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La ceguera del verdadero amor

Salí del planetario hacia mi casa, sola, como casi siempre, faltaban pocas horas para que se pudiera ver la primera estrella en este cielo, espere, junto a mi ventana, en el cuarto piso del edificio de doña Nancy -el último piso por cierto- una hora y dieciséis minutos hasta que la vi. Yo sabía que no era la primera que salía ya muchas antes habían podido verse, pero con esas enormes lámparas que iluminan las calles es imposible disfrutar de aquel hermoso espectáculo estelar, mucho mas maravilloso que el que he visto esta tarde en aquel lugar de sueños, aquel escape al universo oculto entre las luces, el maquillaje y ese aire pesado que desprenden los carros ese mismo aire pesado que las gigantescas lámparas calientan, aquella luz en medio de las noches en la que todo el mundo se pierde pues sus ojos no han visto nunca aquel cielo realmente nocturno.

Me acosté, abrí un buen libro y calenté mi café, eran entonces las once y veintiocho de la noche cuando repentina e inesperadamente sonó el teléfono, sabía quien era, Ana. Lloraba incesantemente de alegría y tristeza, me dijo que tenia que darme una gran noticia que ya salía para mi casa, que no me durmiera todavía. Ana era mi mejor amiga, mi confidente, nos gustaba caminar por al ciudad cuidando nuestros pasos, observando el antaño de las calles de la Candelaria, tomando un buen nevado de mocca o un buen café para el frío de las tardes de finales de febrero y comienzos de marzo. Cuando Ana llegó, tenia la mirada de esas muchas veces que la habían robado, esta vez, como ya venia prevenida, solo le robaron los mil pesos del bus de regreso y una hermosa bufanda que yo misma le había tejido, me pidió un café de esos como nos gustaban a medianoche, cargados, con una pizca de canela y una ramita del Bonsai que me había regalado de cumpleaños, esos que nos reanimaban y nos calentaban la voz.

Ana se iba del país, su novio Jorge le había propuesto irse a vivir a Europa y ella no tenia porque quedarse aquí. En ese momento me sentí consternada y afligida, ya no tenia compañera de viaje, ya nadie me acompañaría en mis viajes nocturnos al centro de la ciudad, ya nadie entendería mis inútiles pero valiosas obras de arte. A pesar de todo, estaba feliz por ella, por fin su sueño se iba a hacer realidad, podría vivir su propio cuento de hadas. Lo que yo no sabia era que con su partida llegaría mi desgracia… ¿o mi salvación?

Ana se fue dos semanas después, el tiempo justo para volver a tejerle la bufanda que le habían robado los ladrones de mi barrio, ya me conocían, sabian que nunca llevaba nada que pudiera servirles, habían intentado robarme tantas veces y todas fallidas que ya ni siquiera notaban cuando yo pasaba; tenia lo justo para sobrevivir ganados de un sueldo deprimente, de un trabajo deprimente, cada domingo de 1 a 5 de la tarde cuidaba niños, hijos de conocidos, de vecinos, de amigos, de familiares, de desconocidos, de recomendados, en fin, trabajaba para que las parejas pudieran disfrutar de un domingo amoroso al lado del lago en el parque Simon Bolívar, o sentados en una banca del parque de la 93 comiendo un helado, o sencillamente viendo un hermoso atardecer en la Calera. Mis padres me pagaban la universidad. No era una carga para ellos ya que había elegido bien mi carrera y me iba muy bien.


Era sábado, el viernes anterior había despedido a Ana y entonces debía encontrarse en su largo pero provechos viaje al otro mundo. Salí a tomar un café cerca de mi casa. En el camino me encontré a Doña Nancy quien me recordó que en dos días se me vencía el plazo para pagarle el arriendo, llegue al café, y vi como se nublaba el cielo y empezaba a llover, pronto seria mi cumpleaños y recordaría que el tiempo esta pasando, rápido, callado, que faltaba mucho que aprender. Empezaría a sentir el viento del tiempo, volvería a pensar en lo que no he hecho aún, pero ahora, estaría mas sola, con la memoria mas latente y el corazón mas solo, no había podido encontrar esa persona a la cual yo pudiera ver, observarlo atentamente sin poderle quitarle mis ojos de encima, me invadía el miedo de estar sola.

