mientras se ponía la remera – ¿Ya te dijo que lo iba hacer, no?
–Sí, hasta puso hora. A las cuatro y media, debería esperar al menos hasta las diez y media de mañana – le respondió mientras se acomodaba la pollera –, pero ya te dije que no va pasar.
Maxi ya se había terminado de cambiarse, así que se dio vuelta para mirar a Teresa. Esta se estaba poniendo la remera.
–¿Por qué?
–¿Por qué que?
–¿Por qué no lo vas a dejar? Yo no veo ninguna razón que te lo impida. Nos conocimos hace unas horas. Ni siquiera un día. Ni nos conocemos.
–Una cosa es molestar a mi hermano o pelear en la calle y otra es asesinar a sangre fría. Aparte creo que podemos llevarnos bien, y sería una lastima matarte, tan tempranamente al menos.
Maxi la miró, estaba asustado. Teresa se le acercó y lo abrazó. Estaba tratando de calmarlo.
–Vení – Teresa agarró la mano de Maxi y se lo sacó de la habitación.
Teresa llevó a Maxi a un cuarto donde había unas pantallas, agarró un vídeo y lo puso. En la pantalla aparecimos Miguel y yo. Primero estaba yo limpiando le la herida, y luego estabamos besándonos. Normalmente me enojaría de ser su entretenimiento, pero él estaba muy asustado en ese momento, y hubiera hecho cualquier casa para hacerlo reír.
–Sabía que te iba a gustar.
–Y ella decía que no lo soportaba.
–Mi hermano tiene sus encantos, no sé cuales, pero los tiene. Vos tambien los tenés – y le dio un beso en la mejilla.
La miró, ya estaba mejor.
En eso la puerta se abre, entra Pablo con otras personas.
–Teresa, ¿Qué hace él afuera? – preguntó Pablo.
–Pasear.
–No lo podes sacar a pasear. Da, Pe, llévenselo.
Agarraron a Maxi, uno de cada brazo. Maxi se resistió. Pero igual se lo llevaron. Pablo y los demás los siguieron. Teresa se quedó en el cuarto sola.

Miguel estaba dando vueltas por la habitación. Yo estaba sentada en el sillón. No lo podíamos creer, lo iban a matar. Bueno, le gustaba hacer juegos tontos, pero..., no eran para tanto.
–Pero Alejandro no mata, él juega con la gente hasta el punto de volverse loco, pero no manda a matar a la gente.
–Eso es lo que nos dijeron. A las cuatro y media, el chico pasa al otro reino.
–Pero es muy extraño, él no es así.
–Ya lo sé, a mí también me párese extraño, pero Pablo nos dijo eso.
–Espera un minuto, ¿Pablo?
–Sí. Hace tiempo que Alejandro no nos da ordenes directas, normalmente pasa por Pablo primero.
–Esto no lo dijo Alejandro, fue Pablo. El asesino ahí es él. Más si Teresa esta en el medio.
–Puede ser, pero sigue siendo una orden para mí.
Miré el reloj, eran las tres menos cuarto. Estabamos en problemas, por unos borreguitos que solo seguían ordenes.
–Miguel, tengo una idea. Yo voy a buscar a Maxi y vos vas al hospital.
–No voy a dejar que vayas sola.
–No podemos perder tiempo, ya son las 14:45, faltan solo dos horas. Aparte, yo solo lo voy a buscar no voy hacer nada hasta que llegues. Llévate mi celular y yo te llamó cada media hora para que te quedes tranquilo y decirte donde estoy.
–Esta bien. Pero tené mucho cuidado, Pablo es peligroso, y mi hermana también.
–No te preocupes, no creo que tu hermana quiera matar a Maxi, me párese que le gusta. ¿Qué hacemos con él? – señale a Jony con la cabeza.
–No te preocupes, no va a estar cuando volvamos.
–¿Por dónde puede ser que estén?
–Búscalos en grandes estructuras abandonadas.
–Listo.
Ahora Maxi estaba en un cuarto mucho más pequeño adentro de una jaula. Entre los barrotes había bastante espacio, pero Maxi no pasaba por ahí. Él estaba sentado en unos de los rincones.
Teresa entró al cuarto. Tenía la cara triste.
–¿Qué te pasó? – le preguntó a Maxi.
–No le caigo bien a Pablo.
–¿Te caíste otra vez, no?
Maxi afirmó con la cabeza.
–Si pregunta me golpearon, es menos vergonzoso – le contesto.
–Teresa se le acercó para mirarle mejor la cara. Le estaba sangrando el labio.
–Espérame un minuto. Voy a buscar un trapo y agua.
En menos de un minuto Teresa le estaba limpiando la cara a Maxi.
–Teresa, ¿Qué hora es?
–Las tres en punto.
Teresa estaba sentada cerca de Maxi, pero del otro lado de las rejas. Estaba jugando con un mechón de pelo de él.
–Maxi, me voy a ir.
–¿Dónde?
–Voy a ver a Alejandro, y tratar de convencerlo de que no lo haga.
–No tenés que hacerlo. Te vas a meter en problemas.
–No te preocupes, vivo en problemas.
Se paró, le dio un beso en la cabeza a Maxi y se fue.

