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CUERPO Y SUJETO



La tarde se presentaba tibia, con esa tibieza que asesina desde las venas hasta los huesos, la muerte en esos casos es solo cuestión de segundos, a veces pueden ser minutos, la carne comienza a despedir un olor que impregna todas las paredes cercanas, un río de baba inunda la alfombra y pedazos enteros de pintura caen desde el cielo raso. En esas tardes el cuerpo deja de pertenecer al sujeto y deambula tristemente por las cornisas desparejas de un edificio inexistente.
Tardes tibias, tibias tardes.
Coagulos en la memoria incompleta, dibujando por dentro mansiones de color rojo.
Todo transcurre rápidamente en el tiempo real, pero para el que agoniza en la tibieza de esas tardes, el tiempo es tan lento como el movimiento de una tortuga en invierno.
Rumores acrobáticos se aniquilan en la frente vacía de historias, retornar es tan improbable como que la carne se vuelva arena perfumada.
Ecos en el horizonte de los sueños, intoxicándose con galletas venenosas.
Así se presentaba la tarde, tibia, mojada, deshojadamente otoñal…
El hombre caminó por la habitación mientras, el agua le llegaba a los tobillos, el cielo raso seguía desprendiéndose y caía sobre su cabeza, y el olor marchitaba las pocas plantas que quedaban en la casa, vivas. El no se daba cuenta, su cuerpo acostumbrado sonreía en mitad de su tragedia, como si el agua y el derrumbe fueran una fiesta en donde damas hermosamente vestidas de satén danzaban al compás de la música infernal de su demencia.Un espejo roto adormecido en un rincón le devolvió su imagen, estaba un tanto demacrado, su espalda doblada, un color amarillo en la piel, pero el hombre no veía su reflejo, se veía esbelto, resplandeciente. (Los espejos engañan a los humanos desde que el mundo es mundo.) El hombre seguía su recorrido, mientras el agua subía, algunas hojas secas flotaban a su alrededor, mientras él seguía atentamente los pasos elegantes de los bailarines a su alrededor.
A veces el agua todo lo confunde, a veces el agua es tan solo el pretexto.
La tarde oscurecía, el agua llegaba ya hasta su cintura, el hombre miraba secretamente a una hermosa dama dueña de una sensualidad arrolladora,
El agua era ahora, una frenética tormenta y la dama una medusa oscura acercándolo a un mundo sin tibiezas, sin lenguaje, sin despedidas anunciadas.
El agua ahora, llegaba hasta su pecho, su pecho encorbado, doblado por el paso de los años y la fatiga en el corazón. Por fin ella tomó su mano, sus delicados dedos lo rozaron y el hombre comprendió que nunca había estado en ese lugar, el lugar de los temblores, de las lágrimas, del éxtasis, el miedo daba lugar a la valentía, la espalda se erguía ante aquella visión de tal belleza. Era como el agua, que todo lo arrastra.
El hombre se dejó caer en sus brazos, ella lo beso tiernamente, salvajemente, abrió su boca y así como un remolino silencioso en un río enfurecido, lo trago suavemente.
Ahora, el hombre era uno con el agua, la mujer lo acunaba en su pecho, seco.
Lo encontraron flotando en una tarde tibia, con una sonrisa tallada en su rostro y su vientre hinchado, por la fisura de una boca abierta a la fatalidad.

Texto agregado el 05-03-2008, y leído por 126 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
05-03-2008 no sé pro que siempre hay un "gil" que te pone una sola estrella si escribes tan bien, y si escribieses mal, la responsabilidad sería decirte tu error(es)... en fin... mis saludos _marcelo
 
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