Lunes.
Terminé de pintarme las uñas y Salí corriendo, como usualmente pasa cada lunes, mas al salir del edificio me tropecé con un hermoso gatito diminuto y tan negro como el color de mi cabello, me miró con sus enromes ojos gatunos, confundidos, y perdidos, no pude resistirme de recogerlo en mis brazos, fue un momento único, en el que sentí que me hablaba y se sentía tan solo como yo, me pedía compañía y comida, de repente recordé lo tarde que iba a clase, así que decidí no devolverme y pensar después que iba a hacer con ella, así que volví a mi agitada vida. No alcancé a llegar, y como la profesora ya me había dejado entrar muchas veces, esta vez no me la perdonó, y me dejo por fuera, pero para mi sorpresa la falta de esa clase me hizo conocer a "Yayo", como se hacía llamar, un extraño personaje de circo que me llamó la atención.

- Hola muchacha solitaria -, me dijo, - Quieres venir a mi próxima presentación, es en cinco minutos, vamos acompáñame.

Y otra ves estaba ante una enorme mirada que me pedía atención, una mirada humana, pero fugaz, una explosión estelar que me incitaba a decirle si, de pronto la gatita empezó a maullar y tuve que sacarla, Yayo se sorprendió de mi locura de tener un gato dentro de la maleta pero después de que le conté la historia, lo entendió todo, me fuí con él a su presentación, muy buena por cierto, la recuerdo como si fuera ayer, recuerdo todos sus movimientos, su vestuario, el color anaranjado de su camiseta, el azul de su chaleco y el amarillo de su pantalón, después de su presentación me invito "a dar una vuelta" como el lo llamaba, cogimos el bus al centro, me iba a llevar al chorro de Quevedo, un lugar tan irreal y tan mágico que no imaginaba un mejor momento, allí, con estos dos nuevos seres en mi vida y en ese hermoso lugar...No me podía sentir mejor, pasaban las horas, y yo no me daba cuenta, podría quedarme toda la noche hablando con él en aquel lugar, él me entendía, el entendía la importancia que tenían mis ojos para mi, entendía que sin ellos no podría vivir, que eran, como en la obra de René, un falso espejo, pero para mi no era un falso espejo pues ése cielo que se podía ver en los ojos de aquella pintura eran los míos, sólo que en mis ojos era de noche siempre, así que a través de ellos se podía ver la majestuosidad de las estrellas y la luna en todas sus facetas, y yo sentía que él lo podía ver, que él através de mis ojos se convertía en una estrella mas, por fin había encontrado a aquel genio de mi ser.


En el trayecto de vuelta empecé a sentirme un poco mal, sentía que mis ojos se debilitaban, y que mi cuerpo se dormía, ya no podía ver tan claro, me asusté muchísimo, pero afortunadamente me encontraba con Yayo ese día, el me calmo y me dio explicaciones extrañas que no recuerdo, era medico investigador, se dedicaba a ser científico pero uno de sus hobbies era el circo, le gustaban las maromas. Llegue a mi casa y me dormí en seguida, al otro día, al recordar el extraño suceso llame apresuradamente a mi madr y le comenté lo sucedido, su silencio me distancio un poco del tiempo y todo se empezó a nublar, nuevamente no podía ver, rogué a mi madre que me dijera que me pasaba y fue entonces cuando me entere de que el padre de mi abuelo había quedado ciego, a mi misma edad, que nunca jamás había vuelto a ver.

