TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / aprendizdecuentero / ALBERTO Aprendiendo a vivir

[C:338422]

Un joven amigo de esa difícil edad en la que apenas se está rebasando la adolescencia, me hizo una pregunta; (los jóvenes, a esa edad, nos creen sabios a los viejos) Quería saber si el amor y el sexo son parte inseparable de lo que constituye la atracción, a veces irresistible, entre un hombre y una mujer; o si puede ser válido que existan el uno sin el otro De momento, no supe qué contestar; no esperaba una pregunta de ese tipo; casualmente llegaron en esos momentos otras personas y la pregunta quedó sin respuesta. He decidido escribir para él, la siguiente historia que, otro joven como él, a su edad vivió. Cambio el nombre del personaje central para no denunciar la identidad del protagonista.

ALBERTO
(Aprendiendo a vivir).

Al notar que los pasos de la chica se emparejaban a los suyos, acoplándose a su ritmo y velocidad, Alberto volteó instintivamente a verla; ella esbozó una tenue sonrisa y él, espontáneamente, correspondió sonriendo abiertamente.
Mientras caminaban, uno al lado del otro, él repasó mentalmente la imagen que, después de la rápida mirada, había quedado grabada en su mente.
Su aspecto no era diferente al de cualquier chica de su edad. Pelo negro, suelto y abundante cayéndole sobre los hombros, piel morena clara, una ligera blusa blanca que dejaba al descubierto sus hombros, falda negra de mezclilla, corta y entallada, calcetas blancas, zapatos negros de charol y, colgando sobre el hombro izquierdo, una bolsa de lona gris con apariencia de mochila escolar.
Volteó nuevamente a verla para comprobar la fidelidad de su memoria y observó que, después de la sonrisa inicial “de presentación”, el gesto de la chica se había tornado de una arrogante coquetería. Alberto se dijo que, a pesar de su apariencia común de estudiante, algo tenía que la hacía diferente a las demás..
— Soy vendedora de sueños, ilusiones y fantasías — dijo ella en voz baja y sin voltear a verlo y de la misma manera, preguntó — ¿Te interesaría ser mi cliente?
— ¿Sueños? ¿Ilusiones? ¿Fantasías? ¿Te estás burlando de mí? No estás hablando en serio — comentó Alberto sonriendo divertido.
— No pienses que estoy loca — dijo encarándolo y agregó — vendo videos. ¿te interesaría comprar uno? Traigo El Hijo de la Novia, Titanic, Leyendas de Pasión, La Vida es Bella, Mujer Bonita y algunos otros ¿no quieres verlos? — Mencionó dos o tres títulos más y, después de una pausa, mirándolo fijamente, agregó con desfachatez — traigo también Calígula, El Kamasutra, y… algunos otros videos porno, si es que te gustan.
Alberto la miré con no disimulada picardía, buscando establecer una complicidad; pero ella no respondió a su mirada y su actitud continuó siendo de altiva condescendencia.
— Me gustaría verlos, pero no aquí en la calle — dijo Alberto — ya conoces a la policía, pueden molestarnos acusándote de piratería o alguna cosa peor y no quiero broncas.
— Pues invítame una soda, hace calor — sugirió ella con descaro — aquí cerca hay una nevería y ahí los puedes ver ¿vamos?
Alberto asintió; le pareció un halago que, con su pinta de estudiante económicamente limitado, lo escogiera como cliente.
Mientras caminaban, ella explicó,
— No son nuevos ¿sabes? los compré para mí, lo que pasa es que tengo que venderlos porque hay que pagar un abono a la señora que me vende la ropa. No encuentro trabajo y el abono, que es de trescientos pesos a la semana, hay que pagarlo hoy. El precio de cada video es de cien así que, si me compras tres, resuelvo mi problema..
