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Tratando de comprender la mecánica que compone la sinfonía del movimiento humano, sumergido entre cafés y pedidos a retardo, entre la tentación de volver a ser victima de la nicotina dentro de mi pecho, he vislumbrado con alteración, lo que tal vez en un minuto acabaría con la humanidad: el idealismo.

El idealismo, según mi parecer, y sin estar empapado de libros y de contextos filosóficos, científicos y políticos, se ha convertido en el motor de arranque y desplazamiento de lo que en algún momento fue el segundo poder más grande sobre la tierra; la opinión publica. Enredemos muy bien que está el poder bélico y político de los países adinerados, pero como en este momento no tengo ganas de sentirme antiimperialista o he de traer aires de nihilista de esquina con tendencia deshumanizada, creo que todo comienza a resumirse en un cúmulo de pensamientos que chocan en un mismo lugar, colapsando bruscamente en el caudal de la descompresión pensante.

Todo se resume a la mente humana, a esa maquina de ideas y pensamientos que necesita de alimento diariamente. El cerebro no se limita simplemente a irrigar las secreciones hormonales, a controlar el sistema nervioso central, a regir las palpitaciones cardiacas, a trabajar en pro del movimiento pulmonar para respirar y a administrar las maravillas físicas que realiza. En su grandiosa arquitectura, la pequeña base de datos orgánica que concentra su energía en la sinapsis del pensamiento, la neurorespuesta, y demás factores psicológicos, necesita de una fuente de alimento que le invite a mantener el cuerpo vivo, que lo motive, que le de esa necesidad de dirigir las energías a un solo objetivo y trabajar en demasía para alcanzarlo y mantenerlo. Pero, en cuestiones de cerebro social, es decir, en lo que concierne a las masas pensantes del mundo que componen la eufonía de la opinión pública, se encuentra el idealismo como la proteína primordial que nuestra mente necesita.

No solamente se ha perdido la realidad o se han tergiversado las emociones en sumatoria a la inteligencia en un punto de electronificación. Existen groseras demandas de tecnología, de políticas exteriores, de acuerdos energéticos, de planificación monetaria, entre otras, que han creado un mundo que llevó a la humanidad a su éxtasis de dependencia diáfana e inevitable, donde el quantum del ideal sembró desde hace mucho tiempo en las entrañas profundas de la psiquis la necesidad de creer en algo.

Concierne al idealismo la penosa verdad de que la percepción individual del hombre se perdió dentro del concepto de igualdad, puesto que son capaces de matar, de establecer imperios y regimenes, de acordonar la frontera con muros y armas, de condenar a los inocentes hasta ahogarlos en la muerte de la culpa ajena, de inquirir en tratados mancomunados, para concentrar toda la perspectiva en un solo ideal que oculte la variabilidad de la vida, la conciencia personal y el entendimiento de lo que puede ser perjudicial o beneficioso.

Los físicos por su parte comentan que la realidad se manifiesta en el universo en una percepción fluctuante, y que todo concepto concluido más allá del hecho matemático no es más que la suposición y conjetura heredada o concebida por un objeto. Pero, aunque suene maravilloso esta evidencia quántica, toda la realidad y el poder del universo queda sumergido en el mar de la ignorancia cuando entra el ideal a ser el grito de guerra de los desesperados.

Sin atentar a que todo esto suene preocupante o risible, la dirección del idealismo a través de la historia, siempre ha sido representado por un puñado de hombres o una sola persona. Pues, en todas las eras y siglos en las cuales los seres humanos han sido capaces de escribir lo que acontece a diario, se observa la secularización del ideal, y se nota con asombro el poder que llega a tener cuando un alto porcentaje de personas hacen de una sola idea, el alimento necesario y la motivación justa para conciliar los objetivos y las ambiciones de una sola persona. El contagio que mil personas en una capital entonando al unísono un grito de marcha único que sea propicio a un ideal, se transforma en un fenómeno global cuando las cámaras de televisión comienzan a rodar los acontecimientos y las voces de los vecinos emprenden a expandirse entre las opiniones, haciéndose irrevocable la picosa sensación que se implanta por la columna vertebral hasta contaminar toda la fisonomía humana al punto de gritar lo mismo que los marchantes, sin estar presentes en el sitio y sin ser victimas o protagonista de la situación.

La humanidad no se conforma con su condición básica, sino que exige creer en algo, en alguien, en un momento, en un pensamiento que inunde cada centímetro del lóbulo frontal, para generar como resultado: las guerras, la moda, las religiones, el trabajo, la redacción de leyes, los movimientos partidistas, el control político-social, la violencia, la benevolencia, y todo el infinito de ideas que se enmarcan en el universo del pensamiento cerrado y vertical. Necesita concentrar la neurosis en un “por que”, en un “para que”, ya que se sienten indefensos cuando están solos. El hombre no es capaz de pensar por sí mismo puesto que su naturaleza esta demarcada por lo social. Él necesita creer y ver lo que los demás ven y creen, desea sustentar con conocimientos escritos lo que se debe hacer. Son seres sociales que dependen de opiniones consolidadas por creencias diseminadas, necesarias a poner a prueba en cualquier punto de vista para acertarlo a lo que consideremos como real. Y en realidad es penoso saber que dependen de ello, creando así el peligro de la mutación de pensamiento, porque cuando el cromosoma cambia de ser un cónsone generalizado a un linimiento único que no necesite de las masas y de la opinión publica para establecerse e incorporarse a una sociedad, nace el posible arquitecto de la ignominia, que aprende a manipular el pensamiento de los “pueblos”, entendiendo que la fuerza concentrada en el láser de un solo punto fijo es el arma más poderosa que puede manejar.

El arquitecto de la ignominia es quien maneja a su voluntad el rebaño de los que necesitan seguir a un líder.

Pero, gracias a que la condición universal siempre está por encima de la voluntad del hombre de alzarse sobre ella, existen las delimitantes naturales que castran al sujeto hasta condicionarlo a la insensibilidad de la nada. Puesto que la contraparte del ideal como tal, es la geografía.

Al igual que el cerebro, el planeta está diseñado con maestría, y sin que exista persona que se de cuenta, la geografía interviene en el hecho ideal evitando que la diseminación de un solo pensamiento fatuo cubra toda la tierra. Imagínenlo, si la tierra tuviese un solo continente en donde todos habláramos un solo idioma, si existiese ese sueño irónico de una Babel edificada, la humanidad seria victima del ideal a tal punto que la comprensión más allá del mismo estaría limitada al vecino. La humanidad seria incapaz de descubrir las maravillas que tiene el mundo y el tiempo, porque serian los títeres de su propio arquitecto.

Aunque esto no minimiza el riesgo, ya que tal vez en un futuro remoto la comunidad internacionalizada encontrará la forma de concentra el idealismo desde una perspectiva continental, y la opinión publica mundial quede dividida entre países y culturas, desatándose así las guerras ideológicas en donde la victoria siempre sería del ideal que doblegue a los demás.

Por eso, ante cualquier cosa, prefiero mantener mi ideal único, y cuando lo comparto, lo hago vagamente a través de escritos incomprensibles, porque prefiero ser un espectador que observa con desinterés y tristeza la historia humana y su inminente desasosiego que la confina a ser su propio depredador devorando a quien se le atreviese, que ser parte de la arquitectura de la ignominia en donde lo relevante sea la supervivencia del ideal más fuerte.

::El Impío::

Texto agregado el 15-02-2008, y leído por 96 visitantes. (2 votos)


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