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[C:341]

Salomón se sentó en el sillón como una torre de naipes que se derrumba. El día en la oficina había sido agotador y sentía como si una aguja de calcetar le atravesara de oreja a oreja. Entonces se abrió de un golpe la puerta de la cocina y entró el huracán Marta corriendo hacia él con una sonrisa cantarina:

—¡Papá, papá! ¡Mira qué rana más bonita he encontrado en el patio!

Tras sus pasos, galopaba Sara soltando un océano por sus ojos:

—¡Mentiraaaaaa! ¡Me la ha robado! ¡Me la ha robado!

El hombre se incorporó medianamente y se llevó una mano al volcán de su cabeza, mientras con la palma de la otra palpaba el aire frente a él como un guardia deteniendo el tráfico.

—Vamos a ver, niñas —dijo con aire paciente—, sabéis que no es bonito mentir. ¿Quién fue la que la encontró?

—¡Yo!

—¡Nooo! ¡Yo!

Salomón soltó un suspiro. Tocaba ejercer de padre.

—A ver cielo, déjame la rana.

Con dos dedos de cada mano, la cogió por las ancas y dijo a sus hijas:

—Ya que las dos insistís en que la encontrasteis, lo justo es que la parta por la mitad y así tendréis un trozo cada una.

La estrategia era clara, pero el estupor lo embargó cuando las dos mocosas, con una sincronización desconcertante, empezaron a llorar desconsoladamente.

—¡No, papi! ¡Que es muy bonitaaaaa! —gimió Sara desesperada—. Dásela a Marta que a mí me da igual.

—¡A ella, papi, a ella! ¡Pero no la mateeees! —acompañó la hermana en agonía.

Trató en vano de distinguir una diferencia en los llantos, un fingimiento, algún gesto delator. Y mientras, allí arriba, alguien se entretenía ahora moviendo la aguja de calcetar de un lado a otro.

—Mirad, cielines. Entonces, lo que tenéis que hacer, es portaros como buenas hermanas e ir a jugar las dos con la ranita al patio, ¿de acuerdo?

—Bueno —aceptó Marta entre hipidos.

—Vale —gimoteó a la vez Sara.

Las dos salieron afuera de nuevo con la rana, dejando a su padre pensando sobre donde guardaría su mujer la caja de aspirinas. Marta posó en el suelo al batracio y se sentaron ambas a observarlo. Éste les correspondió con una mirada indiferente.

—Bueno qué —dijo Sara—. ¿Lo dejamos en empate?

—¡Qué remedio! —aceptó Marta encogiéndose de hombros.

La rana croó y pasaron silenciosos los segundos.

—Oye... —habló de nuevo Marta desviando la vista hacia su hermana—. Tengo una curiosidad.

Ésta la miró igualmente, se sonrieron, y un instante más tarde ya corría Sara hacia la cocina en busca de un cuchillo.

Texto agregado el 07-08-2002, y leído por 954 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
06-12-2005 Me trae recuerdos, cuando con mis hermanos saliamos a pescar ranas y ganaba el que mas conseguia. Solo que despues las soltabamos, jeje. dejamequetecuente
07-10-2005 yo hacia lo mismo de chico. muy palpable tu relato, muy bueno.chau. absinthe
29-01-2005 lectura obligada dicen... pero yo diría, obligada por placentera... saludos.. ***** tobegio
01-05-2004 brillante sindari
01-04-2004 Extraordinario!!! la alusión expresa de la sabiduría versus el incomprensible (por sencillo) pragmatismo de la infancia. Muchas graciasss!! Flor_marina
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