Trescientos pesos era una cantidad fuerte para un hijo de familia como Alberto, pero traía dinero porque había pedido a sus padres para la compra de los libros del semestre que empezaba
Unos pasos más allá había una fuente de sodas, entraron y, sentados frente a una mesa del fondo, pidieron dos refrescos. Antes de que ella intentara sacar su mercancía, la detuvo.
— Debo advertirte una cosa, los videos no me interesan, voy a comprártelos, pero sólo porque te quiero ayudar.
Ella le lanzó una mirada burlona, esbozó una sonrisa y pronunció, entre dientes, con una buena dosis de sarcasmo, un apagado “gracias”.
La conversación fue, más que una plática cordial, un minucioso interrogatorio en el que ella se mostró, al principio un tanto renuente y desconfiada; pero, poco a poco, de los monosílabos fue pasando a respuestas más elocuentes y, al final, el resultado fue el siguiente:
Su nombre era Francisca, pero sus amigos la llamaban Fanny; su padre había sido un alcohólico que los golpeaba a ella, a sus hermanos y a su madre. A los cuatro años de edad, una tía, hermana de su madre, se la había llevado, ilegalmente, a Estados Unidos de Norteamérica, donde permaneció por trece años, estudiando hasta el décimo grado escolar; hacía un año la habían deportado por no poder comprobar la legalidad de su estancia en esa nación y así regresó a su tierra natal. De su padre no sabía nada, porque abandonó a la familia, y su madre, unos años después, había fallecido. Tenía pues un año de vivir aquí, desde su regreso a este país.
— Vivo aquí cerca, en la calle ocho — dijo — y tengo ahí más videos por si no te gustan estos que traigo ahora.
— ¿Con quién vives?
— Con una hermana mayor.
— ¿No se molesta ella porque llevas gente a la casa?
— No está ahí, se encuentra trabajando, llega después de las siete y apenas son las dos.
— Bueno, vamos — accedió Alberto.
Tomaron un carrito de ruta (colectivo) que los dejó en la esquina de la casa. Esta consistía en una sola habitación, un baño reducido de pobre aspecto, con grandes manchas de humedad y un pequeño closet, sin puertas, con algunas, pocas, prendas de ropa. Los muebles eran una cama matrimonial con una gastada colcha de tela percudida, un televisor de modelo no reciente con su reproductora de videos, un aparato modular de sonido, una mesita chica, con restos de comida, y dos sillas. Junto al modular había algunos CDs y, en una repisa junto al televisor y la reproductora, unos cuantos videos. La pintura de las paredes se veía sucia, decolorada y, en algunos tramos, raspada y la única ventana estaba cubierta por una cortina gruesa con un estampado de flores de brillantes colores, deslucida por el tiempo. El ambiente estaba impregnado de un fuerte olor a polvo y humedad.
Alberto escogió tres videos, sin fijarse en los nombres, y se los pagó.
— Cuando te deportaron — Continuó preguntando — ¿Te mandaron con pasaje pagado hasta La Laguna?
— No. Me soltaron en la frontera y ahí tuve que conseguir dinero para llegar hasta aquí.
— ¿Cómo le hiciste?
— No me lo vas a creer.
— ¿Por qué? ¿Cómo fue?
— Un tipo me ofreció dinero para que modelara en una serie de fotografías. Me prometió dos mil pesos y yo acepté; lo que nunca me dijo era la clase de fotos que quería.
— Y ¿qué clase de fotos quería?
— Pues… sin ropa.
— ¿Totalmente… desnuda? Me gustaría verlas — aventuró con timidez — ¿Tienes alguna?
— No, no me dio ninguna y la verdad es que tomó muchísimas, yo creo que fueron cerca de cincuenta en diferentes poses.
— Me imagino el gran negocio que hizo vendiéndolas — dijo Alberto, hizo una pausa y agregó en voz baja — yo pagaría con gusto lo que me pidieran por una foto tuya así.
— ¿Te gustaría verme desnuda? — lo encaró y agregó curiosa — ¿Pagarías… lo que fuera…nada más por ver? ¿Por qué?
