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Su cuerpo esbelto brillaba tendido en la fina y caliente arena. Su pelo se confundía con las estrías que formaban las olas al alejarse de la orilla. El sol rojo anaranjado se ponía allá en el horizonte. Se incorporó súbitamente como si sintiera la llamada del mar. Y allí, a sus pies, apareció un objeto que ella no conocía. Era brillante como el sol y transparente y frío como el agua del lago. Lo cogió temerosamente entre sus delicadas manos y vio que algo había dentro. Era una cosa blanca con unos signos que ella no entendía. “¿Qué será?”, pensó y se lo guardó en el baúl.
El baúl era lo único que le ligaba a los humanos. Cuando veía esas fotografías con dos figuras que eran como ella, sin saber por qué, lloraba. Únicamente se le venía a la cabeza chillidos y las imágenes confusas de personas histéricas corriendo por la borda de un barco, mientras éste se hundía. Y luego, recordaba agua, mucha agua del mar.
Al segundo día de encontrar esa cosa tan bonita, y cuando recogía ostras para su almuerzo, otro suceso interrumpió su lenta y monótona vida: un cuerpo en la arena. Sí, un cuerpo como el suyo, al menos eso pensaba en un principio. Cuando se acercó, comprobó que era algo distinto al suyo, pero parecido a una de las figuras de aquella fotografía conservada durante dieciséis años.
Lo llevó cuidadosamente a la choza, tras haberle puesto boca abajo para que expulsara el agua que había tragado. Escuchó el latir de su corazón y, sin poderlo evitar, el suyo también se agitaba a continuación.
Cuando abrió los ojos, su color le recordó al del ancho y profundo mar que los había unido. “Gracias”. Ella dio un salto hacia atrás al escuchar ese ruido tan extraño pero agradable a la vez que había salido de su boca.
Transcurrieron los días. Él le enseñó a hablar, a sentir como un ser humano. Él había escrito ese mensaje de socorro cuando estaba de náufrago en una balsa. Ella le enseñó a sobrevivir en aquel medio tan hostil. También le enseñó a cultivar perlas, aquellas perlas que ella utilizaba para contar las horas, los días, los meses en los que nacería aquel ser que ella llevaba en sus entrañas. En primavera, cuando los nenúfares nadan sobre el lago, su vientre se quebró y de él vino al mundo el rey de la isla.
Tuvieron la oportunidad de marcharse y así lo hicieron. Ella dudaba al principio, cuando él le explicó lo que significaba la palabra “civilización”. Aún así, quisieron que su hijo se educara donde ellos habían nacido.

continuará...

Texto agregado el 14-02-2008, y leído por 173 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-03-2008 Muy buena historia, la verdad que da para continuarla. Puedes hacer una serie, imaginación y talento te sobra caletense
17-02-2008 Muy bien desarrollada la narración. También pienso, que me gustaría seguir con el relato, ¿puede ser? surenio surenio
14-02-2008 Así ser´´ia la isla de mis sueños.***** jardinerodelasnubes
14-02-2008 Qué pena que la historia no sea más larga, porque al igual que ella, empezaba yo a sentirme en el paraiso. Muy entretenida. Saludos franksinnatra
 
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