No quise creerlo, calle durante horas y horas, no sabia que pensaba, era tanta la tristeza que no Salí de mi casa durante todo el día. Gabriel como preferí llamarlo luego, preocupado por mi, fue a visitarme, podía ver su hermoso rostro claramente, pero cuando recordaba la desgracia que me venía, las lagrimas me tapaban la vista y no podía mas que ver como se me llenaban los ojos de lagrimas. No podía entender porqué me sucedía, no quería hacer nada contra eso, era mi destino y no habría cura para aquello, por lo menos eos quería creer yo, pero mientras enceguecía, quería ver y disfrutar visualmente todo lo que tanto me gustaba así que nunca jamás volví a dormir de noche y pasaba las noches enteras en la Terraza de mi cuarto tratando de observar las estrellas en medio de las luces de la ciudad, sabía que podría observarlas mejor un algún pueblo donde no hubiera tanta luz, pero estaba tan apegada a mi cuidad, a mi cielo, a mis ladrones, a mis calles coloniales, que no era capaz de dejarlas ni un segundo. Gabriel siempre estuvo ahí viviendo eso conmigo, parecía que el también se volvía ciego a mi lado, pero yo no quería eso para el, yo quería que viviera, sin embrago me decía que no había mejor forma de vivir.

Mientras oscurecía pasaba el resto de la tarde en la calles del centro de mi cuidad, solo quería recodar esas calles y esa cuidad por el resto de mi vida, quería tener esas imágenes siempre presentes en mí, así que pasaba toda una tarde recorriendo un lugar para quedar con esas imágenes para siempre guardadas en mi cabeza y traerlas a mi frente negro, cuando ya no viera mas. Así pasaron los meses y cada ves veía menos, nunca le conté nada a Ana, pues preferí recodarla por fotos de la Ana de antes de que se fuera, pues yo sabia que ese nuevo mundo la iba a cambiar y ya que no la volvería a ver simplemente quise recordar la que siempre tuve.

Cada ves veía menos, cada ves era mas ciega, me daba miedo decir esa palabra, ya que siempre fue la que mas odie, era absurdo que después de todo yo estuviera ciega, cuando finalmente no pude ver más, todo se resumió a un mancha blanca, siempre imagine la mancha negra, pero no, solo veía una luminosidad, un pantalla blanca frente a mí.

Cuando no vi más.
Habían pasado solo dos semanas, en las cuales había visto todo lo que querría ver en mi vida: mi ciudad. Después de eso solo recuerdo la voz de Gabriel, cada noche salíamos a la terraza y Gabriel me relataba cuentos y me describía el sol, todo se oía defrente, todo se percibía realmente de una manera extraña, el olor y el sabor del café eran como nunca lo habían sido. El tiempo pasó, y paso mi cumpleaños, era extraño pero creo que me conocía mas, que conocía a Gabriel sin tener que verlo, y sabia que él mas que nadie me conocía.


Fue aquel 8 de Ocutbre de 1998 cuando Yayo pronuncio esas palabras que me hicieron descubrir que mi ceguera era falsa, que todo había sido un truco de mi mente para demostrarme que no solo viviría de los ojos, que no iba a poder ver el momento mas especial de mi vida, cada ves la luz era mas blanca y mas brillante, se lo relataba a Gabriel y sentía como me miraba, sentía esos grades ojos cafés amarillosos sobre mí, fue cuando el me contó, que desde que se entero de mi ceguera empezó a investigar con un grupo de amigos, pues el pensaba recuperar mi vista ya que sabia que significaba para mi, y cada noche que pasó, cuando dormía en el día, me aplicaba unas gotas curativas, sus maestros las habían estudiado, y las habían probado, así que eran efectivas, nunca me dijo nada, pero para el día en que finalmente para mí, había perdido la vista, estaba totalmente curada, podía ver perfectamente. Por había sido ese justo momento y no antes, en el que finalmente recuperé mi vista, justo después de que el pronuncio las palabras curativas y de que muy sensitivamente había logrado conocerlo en todas sus facetas, conocerlo casi totalmente, y el a mi, en estas circunstancias, ese día él me dijo por primera vez
–Te amo-

Texto agregado el 29-02-2008, y leído por 207 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-03-2008 que bien narrado, una obra con tantas palabras y que uno haga que llegue al final (sobretodo en esta web) es impresionante... mis respetos _marcelo
29-02-2008 ME GUSTÓ collectivesoul
 
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