Alejandro vivía medianamente cerca del lugar donde se encontraba Maxi. Era una casa muy parecida a la de Miguel. Alejandro era más grande que todos ellos, tenía 23 años. Pablo tenía 17, el resto todos tenían entre 14 y 16, excepto Teresa que tenía 17 también, es por eso ella hacia lo que quería, Pablo no la iba a mandar. Hasta Maxi tenía 17.
Bueno, me estoy yendo por las ramas. Teresa tocó el timbre de la casa. La puerta la abrió una mujer de la misma edad de Alejandro, supongo.
–Hola, ¿Está Alejandro?
–Sí, pasa.
La casa no parecía de un jefe de una pandilla, mucho menos. La muchacha la dejó en la sala de estar y subió unas escaleras. En poco tiempo, Alejandro apareció por las escaleras.
–Teresa, que interesante visita, sentaté, por favor.
Se sentó.
–Sabes que no podés venir a mi casa, ni vos ni Pablo, nadie.
–Lo sé.
–Entonces, ¿Qué haces acá?
–Vine a pedir que no mates a Maxi.
Alejandro la miró sorprendido.
–Yo no mato.
–Entonces hace algo, lo van a matar.
–No puedo, dejé la pandilla, ¿No te lo dijo?
Teresa no entendía.
–Claro que no, sino no estarías aquí. No creo que lo haga público hasta después de la muerte de Maxi. La pandilla no lo haría si saben que no es orden mía.
–Pero, ¿Quién va a ser el nuevo líder?
–No sé, ustedes lo decidirán a través de una votación.
–Pero ¿Por qué? Necesito tu ayuda.
Teresa estaba deprimida, en eso se escucha unos pasos en la escalera. De allí aparece un niño de unos dos años. El pequeño se quedó mirando a Teresa y, luego, corrió a los brazos de Alejandro.
–“¿Por qué?” Lo mismo preguntó Pablo, a él no le contesté. Pero dado que estas acá te voy a contestar. Por mi hijo – miró al niño – y porque estoy muy viejo para eso.
–No sabía que tenías un hijo. Pero si vos no podés ayudarme ¿Qué hago?
–Conozco dos personas que te pueden ayudar.
Teresa se quedó pensando unos minutos.
–Gracias..., Ale.
Teresa ya se había repuesto. Le dio un beso a Alejandro, uno al niño y salió cantando, villancicos de nuevo, en buscar de su hermano.


Capítulo 10: “Al rescate”

