Amutui Quimei

El sólo sonido ya era bello para mí, algo exótico, misterioso y ancestral. Más aún si ese sonido refería a una belleza ya ida, perdida irremediablemente. Más aún si esa belleza todavía era observable, adivinable, bajo los millones de metros cúbicos de agua contenidos en la represa. Troncos de bosques milenarios como estacas en el fondo turbio de ese lago artificial. Árboles mudos, sin pájaros, sin chucaos, sin zorros, sin viento ni hojas.
Ese es el panorama del Embalse argentino Amutui Quimei, cuyo nombre significa belleza perdida en mapudungun, y que es el origen del Río Futaleufú (Río Grande) que desciende veloz hacia Chile. En el lado chileno, el paraíso también se ha ido, producto de la quema descontrolada de bosques por los colonos para dedicar los terrenos a la ganadería.
Pero lo que me conmueve no es la belleza perdida, no es la frase fácil de lo mal que lo hemos hecho ambientalmente. Es el cómo dejo ir, o más bien, destruyo, algo que considero único y bello, tanto, que conciente de lo que hago, inundo lo que era una creación de chau ngenechen, los lagos Situación; Quiñe (Uno); Epu (dos); Quila (Tres) para crear una represa que yo mismo bautizo “Belleza Perdida”, y todo, para generar la suficiente energía que alimente la Planta de Aluminio ALUAR, en Puerto Madryn en el litoral argentino.
Y aún así, no escribo para condenar a Endesa por Pangue, Ralco o las represas que pretende construir en el Futaleufú o en Aysen. Me mueve el agua, el sonido, el reflejo del cielo en ésta, o el del agua en mis ojos. Mi preocupación está en que no puedo contener aquello que amo y que declaro bello, para quitarle todo brillo, toda luz, sonido, risa y canto. Mal que mal, todo ingenio humano tiene una vida útil y después es colapso, trizadura y abandono. Lo peor que se puede pretender, siendo adulto, es repetir la historia del niño holandés que puso su dedo en la represa para evitar el colapso y vaciamiento. Necesitaría muchos pequeños dedos que solos serían sacrificados y perdidos.
Si yo tuviera la oportunidad, provocaría el vaciamiento, el flujo de las aguas según su naturaleza, abandonando la absurda pretensión de contenerla, para contentarme con que esos pequeños dedos se remojen y refresquen en ella. El agua es libre, es la base de la civilización, del crecimiento. Es mágica.