— No sé. Por curiosidad. Eres una chica muy bonita.
— ¡Te gustaría que me desnudara aquí… ahora? Si tú quieres puedo hacerlo, sólo te costaría quinientos pesos ¿los traes?
— Si — contestó Alberto con voz débil.
— Aunque, a la mejor te vas a decepcionar.
— No lo creo, tienes un cuerpo bien formado.
— Es que… tengo unos tatuajes.
— Eso aumenta mi curiosidad.
— Está bien, eres un chavo simpático y buena onda y, si con eso te doy gusto, pues… aquí va. ¡Atención! Ojos abiertos y manos quietas ¡Prohibido tocar!
Puso un disco con una música suave y empezó a moverse bailando con movimientos rítmicos, suaves y sugerentes, mientras se quitaba la ropa con la seguridad y desparpajo de quien ha hecho lo mismo muchas veces; Alberto la observaba sentado inmóvil en la cama. De vez en cuando ella volteaba a verlo, como si quisiera evaluar sus reacciones, mientras jugaba a acercarse y alejarse, a mostrar y ocultar su cuerpo; él intentaba dominar su nerviosismo, desviando por breves instantes su mirada, tratando de parecer natural y de no verse demasiado interesado, a pesar de su agitación, mientras permanecía sentado frente a ella.
Ya desnuda, se acercó quedando de pie frente a él que estaba inmóvil, sorprendido… y trémulo. Por primera vez en su vida veía a una mujer desnuda. Hundió las manos en las bolsas del pantalón para disimular su excitación y se puso de pie frente a ella que, en ese momento, parecía soberbia y desdeñosa; a pesar de su estatura menor. Él estaba pálido y parecía débil e inseguro con actitud de desconcierto. Ella tenía el mismo gesto altivo.
Dominando sus nervios, ocultando la agitación que aquella situación le provocaba, Alberto intentó hablar, quiso expresar lo que, por primera vez estaba sintiendo; decirle que era una mujer muy hermosa, de la cabeza a los pies; mencionarle todo lo que de ella le gustaba, empezando por su pelo, abundante y oscuro; la mirada de tus ojos, cálida y tierna, que parecía acariciarlo; la nariz fina y arrogante; los carnosos labios, la palidez mate de su piel morena, sus hombros, sus brazos y sus pechos; su cintura breve, la curva de sus caderas, sus piernas gruesas y firmes y sus pies desnudos, bien plantados en el piso como si le quisiera decir estoy aquí y me siento muy segura de lo que tengo y de lo que soy.
En lugar de eso, solo pudo decir, bajando el tono de su voz como si estuviera hablando de algo muy íntimo y confidencial
— Ya veo tus tatuajes, son sólo dos y están en colocados en lugares discretos, aunque sí, me parece que ensucian tu piel. Supongo que, aparte de los dibujos, tienen algún significado para ti. Uno de ellos dice Armando y el otro Diana ¿Quiénes son?
Ella bajó un momento la mirada y en seguida se irguió desafiante y respondió.
— Son mi familia. Tengo esposo y una niña.
— ¡Vaya sorpresa! nunca lo hubiera imaginado, eres muy joven; según hago la cuenta, apenas 18 años — dos más que yo, pensó Alberto, tratando de parecer mayor — y tienes aspecto de soltera ¿En donde están ellos?
— Podría contestarte que eso no te importa, pero te lo diré. Por ahora vivimos con mi suegra. Yo debería de estar en estos momentos comiendo con ellos. Esto no es nuestra casa — aclaró viendo alrededor — es solo un lugar de trabajo.
— O sea que…
— Si. Este es mi trabajo y esta — continuó desafiante señalando su cuerpo — la mercancía que vendo. Los videos son únicamente un pretexto para abordar a los clientes.
Alberto la tocó tímidamente; temblando; luego la abrazó, primero con timidez y suavidad y estrechándola fuerte y apasionadamente después. La sintió frágil, tierna, vulnerable; pero una carcajada lo sacó de su error.
— Date prisa — exigió ella — estamos perdiendo tiempo.