Ya eran las tres y media cuando terminaron de coserle el brazo a Miguel. Él no estaba muy feliz en el hospital, estaba preocupado por Maxi, Teresa y por mí.
Estaba saliendo de la habitación en que lo cosieron cuando vio a una chica parada al lado del cartel de prohibido fumar, fumando.
–Hola Teresa.
–Miguelito, ¿Cómo estas? Hoy nos vimos más seguidos que en un año entero.
–¿Qué haces acá?
–Vengo ayudarte, para sacar a Maxi de ahí.
–¿Sabes que si haces eso no vas a poder volver?
–Lo sé. Voy a vivir con vos.
–No, no, no vos no vos a vivir en mi casa.
–Nuestra casa, Miguelito.
–No me digas Miguelito.
–Miguelito, Miguelito, Miguelito.
Mi celular empezó a sonar en el medio de la pelea, pero la mejor parte, era que no era yo la que llamaba, sino mi mamá.
–María – dijo Miguel a penas abrió el teléfono.
–¿Quién es usted? – respondió mi mamá.
–Miguel – dijo con voz de víctima al ver, o escuchar, que no era yo.
–¿Qué relación tiene usted con mi hija? ¿Qué hace con su celular?
Teresa no se pudo contener, y cuando mi mamá pregunto que relación teníamos, gritó que era mi novio. Mi mamá por poco se muere, Teresa también estaba por morirse pero de risa y Miguel, de vergüenza. Al no saber que responder a las preguntas de mi mamá, Miguel le cortó. Fue la mejor solución.
–Te parece manera de tratar a tu suegra.
Miguel la hubiese matado si el teléfono hubiera vuelto a sonar. Lo contestó no tan seguro esta vez, pero era yo, había encontrado el lugar donde estaba Maxi.
–Miguel, encontré el lugar.
–Muy bien, no hagas nada, vamos para allá.
–¿Vamos?
–Teresa se cambio de bando.
–Te dije.
–¿Dónde estas?
–En un teléfono público cerca de una plaza, decile a Teresa que te traiga, yo me quedó acá.
Corté.
–Dale, vamos.
–¿A dónde? – Teresa ya se había olvidado, tenía poca memoria.
–A buscar a María.
–Ah, si, si, vamos.
–¿Tenés la remera al revés? Antes la tenías bien.
–Vamos, vamos – ella empezó a empujarlo mientras contenía una sonrisa.


