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Seis y veinticinco de la tarde, la noche comienza su andar sigiloso, derramando poco a poquito sombras sobre toda la Ciudad. El Sol se pone su pijama naranja y emprende su camino hacia otros amaneceres. Enjambres de gente caminan en filas inconscientes por las aceras. Autobuses atiborrados de rostros callados que cargan consigo los sabores y sinsabores de un día más de trabajo.

Conduce rumbo a casa, llevando aún adheridos en su mente un par de asuntos de trabajo que lo tienen cocinando cifras, mientras circula autómata por las calles de la ciudad. El frío del aire acondicionado contrasta con los rostros sudados de un grupo de obreros que reparan los postes de luz. Percibe el sonido de la radio, pero no pone reparo en él, hasta que el locutor de turno coloca “El Tren de Medianoche a Georgia”. Le gusta esa canción…sólo entonces cierra el maletín en su cabeza y abandona la oficina.

El semáforo cambia de verde a amarillo, y los conductores aceleran con la intención de escabullirse de la luz roja (que de seguro los esperará en el próximo semáforo). Algunos lo logran, él no, y queda apresado tras los barrotes blancos del paso peatonal. Justo entonces, irrumpe tras los arbustos la figura de un joven muchacho, de cara sucia, ropa roída y ojos perdidos, que golpea las ventanas de los autos pidiendo un poco de dinero.

Tendrá unos doce años, la piel curtida por el sucio y por el sol, las mejillas quemadas por el calor. Muestra la fotocopia de un récipe envuelta en papel adhesivo con letras inteligibles que seguramente corresponden a un costoso medicamento. Algunos bajan sus ventanillas y le dan dinero, otros abiertamente le dicen que no, o simplemente bajan descaradamente los botones de la puerta. Algunos tantos desvían la mirada en otra dirección, para hacerse creer a sí mismos que no lo han visto… Cuando esto sucede, el niño se queda adrede parado justo al lado de la puerta, mirando fijamente con ojos tristes y la mano extendida, y comienza un curioso reto de tensión, a ver quién soporta más. Algunas veces el conductor hace como que busca algo en la guantera o en los compartimientos del tablero, rogando silenciosamente por la llegada de la luz verde. Otras veces el pequeño es completamente ignorado y él mismo decide darse por vencido e intentarlo con el vehículo siguiente.

En la otra esquina, un joven de pelo largo con aires de gitano improvisa un acto de malabares con tres pelotas de colores. Con destreza las lanza al aire mientras da vueltas sobre su eje, sin perder la coordinación. Pintó su cara de blanco y su boca está contorneada por pintura negra, un par de rayitas sobre sus ojos y un viejo sombrero retocan el improvisado atuendo de mimo.

Los mira, y trata de convencerse de no saber porque existe tanta necesidad, tantas diferencias. Una vez más calcula el promedio de paradas del semáforo, la cantidad de gente que les da dinero, y concluye que seguramente habrá iniciativas más rentables. Sin embargo, termina imaginándolos esta noche, llegando a algún lugar en el que le esperan su madre y sus hermanos en una escena de miseria típica de una película, o los identifica como aquellos a quienes vio durmiendo bajo el elevado de la Avenida Bolívar, arropándose con viejas cajas de cartón. Sólo entonces, después de ese morbosamente detallado pensamiento, baja la ventanilla y le entrega algunas monedas que ayuden a cubrir la cena de esta noche.

Algunos semáforos más adelante, ya acercándose al centro de la Ciudad, le atrapa nuevamente la pobreza debajo de la luz roja del semáforo. Esta vez es un joven mayor, de quizá 16 o 17 años. Su mano izquierda está cubierta por una venda percudida que le cruza el cuello en un torpe cabestrillo. Lo ve y cree reconocerlo. Hace algunos meses pedía dinero para poder comer, pero se está haciendo hombre y sus facciones se hacen más fuertes, desprendiéndose de ese rostro infantil que despertaba compasión.

Viendo al muchacho imagina a un viejo jugador que se resiste al retiro, aunque los números ya no sean los de sus tiempos de estrella. Su espalda que se ensancha, su estatura que se eleva, evidencian que ahora tiene condiciones para cortar la grama, barrer los patios… en fin, para un trabajo. Por eso es más difícil la recolecta, menos creíble, porque se huele el negocio.

Piensa en el joven, y entiende que en tantos años no ha aprendido a hacer algo diferente, pero ya no es idóneo para esta labor. Probablemente haya alguien detrás de él, una madre alcohólica, un padre irresponsable, un inmundo comerciante que saca provecho de las últimas jornadas de su animal de trabajo. Alguien que le paga con un poco de pega, o una piedra barata para poder drogarse.

Ya el muchacho se acerca hacia su ventanilla. De inmediato, el conductor comienza la rutina de hurgar en el cenicero, en busca de monedas inexistentes…pero el joven no tiene tiempo para el tácito juego y rápidamente se desplaza al vehículo de al lado. Una linda camioneta conducida por una chica que, un poco asustada, le da un billete para ahuyentarlo rápidamente. Mientras observa de reojo, el conductor sigue fingiendo que busca algo, sonrojado por el pésimo acto de teatro, por su inminente destiempo.

Luz Verde, por fin la maldita luz verde… Pisa suavemente el acelerador y comienza a alejarse del lugar. Con un dejo de remordimiento, los ojos buscan a través del retrovisor la delgada figura del muchacho, que ahora cuenta sus monedas sentado en la acera.

En la esquina adyacente, justo a su izquierda, un joven desaliñado avanza y retrocede describiendo trazos cortos mientras mantiene el equilibrio sobre un monociclo desgastado. La gente dentro de sus carros se distrae, un par de niños le observan a través de la ventana de una camioneta. El joven les sonríe y gesticula morisquetas, mientras le prende fuego a los clichés y hace con ellos malabares en el aire…

Texto agregado el 15-02-2008, y leído por 411 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
02-04-2008 Unos nacen amolados y otros se amuelan en el camino. Interante trabajo. Me ha gustado. Saludo. Jazzista
20-02-2008 Amigo es un placer leerte, muy bueno ***** alejandrocasals
18-02-2008 Hola, coterráneo. Me ha agradado leerte. Saludos***** SorGalim
17-02-2008 De verdad excelente como muestras la realidad del dia a dia aqui en Vzla... Muy bueno de verdad! JuanTorin
17-02-2008 Aunque esa es la estampa que vivo a diario en esta bella pero destrosada ciudad capital. vivi esa escena de nuevo frente a mi computador con tu relato reflexivo. es diprimente ver esto todos los días, sin que nadie asuma esta responsabilidad, a mi me llaman tia,jajajaja ya que siempre que pueda les ayudo y les hablo, ellos me dicen cuando en las noches salgo, tia tranquila que a usted la protegemos. conosco algunos de por años viendoles todos los días. me parte el corazón y me siento impotente sin poder hacer nada para remediarlo, se que esto es falta de muchas cosas, hogar, gobiernos y principalmente afecto y amor... falta de interes por hacer algo, ¿que hacer? esa es la pregunta. me encantó como describes la escena tal cual la veo yo también. romantica_7
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