* * *

Más tarde, al abrir la puerta de la calle para salir, lo detuvo.
— Olvidas tus videos.
— No me interesan; déjatelos.
— Como quieras, clientes no me han de faltar — y se encogió de hombros, riendo en voz alta, sin ninguna transición, agregó— Cuando quieras volver, puedes hacerlo, ya sabes la tarifa.
Con un breve ademán y casi sin verla se despidió y caminó largo tiempo, a paso lento, por calles sin rumbo, tratando de asimilar lo que acababa de vivir.
Pensaba que debía de sentirse satisfecho, orgulloso de haber encontrado quien hiciera realidad sus sueños, sus ilusiones y sus fantasías; pero no era así; por el contrario, se sentía extrañamente decepcionado, sucio e invadido por una incontrolable repulsión hacia… no sabía bien hacia quién o hacia qué, tal vez hacia sí mismo.
Caminó mucho tiempo antes de decidirse a llegar a su casa. No quería ver a sus padres. Ya frente a la puerta, se detuvo unos momentos con la mano en la cerradura, como si no se atreviera a abrir; por último lo hizo con pesada lentitud.
Cuando su mamá lo vio entrar a la casa, lo llamó a cenar. El se negó diciendo que no tenía hambre. Entró al baño y, despojándose de la ropa, se metió a la regadera frotándose vigorosamente el cuerpo como si quisiera cambiar de piel; después envuelto en la toalla, pasó a su recámara y, cerrando la puerta, se metió desnudo entre las sábanas cerrando los ojos.
Su madre, con esa intuición, además de femenina, maternal, que nunca falla, se sentó en la sala, junto al padre que, cerveza en mano, veía la televisión.
— Amor, vi a Betito raro, mi vida, como cambiado, sentí que no es el mismo; algo le pasa, lo noté triste y me pareció que quería llorar. No lo dejes solo, ve y habla con él
— No exageres, mujer— dijo el hombre con enfado— no trates a tu hijo como si fiera un niño, es casi un adulto y tiene que comportarse como tal, además es un hombre y los hombres no lloran. Si algo le pasara, de seguro nos lo diría — miró al trasluz la botella de cerveza, sosteniéndola por el cuello con la punta de sus dedos pulgar, índice y medio, como deleitándose con su ambarina transparencia y concluyó — Como decían los Beatles, “Let it be” — y, satisfecho de sus brillantes observaciones filosóficas, dio un largo trago y eructó..
A oscuras, en su habitación, Alberto secó, con un ademán rabioso esa vergonzosa humedad que amenazaba con fluir de sus ojos y apagó la luz mientras una idea rondaba obsesivamente por su cabeza y se repetía, insistentemente, las mismas palabras:
Sueños… ilusiones… fantasías… ¿Fue esto… lo que yo esperaba? ¿Ya conocí el amor?

Febrero, mes del amor y la amistad

Texto agregado el 20-02-2008, y leído por 606 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-02-2008 ufff pues que pregunta que queda al aire. yo en lo personal soy de las personas que piensa que si se puede separar lo uno de lo otro, pero como que hay edades, procesos y momentos como para saberlo...creo que la adolescencia no es precisamente el mejor momemento para tener ese cumulo de sabiduría del amigo que narra... luzyalegria
20-02-2008 Me ha parecido una historia encantadora y está muy bien narrada. Como una vivencia personal se nos dejan unas preguntas en el aire que a título personal cada lector responde. Es muy creíble tu relato, se nota que no has tenido prisa en contarlo, está narrado a fuego lento, lleno de pequeños detalles que lo engrandecen aún más. Te felicito. Claraluz
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]