Hasta las cuatro no nos encontramos. Estuvimos dando vueltas buscándonos y no nos encontrábamos. Tardamos pero lo hicimos. Miguel estaba muy preocupado. Me tuvo cinco minutos preguntándome si estaba bien. Cuando terminó me beso. Teresa se nos quedó mirándonos.
Ella nos había dicho había una ventana por la que podíamos entrar sin ser vistos, había un solo problema, era por una ventana que estaba bastante alta. Miguel tardó otros cinco minutos en convencernos, a Teresa y a mí, de que teníamos que escalar los ladrillos. Al final lo logró, pero con la condición de que él fuera adelante nuestro, yo llevaba pollera. Fueron los peores quince minutos de mi vida. Pero bueno, donde estaba la ventana, adentro había un entrepiso, así que no hubo problemas, solo que casi me mató en la escalada.
Una vez adentro, Teresa debía conseguir la llave de la celda, sacar a Maxi, y después todos debíamos salir. Sonaba bien y fácil. Pero no era fácil, bueno la primera parte tal vez, pero la segunda definitivamente no.
No sospecharían de ella. Entró a un cuarto, ella salió, después de cinco minutos, con un bolso y una silla, venía cantando.
–Miguel, estamos en problemas, saben que no estoy de su lado.
–¿Cómo?
–Alejandro llamó por teléfono.
–¿Alejandro?
–Sip.
–¿Para que es la silla? – pregunté, me tenía muy intrigada.
–Para Pablo. Vamos.
Luego de esto vino una pelea entre Miguel y Teresa que no recuerdo, pero la cuestión es que yo terminé con las llaves.
Ella nos llevó a la habitación en la que se encontraba Maxi. La puerta estaba abierta. En el cuarto había un chico, era Pablo pero yo no lo sabía. Teresa, siempre muy delicada, le partió la silla por la cabeza, igual que Miguel a Jony, y como consecuencia, Pablo cayó inconsciente. Eran dos salvajes.
Como yo tenía las llaves, que realmente no sé como las conseguí, me acerqué y abrí la jaula. Apenas la abrí, Maxi y yo nos abrazamos, pero no lo sentí como el Maxi que yo conocía, había cambiado. Después lo vi amorotonado.
–¿Qué te pasó? – le pregunté.
–Y este me pegó.
Lo miré.
–Lo hizo, el hecho que me halla caído de las escaleras y me lastimara no cambia que lo hizo. Aparte suena mejor. Una preguntita, ¿Le pegó con una silla?
–Sí, Miguel también lo hace.
Maxi se quedó mirando a Pablo tirado en el piso y los restos de la silla. Después miró a Teresa. Esta le sonrió. Él la abrazó.
–Viste, te dije que no te iba hacer nada – y lo besó.
–Ya entiendo como es que llegaste ahí a dentro – ese fue Miguel con cara de odio hacía Maxi.
Miguel por poco mata a Maxi, no le gustaba que estén con su hermanita, ni Maxi ni nadie. Se había dado cuenta que es lo que pasó con la remera, aunque ellos lo negaron por mucho tiempo.
Bien, ya teníamos a Maxi, ahora venía la parte difícil, salir. Al salir de la pieza, tuvimos un pequeño problema nos estaban esperando. Bueno, en realidad, nos estaban disparando. Nos refugiamos detrás de unas cosas, bultos, que había por ahí.
Teresa, del bolso, sacó una pistola y Miguel sacó la suya, ambos empezaron a disparar.
–Teresa ¿Te sobra una? – preguntó Miguel
–Sí, tomá – y él me la paso a mí.
Fue muy divertida la cara de Maxi, cuando mi vio con el revólver.
–¿Estas segura que sabes usar eso?
–No.
–Me quedo más tranquilo ahora.
En el medio de los disparos, vi a alguien parado delante de la puerta de salida, atrás de la pandilla. Estaba muy tranquilo, fumando un cigarrillo, mirando la situación. Una bala me pasó muy cerca de mi brazo, el cual empezó a sangrar, pero no importaba. Él muchacho de la puerta no me gustaba. Era Alejandro, pero tampoco lo sabía.
Yo lo estaba mirando fijo, en eso, saca una pistola y dispara, una bala, una sola. La bala no era para los pandilleros, los pasó de largo. Pero, tampoco era para mí, también me pasó. Miré para atrás. La bala le había pegado a Pablo. Este, ya se había recuperado del golpe, y venía hacia nosotros. La bala le fue aparar al estomago, no lo mató, pero lo mal hirió bastante. Tenía que ir al hospital.
Todos dejamos de disparar, nosotros y ellos.
–Llévenlo a un hospital – dijo Alejandro –, olvídense de ellos para siempre, todos – eso éramos nosotros.
Cuando termino, salió.
Nos quedamos, sin entender, todos, quietos un par de segundos. Luego nos paramos lentamente y nos fuimos a la casa de Miguel, ahora también de Teresa.
Cuando llegamos a la casa, adivinen quien estaba allí, Jony. Se lo habían olvidado. Miguel y Teresa se le rieron un poco en la cara, bastante para decir la verdad, y lo dejaron irse.
Maxi se sentó en el sillón. Teresa se le acercó. Sin pararse, Maxi la abrazó, mientras ella jugaba con los rulos que se le forman a Maxi.
–Teresa, ¿Por qué lo hiciste, digo, todo eso, de ayudarme? – preguntó Maxi, todavía abrazándola.
–Una chica sabe cuando tiene que hacer ciertas cosas.
–¿En serio?
–No, lo estoy diciendo solo para dejarte tranquilo.
–Pero...
Teresa se agachó y lo beso.
–Cállate – le dijo muy dulcemente, y lo volvió a besar.
–Ya entendí – termino Maxi – Me voy callar – agregó mientras se paraba y la abrazaba.
Enseguida se sentaron. Teresa colocó su cabeza en el hombro de Maxi. Él la volvió a abrazar y allí se quedaron. Nunca lo había visto así, creo que nunca lo había estado con la misma chica dos veces, para empezar, pero en ese momento quería estar con Teresa para siempre, es más se lo dijo a ella y todo. Se veían bien juntos, eran tiernos.
–María ¿Estás bien? – Miguel me había visto el brazo.
–Sí, no es nada.
–Le di de comer a tus perros.
–¿Y tu loro?
–También.
–Miguel, te tengo dos preguntas. ¿Dónde están tus padres?
–En casa, supongo, con Teresa nos escapamos. ¿Cuál es la segunda?
–¿Por qué no buscamos el lugar dónde tenían Maxi desde un primer momento?
Él me miró atónito.
–No sé, no lo pensé.
Me abrazó. Algo había pasado, algo a lo que siempre tuve miedo, pero, allí me di cuenta de lo bien que se sentía. En esas horas, en el medio de acertijo y pandillas, había cambiado.

Texto agregado el 12-03-2008, y leído por 876 visitantes. (0 votos)


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