Ya estaba casi restablecida. Había sido, según ella misma decía, una convalecencia demasiado larga. La vuelta al trabajo, a la misma rutina de siempre, era algo que necesitaba casi tanto como respirar. Sabía que eso la ayudaría a olvidar esa difícil temporada. Dos abortos en ocho meses era demasiado para tan frágil cuerpo. Demasiado dolor emocional.

Había terminado de hacer las tareas domésticas diarias. Se había arreglado para salir a hacer algunas compras. Y cuando estaba a punto de salir, recordó que no había puesto un poco de colorete a sus pómulos. Su pálida piel parecía pedirlo a gritos. Así que apresuradamente se dirigió al cuarto de baño en busca de “los polvillos mágicos” como ella los llamaba. Estaba aun en la tarea cuando le pareció escuchar los maullidos de uno de los gatos de Jorge, su vecino de enfrente, y exclamó – “¡dichosos gatos en celo!”. Le parecía horroroso el sonido que emitían esos animales en las épocas de celo. Decía que le recordaba al llanto desesperado de un bebé. Y no lo soportaba.

Terminó de ponerse el colorete. Tomó su bolso y al abrir la puerta de casa vio que en el suelo, justo delante de ella había una caja de cartón y dentro de la caja una especie de sábana con unos estampados en flores de color lila. Bajo la sábana algo se movía. De repente volvió a escuchar ese sonido, sólo que esta vez le pareció realmente el llanto de un bebé. Retiró la sábana con cierto recelo y se quedó atónita ante el descubrimiento. Efectivamente se trataba de un bebé. Alguien había dejado un recién nacido en la puerta de su casa. Dejó caer el bolso en el suelo y decididamente tomó en brazos a la pequeña criatura. Tras observar que se encontrase en perfecto estado lo volvió a arropar en la misma sábana y con cuidado lo apretó contra su pecho para darle calor y calmar su llanto. Empezó a pensar que tal vez el bebé tenía hambre además de frío y durante unos instantes no supo qué hacer. Lo primero que pasó por su cabeza fue, ir con el bebé hasta la farmacia de su amiga Mercedes y que le diera leche para alimentar al recién nacido. Y así lo hizo. Mientras su asombrada amiga preparaba un pequeño biberón, ella observaba con detenimiento a la pequeña criatura que tenía entre sus brazos, y sólo entonces se dio cuenta de que era una niña. Una preciosa niña de tez muy clara, y al parecer, de pelo rubio. Pensó que sería maravilloso poder quedársela y que después de tantos intentos por ser madre, tal vez Dios la había puesto en su camino. Pero sabía que no podía hacerlo por más que lo deseara. Sabía que tenía que acudir inmediatamente a la policía y dar parte de los hechos.

Con el bebé en brazos se dirigió a la comisaría más cercana. Y tras prestar declaración tuvo que entregarla a los agentes. Al desprenderse de ella la besó en la frente y les pidió encarecidamente que la cuidaran mucho y que si no encontraban con rapidez una buena familia para la pequeña, el suyo era sin duda un buen hogar, y añadió; “Merece lo mejor de esta vida. Merece que la amen. Pues nada más nacer ya ha sentido el abandono”. Y con lágrimas en los ojos salía de la comisaría mientras pensaba que Dios no había sido generoso al darle la oportunidad, tan solo por unas horas nada más, de sentirse madre.